CAPÍTULO 40
—Hola, Samanta.
Ese era el momento perfecto para que ocurriera un desastre natural, el mundo decidiera acabarse o simplemente pudiera despertar de una pesadilla, porque me costaba creer que aquello estuviera sucediendo en realidad. Sin embargo, seguía viendo a mi padre. No era ningún espejismo.
—¿Cómo estás? —preguntó.
Y aún no me atrevía a pronunciar ni una palabra.
Se levantó de su asiento, e inconscientemente di pasos hacia atrás. Al darme cuenta tensé la mandíbula y obligué a mis pies a estarse quietos donde estaban, aunque ya era demasiado tarde, había hecho una pequeña muestra de debilidad. No obstante, mi padre se abstuvo de mencionar algo al respecto, me observó con curiosidad y dijo:
—Veo que el señor Luc te ha tratado bien.
No quería hablar con él, no quería respirar en su mismo espacio, pero sabía que no podía irme. Me vería como una cobarde y se suponía que había dejado de serlo, o al menos ya no lo era frente a él. Me armé de valor y me enfoqué en algo, cualquier ancla que tuviera para demostrarle que no huiría, que él ya no tenía el poder de lastimarme.
—¿Qué haces aquí?
—Podría preguntarte lo mismo.
Pero nada podía hacer contra la ira.
Se acercó a una mesa cercana, tan desesperadamente lento que cada pisada me provocó pequeños respingos en la columna, tensándome los músculos. Odiaba que actuara como si no fuera para tanto el que nos hubiéramos reencontrado, haciendo caso omiso de las ganas que tenía de hacerle daño. Alcanzó una copa, tomó el vino y se sirvió una porción más que considerable.
—¿Gustas?
—Respóndeme.
—Esa no es la manera en que mi pequeña debería saludar a su viejo.
—Ya no soy tu pequeña —gruñí.
—No, veo que no —bebió un poco—. Sino el de muchos más. ¿Cuántos exactamente? ¿Uno cada noche desde que huiste? Eso es una gran cantidad.
—Deja de evadir la pregunta, ¿cómo diste con este lugar? ¿Quién te lo contó?
—Esperaba llegar a la parte del interrogatorio después —volvió a sentarse—. De verdad me hubiera gustado un recibimiento más cálido de tu parte.
—¿Cómo qué? ¿Un abrazo? —reí con ironía—. Aún recuerdo tú última muestra de afecto. Duró semanas para que el moretón desapareciera.
—Por favor, ¿en serio todavía me guardas rencor?
—No has respondido a mis preguntas.
—El señor Luc me pidió que viniera. No me dijo por qué, pero alguna razón tendrá —me examinó de arriba a abajo—. Algo retorcido incluso para mi propio gusto.
Su respuesta me dejó demasiado sorprendida, y muy, muy confusa.
—¿Ya conocías a al señor Luc?
—Desde hace más tiempo que tú. Sinceramente te creí en peor estado. Pero mírate: estás sana, vestida, tienes una buena cama y un gran sitio en el que al fin eres libre de moverte. ¿No era eso lo que querías?
—Eres un canalla.
—Aunque te recordaba más educada.
Quería demostrarle lo muy educada que era impactando mis nudillos contra su dentadura. Habría deseado medirme contra él, devolverle cada golpe y cada daño hasta deshacerme de este mal trago que Lucian me estaba obligando a llevar. Iba hacerlo, busqué cualquier cosa con la que pudiera propinarle la paliza de su vida, y demostrar que había dejado de ser la débil Samanta que soportaba todos sus insultos y golpes.
Pero no.
La rabia que sentía al ver a mi padre me estaba cegando de algo más importante, algo que no terminaba de cuadrar. Debía de concentrarme en qué, pero oh, ¡qué difícil era no dejarme guiar por el dolor y todo ese resentimiento! Gritar y llorar por la impotencia de demostrar que ya no me importaba lo que él me hiciera.
—Avísame cuando quieras seguir conversando sin querer cercenarme la garganta. Tengo toda la noche.
—Sólo hasta las doce —escupí.
—No planeaba quedarme de todas formas.
Sintiéndome terriblemente agotada a pesar de no haber realizado nada físico, me recargué pesadamente contra la pared opuesta a él. El vestido, demasiado infantil para mi talla, se alzó por encima de mis rodillas. Observé a mi padre y noté en su muñeca aquel brazalete plateado que le confería como cliente premium, clientes que tenían derecho de hacer con nosotras todo cuanto querían. Entonces caí en cuenta del por qué Wen me había cambiado el atuendo y lo que significaba llevarlo. Reprimí las ganas de arrancármelo de encima.
Mi padre guardó un largo silencio, aunque aún sentía su mirada. Ignorando mi pobre intento de demostrar que era fuerte, respiré con profundidad una y otra vez. Me concentré en mis hombros y lentamente, mis músculos comenzaron a relajarse. Aún sentía mucho odio dentro de mí, pero estaba consiguiendo despejarme la cabeza y al fin logré pensar con un poco con claridad. Volví a mirar a mi padre, pero tuve que apartar la vista porque me di cuenta, que no podía mantener esa calma si lo veía a los ojos. Mientras tanto lo escuché sorber y tintinear los hielos de su copa.
Cuando por fin me sentí segura de haber recobrado la compostura, mi cerebro comenzó a considerar todas las piezas de aquel rompecabezas. Mi padre había dicho que había conocido a Lucian desde hace más tiempo que yo. Podía empezar con eso.
—¿Cómo lo conociste?
Él demoró en responder.
—No en muy buenas circunstancias, me temo. Estaba borracho y veía borroso, pero recuerdo que hablé con él. No sé cómo llegaste a nuestra conversación, pero el caso es que se mostró muy interesado en ti.
—¿Tú sabías desde siempre de este lugar? —me escuché preguntar—. ¿Sabías lo que él hacía aquí y no hiciste nada?
—Bueno, no del todo. Las cosas sucedieron bastante extrañas, pero me había ofrecido un excelente trato y era evidente que ya no querías estar viviendo conmigo bajo el mismo techo. No me pareció un mal tipo de todas formas, así que supuse que sería bueno para los dos.
—¿Bueno para los dos? ¿O para ti?
—Tengo entendido que tuviste la oportunidad de irte al principio, pero supongo que te pareció más atractivo ofrecerte como mercancía en vez de quedarte con tu propio padre, y..., los tristes recuerdos de tu madre.
Que la mencionara me provocó más dolor que el haberlo visto.
—No puedo creer que aún la uses como excusa.
—Piensa lo que quieras —se levantó otra vez, volviendo a la mesa y a la botella de vino—. Pasado ya es pasado. Por cierto, ¿aún guardas esa caja? Cuando limpié tu habitación no la encontré por ningún lado, ni a esa sucia mochila vieja, ¿la has lavado últimamente?
—¿Qué te ha pedido el señor Luc? —le exigí en cambio—. ¿Que sólo charláramos? No te lo creo, estás aquí por una razón distinta, dime cuál es.
—Me da lo mismo si me crees o no —lo escuché servirse de nuevo—. Sin embargo, admito que tiene un excelente vino. ¿Es cierto que ofrecen servicio a la habitación?
—No por lo regular.
—Lástima, procura sugerírselo la próxima vez que lo veas.
Formé una línea con la boca, pero evité soltar una réplica. No estaba logrando mucho intentando conversar con él, ninguno de los dos parecía dar su brazo a torcer en esa discusión. ¿Qué más podía hacer?
Lo escuché moverse, inspeccionando las esquinas de la habitación, aunque no había mucho qué ver.
—Entonces, ¿esto es a lo que te dedicarás? ¿Le has encontrado gusto a lo que haces?
—Deja de actuar como si esto fuera una conversación casual.
—¿Tiene algo de malo que pregunte sobre tu nueva vida?
—No me quedaré aquí —y al instante, me recriminé por soltárselo.
—¿Ah no? ¿Y qué se supone que planeas hacer esta vez?
—He conseguido un empleo —aclaré rápidamente.
—Cierto, el señor Luc me comentó algo al respecto. ¿Pero en serio crees que un sueldo de mesera te saldrá de la deuda? El dinero que me dieron por ti ya lo he gastado, por si querías saber.
—Buscaré la forma. Ya no te necesito.
—Antes sí.
—Antes, cuando no eras un bebedor.
—Soy un bebedor experto —y como si quisiera hacer honor a sus palabras, lo escuché beber su copa de un trago—. ¿Lo ves?
—¿Cuánto tiempo vas a quedarte?
Rogaba por no tener que esperar una hora entera hablando con él. Sentía mucho cansancio, la cabeza quería dolerme y sólo deseaba acostarme y dormir. Ya no tenía fuerzas para seguir discutiendo por nada.
Mi padre no me respondió, se quedó parado en su sitio, como si se sintiera inseguro de qué hacer. Sin embargo, poco después vi sus pies dirigirse a la mesita, removiendo los objetos. No debía ser adivina para saber que planeaba llevarse la botella de vino. Lo único que deseaba era que se alejara de mí.
No volver a encontrarlo nunca más.
Estaba dejando ir la oportunidad de conocer uno de los propósitos de Lucian, lo sabía, pero... no podía con ello, y me odié tanto por sentirme tan débil e incompetente.
Antes de marcharse, mi padre se detuvo unos segundos.
—¿Sabes? Sí te eché de menos los primeros días. Después de todo siempre te pareciste a tu madre —abrió la puerta con suavidad, lo sentí inspeccionando todo por última vez y dijo—. Pero por lo visto, no lo suficiente. Ella no se hubiera rebajado a esto.
—Fuiste tú quien me vendió, ¿recuerdas?
—Como he dicho, tuviste la opción. Al menos durante un tiempo. Ten una larga vida, Samanta.
"Estos son dulces de emergencia. Los usaremos cada vez que te sientas triste, ¿qué te parece ahora? Verás que te harán sentir mejor. Anda, escoge uno, el que creas que te ayudará más. Eso es, ¿a qué se siente bien? Ya no llores mi niña".
Ese es el recuerdo que me golpea al contemplar la caja medio vacía de dulces viejos y duros. Al abrirla caí en cuenta de las pocas veces que me había visto utilizarla en las últimas semanas, a pesar de que la necesitaba más que nunca.
Sin embargo, cuando me llevé un dulce a la boca, descubrí decepcionada que este ya no surtía ningún efecto.
Deslicé la tapa de regreso a su lugar con más fuerza de lo que debía, luego la metí en la mochila, la cual me percaté que tenía varios hilos sueltos y pequeñas basurillas en su fondo. Ignorando el deseo de tirar ambos objetos a la basura, las coloqué en su sitio bajo la cama.
Alguien tocó la puerta.
—Adelante.
Era Wen.
—Necesito el vestido de vuelta —pidió en tono seco—. El señor Luc quiere que lo almacenemos junto con el resto de utilería para ocasiones futuras en la bodega.
Eché un vistazo a la tela derramada en el suelo, y luego se la tendí como si se tratara de un trapo sucio. Wen arrugó la nariz y la envolvió sobre su brazo. Creí que me dejaría en paz, pero entonces para mi propia sorpresa la oí preguntar:
—¿No bajarás? El señor Luc le concedió a Tiana permiso de hacer una cena libre, me parece que hizo tus preferidos, ¿glaseados, me equivoco?
—Estoy muy cansada.
Se quedó un segundo en la puerta, analizándome. Al final la cerró sin añadir más.
Inmediatamente después me recriminé a mí misma mi arrebato de sentimentalismo. Estaba dejando que la situación con mi padre me afectara, como si él todavía estuviera allí. Me obligué a espabilar.
En el pasillo, vi a Wen lanzar el vestido dentro del ático antes de cerrar la puerta. Al girarse, no se mostró sorprendida de verme cambiar de parecer, sino que siguió caminando y pasó de largo como si no estuviera allí.
—¡Pequeña Samy! —Tiana me rodeó con sus brazos en cuanto me vio—. He hecho glaseado, de ese que te gusta —y me ofreció un platillo a rebosar.
—Lo siento, Tiana. En realidad no tengo apetito.
El plato se quedó en el aire, luego lo retiró preocupada. El resto de las chicas me contemplaron extrañadas, pero agradecí que ninguna comentara algo al respecto.
Layla tuvo buen reparo en llegar en ese momento. Su nariz había sido cubierta por un parche pequeño, pero por lo demás se veía igual de bien.
—Qué noche, al parecer con o sin nariz rota sigo ejerciendo cierto magnetismo.
—Es por tus pecas —le respondió Lia. Era de las pocas que todavía intercambiaba una o dos palabras con ella—. Parecen chispas de chocolate.
—Sí, seguro que se debe a eso —Layla clavó una mirada en Wen, cambiando su expresión relajada a una glacial, pero me sorprendí que Wen pasara de ella. Cual sea el acuerdo al que habían llegado pareció funcionar, ya que Layla simplemente se encogió de hombros.
Luego me miró.
—¿Y a ti qué te sucede? ¿Es acaso temporada de depresión en esta casa? Hace poco invité a Karla a que bajáramos juntas, pero se largó a su habitación con el rostro más demacrado que nunca.
—Lo más probable es que sólo haya estado cansada —para mi mayor alegría, Liz apareció. Por un instante me pregunté si de verdad se encontraba tan bien como para bajar por fin, pero en cuanto se sentó a mi lado, apoyé mi cabeza en su hombro sin poder soltar ni una palabra, necesitando de su afecto—. Oye, ¿tan mala estuvo tu noche? ¿O es que echabas de menos verme por aquí?
—Ambas —le contesté, restregando mi frente en la tela de su bata. Me rodeó con un brazo de manera maternal.
—¿Quieres compartírnoslo?
—No creo que sea eso lo que necesita —interrumpió Wen—. Todas hemos tenido nuestros malos momentos, unas palabras de consuelo no le servirán de nada. Si de verdad quieren ayudar, mejor ni le pregunten.
—Hasta rechazó mis postres —se lamentó Tiana. Dejó su bol de comida y apoyó los codos a mi lado—. ¿Qué pasa, pequeña Samy? ¿Acaso tu cliente te puso una mano encima?
Wen murmuró una réplica, poniendo los ojos en blanco.
—¿Te han golpeado? —Liz se envaró, sin dejar de acariciarme la espalda—. Hasta ellos tienen límites, puedes contarle al señor Luc si así fue. Wen registrará lo que digas y se lo hará saber, sobre todo si tu cliente no pagó por ello.
—Es dinero fácil para él al fin de cuentas —corroboró Lia—. Pagar el daño que se le hace al producto. No creo que lo vea mal.
Todas esperaron una respuesta, dejaron pasar varios minutos, pero no me atreví a darles ni una.
—Esto se está volviendo aburrido —externó Layla, formando una mueca.
Levanté mi cabeza del hombro de Liz, queriendo dar por terminada mi cena de esa noche aunque no había probado bocado, dando por perdido el tiempo que había ido a hacer allí. O bueno, eso iba a hacer antes de que Wen se encaminara a paso veloz hasta una de las gavetas de la cocina y tecleara un número de código.
—Oye, ¿qué se supone que buscas? —Tiana se dirigió a ella.
En vez de responder, Wen nos sorprendió sacando una enorme botella de vodka.
Liz se puso tensa.
—Wen, sabes que no lo usamos a menos que sea una emergencia.
—Esto es una emergencia —la botella hizo un sonido sordo cuando ella la posó sobre la mesa, y la arrastró hasta detenerla justo en frente de mí—. Lo sé.
—Yo no quiero —advirtió Tiana, observando la botella como si esta fuera un veneno, y lo era—. Samy no la ha pedido, creo que es innecesario.
—Yo tampoco creo que deba —dijo Liz—. El señor Luc se asegurará de aumentarnos la deuda por esto. No vale la pena.
—Sam —Wen habló con mucha seriedad—. Te lo dejo a tu elección. Bebes primero, si lo haces todas debemos acompañarte.
—Karla y Anne no están —señaló Lia.
—Lo haremos con las que estemos presentes —y como si se hubiera acordado de que "todas" abarcaba a Layla, la miró—. Incluso contigo.
—¿Por una copa pequeña? Me parece bien.
Contemplé a Wen detenidamente. Ella era la única que conocía la verdadera causa de mi desánimo, y aunque no me había planteado preguntarle si sabía lo de mi padre todo ese tiempo, en ese momento sólo deseaba comprender por qué le importaba apoyarme, aunque fuera con una botella. Acababa de huir de mi padre el alcohólico, prácticamente se lo había restregado en la cara antes de que él saliera con una botella igual de grande, o ligeramente más pequeña que la que ella me ofrecía. También recordé mis antiguos juramentos de niña infantil, que jamás me rebajaría a ese nivel haciendo uso del alcohol.
Pero ya había caído más bajo que eso desde hace mucho tiempo.
Sintiéndome todavía peor, llevé mi mano al cuello de la botella. Acepté un vaso que Wen me ofreció y me serví un poco. Bebí. Tres veces. Todas las presentes me acompañaron, incluso Liz.
Ya habría tiempo de arrepentirme después.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top