CAPÍTULO 42
—¿Dices que no volvió a aparecer? —inquirió otra vez Anne—. Imposible, ¡tuviste que haber visto algo!
Todas las demás la silenciaron con un dedo.
—Baja la voz —le riñó Liz—. ¿Acaso quieres delatarnos por tu imprudencia?
—Esfuérzate, Sam —insistió Anne, en esta ocasión en tono más bajo—. Alguien que te haya visto diferente, como ayer. ¿Nada fuera de lo común?
Sí lo había, pero no tenía nada que ver con lo de Helga, así que negué con la cabeza.
—También para mí fue frustrante, pero se los aseguro, no hubo nada.
Todas se mostraron decepcionadas. Anne soltó una maldición.
—Maldita sea, debe haber otra forma de contactarla —murmuró furiosa—. Comienza a desesperarme tener el papel de princesa a la cual rescatar.
Esa vez que llegué a casa, temía mucho por la presencia del regalo de Derek. Los guardias, al percatarse del libro, me lo arrebataron para examinarlo con más detenimiento. Había sentido una fuerte presión en el pecho mientras los veía inspeccionarlo. Finalmente, uno de ellos dijo que se lo haría llegar al señor Luc para que él diera su consentimiento.
No se habían comportado tan concienzudos antes de que Layla consiguiera fugarse, por lo que no me pareció extraño. De todas maneras, estaba segura de que Lucian vería con buenos ojos el hecho de que Derek se hubiera atrevido a entregarme un obsequio. Aun así, saber que lo tendría en sus manos me resultaba desesperante.
Después de eso me había marchado con parsimonia a mi habitación, y estaba empezando a redactar mi reporte de ese día cuando la mayoría de las chicas decidieron abordarme para averiguar si había obtenido noticias de Helga. Las únicas que no estaban presentes eran Karla, Wen y Layla. La primera se había mantenido en su habitación a pesar de sus intentos de llamarla. Wen estaba ocupada y bueno, a Layla simplemente no la buscaron.
Todas me llenaron de preguntas sobre cualquier detalle insignificante, y había intentado responderles lo mejor que pude, pero mis palabras sonaban forzadas, ya que lo único que quería hacer era pensar y quedarme en mis pensamientos. Aun así, hice el esfuerzo de contestar a todo.
—Hoy llegaste muy seria —señaló Liz—. ¿Ocurrió otra cosa que debamos saber?
Esa era la pregunta que más me temía.
—No podrán hacerlo.
Nos giramos hacia una recién llegada Wen. Ella había abierto la puerta de golpe, sostenía una carpeta contra su pecho, cerró la puerta y avanzó hasta dejar caer la carpeta encima de la cama, donde nos encontrábamos reunidas.
—Pueden planear todo lo que quieran, pero nada va a ayudarnos contra eso.
Lia tomó la tomó, la abrió y hojeó un momento.
—¿Qué son estos números? —preguntó.
—Sus deudas. Desde hace años y las más recientes. Todo lo que le deben a este lugar.
Casi podía jurar que a todas se nos detuvo la respiración
Lia tomó una hoja, Tiana le arrebató la carpeta y nos fue pasando las hojas que le correspondía a cada una con su nombre. El contenido nos dejó atónitas.
Eran una gran cantidad de números.
—Es mucho dinero —farfulló Liz, repasando de arriba abajo su propia hoja—. ¿Cómo puede ser tanto?
—Eso es lo de menos —contestó Wen y alzó la suya en alto—. ¿Ven lo que hay al final?
—Mi firma —contemplé—. Pero, Wen, yo nunca firmé esto.
—No hizo falta, el señor Luc la obtuvo en el momento en el que todas aceptaron un trato con él —se cruzó de brazos—. Y por eso les advierto desde ahora, que lo que planean hacer es una pérdida de tiempo. Ninguna de nosotras podrá salir de aquí a menos de que cubramos esas cifras hasta el último centavo.
Sopesamos sus palabras y lo que significaban, el peso nuevo que se agregaba a nuestros hombros a sabiendas de que era imposible para nosotras pagar una cifra de tantos dígitos, no con lo que hacíamos, y a pesar de que era la única que trabajaba, mi pobre paga de mesera en el café tampoco completaría algo parecido. Era una locura.
—Si Helga consigue, de alguna extraña manera sacarnos de aquí —siguió diciendo Wen, en voz tan baja posible que hicimos esfuerzos por escucharla—. Esto nos seguirá uniendo al señor Luc.
—¿No hay una manera de limpiar este historial? —inquirió Liz—. Algo que podamos hacer, una salida.
—La única salida viable es pagando con nuestro trabajo en las horas activas —contestó—. Pero gran porcentaje de las ganancias se va a los bolsillos de nuestro dueño, por no mencionar todas las comodidades, intereses y gastos extra que han acumulado durante este tiempo, y que muy seguro seguirán sumando a esos dígitos. En pocas palabras —tomó su hoja y la acomodó en el sobre, pidiéndonos que le devolviéramos las nuestras—. Estamos atadas por la ley o sin ella.
Me entró la desesperación. No, tenía que haber un error.
—Debe haber una solución —solté.
—Si tienes alguna idea me gustaría escucharla —dijo acomodándose el folio bajo el brazo—. Pero de antemano sé que sonara estúpida e irracional, así que ahórrate las palabras.
—Yo nunca firmé esos papeles —insistí—. Debe haber algo ilegal en ello, no puede...
—El señor Luc te ha demostrado y al resto de nosotras que sí puede obtener lo que desea. Tú y tus ideas fantasiosas sobre salir no cambiarán nada. Así que, o le adviertes a Helga que sacarnos de aquí será en vano, o no tardaremos en regresar con las cabezas agachadas al darnos cuenta que perdimos contra él y su abogado financiero, y recibir un trato peor del que ya tenemos. ¿Qué prefieres?
Sentí todos los pares de ojos puestos en mí.
—Intentarlo.
Eso la conmocionó, pestañeó varias veces para luego arrugar la nariz.
—Estoy de acuerdo con Samy —apoyó Liz. Wen la fulminó con la mirada—. Debemos intentarlo.
—Elizabeth, ¿acaso no vistes tu propia lista de números?
—La he visto, Wen —sentí la mano de Liz tomando la mía—. Y sigo estando a favor de Sam.
—Es aterrador —farfulló Lia—. Ni siquiera tenemos idea de qué hará Helga para sacarnos de aquí.
—Si es que lo hace —le corrigió Wen—. Amantes, ¡piensen por una vez con la cabeza!
—Eso hacemos —intervino Anne—. Pero comienzo a pensar que tú no.
Wen la enfrentó apretando las manos, sin darse cuenta que arrugaba la carpeta en el proceso.
—Tú ni siquiera has pensado en nosotras en todo este tiempo —le acusó—. Yo he estado detrás de las finanzas de esta casa, esa cifra no miente. ¡¿Con qué piensas que pagaremos?! ¿Con tocar un teclado de plástico?
—Algo se nos ocurrirá, hemos superado pruebas más difíciles.
—¡Pero no algo tan grande como una deuda de cinco años! —nos corrió a todas con la mirada, desesperada—. Sé que tienen mucho qué desconfiar de mí, creen que soy el perro del señor Luc y lo admito, pero si siguen con esta guerra perderán.
—Wen —le llamé, y se enfocó en mí—. Todo saldrá bien.
Apretó la mandíbula.
—¿Eso quieres hacerme creer o quieres pensar que será así?
Las contemplé a todas, miré ese folio por última vez con cierto recelo, pero mantuve mi postura, no me quedaba de otra.
—No sé qué pasará si seguimos con esto, sólo sé qué ocurrirá si no lo hacemos.
Abrió y cerró la boca. Al final, se dio la vuelta con extrema furia.
—Sabía que no debía perder mi tiempo con ustedes —masculló antes de cerrar la puerta de un portazo.
Las demás nos quedamos en un ambiente incierto, pues a pesar de mis valientes palabras la realidad volvió a golpearnos, recordándonos que nada sería tan fácil para nosotras, no con Lucian al mando.
No se me iba de la cabeza el argumento de Wen, mi propia cantidad de números exorbitantes o la desesperación por buscar más opciones para hallar a Helga.
Pero lo más estúpido de todo, y que abarcaba cada esquina de mi confundida mente, era mi despedida con Derek. Cada vez que lo recordaba el corazón volvía a latirme con fuerza, y reprimía el movimiento de mi mano queriendo dirigirse a mi mejilla.
Más tarde, al hacer mi reporte, tuve que concentrarme mucho en lo que estaba escribiendo, ya que lo único que pensaba que valía la pena escribir era el asunto del pequeño beso.
"No seas tonta", me dije a mi misma, "concéntrate en lo que debes hacer. No más distracciones".
Pero en cuanto redactaba me quedaba en blanco, y nuevamente pensaba en Derek, en su emoción y en el libro, que me pedía a gritos que lo recuperara, lo abriera y lo leyera.
Sin embargo, terminé con lo que tenía que hacer y me preparé para las horas activas.
—Sam —Anne estaba buscando de nuevo entre sus cajones de ropa—. ¿No has visto mi blusa de tirantes?
Dándome cuenta que me había perdido de nuevo en mis ensoñaciones, me obligué a moverme junto con Anne para ayudarla a buscar lo que necesitaba. Tardé más de lo necesario, rebusqué entre la ropa más de una vez porque de pronto me sentía perdida al no saber muy bien qué hacía. También batallé con el maquillaje y el peinado porque no lograba que quedara como Wen me lo había especificado.
—¿Qué es lo que te ocurre esta noche? —indagó Anne, ayudándome al ver que no encontraba la forma del pelo—. Estás demasiado torpe. Normalmente lo haces todo como un autómata, pero sabiendo qué hacer.
—No es nada.
—Ajá, ¿segura que la enorme cifra en tus papeles de deuda no tiene algo que ver?
Anne creía que estaba así por lo de los números. Bien.
Como no le había respondido, eso le dio espacio a sacar sus propias conclusiones.
—Deja que Wen se erice por eso, a esa mujer le estresa la idea de carecer de utilidad una vez que nos libremos de Lucian, sólo busca intimidarnos más de lo que ella ya está intimidada, ¿comprendes? —asentí—. Fue bueno que te mostraras muy segura, sobre todo tú debes de estarlo, eres nuestro puente entre Helga y estos barrotes. Por ningún motivo debes distraerte, así que espabila ya y actúa como si nada hubiera ocurrido.
Me había vestido en una especie de kimono vulgar, aunque seguía siendo demasiada tela que daba calor, y tan pesada que tuve que hacer mucho esfuerzo para cuadrar bien los hombros. Me había aclarado el rostro con un poco de polvo y tenía el peinado lleno de trenzas pequeñas y tiras de pelo dispersas en todas direcciones. Era lo más parecido a una geisha que se podía esperar. Me sentía ridícula, sobre todo porque era como si hubiera cubierto mi rostro con harina. ¿Sería que al cliente no le habría gustado mi cara lo suficiente como para valer el costo que Lucian le cobraba? Debía ser eso.
Siguiendo con la rutina, Wen dio las últimas instrucciones y cada quien se dirigió a su respectivo puesto asignado. Esta vez mi lugar de trabajo no sería en las habitaciones activas, sino en una zona de la parte trasera del jardín. La única decoración con la que este contaba eran unas lucecitas blancas de navidad junto con unas lámparas de papel que se asemejaban a un estilo oriental, un decorado hecho con la poca creatividad que habíamos logrado reunir para cumplir los caprichos del pedido. De todos modos, Lucian no nos exigía ser tan imaginativas como Helga y sus ayudantes, pero no por ello nos preocupábamos de bajar la guardia con respecto a eso.
Por los amantes, qué cansado era tomar el lugar de nuestra ama de llaves. Debía agradecérselo en cuanto la viera de nuevo.
Recorrí el caminillo de luces hasta que llegué a una mesa al aire libre con algunos manteles blancos, un lujoso juego de tazas de té y galletas. El aroma del incienso me llegó a la nariz, pero a diferencia del humo que había en la habitación de Karla, este me pareció más agradable.
Mi cliente estaba sentado con los brazos cruzados. Se le veía serio, pero noté que me recorría de arriba abajo y que mi aspecto le complacía.
Hice una reverencia al estilo oriental.
—¿Ha esperado mucho, señor Wilson?
El hombre no me respondió, pero me hizo una seña para que tomara mi lugar.
Y que empezara la actuación.
Interpreté mi papel de mujer elegante, fina y de rasgos asiáticos, arrugando y cerrando los ojos lo más que podía para que fuera creíble, pero no tan exagerado como para ser una mueca. Repasé todo lo que había tenido que memorizar sobre las etiquetas orientales, e incluso recité un pequeño haiku para deleite del hombre. Más que todo charlamos amigablemente, y él actuó como si en verdad se hubiera transportado al otro lado del mundo.
Fingí una ceremonia del té, la cual se me hacía la parte más difícil puesto que no lo había entendido del todo entre tantos detalles que había. Sin embargo, esto no pareció molestar a mi cliente, y en cuanto acabé para darle un sorbo a mi taza, el espectáculo dio pie a la siguiente parte de mi actuación.
Una vez acabada la bebida el cliente me invitó a sentarme entre sus rodillas. Lo abracé del cuello mientras él acunaba sus manos en mi trasero y aprovechaba el corto del kimono para buscar un acceso y meter la mano.
—Hueles bien —susurró contra mi oído—. Adoro tu perfume.
Reí.
—¿Le gusta? —acerqué mi piel más a él—. Pensé en usted mientras me lo aplicaba.
—No es cierto.
Me tensé. Miré el rostro del cliente. Hasta ese momento había sido el de un tipo normal, un tipo de rostro desconocido que no tardaría en borrárseme de la memoria. Pero ese rostro ya no estaba.
En su lugar, era Derek quien me miraba.
—Pensabas en mí —sonrió.
Me aparté como si quemara.
—¿Qué pasa? —preguntó el hombre, de nuevo con el rostro que le pertenecía, mirándome confundido—. ¿Dije algo malo?
—N-no. Disculpe señor Wilson, creo que la bebida me ha pasado mal.
Sacudiendo un poco la cabeza, espanté los pequeños escalofríos y me acerqué al hombre dispuesta a corregir mi pequeño error.
Lo hice de manera sensual, esta vez alzando la tela para revelar que, en efecto, no tenía nada debajo. Me coloqué con las piernas abiertas sobre su regazo y lo miré de frente. La duda huyó de sus facciones y procedió a acariciarme por toda la espalda. Lo rodeé con mis brazos, pegando mi pecho contra el suyo.
Él agachó la cabeza, hundió su rostro en la abertura del escote y llevé mis manos a su pelo.
Y este me pareció de un color castaño rebelde.
Lo obligué a levantar la cabeza, asustada por comprobar que el rostro fuera el mismo y no mi repentina y muy extraña imaginación.
—¿Qué? —preguntó.
Respiré aliviada. Sí, era el mismo. Y no tenía el pelo castaño, sino negro y lacio.
—Nada —viéndome desesperada, estrellé mis labios contra los suyos y cerré los ojos con fuerza. Si los mantenía cerrados, esas extrañas visiones no tendrían por qué volver a salir.
Sus manos tomaron mi trasero y frotó mis partes íntimas contra su incipiente protuberancia. Sentí su lengua y abrí más la boca para darle el paso a mayor profundidad.
—Sam.
Me alejé de golpe, abrí exageradamente los ojos.
Derek me contemplaba desconcertado.
—¿Qué haces?
Grité.
Lucian no apartó su mirada de mí desde el momento en el que di el primer paso en su oficina.
Escuché a Wen teclear detrás de él, moviendo papeles y acomodando folios. Era el único sonido que resonaba en el sitio a excepción del movimiento de mi pie bailoteando contra el suelo. Pasaron largos minutos hasta que Karla apareció, momento en el que pude por fin tranquilizarme. Ella me buscó con la vista y al cruzar sus ojos con los míos, desconcertados y preocupados, preguntó:
—¿Qué pasó?
Miré a Lucian, él seguía en su misma postura con los codos sobre la mesa, los dedos de sus manos juntos y evaluándome en silencio. Karla se dirigió a Wen.
—Me dijiste que viniera cuanto antes, dime qué ocurrió.
Wen no le dirigió ni siquiera la mirada, echó un vistazo a Lucian y este asintió. Sólo así le habló:
—Samanta ha hecho que perdiéramos un cliente.
Karla arrugó el entrecejo.
—¿Y eso qué significa?
—Se ha ido —explicó—. Mostró una queja y nos ha obligado hacerle un rembolso. Afortunadamente ya había firmado un convenio en el que estaba de acuerdo de que sólo le devolveríamos un pequeño porcentaje por si algo... no había salido de acuerdo a lo que pidió.
Karla se quedó sin habla y me miró con una expresión de "¿Y ahora qué hiciste?" que no pude responder.
—¿Qué procederá? —indagó. Sentí un escalofrío, pues aunque aquello nunca nos había ocurrido, era demasiado grave como para que no fuera merecedor de un castigo.
Pero Wen titubeó, y echó un vistazo a Lucian. Ambas se fijaron en el hombre serio que seguía diseccionándome en silencio. Él se dio su tiempo a responder:
—Pásame su archivo.
Wen obedeció sin titubear y rebuscó en una gran carpeta, plástico tras plástico, hasta encontrar lo que él le había pedido. Le entregó unos papeles que parecían haber sido impresos recientemente, por lo impolutamente conservados que se veían.
Lucian movió los dedos con mucha agilidad, pasó una hoja tras otra hasta dar con una de tono rosa. La separó de las demás y la leyó mentalmente. Tuve que aguantar las ganas que tenía de hacerme un ovillo debido a la tensión que se había formado en el aire. Finalmente, asintió:
—Agrégale dos años de intereses, se le cobrara la pérdida de esta noche moneda por moneda —Wen tomó de nuevo las hojas—. No tomes en cuenta el porcentaje del rembolso, quiero que se lo registres como un cliente completo.
Wen procedió a rescribir en una máquina. Karla y yo seguimos esperando a que agregara algo más, pues Lucian había vuelto a clavar sus ojos en mí.
—Señor Luc —empezó Karla—. Cual sea que considere que debe ser la sanción, seré yo la que tome su lugar.
Lucian no le respondió. No obstante, a los pocos segundos, habló carente de tono de voz:
—¿Tienes algo que agregar, Samanta Grove?
Sentí algo parecido a una sacudida.
—No, señor Luc.
—¿Ni siquiera intentarás defenderte? ¿Justificar lo que pasó? —tragué saliva y negué con la cabeza—. Podría tomar tu hoja de contrato y romperla en dos justo ahora, incluso mandar a llamar a mi asistente y dejar que él se encargue de ti. ¿No intentarías suplicar clemencia?
Karla intervino:
—He dicho...
—No interrumpas.
Ella se quedó petrificada, pero entrecerró los ojos en su dirección.
Muy poco convencida de mi respuesta, respondí:
—No lo sé. Si sirviera de algo lo intentaría.
—¿Y si no?
—Volvería a intentarlo. Me esforzaría en hacer otro trato con usted.
Alzó una ceja.
—Una respuesta convincente —se puso de pie—. Déjenos.
Wen y Karla se quedaron unos segundos de piedra. Noté que Karla pretendía alegar otra vez, pero una nueva mirada a mis ojos de alguna manera la hizo vacilar. No quería que ella interfiriera por mí esta vez, aunque lo deseara, pues ya lo había hecho varias veces.
Wen fue la primera en obedecer. Reacia, Karla le siguió.
Y nos quedamos solos.
—Sabes el problema en el que estás —comentó Lucian cruzándose de brazos—. ¿Qué piensas hacer?
Miré mis manos antes de responder.
—Lo que sea.
—¿Cualquier cosa? Podrías ser más específica.
Cerré los ojos. Sabía lo que él deseaba escuchar. Si Lucian quería recordarme todo lo malo que había hecho, se lo diría.
—Repetiría todo.
—¿Cada paso? ¿Cada decisión, cada palabra?
—Cada una de ellas. Engañar a Karla, engañar a alguien más. Haría cualquier cosa que usted dijera con tal de regresar a nuestro trato.
Permaneció largos segundos en silencio.
—Me sorprendes, Samanta.
Abrí los ojos aturdida, creyendo que se estaba burlando de mí. Pero no, Lucian me observaba con verdadero interés.
—No dudo que lo harías —ladeó una sonrisa—. Pero tengo otros planes para ti, e infundirte un castigo los retrasaría, por muy tentador que fuera. Por lo pronto puedes irte.
Me le quedé viendo sin poder creer que fuera el mismo hombre que había explotado de cólera días atrás. Él se dio cuenta que me había quedado confundida, por lo que me señaló con un brazo la salida.
Afuera Karla me estaba esperando con impaciencia. Sin embargo, por un momento ambas nos quedamos en nuestro sitio, muy desconcertadas por lo que acababa de pasar. Ya muy lejos del pasillo y caminando los corredores que faltaban para llegar a la recepción central, Karla replicó:
—Ahora sí, explícame qué rayos fue lo que pasó. Y nada de quedarte callada.
—Me dejó ir —respondí, todavía sin poder creer lo que había pasado.
—No, quiere hacerte creer que eso fue todo —miró a todos lados, me tomó del brazo y me arrastró a una puerta de la cual, como la noche que buscamos a Anne, reveló un colgante con diversas tarjetas, pasó una por el escáner y me empujó adentro, luego se cercioró de cerrarla dejándonos solas en una habitación vacía, con sólo un par de cajas polvorientas.
—Quiero escucharte hablar —dijo en tono que no aceptaba réplica—. Ahora.
—No lo sé —respondí.
—Sam, estoy hablando muy en serio.
—Y yo también —me recosté contra la pared y me alboroté el pelo. El maquillaje ya me lo había lavado, y sólo vestía el tonto kimono sin ropa interior debajo—. En serio, no tengo idea de lo que pasó. Estaba haciendo lo de siempre y de pronto...
—¿De pronto qué?
—Sólo grité.
—¿Quieres verme la cara de tonta?
—Karla, te digo la verdad. Estaba concentrada en el cliente, cuando entonces su cara se transformó a... otra cosa.
Ella me examinó con severidad, un poco confundida por lo que le estaba contando, luego suspiró y se colocó a mi lado.
—Has estado bajo mucha presión y estrés, creo que no he sido justa contigo.
—Tampoco te estoy culpando.
—Lo sé —jugueteó distraída con las tarjetas—. Primero lo de Helga, y encima él te está exigiendo hacer algo muy horrible. Además de que has corrido más riesgos de recibir un castigo estas últimas veces de lo que sería normal. Así que tiene sentido lo que dices.
—¿Por qué me dejó ir? —insistí, todavía sin podérmelo creer.
—No lo hizo, agregó más años a tu deuda.
—Sí, pero ¿sin azotarme? Ni siquiera me tocó después de que el cliente se marchó, sólo se quedó ahí, mirándome. ¿Qué significa eso?
—No lo sé, pero no debe ser bueno para ti, eso sí puedo responderte.
Estaba realmente confundida.
Karla se irguió y avanzó hacia la puerta.
—Ven, tenemos que ir a dormir.
Cuando abrió de nuevo, me atreví a preguntarle.
—¿Por qué no fuiste a cenar ayer?
—Me dolía la cabeza.
La seguí todavía desconcertada por lo sucedido, sabía que algo se me estaba escapando de las manos con Lucian, lo presentía. ¿Habría sido por lo de la llamada? ¿Estaba él, de alguna manera, complacido porque mostraba avance en mi falso intento de atraer a la chica? Dudaba que fuera el caso, tomando en cuenta que lo había hecho perder tanto dinero, pero con él nunca lo sabría. Lucian parecía estar usándome como una pieza de su morboso juego de ajedrez, y yo, ignorante a todo, me movía a su capricho tal y como él quería. Y luego lo de mi padre...
Me detuve, miré a Karla avanzar antes de desviarse en una esquina y escupí:
—Tú sabías que mi padre estaba aquí —ella se quedó de piedra—. Sabías que Lucian podía llamarlo en cualquier momento y nunca me lo dijiste.
—Lo había olvidado.
—¿Y que supiera de él y de este lugar antes de que me ayudaras a escapar también?
—Sam, eso ya pasó.
—Me estás exigiendo que responda a tus preguntas, contesta las mías ahora.
Exhaló con fuerza, hundió los hombros y se dio la vuelta.
—No, no fue una coincidencia. Y sí, yo lo sabía desde siempre. ¿Eso querías oír? —vio que sus respuestas, en efecto me habían dolido. No por lo que significaban, sino por la manera cansina en la que lo había dicho, como sino fuera tan grave. Se corrigió—. Escucha, hemos pasado por mucho estas últimas semanas, tú sobre todo bajo mucho estrés. Vamos a descansar de lo que queda de la noche y ya mañana terminemos esta conversación, ¿te parece?
No estaba de acuerdo, pero no me atreví a obligarla a hablar.
Al subir y separarnos cada una a su habitación,lo hicimos con una frialdad tal, que eché tanto de menos esas primeras semanasen las que ambas dormíamos confiando la una en la otra.
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