CAPÍTULO 38
Supo que había despertado, no sabía cómo ni dónde, pero había despertado. Sintió sus ojos abrirse, pero era como si todavía los mantuviera cerrados. Pestañeó, o al menos sintió que pestañeaba. Observó su alrededor, pero sólo encontró oscuridad.
Intentó moverse, y descubrió con desconcierto que su cuerpo no le respondía.
—¿Ah? —se debatió, y aunque sí percibió sus dedos, el resto de su cuerpo se encontraba duro e imposible de mover. ¿Qué significaba eso? ¿Seguiría dormida? ¿Era algún parálisis de sueño? ¿Pero cómo es que podía sentir sus párpados y estar tan oscuro al mismo tiempo? ¿Se había vuelto ciega de golpe?
Lo último que recordaba era estar en su habitación y la pesadez en sus ojos. Sí, era lo único que recordaba. Un sueño tan pesado que deseó dormirse en el suelo, sin despertarse hasta el día siguiente. ¿Eso significaba que sí seguía dormida?
Soltó un respingo cuando se escuchó un ruido muy parecido a la estática.
Y finalmente, un silbido.
—¿Hola? —preguntó a la negrura.
—Duerme, duerme, duerme... —susurraron.
Frunció el ceño.
—¿Señor Luc? ¿Q-qué, qué es esto?
No obtuvo respuesta.
Sacudió la cabeza. Todavía tenía rastros de sueño y aquel lugar, aquel sitio negro le impregnada una sensación semejante a la de una pesadilla, sobre todo, por culpa de esa voz.
—¿Sigues dormida?
Soltó un respingo. Karla volvió a parpadear.
—Creo. No lo sé, yo...
—Shhhh... debemos dejarte descansar.
En ese sueño extraño comenzaba a sentir sus ataduras demasiado reales, aunque no dilucidaba en dónde podría estar. No veía nada, sus ojos no podían acoplarse a esa inmensa oscuridad. Si estuviera despierta, como mínimo debería adaptarse a la negrura de una habitación, visualizar el contorno de sus muebles, pero en ese espacio no había nada. Desconocía si era pequeño o grande, si había más personas a su alrededor o si se hallaba completamente sola.
—¿Has dormido bien, Karla?
—¿Qué es esto? ¿Qué me has hecho?
—Nada, tú eres la que me tienes en tus sueños, —la voz de Lucian salía de todas partes. Ni siquiera era capaz de imaginar su ubicación. Era como si estuviera, precisamente, en toda su cabeza—. Aún sueñas conmigo, Karla.
Notó su boca pastosa. Hizo un conteo mental de cada parte de su cuerpo. Se sentía vestida, en buen estado, pero no podía moverse. Era imposible mover aunque sea una mano.
—Bastardo —gruñó—. ¿qué crees haces?
—Eres tú la que no me has sacado de tus pensamientos. De otra forma no estaría aquí. Contigo.
Volvió a debatirse, apretó más los dientes mientras obligaba a lo que sea que estuviera atándola a liberarla, pero estaba fuertemente sujeta. Si se trataba de un sueño, ¿por qué se sentía real? Tan escalofriantemente real.
—Mírate —siguió la voz—, tan pequeña sintiéndote muy aterrada, sin saber qué hacer y sin conocer el terreno. Por poco logras que se me encoja el corazón.
—Hijo de puta —se sacudió, y obtuvo el mismo resultado inútil—. ¿Y ahora que te propones?
—Nada que no me hayas permitido antes.
—Si esto es lo que creo que es, déjame decirte que...
—Esto es un sueño, Karla. Velo como uno muy dulce o una pesadilla. Te lo dejo a tu elección.
—Un sueño no se siente así.
—¿Así cómo?
—Púdrete.
Él rio.
—Casi me haces creer que todo este tiempo había sido tan fácil, pero nada es sencillo contigo, ¿verdad?
Estaba dejando que la desesperación hiciera efecto en ella, lo sentía en la frialdad de sus extremidades, en su respiración jadeante. Cerró de nuevo los ojos, aunque seguía sin saber si los había mantenido cerrados o abiertos, ambas veces le pareció igual a la otra. Amantes, si tan sólo pudiera...
—¿Ya decidiste si se trata de un sueño o una pesadilla? Porque puedo ayudarte a saber cuál es cuál.
—Vete al infierno.
—Tan simpática como siempre, ni más ni menos.
—¿Te crees que te cederé esto así como así? Tú y yo teníamos un acuerdo.
—Y he mantenido mi parte muy bien.
—¿Intentar confundirme para salirte con la tuya es mantener tu parte? Te creía más profesional.
—Y lo soy, siempre lo fui contigo. ¿No lo recuerdas?
—Recuerdo que siempre quise enterrarte un cuchillo.
—Como dije, tan encantadora, incluso con esa linda boca sucia tuya, y en especial cuando te dejaba agotada cada noche. Pero soy un artista, Karla. A ambos nos encanta el arte. Tú cumples fantasías, yo manipulo emociones. Al fin y al cabo, somos un equipo, siempre lo hemos sido. ¿O has olvidado tu motivación principal, Karla? No te tomaba por una persona que se ablandara con los años.
—Cierra el pico —gruñó mientras se sacudía con más fuerza; por los amantes, quería morderlo, enterrar todos sus dientes en su piel y arrancarle cada pulgada del rostro. Si fuera un animal, ella estaría echando rabia por la boca—. Eres un traidor. ¡Deja que te vea, maldito cobarde!
—Toda esa fuerza, todo ese coraje. ¿Qué se necesitará para romperlo? ¿Qué veré cuando doblegue tu voluntad y te rompa en dos? Sabes que siempre me lo he preguntado.
—¿Quieres ver romper algo? Acércate y me encargaré de romperte los dientes.
—Aunque me encantaría alargar esta agradable conversación amistosa, me temo que no tengo la paciencia para responder a tus provocaciones. Tampoco me rebajaré a contestar tus preguntas, así que vayamos al grano, —la voz Lucian dejó un espacio de silencio—. Dame lo que quiero.
—¿Tu miembro viril? Lo siento, me lo comí en el desayuno.
—Sabes a lo que me refiero.
—Y tú sabes, que no te lo daré.
—¿Quieres poner esto más interesante? Bien.
Otro sonido. Por un momento creyó haber caído dormida de nuevo, pero entonces escuchó otra voz:
—¿Karla?
Sus oídos debieron haber oido mal.
—¿Sam? —titubeó.
—Karla, yo... —la voz de Samy también vaciló—. Tienes que dárselo.
Karla se quedó quieta. No, aquello no podía ser verdad.
—Sam, ¿de qué demonios hablas?
—Tienes que dárselo, no puede ser peor que esto.
Un escalofrío le recorrió la espalda.
"Debe ser un sueño", pensó. "Un monstruoso sueño a causa de la droga. Esto me pasa por consumir más de lo que mi cuerpo podría". Escuchar las palabras de Samy la hicieron darse cuenta que aquello no podía ser real. Samy jamás estaría ahí por voluntad propia, no podía ser cierto. La Sam que ella conocía nunca le hubiera dicho algo así.
¿O sí?
—El sufrimiento es un caso interesante para gran mayoría de aficionados al arte, —le escuchó decir de nuevo a Lucian, como si recitara las palabras de un discurso—. Nadie sabe por qué es el más poderoso de los sentimientos, pero toda obra tiene una pizca de dolor. ¿Cuál es el tuyo, Karla? ¿Qué es lo que te provoca más dolor?
—No romperte la nariz.
—Habíamos empezado con esto para alcanzar ese punto de quiebre —continuó sin responder a su nuevo intento de provocarlo—, para conocer cuál era nuestra máxima manifestación artística. ¿Acaso ya lo has descubierto? ¿Sin mí?
Karla no le contestó. Si lo dejaba ganar, si le permitía ganar aunque sea un poco, ella perdería.
—Esperaba que me dieras un sí.
—Sí —balbuceó—. Sí deseo verte muerto.
Él soltó una profunda risa.
—Sabía que no me decepcionarías. Pero ahora necesito que me des lo que quiero.
"No lo escuches. Enfócate en tu respiración, estás agitada y si no te controlas, dejarás que gane. Concéntrate en cualquier cosa que no sea su voz. Sólo así despertarás y volverás a tu habitación". Aunque comenzaba a dudar que funcionara así.
—Volvamos entonces a lo que nos concierne aquí —siguió él.
Por un segundo no se escuchó nada más, nada que no fuera el silencio absoluto de una oscuridad absoluta. Era siniestro, pero sabía que podía con ello. Sólo debía resistir lo que sea que estaba sucediendo, si aquello era una ilusión, entonces lo lograría.
Pero entonces, sintió que alguien tanteaba su parte baja.
Se tensó.
—Interesante —continuó Lucian—. Aún lo recuerdas.
En poco tiempo, su corazón quería salírsele del pecho. Deseó mover aunque sea sus piernas, huir de allí y de cualquiera que estuviera toqueteándola, pero seguía desesperadamente inmóvil. Unos nerviosos dedos tantearon muy cerca de su entrepierna.
—¡Quítame las manos de encima!
—Lo has hecho antes con todo tipo de clientes —señaló Lucian con alta curiosidad—. ¿Cuál es la diferencia?
Una mano la acarició, y Karla echó la cabeza hacia atrás. Todo su cuerpo bajo esa horrible tensión.
—¿Será la oscuridad? No lo creo.
Un dedo se movió sobre su labio mayor. Alzó la cabeza, exigiendo a sus ojos a que vieran quién estaba detrás de aquella mano, deseando lanzarse contra él y atizarlo contra el suelo hasta que lo sesos se le salieran.
—¿No saber de quién se trata? ¿Es eso?
—Vete al carajo Lucian Jones. ¡Aléjate de mí!
Silencio. Los dedos se congelaron un momento. Había cometido un error al decir su nombre, lo sabía, y no tardó en sufrir las consecuencias.
De un segundo a otro, sintió que un dedo se introducía en su interior.
Su grito no se hizo de esperar.
—Creo que lo entiendo. Odias no tener el control de la situación. En ese caso, tú y yo somos bastante parecidos —le costaba escucharlo, respiraba entrecortadamente. Descansó la cabeza de lado, pues ya no podía impedir que la memoria la llevara a aquel cruel instante en el que supo, que el mundo podía aprovecharse de ella.
Otras manos tocándola, siendo tan pequeña y muy ilusa. Siendo una débil, asustada e indefensa chiquilla a la que le habían arrebatado la inocencia.
—Dame lo que quiero, Karla.
—Karla...—insistió la voz de Samy, temblorosa y asustada.
El dedo no se había introducido más que unos centímetros, pero parecía tan reticente a seguir su exploración. No obstante, aquello había sido suficiente para ponerla débil, agotada en mente y cuerpo.
Y aun así, Karla sabía que ya no era esa niñita. Sí, le dolía recordarlo, no podía hacer nada para impedirlo, pero se negaba a concederle a él ese triunfo sobre ella.
—Púdrete —escupió—. ¿Me oyes? ¡No pienso darte ni una mierda!
Se escuchó una carcajada sin gracia.
—Esa es mi chica.
La mano se alejó de golpe. Karla tomó aire profundamente, deseó cubrirse con las manos, encogerse, pero al igual que antes, nada le respondió. Se concentró entonces en cada bocanada de aire hasta que se obligó a relajar su corazón. Aquel camino por donde había entrado el dedo parecía pulsarle, aunque bien podía ser su activada imaginación.
"Tú puedes, tú puedes, tú puedes."
—Karla —la voz Samy adquirió un deje preocupado—. Karla, por favor, dáselo.
—Despiértate, despiértate, despiértate... —susurró, en un intento de salir de allí.
—Te crees una mujer fuerte —prosiguió Lucian—. Y te lo concedo. Pero esto está lejos de terminarse. Claro, a menos de que despiertes primero.
—Cállate —berreó—. Cállate, cállate, ¡cállate!
—Karla, por favor... —suplicó Sam.
—Apaga esa maldita grabadora Jones, tú y yo sabemos que no te servirá de nada. Por un demonio, ¡sal de mi cabeza!
—Estás perdiendo la coherencia en tus palabras —contestó él en cambio—. Pero no es suficiente, ¿a que no?
—Karla —insistió esa irritante voz de Samy—. Por favor, haz lo que te pide, sólo así terminará esto.
"No escuches. Despierta. No escuches. Despierta. Vamos Karla, tienes que abrir los ojos."
Pero cada vez estaba menos segura de que aquello fuera un sueño de verdad, no cuando había sentido tanto, no cuando los escuchaba tan cerca y tan reales. ¿Qué estaba pasando? ¿Por fin había perdido la cordura? ¿Se encontraba atada y maniatada dentro de una habitación en el que sólo deliraba?
Samy no dejaba de balbucear.
—Karla, lo siento...
—¡¿Eso es todo lo que tienes?! —exclamó, haciendo un esfuerzo por alejar los pensamientos tétricos—. Estás perdiendo y no te das cuenta. Por eso Halery te dejó solo, tú y yo sabemos que si hubo alguien a quien no lograste complacer, esa era ella. Te restregó tu fracaso por el suelo —la risa comenzó a poseerla—. Fuiste tan poco hombre para ella, no eres tan artista como tú crees que eres, sólo un aspirante que le gusta hacerse notar. Esa ridícula fiesta que planeas hacer sólo da la impresión de que necesitas ocultar tu debilidad. Y ahora tú me lo estás demostrando, tú pedazo de mierda inservible.
Rio con más fuerza. Si era de los nervios, del pánico por sus palabras atrevidas o porque no sabía qué otra cosa hacer, eso era lo de menos. Pero disfrutó soltarlo, siempre había ansiado decírselo, y si aquello era un sueño o una pesadilla, entonces no perdería la oportunidad de gloriarse sobre él.
—¿Ese es tu mayor miedo, Jones? —soltó cuando los últimos rastros de risa desaparecieron y la última convulsión de su estómago se desvaneció—. ¿Ser poco hombre?
—¿Karla?
Toda bravuconería se esfumó.
—¿Anne? —esta vez, su voz reflejó la preocupación que había intentado reprimir.
No recibió respuesta. Había sido un sonido apagado, así que por un segundo creyó haberlo imaginado, pero la nueva voz volvió a hablar:
—Por todos los amantes, ¿y ahora de qué se trata esto?
—Anne, ¿d-dónde estás? —sacudió la cabeza, buscándola.
"Idiota, te estás dejando llevar por el pánico. Ignóralo, ignora todo. Nada de esto está pasando, es otro efecto de la droga y seguro que estoy hablando sola al vació de mis cuatro paredes."
Pero no era tan sencillo creérselo, sobre todo, porque otra voz a modo de gemido se unió a la de Anne:
—¿Dónde estoy?
—¿Wen? —le respondió Anne—. ¿Wen, puedes oírme?
—¿Qué es este lugar?
Amantes, se oían tan reales, como si las tuviera a su lado. ¿Pero por qué no podía verlas?
—Anne, Wen, ¿están bien?
—Karla —volvió a insistir la voz de Sam, débil y temerosa—. Por favor...
Dejó por perdido el control en su propia respiración. ¿Dónde estaban sus hermanas?
—Samy, Anne, Wen. ¿Me escuchan?
—¿Hola?
Por los amantes, ¿esa era Liz?
—¿Chicas, están ahí? —preguntó Liz. Sí, su Liz.
Karla ya no podía más.
—Está bien señor Luc, déjalas en paz. Es a mí a quien quieres, pero a ellas mantenlas fuera de esto.
No obstante, sus palabras salieron en vano. Nadie le respondió, ni siquiera sus hermanas mostraron indicios de haberla escuchado, sólo la voz de Samy, torpe e insegura que no paró de hablarle:
—Karla, dale lo que quiere. Por favor...
—¿Alguna de ustedes puede decirme dónde estamos? —exigió Wen—. No veo nada.
Y se oyó un grito atronador.
Todas las voces se apagaron, sustituidas por un llanto. Karla reconoció ese llanto.
—Tiana —murmuró—. ¡Tiana! ¡Tiana, ¿puedes oírme?!
El llanto aumentó, y con ella, el resto de las exclamaciones de las chicas, que se volvieron completamente horrorizadas.
—¿Qué ha sido eso?
—¡¿Dónde estamos?!
—Karla, ¿dónde estás?
—Karla, te lo suplico, haz lo que sea que el señor Luc...
—¿Karla? —Emily, oh amantes, Emily también estaba ahí—. ¿Miriam?
—¡Aquí estoy! —contestó esta última.
Karla giró los ojos en todas direcciones, abrió exageradamente los párpados hasta dolerle, y forzó su vista a lo máximo para mirar más allá de ese velo negro. Pero al igual que las veces anteriores, fue en vano. Estaban allí, a su lado, y por más que se esforzó ninguna de ellas atendía a sus palabras.
Y así de pronto, todas hablaron a la vez, llamándola sin orden y totalmente aterrorizadas.
—Karla, ¿dónde estás?
—Karla, ¿qué debemos hacer?
—Karla, dale al señor Luc lo que quiere.
—Karla...
—Karla...
—Karla...
Junto con el alarido de Tiana.
Todo a la vez.
—¡Suficiente! —gritó—. ¡Basta todas, no me dejan pensar!
Pero no se detuvieron. Karla estaba acostumbrada a mantener el orden, pero aquello era un caos imposible de domar. Deseó moverse y taparse los oídos, cerrar los ojos a pesar de que tal vez ya los tuviera cerrados. Deseó hacerse pequeña y desaparecer entre todo ese desastre. Pero era imposible, sólo estaba rodeada de gritos, confundida, aterrorizada, débil y perdida.
Gritó. Gritó hasta que sus pulmones le permitieron respirar, y una vez allí, no se detuvo, sino que volvió a tomar fuerza y volvió a gritar. Quería romperse la garganta, destruirse las orejas, con tal de no escuchar ni un llanto más.
Cuando se detuvo por fin, a su alrededor ya no se percibía ningún sonido, únicamente el de su agitada respiración, incluso el zumbido de su propio corazón golpeando contra su pecho.
Así de golpe notó su cansancio, y por un breve instante fantaseó con que al fin su mente hubiera dejado de darle una mala pasada. Se había acabado la pesadilla. Lo había logrado. ¿Lo había logrado?
Pero nunca era así de fácil.
Jamás se volvía fácil.
Primero empezó el llanto de Lia.
—Karla, ¿por qué lo hiciste? —chilló.
—Lia... —alcanzó a susurrar. Amantes, estaba tan agotada que apenas pudo hablar.
El llanto de Tiana se le unió:
—Karla, ¿por qué lo hiciste?
Karla ya ni se esforzó en responder. Quería hacerlo, quería explicarles todo, pero sus gritos la habían dejado sin fuerza, sin voz.
Luego siguió Emily, con las mismas palabras: "¿Por qué lo hiciste?"
Karla no soportó más. Los golpes que le provocaban esas preguntas, acompañadas de sus llantos, era doloroso. No iba a aguantarlo un segundo más.
—Por favor... —balbuceó. No obtuvo respuesta.
—Karla —lloró esta vez Liz—. ¿Por qué lo hiciste?
Karla apretó los dientes. Sintió sus ojos arder.
"¡No! No llores. No le des lo que quiere, maldita sea ¡no te atrevas a llorar!"
—Karla —lloró Wen—. ¿Por qué lo hiciste?
Karla sollozó, pero no lloró.
—Aguanta —se murmuró así misma—. Por favor, aguanta.
—Karla —dijo Anne, que también parecía débil y aterrada—. ¿Por qué lo hiciste?
Con tal de ubicar a Lucian en un sólo lugar, desesperada y sin más idea de lo qué hacer, fijó sus ojos en un punto invisible.
—Está bien, tú ganas. Tú ganas, te lo daré. Te daré lo que quieres, pero por favor, por favor déjalas en paz. No les hagas daño, déjalas en paz.
—Karla —dijo Miriam—. ¿Por qué lo hiciste?
—Lucian, ¡te he dicho que está bien!
En una oleada de angustia, cada llanto y cada grito le sacudió los nervios, la dejó inmovilizada mucho más que cualquier cuerda o amarre que estuviera sobre su cuerpo. Wen, Liz, Tiana, Lia, Emily, Miriam y Anne. Todas le repetían y lloraban la misma frase.
"Karla, ¿por qué lo hiciste?". Eran miles de cuchillos a su corazón. Una daga que se enterraba en lo más profundo de su alma.
—Por favor... —tragó con fuerza—. Lucian, por favor. No puedo.
La voz de Lucian, ahora sin rastro de diversión, se elevó sobre todas las voces.
—Nunca lo hubiera logrado sin ti, y lo sabes.
Cerró los ojos. Tragó un nudo en la garganta.
—No.
—Te escondes tras una imagen de altruismo. Ellas creyeron y todavía creen en ti. ¿Cuándo descubrirán que toda tú es una farsa?
Karla, ¿por qué lo hiciste? ¿Por qué lo hiciste, Karla?
—Por favor... —balbuceó, sintiéndose ya sin vida—. Sólo... déjalas marchar.
—Karla... —le llamaban.
—Lucian, te lo ruego —ya sentía la asfixia, la falta de aire, el ardor en los ojos—. Por favor, ya basta.
Pero recibió como única respuesta, aquella frase junto con el llanto de todas a la vez. Un llanto que era peor que los gritos. Eran demasiados, y parecían volverse cada vez más altos y más ensordecedores; ella no podía simplemente hacer de oídos sordos, no cuando se sentía tan responsable por cada una de ellas.
Cada una metida en ese mundo por su culpa.
—No te veo hacerlo —señaló Lucian.
Se mordió los labios.
Una y otra, y otra vez le gritaron. Le suplicaron. Todas sin excepciones.
—Karla, ¿por qué lo hiciste? ¿Por qué lo hiciste?
—Basta.
—¿Por qué lo hiciste, Karla?
—Por favor, déjalas ir.
Y de pronto, alguien se le acercó al oído. El contacto le hizo soltar un doloroso respingo. ¿Acaso no había estado sola? ¿Venían a ayudarla?
—Karla —susurró la voz de Sam. Rota e insegura al igual que el de las demás, pero de una manera diferente, como si estuviera obligada a decirlo—. ¿Por qué lo hiciste?
No pudo más.
—Lucian —apenas si pudo hablar, ya que le temblaban los labios—. Por favor.
No hubo descanso, y las voces siguieron en aumento. La voz de Sam continuaba en su oído, golpeando contra su celebro hasta apoderarse de todos sus sentidos. Todas esas voces la rodearon y ya no supo reconocer qué escuchaba o qué era el producto de sus pensamientos. Ni siquiera podía escucharse a sí misma.
—Por favor, por favor... —parecían suplicar sus labios.
No obstante, continuaron sin detenerse.
—Karla, ¿por qué lo hiciste? —repetía Sam.
—Karla, ¿por qué lo hiciste? —decían las demás.
Aquel suplicio se alargó demasiado tiempo. La garganta le ardía y ni siquiera le importaba, su desesperación fue tan grande que no reconoció su propio grito de tortura.
Y sobre todo y para su propia vergüenza, no se percató de su llanto hasta que fue demasiado tarde.
Las lágrimas le salieron a borbotones, ni siquiera recordaba que fueran así de cálidas. Lloró hasta que se le acabó el agua de los ojos y los percibió tan calientes e hinchados que ardían; la opresión del pecho fue sustituido por sus sollozos, rompiendo cada gramo que le quedaba de esa fuerza que con los años se había afanado en construir.
Y siguió llorando, incluso cuando dejaron de escucharse. La única que quedó de aquella hora de suplicio, era su propia voz afónica.
Y fue así, como si aquella niñita hubiera regresado del pasado para apoderarse de ella, que Karla confesó lo que tanto deseaba oír el señor Luc.
—Quería destruirlas también, quería destruir a cual sea con tal de no sentirme sola. Soy un monstruo —sollozó—. Soy un maldito monstruo.
Aguantó el largo martirio, siguió llorando y moqueando, hasta que esa misma niñita que atormentaba sus pesadillas la abandonó de nuevo para sumirse en su inconsciente, y aunque había dejado de escuchar a sus hermanas y a Sam, no dejó de gimotear. De romperse en dos.
De mostrar su punto de quiebre.
Cuando Lucian habló de nuevo, logró escuchar otro llanto distinto, pero era tan tenue que creyó que se trataba de su propio eco:
—El espectáculo que tanto deseaba contemplar,resultó ser una decepción.
Su mente agotada volvió a sumirla a un sueño sin pesadillas, sin gritos.
Sin dolor.
No cayó en cuenta del cambio. Al estar dentro de aquella negrura, no supo si sólo cerró los ojos o su cerebro la llevó a una tranquilidad vacía. Sólo supo, cuando los abrió de nuevo, abrirlos de verdad, fue que estaba en su habitación. Se levantó bruscamente, con la cabeza girando y mirando a su alrededor, palpó cualquier cosa que tocaran sus manos y luego se las llevó a la cara, sintiendo pesadas gotas de sudor por todo su piel y que mojaban sus sábanas.
Sabía que ya no estaba en ese lugar, ya que sus manos podían moverse. Palpó sus almohadas, la tela de su cama, y sin pensárselo se fue directo al interruptor de la luz.
Sí, estaba de vuelta a su habitación.
Y Samy estaba ahí.
Respiró profundamente, pero los nervios y el terrible miedo no se disiparon. Sus manos le temblaban en lentas sacudidas, entumecidas y llenas de sudor frío.
Se recostó contra la pared y se sentó lentamente en el suelo, obligando a disipar todos sus temblores, sin conseguirlo.
—¿Karla?
Se estremeció.
—Samy...
Samanta se levantó. Sus ojos se veían muy cansados, pero sobre todo muy preocupados.
—¿Estás bien?
Karla no le respondió. Se concentró en abrazarse a sí misma. Al verla encogida, Samanta se acercó a ella. Hizo el intento de tocarla pero era como si algo la reprimiera, y Karla, contra su voluntad, se alejó de ella. La contempló, averiguando si aquel era un nuevo producto de su atormentada mente o si era real.
—¿Karla? —intentó Sam de nuevo.
—¿Qué pasó?
Samy frunció el ceño.
—¿No lo recuerdas?
Los gritos. El llanto. Esos dedos. Sintió un escalofrío recorrer su espina dorsal, y de forma inconsciente se protegió la parte baja con una mano.
—¿Qué pasó? —exigió nuevamente, tragando saliva con fuerza.
—Te dormiste —explicó Sam dubitativa—. Te sentiste tan cansada que, las chicas y yo no queríamos despertarte.
—¿No me despertaron?
—Lo intentamos, pero nunca nos escuchaste —Sam desvió el rostro—. Hablaste en sueños, te escuchamos gritar. Preferí quedarme contigo para hacerte compañía.
Dormida, había estado dormida. Miró a Samy, no muy convencida todavía.
—¿Cómo... qué...? —sin embargo, las palabras no le salieron. Se restregó los ojos y estuvo a punto de soltar otro quejido, pero se contuvo.
—Karla, puedes contarme.
No, no podía.
—¿Qué fue lo que dije? Mientras dormía.
—¿Importa? —Karla clavó su vista en ella—. Hablaste como si, como si alguien te estuviera tocando.
En efecto, así había sido. Pero que hubiera sido producto de su tormentosa imaginación era difícil de creer.
—¿Qué más?
Samy se mostró reacia a responder.
—Karla...
—Por favor, Sam. Dime qué más.
Samy suspiró.
—Sólo murmurabas "por favor".
Se tapó el rostro.
"Gracias al cielo. Amantes, si ella lo hubiera escuchado..."
—Karla, no puedes quedarte ahí —sintió que Samy le recorría los brazos para levantarla.
—Estoy bien, sólo necesito un segundo.
Fue más que un segundo, pero lo suficiente para calmar su respiración, relajar sus músculos y espantar todo rastro de nervio o debilidad que quedara todavía sobre el resto de sus miembros. Finalmente, cuando creyó haberse calmado lo suficiente o de haber recuperado un poco la cordura, aceptó la ayuda de Samy para levantarse.
—¿Quieres que apague la luz? —preguntó Sam—. Necesitas recuperar el sueño.
—No —quedarse de nuevo a oscuras le ponía los pelos de punta en ese momento—. Déjalo así.
No se recostaron, sino que ambas se mantuvieron sentadas a los pies de la cama. Samy no decía nada, recostó su cabeza sobre su hombro y la abrazó con un brazo.
—Deberías dejar de fumar menos —comentó—. Puede que a ello se deba tus pesadillas.
Fumar. Sí, necesitaba fumar.
Ignorando la recomendación, husmeó en su gabinete, en busca de un cigarrillo y su encendedor. Fue ahí que se fijó en una taza sucia de chocolate. Se la quedó mirando largo rato, hasta que escuchó a Samy tartamudear:
—¿Pasa algo?
—¿Qué sucedió con tu trato? —se giró. Samy había desviado la mirada hacia un punto lejano de la habitación y apretaba sus manos sobre sus rodillas—. ¿Lo lograste?
Parecía no querer responderle, hasta que dijo:
—Sí.
—¿Qué hiciste?
De esa pregunta jamás obtuvo respuesta.
Karla no dijo nada esa noche, ni siquiera cuando terminó de fumar y decidió que era momento de apagar la luz. Sam le obedeció sin rechistar, pero cuando comprobó que se había quedado dormida en su cama, y sus ojos contemplaron la oscuridad no tan aterradora de su habitación hasta que amaneció, sus pensamientos no dejaron de girar en torno a su amo, en sus hermanas, en los dedos, en su pasado.
Y en una pequeña taza de chocolate casi vacía.
Karla era la persona menos moral que conocía, había hecho cosas de las que siempre se arrepentiría. Pero estaba segura que haría cualquier cosa por sus hermanas. Ellas primero, ella después.
Siempre después.
Sólo así se veía capaz de pagar cada deuda que la vida le cobraría tarde o temprano.
Aun así, jamás olvidaría esa sensación. Nunca superaría ese sueño, por muy fuerte que demostrara ser en el exterior.
Puedes saltarte esta nota si gustas, al fin y al cabo, el capítulo ya terminó.
En al versión anterior Samy no participaba activamente del sufrimiento de Karla, por otra parte y entre otras cosas, los lectores me habían comentado que no se llegaba a comprender lo que Karla le había dado a Lucian o lo que él quería.
Espero que con esta versión haya quedado más claro, aunque si no fuera así, agradecería mucho que me lo hicieran saber, para mejorar esta parte en futuras ediciones.
Pero por si las dudas, aquí va:
Lucian está obsecionado con todo el tema del arte, ¿sus razones? Todavía no llegamos a esa parte, sin embargo, sí que ansiaba ver a Karla romperse en dos de manera emocional. Esto no sólo le proporcionaría una satisfacción morbosa, sino mejor manipulación hacia ella y, por consiguiente, hacia el resto de las chicas.
¿Cómo se sabe que Karla llegó a su punto de quiebre? En todo el libro no se le describe llorando o a punto de llorar, más bien, se comporta como alguien que consigue dominarse, esto debido a que las lágrimas despiertan su miedo y trauma más profundo, además de que lo considera un signo de debilidad.
La decepción de Lucian en su último diálogo, ejemplifica perfectamente lo que Derek piensa acerca de las emociones. Lucian esperó mucho por ver a Karla romperse, pero su mente al estar corrompida debido al mundo que ha construido y en el que se ha movido lo hizo verlo como algo insignificante, no importando que hubiera torturado y jugado con los traumas de una persona.
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