CAPÍTULO 31

Al terminar mi reporte de esa tarde, me sentí un tanto intranquila. Repasé el escrito y experimenté un deja vu, pues al igual que ese día en el que Derek casi me había traído a casa, esta vez también omití contar algunas partes de lo sucedido; por ejemplo, de lo bien que me había sentido al comprender que estaba preocupado por mí, o toda la historia de mi vida resumida en unos cuantos diálogos como si ambos fuéramos verdaderamente amigos; y, sobre todo, que me había acercado a él no para cumplir el plan de Lucian, sino porque así lo había deseado.

Arranqué la hoja y revisé mi ortografía, que a mi parecer carecía de errores, pero conmigo nunca lo sabría. Me pregunté si Liz se encontraría en mejor estado para ayudarme a darle el visto bueno, ya que desde que retorné a mi trabajo, no volví a ocupar mi puesto como su enfermera personal y desconocía su salud actual. No obstante, al llamar a su recámara no escuché ni una respuesta de su parte, además de que la puerta estaba bajo llave. Arriesgándome a recibir uno de los reclamos de Wen, me aventuré a buscarla en su oficina; sin embargo, en cuanto pisé la planta baja me encontré con Karla.

—Sam —me llamó desde la entrada de un pasillo. Curiosa, me acerqué a preguntarle si necesitaba algo, pero en cuanto la alcancé me tomó del brazo—. Ven, Layla quiere hacernos cumplir nuestra parte del... —se detuvo, clavó su vista en los vendajes que Derek me había puesto—. ¿Cómo te las vendaste?

Las cubrí con una mano.

—No fue tan complicado —respondí sin mirarla a los ojos.

Karla los observó un segundo, luego soltó un suspiro.

—Vamos, Layla nos espera.

—Pero necesito entregarle esto a Wen —dije mostrándole mi reporte.

—Ya lo harás después, ahora mismo necesitamos es borrar ese pendiente con la señorita pecas.

Me arrastró por el corredor, pasamos por varias puertas con escáner hasta que dobló otro pasillo, y justo allí, una de las puertas estaba abierta. Adentro encontramos a Anne, Tiana y Lia. No había rastros de Wen ni mucho menos de Emily. Layla las había reunido en una habitación simple y sin decoración; al fondo tenía un pequeño escritorio con algunas hojas, paquete de lápices y plumas. Reconocí su computadora plateada y volví a preguntarme cómo Lucian le había permitido conservarla. El resto del espacio se encontraba muy reducido debido a una gran pila de cajas acumuladas hasta el techo.

—Bienvenida, Samy —saludó Layla, sonriente. Mostré una mueca—. Samanta, Sam, como sea. Llegas justo a tiempo para nuestra entrevista en grupo. Nos alegra que hayas llegado.

Observé los rostros indiferentes de las demás.

—Bueno, ya pronto todas se animarán —repuso, abrió una de las cajas y hurgó dentro de ella—, verán que sí.

—¿Qué es lo que ocurre contigo? —me oí decir antes de que me detuviera a pensarlo—. Ayer Lucian casi te abre los músculos de la espalda, ves sus arranques de ira y actúas... ¿como si no hubiera sucedido nada?

—Ayer me equivoqué —contestó. Levantó un objeto rectangular cubierto de papel café—. Además, el señor Luc no nos hizo daño, creo que esa parte la has olvidado.

Antes de que pudiera replicarle, Karla le arrebató el objeto que sostenía.

—Vayamos al grano. No tengo tiempo para esto.

Abrió el papel de forma impaciente. Se trataba de un libro. Todas lo miramos desconcertadas, Karla resopló molesta.

—Lo que me temía.

Layla amplió su sonrisa y volvió a hurgar en la caja, mientras seguía explicándose:

—La mayoría de ustedes posiblemente desconozca el motivo por el que vine. Es obvio que yo no estaría aquí si no fuera por un asunto que me interesara.

Sacó otros cuatro paquetes y nos lo entregó al resto con un brillo de diversión en los ojos. Tiana tomó el suyo con ligera curiosidad; Lia, por su parte, se notaba claramente lo obligada que se sentía a ello; Anne fue la única que lo sostuvo para luego dejarlo a un lado sin mostrar ningún interés en él.

—He esperado mucho para este momento —confesó Layla, arropando otro libro contra su pecho—. No tienen idea de lo emocionada que estoy.

—Yupi —dijo Anne.

Layla estaba tan concentrada en lo que nos estaba diciendo que no le prestó atención a su sarcasmo. Buscó detrás de ella sobre su escritorio hasta alcanzar su computadora.

—¿Cómo lograste que Lucian te permitiera tenerla? —inquirí.

Ella se encogió de hombros.

—¿Cómo lo convenciste para que te dejara salir? —ella sabía que no le respondería, por lo que continuó con aire presuntuoso—. Fue parte de nuestro trato cuando él me invitó a venir aquí. El señor Luc sabe cómo negociar.

—Basta de ruido —interrumpió de nuevo Karla—. Empieza ya o deja que nos larguemos de aquí.

Layla no se inmutó por su arrebato, pero carraspeó y tecleó algo.

—Comencemos —nos miró con expectativa y mordió su labio—. Me imagino que todas también tienen sus razones para trabajar aquí

—Eso es evidente —respondió Anne.

—Las mías tal vez no sean tan melodramáticas como las de ustedes —continuó Layla—. Cada una tiene su propia historia, pero no es eso lo que me interesa saber.

Fruncí el ceño. Layla soltó una risita al ver mi desconcierto.

—Ya pueden ir relajándose, los secretos que tengan guardado o su vida privada llena de tragedias no me interesa en lo más mínimo —tomó uno de sus libros y lo alzó por sobre su cabeza—. Sino esto.

—No comprendo —dije, y en verdad lo decía en serio.

Ella sonrió orgullosa.

—Siempre me ha apasionado este tipo de temas —se explicó—. El deseo por experimentar lo prohibido, despertar fantasías oscuras y hacerlas realidad. Es lo que hacen y es la razón por la que vine.

Tomó otro libro y pasó sus hojas una tras otra de forma rápida.

—Siempre deseé escribir sobre eso, me imaginaba que, si lo hacía podía plasmar no sólo mis propias fantasías, sino despertarlas en cualquiera que las lea. Es por eso que cuando conocí al señor Luc, supe que había encontrado mi lugar en el mundo. ¿Y lo que sucedió esa noche en la fiesta? —suspiró con fuerza—. Fue como si me encontrara en un sueño.

No supe si las demás estaban pensando lo mismo que yo, pero si así era, estábamos de acuerdo en que Layla había perdido un tornillo.

—Lo que quiero saber son sus experiencias. Clientes que les hayan exigido más de lo que podían dar. Situaciones en los que hayan experimentado tanto éxtasis sexual que no hayan sido capaces de dormir sin recrear la escena una y otra vez. Fetiches, posiciones, juegos. Todo lo que hayan pasado dentro de estos muros para que yo pueda plasmarlo en mis páginas. Eso es lo que quiero.

Dejó un momento de pausa, y por el silencio descubrí que Layla había logrado que todas prestáramos atención a lo que decía, también comprendí por qué Derek había quedado eclipsado en su conversación con ella. Layla hablaba con tal fuerza y convicción que envolvía.

—Déjame ver si te entiendo —dije—. ¿Quieres que hablemos sobre nuestro trabajo en las horas activas?

Ella asintió.

—Ustedes han presenciado gran cantidad de fantasías en esta casa. Tengo fe de que si plasmo sus experiencias en papel, cualquier persona podría experimentar lo mismo. Entre más oscura y perversa sea, más atrapará al que las lea. Ustedes pueden ayudarme con eso.

Era extraño, sin embargo, una sensación de alivio me invadió el cuerpo. Sólo buscaba nuestras experiencias en horas activas, nada más. Miré al resto de las chicas: Lia tenía arrugado el ceño; Tiana reposaba la barbilla en una mano, pensativa; Anne ignoraba la conversación mientras se sacaba la cera del oído; por su parte, Karla se veía demasiado interesada en los libros de Layla como si de pronto contuvieran algo importante.

—¿Qué es lo primero que quieres saber? —solté.

Layla habló sin rodeos, tan excitada de que por fin la escucháramos hablar de un tema que sólo a ella parecía encantarle. Cuando empezó con las preguntas, no eran sólo sobre las diversas posiciones que solíamos frecuentar, sino de cuántas fantasías habíamos cumplido en todo ese tiempo y en qué habían consistido. Eso era lo que más le llamaba la atención.

—¿Recuerdas cuando tuve que vestirme con cola y orejas de gato? —le preguntó Anne a Karla en una ocasión—. Esa noche el cliente me hizo arañarle no sólo la espalda, sino ronronear como si fuera un felino en celo.

Layla escribía lo más rápido que sus dedos podían. Karla se echó a reír.

—Lo recuerdo, ¿aún tendremos el disfraz?

—No volveré a ponérmelo si eso es lo que quieres decir.

—Te veías tan tierna vestida de mascota.

—Yo recuerdo haberme comportado como si fuera una yegua para un cliente —conté—. Usaba mi pelo como si se tratara de un crim y se ponía encima de mí como si fuera un poni. Las piernas me dolían y los brazos me temblaban. Al final me colocó unas correas y me hizo hacer sonidos de caballo mientras me la introducía por atrás.

Formé una mueca. Era como si hubiera sucedido la noche anterior. Había sido una experiencia bastante rara, rayando a lo ridículo.

Hubo preguntas más específicas, como las sensaciones, lo que pensábamos en nuestra primera noche, y si existió algún cliente que nos haya sentido satisfechas.

—Te hablan, intentan ser caballerosos, disfrutan los detalles como la decoración o las comidas, pero llega un punto en el que exigen la mercancía. Toman lo que quieren, hablan un poco y se van —contó Lia—. A Liz ni siquiera eso, para ella un polvo rápido es lo que la mayoría de los clientes le piden.

—Ella termina desgarrada después —musité—. Siempre está cansada en las cenas y se sienta a comer con dificultad.

—Pero los disfruta, ¿o no? —indagó Layla.

—Nunca nos lo ha dicho.

Pareció decepcionada.

—Los hay que son demasiado exigentes —continuó Karla—. En la habitación de placer, donde se practica el sadomasoquismo, cualquier equivocación puede costarte mucho. Se usa poco, pero cuando a una le toca trabajar ahí, pues... no siempre se disfruta.

—Algunas nunca lo hacen —añadí.

Y las preguntas continuaron. Parecieron no tener fin. Fetiches, tipos de clientes, materiales, juegos y vestimenta. Todo lo que hacíamos fueron a parar a los archivos de la computadora de Layla. Sus ojos brillaban, cada pregunta la externó con la misma intensidad que al principio, curiosa y anhelante de saber más, más y más. En algunas respuestas, Layla parecía desinflarse de la emoción y en esas ocasiones no escribía nada.

—¿No les gusta cuando se trata de las orgías?

—Las únicas orgías que hemos tenido es con el general John y algunos de sus hombres —señaló Anne—. Y créeme que es una parte de nuestro trabajo que no disfrutamos para nada.

Al decir esto, Tiana clavó su mirada adolorida en sus muslos.

Layla se mordió los labios.

—Pero, ¿con el señor Luc no han...?

—Lucian nunca se acuesta con nosotras a menos que así lo deseemos —se anticipó Karla—. Y puedo asegurarte que no lo deseamos.

—No todas —añadió Anne—. Si hay alguna que...

Karla la miró con advertencia, silenciándola.

—Yo tengo una pregunta para ti —dijo de pronto Lia cuando ya habíamos pasado más de una hora hablando—. ¿Por qué crees que necesitas recopilar nuestras experiencias si tú misma presumes tener la suficiente?

Layla aumentó el tamaño de su sonrisa.

—Porque si de algo quiero alardear más, es demostrar que entre mayor crudeza, realismo y más explícito es lo que escribo, mejor es la experiencia y, por consiguiente, cien por ciento sensacionalista. Quiero narrar lo que sea más vívido para el que me lea. Quiero que sea imposible de olvidar. Quiero...

Y en ese momento se oyó un estruendo. Fue tan fuerte y tan repentino, que todas nos colocamos de pie de un salto. Karla se posicionó entre la entrada y nosotras, con los músculos tensos lista para salir en nuestra defensa.

Pasó un momento de quietud.

Entonces se oyó el eco de un grito, uno femenino y cargado de angustia.

—Es Wen —soltó Tiana en tono de alarma.

No pensamos, corrimos.

.....

Hola. Lamento la tardanza, entre varias cosas que he tenido que hacer, corregir se me ha complicado.

En fin, también notarán el cambio en los banderes, eso porque me quedé sin teléfono y el que ahora uso es uno de muy baja calidad, así que estoy dejando los de la 1° versión. A ver si no me arrepiento más adelante de dejarlos 😅

Saludos ♥

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