CAPÍTULO 30


Al día siguiente, dudé en si era buena idea marcharme o no. Busqué algún sonido, pero la casa estaba sumida en una calman tan quieta que me dio un mal presentimiento. No obstante, Anne me insistió en que, si Lucian no lo había dicho directamente, tenía todo el derecho de ejercer mi parte del trato sin meterme en problemas.

«Además, tienes que ir, ¿y si Helga decide ponerse en contacto el día de hoy?»

Siendo así, me vi caminando por la cera cuando un auto plateado y elegante se detuvo a mi lado, y me temí lo peor de lo peor.

Lucian bajó la ventanilla.

—Sube.

No esperé a que me lo ordenara dos veces, pues dudaba que no quedaran residuos de su arranque de ira del día anterior. Provocar a Lucian arruinaría cualquiera de los planes.

Abrí la puerta, y por dentro me llenó el aroma dulzón del ambientador. El vehículo avanzó despacio, y soportando el ambiente asfixiante y la fuerza de su presencia sobre mí, me comí las uñas hasta que lo escuché hablar una vez puestos en la carretera.

—Sigues haciendo eso.

Me miré los dedos, y los bajé a mi regazo.

—Lo siento.

—Un mal hábito que esperaba que se esfumara con el tiempo —perdió su vista en el plomizo cielo—. Hay cosas que no podemos evitar, me temo.

Fue como si se lo dijera así mismo, y temiendo enfurecerlo, opté por no responderle, fijando mi atención en el movimiento de mis dedos.

Lucian no volvió a emitir palabra hasta dentro de un buen rato, cuando por fin nos adentramos a las primeras señales de la ciudad.

—¿Qué tal con el encargo? ¿Algún avance en el que deba estar al tanto?

—No —sus ojos de hielo se clavaron en mí—. Quiero decir, aún no.

—¿Qué me dices de Layla? ¿Te sirvió de ayuda?

Ahí descubrí que él sólo buscaba tomarme desprevenida y descubrir si le mentía. Este viaje no era sólo para acompañarme, sino para asegurarse de que el día anterior le había dicho la verdad. Un movimiento astuto; a pesar de ser una bomba de arrebatos violentos, Lucian era el tipo de persona de quien nunca me olvidaría tener cuidado, pues esa línea de lógica y su habilidad para calcular cada gesto, era lo que lo convertía en alguien tan peligroso. ¿Cómo planeaba Helga ayudarnos, cuando ninguna de nosotras, aún con los años de experiencia, éramos capaces de desentrañar sus pensamientos?

Lucian todavía aguardaba mi respuesta.

—Tal y como lo había previsto.

Nos detuvimos a unos metros del café. Intenté abrir para salir, pero la puerta se mantuvo asegurada.

—Esta situación, ¿no te parece conocida? —desvió su mirada hacia la calle—. Eras tan diferente, en verdad creíste que saldrías con tanta facilidad, haciendo de las tuyas sin pensar en las consecuencias.

—Sé que fue un error, me equivoqué.

—Sí, siempre es un error, un error que espero, por tu bien, que no vuelva a suceder, ¿lo entiendes verdad? —aguardó a que asintiera—. Ten en cuenta que si no fuera porque hicimos un nuevo trato, ya te hubiera puesto bajo llave y con candado. Pero no tientes la suerte, sobre todo si es mi paciencia lo que está en juego. No te lo recomiendo.

Agaché la cabeza. Lucian siguió hablando:

—A partir de ahora, Barb te traerá y también vendrá por ti. Sé que no era parte de nuestro acuerdo, pero es sólo por precaución —chasqueó los dedos, y se oyó un tenue clíck.

Salí salpicando un poco de agua en un pequeño charco.

—No demores demasiado —agregó, aunque ya no podía mirar su rostro desde donde estaba—. A nuestro viejo amigo no le gusta esperar. Que tengas feliz día, Samanta.

Cerró la puerta, y el auto se alejó.

Fui incapaz concentrarme. Por todas partes sentía ojos tras de mí, sombras que me vigilaban. Sí miraba mi reflejo, veía borroso. Y si por algún extraño motivo, escuchaba mi nombre en un susurro, sólo era mi asustada imaginación.

Wilma percibió mi estado de ánimo, pero no comentó nada acerca de ello. Cada vez tuve que comprobar la campanilla, pues estaba convencida de haberla escuchado repiquetear, y descubría que era mi mente quien me hacía una mala jugada.

Sé que debía tranquilizarme, actuar como otro día normal, pero no podía apartar de mi cabeza esa sensación de ser amenazada por Lucian por cada error cometido. Incluso por respirar.

Deseé que llegaran los clientes, distraerme con pedidos en vez de las imágenes que se agolpaban en mi cerebro, pero conforme transcurrieron los minutos, no había llegado ni un alma al local. Y por como se veía el clima, dudaba que alguna persona se decidiera a venir por iniciativa propia.

Comenzaba a resignarme a pasar una mañana estresante, hasta que Derek hizo acto de presencia.

—¡Oye Will! ¡¿Tienes a Jesper por aquí?!

—Debiste llegar hace una hora, tuvo que salir temprano, ¿quieres que le pase algún recado?

-—Que me debe dinero -—nuestras miradas se cruzaron, hice ademán de saludarlo, pero él rápidamente desvió la vista, desconcertándome-—. ¿Tienes mi pedido?

Wilma bufó.

—Derek, sabes muy bien que lo tengo. A estas alturas tendrías que venir y exigirme tu café sin preguntas absurdas.

—Lo tendré en cuenta.

Los vi discutir entre ellos. Miré a su alrededor en busca de la chica, pero en esta ocasión y para mi propio alivio, él había decidido venir solo. Tal vez por eso me atreví a considerar a Derek como un medio de distracción. Sí, estaba la orden de Lucian que me obligaba a acercármele, pero en esa ocasión, lo que más deseaba era no pensar en las amenazas y peligros a la que estaba expuesta, quería pensar en otra cosa, tranquilizarme.

Derek tal vez podía darme eso.

Wilma desapareció, y por fin me atreví a hablar con él.

—Hola.

Derek me ignoró, y yo ignoré la punzada de inquietud que golpeó dentro de mí. Ahora que deseaba que me hablara, ¿decidía ignorarme?

—Derek, sé que me escuchaste

—Lo sé.

—¿Y por qué me ignoras?

—Oh, no estoy seguro, tendrá que ver con nuestra conversación de ayer ¿quizá?

Perpleja, pregunté:

—¿Estás molesto por decirte la verdad?

—¿Por decirme la verdad? No. ¿Por verme como un maniático sexual? Sí.

—Estás exagerando.

—¿Qué yo estoy exagerando? ¿Tienes idea de lo insultante que fue para mí saber...?

—Y aquí están —dijo Wilma al reaparecer—. Te diría que volvieras pronto, pero ambos sabemos que es innecesario.

Tomó su pedido, luego se giró a verme, completamente serio.

—Si me disculpas debo... —y entonces, todo su rostro se encendió en ira.

Seguí la dirección de su mirada, directa hacia mis manos, mis muñecas, mis cicatrices. Las escondí en seguida, pero ya era demasiado tarde. Dejó su pedido, tomó mis manos y las acercó a su rostro. El pecho me dio un brinco, aunque no sabría decir si era de alarma, o por los nervios de tenerlo demasiado cerca.

—¿Q-qué haces?

—¿Quién te hizo esto? —Hice ademán de esconderlas, atrayéndolas a mi pecho, pero Derek las retuvo, e exigió con el rostro enfurecido a que me explicara.

—Nadie, no sé qué son.

—Mentirosa —olvidando que había estado molesto conmigo, me arrastró hacia donde estaba Wilma-—. Will, ¿qué sabes sobre esto?

Ella igual se mostró muy sorprendida.

—No se las había notado.

—¿Quién te hizo esto, Sam?

Nerviosa, le supliqué a ella que me ayudara a salirme la situación, pero Wilma también esperaba una respuesta.

—Nadie, me las hice sola.

—¿Sola dices? ¿Qué significa exactamente?

—Nada, no significa nada.

—Will, revisa si Jesper tiene una de esas vendas, ahora.

Ella corrió con el encargo. Comencé a alarmarme de verdad, pues la situación se estaba saliendo de control.

—Derek, lo digo en serio.

—¿Entonces no me dirás qué fue lo que ocurrió?

Enmudecí, pensé en cualquier excusa, la que fuera, para darle una explicación. Pero al no encontrar ninguna, preferí guardar silencio.

—¿Sabes? Comienzo a detestar esta faceta tuya —siguió revisando mis muñecas, y conforme las giraba, más parecía querer golpear a alguien, incluso tenía el rostro enrojecido—. Por todos los... Sam, si no me dices lo que pasa...

—Fue un accidente, ¿sí? No tienes por qué actuar tan exagerado.

—¿Accidente? ¿Exagerado? ¡Mira estas marcas! Esto no fue hecho de forma aleatoria, Samanta, tienes...

—Las encontré —reapareció Will—. Son un poco viejas, pero servirán.

Derek se las arrebató, se alejó y al cabo de un momento, regresó con un pañuelo limpio y húmedo para pasarlo sobre las heridas. Lo hizo todo en silencio, y sorprendentemente, con extrema delicadeza, a pesar de que todo su cuerpo irradiaba frustración, ira, enojo.

Y una genuina preocupación.

Finalmente, hizo un pequeño nudo, e inspeccionó su trabajo satisfecho. Pero no retiró sus manos de las mías, y yo tampoco lo hice. Creí que eso sería todo, hasta que dijo, en tono que no aceptaba réplica, una terrorífica frase:

—Tenemos que hablar.

Tragué saliva.

—Derek...

—No, nada de "Derek, detente", "Derek, aléjate de mí", "Derek, piérdete de mi vista". Saldremos, hablaremos sobre esto y me dirás qué es lo que está pasando. Ahora.

Contemplé su semblante decidido, él no iba a ceder tan fácil esta vez; sin embargo, dejar que me llevara al lago de nuevo no era una opción, y mucho menos después de que Lucian había dejado muy en claro lo que haría al respecto; ¿qué procedía?, ¿qué debía hacer? Busqué a mi alrededor, esperando ver una oportunidad para escapar de aquella situación, pero estaba acorralada. Derek entrecerró los ojos.

Volví a mirar a Wilma con súplica.

—A mí ni me veas, estoy muy de acuerdo con él.

Desesperada y sabiendo que debía idear algún plan, un modo de salir de aquello sin que sonara sospechoso, acepté.

—Está bien. Hablemos —y antes de que lo sugiriera, aclaré—. Pero no iré a ninguna parte.

Derek quiso replicar, pero al igual que él, me mantuve firme. Finalmente, ambos nos dirigimos a la salida, y fue en ese transcurso de breve momento, en el que mi cerebro hizo corto circuito y supe lo que debía hacer. Si la única forma de librarme de su interrogatorio, era relatarle toda la verdad, o al menos una parte de ella, le daría a Derek la información necesaria para que dejara el tema por zanjado, pero no la suficiente para que sospechara lo más mínimo de lo que acontecía en realidad.

La idea sonaba sencilla, aunque un tanto complicada, pero debía funcionar, tenía que hacerla funcionar.

A nuestro alrededor se percibía el aire frío de la llegada del invierno con la lluvia, y me calenté los hombros. Derek puso las manos en los bolsillos, y con la expresión más determinante, aguardó a que hablara primero. Miré en todas direcciones, todavía con la esperanza de visualizar algún cliente que pudiera sacarme de esta, pero nadie llegó.

—Estoy esperando.

Inhalé profundamente.

—Estas marcas no me las hizo nadie, fue fruto de un descuido mío. Pero tienes razón, algo pasa —pensé rápidamente las palabras, suplicando que fueran las correctas—. ¿Sabes que ese día en el lago, fue la primera vez que había salido de la ciudad?

Su expresión se transformó en completo desconcierto.

—Hace un año que no salgo de aquí. Tal vez más.

—¿Nunca has ido más allá de Dollsville? —inquirió.

—Fuera de aquel día y mis idas a casa, pues no.

Derek estaba confundido.

—¿Pero, cómo...?

—Nací en otro sitio, así que tenías razón cuando dijiste que no era de por aquí, pero desde que estoy en Dollsville, efectivamente, jamás me he atrevido a salir de la zona. No me gusta mucho recordar el sitio de dónde vengo, aunque lo que viví ahí, es imposible que no lo recuerde con lujos de detalle.

—¿Qué pasó?

—Mi padre.

"¿Por qué nunca aprendes la lección?", vi las paredes grises, y una pequeña y desgastada caja de madera oscura.

—¿Él te hizo esto? —preguntó Derek.

Ignoré mis pensamientos y respondí:

—No, aunque al mismo tiempo, podría decirse que sí. Cuando era pequeña, mi madre falleció a consecuencia de una enfermedad que él nunca llegó a contarme. Solo sé que el día de su funeral aborrecí el color negro. Después sólo quedamos él y yo, y las cosas se pusieron aún peor.

Derek me observaba muy atento, esperando a que continuara, como si estuviera aguardando encontrar algo o resolver un cubo de rúbik.

—Al principio me pareció extraño que se enfrascara tanto en su dolor teniéndome a mí —proseguí, mirando mis pies—. Pero creo que era precisamente eso lo que lo torturaba más, pues cada vez que llegaba a casa después de la escuela, él se iba y me dejaba sola por completo. Sin embargo, me di cuenta que las cosas sólo empeorarían para los dos; él comenzó a golpearme, a veces con motivo o sin ninguno en aparente, tal vez sólo porque necesitaba desahogarse; en fin, no le doy tantas vueltas, aunque sospecho que por mucho tiempo seguí queriéndolo, tal vez los echaba tanto de menos que prefería quedarme con él y sus arranques de ira, a estar completamente sola ¿sabes?

—Estabas asustada, Sam.

—Supongo.

"Es tu culpa, todo esto es tu culpa".

Dejé de hablar un rato, pues los recuerdos me llegaron demasiado fuertes. Las discusiones, los gritos, el llanto. Tan claros y vividos que era como si ese tiempo lejos de él no hubiese transcurrido en absoluto.

—Pero huiste —concluyó él.

—No fue fácil, y no porque no lo deseara al final. Mi padre sospechó que con el tiempo empezaba a odiarlo en serio, tampoco es que se lo ocultara. Así que me encerró por largos meses.

"Pero un día encontré mi oportunidad. Él decidió llevar una mujer al departamento, y supe que era la ocasión perfecta para pedir ayuda. En un descuido suyo, me acerqué a ella y en sus manos le coloqué un papel. Me escabullí antes de que él se diera cuenta, pero funcionó; la siguiente ocasión que regresó, fue ella quien depositó un sobre en mis manos. Adentro sólo había una nota.

"Dentro de una semana vendré sólo por ti. Tu nueva amiga, Karla." Era increíble que aún me acordara incluso del color de la tinta.

—¿Él te vio? —preguntó Derek.

Dándome cuenta que había caído nuevamente en mis recuerdos, contesté:

—Sí. Fui lo más cuidadosa posible, pero creo que a pesar de haber bebido ese día, él seguía demasiado consiente. Fue la primera vez que había corrido tanto, ni siquiera sabía que podía hacerlo hasta ese momento. Me sentí como una gacela.

Reí, pero él no me acompañó.

—Era un chiste.

—Lo sé.

—¿No te dio gracia?

Se encogió de hombros. Giré los ojos, y aguanté las ganas de elevar una sonrisa. Viendo que él todavía parecía esperar, proseguí:

—Cuando escapé, me encontré con esa mujer y desde entonces vivo con ella, pero le debo dinero y me vi en la necesidad de trabajar cuanto antes, así que aquí me ves. Trabajando en el único local que no me pide papeles escolares. Un café pequeño y poco concurrido.

—Pero te gusta.

—Me encanta.

Derek permaneció callado, lo cual ya era un logro, nunca se había mantenido tanto tiempo sin hablar desde que lo conocía. Posó la vista en el cielo, y el aire le levantó mechones de pelo, que para mi sorpresa, tuve deseos alisar.

Qué extraños pensamientos.

—¿Es por esto que no confiabas en mí? ¿La razón por la que construyes tus muros?

—Sí, o bueno, quiero pensar que así es. No me fío en los hombres.

Esa última frase le afectó, y en un instinto, deseé decirle lo contrario, retirar lo que había dicho, pero pronto me di cuenta que era cierto. Negarlo sería añadir una mentira innecesaria, y vaya que ya le había dicho muchas.

—Entiendo.

—Derek, si sientes...

—No sé qué decirte —soltó de pronto, lo que me sorprendió.

—No tienes que decirme nada —repuse.

—Sí, sí tengo. Normalmente me vienen las palabras para este tipo de situaciones, algo, cualquier cosa, pero esta vez no tengo ni idea de qué decir. Tendría que soltarte un consejo como ese día en el lago o hacerte reír, pero eso sería una estupidez y no sé qué... —resopló—. Mi mente se quedó en blanco —se pasó la mano por el pelo, alborotándolo todavía más—. Debería decirte algo.

—Derek, no es necesario que lo digas.

—Me siento un inútil.

—No lo eres.

—Pero así me siento, ¿y por qué sólo cuando estás tú? ¿Qué rayos pasa conmigo?

En ese momento, la lluvia tuvo el buen reparo de regresar con frenesí, así que nos vimos en la necesidad de volver bajo techo. Wilma nos echó un largo vistazo, pero al poco rato se mostró indiferente, aunque su mirada se detuvo veces en mis muñecas.

Derek esperó a que el chubasco amainara, lo cual, me temía que le daba la oportunidad para seguir indagando en mi pasado, pero a pesar de eso, no lo hizo.

—Las veo mañana —dijo. Me miró un momento indeciso, pero movió negativamente la cabeza y se dispuso a marcharse. Claro, antes de que yo lo detuviera.

—Derek. —Se giró—. Lamento lo de ayer.

—Ya no importa, creo que hoy finalmente he comprendido todo —iba a darse la vuelta, pero volví a hablar:

—Siento mucho haberte hecho creer que eras como los demás. Me equivoqué, a diferencia del resto, tú sí eres un buen hombre.

Al igual que antes, pareció no saber qué responder. Fijó sus ojos castaños en los míos, y para mi sorpresa, no desvié la vista. La lluvia se convirtió en una ligera llovizna, pero su suéter y su pelo ya estaban empapados.

—No te olvides de aplicarte hielo —señaló mis vendas, y por fin lo dejé marchar.

Después de él, no hubo más clientes, y tal como esperaba, las sombras y la sensación de los ojos tras mi espalda se desvanecieron, dejándome relajada por el resto del turno. Cuando Barb llegó por mí mostré mi expresión más inerte, pero al dirigirnos a casa, me quedé contemplando las pequeñas gotitas de la ventana competir entre ellas, y comprendí que cumplir con la orden de Lucian resultaría más complicado de lo que imaginé, por no decir imposible.

Derek sí era diferente, y ni uno de los métodos de seducción que conocía le convencerían. Por todos los amantes, ni siquiera quería hacerlo, cada célula de mi cuerpo se negaba a cumplir con la orden. Lo que había dicho frente a él, lo que hice en su presencia, fue tan genuino como su preocupación al atender mis cicatrices. Había planeado convencerlo de no indagar más con una media verdad, preocupada de que ni una palabra sospechosa se me escapara, pero mientras más hablábamos, tal preocupación fue sustituida por una agradable comodidad.

Y todo con el propósito de atrapar a otra chica más al universo de Lucian Jones. Me urgía encontrar una señal de Helga, y rápido.

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