CAPÍTULO 3

Dos semanas después...

En mis sueños, yo regresaba a ese edificio.

A veces era Barb, quien mantenía su mirada de granito mientras azotaba el cuero contra mi piel desnuda. En otras, se trataba de Lucian riendo maquiavélicamente. Pero en ocasiones, veía a mi padre, con su rostro colérico y gritándome hasta reventarse la garganta.

Sin embargo, esa vez antes de que el látigo me golpeara, desperté.

—¡Apaga esa puta alarma! —gritó Anne.

Justo un instante después, alguien tocó a la puerta.

—¡Samanta! —Por el acento, supe que era Liz—. ¡Apaga esa cosa o te juro que entro y lo aventaré por la ventana!

—¡Ya voy, ya voy! —Apreté el botón de encendido y reinó el silencio.

—Por los amantes, ¿qué mierda sucede contigo? —Se quejó Anne—. Que hoy sea tu primer día de trabajo afuera no significa que me despiertes a esta hora.

—Lo siento.

Ella gruñó, se reacomodó entre las cobijas y tapó sus oídos con la almohada.

Caí en cuenta de qué día era. Miré a mi izquierda, donde mi nuevo uniforme de mesera del café "Mininos" me esperaba. Recordaba que cuando Karla lo había visto se había metido un dedo a la boca simulando una arcada, argumentando que era tan horrible como un tipo con mucho acné en la espalda.

"¿En serio usarás esto? ¡Ni siquiera muestra pierna! ¿Qué tipo de uniforme es sino enseña algo de carne?"

"¿Uno normal?"

"Aburrido".

Pero al ponérmelo, tuve la curiosa sensación de que era para mí. Me alegraba usarlo no por el estilo, sino por lo que significaba, pues iba a tener un empleo, uno fuera de esa casa. Aun me costaba creerlo, ¿sería un sueño todavía?

Amarré mi pelo en una coleta, y me vestí con cierta excitación. Tuve la tentación de despertar a Anne solo para molestarla, pero preferí dejarla tranquila. Segundos después salí de la habitación casi de puntillas y cerré la puerta con suavidad.

—Vaya que pareces una persona decente.

Me giré.

Liz tenía su acostumbrada tacita de té de todos las mañanas, con una mano en su cadera. Tenía puesta su bata verde y aunque se veía recién despierta, con el pelo hecho en un moño y mechones por todas partes, se veía igual de preciosa. Hizo un repaso rápido a mi conjunto con mirada crítica.

—Hace que parezcas la antigua tú —señaló.

—Yo creo que es bonito.

—Pues te falta gusto.

—A mí me agrada.

Rodó los ojos, pero sonrió.

—Entonces qué se le va a hacer —negó con la cabeza, luego se dirigió a su cuarto—. Por cierto, Lucian te está esperando.

Me tensé, eso podría significar cualquier cosa y ninguna buena. ¿Me convencería de no salir? ¿Buscaría impedírmelo? Karla me había asegurado de que podía fiarme del sistema de los tratos, un "favor" a cambio de un contrato por escrito, en el que podía pedirle lo que sea. Pero, ¿y si al final él se arrepentía y todo había servido para nada?

—¿Estás bien? —preguntó Liz.

Ella mantenía una mano en el picaporte de su puerta, y me miraba con tanta preocupación que me obligué a respirar con fuerza.

—Sí —forcé una sonrisa.

—Si quieres, puedo...

—Estoy bien —comencé a caminar de espaldas, en dirección a las escaleras—. Seguro no es nada.

Pero el corazón me martillaba con fuerza.

En el camino me distraje con los diversos cuadros artísticos. Por todo el pasillo me rodeaban diversas pinturas que generalmente intentaba ignorar, pero por alguna razón no pude desviar mi vista de ellas ese día. Algunas eran más llamativas que otras, pero cada una plasmaba escenas demasiado fuertes de diferentes tipos de acto sexual.

Nunca lograría acostumbrarme a ellas, aunque había aprendido a tolerarlas. Cuando se lo comenté a las chicas, argumentaron que solo eran imágenes representativas de lo que se hacía dentro de esos muros. En mis primeros días no dejaron de incomodarme, pero al ver que a nadie parecía importunarle, decidí no opinar nada más al respecto.

Al descender por los escalones, en una esquina que daba a la sala de estar, vi a Lucian dándole indicaciones a uno de sus guardias. Cuando se percató de mi presencia, despidió al guardia y clavó su vista en mí.

—¿Te vas tan pronto? —No respondí. Cuando llegué a su altura a la base de la escalera, me hizo dar una vuelta completa, luego se llevó mi mano a los labios—. Exquisita, como siempre.

Recorrió mi cintura, con lentitud subió hasta la altura de mi ombligo y acarició el contorno de mis pechos. Se detuvo unos largos segundos en el logo del café. Finalmente, siguió con mi cuello. Permanecí quieta, esperando no reflejar ninguna emoción.

—Olvidaba lo bien que te veías vestida de esa manera —tocó la comisura de mi boca—. Es algo que no suelo ver. Me gusta.

Me limité a mantener el silencio. Era consciente de que me encontraba en una delgada línea entre mi pequeña libertad condicional y mi encarcelamiento permanente; sus ojos azules escrutaron mi rostro, en busca de algo que se le hubiera escapado ver. ¿Estaba fingiendo mi temor a él? ¿Planeaba traicionarlo a la menor oportunidad?

—¿Qué sucedió con tu maquillaje? —Tomó un mechón de cabello que no me di cuenta que tenía suelto—. Y tú pelo, tu larga y hermosa cabellera dorada.

—No está permitido tenerlo suelto en el trabajo.

—Ya veo, es una lástima. Las personas corrientes no son capaces de admirar una buena obra de arte cuando esta está frente a sus ojos.

Lo tenía demasiado cerca, con su aliento chocando contra el mío. Temblé.

—Señor Luc, me están esperando.

Torció la boca.

—De acuerdo, descuida, solo deseaba... —inhaló mi pelo— despedirme. —Depositó un beso en mi barbilla—. No olvides nuestro trato.

—Por supuesto, señor Luc.

—Una cosa más —se acercó a mi oreja, y susurró—. Gracias por aquel pequeño favor.

Dándose por satisfecho se alejó, desapareciendo por uno de los corredores de la enorme casa.

Me permití respirar y me froté los brazos. Que me recordara lo que tuve que hacer para que me permitiera salir condicionalmente me amargó la boca. Aun así, continué.

La residencia era enorme, ubicada en una zona solitaria rodeada de vegetación sin señales de edificios o viviendas cercanas. Además de la pintura blanca e impoluta y los grandes ventanales, lo que más destacaba era el jardín; árboles con figuras chuscas, helechos y plantas exóticas. Cuando recién me había unido, me limitaba a refugiarme en ese paraíso silvestre, porque había sido lo único que me reconfortaba. Lo más sorprendente fue saber que Liz era la encargada de mantenerlo glamuroso, pues ella amaba todo lo que se relacionaba con la jardinería, con decir que no dejaba que nadie más que no fuera ella se dedicara al cuidado de las flores.

Admirándolas, casi podía olvidar que estaba en una prisión de oro.

De la entrada de la casa al portón se extendía un caminillo de grava, y en el centro de este se elevaba una fuente de piedra con forma de una mujer expulsando agua de los pechos, al tiempo que parecía ejecutar una postura de baile sensual. A Karla le gustaba contar que fue ella la primera en caer bajo los hechizos de nuestro amo, una broma a la que nunca le había hallado la gracia.

Una vez en el portón, pasé la tarjeta que Lucian me había entregado en el momento justo que terminé de hacer ese "pequeño" favor. Por días veía aquel pedazo de plástico, que me recordaba lo bajo que había caído a causa de mi estancia en ese sitio corrompido. Había hecho algo muy horrible, solo que ya era tarde para arrepentirme de ello.

El guardia que me había retenido aquel día cuando intenté salir la primera vez seguía ahí, vigilando la entrada como un perro guardián. A diferencia de esa ocasión, esta vez mantuvo la expresión estática mientras se hacía a un lado para dejarme pasar. Las cámaras de la entrada me daban directo a la cara y aunque no ocurrió nada, la sensación de estar siendo vigilada de forma tan detallada me enchinó la piel.

No fue hasta que el escáner de la puerta cambió de rojo a verde, que solté un suspiro de alivio y dejé de temblar.

Una vez afuera la puerta se cerró detrás de mí. Por supuesto, había cámaras mirando hacia la calle, otros dos guardias apostados a los costados de la entrada, lo cuales aparentemente también me ignoraban.

Caminé con la cabeza en alto, tranquila, consciente de que mis pasos estaban siendo vigilados muy detenidamente. No había nadie más en la calle, pero eso no significaba que no hubiera alguien más apostado ahí, en el follaje. Por el rabillo del ojo, me pareció ver a otro guardia, ¿o era acaso mi imaginación?

Seguí caminando.

Mis manos sudaban, tenía tensado los músculos de la espalda, la boca de pronto la sentí demasiado seca.

"No pares. No importa cómo te sientas, no pares. Él te prometió que no intervendría. Tú... sigue caminando."

El camino hacia la parada del autobús no era demasiado lejos, pero se me hizo interminable, y cuando creí que no lo soportaría más, vi a pocos metros la parada. Justo en ese instante, tal y como me aseguró Wen cuando me explicó cómo serían mis salidas, el autobús apareció.

El aire que había retenido hasta ese momento salió de golpe, y no fue hasta que por fin tomé un lugar entre la gente como una pasajera más que sentí un profundo alivio.

Y después, la emoción.

Lo había logrado. ¡Lo había logrado!

Estaba afuera.

Sonreí. En verdad lo hice. Fue inevitable. Sí, no era la libertad que había querido, pero aquello era algo, y me bastaba.

Estaba tan emocionada que dejé pasar el tiempo. Contemplé la carretera, me giré a todos lados hacia la gente. Todo se veía de lo más normal, la sensación de tener miles de pares de ojos sobre mí se esfumó. ¿En serio había llegado tan lejos? ¿Lucian había cumplido su palabra? Ver los árboles pasar tan rápido fuera de la ventanilla, sentir el traqueteo de las llantas del autobús, percibir a gente normal a mi alrededor, todo gritaba que sí.

Era libre. O al menos, lo más libre que podía estar.

A los pocos minutos comenzaron a aparecer los primeros signos de la ciudad, los nervios hacían que me removiera sobre mi asiento, entonces, mi cerebro, entrenado para ese momento, me recordó la siguiente fase de mi trato.

Había hecho algo tan inmoral que, cumplir con una de las reglas de Lucian con respecto a mis salidas no iba a crear inconvenientes, sobre todo debido a la vergüenza y a la culpa que me invadían. Tenía que meterme en el papel de una mesera invisible e insignificante. Una joven que no tenía nada que ocultar ni porqué destacar. En pocas palabras, la regla número uno era, ante todo, pasar desapercibida.

En eso estaba cuando por fin pedí la parada, y me encontré en la calle del local "Mininos" donde se suponía que poca gente frecuentaba. Sin evitarlo, experimenté un pequeño golpe de emoción que hizo que casi olvidara mis cavilaciones, haciéndome correr hasta la entrada del equipo de servicio, donde una chica de cabello corto y cara regordeta abría con renuencia. Al llegar a su lado me encontré con que en su uniforme usaba una placa de gerente en el que estaba grabado su nombre.

—Hola —sonreí—. Wilma, ¿cierto?

Ella asintió sin fijarse en mí.

—Eso dice la placa.

—Soy Samanta. Esto... el señor Jesper dijo que...

—Eres la nueva —mencionó tajante—. Pasa, no tardan en llegar los demás.

Titubeé, pero no dije nada. La chica permaneció con la puerta abierta cediéndome el paso, sin mostrar el menor interés en mí.

Adentro nos rodeó el silencio, aunque yo estaba concentrada en observarlo todo como para notarlo.

Tenía entendido que se trataba de un negocio poco concurrido, aunque el anuncio aseguraba necesitar mucho apoyo. Había un letrero giratorio con el logo de un gato bebiendo una taza de café justo en la entrada. Se veían sus pegatinas en el centro de todas las mesas negras. La entrada principal era de puro cristal, y en el fondo se encontraba la cocina a lado de los sanitarios. Era sencillo, y me bastó enfocarlo desde donde estaba para saber que aquel lugar las chicas no lo aprobarían ni un pelo.

"Vas a estar con la servidumbre", había dicho Wen, arrugando la nariz cuando les hice saber que Lucian me había permitido trabajar.

"No le hagas caso, Samy", dijo, por su parte, Tiana. "Si es lo que deseabas, sé que te saldrá bien."

"Solo que si renuncias habrás desperdiciado un buen trato". dijo Liz. "No seas tonta y al menos pide un empleo más interesante, ese local parece haber salido de una ratonera."

"Una ratonera invisible". había dicho Karla. "Así que por eso es perfecto para no llamar la atención"

"¿Con ese uniforme? ¡Es imposible!", esto, por supuesto, lo había dicho Miriam.

Los demás trabajadores de aquel negocio comenzaron a aparecer, y al igual que la chica, ninguno pareció interesado en saber algo de mí. Visto lo visto, no era necesario esforzarme para pasar desapercibida, bastaba con que todos hicieran de la vista gorda y me ignoraran por completo.

Incluso el señor Jesper, mi nuevo jefe, ni siquiera me presentó, sino que se limitó a echarme una ojeada y explicar con neutralidad:

—Wilma te enseñará todo lo que debes hacer. Si tienes una pregunta, ella te lo mostrará con gusto.

Miré a la aludida, la cual parecía lejos de estar feliz con esa orden.

Una vez que mi jefe hubo terminado, la chica y yo permanecimos un par de segundos sin saber cómo continuar. Ella soltó un suspiro.

—Ven, sígueme.

Procedió a enseñarme el lugar. Parecía de mal humor y los momentos en el que se detenía para preguntarme si no había quedado claro algo, percibí que mi presencia cada vez le desesperaba más.

—No tienes que hacer mucho, generalmente la clientela viene a partir del mediodía, a las once si acaso. El resto del tiempo aprovechas para ordenar lo que esté fuera de lugar o limpiar los cristales, pero cuidado porque siempre terminan por mancharse. ¿Tienes alguna pregunta?

Ante mi mutismo, ella alzó una ceja.

—¿Sabes? Para llegar tal como lo hiciste, ahora estás demasiado callada. ¿Eres bipolar o algo? —Negué con la cabeza—. Pues entonces, creo que es todo. Te he mostrado un par de cosas, no hay nada más interesante por aquí, excepto...

Escuchamos la campanilla de la puerta repiquetear, y ambas giramos al causante del ruido.

Se trataba de un hombre joven, aproximadamente de veintisiete años. Tenía un cabello castaño oscuro y rebelde, ojos color café y vestía un suéter beige, demasiado abrigado para la época cálida del año diría yo. En una de sus manos cargaba un maletín negro. Cuando se fijó en nosotras, enseñó una sonrisa torcida, alegre.

—¿Ni una palabra para mí, Will?

Mi compañera le devolvió el gesto.

—No a menos de que te vea muerto.

—Rompes mi corazón —se enfocó en mí y amplió su sonrisa—. ¿Y tú eres?

Me tendió la mano, un gesto que no supe si devolverle o no. Una de las reglas era no entablar ni una amistad con nadie, mucho menos con un cliente cualquiera.

Cuando no le correspondí, el sujeto titubeó.

—¿No habla?

—Que yo sepa sí —la chica me echó un vistazo—. Él es Derek. Es amigo mío y cliente frecuente. Descuida, que no muerde.

De mala gana decidí estrecharle la mano, pero justo en ese instante, él se llevó mis dedos directo hacia sus dientes para morderme. Alejé mi mano y lo miré con los ojos muy abiertos.

El tal Derek soltó una risita.

—Parece que solo muerdo a las guapas —arrugué el ceño. ¿Qué le pasaba a ese tipo?

—Pues tú estás feo —le respondió Wilma, aunque era claro que no lo decía en serio.

Derek se llevó una manga a la nariz.

—No, solo apesto a cola de gato. Tú gato.

—¡Ni se te ocurra meter a Bombón en esto!

—Esa bestia un día me arrancará los ojos, te lo aseguro —volvió a centrar su mirada en mí—. Nunca te había visto por aquí, ¿eres extranjera? Tu cabello rubio me parece que destaca mucho en un sitio como este.

Me removí. Ahí venía otra de las reglas: evitar a toda costa las preguntas.

—Creo que será mejor que me vaya —sin atreverme a decir algo más, me alejé de ellos, aunque notaba sus ojos clavados en mi espalda.

—¿Dije algo malo?

—Derek, tú siempre dices cosas malas.

—Eso no es cierto.

Por el resto de la mañana, deseé no volver a cruzar palabra con él.


Todo procedió normal. Y aunque en un inicio sentí nervios por tener que trabajar en un café sin experiencia, me di cuenta que solo debía dejarme guiar por el ritmo del trabajo para que todo, incluso el miedo de equivocarme, se evaporara.

No lo iba a negar, me sentía a gusto estando allí. Estaba ansiosa por hacerlo todo, demostrar que no era diferente. Me concentré en cada detalle, controlé mis palabras y me esforcé en hacer mi parte lo más perfecto posible. Estar fuera del radar de Lucian era el mayor pago que podía recibir a cambio de una tarea bien hecha. No lo desaprovecharía.

Más tarde comprobé que Wilma tenía razón con referente a la clientela, ya que cerca de las once el sitio se abarrotó de repente. De un segundo a otro me vi envuelta en más órdenes, rellenando tazas, sirviendo pequeños platillos de pan y galletas. Fue todo un revuelo y en más de una ocasión confundí los pedidos. Empecé a sentirme torpe, tonta e incluso inútil, pero me afané en dar lo mejor de mí. Sonreía, agradecía y no dejaba de atender.

De hecho, cargaba con un par de trastes sucios de una mesa, haciendo malabares para llevarlos en una sola carrera sin dar más vueltas. Tenía en la cabeza varias otras órdenes pendientes, por no decir que todavía me hacían falta algunos quehaceres.

Y fue entonces que ocurrió.

Me di la vuelta, y choqué contra una enorme figura, provocando que las tazas que tenía en las manos se tambalearan peligrosamente.

Con el corazón en un puño intenté recuperar el equilibro, pero entonces me di cuenta que era demasiado tarde.

—Oh mierda —me mordí la boca y retrocedí un paso.

El sujeto, Derek, observaba su pecho. Le había manchado la ropa, al parecer por culpa de una de las tazas que aún contenía un poco de líquido. La mancha no era más grande que la palma de mi mano, y era todo lo que yo podía ver.

Mierda, mierda. Mierda.

—Aguarde, no... —me fue difícil hablar.

Derek tenía la cara con un ceño fruncido, limpiándose. Oh cielos, no lo podía creer. Miré a todos lados, apresurada por encontrar algo con lo cual arreglar aquel desastre. Dejé las tazas en una mesa, tomé un paño y lo pasé por encima sin dejar de disculparme.

—Lo siento mucho, esto no debía pasar. Oh cielos...

¿Cómo había sido tan descuidada? No debía haber fallado, ¡no en mi primer día!, debía resolverlo de lo contrario Lucian...

Lucian.

Pero... él no se encontraba ahí.

—Discúlpame —farfulló Derek, sacándome de mi sorpresivo aturdimiento—. No pretendía asustarte.

—Lo siento —susurré.

Presentí los ojos de la mitad del local sobre mí, lo que hizo que me encogiera sobre mi sitio. Estaba llamando demasiado la atención. La primera regla que no debía romper.

Ya podía darme por muerta.

—Oye, solo es una mancha —Derek la examinó con más detalle—. Una mancha grande y oscura sobre mi suéter beige tirando a blanco.

—En serio, cuanto lo lamento, por favor, deje que la limpie.

—No, en verdad, yo no... —no esperé a que me dijera más, tomé su brazo y lo llevé a los lavabos.

—Lo siento, no sé qué fue lo que pasó, en serio —tomé un paño nuevo, intentando remojarlo con un poco de jabón.

El sujeto se rio.

—Creo que aquí el único culpable soy yo —aunque por su cara no me parecía que estuviera tan preocupado. Yo, por mi parte, a duras penas podía levantar la cara de vergüenza y culpa—. Te tomé desprevenida. Estoy tan acostumbrado a tratar con la gente de por aquí que a veces me olvido cuándo están en su tiempo de ocio y de trabajo. Es un defecto concurrir mucho este lugar, entro rápidamente en confianza —guardó un segundo silencio, y agregó—. Sobre todo, si se trata de meseras lindas.

Me detuve.

Fue como si una alarma comenzara a sonar en mis pensamientos.

Derek tenía una sonrisa amistosa. Parecía bastante inocente, sobre todo para el tipo de comentario que había soltado.

Pero no debía dejarme llevar.

Rápidamente puse la mayor distancia posible entre los dos, aunque preocupándome de no levantar sospechas.

—Lo siento, la mancha no se quita fácilmente —deposité el trapo a un lado—. Si quiere que le pague por los daños, puedo hablar con mi jefe para...

—De eso no habrá problema —su sonrisa se hizo más empática. Era curioso, parecía que tenía una sonrisa para cada ocasión. ¿No se cansaba de sonreír nunca?—. Creo, más bien, que me hiciste un favor —lo miré sin comprender—. Estaba buscando una excusa para hablar contigo.

Permanecí con la expresión más inerte que pude, aunque no logré evitar dirigir mi vista a otro lado.

—Me parece que eso no será posible.

—¿No es eso lo que estamos haciendo?

De pronto caí en cuenta de que estábamos apartados de la gente. La situación se había vuelto peligrosa.

—Creo que lo mejor será que vuelva a trabajar —comencé a alejarme—. Nuevamente, lamento lo ocurrido. No volverá a pasar.

Derek me miró desconcertado, y su sonrisa perdió fuerza.

—Oye, lamento si te he incomodado, no creí...

—Nos vemos luego, señor... —vacilé.

—Hard —me dijo—. Mi nombre es Derek Hard.

Asentí, pareció que quería decirme algo más, pero me di la vuelta dejándolo solo.

Cuando acabó mi turno, mentalmente suspiré de alivio por no haber cruzado ni una palabra más con él después. En el camino de regreso a casa, sin embargo, no dejé de pensar que por poco había metido la pata.

Te dedico este capítulo a ti LaPequitaDeEros Ep primer diálogo entre Derek y Sam ❤️

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