CAPÍTULO 23

Después de regresar junto con Lia y al no hallar rastros de Helga, me vi de nuevo rodeada por las cuatro paredes de mi habitación. Anne continuaba durmiendo, mientras que mis pensamientos no dejaban de girar en torno a una cosa.

La ausencia de Helga me recordó lo ocurrido la noche anterior, cuando llegué a la conclusión de que era ella la autora de tales notas, sin embargo, no tenía pruebas ni manera de enfrentarla para exigirle explicaciones. ¿Y si al final resultaba que no era ella? Pero entonces ¿de dónde habría salido la nota que había encontrado en la bodega de Liz? Además, aun me hacía falta resolver el asunto de la mentirosa en el grupo. Yo no creía del todo que fuera verdad, pero de ser así, ¿de quién se trataba? La noche anterior no había obtenido resultados al intentar resolver aquel acertijo. ¿Qué otro plan tenía? Ni siquiera sabía de dónde empezar o qué hacer.

De pronto, se me ocurrió una solución. Había sido en la bodega de Liz donde había encontrado aquel papel, y dudaba que este hubiera estado allí para que yo lo encontrara. ¿Sería posible que hubiera sido Liz la destinataria? Tenía sentido, además, tenía plena confianza en ella. Aun así, me sentía cien por ciento segura, no obstante, ¿qué otra cosa podía hacer?

Me dirigí muy resuelta a su habitación, sin embargo, cuando llamé a su puerta, Liz tardó demasiado en abrirme. Al hacerlo me di cuenta de que se veía demasiado débil. Tenía los ojos llorosos, el rostro pálido y la nariz roja e irritada. Dudé, no tenía el valor para soltarle un secreto estando así de delicada. Le pregunté si se encontraba bien, pero ella respondió que sí. Preguntó por su jardín y por la llegada de Helga para darle ciertas indicaciones.

—¿Ella no ha llegado? —inquirió cuando se lo conté—. Es extraño. Bueno, supongo entonces que deberé empezar yo misma.

Mi preocupación por ella fue más grande que mi curiosidad por lo de las notas, así que, en vez de detenerla, le ofrecí mi ayuda. Al principio se mostró reacia, después de todo, yo me había hecho a cargo de su trabajo los últimos días, pero como aún no se veía del todo bien, volví a insistir.

—Sólo es un resfriado —repuso—. Estaré bien, tengo que...

Un gran estornudo le impidió terminar la oración.

—¿Qué te parece un soplo de aire fresco? —ella siguió estornudando dos veces más—. Tal vez puedas venir y yo lo haría todo bajo tu tutela, no tendrías que hacer esfuerzo físico, además, me las he apañado muy bien estos días de prácticas.

Conseguí disuadirla un poco.

A paso lento nos dirigimos a su pequeña bodega de herramientas. Esta, diferencia de cómo la había encontrado anteriormente, permanecía ordenada y limpia. Al contemplarla, Liz mostró una sonrisa de agradecimiento. Me sentí bien, aunque estar ahí me recordara las implicaciones de esa nota, sin embargo, por esa ocasión decidí pasarla por alto. Lo que importaba en ese instante era hacer sentir mejor a Liz y aquellas notas sólo la importunarían. Aun así, no pude evitar que me invadiera la misma curiosidad por la puerta destartalada que se hallaba al final. En esa ocasión hice un mayor esfuerzo por abrirla, y esta vez lo conseguí. La puerta dio paso una entrada del jardín lleno de arbustos y follaje rebelde. Al otro lado, nos devolvió la mirada el gran muro que dividía el terreno de la casa con el exterior.

—Se me hace extraño que aquí no hayas puesto tus manos para remodelar con flores —cerré la puerta con dificultad.

Liz se encogió de hombros.

—Lo intenté, pero la mala hierba ha crecido tanto y echado raíces fuertes que fue imposible moverla de su lugar. Además, el espacio entre el muro y la casa es muy estrecho, ya viste que apenas es posible moverse en este diminuto cuarto, —señaló unos sacos—. Toma esos de ahí, los necesitaremos.

Los cogí, Liz hizo el intento de ayudarme cargando uno pero lo retuve con fuerza, ella tenía tal aspecto enfermizo que preferí llevar la carga por las dos. No me contrarió, sino que se mostró aliviada de que le brindara la pequeña ayuda. Cerramos la entrada y nos dirigimos hacia una salida trasera.

—Por cierto, ¿qué fue lo que Lucian te impuso como castigo? —me preguntó mientras íbamos de camino.

La miré desconcertada.

—Cuando dijiste su nombre —aclaró—. Creo recordar que él iba a imponerte algo después de que todo el asunto de la fiesta acabase. Si estás aquí, es porque no te impuso un castigo tan horrible.

—Oh —lo pensé un momento—. La verdad es que no me dijo nada. Cuando los invitados se fueron él sólo se alejó de mí.

Liz me miró sin poder creerlo.

—¿Entonces no te castigará?

No es que ella esperara que sufriera un castigo, pero era cierto, incluso yo misma comencé a pensar que el hecho de que él no lo hubiera hecho era bastante raro.

—No lo sé. Creo que ahora sólo tiene en mente las palabras de Madam antes de que esta se fuera.

—¿Madam? ¿Qué fue lo que le dijo?

Le conté lo que había pasado, y cuando por fin llegamos a la puerta que daba al jardín, terminé en la última conversación que Lucian había tenido con esa mujer.

—¿Qué? —exclamó.

—Lo sé. A mí también me pareció raro.

—No tiene mucho sentido, pero no me extraña. Madam es una mujer que suele ser muy excéntrica, su manera de actuar se sale mucho de las normas.

—¿Cómo es que saben tanto de ella?

Liz abrió la puerta para que pudiera depositar sus sacos en el suelo. Miré a nuestro alrededor. El jardín continuaba igual que la noche anterior, y todavía sin señales de Helga.

—Son cosas que Karla nos ha contado. Antes, cuando Lucian la llevaba en algunos de sus viajes, la mayoría de estos solían implicar ver a Madam o algo parecido. Es una suerte que hayas podido intercambiar palabra con ella, me hubiera gustado poder conocerla.

Nos acercamos a unos helechos. Liz inhaló profundamente el aire fresco y elevó una tenue sonrisa preciosa. Me indicó unos viejos racimos metros más allá de la piscina, aunque las sillas y decoraciones ahora sin ocupar nos gritaban que hiciéramos algo por ellas. Eché miradas alrededor, todavía esperaba ver a algunos de los trabajadores de Helga deambular por ahí, alguno de ellos sabría qué darle a Liz para que se sintiera mejor pero, al igual que en la mañana, no encontré a ninguno por ningún lado.

—¿Helga mencionó que faltaría hoy? —me atreví por fin a preguntar.

Liz ya estaba checando los arbustos con ojo crítico.

—No, llegó y se fue como de costumbre, sin saludar ni despedirse —miró hacia atrás—. Sigue sin aparecer, eso es raro. Tal vez Lucian le dio el día libre.

Cosa que no creí que fuera cierto.

—Helga nunca había faltado —tanteé, inspeccionando su reacción.

—No te compliques por eso —me señaló los sacos, que los había dejado caer a nuestros pies—. Pásame un rociador de agua, estas plantas nunca deben estar secas.

Me agaché para sacar lo que me pedía.

—Creí que sería yo la que haría el trabajo pesado.

—Ni que me fuera a morir por un poco de agua, vamos, el rociador.

—Espera, tienes tantas cosas aquí que no puedo...

Había otra nota, la misma nota en blanco casi arrugada con unas letras que reconocí dándole una sola hojeada.

"Una de ellas miente".

—¿Sam? ¿Qué pasa? ¿Por qué te detuviste? —alcé el papel con mano temblorosa y los ojos abiertos como platos—. ¿Qué es eso? No es el rociador, me temo.

Liz me arrebató la nota. Estaba tan petrificada que no pude hacer o advertirle algo al respecto. Una sensación gélida me dejó sin palabras, casi podía sentir mi corazón martilleándome deprisa a causa de aquel pedazo de papel con tinta entre las manos delicadas de Liz.

Ella lo leyó rápidamente, no se mostró estupefacta por el mensaje, la giró una y otra vez y luego me miró sin comprender.

—¿Es alguna clase de broma?

Se extrañó aún más al ver mi expresión. No, no era ninguna clase de juego.

Y ahora estaba segura de que no era ningún error.

—Sam, ¿qué es lo que te pasa?

—Una de nosotras miente.

—Eso lo dice la nota, ¿pero en serio crees que un triste pedazo de papel puesto entre mis cosas es algo para lo que alarmarse?

—Liz, yo encontré el mismo mensaje.

Exhaló con fuerza, incrédula.

—En tu clóset, me imagino. Seguro se trata de otra de las "sorpresas" de Anne para quitarse el aburrimiento.

—Me lo dio una desconocida —solté con rapidez—. En el autobús de camino a casa. Y a menos de que Lucian se lo permitiera, estoy segura de que no fue Anne.

Dejó caer la boca, sus ojos se ampliaron y tardamos un en decir algo.

—Pero... no puede ser, no es posible que eso...

—Y ahora Helga ha desaparecido —poco a poco, pieza por pieza, las piezas encajaron—. Ella y sus asistentes eran los únicos que tenían acceso a nuestras habitaciones, a tu bodega. A mi trabajo.

Liz pestañeó, echó otro vistazo al papel y lo estrujo más entre sus dedos. Esperaba que me preguntara cómo había ocurrido, qué fue lo que pasó o si por un instante logré reconocer a la persona del autobús, pero entonces, si previo aviso, lo despedazó en pequeñas basurillas.

—Esto es una estupidez.

—Liz...

—¡No podemos darnos el lujo de desconfiar entre nosotras! —hizo volar el resto por los aires y observamos cómo caían a nuestros pies como pequeños copos de nieve—. Supón que tienes razón, que Helga o cualquiera de sus asistentes pudieran hurgar en nuestras cosas y colocar pequeñas notas de advertencia, ¿por qué tendría que señalar a una de nosotras o a las demás como sospechosas de una...? Mira, ni siquiera sabemos a qué se refiere exactamente.

—Pero la nota...

—Sólo es eso, un papel —suspiró—. Sé que es raro, y no creo que sea una coincidencia que Helga y su equipo hayan desaparecido justo el día en que el general John hizo acto de presencia, incluso un día después de lo de la fiesta. Pero ¿basarnos en una hoja? ¿En verdad lo crees?

—¿No escuchaste lo que dije? Una extraña se me acercó y puso en mi mano la misma nota con exactamente las mismas palabras que tú encontraste. Yo también pensé lo mismo cuando ocurrió, pero ahora, simplemente, son demasiadas coincidencias.

—¿Y por qué no dijiste nada?

Esta vez, vacilé. No quería confesar que a diferencia de ella, yo sí llegué a sospechar de una de nosotras. En su lugar, dije:

—Porque creí lo mismo que tú, que no tenía por qué desconfiar de una de ustedes. Y en todo caso, el papel no dice mucho, solo que una miente y ni siquiera es claro en ese aspecto. Pero créeme cuando te digo, que no se trata de algo para tomar a la ligera y mucho menos cuando resulta extraño que Helga ya no esté.

Se restregó los ojos. Sabía que era información delicada, pero el haber externado lo que había guardado desde aquel momento, me parecía ahora más convincente que entonces.

Una de nosotras mentía. Sólo que ahora, ya no era la única que lo sabía.

—Está bien, lo admito. Tienes razón —se cruzó de brazos y miró en dirección a la casa, con ojos cansados y tristes, muy tristes—. Pero no digamos nada todavía hasta que estemos seguras.

Mi mente no dejaba de buscar pieza por pieza. Sentía que algo más se nos estaba escapando, pero no alcanzaba a ver el qué. Entonces, pensé en la cámara.

—Miriam y Emily también lo sabían.

—¿Qué? ¿Qué te hace pensar eso?

—Porque hoy, Lia y yo buscamos en su habitación para buscar unas cosas que Emily le había encargado, y encontramos un álbum de fotos con un escrito que decía algo extraño.

—¿Qué es lo que decía?

—No lo recuerdo exactamente —aun así, era imposible que aquella revelación no estuviera vinculada con lo que acabábamos de descubrir—. Pero sin duda, tenía que ver con que hay una que no está diciendo la verdad.

—Todas nos guardamos nuestros secretos, eso no es nuevo —Liz volvió a taparse los ojos, su gesto cansado junto con el tono pálido de su piel, me dijo que ahora se encontraba más débil que antes—. Por los amantes, me siento cansada.

Recogí los sacos. A regañadientes, la convencí de que debíamos regresar al resguardo de la sombra, al menos hasta que se sintiera mejor. Pero a medio camino, Liz se derrumbó con poca fuerza en un camastro cerca de la piscina.

—¿Liz? —solté los sacos y me acerqué a ella. Ahora su cara estaba más pálida, con los ojos entrecerrados y la respiración entrecortada—. ¿Qué te ocurre?

—Seguramente nada —pero su voz sonó demasiado débil, aún más que antes de que saliéramos al exterior, y supe que no era cierto.

—Voy a buscar ayuda, ¿no recuerdas algún lugar donde Helga tenía el botiquín de emergencia o pastillas para la gripe? Yo no sé mucho de esas cosas.

Ella negó con la cabeza, pero tampoco me respondió. Pequeñas gotas de sudor se resbalaron por el largo de su cuello.

—Sólo necesito descansar un poco. Todo esto me baja las defensas.

—Adelántate a las escaleras, te alcanzaré dentro de un momento —le palpé la frente, estaba ardiendo—. No debí estresarte así.

Murmuró algo, pero no logré escucharla, ya me había ido, dejándola con una terrible noticia en tamaño de una hoja pequeña.

Como era de esperar, seguía sin haber señales de Helga, y era verdad que desconocía donde tenía ella el botiquín o donde sea que guardara los medicamentos. Jamás nos vimos en la necesidad de buscarlos. Ahora que lo pensaba, ni siquiera teníamos que preocuparnos por las cosas pequeñas de mantenimiento: almuerzo, limpieza general, lavandería, orden... cosas insignificantes de las que Helga o sus asistentes se encargaban. De hecho, cada parte de la casa se encontraba en su lugar sólo porque ella o sus trabajadores se esforzaban en ello.

Y entonces, me llegó un macabro pensamiento.

Lucian sabía lo de las notas, estaba al tanto de lo que ocurría. Y Helga, a esas alturas, podría estar muerta.

Alejé esa línea de pensamiento de mi mente. A lo mejor era la impresión que aquel papel acusatorio dejó en mí. No debía alarmarme o pensar en cosas más graves, posiblemente estaba exagerando.

Con el corazón desbocado, husmeé en los rincones de la cocina para ver si tenía la suerte de toparme con el botiquín, pero por ningún lado lo encontré. Frustrada, no tuve de otra que dirigirme a la oficina de Wen, en vista de que no la había encontrado en su habitación.

Después de cruzar algunos corredores, me encontré frente a la puerta de su oficina, no esperaba que estuviera abierta, pero en cuanto moví la manija, esta cedió con facilidad.

—Wen, necesito que...

Wen tenía una nota entre sus manos.

Al entrar, actuó como si no la hubiera visto, llevándose la mano detrás de la espalda. Pero su expresión de pánico me dijo lo que exactamente había encontrado.

Una nota.

—Samanta...

—¿Qué era eso?

Su rostro se transformó en fingida irritación.

—¿Qué estás haciendo aquí?

—¿Qué encontraste, Wen?

—Nada que sea de tu interés —carraspeó, y volvió a posar sus manos sobre su escritorio, pero a pesar de que intentaba ocultarlo, yo sabía que detrás de su máscara de perfeccionismo había algo que logró turbarla.

—¿Qué quieres?

Me la quedé viendo largos segundos, presionándola con la mirada a que me dijera lo que ya suponía que era, pero Wen no cedió.

En vez de insistir, lo que salió de mis labios fue:

—Liz no se encuentra bien.

—¿Está enferma?

—Helga no ha llegado, dudo mucho que lo haga. ¿Conoces dónde tenía guardado los medicamentos o el botiquín de primeros auxilios?

—Si te soy sincera, no —se levantó y acomodó un par de papeles de su escritorio—. El señor Luc no ha dejado de insistir en que logre comunicarme con ella, pero no he podido hacerlo por ninguno de los medios. Esto será un desastre.

—¿Qué vamos a hacer?

—Nada que deba preocuparnos... aún —me invitó a salir primero, cerrando la puerta de su oficina tras de sí—. Pero hablaré ahora mismo con el señor Luc, de todas formas, tendré que avisarle que no he podido hablar con nuestra ama de llaves, así que ya me dirá qué procede, tú espérame afuera mientras tanto.

—¿Irás a su oficina?

—¿Hay alguna otra opción?

No, no la había.

Resultaba frustrante darme cuenta de cuánto dependíamos de Helga para los asuntos más frívolos como la ubicación de unas simples pastillas. Nos habíamos acostumbrado a que ella hiciera todo por nosotras, y ahora que la necesitábamos, teníamos que recurrir a Lucian para resolverlo.

Sin duda, a él no le iba a caer bien que aquello ocurriese.

Había intentado permanecer lo más alejada posible de Lucian, de Barb y el general, y ahora mismo estaba siguiendo a Wen directo al área de peligro.

Esperaba que valiera la pena.

Antes de doblar una esquina que daba directo al pasillo de la oficina, Wen me hizo señas de que esperara a que volviera con la información.

Esperé muy quieta en mi sitio, reprimiendo mis impulsos de comerme las uñas y una inquietante sensación de incertidumbre. Tuve que esperar por un largo tiempo, y cuando por fin escuché la puerta de la oficina abrirse solté un respingo. La voz grave de Lucian resonó a lo largo del pasillo y me pegué más a la pared. Rogué internamente a que no se le ocurriera desviarse en mi dirección y encontrarme con él.

—Encontrar a alguien más o igual de efectiva será complicado.

—Hablaré con ellas sobre las nuevas órdenes, señor Luc.

—Bien —hubo una larga pausa—. Diles que tienen una semana libre.

Dejé de respirar. ¿Qué?

Wen también pareció perder la compostura en el tono de su voz.

—¿Señor?

—Saldré una semana, iré a visitar unos asuntos de negocios que reclaman mi atención. Barb y mis hombres ya tienen instrucciones precisas para escoltarlas durante ese tiempo. Por cierto, dile a Karla que espero...

Alguien me empujó por atrás.

Por poco caí de bruces hacia adelante, tropezando sobre mis pies frente a un Lucian bien vestido. Wen retrocedió unos pasos, con los ojos bien abiertos y aferrando unas carpetas contra su pecho.

Detrás de mí, Barb hizo acto de presencia, tan silencioso que hizo que me quedara de piedra.

Miré a Lucian, esperé a que reaccionara de manera violenta o exigiendo alguna explicación al respecto, pero tan sólo miró a Wen de soslayo, quien se retrajo y apretó contra si las carpetas que cargaba. Él volvió a posar su mirada en mí, luego alzó una ceja.

Eso fue todo.

—Dile a Karla que espero resultados cuando regrese —dijo como si nada hubiese ocurrido.

Wen asintió.

—Como ordene, señor Luc.

Lucian se dio la vuelta sin dar un comentario más, Wen le siguió con la cabeza gacha y tuve la esperanza de que se hubieran olvidado de mí, pero Barb me dio empujones para que los siguiera y entre todos llegamos a la entrada de la casa. Justo ahí, observamos a los dos hombres de seguridad que se encontraban apostados a ambos lados de la entrada del portón. Antes de encaminarse por el caminillo de grava, Lucian volvió a mirarnos.

—Espero que disfruten de su momento libre —llevó un dedo a la barbilla de Wen—. Recuerda que tienes trabajo por hacer.

Ella tragó saliva. Él, en cambio, no esperó que le respondiera, porque después se giró hacia mí.

No entendía nada de lo que estaba ocurriendo, las dudas y preguntas que tenía en lo referente a la desaparición de Helga no habían recibido respuesta, y ahora que Lucian decidiera salir por casi una semana completa dejándonos las noches libres, me gritaba que algo importante estaba sucediendo, pero no era capaz de discernir de qué se trataba.

Lucian permaneció sin decirme ni una palabra, pero me miró tan fijamente como la noche anterior, excepto por un leve brillo de diversión en sus ojos. En la mañana lo había visto con un traje diferente al que llevaba en ese momento, porque ahora vestía un brillante traje de ejecutivo con los zapatos bien boleados. Me pregunté, si Helga ya no estaba, quién se encargaría de hacerlos brillar por él.

Dudaba que algo así le preocupara a alguien como a Lucian Jones.

—Diviértanse. No mucho.

Se alejó.

Esperamos a que traspasara el umbral de la puerta de seguridad, y no fue hasta que Barb abandonó la recepción también, que Wen soltó un bufido exasperante.

—No vuelvas a hacer eso.

—¿Hacer qué?

—Tú sabes qué —no sabía a qué se refería, pero ella negó con la cabeza— Sígueme, tendremos que buscar dónde guardaba Helga el botiquín y las tabletas para el resfriado, es hora de que empecemos a hacer las cosas por cuenta propia.

Wen se dirigió a las escaleras

—Entonces es cierto. Helga no volverá.

—Esperemos que sea temporal, detesto tener que perder el tiempo con nimiedades.

—Wen —dije y empezamos a subir por los escalones—. ¿Por qué está aquí el general John? ¿A dónde ha ido el señor Luc? —se llevó un dedo a los labios, miró en dirección a las cámaras que nos apuntaban desde el techo, e hizo señas con la cabeza en dirección al segundo piso.

Al llegar, caminamos en el corredor de los dormitorios, llegando justo al final donde se hallaba la puerta del ático; ahí me ofrecí para ayudarla a cargar con las carpetas para que pudiera abrir con un repertorio de llaves.

—No lo sé, el señor Luc no me lo dijo —se oyó un siseo cuando una de ellas abrió la manija—. Creí que se molestaría por la ausencia de Helga, pero estaba tranquilo. Demasiado, diría yo. Tal vez por eso tuviste suerte de que no te lanzara una bofetada a la cara.

Entró al ático, dejé las carpetas sobre una caja y junto a ella empezamos a remover las cosas.

—No entiendo nada —confesé.

—Sólo busca algo parecido a un botiquín, yo qué sé, una caja o vendajes.

—No, me refiero a lo que está pasando, jamás habíamos estado sin Helga y ahora Lucian se ausenta dejándonos con una semana libre. ¿No te suena raro?

—El señor Luc se va, ¿y qué? No es la primera vez que ocurre. Nunca es por mucho tiempo.

—Lo sé, pero...

Dejó una caja y puso las manos en jarras.

—Mira, solo sé que ahora en adelante algunas cosas van a cambiar. No sólo tendremos que atender a los invitados en las noches activas, sino que dependeremos solo de nosotras para mantener esta casa en completo orden. Solo hasta que el señor Luc consiga a otra persona, ¿está claro?

La miré a los ojos.

—Sé que la encontraste.

—¿Qué cosa?

—La nota.

Desvió la vista.

—No sé de qué hablas, sólo busca esa maldita caja y vámonos de aquí, este lugar me llenará de poros.

—Una de ellas miente —insistí, y eso la hizo detenerse—. La encontraste entre tus cosas, no sabes quién ni cómo, pero es una extraña casualidad que sea justo el día en que Helga no haya llegado, y cuando el general John se ha presentado.

—Sigue buscando.

—Wen, algo le ocurrió a Helga.

—¡Eso me tiene sin cuidado! —alzó los brazos, exasperada—. Mira, sólo encuentra lo que hemos venido a buscar y se acabó. Tengo muchas cosas que hacer.

Decidí que lo mejor era hacerle caso, pues aún recordaba el cómo me sentía cuando yo me había encontrado con la misma noticia semanas atrás. Presionar a Wen para que lo reconociera no iba a servir de nada. Además, aún estaba el asunto de Liz.

Rebuscamos entre cajones viejos, prendas de vestir antigua y accesorios de todos los tipos y tamaños. El ático, a diferencia del pequeño espacio que Liz tenía para sus herramientas de jardín, era un poco más amplio, casi del tamaño de una de nuestras propias habitaciones. Afortunadamente teníamos suficiente espacio para caminar con libertad entre las dos. Y después de tanto mover y buscar, hallé una pequeña caja blanca de latón.

La abrí, y justo encontré una serie de pastillas, medicamentos y elementos de primeros auxilios. Llamé a Wen para que pudiéramos salir de allí, lo cual la hizo gruñir de alivio. Ella, por su parte, recogió sus carpetas y salimos al aire limpio del pasillo.

Afuera, antes de que nos separáramos, Wen me retuvo de un brazo.

—Aunque eso estuviera escrito, no tendría sentido que Helga se dedicara a repartir notas acusatorias. Es decir, ¿con qué propósito? Además, el señor Luc también pareció sorprendido por su ausencia.

—Wen, es Lucian de quien estamos hablando.

Apretó la boca, pero no me contrarió.

Deregreso a donde Liz, no paré de pensar en que ella, en efecto, guardaba unaparte de razón.

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