CAPÍTULO 37

Una semana antes del primer día de trabajo.

—Un retoque en esta parte y... listo. Terminamos.

—Creí que Lucian preferiría que me presentara completamente desnuda. No pensé que a él le gustara esto.

—Es algo que oculta, he visto cómo cambia su expresión en cuanto nos ve vestidas con un largo vestido de gala. No todos sus invitados pueden presumir de tener suficiente capital para vernos así, por lo que las ocasiones son muy contadas, pero, cuando eso sucede, es como si quisiera tragarnos enteras.

No sabía si debía tomarme aquello como un cumplido, lo que sí era cierto, era que el vestido me hacía resaltar algo. Era plateado, con falda de corte sirena y amoldándose perfectamente a mis curvas. La parte de la espalda estaba al descubierto, las mangas y el escote cubiertos de tela suave y transparente. Podía haberme sentido muy alagada, o dicho sea de paso, hermosa. Pero al pensar en el uso que le estaba dando, me era difícil disfrutarlo.

—Estás hermosa —murmuró Karla cuando me dio el último visto bueno a mi alrededor—. Eres una estrella esta noche.

—Estoy nerviosa.

—Lo normal, cuando yo hice mi primer trato, sentía retortijones.

—¿Qué fue lo que pediste?

—Una tontería, me conformaba con muy poca cosa. Pero tu caso es especial. Estás corriendo un gran riesgo, pedirle a Lucian un trabajo de medio tiempo, no sé si te lo vaya a conceder.

—Querrás decir, no crees que pueda cumplir con el favor que me vaya a exigir.

—Lo que yo crea no importa. Esta es tu decisión.

Volví a pasar mis manos sobre la tela. Era como un imán, sólo quería acariciarlo y sentir su textura suave.

—Tienes razón —cuadré los hombros y la miré con mucha determinación—. Muy bien, estoy lista.

Nos dirigimos a la puerta, ella posó la mano en el picaporte, pero no abrió.

—Escucha, si algo sale mal...

—¿Qué? ¿Qué pasa si algo sale mal?

Exhaló con fuerza.

—Nada. Sólo sigue las instrucciones que te di.

Debía cerrar el trato con Lucian antes de que fueran las horas activas, de lo contrario Karla me advirtió que no me daría el tiempo de sorprenderlo, pues en eso consistía el primer paso: dejar a Lucian impresionado. Ya sea con algo que pudiera hacer, o con algo que él no supiera de mí. Un talento, un as bajo la manga.

En pocas palabras, tenía que llamar su atención, y no para ser el punto de su ira.

Yo debía seducirlo.

Y debía hacerlo sola.

Caminé con paso lento el corredor de las habitaciones, contemplando los cuadros como si estos esperaran a que me echara hacia atrás.

No bajé por las escaleras, sino que seguí en línea recta hacia el otro pasillo, donde más números de cuadros me recibieron con los brazos abiertos, aquellos que hacía mucho tiempo no había vuelto a contemplar.

A diferencia de nuestro corredor de habitaciones, aquel por el que estaba transitando se hallaba mucho más decorado y moderno. Además de los cuadros, había jarrones y fotografías de paisajes, e incluso un enorme espejo, en el que contemplé mi reflejo un segundo, sin poder creer que aquel semblante seguro de sí mismo fuera el mío, y admiré una vez más la magia del disfraz.

El camino me pareció eterno, pero no reduje mis pasos, oyendo el sonido de los tacones suavemente contra el suelo limpio. De pronto, ya no me envolvieron más los cuadros, sino perturbadoras esculturas de todas las formas y tamaños. Todas eran de piedra oscura, del mismo material del cual estaba hecho la fuente del caminillo central. Parecían tan vivas, sus expresiones pasaban desde lo alegre hasta lo grotesco y mientras seguía avanzando, se volvieron cada vez más grandes, hasta el punto de rodearme por completo.

Doblé la última esquina, y a pocos metros al fondo, hallé la puerta impoluta de color blanco, con el símbolo de la flor invertida, Su repentina sencillez contrastaba con los pasillos anteriores.

Recorriendo los últimos metros percibí que los nervios deseaban invadir mis extremidades. Me detuve unos segundos, porque para hacer lo que tenía planeado hacer, debía estar firme y calmada.

—Vamos, tú puedes —me murmuré. Respiré hondo tres veces, y cuando sentí que regresaba a la tranquilidad, recorrí los últimos pasos hasta puerta y toqué tres veces.

No reconocí ningún sonido, y casi estuve a punto de repetir el movimiento, pero luego recordé que Karla especificó que tenía que hacerlo una sola vez, de lo contrario me vería nerviosa y desesperada. Así pues, esperé unos segundos, y en efecto, la puerta se abrió..

Lucian apareció frente a mí.

Fueron unos segundos, pero podía jurar, que tal como me lo había declarado Karla, sus ojos mostraron algo; se abrieron un poco, su boca se desajustó unos milímetros. Toda su reacción fue tan leve que pudo haber sido producto de mi imaginación nerviosa.

No obstante, la sonrisa tirada de una esquina de su boca fue indicio suficiente para confirmarme que estaba haciendo las cosas bien.

—Adelante.

Me cedió el paso, y con la misma falsa serenidad, me adentré a la boca del lobo.

Me golpeó una oleada de recuerdos: sonidos, momentos, emociones y sensaciones. La gran cama ubicada en el mismo sitio que recordaba; los ventanales abiertos que daban a un minúsculo balcón con sus largos cortinajes; la foto de la extraña mujer que nunca quiso decirme de quién se trataba; y por supuesto, el famoso rincón de las estatuas, con su mesa de trabajo y materiales dispersados meticulosamente en los alrededores,

Lucian era un hombre de negocios, cruel, frío y sofisticado. Pero si había algo de lo que le gustaba alardear más, era que se veía a sí mismo como un gran artista. Las estatuas eran señal suficiente para concederle el mérito de sus propias palabras. Estas eran duras, intricadamente detalladas, heladas al tacto y elegantes. Muy atractivas, y por mucho que lo intentara, ni una pasaba desapercibida.

Como él.

Permanecí de pie. Lucian no comentó nada, se limitó a rodearme mientras contemplaba el acabado de mi atuendo. Acarició la tela del vestido, llevando un dedo por el largo de mi costado derecho, siguiendo la curvatura de mi cadera. Pasó por la espalda, la elevación de mis hombros, la inclinación de mi cuello, que desde que nos conocimos, dejó en claro que lo encontraba fascinante. Todo de forma lenta y perturbadora.

Se acercó por detrás, inhalando muy despacio mi cabello.

—Encantadora —susurró con voz gutural.

Me mantuve quieta, esperando a que él me permitiera la palabra. Lucian siguió observándome, tomó una de mis manos y me hizo darme una vuelta, viendo fascinado el vuelo del vestido moverse conmigo.

—Hiciste un maravilloso trabajo. Lo apruebo.

Por último, se pegó a mí. Sus manos en mi cintura. Su aliento chocó contra mi mejilla, caliente y pesado cuando susurró cerca de mi oído:

—Habla.

"Sé que puedes", oí la voz de Karla en mi cerebro.

—He venido por un trato.

—Te escucho.

Suavemente, coloqué las palmas de mis manos en su pecho, y las bajé lentamente, escuchando el sonido suave de mi piel contra su tela, sintiendo el contorno de sus músculos por debajo de la misma. Llegaron más recuerdos, de mí, de él, de nosotros en esa misma habitación, tan cerca como estábamos en ese momento. Recordaba lo nerviosa que me sentía, pero llena de expectación, Recordaba el anhelo, el deseo, la ansia. Recordaba tantas cosas. Lo recordaba a él, paciente, fuerte, seguro y poderoso.

Pero para lograr que aceptara mi riesgosa propuesta, debía demostrarle que ya no era la misma mujer de ese entonces, sino una que tomaba por un instante, el poco control que él sólo me permitía tener.

—Sé que me dará lo que le pido —murmuré, acercando mis labios a los suyos.

—No a menos de que te lo oiga decir.

Llevé una de mis manos a su cuello, acariciando las hebras de su pelo, sintiendo que me pegaba más a él.

—Siempre le ha gustado lo difícil —mi voz también adquirió una entonación adecuada, aquella que utilizaba frente a cada cliente. Una que te incita a seguirla, que envuelve y enloquece con tan sólo percibirla cerca. Esa voz que esta vez me ayudaría a conseguir lo que había buscado allí.

Lucian aguardó sin comentar nada. Mis dedos se enterraron en su cabello, todo mi cuerpo se amoldó al suyo y volví a verme en esa misma noche, esa misma primera noche en el que él me reclamó como su propiedad, y yo, tan ingenua y tonta, se lo había cedido fácilmente.

—Mi trato lo es.

—Estoy emocionado por escucharlo.

Nuestros labios se rozaron, ya ni siquiera distinguía cuál era su aliento y cuál era el mío.

—Quiero un trabajo fuera de casa.

Lucian exhaló con fuerza.

Luego se alejó.

Me evaluó divertido. Me mantuve quieta e inexpresiva. Tenía ambas manos de regreso sobre su pecho, y lo miré con toda la seguridad que había logrado reunir desde que decidí empezar con esto. Fueron segundos eternos, hasta que por fin, respondió:

—No.

Apreté los puños, mordí mi labio, mi cuerpo se puso bajo tensión y me llevé las manos a mi cabeza. Todo esto en mi mente. Por fuera, me le quedé mirando impasible.

—Haré lo que me pida.

—Sé que lo harás —se dio la vuelta, cortando el ambiente que había estado construyendo entre ambos—. Y sigue siendo no.

—¿Qué es lo que quiere? —me atreví a preguntar, esperando que no me hubiera escuchado tan desesperada.

Lucian no se dignó a contestar, sino que se dirigió a una de sus estatuas, una que le faltaba terminar al parecer, aunque a mis ojos se veía completa.

—¿Por qué crees que necesito algo de ti?

Acarició la piedra, y al igual que a mí en cuando me presenté, evaluó la escultura con aire crítico.

—Me ha dejado pasar —respondí.

—Me has impresionado. Casi contemplo la idea de decir que sí —quitó un poco de polvo invisible con un dedo—. Pero no.

Apreté la mandíbula, ya no me importaba que me viera ansiosa, necesitaba ese trato. No podía dejarlo así nada más.

—Lo has hecho perfecto —prosiguió, luego enseñó una sonrisa de orgullo en mi dirección—. Te felicito.

—¿Por qué no?

Rio.

—Sigues de insistente con tu pobre papel de chica fuerte, pero tú y yo sabemos, que nunca te ha servido de nada.

—¿Le preocupa que escape a la menor oportunidad?

—Terca y segura. Karla te enseñó bien.

—No voy a huir.

—Eso está bien, me alegra que por fin te hayas hecho a la idea.

Di unos breves pasos hacia él, intentando recuperar aquel dominio que él deseaba volver a quitarme.

—Puede ser cualquier lugar, cualquier trabajo. No importa donde sea o cual sea. Queda a su elección.

—Y la respuesta, seguirá siendo no.

Le sostuve la mirada, ¿qué es lo que él quería? ¿Qué era exactamente lo que deseaba de mí? ¿Cómo podría asegurárselo?

Y de pronto, se me ocurrió.

Lucian no quería nada de mí, no tenía nada que yo pudiera ofrecerle. Era una mujer sin nada más que las pequeñas cosas que traía escondida bajo su cama, aquella mochila vieja de Scooby Doo y su caja desgastada de dulces rancios. Mucho menos tenía ningún talento lo suficientemente impresionante como para recibir el trato tan costoso que estaba exigiendo y por lo visto, cualquier cosa que él pudiera pedirme no le bastaría. Para Lucian, la idea de dejar salir a sus preciadas flores era, en una palabra, irrealizable.

Pero había alguien que sí podía lograrlo por mí.

—Puedo convencer a Karla.

Él no reaccionó, pero vi sus ojos astutos. Segura de que había recuperado el control sobre la situación, continué:

—Puedo convencerla de hacer lo que ella siempre le ha negado en todo este tiempo.

—¿Te lo ha contado?

—Si lo hago, si consigo que ella le entregue lo que tanto quiere, entonces cerrará el trato conmigo.

Se acercó lentamente, hasta volver a estar muy cerca de mí, escudriñando mi rostro.

—¿Estarías dispuesta a traicionar a una de las tuyas, sólo por conseguir un triste trabajo de medio tiempo?

No.

—Sí.

—No te creo.

Era verdad. Ni yo misma lo creía, entonces, ¿por qué continuaba ahí? ¿Por qué no me daba la vuelta y zanjaba todo ese asunto por imposible?

Porque no quería quedarme en esa casa. Mis deseos de salir, de empezar en otro lugar, de estar libre de ataduras era una tentación para mí. Y porque deseaba, ante todo, estar lejos de él. Lo deseaba más que nada en el mundo. Las chicas no lo entendían, Karla no lo entendía.

Quería irme.

—Se lo demostraré. La próxima vez que toque su puerta, será con Karla a mi lado.

Lucian no me respondió, sino que, con unmovimiento de la mano, me señaló la salida. Me giré, dispuesta a cumplir mipalabra

Obligué a mi mente a centrarse en una sola cosa: salir de allí, costase lo que costase.

Cuando Lucian había preguntado si conocía lo que Karla aún no le había entregado, no supe qué responder, porque la realidad era que nunca me lo había contado, pero debía ser lo suficientemente malo para ella como para no confesárselo a nadie. ¿Cómo convencías a alguien de que hiciera algo que no quería, si desconocías aquello a lo que se refería?

La conclusión a la que llegué fue que no lo hacías. No la convencías, la engañabas.

Y siguiente cuestión fue, ¿cómo lograría engañar a Karla? Sin embargo, la respuesta me llegó casi al instante, tan rápido que una parte de mí sintió temor por lo fácil que había sido.

Karla ya confiaba en mí. Por lo que engañarla no iba a ser lo complicado.

Espantando un ligero miedo, busqué a Helga.

Ella, junto con otro de sus empleados, estaban remodelando una habitación de la zona de las horas activas. Me atendió al instante, siempre manteniendo su distancia y las facciones neutrales. Uno de los guardias que vigilaban cerca, al percatarse de nuestra pronta conversación se aproximó con aire amenazante y receloso. Ignorando su presencia, le expliqué a la ama de llaves lo que necesitaba, y ella no demoró en buscarlo por mí. No obstante, cuando me lo entregó percibí que quería decirme algo, pero lo único que dijo fue:

—Tenga cuidado, señorita, si se excede puede que algo malo ocurra.

Luego me di la vuelta dándole las gracias, y me alejé.

No perdí el tiempo. Fui a la cocina y preparé dos tazas de chocolate caliente. Todo fue metódico, pues había desconectado mi cerebro para evitar que me agobiara cualquier pensamiento que pudiera detenerme.

Arriba, frente a la habitación de Karla, esperé a que ella me abriera. Ella mostró un gesto contrariado en cuanto me vio.

—¿Sam? ¿Qué haces aquí tan temprano? ¿Lucian no te...?

—Sí —le sonreí.

Ella abrió los ojos de par en par.

—¿Es en serio?

—Me dejará tener mi propio trabajo, ¡lo logré!

—Oh por los amantes, ¡no puedo creerlo! —quiso abrazarme, pero yo la detuve extendiéndole una de las tazas. La aceptó entusiasmada y aturdida a la vez—. Pero, no entiendo, ¿qué te ha pedido Lucian?

—Aún no me lo ha dicho.

Eso la hizo vacilar.

—¿No te lo dijo?

—Por lo pronto, me conformo con saber que gracias a ti, he conseguido lo que deseaba.

Sentí algo muy parecido a una cuchillada, pero al igual que antes, hice caso omiso.

—Bueno, eso es genial —dejó su taza en un mueble, luego me dejó pasar—. Aun así, ¿estás bien? ¿No te sientes angustiada? Al fin de cuentas, desconoces qué favor todavía va a pedirte.

—Estaré bien —tuve que obligarme a no enfocar mi vista en esa taza humeante—. Lo que sea que suceda, no será peor que quedarme aquí.

—Al menos ya no piensas en escapar ante la oportunidad —no respondí—. Porque no vas a huir, ¿cierto? Ya hablamos sobre eso.

—¿Vas a tomar tu chocolate?

Ella siguió la dirección de mi mirada.

—¿Mi chocolate? ¿Temes que se me enfríe? —soltó una risita—. Descuida, me encanta cuando está helado. Si me lo tomo ahora me quemaré la boca.

Asentí, sintiendo terribles deseos de comerme las uñas.

Pasamos un rato hablando, ella lanzó comentarios y contó algunas de sus experiencias con los tratos. Estaba tan distraída, que no logré escuchar mucho de lo que me estaba diciendo, por lo que sólo asentía con la cabeza. Lo más inquietante fue que las dudas empezaron a bullir. Para distraerme, o parecer lo más relajada posible, comencé a beber mi taza en sorbitos tan pequeños que hasta a mí me pareció desesperante.

—...lo que hice fue un poco doloroso, créeme. Pero bastó para que obtuviera mi propia habitación —di otro sorbo—. ¿Estás bien?

—¿Qué?

—Llevas media hora bebiendo de esa taza que, cuando creo que ya te la has acabado, le das otro sorbo más. ¿Segura que no te sientes inquieta por tu trato?

—Muy segura —debía estarlo, de lo contrario no hubiera estado ahí. Esperando a que ella también bebiera.

Karla entrecerró la mirada.

—Puedes decirme si sientes...

—Karla, estoy bien. No te preocupes.

—Me preocupa porque ignoro lo que Lucian pueda exigiste. Es un precio muy alto.

Estaba de acuerdo.

—Pero lo pagaré. Lo lograré.

Ella me observó un segundo, suspiró, y finalmente tomó de nuevo la taza entre sus manos.

—Muy bien, cuando lo hagas, si sientes que debes hablar estaré para ti. ¿De acuerdo?

—Lo sé.

Elevó su taza en un brindis.

Y bebió.

Vi cuando le dio un nuevo sorbo. Vi cuando dejó el chocolate por la mitad. Vi cuando lo dejó de nuevo en el mueble. Y finalmente vi, cuando sus ojos empezaron a caer.

No fue nada alarmante. Karla terminó diciéndome que el sueño le pesaba de repente, que tomaría una siesta antes de las horas activas. Le pregunté si podía quedarme un momento con ella, y no tuvo fuerzas ni para decir que no. Vi cuando se acostó sin que yo le advirtiera nada.

Por fin, cuando comprobé que había perdido el conocimiento y su respiración se volvió pesada y tranquila. Intenté sacudirla, averiguar si el sueño se esfumaba. Pero no, Karla había perdido la noción del tiempo.

Y yo estaba demasiado ocupada en cargarla directo a la habitación de Lucian como para preocuparme en lo que estaba haciendo.

Porque no pensaba en nada.


Batallé para llevarla, su cabeza recargada en mi cuello mientras recargaba todo su peso sobre mis hombros. Iba a mitad del camino cuando una de las puertas de nuestro pasillo se abrió de par en par.

Lia apareció, y se quedó congelada observándonos confundida.

—¿Q-qué hacen?

—Karla no se siente bien —me apresuré a explicar—. La llevaré con Lucian.

—¿No pudieron llamar a Helga para eso?

—Iremos a pedir permiso para que pase la noche libre —por los amantes, sentía que mis brazos se volvían gelatina—. Por favor, si ves a Wen ¿podrías decírselo?

—Claro, —dudó—. ¿Necesitan ayuda? —hizo además de acercarse.

—No, estaremos bien. Mejor sigue arreglándote.

Lia titubeó, pero al final asintió y se encogió de hombros. Yo seguí caminando con el pecho retumbante.

El resto del camino no fue menos difícil. Atravesé de nuevo el corredor de las estatuas, caminé por el último pasillo, y me obligué a posar todo su peso sobre mí cuando extendí una mano y volví a tocar tres veces.

En esa ocasión Lucian no tardó en abrir. Alzó una ceja y esperé con el peso de Karla todavía obligándome a encorvar la espalda.

—¿Es esto lo que tenías en mente? —preguntó en tono de burla.

—Creerá que es un sueño —solté entre jadeos—. Tal vez una pesadilla, una visión, lo que sea. Pero sólo así obtendrá lo que quiere.

Lucian me cedió el paso, sin mostrarse interesado en ayudarme. Coloqué a Karla con el máximo cuidado que pude en la cama, y respiré profundamente para recuperar la energía.

—No me convence tu plan.

—He dormido en su habitación varias noches, y he llegado a notar que sufre de pesadillas con frecuencia. Lo que sea que planee hacer, pasará desapercibido para ella. Cualquier cosa que hayan acordado seguirá en pie. Esto lo estoy haciendo yo, es mi idea. Si lo descubre, le diré que todo fue obra mía, no de usted. Si tengo que ponerlo por escrito, lo haré. Una linda forma de librarse de un contrato sin romperlo, ¿no le parece?

Lucian se quedó pensativo. Si se negaba, no sabía qué podría hacer después, en especial porque desconocía cuál de las respuestas quería escuchar más.

Finalmente, elevó una sonrisa.

—Llamaré a Barb —antes de darse la vuelta, me echó un vistazo—. He de decir, Samanta, que sí me has dejado muy impresionado. Felicitaciones, pronto te entregaré los papeles del contrato.

Si dejar a Karla completamente sumida en un sueño sería todo, estaba muy equivocada. Barb apareció poco después, tomó a Karla entre sus brazos como si ella no pesara más que una pluma. Cuando desapareció por el corredor, Lucian se acercó detrás de mí y me tapó los ojos con un paño.

—Ven. Haz iniciado con esto, ahora termínalo.

Empezando a sentirme insegura, me dejé guiar.

Sentí que no bajábamos por las escaleras principales, sino por unas más angostas.

Ignoraba a dónde nos llevaban, Lucian no se molestó en aclarármelo, sino que siguió guiándome a tientas. Me pareció que descendíamos más allá del nivel del famoso sótano, pero no fue hasta que nos detuvimos y escuché el sonido del click de un escáner, que él dio por terminado el recorrido.

Sin embargo, no me quitó la venda de los ojos.

—Ponte cómoda. Por ahora.

Insegura, me quedé de pie, hasta que sentí su mano empujándome hasta encontrar un asiento mullido. Desconocía dónde se encontraban Barb; no obstante, escuché una puerta rechinante abrir y cerrarse, y supuse que él había llevado a Karla a un sitio aparte.

—¿Te gustan los espectáculos, Samanta?

Tardé en responder:

—Supongo.

—Supones bien. No hay nada mejor que ver un escenario y sus actores interpretar tan bien su papel. Tú lo lograste esta tarde, es hora de que veamos cómo lo hace una maestra.

—¿Qué van a hacerle?

Él rio burlesco.

—¿Justo ahora te preocupas por ella? Te di la opción de retractarte hace unas horas, ya es tarde para acobardarte.

Antes de que pudiera contestar, escuché la voz de Barb:

—Está todo listo.

—Bien.

Solté un respingo cuando sentí una enorme mano tomarme del brazo, para luego llevarme casi trastabillando en otra dirección. Mi pecho latía debido a la incertidumbre, pero me dejé guiar a ciegas.

A pesar de que tenía un paño que me cubría los ojos, aún había podido notar un poco de luz a través de la tela, sin embargo, cuando esa mano me llevó a lo que yo asumí que era otra habitación, todo rastro de luz desapareció. Me cubrió un manto de tinieblas, y no tardé en sentirme más torpe y perdida. Era como si una bestia me hubiera engullido entera.

La mano me dejó parada, sola en esa oscuridad. De pronto sentí que me colocaba unos enormes audífonos, y fue así que también dejé de escuchar algún sonido. Si no fuera porque sentía mi pecho subir y bajar, habría pensado que incluso había dejado de respirar. Poco después, la voz de Lucian salió de aquellos audífonos, siendo lo único que podía reconocer.

—¿Puedes oírme, Samanta?

Tardé un poco en hablar.

—Sí.

—Bien. A partir de aquí, vas a hacer exactamente lo que diga, ¿está claro? —no respondí de inmediato—. No te escucho hablar.

—Sí, está claro.

—Bien.

Pasaron otros largos segundos, ¿o eran acaso minutos? Ya no sabía contar. En cuanto a Lucian, él volvió a preguntar:

—¿Cuánto debemos esperar para que pase el efecto?

Tuve que obligar a mi garganta a soltar la voz.

—No mucho.

—Muy bien, esperaremos. He esperado seis años, puedo esperar unos minutos más.

¿Qué más hacía falta decir? ¿Qué era una traidora? ¿Qué la culpa no me carcomió hasta el final? ¿Qué fue la tortura más desesperante que pude haber presenciado? Sobraba decir que, sólo después de todo, sólo después de haber terminado y llevado a Karla de regreso a su habitación, con pesadas gotas de sudor en su frente y el cuerpo tembloroso, la horrenda sensación de que había hecho algo tan terrible no me abrumó por completo.

La culpa no abandonó mis pensamientos después de eso. La planteé en mi alma como una espina.

Sí, cuando salí de nuevo al aire libre lo disfruté tanto. Pero fue un precio demasiado alto, uno que aún me pesaba los hombros y que me impedía pensar en otra cosa.

Había planeado en escapar, pero, si lo hacía y me alejaba, supe que la estaría traicionando de nuevo; y el valor que había reunido esa tarde, fue remplazado por el rechazo y el asco que me provocaba verme en el espejo.

Lloré por ella. Supliqué que era suficiente, pero Lucian se negó a volver a atender mis palabras, tan sumido en lo que pasaba frente a sí. Nunca me permitió ver lo que sucedía, pero no era necesario, pues saber que ella podía estar gritando y llorando fue tormento suficiente para mí. Me mordí muy fuerte la boca esa vez, imaginándomela hecha un ovillo, con el rostro surcado por las lágrimas.

Fue un dolor tan intenso, que cualquier castigo que sufriera por parte de él después no sería tan espantoso como haber sido partícipe de ese acto.

Y por mi culpa.

A partir de ahí no dudé en mentir. En todo.




Aloha, aquí la autora.

¿Qué se imaginan ustedes que le hizo Lucian a Karla? :(

Una Karla bebé 💔

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