CAPÍTULO 24

Llevé a Liz a su habitación, y una vez ahí, me negué a separarme de ella. En cuanto su cuerpo se dejó arrullar por la comodidad de su cama, dejó que el cansancio le sobrepasara. Estuve ahí cerca de una hora, velando en caso de que necesitara alguna otra cosa, pero también pensando en todo cuanto había pasado. Algo estaba a punto de suceder, pero ignoraba el qué y las consecuencias que caerían sobre nosotras.

Cuando Liz abrió de nuevo los ojos, estaba más que lista para servirla en lo que fuera.

—Samy —murmuró, aunque tenía los ojos cerrados—. ¿Por qué sigues ahí?

—No quería dejarte sola —suspiró—. ¿Necesitas algo?

No me respondió. Le tomé la temperatura en la frente. Estaba bastante caliente.

—Te traeré un poco de agua.

Siguió sin responder. En el pasillo, la casa continuaba en absoluto silencio. Me pareció sorprendente en contraste con el ajetreo de los días anteriores.

Avancé con el pendiente de Liz en la cabeza, pero antes de llegar al rellano de la escalera, escuché un par de ruidos.

Asomé un poco la cabeza, y observé a un hombre que acariciaba el mentón de una Tiana que, incluso desde donde me encontraba, se veía muy pero muy cansada. Se trataba del general John, y este, afortunadamente, ya se estaba marchando. Los escuché murmurar, pues estaban justo en la puerta de entrada al jardín delantero, y en cierto momento, Tiana extendió su boca en una sonrisa llena de dientes blancos, pero que denotaba más como máscara que como ella misma.

Jamás pondría en duda que Tiana era la mujer más hermosa que hubiera conocido, pero la imagen que veía de ella ante mí junto al general John, se trataba de un falso prototipo. Una muñeca vacía a la que le absorbían su vitalidad y belleza.

El general le dejó pequeños besos en el cuello, y ella se lo permitió mientras cerraba a su vez los ojos. La mano del hombre no le soltó la cadera por un buen rato.

Esperé pacientemente a que terminaran, con Tiana despidiéndose al general con un último beso lanzado desde la distancia y el hombre alejándose con paso satisfecho directo a la salida. Por fin, ella cerró la puerta, y exhaló un largo suspiro que logró hacerse eco por toda la sala. Miró en dirección a las escaleras, e hizo una expresión de terrible agotamiento. Cuando se acercó al primer escalón, yo ya había decidido salir de donde estaba. Al levantar la vista y verme soltó un respingo.

—Samy.

—Tiana —me acerqué hasta su altura—. ¿Cómo te sientes?

Hizo una mueca.

—Los muslos me arden —le ofrecí mi mano y ella la aceptó agradecida—. Tendré que decirle a Wen que hoy no podré hacer mis tareas en la cocina. Temo que este dolor me vaya a durar toda la noche y no pueda dormir suficiente.

—¿Quieres una aspirina, agua, un poco de comida?

—Sólo quiero descansar. Anoche fue demasiado ajetreado, y con lo de hoy —hizo una mueca—. Quiero dormir. Sólo dile a Wen lo que te he dicho.

Esa fue toda la conversación que pude sacarle.

Cuando llegamos a su habitación, abrió y cerró la puerta sin permitirle ayudarla para que llegara a la cama.


Después de darle aviso a Wen y de llevarle el agua a Liz, me fui a la habitación de Karla, pues siempre procuraba ver a Tiana después de cada visita del general. Toqué esta vez con suavidad, y esperé a que me respondiera con algún monosílabo, incluso con furia por interrumpir su descanso, pero pasaron varios minutos en silencio, y toqué una vez más con un poco más de fuerza, hasta que con voz suave permitió que pasara.

—Karla, Tiana ya ha...

Me golpeó el fuerte olor a nicotina.

Toda la habitación estaba repleta de humo, este incluso opacaba los colores de las cortinas. Me tapé la nariz para impedir que me asfixiara la peste.

—Samy —Karla estaba recostada con las piernas abiertas revelando la parte más íntima de su desnudez, sosteniendo un cigarrillo en sus dedos. Tenía los ojos idos, el pelo desperdigado por todos lados de su cara y mantenía una sonrisa tonta—. ¿Qué más puedo hacer por ti?

Parecía haber pasado un huracán. Varias capas de ropa y tela se encontraban amontonadas de aquí a allá. Algunos maniquíes, todavía con algunas prendas, estaban caídos en el suelo.

Mis ojos comenzaron a lagrimear.

—Este lugar apesta —me quejé.

—Todo el mundo apesta.

Me acerqué a arrebatarle el cigarrillo.

—Creo que es suficiente por hoy, ¿no te parece?

Intentó recuperarlo, pero se lo puse lejos de su alcance, se rindió y se derrumbó sobre sus almohadones.

—Sólo quería fumar un poco.

—¿Sólo un poco? —aplasté el cigarrillo en el cenicero más cercano y luego la tomé por debajo de los brazos para ayudarla a levantarla—. Es como si estuviéramos en una chimenea.

Como había dejado mi nariz al aire, esto provocó que me diera una incómoda picazón, además de que sintiera inmensas ganas de estornudar y vomitar al mismo tiempo.

—Soy una mala persona, Sam.

—Deja que ese papel lo ocupe yo, vamos, arriba.

Karla no se mostró dispuesta a cooperar, con esfuerzo logré que se pusiera sobre sus dos pies, y sosteniendo su peso sobre mí, la llevé hacia la salida.

—En serio, Karla, deberías dejar de fumar esa cosa, sólo te haces más daño.

—Vivir aquí nos hace daño.

—Un argumento que no pienso rebatir.

Viendo su salud actual, pensé que tal vez un poco de leche y fruta le sentaría bien. Posiblemente la ayudara a despejarse un poco.

—Debo llevarte a la cocina.

—¿Tiana está molesta conmigo?

—Nadie está molesta contigo.

—Tú sí, hace tiempo que no has venido a dormir a mi habitación. Ni siquiera confías en mí para contarme tus secretos.

Con mucha dificultad llegamos al pasillo. Desde ahí contemplé la distancia que nos separaba de las escaleras. Me pareció un camino eterno llegar a la cocina con todo el peso de Karla sobre mí. ¿Y si la regresaba a su habitación y le llevaba el almuerzo? En eso estaba, cuando la puerta de mi propia habitación se abrió y Anne hizo acto de presencia. Parecía de mal humor, pero cuando se dio cuenta de que estábamos allí se sorprendió.

—Y ella tampoco —dijo Karla.

—¿Qué pasa? —preguntó Anne.

—Somos un vehículo de la mente humana para uso exclusivo de los hombres, con el objetivo de conducirlos a la máxima encarnación de las pasiones intensas —Karla dio unos pasos dubitativos, sin dejar de recargar todo su peso sobre mí. Empecé a sentir esos kilos que ella presumía no tener—. ¿Era eso, o Sam me quitó mi dulce?

Anne alzó una ceja.

—Estás drogada, ¿no es cierto?

—Puede.

—¿Crees que un poco de leche le ayude? —pregunté.

—Leche y un gran balde de agua fría —al notar mi cara de angustia, Anne la rodeó del otro lado para que no tuviera que sostenerla sola, lo cual agradecí—. Dime mujer, ¿qué te hace sentir tan culpable el día de hoy?

Karla respondió en un murmullo, pero nada que fuera entendible.

—Creo que es por lo de Tiana —contesté por su parte.

—¿Qué sucede con ella?

—Llegó hoy el general John, Tiana ha tenido que atenderlo.

Eso hizo que Anne se molestara.

—¿Has dicho que llegó el general? ¡¿Por qué no me lo dijiste?!

—No quiso que la acompañáramos —la voz de Karla sonó demasiado triste, abriendo a penas la boca—. Debí haberla convencido, no tenía que haberla dejado ir sola. Si tan sólo...

—No te servirá de nada derrochar lástima por ti misma, ¡y por todos los amantes! ¿A esto le llamas estar en forma? Ahora entiendo por qué sólo te veo en bata.

Abajo en la cocina, Karla comenzó a reír sin que entendiéramos la razón. Lanzó comentarios que no tenía sentido, insultó nombres que, por mi parte, desconocía. Odiaba verla en ese estado, pero no tenía nada que pudiera ayudarla. Anne, por su parte, no se mostró nada preocupada, dejaba que Karla hablara tanto como quisiera; cuando le sirvió un poco de agua y la obligó a que se lo bebiera, tampoco masculló nada contra ella.

—¿Hace cuánto que ella...? Ya sabes —pregunté mirando a Karla mientras esta bebía y reía sin razón.

—¿Se pierde en su mundo de humo y caos imaginario? Desde que la conozco siempre ha sido así, solo lo hace cuando de verdad se siente demasiado culpable —al ver mi preocupación, Anne agitó la mano quitándole importancia—. Descuida, en cuanto le pase el efecto será la misma, con un terrible dolor de cabeza, que es donde de verdad se pone insoportable. Ni Wen llega a esos niveles de estrés, te lo aseguro.

El sonido de Karla jugando a las burbujas con su agua nos hizo mirarla fijamente. En cuanto advirtió que la observábamos, soltó risas como sólo lo haría una niña. Anne se le acercó y le dio pequeños golpes por la espalda. Karla la miró queriendo reconocer su rostro, pero al cabo de unos segundos, como si su mente trabajara más lento de lo que debería, volvió a echarse a reír. Anne giró los ojos.

—Wen no estará nada feliz cuando la vea —dijo Anne—. Se le romperá la cabeza, y ella nos la romperá a nosotras.

—Esta semana no lo creo.

Anne me miró sin comprender, le expliqué lo que había dicho Lucian sobre una semana libre, y me atreví a hablarle sobre la ausencia de Helga.

Eso último fue lo que más le sorprendió.

—Todo esto me huele mal —dijo ella—. Un día después de lo de la fiesta llega el general, Helga no está y Lucian se ausenta dejándonos una semana libre. ¿No te parece extraño?

—Noches libres suena más bien a que son buenas noticias.

—No me refiero a eso —su ceño se arrugó por la preocupación—. No puedo dejar de preguntarme qué hacía aquí el general John. ¿Y lo de Helga? ¿Qué pasa con ella?

Observé a Karla. Ella nos miraba con un brillo travieso mientras seguía jugando con su vaso de agua. La barbilla comenzaba a mojársele.

—Créeme, lo desconozco —removí uno de los cajones, en busca de un trapo seco—. Si te soy sincera, hay algo que no cuadra en...

Una nota, con unas letras en tinta negra.

"Una de ellas miente".

—¿Sam? —tomé el papel, lo envolví en una bola y lo metí hasta el fondo de la gaveta, rogando porque Anne no se diera cuenta—. ¿Algo que no cuadra en qué?

No le respondí. No me salieron las palabras.

Más adelante, entre Anne y yo logramos que Karla regresara a la comodidad de su cama. En cuanto su cabeza cayó contra la almohada, perdió por completo el conocimiento, sumiéndose en un sueño profundo y aparentemente tranquilo. Abrimos los cortinajes para que alumbrara su habitación aunque esta se encontrara en caos. Intuí que en cuanto despertara, Karla nos maldeciría por dejar que un poco de luz le llegara al rostro, y si lo que Anne decía sobre ella era cierto, entonces buscaría no cruzarme en su camino.

No obstante, lo peor es que me había quedado de piedra tras esa nota. Anne sospechaba que algo me había pasado, pero no insistió en que le dijera el qué. Ni siquiera mi cerebro había sido capaz de procesar lo ocurrido. Aquella nota, aquella angustiosa nota otra vez. ¿Qué demonios estaba pasando?

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