CAPÍTULO 29
Miré al cielo y supe que la lluvia no se calmaría dentro de mucho rato. Las pequeñas gotas me picaron los ojos, y en cuestión de segundos mi cabello se volvió completamente húmedo. Me froté los brazos, a causa de una ráfaga de viento, echando de menos el calor del café.
Avancé a través de la calle, preocupada por no caerme al resbaladizo suelo, pero tuve que detenerme porque reconocí una figura encogida justo bajo el techado de la parada.
—¿Por qué sigues aquí?
Layla soltó un largo bostezo.
—Respiro un poco de aire fresco.
—Layla, esto no es un juego, en cuanto Lucian te ponga las manos encima te castigará hasta que no tengas fuerzas ni de gritar.
En vez de que aquello le infundiera el miedo que en una persona normal habría, formó una expresión que transmitió todo lo contrario.
—Oh, eso espero. ¿Tú no?
Apreté la boca. No solté ninguna otra réplica porque justo a tiempo llegó el autobús, y el resto del camino me limité a guardar silencio. Ver la tranquilidad de Layla me desesperaba, pero sabía que nada podía hacer para enmendarlo. Si mis advertencias no habían sido suficientes, entonces nada podría convencerla.
Lo que sí me carcomía, eran las ganas de preguntarle sobre su conversación con Derek, pero mi orgullo me dejó sin ninguna posibilidad de planteárselo siquiera. La idea de que Layla pensara que aquello me importaba más de lo que reflejaba, me corroía las entrañas.
Una vez bajamos del autobús y al doblar la última esquina que daba a casa la detuve de golpe. En la puerta de entrada, dos de los hombres de Lucian aguardaban vigilantes, lo que no sería raro si no fuera porque esta vez, en cuanto nos miraron se llevaron las manos al oído.
—Algo anda mal —murmuré.
—Mi ropa, debí traerme algo más cómodo.
—No me refiero a eso —Layla ignoró mi advertencia y continuó caminando. Quise detenerla, pensar en un plan, pero comprendí que ya era demasiado tarde para pensar en algo. Me obligué a caminar detrás de ella y al acercamos, los hombres de Lucian dejaron sus lugares para aproximarse a nosotras.
Ante eso, nos paramos en seco.
—Layla...
—Seguramente no es nada —pero por su tono de voz, era claro que ni ella se lo creía.
No pasaron ni veinte segundos antes de que Barb apareciera detrás de los hombres, yendo a por nosotras con sus poderosas zancadas. Mi instinto me aulló a que corriera, que por nada del mundo le permitiera a ese hombre tocar alguna parte de mí, pero me quedé ahí, de piedra y con tanto pánico que no pude decir nada cuando él, sin siquiera mirar a Layla, como lo haría con cualquier perro, la sujetó de los brazos y comenzó a arrastrarla hacia la casa.
—¿Barb? ¿Qué sucede? —el gigante dio un fuerte tirón—. ¡Espera, no me parece...!
Él gruñó como respuesta, antes de taparle la boca con la mano.
Los otros dos hombres de seguridad me obligaron a mantener las manos detrás de la espalda, y así me escoltaron hacia la casa.
Como en cámara rápida, llegamos todos a la recepción central. Layla no dejó de gritar por todo el pasillo, y al escuchar el escándalo, las cabezas de Tiana y Lia se asomaron confusas desde la cocina. Observaron con los rostros atónitos cómo Barb nos cacheaba a mí y a Layla en busca de cualquier cosa que hubiéramos traído a casa. Sentí las manos de los guardias hurgar en los bolsillos, incluso sentí la mano de uno de ellos haciendo una leve presión en mi entrepierna. Layla estaba fuera de sí, exigiendo que la soltaran, mientras que yo permanecía con la cara al suelo sabiendo que más me valía permanecer quieta.
—¿Layla? —dijo una voz. Miré en dirección a las escaleras, donde me encontré con Karla y Wen.
Y entonces, el aire fue cortado ante una sola orden.
—Suéltenlas.
Lucian estaba en la sala lateral, sentado en una postura relajada y tranquila, hojeando una revista. Ni siquiera nos miró cuando Barb y los otros hombres nos obligaron a trastabillar en su dirección.
Layla se excusó rápidamente:
—Señor Luc, lo siento, sé que estaba fuera de las normas, pero yo creía...
—Creíste mal —Lucian dejó la revista, luego clavó su mirada fulminante en nosotras.
—Señor Luc...
—Desobedeciste una orden directa, actuaste a mis espaldas sin atreverte a consultar. Si piensas que perdonaré esta actitud, estás muy equivocada —sin esperar una orden, Barb tomó los hombros de Layla hasta obligarla a arrodillarse—. Llévala al sótano. Va a tener que aprender a nuestra manera.
—Aguarde, no, no puede hacer esto, ¡señor Luc! —Barb comenzó a llevarla rumbo a un pasillo—. Por favor, escuche, yo no quería...
—Mi casa, mis reglas —Lucian se puso de pie, alisó su traje y pasó a lado de Layla como quien mira una partícula de polvo.
—No, espere, ¿qué va a hacerme?
—Enseñarte una lección.
Ella nos recorrió la vista a las demás, cubierta de desesperación por encontrar una salida, pero al comprender la situación en la que se encontraba y que nadie parecía dispuesta a ayudarla, exclamó:
—¡No es a mí a quien debe enseñárselo!
Eso me puso en sobre aviso, y por la expresión de horror en cada una de las chicas que contemplaban la escena, supe que también las había tomado desprevenidas. Sin embargo, en Lucian era la carnada perfecta. Él alzó la mano, su asistente se detuvo.
Oh no.
—Habla.
Karla dio un paso al frente, con las facciones tensas, y todas aguantamos la respiración. Layla era odiosa, irritante, pero jamás había creído que tomaría su amenaza en serio. No obstante, me equivocaba, su rostro determinado me dio a entender lo contrario, pues Layla pensaba gritar nuestro secreto.
Cuando ella abrió la boca
—Usted desconoce...
Grité:
—¡Yo la saqué de aquí!
Lucian se giró por completo y retrocedí por el miedo. Me obligué a repetir lo que había dicho:
—Yo la saqué de aquí. Fue mi idea, si hay alguien a quien castigar, es a mí.
—Sam... —Karla se adelantó rápidamente, buscando interferir, pero Wen la detuvo mientras le decía algo al oído.
—No sólo desobedecí sus órdenes —continué, ya no podía dar marcha atrás. Si permitía que Layla siguiera con el rumbo de sus palabras, la única oportunidad que tenía de salir se derrumbaría. Y no soportaría eso, no permitiría que ocurriera—. Le pedí a Layla que saliera, tenía miedo de no conseguir la tarea que usted me encargó, y le supliqué que me ayudara. La culpa ha sido mía.
Sabía que esta vez, nada, ni siquiera las súplicas de Karla o el convencimiento de Wen, serían suficientes para salvarme del castigo. Lo supe en el momento en que me escuché decir aquellas palabras.
Lucian no perdió el tiempo.
—Llévalas a las dos.
Percibí la presión de los nudillos de Barb en mi nuca hasta causarme dolor. No miré a las chicas, ni siquiera quise mirar el rostro boquiabierto de Layla, mi cerebro únicamente pensaba en la presión de los dedos de Barb, el tirón que ejercía y el camino de mis pies. La realidad de lo que iba a acontecer, no me pesó hasta que llegamos a la puerta del sótano, y de ahí, hasta encontrarme cara a cara contra el suelo sucio del mismo, rodeada de la inmensa oscuridad.
Lucian no tardó nada en llegar.
—Átalas al poste.
—Sólo tenemos un par de grilletes.
—Pues usa tu imaginación.
Barb tomó primero a Layla, y cuando le colocó las esposas, ella se quejó.
—Señor Luc, escuche por favor, todavía tengo algo...
—Amordázala.
El asistente rodeó la boca de Layla con un pañuelo. Ella forcejeó hasta que finalmente tuvo que abrir la boca cuando Barb le apretó la mandíbula con fuerza. Siguió balbuceando con desesperación, hasta que Lucian le acercó un cuchillo a su garganta.
—Shhh, hablas demasiado.
El rostro de Layla se volvió blanco como el papel.
En cuanto a mí, Barb tomó uno de los látigos para sostenerme las muñecas, tal vez a falta de algo mejor y para evitar la pérdida de tiempo en busca de algo más efectivo. Lo peor, fue que los pequeños filamentos se clavaron en piel, causándome algunas cortaduras. Apreté los dientes para evitar pensar en el ardor. Lucian lo contempló de cerca.
—Interesante. Jamás se me habría ocurrido, es la primera vez que tenemos a dos.
—Estoy emocionado.
—Seguro que sí.
Mis temblores provocaron fricción en el filo del cuero, para ignorarlo, clavé mis ojos en Layla, quien ahora me observaba con sumo terror. Sabía lo que pensaba, las preguntas que le agolpaban eran claras en cada esquina de su rostro asustado: ¿Qué es lo que iba pasar? ¿Qué nos harían? ¿Nos dolería? ¿Duraría sólo unos segundos? ¿Nos matarían después?
Moviendo mis labios, le susurré un débil y pequeño "aguanta". Por su mirada, no sabría decir si me entendió.
—¿Por quién quieres empezar?
—La pecosa, ella no tiene cicatrices.
—Quieres estrenar, ¿eh?
—¿Puedo?
—Por supuesto.
—Respira hondo —murmuré. Layla cerró sus ojos.
—Espera —escuchamos algo nuestras espaldas—. Tú eres el experto, ¿con qué crees que deberíamos...?
Un sonido. Fue como una vibración, la cual se oyó tres veces seguidas y luego, nada. Lucian chasqueó la lengua.
—Aguarda un segundo —me ardía la piel donde el cuero hacía presión en mis muñecas, y apreté los dientes, diciéndole a mi cerebro que aquella tortura sólo iba a ser una más como el resto. Terminaría todo en un momento, un lapsus de dolor que pronto pasaría. Estaba lista.
Pero transcurrieron los segundos, los cuales se volvieron minutos, y estos últimos me parecieron horas. Desconocía lo que estaba ocurriendo, la razón por la que Lucian posponía nuestro castigo, pero deseaba que acabara ya.
—Señor...
—Cállate.
Y de pronto, las cosas se torcieron.
—Desátalas.
—¿Qué?
—Me has oído bien.
Escuchamos sus pasos, la puerta se abrió.
—Señor Luc...
—¡Hazlo! —y lo último que escuchamos, fue la puerta azotarse a nuestras espaldas.
Layla se atrevió a mirar, ambas nos observamos sin comprender.
Barb gruñó, le quitó primero las esposas a Layla, quien casi cae al suelo por el peso excesivo. Cuando llegó a mí, me desató de forma tan brusca que me laceró más piel en el camino.
—Fuera.
Lo observamos confundidas.
—El señor Luc las quiere lejos de aquí, ¡vamos!
Desnudas, salimos en tropel con muchísimas preguntas no expresadas, pero aliviadas de cumplir con esa orden. Era la primera vez que salía del sótano sin nuevas cicatrices en la espalda.
—No lo entiendo.
Tanto Karla como las demás no dieron crédito a lo sucedido. Rodeada de algunas de las chicas, me abracé las rodillas, y me llevé otro caramelo a la boca.
—Lucian jamás se retracta de un castigo, esto no va con él —Anne estaba atónita, y no pude más que asentir, sin embargo, mi presencia era evidencia de lo que les había contado, además de mi propia espalda, libre de nuevas cicatrices.
—Sea como sea, me alegra que haya terminado.
—¿Terminando? Si fue tal y como nos lo has contado, significa que sólo va a empeorar —el pensamiento de Anne no podía ser más acertado—. Tenemos que prepararnos por cualquier cosa, ¿qué tal si decide desquitarse con nosotras?
—Ya lo habría hecho —le siguió Karla—. Está ocurriendo algo muy extraño. Amantes, si pudiera averiguar cómo...
—Wen todavía está con él —intervino Tiana—. Cuando ella llegue, nos dirá que es lo que pasa realmente.
Observé mi caja, y con cuidado la volví a dejar en su sitio. Hice una mueca. El ardor en mis muñecas tal vez tardaría más en sanar de lo que tenía previsto, sin embargo, no me quejé.
—Ojalá a Layla no se le ocurra abrir la boca de nuevo —murmuré.
Karla entrelazó sus manos con las mías. Sabía que en su cabeza no dejaba de reprocharse, impotente por no haber interferido más en nuestro favor, pero ambas sabíamos que habría sido imposible. Aunque eso no quitaba el hecho de que sintiera ese impulso maternal por protegernos.
—Eso estuvo muy cerca —farfulló—. ¿Por qué lo hiciste?
—Tú sabes por qué.
Asintió, tuvo cuidado de tocarme las heridas de mis muñecas. Clavó la vista en ellas y luego le dedicó a Anne una mala cara.
—Ya estarás contenta.
—¿Me culpas a mí? Perdón, pero la nueva nunca ha estado bajo mi tutela, todo esto del control mental sobre las demás es tarea tuya, ¿recuerdas?
—Te advertí que Lucian tarde o temprano descubriría tus planes, nada de esto hubiera pasado si sólo te hubieras enfrascado en realizar tu parte y se acabó.
—¿Y privarme del sabor dulce de tu decepción? Por favor...
—Basta —interferí—. No es culpa de nadie, Layla entró en pánico y creyó que podría librarse contando nuestro secreto —rememorar aquel momento me provocó un escalofrío—. Todo está bien ahora.
—A menos de que ella todavía deseé hablar —añadió Lia.
—Espero, por su bien, que ese no sea el caso.
Justo en ese instante, Wen apareció. Todas nos pusimos de pie, ansiosas de escuchar lo que sabía. La llenamos de preguntas, a las cuales respondió con un abrir y cerrar de boca.
—¿Qué sucede, Wen? —le urgió Karla.
Nos recorrió con la mirada a todas, parecía buscar la explicación más acertada.
—Sólo les diré, que si alguien quiere hacer un trato, tendrá que darlo por perdido.
Su respuesta nos dejó más confundidas que antes.
—¿De qué hablas? ¿Qué te dijo Lucian exactamente? —insistió Anne.
Wen dudó.
—Nada.
—¿Nada?
—Él se encuentra indispuesto.
—¿Y eso qué quiere decir?
Antes de que Wen siguiera respondiendo, lo escuchamos. Un ruido estridente, proveniente de la parte de afuera. Descorrimos las cortinas, y vimos una escena que nos dejó conmocionadas:
Lucian lo destrozaba todo. Las mesas, los asientos, algunas plantas; en alaridos de furia, aventó una silla desde el otro lado y esta se partió en pedazos.
—Eso —señaló Wen.
Y para remarcarlo, Lucian se enterró los dedos en su perfecta cabellera dorada.
—Por los amantes, eso no se ve como algo que quisiera tener cerca —dijo Tiana. Jamás había estado más de acuerdo con ella.
Con el cabello revuelto, el rostro descolocado en una máscara de furia y los puños apretados, Lucian no decía nada que no fuera aullar de ira. Llenó el ambiente con gruñidos más parecidos a los de un animal furioso que a las de un hombre como su fama le precedía, yendo de un lado para otro completamente desquiciado.
—Samy, ¿en serio tú y Layla lograron escapar de... eso?
Por un segundo, el rostro de Lucian miró al cielo, para luego desviarlo en nuestra dirección.
Nos encogimos para evitar su contacto.
—Eso creo —respondí, consciente de lo extraño que sonaba, tomando en cuenta que Lucian se hallaba en el peor humor que le habíamos visto.
Seguimos escuchando un rato más el sonido de varias cosas romperse. Entre ellas, sentí una verdadera lástima que el jardín que tanto había cuidado Liz sufriera los daños colaterales.
Karla soltó una risa nerviosa
—Bueno, es la segunda vez que lo veo perder la compostura. Lamento no tener una cámara en mano, si pudiera grabar este momento y verlo en pantalla grande...
—¿Estás bromeando con una tormenta sin control? —le acusó Anne.
—Eso es lo interesante de las tormentas, que carecen de control.
A pesar de su ligero comentario, acordamos no salir de la habitación hasta que las cosas se hubiesen calmado.
Después de que se hubieron marchado las demás, Anne aprovechó muestra soledad para preguntar con ansiedad contenida:
—¿Y bien? ¿Alguna noticia? —negué—. ¿Segura? Tal vez un cliente nuevo, alguna persona que te haya mirado extraño.
—Si ese fuera el caso, entonces lo habré pasado desapercibido, pero te puedo asegurar que no ví nada fuera de lo normal.
La emoción de Anne se desinfló, pero formó una línea con la boca y regresó su determinación.
—Algo pasará, lo sé. Debemos seguir esperando.
—¿Has pensado que es probable que puedas estar equivocada?
—¿Y que me arriesgué a firmar un trato en vano? Ni lo sueñes.
—Tal vez Karla tenga razón, las demás también lo creen, ¿por qué estás tan empeñada en creer que nada le pudo ocurrir a Helga?
—Porque si así fuera, ya estuviera muerta. No me veas así, siempre lo he sabido. Sí algo hubiera salido mal, en el peor de los casos, Lucian ya me habría rebanado el cuello.
—Lo dices como si no le tuvieras miedo.
Eso la hizo pensar un poco.
—Claro que le temo, y mucho. Pero he aprendido a impedir que ese miedo me domine por completo. Ya viste lo que hace, Wen ni siquiera puede pensar en nada que no sea complacerlo. Hace años que decidí que no le daría ese poder sobre mí.
—¿Teniendo noches libres?
—Buscando destruirlo.
La noche en el que Anne me contó su única estrategia para escapar de Lucian, descubrí dos cosas interesantes: Una, que Anne había mantenido un perfil bajo todo el tiempo para ayudar a Helga a derrocar a nuestro amo; y dos, que su disfraz de que nada parecía afectarle era menos eficaz una vez que ella confesaba sus secretos. Claro que todavía tenía preguntas que hacerle, pero la más interesante de todas jamás me la respondía:
—Pero no entiendo. ¿Qué se supone que hacía Helga aquí? ¿Cómo conseguiste que te ayudara?
Y en efecto, actuó como si se lo hubiera dicho a la nada. Algo no terminaba de encajar del todo, y tenía muchas dudas acerca de su "plan", el cual, todavía se negaba a contarme por razones que yo desconocía. Se había limitado a decirme que esperara las noticias de nuestra ex ama de llaves y que lo sabría todo en su debido tiempo, claro, en caso de que esta no estuviera enterrada bajo kilos de tierra o con una bala en la cabeza, pero ya había comprobado que presionarla no hacía más que ponerla de mal humor.
—Anne.
—¿Qué?
—Esa noche, cuando me castigaron, tú permitiste que Helga entrara, ¿cierto? Dijiste que jamás supiste quién había sido.
—¿Y correr el riesgo de que la delataran?
—Helga se delató cuando colocó un papelito entre mis dedos.
—Eso fue diferente, lo de aquella noche fue un imprevisto, lo del papel ya estaba planeado por ella.
—Sigue sin ser claro el cómo lograste que entrara.
—Escucha, no lo sé. De alguna manera supo lo que pasaba. La encontré en mi salón privado, y me advirtió que algo malo iba a ocurrir, y cuando Barb llegó por ti supe que se refería a eso. Esa noche me pidió que sólo dejara abierta la puerta de nuestra habitación. Ni siquiera me dio explicaciones.
—¿Sin que los guardias la notaran? ¿Y el cómo salió de aquí?
—Nunca me lo dijo, de hecho, jamás se había atrevido a quedarse más allá de su propio horario —Anne se percató que su explicación me había causado más dudas que respuestas—. Sam, aunque no me creas, Helga es muy astuta. Cuando la conocí, sabía que era la única oportunidad para escapar, de otra manera jamás me hubiera atrevido acercarme a ella. Sé que no me creen, tú tampoco lo haces, pero confío en Helga. Si me hubiera equivocado, ella no habría tomado este trabajo en primer lugar.
Me costaba aceptar que aquella rara mujer, con la que ni siquiera habíamos cruzado palabra más allá de una petición para que limpiara o aseara algo, hubiera logrado algo tan titánico como entrar y salir sin que Lucian se diera cuenta de ello. Pero la férrea seguridad que Anne tenía puesta en ella, me invitaba a que también confiara.
—¿De verdad crees que podrá ayudarnos?
—Sí —y al cabo de unos segundos, añadió—: No tenemos otra opción.
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