CAPÍTULO 51
Hubo una enorme pausa, en la que ni siquiera nuestras respiraciones se alcanzaron a escuchar.
—Idiota —masculló Anne.
Wen, por su parte, se había quedado atónita.
—¿Q-qué?
La inseguridad me inundó, pero ya lo había dicho, no podía dar marcha atrás.
—Helga era consciente de que existía una traidora —proseguí. Ni siquiera medité en lo que estaba diciendo, pero hablé con tanta sinceridad como no lo había hecho antes—. He venido no solo a entregarte mi reporte, sino escucharte a confesarlo, es decir, planeaba obligarte a confesarlo, a utilizarte contra Lucian, pero... creí que lo mejor era sólo decírtelo. Y si pudieras darnos toda la información de la casa y las llaves de acceso a los aposentos de Lucian, podríamos entregárselo a Helga y salir de aquí. Toda la información que puedas tener. En otras palabras, te necesitamos Wen.
La habitación entera se mantuvo a la espera de su reacción.
Wen no se movió ni un ápice, se había quedado con los labios entre abiertos y los ojos desenfocados. Ni siquiera parecía respirar. Hasta que, en tono muy bajo, respondió:
—No debiste. No debiste decirme eso.
Los cabellos de mi nuca se erizaron.
Un repentino empujón me adentró más a la oficina, y como un borrón, vi la figura de Anne avanzando con férrea determinación hasta plantarse frente a ella con las manos a los costados del escritorio.
—Danos todo lo que sabes —exigió sin más—. Los planos de la casa, la ubicación de las cámaras con los micrófonos y números de teléfono. Ahora.
Wen continuaba estática, con la misma expresión atónita de antes.
—No te lo repetiré dos veces —reiteró Anne.
—Vete de aquí.
—No me iré sin lo que he venido a buscar.
—Pues has perdido tu tiempo —Wen recuperó el control de su rostro, convirtiéndose en la mujer fría e indiferente que tanto conocíamos—. Vete o llamaré a seguridad.
—Hazlo, de todas formas se lo dirás todo a Lucian, ¿no es por eso que te paga tan bien?
—No me provoques, Anne.
—¿O harás qué? ¿Mandarme a azotar?
—¡Fuera! ¡Lárguense las dos! ¡AHORA!
Anne, en vez de obedecer, se abalanzó contra ella.
Los papales se deslizaron al suelo, el escritorio se sacudió. Ambas chocaron contra la silla y esta se tambaleó hasta que terminaron cayendo contra el piso. Yo me apresuré a separarlas. No obstante, el tiempo que tardé en asociar lo que había pasado fue suficiente para que Anne consiguiera apresarla con las manos, con una Wen que se debatía con todas sus fuerzas para quitársela de encima.
—Habla de una vez. ¡Fuiste tú quien le dijo todo! ¡Fuiste tú la que me delató!
—Vete al carajo.
—Tú te vienes conmigo.
—¡Anne! —la tomé de los brazos para obligarla a retroceder—. ¡Suéltala! ¡Ya!
No conseguí nada, sino que con más energía, aprisionó a Wen hasta conseguir inmovilizarla, y esta la miró con todo el odio y la rabia que sus ojos eran capaces de desprender.
—Eres tú la que no le importa qué nos pase —achacó Anne—, solo te interesa tenerlo entre tus piernas, ¡¿no es así?!
Hice un nuevo esfuerzo de tomarla por los hombros.
—Anne. Déjala.
—Llegaste como una niña malcriada buscando su atención. ¡Te escuchamos! ¡Te ofrecí mi mano!
—¡Anne!
—Y no te importó.
Respirando entre jadeos, el rostro de Wen que hasta ese instante se había contenido, pareció flaquear.
Anne había hablado con un nudo en la garganta y con la expresión de una persona que había retenido por largo tiempo un sentimiento de amargura. Ninguna de las tres nos atrevimos a dar el siguiente movimiento. Anne había dejado de forzar a Wen, y esta permaneció quieta unos segundos, hasta que finalmente, la vimos desviar los ojos.
—Váyanse.
Escuchamos la orden, pero tardamos en digerirla. Aun así, Wen no tuvo que repetirla dos veces, porque Anne se levantó muy lentamente, sin dejar de contemplarla con esa misma expresión cubierta de decepción. Retrocedió unos pasos, dando a Wen el espacio suficiente para levantarse. Cuando ambas ya se encontraban de pie, sin decir nada y sin esperar que la siguiera, decidió que era momento de marcharse.
Miré a Wen. Se estaba reacomodando su ropa y levantaba los papeles caídos, en un esfuerzo por demostrar una falsa serenidad y aire profesional, pero sus manos le temblaban.
—Wen, yo no...
—No quiero oírlo.
—Pero...
—Vete ya, Sam.
Reprimí mis réplicas. Sentía que irme y dejarla como estaba sería una equivocación más, sin embargo, a esas alturas ya no distinguía los errores de los aciertos.
Pero antes de marcharme detrás de Anne, me detuve.
—Nos importas mucho Wen. Sé que nosotras a ti también. Por eso te lo conté todo.
No esperé por una respuesta.
Sola en medio del pasillo, los reclamos internos me atacaron. Sobre si había hecho lo correcto, si lo que hice fue por producto de la lógica o el sentimentalismo, y sobre todo, de las consecuencias que se avecinaban. No había previsto que las cosas se salieran tanto de control, y en ese momento todo se tambaleaba por culpa de mis estúpidas ideas.
Justo cuando doblé un pasillo, aquel por el que Anne había estado aguardando para acorralar a Wen siguiendo nuestro plan, la encontré con las manos en puños. Delante de nosotras, Karla le dedicaba una intensa mirada retadora.
Genial. Lo que faltaba.
En el suelo, se encontraba un pequeño encendedor que había tomado de la cocina en un descuido de Tiana, el cual le había entregado a Anne para que amenazara a Wen con quemar algunos de sus papeles. No habíamos pretendido hacerlo realmente, pero si para espantarla lo suficiente, aunque ahora era inútil. Karla lo tomó y lo sostuvo unos segundos, antes de mirarnos con severidad.
—Les dije que no les permitiría que hicieran esto.
—Puedes darlo por olvidado —Anne pasó por su lado dándole un empujón con el hombro—. Gracias a tu vieja mascota ya no hicimos nada.
La vimos alejarse, y cuando desapareció, Karla me observó interrogativa.
—¿Es eso cierto?
—Creo que esta vez sí que cometí un error terrible.
—¿Qué fue lo que pasó?
En vez de responderle, me dirigí a donde Anne.
Recorrí todos los pasillos que teníamos permiso de caminar, y de pronto llegó a mi mente la vez que la vimos en su propio salón privado. Traté de recordar todos los corredores por los que habíamos corrido desde esa vez, hasta que al fin di con ella. Afortunadamente su puerta de escáner estaba entreabierta y pude pasar sin problema.
El teclado que le había visto esa noche se encontraba en un rincón, y a diferencia de la ocasión anterior, me fijé en que había algunas bocinas distribuidas por las paredes, algunas grandes y otras pequeñas, las mismas que vi en la noche de la fiesta.
Mi vista se enfocó en Anne, que contemplaba toda una pila de discos de uno de sus estantes.
—Una cosa. Te pedí que hicieras una cosa y ni siquiera eso pudiste hacer por mí.
—Anne...
—¿Tienes una jodida idea de la situación en la que nos has puesto? ¿Por qué no mejor le ponemos un letrero a Lucian de que Helga se está comunicando con nosotras? Eso sería más efectivo.
—Wen ha tenido muchas oportunidades para contárselo todo y no lo ha hecho. Yo... creí que no era correcto desconfiar de ella cuando ya nos ha demostrado...
—Bah, cállate ya.
Apreté la boca. ¿Ella podía quejarse todo lo que quería y yo no tenía la oportunidad de explicarme?
—Sabía que éramos un fiasco —la oí decir antes de que me atreviera a replicar—. Ni siquiera pudimos conseguir unos simples papales. ¡No obtuvimos nada!
Ignoré la punzada de impotencia que me golpeó por su comentario.
—Tenemos su confesión.
—¿Y eso en qué nos sirve? Tus palabras habrán llegado a los oídos de Lucian a estas alturas. Tuvimos suerte que no había cámaras cerca.
—Anne, sé que lo arruiné.
—¿En serio?
—Pero sé que también tenía que hacerlo, ahora más que nunca debemos unirnos más.
Se volvió en redondo, irradiando tanta cólera que me obligué a no agachar la cabeza por la vergüenza.
—Teníamos un plan, Sam. Habíamos acordado esto juntas. Era muy sencillo. Sólo tenías que distraerla lo suficiente para que yo entrara en escena. ¡No te entiendo! El día de ayer estabas muy convencida de que teníamos que hacerlo, ¿y de la nada decidiste hacer lo que querías sin pensar en lo que conllevaría? ¿Eso es lo que tenías que hacer?
—Ya no quiero seguir ocultándoles cosas. Maquinar a espaldas de las demás solo hará que nos distanciemos.
—¡Es que es imposible que no nos distanciemos! Sam, yo jamás las obligaría a hacer algo a menos de que sepa que es necesario para neutralizar a Lucian. Pero no me importa si terminamos peleadas, no me interesa mantener una linda amistad con ustedes. Derrotar a ese hombre es lo que nos sacará de aquí, y si tengo que dañar a las demás para conseguirlo no dudaré en hacerlo.
Sus palabras rebotaron contra las paredes. Anne tenía razón en una cosa, y era en que debíamos enfocarnos en detener a Lucian y salir de allí. Pero había algo con lo que no estaba de acuerdo.
—Tú no quieres eso, no sabes de lo que hablas.
Emitió una risa seca.
—Lo dice quien no dudó en traicionar a su "mejor amiga". ¿Sabes qué creo? Que has hecho todo para aliviarte a ti misma, limpiar tu conciencia y volver a ser la insoportable mujer con aires morales que todavía cree que nos puede sermonear sobre lo que hacemos bien y mal.
—Te equivocas. Yo me refiero....
—Todavía te guardas algo —acusó, consiguiendo que me comiera la lengua—. Sé que todavía tienes un secreto más y no lo has dicho aún. Sea el motivo que sea, el hecho de que hayas decidido guardártelo te contradice totalmente. Así que no me vengas con que ya no quieres secretos ni mentiras, porque la que más se miente así misma eres tú.
Dejó la pausa al aire.
Vaya, me había dolido.
—Tienes razón.
La verdad que salía de sus labios me lastimaba, pero eso no lo hacía menos cierta.
—Podemos... volver a intentarlo —dije en un nuevo esfuerzo—. Planear otra cosa, ver si aún podríamos...
—No —volvió a darme la espalda—. Lo que sea que vaya a hacer ahora, lo haré sola. Tú puedes regresar a tu burbuja o lo que sea que hacías antes. Yo seguiré por mi cuenta.
Y así como con Wen, vacilé en hacer caso de sus palabras. Pero al final terminé aceptándolo.
—Bien.
Fui a recoger las cosas que habíamos olvidado en el pasillo, Karla ya no se encontraba allí. Después, una vez que regresé a mi habitación la pregunta que más resonó en mi cabeza era: ¿en serio pude haberme equivocado tanto? En ese caso no solo nos había condenado a ambas, sino a las demás. No íbamos a salir nunca y todo porque había creído en... ¿en qué?
Tenía muchísimas ganas de arreglarlo todo, pero desconocía cómo y supuse que en ese caso, era mejor no arruinarlo más. Me derrumbé contra la cama, dispuesta a no hacer otra cosa que perderme en el sueño y de ser posible, no despertar hasta el día siguiente.
—Lo he disfrutado —el cliente besó mi mano—. ¿Tendrá el señor Luc alguna oferta especial?
—No soy yo quien pueda proporcionarle esa información —dije en una falsa imitación de sonrisa.
—Pues entonces se lo preguntaré.
Acarició mi cabello e inhaló mi cuello, luego, con cierta reticencia se marchó.
Me parecía increíble que no hubiera podido ver mis pocas fuerzas para actuar. Había sido una noche muy agotadora emocionalmente, pero en vista de su satisfacción, supuse que no lo había hecho tan mal, o tal vez ni siquiera le había importado.
Tomé las sábanas. Mi ropa se había convertido en un desastre, pero a esas alturas ya no le tomaba importancia. Al salir al pasillo no me encontré con nadie, así que seguí con el resto de la rutina de la noche y ver qué podía encontrar para cenar.
En el cuarto continué sin ver ningún rastro de Anne. Antes de que se dieran las horas activas tampoco la vi arreglarse, así que sospechaba que se había tomado sus famosas noches libres que tanto le había costado acordar con Lucian. Ya tenía tiempo que no se había tomado esa libertad de su trato.
Me oprimía la nueva situación en la que nos encontrábamos, pero sus palabras habían sido claras. Tal vez era cuestión de dejar que se le pasara el enojo para que pudiéramos retornar esa relación que inconscientemente habíamos construido a raíz de lo ocurrido.
Pero la estaba echando de menos.
Ya lista y bajando por las escaleras, escuché al resto de las chicas conversar en la cocina.
—Te repito que solo es por esta noche. Mañana posiblemente esto ya no sirva.
—Me parece que esto ya ni siquiera sirve.
Lia y Tiana sostenían tazas de aquel brebaje de la tarde. En cuanto aparecí, desviaron los ojos en mi dirección.
—Sam, dime que ya conseguiste los papeles —dijo Lia.
Ante mi falta de respuesta, Tiana chasqueó la lengua, decepcionada.
—Bueno, nadie dijo que tendrías que conseguirlos hoy. Puedes intentarlo mañana.
—En realidad, yo...
—Sam no va a intentar nada —Karla apareció en su bata, se aproximó a la mesa y se cruzó de brazos—. Dejaremos que alguien más lo intente, o mejor, haremos que Wen lo haga por su cuenta.
Lía no estaba igual de convencida.
—Será difícil. Wen ni siquiera disfruta de nuestras atenciones.
—Entonces será cuestión de seguir esforzándonos.
Estuve tentada a decirles que nada de eso funcionaría. Wen no tenía ningún lado al cual apelar, que Anne y yo lo habíamos intentado con muy malos resultados y que era mejor pensar que nunca saldríamos de ese lugar. Dejar las cosas como estaban, o como mínimo, esperar el momento adecuado para...
Escuchamos un estruendo.
Todas nos pusimos en alerta.
—Eso no me gusta —musitó Lia.
—¡Aléjate de mí!
Era la voz de Anne.
—Por los amantes —maldijo Karla—. ¿Ahora qué se le ha ocurrido? ¡Sam!
No esperé a que me detuviera. Corrí hacia el origen del ruido, siguiendo el eco de varios gruñidos que viajaban a través de los pasillos. Varios otros guardias también corrieron en esa dirección, y aunque ninguno intentó detenerme, una especie de intuición me dijo de qué se trataba.
Pues esos corredores se dirigían a la oficina de Wen
—¡No me toques! —gritó la voz de Anne.
—¡Samanta! —Karla logró darme alcance e intentó detenerme por los hombros, interfiriendo en mi campo de visión—. Sam, no lo hagas.
La empujé con todas mis fuerzas y seguí corriendo.
Finalmente, al doblar otro pasillo, encontré a un irritado Barb junto con dos de los guardias que sostenían a una Anne que peleaba con uñas y dientes. Wen estaba detrás de ellos, cruzada de brazos y contemplando el espectáculo en gesto irritado.
Anne se debatía tanto que Barb la acorraló contra una pared, pegó su cuerpo al suyo y sostuvo su cabeza para que no se moviera.
—Quédate quieta —gruñó Barb, aplastándole el rostro con su enorme mano.
—Antes muerta.
—Eso lo puedo arreglar.
El hombretón le rodeó el cuello con un brazo del tamaño de un troco. Anne continuó en su esfuerzo por morderlo, pero este ejerció más presión y ella se llevó las manos al cuello. Los otros guardias aprovecharon para amarrarle las muñecas y las piernas.
—¡Alto! —exclamó Karla, justo antes de que yo diera otro paso en auxilio de Anne—. Wen, ¿qué ocurre?
Ella no le respondió.
Indiferentes a nosotras y habiendo inmovilizado a su prisionera, Barb comenzó a arrastrar a Anne hacia un corredor seguido de los guardias. Karla se interpuso entre ellos, Barb la miró con frialdad.
—¿Dónde está el señor Luc?
El hombre nuevamente no se dignó en contestar, tampoco los otros dos hombres, los tres la rodearon y siguieron su camino. Karla entonces fulminó a Wen. Fue una mirada tan intensa que no pensé que usaría con nosotras nunca en la vida, y que hizo que Wen bajara su máscara de insensibilidad.
—Karla...
Sin darle oportunidad de hablar, Karla se dirigió en dirección contraria a pasos agigantados. La sospecha de adónde se dirigía se hizo evidente cuando reconocí los pasillos que daban a la oficina de Lucian.
—Karla —Wen intentó frenarla con el brazo, pero Karla se la quitó de encima con ira—. Él está ocupado. No te recomiendo...
—Déjame en paz.
—¡Se enfurecerá si lo interrumpes!
—Y asumiré las consecuencias.
No sabía qué planeaba, pero lo que sea que pensaba hacer, yo la apoyaba si con ello ayudábamos a Anne.
Llegamos muy pronto a la entrada de la oficina. Otros dos guardias vigilaban la puerta, pero no interfirieron cuando ella se colocó entre ambos (posiblemente porque estaban acostumbrados a verla y por la presencia de Wen) para luego golpear tan fuerte que temí que se le romperían los nudillos. Me esforcé en mantener la misma expresión que ella cuando la puerta se abrió de golpe un segundo después. Wen había decidido permanecer algunos metros por detrás, yo contuve las ganas de esconderme solo para ver cómo Karla...
Descargaba una poderosa bofetada contra Lucian.
Fue como si algo me convirtiera en una de las estatuas, porque había esperado cualquier otra cosa menos eso.
Wen se llevó las manos a la boca, incluso los guardias parecieron estar unos segundos completamente petrificados. El sitio, la casa entera, contuvo la respiración unos tensos minutos.
Lucian tenía el rostro virado, y con lentitud amenazante, reacomodó su posición. Su mirada era la de un asesino que estaba a punto de cometer el siguiente homicidio.
Dio un escalofriante paso.
—Ni te molestes. Ya sé a dónde voy. Amo —fue ese momento que los guardias la apresaron por detrás, sin embargo, ella continuó aparentemente sin inmutarse.
Bajo los ojos glaciales de Lucian, Karla se dejó guiar por los guardias como si no estuviera colgando de un hilo su propia vida, obligándome a escabullirme en el último segundo antes de que cayera sobre mí la atención de Lucian. Me escondí detrás de otro pasillo, donde descubrí que Wen también había decidido escabullirse con las manos en el pecho.
No me moví, mucho menos cuando percibí los pasos lentos de Lucian al otro lado, sin percatarse de nuestra presencia. No supe si pasaron horas, minutos o segundos, pero cuando por fin me cercioré que no había más guardias, y que Lucian no esperaba al otro lado de la pared, de pronto me sentí movida por un intenso sentimiento de impotencia.
Y una creciente ira.
Una lava hirviente me recorrió cada una de las venas, apreté las manos y los dedos de mis pies. Algo ajeno estaba tomando posesión de mi ser. Permanecí así, creyendo que se disiparía, pero era como si una especie de monstruo vengativo se hubiera apropiado de mi cuerpo y se negara a salir hasta que alguien pagara por ello.
Lo siguiente que pasó no le presté atención. No vi nada que no fuera color rojo.
Como si pudiera tele transportarme, me vi parada frente a la entrada de la oficina de Wen, la cual no estaba asegurada en ese momento, por lo que no pedí ningún permiso para entrar, y cuando lo hice, me interpuse entre ella y la puerta cerrando el pestillo.
Wen estaba apoyada en su escritorio, parecía observar sus papales o eso creí que hacía hasta que advertí que se sorbía la nariz, para luego llevarse la mano a la boca. Sus brazos y los músculos de su espalda sufrían pequeños espasmos. No emití ningún sonido. Poco a poco, respirando con mucha dificultad, se irguió. Se acomodó la ropa y se dio la vuelta.
Abrió mucho los ojos cuando estos chocaron con los míos.
—¿Cuándo tiempo has estado ahí? —murmuró.
—Lo suficiente.
Suspiró.
—Sam, yo...
—Ahórrate tus argumentos.
—Tenía que hacerlo.
—Toda una puta mentira, ¡solo sabes decir eso!
—Tranquilízate.
—No, ¡no me pienso tranquilizar! —me acerqué rápidamente, la tomé de la blusa y la sacudí mientras gritaba—. ¡Te di la oportunidad de confiar en ti! ¡Pensé que si te confesaba todo, te darías cuenta de cuánto te queremos!
—Sam...
No aguantaba siquiera tocarla, así que la solté con brusquedad. Algo me dolía y no sabía qué era.
—Si llegamos a salir de aquí —murmuré—, no quiero verte nunca más.
—Lo siento. No sé qué me pasa. Solo sé que debía...
Alcé la mano para darle una bofetada. Wen se encogió sobre su sitio.
Sin defenderse.
Vacilé.
Ahogando mi frustración, bajé la mano.
—Sam...
Deseaba pensar que lo que me había detenido era el miedo de que llamara a más guardias para llevarme también al sótano, o que comprendiera que no había mayor castigo que no recibir ninguno, excepto mi profundo desprecio. Pero la verdad era, que al verla me había mirado a mí misma. Su reacción era la que yo había tenido tantas veces en el pasado. Aunado a eso, sabía que no era del todo su culpa.
También había sido la mía.
Así que no me atreví a lastimarla, sobre todo, porque cuando me marché y ella me miró sin saber lo que había ocurrido, supe que ya se sentía lo suficientemente herida como yo.
El castigo de Anne y Karla se nos hizo eterno. Permanecimos en nuestras habitaciones a la espera de que Barb las regresara sin esfuerzo. Fingí hacerme la dormida mientras lo sentía dejar a Anne en su lado de la cama. No llevaba a Karla cuando lo vi desaparecer.
En cuanto se esfumó, me apresuré a atender a Anne lo mejor que pude. Entre quejidos, su espalda se sacudía mientras su frente se empapaba de sudor. Procuré buscar la reserva de crema que Helga me había dado aquella noche, pero no la encontré por ningún sitio y no me atreví a preguntarle a Anne en caso de que ella lo hubiera ocultado.
Pasó una hora antes de que Tiana llamara a la puerta.
—¿Cómo está? —preguntó.
—Tan mal como era de esperarse.
Ella y Lia habían permanecido en la cocina por órdenes de Karla antes de que esta hubiera ido tras de mí. No las había visto desde entonces.
—La pomada que recibiste, ¿no la encontraste en ningún lado? —preguntó preocupada, y se sentó cerca de Anne para acariciarle tímidamente la cabeza. Anne murmuró algo que no alcancé a escuchar.
—No. No tengo idea de dónde pudo haberla dejado.
Vaciló.
—¿Y... alguna señal de alguien que pueda traerla de nuevo?
—No creo que podamos tener la misma suerte.
—Entiendo —Tiana cerró los ojos, y al abrirlos de nuevo, suspiró—. Liz y Lia están con Karla. Tampoco ellas han visto a nadie aparecer. Tenía la esperanza de que sucediera lo de antes, ya sabes, con alguien trayéndoles un poco de esa pomada para las heridas. No me gusta verlas sufrir así.
—¿Cómo está Karla? —pregunté en cambio.
Tiana apretó los labios, y luego agachó la vista.
—A ella todavía no la han traído.
El silencio hizo eco de nuestros peores temores por lo que aquello podía significar.
—Tenemos que hacer algo —musité—. Tendríamos que hacer algo.
Tiana posó una de sus manos en mi brazo. Me di cuenta que el pañuelo que tenía sobre la frente de Anne lo estaba apretando más de la cuenta, provocando que se escurriera la humedad entre mis dedos.
—Karla... —balbuceó de pronto la voz de Anne, tomándonos a ambas por sorpresa mientras formaba una mueca de dolor.
—Le toca un largo suplicio —dije sin dejar de secarle la frente.
Tiana había clavado su vista en las heridas, pero después la apartó.
—No puedo quedarme más tiempo, avísame si sucede algún cambio, ¿está bien?
Asentí con aire ausente.
No pude dormir en lo que quedaba de la noche, me dediqué a pasar la pequeña tela por sus heridas una y otra vez. Anne no dejó de temblar, murmuró incoherencias que no tenían sentido para mí. La única frase que llegué a entender no parecía que proviniera de ella.
—No te vayas. Por favor no te vayas...
No sabía si se refería a mí o si se lo decía a alguien más. Los espasmos no le dieron tregua, la fuerza de sus manos agarraban las sábanas en forma de puños, con una máscara de agonía en sus bonitas facciones que le desfiguraba toda la esencia de mujer fuerte y atrevida tan características de ella.
No tuve el valor de dejarla sola.
Al día siguiente le dije a Wen que avisara quefaltaría al trabajo. Ella no preguntó por qué ni me recriminó, hizo lo que lepedí sin ninguna otra explicación.
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