CAPÍTULO 33
Decir que Barb estaba feliz de llevarme al trabajo sería igual que describir la alegría de una piedra. Eso sí, podía notar que la idea no le agradaba nada. Ser mi chofer personal le causaba un desagrado terrible. Cuando bajé del auto y cerré la puerta, no demoró ni un segundo en arrancar muy lejos de allí.
Tampoco es que a mí me encantara tenerlo cerca.
En su desesperación por encontrar indicios de Helga, Anne me hizo prometer que miraría a cada esquina de la calle antes de entrar al café. Yo estaba segura de que eso no serviría de mucho, pero lo hice de todos modos.
Y, en efecto, no encontré ninguna señal, o al menos, ninguna que reconociera como tal.
Me envolví más en mi abrigo, pues el frío ya estaba calando. Las lluvias se habían detenido, aunque el cielo seguía igual de plomizo y el clima helado del pronto invierno parecía haber tomado la decisión de aparecer justo después.
Desesperada por entrar en calor y calentándome las manos, abrí la puerta de entrada del personal. Todo estaba tranquilo, y el inconfundible olor a pan y café me llenó las fosas nasales.
Y un horroroso monstruo blanquecino saltó sobre mí.
Solté un alarido de terror.
—Miau.
—¡¡Fuera, aléjate de mí!!
Abrí la puerta nuevamente, huyendo de aquella amorfa bola de pelos. Recargué todo mi peso contra la puerta cuando alguien intentó forcejear desde el otro lado, ya que no quería volver a ver esa cosa otra vez, no quería que me tocara. Sin embargo, al cabo de varios intentos lo dejaron de hacer. Me llevé una mano al pecho. Diantres, ¿cómo le haría para volver a entrar?
Estaba sopesándolo, ingeniando algún plan hasta que alguien me llamó desde una esquina.
—¡Sam! ¡No hay moros en la costa! —voceó Derek con las manos en la boca.
Sus ojos y su enorme sonrisa burlona no me parecieron ni medianamente divertidos.
Me erguí con lentitud, y cuando me encaminé hacia él, lo miré lo más severa posible.
—No sabía que le temías a los gatos.
—Cállate.
—Buenos días a ti también.
Me cedió la entrada, pero tuvo que aguardar cuando busqué con la mirada aquel inesperado bicho.
—Wilma ha dejado a Bombón en la oficina de Jesper, —explicó al ver que no me atrevía a pasar todavía—, no esperábamos que reaccionaras tan aterrada.
—¿El señor Jesper permite entrar a las mascotas?
—Tener un gato como logotipo es buena señal, ¿no? —arqueé ambas cejas—. Le gustará. Bombón en muy tranquilo y Jesper todavía me debe dinero. Ambos ganamos. Bueno, excepto tú.
—Muy gracioso, sigue así y te encontrarás con pelo y uñas en tu bizcocho.
—Esa es la Samanta que quería ver hoy.
Todavía dubitativa me adentré a las mesas, hasta que reparé en algo.
—Tienes una computadora.
—Medio nueva, un amigo me la vendió a mitad de precio cuando le conté que me había quedado sin nada con qué trabajar.
Sentí un pinchazo de culpa.
—Derek...
—Omitamos mencionar incidentes que no valen la pena recordar, ¿te parece? Creo que no nos hace ningún bien ahora que ya hemos hecho las paces —se acercó a su maletín—. Además, estaba esperando el momento en el que llegaras.
La punzada de emoción que sentí ante su comentario, no fue de culpa en absoluto.
—¿Por qué?
—¿Recuerdas aquel relato que creíste que se había perdido? —Sacó una pequeña memoria—. Bueno, siempre tuve un respaldo conmigo. Por si alguna guapa mesera derramaba café caliente por accidente.
—¿Y me hiciste creer que habías perdido toda tu historia?
—Te veías tan preocupada por mí —explicó sin más.
Puse los ojos en blanco.
—Nunca dejarás de intentar sorprenderme, ¿cierto?
—¿Eso lo considerarías bueno o malo?
En vez de responderle, preferí empezar con mi turno de trabajo, pues no quería admitir frente a él que me alegraba verlo de nuevo, y mucho menos, que me entusiasmaba la idea de tenerlo allí como antes.
Encontré a Wilma poco después, llena de pelitos blancos como si fueran pelusa por todos lados, pero con las mejillas encendidas y los ojos rebosantes de emoción. Cuando me vio, también se echó a reír.
—Debiste ver tu cara de espanto, digna de una fotografía épica.
—No fue gracioso.
—Fue muy gracioso, es más, súper mega gracioso. Si pudiera reírme otra vez, lo haría.
—Ja-ja. ¿Tú también te has levantado con ganas de burlarte de mí?
—Bueno, es mejor que tu cara inerte de todos los días.
Negué con la cabeza, pero debía admitir que aquella bienvenida poco común había estado bien para variar la rutina. ¿Y sería extraño pensar que la mejor noticia era que Derek ya no estaba molesto conmigo?
Aunque Derek había vuelto, también volvió su mundo dentro de sus audífonos, muy concentrado en el ir y venir de su teclado. No paraba de mirarlo. Se me hizo tan parecido a Layla que me pregunté si él congeniaba con ella en algunos puntos de vista, lo cual dudaba si consideraba lo del otro día, cuando ambos se sentaron juntos. Derek no parecía el tipo de persona que tomaba riesgos para conseguir un escrito que "atrapara", lo había comprobado en esa ocasión en el que me invitó a leerle un poco. A lo mejor era mi falta de experiencia con la lectura, pero yo me había sentido atraída por su universo de letras.
Dudé mucho en lo que estaba pensando, no quería mostrar interés por él, pero tenía tanta curiosidad. Finalmente, concluí que estaba exagerando. Exponer mis inquietudes a Derek no tendría que afectar en nada, tan sólo se trataba de un tema de conversación sin segundas intenciones, ni siquiera tenía nada que ver con la orden de Lucian. Podía mantenerlo así.
Dejé mi puesto a lado de Wilma, quien me miró con un poco de extrañeza. Ignorando una pequeña voz interior que me advertía tener cuidado, tomé la silla a lado de Derek y me senté con cierta timidez.
En cuanto reparó en mí, dejó de escribir, se quitó los audífonos y mostró un gesto amistoso.
—Vaya que sí me echaste de menos.
—¿De verdad sigues escribiéndola?
—¿Te refieres a Cindy?
—¿Así le pusiste? ¿A la chica de tu historia?
—Suena lindo y un poco maleducada. Como tú.
Me mostré seria. Derek, por su parte sonrió, aunque entendió que le hablaba en serio.
—Tranquila, solo intento conocer más a la Sam que volveré a ver con frecuencia. Tanteo si puedes aguantar unas cuantas bromas.
—Soy demasiado bromista.
—Ser sarcástica no se considera bromista. Además, probamos el otro día que a ti te salen fatal los chistes. Déjame a mí las partes graciosas de esta historia, y yo te cederé las escenas de terror.
Casi me reí, y al verlo sonreír me forcé aún más a no hacerlo.
—Tengo una pregunta —dije al intentar recuperar mi seriedad.
—Espera, antes de que digas algo, quiero llegar a un acuerdo contigo.
Rayos, no. Otro trato no.
—¿Qué?
—No te pongas huraña ahora, es una dinámica muy inofensiva.
—Pues dímela ya.
—Si quieres hacerme preguntas, está bien. Pero entonces deja que yo también te las haga. Es lo justo, ¿no crees? —vacilé—. Antes de que lo rechaces y me dejes hablando solo, quiero aclarar que todo depende del nivel de importancia que esté cargada la pregunta. Si es algo muy personal, entonces puedo devolvértela con una del mismo valor; en caso de que sea insignificante, entonces también tendré que hacer lo mismo.
Lo observé detenidamente.
—Has estado pensando mucho en esto, ¿cierto?
—Lo ensayé frente al espejo antes de venir —me temblaron los labios, pero el gesto no pasó desapercibido para él—. ¿Entonces? ¿Estamos de acuerdo?
Lo miré con suspicacia, Derek enseñó su rostro más inocente.
—Me parece bien.
—Excelente, tú primero.
—¿Cómo puedes escribir tanto?
Él sí soltó una carcajada.
—¿En serio eso es lo que vas a preguntar? —mantuve mi cara seria, así que repuso—. Amo lo que hago, tal vez no sea muy bueno en ello, pero es un intento. Cuando escribo, simplemente me desconecto de todo lo demás, y sólo estamos la historia, los personajes y yo. Cuesta mucho separarse de eso.
—No lo entiendo, ¿acaso no...?
Me detuvo alzando la palma de la mano.
—Es mi turno —apoyó su cabeza sobre un brazo, esperé moviendo los dedos contra la superficie de la mesa—. ¿Por qué te dan tanto miedo los gatos?
Solté el aire que no sabía que había retenido.
—No estoy acostumbra a convivir con otros seres vivos.
—¿Estás de broma? ¿Y qué soy yo, un vegetal?
—Esa es otra pregunta, me toca a mí —Derek planeaba algo, lo presentía. Su sonrisa pícara me lo confirmaba, pero no descubría qué. Así que debía mantener nuestra conversación lo más centrada en el tema posible—. Tus escritos, la manera en cómo redactas, ¿los has visto? Es decir, ¿te basas en algunas experiencias para plasmarlo tan... real?
Él frunció el ceño.
—N-no lo sé, sólo se me vienen a la cabeza.
—¿Pero lo que viven, lo que sienten tus personajes, lo has vivido tú o alguien que conozcas?
—Esa es otra pregunta, pero descuida, por esta vez te contestaré —se recostó contra su silla, en una actitud tan relajada, que de algún modo también yo me sentí así: relajada y cómoda con él—. La mente humana es completamente fascinante. Todo lo que está aquí —se señaló la sien—. Se puede ver cuando usas esto —alzó las manos—. Y esto —apuntó a su rostro y formó otra sonrisa—. ¿Y por qué no? Puede que también lo sientas aquí —se señaló el pecho—. Donde la gente cree tener el corazón.
Fue como si me hubieran lanzado un balde de agua helada, pues sabía que había escuchado esa misma frase en algún otro sitio, sólo que no recordaba dónde. Esperaba que mi rostro no lo reflejara.
—Pero en realidad, esa caja se encuentra por aquí —indicó de nuevo su cabeza—. Reacciones químicas y procesamiento informático.
—¿Y eso qué tiene que ver?
—Oh, tiene muchísimo que ver. Todo lo que vivimos, lo que creemos y lo que pensamos, sale a relucir tarde o temprano gracias a ello. A veces con intención y a veces no. Cuando escribo, es lo que sale. No me doy cuenta hasta que lo reviso varias veces y analizo: "¡Jala! Este personaje piensa igual que yo", o "Me parece que este tipo no es muy listo, las cosas no pueden suceder así" y lo mando a una subtrama nada conveniente para él y que así aprenda la lección. Es algo intuitivo, no sé de qué otro modo describírtelo.
Lo medité un poco. Su modo de ver cuadraba de algún modo con el de Layla. Eso significaba que ella había tenido razones más que justificables para hacer lo que había venido a hacer. Muy decepcionada, asentí.
—Pero no es todo lo que gira en la escritura —continuó Derek.
Volví a centrar mi atención en él.
—No sólo se trata de expresar lo que sientes, sino del mensaje. Qué mensaje quiero dejar marcado en la historia, eso le da propósito y un por qué para escribirla. Eso al menos es lo que pienso.
Los ojos de Derek sufrieron un ligero cambio. Se mostraron más animados, mucho más despiertos. Era evidente que aquel tema le fascinaba. Y eso sí era algo que encajaba más con él.
—¿Cómo es eso?
—Lo siento, llevas tres preguntas seguidas, eso equivale a una de mucho peso personal, ¿no crees? —Ni siquiera me permitió replicar nada, sino que sonrió victorioso y se apresuró a externarla—. Dime Sam, ¿tienes algún número de teléfono con el cual pueda contactarme contigo?
Cuánto deseé darle uno.
—No.
—¿Correo electrónico? ¿Fax? ¿Ubicación para enviar señales de humo?
—Lo siento, no tengo ninguna de esas cosas.
Derek se mostró desconcertado y bastante decepcionado.
—Oh bueno, ¿puedo pedir el número de algún contacto tuyo? Me imagino que tendrás el de la misma mujer que te ayudó con lo de tu padre.
—Ya hiciste cuatro preguntas, sigo yo —masculló en voz baja, pero no objetó ni una palabra—. ¿A qué te refieres con el mensaje en una historia? ¿No es más importante que sea emocionante?
Él lo pensé detenidamente.
—Pienso que si así fuera, el libro sólo tendría un uso muy pobre. Las emociones rara vez duran para siempre. Cambian, desaparecen o reaparecen con el tiempo. En un momento puedes estar enojado, al siguiente feliz. No puedes fiarte de ellas para muchas cosas importantes. Un escritor que sólo se preocupa por emocionar, probablemente es alguien que no tiene nada importante qué contar, sólo espera reconocimiento.
"El mensaje, en cambio, es poderoso, fuerte y convincente, más si está bien planteado. Puede hacerte cambiar, ver las cosas de otra manera, e incluso ayudarte. No digo que una historia emocionante sea mala, el problema, es que si sólo te basas en eso, pronto te darás cuenta que ya nada puede entusiasmarte tanto. Buscarás sentimientos más fuertes, más impresionantes, hasta llegar al grado de quedarte con una sensación de vació terrible y nada podría saciarte.
Eso jamás pudo habérseme ocurrido. Ni a Layla, ni al resto de las chicas. Y también comprendí, con gran asombro, que tampoco a Lucian.
Derek volvió a llevarse las manos a la boca para vocear:
—¡Will! ¡Te necesitamos!
—¿Qué estás haciendo?
—Pidiendo el número de tu contacto.
—Espera, ¿qué? ¿Era en serio?
Wilma apareció sosteniendo al gato entre sus brazos. Miré al bicho con mala cara.
—¿Qué sucede? —inquirió ella.
—El único número de Sam, ¿lo tienes a la mano?
—Derek...
—Está en la oficina de Jesper —Wilma me miró—. Pero no puedo dártelo a menos que ella otorgue su permiso.
Derek volteó con un brillo en la mirada, expectante.
"No, no se lo des. Es lo que Lucian quiere, por favor no se lo des". Pero precisamente por eso debía acceder, porque si me negaba, temía que Lucian supiera que le estaba desobedeciendo. Ya había pasado antes, y las cosas no habían salido bien. Por otra parte, ¿Lucian no se molestaría? ¿Cuál elección era la correcta en este caso?
"No tientes la suerte, sobre todo si es mi paciencia lo que está en juego".
—¿Sam? —Derek comenzó a inquietarse—. Sabes que, si no quieres...
—Está bien —solté.
Me llevé las uñas a la boca, mientras Wilma buscaba el contacto. Derek estaba casi que daba saltos de entusiasmo desde su silla.
—Así podremos seguir con esta conversación sin que tenga que interrumpir tu horario de trabajo —sonrió en grande, pero al ver que no le devolvía el gesto, añadió—. Aún podemos continuar, si eso es lo que quieres.
Espanté lo más que pude los pensamientos acusatorios de mi mente. Ya idearía un plan en caso de que hubiera tomado la decisión errónea.
—¿Cómo sabes que el libro tiene un mensaje? —pregunté en cambio, buscando entretenerme con lo que él me estaba explicando.
Derek me observó preocupado, era claro para él que le ocultaba algo, pero afortunadamente no insistió en ello.
—Porque te hace pensar, y mucho. Ya sea de ficción o totalmente realista, los libros con mensaje tienen un impacto en ti.
—¿Y si sólo narran experiencias?
—Sigues insistiendo con lo de las experiencias, ¿hay algunas en las que te gustaría ser más específica?
Las mías. Las de las horas activas.
—¿Y si un libro busca sólo narrar experiencias sexuales? ¿Y si lo que quiere es generar emociones fuertes?
Derek alzó ambas cejas, intrigado.
—Ya veo de dónde empezó esto.
—¿A qué te refieres?
—Te he dejado hacer más de cinco preguntas. Quiero preguntarte yo ahora, ¿tu curiosidad tiene que ver con una persona demasiado extrovertida, de cabello anaranjado y pecas en la cara?
—En parte —confesé—. Layla afirmó algo que me hizo pensar mucho esta vez que te vi escribir. Dijo que lo más emocionante de un libro es que sea lo más crudo y explícito posible. Pero yo leí tu escrito y este me pareció tan real y emocionante que dudé si ella en verdad tendría razón. Quería saber qué pensabas tú.
Derek se acarició la barbilla.
—Entiendo. La verdad, es un tema muy subjetivo, y no podría decidirlo todo yo, pero independientemente de eso, estoy seguro de lo que pienso. Con respecto a ella, pues...
Wilma reapareció y le tendió un papelito a Derek, quien se lo agradeció.
—Para la buena suerte —fue lo que dijo en cuanto lo guardó en su maletín. No supe a qué se refería con eso—. En fin, supongo que ya no importa darle tantas vueltas al tema de Layla. Además, quería preguntarte una última cosa —asentí, comenzando a preocuparme—. Sam, tú has hecho muchísimas preguntas bastante interesantes, algo poco frecuente en ti desde que te conozco. Tal vez, porque no te conozco lo suficiente.
"No demuestres lo que sientes, no demuestres lo que sientes."
Derek, sin embargo, fue tan transparente que noté que se ponía nervioso.
—Quería preguntarte, si tú querrías...
La campanilla tintineó.
De inmediato me levanté, y aunque noté que elsemblante de Derek pasó al desánimo, lo que sea que había querido decirme sefue al olvido, aunque yo deseaba saber que había querido preguntar, y sobretodo, cuál hubiera sido mi respuesta.
En un universo, donde Derek consigue un número de Samy...
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