CAPÍTULO 52

—¿Cómo está?

Liz negó con tristeza.

—No muy bien.

Escucharla decirlo fue mucho más duro de lo que temí. Se cruzó de brazos, y supe que soltaría la pregunta que había estado esperando hacerme desde hace tres noches.

—¿Qué pasó?

Miré mis pies al tiempo que reunía el valor para responder.

—Me equivoqué.

No era lo único que ella quería escuchar, y la conocía demasiado bien como para saber que insistiría en hacerme hablar hasta describir el más mínimo detalle. Traté de continuar al percibir el peso de sus ojos penetrantes, pero fue complicado controlar mi nerviosismo.

—Estaba... hice... yo dije...

Terminé por apretar la boca.

Dejamos correr varios segundos. Ella rompió el silencio.

—Sam, sabes que tarde o temprano vamos a tener que hablar de esto —esperó a que añadiera algo, pero en vista de mi falta de comunicación, retomó el control de la conversación—. No sé qué hacer.

—No es tu responsabilidad.

—¿Y por qué actúas como si fuera la tuya?

Levanté la vista hacia ella. Esperaba encontrarme con una severa expresión de decepción, en su lugar, Liz me contemplaba con profunda preocupación. Sin embargo, en ese momento la voz de Lia nos hizo girar en redondo.

—Yo me encargaré —estaba detrás de nosotras, trayendo bajo el brazo una libreta y un estuche pequeño. Se aproximó a la puerta y posó una mano en el hombro de Liz—. Tú puedes ir a descansar, es mi turno.

Intercambiaron un asentimiento. Liz le cedió el paso a la alcoba de Karla y cuando Lia entró, alcancé a vislumbrar del interior un brazo inerte que colgaba de la cama.

Liz soltó un suspiro cargado de cansancio.

—Ven. Quiero ir a ver a Anne.

Abrió la marcha conmigo siguiéndola con la cabeza gacha. En mi habitación ella tomó asiento cerca de Anne, quien seguía profundamente dormida y que de vez en cuando tiritaba. Al menos había dejado de farfullar.

Su rostro, no obstante, seguía reflejando dolor.

Liz le acarició el pelo, procurando no despertarla.

—Te escucho, Sam. Ahora.

Inhalé profundo.

Le conté todo. Desde las sospechas de Helga hasta nuestros planes para desenmascarar a la traidora, además de cómo habíamos asumido que se trataba de Wen. Relaté sobre mi arrepentimiento y después de mi obstinación en seguir mis propias ideas, sin tener en cuenta los planes que había trazado con Anne. Terminé por describir cómo se había ido todo fuera de control.

Liz no me interrumpió. Se mantuvo callada acariciando a Anne distraídamente y atendiendo mis palabras. Durante mi explicación no me atreví a mirarla, pero cuando concluí, me sentí forzarla a hacerlo y por la forma caída de sus hombros supe que le había sentado fatal escucharme hablar hasta el final, en especial por haberle confesado que había desconfiado de ella.

Aguardé a que dijera algo. La mano que había estado cepillando el pelo de Anne ya no se movía, pero todavía la mantenía sobre ella con afecto. Conforme se alargaba su silencio, más avergonzada me sentía por haberle ocultado muchas cosas.

—Entiendo —dijo finalmente.

—Metí la pata.

—Es posible.

—Hice que Wen acusara a Anne, y de paso que Karla recibiera un castigo —me acerqué a los pies de la cama y me senté dándole la espalda—. Debí haberlo previsto. Debí habértelo dicho.

Ella no añadió más. No sé cuánto tiempo estuvimos así, con la respiración de Anne como único sonido. Poco después me percaté de que se movía, hasta colocarse a mi lado con las manos en las rodillas.

—Tanto Anne como Karla hicieron lo que creyeron que debían hacer —dijo al cabo de un instante—. A ninguna de las dos las obligaste a actuar como lo hicieron. Tú solo depositaste tu confianza en Wen, que es lo que habíamos acordado entre todas. Y aunque lo hayas hecho por una razón distinta, no sirve de nada que acapares toda la culpa.

—Pero pudimos haber hecho las cosas diferente, pude haberlo hecho distinto —me llevé las manos a la cara—. Siento que la manera en la que actúe no fue la correcta, que debí haber...

—Samanta, mírame —la miré entre los espacios de mis dedos—. Mírame bien.

Levanté mi rostro, ella me tomó de las mejillas y clavó sus sinceros ojos verdes en los míos.

—Ya pasó.

Luego me soltó. Liz observó a Anne antes de seguir.

—Desconfiaron de nosotras. En parte lo entiendo por todo lo que vivimos esos días con las extrañas notas de Helga en nuestras cosas. Pero no voy a mentirte. Me duele saber que no me lo hayas contado.

—Lo siento.

—Creí que ya no habría este tipo de secretos entre nosotras, solo espero que haya sido todo —regresó su vista en mí—. Porque lo es ¿cierto? No hay más sorpresas de notas ni maquinaciones.

Estuve a punto de confirmárselo, pero vacilé. Existía algo que todavía les ocultaba tal y como Anne había dicho. La diferencia recaía en que no tenía nada que ver con lo sucedido.

Liz se percató que titubeaba, pues cambió su expresión al recelo.

—Tal vez hay algo que no me he atrevido a decirles —expliqué—. No tiene relación con lo que pasó, ni siquiera diría que afecta en gran cosa es sólo... que sé cómo van a reaccionar si se enteran.

—¿Y cómo supones que reaccionaremos?

—Otorgándole mucha más importancia de la que tiene.

Ella frunció el ceño. Temí que insistiera en averiguar mi otro secreto, pero afortunadamente se limitó a aceptarlo, aunque no muy convencida.

—Muy bien, si está todo aclarado —se levantó y se encaminó a la puerta—. De ahora en adelante te agradeceré que me cuentes todo lo que tenga relación con Helga. ¿Está bien? No más secretos así —se detuvo, y le dedicó una última ojeada a Anne—. Volveré durante el día para ver cómo sigue, avísame si despierta.

—Claro.

Siguió sin salir, hasta que dijo:

—¿Sabes? Deberías visitar a Karla. No tendría por qué decir esto pero... ella está mucho peor que Anne.

Me encogí más sobre mi sitio.

—Lo sé.

—Te quiero, Samy.

—Yo también te quiero.


Se acercaba la noche, y antes de que dieran lugar las horas activas, recibí la hoja de instrucciones por debajo de la puerta. Al principio hice caso omiso de ella, pero poco después la recogí sin esperar mucho.

Leí brevemente el contenido, y lo que estaba escrito me sacó de mis casillas.

Imposible, tenía que haber un error. Repasé todo desde el inicio. No, no había leído mal.

Esa noche trabajaría con Layla.

Lo que menos quería en ese momento era tener que trabajar a su lado, junto con su gran interés por demostrar lo mucho que sabía sobre el arte del sexo sucio. Pensar en ella me hizo fijarme en los libros que seguían descansando en mi mueble cerca de la cabecera de la cama, recordándome que aún no se los devolvía. Me aproximé a ellos y los entreabrí un poco, jugando con sus páginas. Sopesé si debía ir a devolvérselos pero al final...

No, ya se los regresaría después.

En vez de eso pasé el resto de la tarde enfurruñada, vigilando el sueño de Anne y pensando en cómo podría superar ese turno para no evidenciar mi incomodidad. Lo más curioso era que el cliente no exigía ningún atuendo o características en particular. Parecía ser que sólo nos había llamado porque le había interesado nuestra apariencia. Así que no me preocupé tanto por actuar de forma complicada, sólo tenía que verme bonita y ser agradable. Al menos podía agradecer que iría vestida a mi gusto esa noche.

Cuando iniciaron las horas activas, las cosas ocurrieron como era de esperar. Wen nos repasó a cada una de arriba a abajo, aunque percibí que conmigo lo hacía con menos crítica que antes. Layla, a mi lado, se miraba las uñas y dirigía comentarios a Liz de vez en cuando. No sabía si eran impresiones mías, pero sentía que su entusiasmo estaba en baja intensidad.

Sea como fuere no le di muchas vueltas. Lo único que me interesaba era que ese turno terminara cuanto antes y pudiera regresar con Anne.

En el camino rumbo a la zona de habitaciones exclusivas, Layla y yo no hablamos mucho. En serio había creído que alardearía de su alta experiencia en las artes sexuales, o que se mostrara emocionada por participar, pero mis impresiones habían dado en el clavo: ya no contenía esa misma pasión. En su rostro se evidenciaban los signos de la cotidianidad, como si aquello no tuviera nada más que le interesara que cumplir con el trabajo.

Ya en nuestra puerta Layla se reacomodó el pelo y ajustó su ropa (ella había optado por un delgado conjunto de ropa interior que no dejaba nada a la imaginación, y que a decir verdad, le quedaba bien con el tono de su color de pelo). Me analizó de reojo, evaluando mi atuendo sencillo. Un vestido corto que poseía un poco de escote.

—Creí que usarías tu anticuado uniforme de trabajo.

—Lo dejé en lavandería, ¿abres tú? —señalé la puerta.

Puso los ojos en blanco, pero posó una mano en el picaporte y respiró profundo.

—Aquí vamos —murmuró—. ¿Lista?

—Tengo que estarlo.

—Esa es la actitud.

En el interior nos topamos con una habitación vacía de decoraciones. Había pasado la tarde ignorando el hecho de que el cliente no había pedido nada en especial. Fuera de haber arreglado el espacio en general, todo estaba vacío e insípido, con las luces apagadas con la única iluminación de la luz del pasillo. Nuestro cliente esperaba con las manos entrelazadas, apoyando los codos en las rodillas.

Pero en cuanto lo vi, noté que no era como los demás.

En vez de meditar en esta primera impresión, decidí que Layla lidereara la situación. Ella se adentró con movimiento exagerado de caderas. Debía decir que hasta ese momento no la había visto en pleno acto, más allá de sus insinuaciones cuando me había acompañado al café y al hacer el intento de seducir a Derek empleando su "estilo". No negaba que había una parte de mí que sentía curiosidad por verla actuar lo que tanto presumía.

—Buenas noches, señor Greyson —empezó, con un tono de voz sedosa y perfecta.

El hombre se dio el tiempo de analizarnos detenidamente. Intenté no externar mi desconcierto, pero era verdad que algo no me parecía que encajara bien en él.

—Buenas noches —dijo.

Avancé un par de pasos, y reparé en qué era lo que no cuadraba: conforme nos acercábamos, él parecía querer alejarse.

Pensé entonces que era su primera vez en un prostíbulo, algún acaudalado soltero que por fin se decidía a hacer uso de su fortuna como el resto de los hombres. No era el primer cliente que me encontraba con esas características, pero...

O era mi imaginación, o ese hombre parecía temernos.

—¿Ha esperado mucho, señor Greyson? —pregunté por mi parte. Hice que mi tono de voz fuera mucho más calmada de lo normal, pues en definitiva, algo no cuadraba en el hombre.

Él tardó en responder.

—No, no mucho.

—Nos alegra —Layla se aproximó más. Cuando ella avanzó otro paso, no me quedó más duda de lo que sucedía.

El sujeto retrocedía.

Ignoré si Layla se había percatado de ello. Recordé a algunos clientes que no habían sabido muy bien qué esperar de los servicios, aunque se mostraban muy a la expectativa cuando por fin me encontraba con ellos. Pero este era como si nos tuviera miedo, ¿era acaso eso posible?

—Layla... —extendí una mano para detenerla, pero como era de suponer, ella ya se había metido mucho en su fantasía.

—Me llamó mucho la atención que no pidiera nada especial esta noche, señor Greyson —dijo, mientras se sentaba frente a él en una posición que pretendía ser sensual, pero para el hombre no parecía ser así—. ¿Era acaso un modo de guardarnos una sorpresa? Mi amiga y yo no recibimos muchas últimamente. En realidad, no solemos recibir tantas por aquí.

El sujeto parpadeó.

—La verdad es que no. Pensé que ustedes sólo sabrían qué hacer.

Layla soltó una risa.

—Me halaga señor Greyson. Al parecer tiene una muy buena opinión de este lugar —lo miró insinuante, posó las manos a los costados y arqueó la espalda.

Yo seguía sin atreverme a avanzar. No me había encontrado con un cliente parecido, Karla no me había hablado de cómo actuar cuando me encontrara con uno como él, así que no tenía idea de qué hacer. Era un terreno desconocido para mí.

Él cliente, a pesar de que Layla se ofrecía ante él de forma muy clara, se mantuvo rígido y me dirigió un vistazo.

—¿Por qué ella no habla?

Layla me echó una mirada sobre el hombro, y con sus ojos me hizo las señas de "¿a qué esperas?". Seguí observando al señor Greyson. Era claro que él estaba esperando algo, pero ¿qué era? Sin embargo, no podía mostrarme titubeante, sino todo lo contrario, tenía que saber qué hacer. Así que dije lo primero que pensé que podía decir sin correr el riesgo de equivocarme, una de las frases que había repetido tantas veces que resultó natural pronunciarla.

—¿Qué cosas le gustaría que le dijera, señor Greyson? —sonreí.

Él tragó saliva, mostrándome demasiado inseguro. Me coloqué a lado de Layla, ella no apartaba su atención del cliente. Lo teníamos casi rodeado. Así de cerca, me dio la definitiva impresión de que se trataba más de un niño asustado que de un cliente con ansias de empezar el servicio por el que había pagado.

—Es que... no lo sé —respondió.

Papel, no debía olvidar mi papel. Esto era actuación, una fantasía. Tenía que concentrarme en adentrarlo al placer y al deseo que nuestros cuerpos despertaban. Pero conforme más lo veía, menos deseo notaba en sus ojos. Ni siquiera parecía interesado en tocarnos.

—Puedo ser cualquier cosa que usted quiera que sea —vocalicé con suavidad, aunque por dentro mis alarmas me gritaban que cambiara de táctica—. Decirle lo que guste. Podríamos jugar un rato y, si así lo quiere, enseñarle las cosas que podemos ofrecerle.

Él no respondió.

—¿Y bien señor Greyson? —reiteró Layla, arrimándose a su cuerpo al tiempo que abría las piernas para invitarlo a tener una buena vista de su parte baja. Los ojos del sujeto se clavaron allí, demasiado abiertos—. ¿Qué quiere hacer primero?

Él se congeló, y no en el buen sentido.

—Layla... —busqué retenerla con un brazo. Aquello sí que iba para mal.

Pero ella seguía abstraída en el hombre y en mostrarse lo más seductora posible. Mantuvo esa misma posición, con la diferencia de que se inclinó más hacia él, mientras el sujeto pegaba su espalda recta a la pared. Entonces, Layla posó su mano sobre su entrepierna.

—¿Qué estás haciendo?

—¿No le gusta? —subió y bajó su mano, luego cerró sus piernas para que estas tocaran las suyas—. ¿Prefiere que lo toque de otra manera?

Sin premeditación, se alzó y cayó en regazo.

El cliente la empujó y la tiró al suelo en un golpe seco. Layla cayó de trasero mientras que el sujeto se levantaba y ponía distancia en largas zancadas.

—Lo siento, yo... yo... —se llevó las manos al cabello—. ¡No! ¡Esto no fue lo que pedí!

Layla lo contempló atónita.

—Pero... usted ha venido aquí a... ¿para qué ha venido exactamente?

Él saltó la vista de una a la otra con los ojos angustiados.

—Tengo que salir de aquí. Se supone que ustedes sabrían qué hacer.

Layla se puso de pie. Colocó las manos en jarras.

—Usted no fue muy comunicativo que digamos —se quejó.

—Layla...

—¡Estamos haciendo lo de siempre! —exclamó—. ¿Qué es lo que busca en un sitio como este? ¿Qué espera que hagamos? ¡¿Qué no le gusta?!

—¡No! Yo sólo... Esto no fue lo que pedí —apretó las manos y rechinó los dientes. Luego se giró en dirección contraria—. Me voy. Le pediré al señor Luc un rembolso porque esto —recalcó—, no fue lo que pedí.

¿Un rembolso? Ah no señor, eso sí que no. No en ese momento, ¡ya tenía muchos problemas como para visitar a Lucian otra vez!

Hablé sin emplear ningún tono de voz que no fuera de súplica

—Señor Greyson. Por favor, quédese.

—Se supone que ustedes sabrían qué hacer. Ustedes lo sabrían.

—¿Qué? ¿Qué sabríamos hacer?

Negó con vehemencia. Se redirigió directo a la puerta y lo detuve colocándome entre él y la salida.

—Platique conmigo —insistí, mirándolo directo a los ojos—. ¿Qué le prometieron que sabríamos hacer? Por favor, dígamelo. Hable de lo que sea, no se vaya todavía.

Ignoraba qué podía haber en mis palabras que consiguieran convencerlo, pero lo que sea que estas le dijeron, surtieron un diminuto efecto.

—¿De lo que sea? —seguía sonando muy nervioso y sus manos temblaban, pero saber que tenía su atención otra vez me llenó de seguridad y me aferré a ello.

—De lo que usted quiera, de lo primero que se le venga a la mente.

Vaciló.

—Yo, no sé...

—No se lo diremos a nadie —expuse—. No tenemos permiso de salir y cualquier cosa que pronuncie lo guardaremos. Haremos como si nada hubiera ocurrido. Lo que sea que usted diga, no saldrá de estas paredes. Su contrato así lo marca —todavía noté una pizca de incertidumbre, y añadí—. Se lo prometemos.

Lo meditó unos segundos más, pero terminó por asentir.

Sentí que mi respiración se tranquilizaba.

El cliente buscó dónde sentarse, ya que no parecía dispuesto a volver a su mismo sitio de antes, desde donde Layla lo observaba con desconcierto. Tampoco se decidió por la cama, así que siguiendo de nuevo mi intuición, me senté en el suelo. Eso pareció convencerlo e hizo lo mismo.

Esperé pacientemente, viéndolo retorcer sus manos. Tenía entendido que ellos podían escoger con cuál de nosotras podían pasar la noche, ¿qué había orillado a este hombre a solicitar el servicio de Layla y mío? Las respuestas no las recibí, pero me conformaba con saber que había evitado una segunda visita a la oficina de Lucian por motivo de un cliente insatisfecho.

Lo vi respirar hondo, cerró los ojos un instante y al reabrirlos, lo único que nos hizo hacer fue escucharlo hablar por el resto del turno.

Eso fue todo.

—Estaba loco.

Layla cerró la puerta con brusquedad.

—¡¿Cómo esperaba que supiera lo que quería?! Nunca fue claro en ese aspecto, ¿y hablar? ¡¿En un prostíbulo?! ¿Quién hace eso?

Caminamos lado a lado fuera de la zona de las habitaciones exclusivas. Después de que llegó la hora límite (nuestro cliente no dejó de hablar en todo ese tiempo) esperamos a que el hombre se marchara. Él en un momento de la conversación observó mi pequeño reloj de muñeca, preguntó por la hora y cuando le respondí que faltaban quince minutos para que finalizara el turno, asintió agradecido. Nos miró con un poco pena y nos agradeció el servicio. A los pocos minutos de irse, habíamos quedado inmersas en un silencio extraño, y cuando me levanté y sacudí mis piernas para librarme de los calambres, Layla rompió en cólera.

—Es decir, ¡tenemos un costo! Aquí el sexo es un producto caro y lo único que quiere ¿es hablar? ¿En qué otras cosas extrañas derrochará su dinero?

Concordaba en que se había tratado de un caso muy inusual. El hombre se había limitado a relatarnos sus infinitos dilemas. Un tipo en apariencia normal que odiaba su trabajo, huía de su familia, con una vida laboral tediosa y aburrida en la que su único amigo era un perro viejo. Sonaba a una persona genérica, y era muy incomprensible que escogiera a dos mujeres distintas para que se limitaran a escucharlo. No cuadraba.

Pero había concluido.

—Oh genial, ¿otra noche sin cena? —se quejó Layla al ver la cocina vacía. Solo estaba Wen, quien veía un plato de lo que se asemejaba a unos vegetales al vapor, picando una zanahoria con un tenedor—. ¿Qué le pasa a todo el mundo últimamente?

Wen no reaccionó a sus palabras, tampoco levantó la vista cuando Layla se sentó a su lado.

El refrigerador permanecía cerrado, pero en el centro de la mesa de la cocina, había una montaña de manzanas rojas y verdes. Tomé una y luego me di la vuelta.

Me topé con la mirada de Wen.

Ambas desviamos la vista en direcciones opuestas.

—¿Qué les sucede a ustedes dos? —interrogó Layla—. ¿Dónde están las demás?

Me apresuré a llegar a mi habitación. Una vez allí revisé el estado de Anne, quien seguía tranquila y dormida. Hacía horas que había dejado de temblar. Dejé la manzana a su lado.

—No todos los clientes vienen por sexo —dije. No sabía si me estaba escuchando, pero al menos externar lo que pensaba me quitaba la mala sensación que había dejado en mí ese hombre—. ¿Te ha pasado el tener que cumplir un papel que no te esperabas?

No obtuve respuesta. Poco después me estaba acostando en mi parte de la cama, y recargaba mi cabeza contra la almohada cuando, antes de cerrar los ojos, escuché repentinos golpeteos contra la puerta.

Gemí. Con molestia me levanté, y al abrir, encontré a Layla con las manos en jarras.

—¿Qué pasa?

—¿Qué sucedió allí?

—¿De qué hablas? Solo fue un cliente difícil, ¿no te había tocado uno hasta ahora?

—Cliente difícil son esos hombres que te ponen en posiciones complicadas y que insisten en que actúes de una forma que no estás acostumbrada. ¿Ese tipo? Él no fue difícil, ¡era un caos!

—Shhhhh —cerré la puerta a mi espalda al escuchar un murmullo de Anne—. Baja la voz.

—¿Y bien?

—¿Qué quieres que te diga?

—¿Cómo sabías lo que él quería? ¿Lo tenías escrito en tu instructivo?

—No, pero...

—¿Entonces? ¡No tiene sentido!

—Layla, el pobre hombre estaba asustado, ¿no te fijaste?

—Los hombres vienen aquí por un solo motivo, y no tiene nada que ver con el miedo.

Me llevé los dedos a la cabeza. No tenía ganas de discutir con ella.

—Layla, no lo sé. Desconozco por qué un cliente así sería capaz de gastar tanto dinero solo para que dos chicas lo escucharan farfullar. No tengo las respuestas, solo quiero regresar con Anne e irme a dormir. ¿Puedo?

Mi respuesta la dejó insatisfecha, pero en serio que no quería discutir sobre nada en ese momento, así que intenté abordarla de otro modo.

—Mira, soy la que menos experiencia tiene en esto. ¿Por qué no se lo preguntas a las demás? A lo mejor alguna de ellas ha atendido clientes parecidos. Podrían darte las respuestas que buscas.

Lo reflexionó detenidamente.

—Tal vez tengas razón.

—Excelente, entonces me regreso. Ten una feliz noche.

Le cerré antes de que dijera algo más y volví a mi sitio con Anne.

Y ahí me topé con los libros de Layla, descansando en mi mesilla frente a mis narices. ¿Debería aprovechar para librarme de ellos en ese momento? Odiaba tener que regresar al pasillo, pero sabiendo que era una buena oportunidad los tomé bajo mi brazo y fui a buscarla.

La encontré parada delante de la habitación de Liz.

—...y por eso, ¡no lo entiendo! Se supone que ellos...

—Ten —le interrumpí—. Esto es tuyo.

Layla miró los libros con cierta sorpresa, pero los tomó.

—Gracias.

Me di la vuelta.

—Sam —llamó Liz, quien estaba con el cabello revuelto y la cara rendida de cansancio—. ¿Cómo está Anne?

—Sigue sin despertar.

Formó una mueca, luego chasqueó la lengua y volvió a su conversación con Layla.

—¿Podría responderte después?

—Pero esto es importante. ¡Solo necesito unos minutos!

Liz se restregó los ojos con las manos.

—De acuerdo.

—Espera —la detuve. Layla arrugó el rostro con expresión frustrada pero la ignoré—. Sé que pasarás la noche con Karla, deberías descansar.

—Disculpa, mis dudas no se resolverán solas —se quejó Layla.

—¿Puedes esperar adentro? —le preguntó Liz. Ante aquello, Layla sonrió encantada y se adentró con aire victorioso—. Sam, regresa con Anne.

—Pero...

—Yo me encargaré de Layla. No tienes que preocuparte.

No estaba del todo convencida, pero no añadí nada mientras cerraba la puerta.

De alguna extraña manera, aquella conversación me hizo sentir impotente. Sin embargo, también experimenté el peso del cansancio (aunque no había hecho nada físico esa noche). Regresé a mi cuarto con el objetivo de relajarme para al fin velar por....

Anne estaba despierta.

Me quedé inmovilizada.

Ella miraba la manzana con la vista perdida y dijo:

—Hace falta más que una simple fruta para llenar mi estómago vacío.

Yo me eché a llorar.

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