CAPÍTULO 49

—Está limpio —dijo el guardia de seguridad al terminar de revisar mi mochila.

La tensa sensación que había experimentado cuando Layla me la había arrebatado no me dejó hasta que los guardias me devolvieron mis cosas. Intenté pensar de manera positiva, al menos ya no me revisaban de forma tan concienzuda. Había transcurrido mucho tiempo desde lo del escape de Layla que ahora sus rostros eran de pleno aburrimiento.

No obstante, cuando pasé más allá de la puerta de entrada, y esta produjo su sonido de cierre tan característico, sólo avancé un par de pasos antes de detenerme a unos metros donde la gran estatua de la mujer de piedra se exhibía. Nunca dejaba de escupir agua de los pechos desde que la había visto, manteniendo esa posición sensual como único recibimiento. Por su parte, las plantas y las flores de Liz a mi alrededor seguían descansando tan pacíficamente a pesar del clima helado. El sonido del riachuelo correr y el brillo del sol en lo alto, todo ello me decía que el mundo continuaba siendo el mismo. Nada en mi rutina estaba alterado.

Entonces, podía gustarme Derek, y siempre y cuando lo mantuviera en secreto, permanecería alejada de los problemas. El haber sido consciente de estos nuevos pensamientos que giraban a su alrededor no tenían que convertirse en un impedimento para mis planes. En mi experiencia, sabía que la gente podía gustarse un día tanto como dentro de una semana aborrecerse. Era lo común. Mi caso no sería distinto.

Sin embargo, los ojos de la estatua de la mujer de piedra no parecían pensar lo mismo.

—¿Y tú qué me ves? —le repliqué. La mujer no me respondió, y sintiéndome como una total idiota acomodé el peso de mi mochila al hombro, y con más energía de lo usual proseguí mi trayecto a la entrada de la casa.

En el interior identifiqué una melodía suave que provenía de la cocina. Tiana había estado cantando muy seguido, con una entonación demasiado triste que no era muy característica de ella. Sabía que desde lo de Emily, toda su alegría jovial y la calidez que emanaba se habían apagado. Desde nuestra última conversación en su habitación, descubrí en ella un vacío terrible, uno que ninguna de nosotras por más que nos hiciéramos llamar sus hermanas lo llenaría.

—¿Sam? —la cabeza de Anne se asomó en la cima de las escaleras—. Excelente. ¿Qué esperas? Necesitamos checar lo de ya sabes qué con ya sabes quién.

Cierto, el asunto de Wen. Dediqué una rápida mirada a la cocina mientras me dirigía rumbo a las escaleras. Aunque deseaba pasar un rato con Tiana, cuanto antes terminara con ese otro pendiente mejor.

Descubrir si Wen era la que estaba mintiendo. Era un buen método para reducir el número de sospechosas, pero conservaba mis dudas de cómo lo conseguiríamos, en especial, para convencerla de que no nos delatara ante Lucian una vez que la exhibiéramos.

—Te estuve esperando desde hace horas —cuchicheó Anne, escudriñando hasta la última esquina del pasillo—. He estado pensando en lo que podríamos hacer y luego...

—Anne, deja que acomode mis cosas y me cambie de ropa. Vengo cansada.

Titubeó. Escaneó mi rostro y cuerpo completo.

—Se nota. Tienes los ojos más decaídos de lo usual.

Ya en nuestra habitación, dejé caer mi mochila en la cama y procedí a quitarme el uniforme. Escuché a Anne colocar el seguro y dar un rebote entre los almohadones. Le eché un vistazo breve y me acordé del tiempo en el que sólo la veía dormir hasta altas horas de la tarde. ¿Habría sido eso una fachada al igual que su aparente desinterés ante cualquier tema?

—Te decía, he estado pensando en lo que podríamos hacer para acorralar a Wen y se me ha ocurrido una idea brillante.

—¿Ah sí? ¿Cómo cuál?

Hice volar los zapatos contra una esquina mientras buscaba una mudada de ropa. Tuve que cubrirme con los brazos a causa de una repentina corriente de aire frío que me enchinó la piel. Miré a la derecha y me encontré con nuestra ventana abierta.

Y mi mente se llenó de imágenes repletas de un suéter beige.

Sacudí la cabeza. Tenía que esforzarme en pensar en otra cosa.

—...en su habitación y husmear entre sus cosas. Debía haber algo que...

La cerré de un golpe y con ella esperaba que se alejaran los pensamientos insignificantes.

Pero una imagen llevó a otra, y me imaginé esa estúpida sonrisa torcida.

Por los amantes, ¡adiós! ¿Dónde había quedado la Samanta que Liz dijo que no podían adivinarle los pensamientos, que parecía ajena a todo cuanto le ocurría? Debía estar escondida en alguna parte de esa habitación, retraída porque mi otra yo no había sido lo suficientemente dura para devolverle el libro a Derek y evitar toda esa situación, por no decir, de la infinidad de veces en las que no me atreví a negarme a muchas de nuestras conversaciones. Si tan sólo pudiera volver a ser la de antes.

—...y ya sabes, he estado enamorada de la misma persona durante...

—Espera, ¿qué? —me giré hacia Anne.

—¡Ajá! No estabas escuchando.

Me la quedé mirando confundida.

—Sí lo hacía.

—Sam, mirabas esa ventana como si te hubiera hecho algo malo. Desde aquí oía tus sonidos de animal enjaulado. ¿Por qué finges lo contrario?

—Yo... no estaba... —resoplé—. Olvídalo.

—¿Segura que te sientes bien para esto?

—Estoy perfectamente —tomé una prenda al azar, pasándomela por la cabeza—. Sólo es el cansancio.

—¿Estás segura? —asentí solemne—. De acuerdo, ¿y por qué has decidido usar esa playera al revés?

Reparé en lo que llevaba puesto, y sentí que se me enrojecían las mejillas de vergüenza.

—Es el cansancio —repetí, aunque sin tanta energía.

—No me digas.

—Anne, repíteme cuál es el plan que me estabas relatando —dije recolocándome la prenda—. Como ves, no estoy del mejor humor.

—Ninguna de nosotras ha estado del mejor humor estas últimas semanas —en eso le daba razón—. Pero tú, no sólo has estado decaída, sino demasiado distraída. ¿Qué te pasa últimamente?

—Nada, todo está bien. ¿Vamos a seguir con lo nuestro o no?

—Yo estoy muy mentalizada en ello, pero dudo que tú puedas decir lo mismo.

—¿Te echas hacia atrás entonces?

—Sam, ¿qué pasa?

—¡Nada! No me pasa nada en absoluto. ¡Estoy bien! —Anne se cruzó de brazos y entrecerró los ojos—. ¿Algo más?

—Sólo respóndeme algo, y si consigues convencerme continuamos.

—¿Qué?

—¿Por qué traes tu mochila?

—¿Mi mochila?

—La envuelves en tus brazos cuando estás en tus peores días. Varias noches te he encontrado aferrándote a ella después de que Lucian te obligara a hacer algo con algún cliente. Siempre haces el mismo ritual, —tomó la mochila y sentí que me tensaba—. Detestas que alguien más que no seas tú la toque, ¿esos no son tus hombros endurecerse? —la dejó en su sitio y me relajé—. Te pasa algo malo, sacas tu mochila y usas esa caja negra de dulces. Así que, Sam, ¿por qué la traes hoy?

Sus preguntas tenían buena base, y aunque odiaba que me interrogaran como ella lo estaba haciendo, no le vi nada incómodo el contestarle. La realidad era que la había llevado para cargar los libros de Layla. No existía más secreto que ese. Así que se me hizo fácil responderle con la mitad de la verdad.

Anne examinó mi cara a detalle mientras daba mi pequeña explicación. Sabía que no me estaba creyendo del todo, en sus ojos noté que intuía que le guardaba un secreto, pero me negaba a revelárselo a esas alturas. No con todo lo que estaba sucediendo entre nosotras.

—¿Eso es todo? —preguntó finalmente.

—Es todo.

—Eso no explica por qué has llegado tan huraña.

—Ya te lo dije, estoy cansada. El café se ha llenado de gente de la noche a la mañana. Ha habido mucho más ajetreo estos días.

Dejó pasar uno segundos.

—Vale, te creo.

Suspiré de alivio dentro de mi consciencia.

—Entonces —recuperé mi mochila y saqué los libros. Ya se los devolvería a Layla después—. ¿Cuál es el plan?


Anne era pésima para crear planes.

—¿Segura que funcionará? —inquirí escéptica.

—Haremos que funcione —se agachó a la altura de la perilla y sacó un sujetador para el pelo—. Sólo así sabremos qué puede incomodar tanto a Wen como para obligarla a confesar.

—Meternos a su habitación. ¿No crees que ella se encuentre ahí justo en este momento?

—Negativo. He estado espiando todos sus movimientos durante el día de hoy. Ahora mismo el pájaro no está en el nido —giré medio cuerpo en su dirección—. ¡Tú no apartes los ojos de las escaleras!

Volví la mirada.

—¿Qué es eso del pájaro y el nido?

—Lo vi en una película. Sonaba bien en mi cabeza.

Bufé, aunque también estuvo a punto de escapárseme una risa.

—¿Y qué significa?

—Que ahora mismo ella está con ese hombre cara de pito en el jardín o en su oficina. De todas formas, Wen no sube hasta que se acercan las horas activas.

—Si tú lo dices. No siempre es así.

—Y por eso tienes que vigilar. Además, esto se me está dando fatal.

Esperé a encontrar alguna señal de Wen, incluso del mismísimo Lucian, pero el pasillo estaba tan vacío que me dejé confiar por lo que Anne decía. Aun así, la idea de ser atrapadas en el apto, era una situación un tanto arriesgada.

—¿Qué pasa si se aparece y has abierto su puerta? —pregunté insegura—. ¿No sospechará cuando...?

—Por mucho que lo quiera presumir, esa mujer suele cometer sus errores. La hubieras visto en los preparativos de la fiesta, en más de una ocasión parecía olvidársele hasta de lavarse el pelo. Sólo es meticulosa con los detalles cuando se trata de números y secretos de belleza. Fuera de eso, su cerebro no es muy diferente al tuyo y mío, distraerla no será un problema.

—¿A qué te refieres con eso de su cerebro?

—Que es tan pequeño que sólo nos funciona para comer, dormir y defecar.

Y ahí sí que solté una carcajada, lo que me obligó a taparme la boca de inmediato.

—Anne, estamos en medio de una supuesta infiltración a la habitación de la que podría ser la traidora del grupo, evitar que continué delatándonos con riesgo de que se entere nuestro amo, no es momento de chistes.

—No es un chiste —guardó una pausa—. Bueno, puede que lo sea, pero eso no le quita que también sea verdad.

Negué, todavía con la sonrisa nerviosa pegada en la cara.

—Me recordaste a algo que hablé con Liz hace tiempo.

—¿Sobre qué?

—Tuvimos una vez una charla muy interesante —a pesar de que había transcurrido mucho desde entonces, pude recordar algunos fragmentos de la conversación—. Ella confesó que podías hacer muy bien el papel de una planta carnívora.

—¡Ja! Pues no le falta razón.

—Aunque poco después aclaró que eras una betónica.

—¿Una qué?

—Una betónica.

—Un nombre bastante raro y difícil de recordar, me gusta.

—Es una especie de flor. Tú eras betónica, Wen la gardenia, Tiana un clavel blanco y Miriam creo que era...

—Sam, concéntrate. O al menos deja que me esfuerce, esto no es igual de sencillo como lo enseñan en la ficción.

Preferí hacerle caso. Nuestro plan ya poseía suficientes cabos sueltos como para resultar desastroso; sin embargo, no vi ningún rastro de Wen durante ese tiempo, lo cual fue un alivio, pues mi papel consistía en retrasarla lo suficiente para que Anne indagara en su alcoba y sacar el máximo provecho posible. ¿Cómo lograría eso?

Cuando por fin volví a escuchar a Anne, fue con el apagado sonido de la puerta desbloqueándose.

—¡Listo!, ahora solo tenemos que... —se detuvo—. Mierda.

—¿Qué? —me giré alarmada hacia ella—. ¿Qué pasa?

Karla, con los brazos cruzados, nos dedicaba una mirada reprobadora.

En efecto, mierda.

—Oh, no se detengan por mí. Continúen en donde se quedaron.

Anne se levantó como resorte.

—Será un placer —dirigió una mano al picaporte y Karla le propinó un manotazo—. ¡Oye! Por una vez deja que tus actos demuestren tus palabras.

—Eso hago —le quitó el seguro para el pelo y reacomodó la puerta de Wen—. Les dije que no las ayudaría a señalar culpables.

—Entonces vuelve a tu cueva de humo y déjanos tranquilas.

—No las ayudaré —subrayó—, haciendo de oídos sordos sabiendo lo que hacen. Tenemos un acuerdo, ninguna de nosotras husmea en la habitación de nadie. Sin permiso.

—¿Y qué pasa con la vez que Tiana me sacó de mi propia habitación, eh? Ahí sí que no replicaste nada.

—Eso fue distinto. Se preocupó por la salud de Samy y yo estaba allí.

—Oh claro, eso me hace sentir mejor. Tener a Cruela de Vil durmiendo en mi cama. Por no decir que yo pasé noches cabeceando en el ático más polvoriento del país.

—Tiana te ha pedido disculpas. Y también yo —esto último hizo que Anne apretara los labios. Karla se volvió hacia mí—. Les debo una disculpa a las dos y a las demás, pero no es el momento adecuado. Ahora que estás aquí puedo hablar con ustedes sobre algo importante.

Nos señaló su habitación.

—Dime por favor que la has fumigado —se quejó Anne.

—Con tanto perfume que apesta.

La otra gimió.

—Ya qué. Vamos Sam, tendremos que posponer nuestro plan.

Y así nos encaminamos a la recámara de Karla. Al pasar a su lado no pude evitar mirarla de reojo, porque en todo ese rato, se había mostrado tan cansada, débil y agotada.

Igual que yo cuando llegué.

—Esta caja no es de Miriam.

Karla acarició el cofre casi con reverencia. Las demás nos limitamos a esperar a que siguiera hablando, aguardando a que abandonara sus cavilaciones para terminar de explicarnos la razón por la que nos había citado.

—¿Y? —presionó Anne—-. ¿De quién es? ¿Por qué la tenía ella?

Karla tomó aire lentamente.

—Ustedes saben que yo inicié en el negocio de Lucian antes que cualquiera. A cada una les conté sobre todas sus reglas, los tipos de clientes y lo que a él le aborrece tanto como lo que le place. Les he compartido muchas cosas, —acarició el grabado de la superficie de la caja, una flor invertida con cinco pétalos—. Pero les he mentido en varias de ellas y en algunas otras más.

—Nada nuevo —dijo Anne. Le di un codazo—. ¿Qué? Es cierto.

—Deja que termine —le riñó Liz.

—Soy la culpable de que muchas de ustedes se encuentren aquí —continuó Karla, haciendo caso omiso de la interrupción—. Y también me responsabilizo de cada una de las que ya no están.

Algunas de nosotras quisimos detenerla, pero ella habló antes de que tuviéramos tiempo de hacerlo.

—He hecho lo que he podido, pero me temo que no ha sido suficiente —tragó saliva y cerró los ojos—. Recito sus nombres cada noche, en sueños. Anne, Elizabeth, Gwendolyn...

Para mi sorpresa, hasta Anne intentó intervenir también.

—Karla...

—...Sofía, Miriam, Tiana, Lia, Emily, Samanta. A algunas dejé que se las llevara, a otras... —se mordió los labios—. No pude.

—No te culpes por lo de Em —alegó Liz, queriendo razonar como siempre—. Nadie lo hace.

Pero ella la ignoró.

—Me limité a ponerlas a salvo. Si fue altruismo o por un deseo egoísta, ya no estoy segura. Pero sí sé que desde lo de Em, he pensado mucho en lo que debería hacer —Karla abrió la caja, luego clavó sus ojos azules en cada una de nosotras—. Lucian se ha vuelto cada vez más peligroso y atrevido. Lo sucedido con Sam sólo ha conseguido ponerlo de los nervios, y lo ha obligado a moverse en una posición en la que reacciona por impulso en vez de calcular su siguiente movimiento. Ya ni siquiera podemos fiarnos de los tratos y él lo sabe. La forma por la que esto sucedió carece de importancia, pero es cierto que desde lo de Emily, he llegado a la conclusión de que es hora de abandonar este lugar bajo el costo que sea. Por muy duro que termine siendo para mí lo siguiente que voy a decirles —cerró los ojos, respiró profundo, y volvió a abrirlos—. Yo no inventé ninguna de nuestras reglas, y no fundé este sitio junto a Lucian. Ese es uno de mis secretos. No fui del todo, la primera.

—Entonces, ¿quién? —pregunté.

—Halery —murmuró Anne—. Hablas de Halery.

Karla asintió.

—Espera —dijo Liz—. ¿Estás diciendo que esa mujer siempre existió? Creí que sólo era el nombre que le habías designado a la estatua de enfrente.

—Yo creí que se trataba de una antigua integrante —respondió Lia.

—Y yo de una cliente frecuente —dijo por su parte Tiana.

—Creo que la escuché mencionar hace un tiempo —añadí, porque el nombre sí que me sonaba de algo—. Aunque no recuerdo dónde ni cuándo.

—No era ninguna de esas cosas —explicó Anne—. Aunque con lo poco que sé, bien podría ser todas ellas.

Era muy extraño.

—¿Y quién es? —insistí.

Karla demoró en responder.

—No lo sé.

—Pero, —Liz miró a Anne—. Tú te refieres a ella como si la hubieras conocido. ¿Cómo sabes...?

—La llegué a ver un par de veces —admitió—. Cuando... Mira, sólo sé que es una persona común y corriente como tú y como yo. Es todo.

—Halery me enseñó todo lo que les he enseñado a ustedes —continuó Karla—, y un par de trucos más.

—¿También sobre la actuación? —pregunté.

Dio una pausa.

—No. Eso me temo que es mío. El caso es que Halery tuvo mucha influencia en la creación de este lugar. Y en Lucian.

Liz formó una mueca

—¿Se enamoró de ella?

—Ese hombre desconoce lo que son los sentimientos —replicó Anne—. Mucho menos lo que es el amor. No va con su estilo.

—Jamás supe cómo se conocieron —prosiguió Karla—. Sólo sé que un día, ambos me encontraron y me ofrecieron... este sitio. Tanto ella como Lucian consiguieron que pensara como ellos, que me interesara lo que a ellos les interesaba. Entramos en una especie rara de relación. Y heme aquí.

Procesamos la nueva información.

—¿Y qué le pasó? —indagué.

—Se esfumó. Fue antes de que él se pusiera más controlador. Creo que Halery notó que algo en Lucian estaba cambiando, o puede que él decidiera matarla y jamás llegué a enterarme. Pero supe que no la volvería a ver cuando lo encontré explotar en cólera, mucho más que el otro día cuando las dejó marchar a ti y a Layla.

—¿Y si huyó cómo lo consiguió? —escapar de Lucian como si se tratara de un fantasma, era imposible.

—Nunca pude preguntárselo, pero... sí que me dijo una cosa —sacó de la caja el papelito—. Raras veces hablábamos sin que él estuviera presente, pero pude reconocer un mensaje oculto en nuestra última conversación. Halery dejó pistas. Si algo le sucedía, podía encontrarla por medio de ellas.

—¿Pistas?

Volvió a acariciar el grabado de la flor.

—El signo —dedujo Liz—. Está repartido en muchas partes de la casa. En las puertas, algunas manijas.

—Cajones, muebles —alzó la caja—. Y cofres.

—¿Y qué se supone que debemos hacer?

—En alguno de esos sitios Halery dejó algo, estoy segura —Karla apretó la mandíbula—. Y créanme, he buscado en muchos de estos sitios, pero sólo en aquellos que tengo el acceso. He registrado casi el edificio entero, pero hasta ahora no he encontrado absolutamente nada. Sólo hay un par de sitios que no me he atrevido a recorrer.

—La oficina —deduje.

—Y el aposento de Lucian —terminó en tono tétrico.

Nos quedamos sin saber cómo reaccionar de inmediato.

—Él ya debería haberlo visto entonces —farfulló Liz—. Si es como dices, Lucian...

—No. Estoy segura que él cree que esos símbolos son una simple decoración rudimentaria. Lo he comprobado.

—¿Y qué hacemos? ¿Meternos a su zona radioactiva sólo para encontrar a una mujer?

—Si queremos salir de aquí —dijo Karla—. Necesitamos evidencias. Halery es la única que conozco, la única evidencia a nuestro favor que podemos entregarle a Helga sin que Lucian se entere de ello. Con ella de nuestro lado, quién sabe qué más cosas podría revelar capaz de hundirlo por completo.

—Pero entrar ahí —insistió Liz—. Es una tarea suicida. Puede haber cámaras que no vemos, micrófonos que no sabríamos dónde están. Barb podría esperarnos detrás de una puerta, listo para arrancarnos la piel y jugar con nuestros huesos.

—Tendríamos que tener la información exacta de cada una de las cámaras —admitió Karla—. Yo he intentado contarlas, pero desconozco la ubicación de muchas más, incluso ignoro si tiene una en su propia habitación. Sobre Barb, he calculado que posee un horario fijo, aunque lo rota cada semana de manera aleatoria.

—Aun así es imposible, ¿cómo conseguimos esa información?

Karla nos dirigió una mirada a Anne y a mí llena de significado.

—Wen la tiene.

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