CAPÍTULO 21
Cuando la fiesta acabó, Lucian despidió a sus invitados con la misma cortesía con la que los había recibido, y cuando el último de ellos se marchó y desapareció por la puerta de entrda, él permaneció por largo rato en silencio. Yo estaba ansiosa por irme, pero más preocupada por lo que estaba a punto de suceder una vez que la velada se diera por concluida. Se trataba de mi castigo, pues aún recordaba las palabras de Lucian hacía algunas noches cuando me escuchó mencionar su nombre. Sin embargo, a diferencia de lo que pude haber imaginado, él se limitó a observarme. No me atreví a devolverle la mirada, sólo esperé.
Pero no dijo nada.
Al final se dio la vuelta, y lo que sea que estuviera en su mente, ya sea retomar mi castigo o no, dejó de ser importante para mí.
Había sobrevivido, por esa noche.
Más adelante, una vez que me sentí en confianza como para moverme sin miedo a lo que pudiera suceder, regresé al jardín con la intención de ayudar a acomodar todo lo que había quedado de la fiesta. Sin embargo, por indicaciones de Wen, todas nos dirigimos a nuestras habitaciones.
—Mañana se encargará Helga y sus hombres de esto —dijo—. Descansen por hoy.
Cuando llegué a los pies de mi cama, me dejé caer con un suspiro de agotamiento. Me apresuré a quitarme los zapatos, me desvestí y sin que me importara nada más, me dejé envolver por las sábanas. Me sentía cansada, física y emocionalmente. No se me quitaba de la cabeza todo cuanto había visto esa noche, sobre todo lo de Emily. ¿Ella se encontraría bien? No la había visto después del último acto. Supuse que tendría que ir a verla, pero estaba tan cómoda en mi cama que opté por hacerlo el día siguiente.
Mientras tanto, la nota seguía descansando entre mis cosas. Llegué a la conclusión de que también tendría que resolver ese asunto lo más rápido posible en la mañana. Por lo pronto, no tardé en caer dormida.
La mañana siguiente me fue difícil despertar.
Me levanté con una mala sensación en el estómago. El silencio alrededor era lo único que se escuchaba. Anne, a mi lado, dormía profundamente. Eché un vistazo a mi despertador y comprobé que ya había pasado mi horario para ir al trabajo. Ahora que lo recordaba, ignoraba qué procedía con el asunto de mis salidas. El evento ya había pasado, ¿pero ahora qué? No había recibido ni un castigo de Lucian, ¿Qué debía esperar a continuación? Supuse que debía consultarlo con Wen.
Todavía con rastros de sueño me puse de pie, me arreglé un poco y fui directo a su habitación sin hacer el menor ruido. De acuerdo a la hora, Helga ya debía haber llegado, pero por toda la casa reinaba el silencio.
Toqué la puerta de la habitación de Wen, donde se leía un pequeño letrero colgante que tenía en letras rojas un "No molestar, en especial tú". Esperé a que respondiera, pero no se escuchó nada. Lo volví a intentar, sin resultado.
Dudé en qué hacer a continuación, pero finalmente, recordando que el día anterior no había probado más que una barra de cereal con una manzana, me dispuse a ir a desayunar.
Los pasillos se encontraban desérticos a excepción de alguno que otro guardia y las cámaras de seguridad. El jardín parecía dormido con restos de telas desperdigadas en los arbustos. Incluso el pequeño bar a lado de la cocina daba un aspecto un poco sucio debido la actividad de la noche. Estando así, tan solitario, era como si todo el edificio contuviera la respiración, o esperara a que alguien diera un primer paso a las actividades del día.
No obstante, en cuanto llegué a la cocina, me encontré con dos malas sorpresas.
La primera era que las alacenas, junto con el refrigerador continuaban restringidos bajo un código de acceso.
La segunda: Layla sí se encontraba despierta.
—Buenos días, lindura —saludó nada más verme.
Vacilé. Lo que menos deseaba era soportar alguno de sus arranques excéntricos, tal como había pasado cuando nos conocimos. Una parte de mí aún sentía un poco de rencor por lo sucedido con Lucian, pues aquello no hubiera ocurrido de no ser por ella. Sin embargo, justo en ese instante, el ruido de mi estómago hizo eco en la cocina.
Layla lo miró con burla. Ella, a diferencia de mí, sostenía un cuenco de cereal.
—¿El señor Luc ya les permitió consumir carbohidratos? Porque de ser así, puedo darte el código de acceso.
La miré sorprendida. ¿Cómo es que ella sabía el código?
Layla sonrió orgullosa, contenta de verme tan sorprendida. Se puso de pie y sin que yo se lo pidiera, tecleó un par de números. La puerta del refrigerador se abrió en un click y sacó una caja de leche. Repitió lo mismo con la alacena, hasta que al final me pasó una enorme caja de cereal junto con un plato y la cuchara. La miré con recelo.
—Gracias —murmuré.
¿Era impresión mía o parecía deleitarse con mi incertidumbre?
Volvió a sentarse, y me observó en silencio mientras me servía una ración.
—¿Tú por qué estás despierta tan temprano? —preguntó. No respondí—. Sé que debería estar cansada. Anoche atendí a algunos de nuestros queridísimos invitados. Pero, ¿sabes? Aun así no pude evitar repetir otra noche salvaje con el señor Luc. Claro que también debió haberme dejado agotada, pero todo lo contrario. ¿Cuando ustedes dos se acostaron juntos no te sucedía lo mismo? Con lo intenso que besa y la forma tan exquisita en la que se mueve.
Estaba a punto de llevarme una cucharada a la boca, pero oírla hablar me detuvo.
—En realidad no lo recuerdo —mascullé, ahora sin tantas ganas de comer.
—¿Que no lo recuerdas? Imposible —gimió—. Él aferrándote entre sus brazos, besándote contra la pared, los muebles. El suelo...
Comencé a percibir una creciente jaqueca.
—Hace mucho que ocurrió —dejé la cuchara de nuevo en el plato. En verdad comenzaba a perder el apetito.
—Un año, creo que escuché por ahí. No te culpo si caíste tan fácil, un hombre como él es difícil de encontrar. Tiene unos gustos muy exigentes y al mismo tiempo tan refinados. La fiesta de anoche lo amerita. Lástima que no pude asistir por completo. ¿En serio fue tan emocionante como creo que fue? —la ignoré, a ella y a las imágenes de la fiesta en mi mente—. Dime, ¿el señor Luc se veía tan apuesto como para mojar mis bragas?
Listo. Mi inexistente apetito se había ido.
—Que tengas un feliz día —me aparté para llevar lo que quedaba de mi cereal a lavar.
—¿Dije algo malo? —continué ignorándola—. No te caigo bien, ¿cierto?
—Ni siquiera te conozco.
Bufó.
—"Mi nombre es Layla. Soy la nueva.". ¿Es que eso no te sonó de algo?
Me volví en redondo para encararla.
—Mira, no es por nada, pero creo que no basta con eso para que te conozcamos.
—¿Por qué todas hablan en plural? —se reacomodó en su asiento, lo que me hizo recordar al gato de la caricatura de Garfield—. No son de la misma familia. Tienen orígenes distintos, por no decir que son tan diferentes físicamente. Claro, a excepción por la belleza, eso no tienen nada que envidiarle a nadie.
Sentía que estaba perdiendo mi tiempo, había ido a tomar un bocado y en su lugar, iba a terminar con una migraña.
—No lo tomes personal, pero creo que mejor me regresaré a mi habitación.
Layla ladeó la cabeza, observándome con curiosidad.
—¿Por qué te quedaste? —preguntó.
—¿Qué?
—Que por qué te quedaste —cruzó las piernas y empezó a enumerar con los dedos—. Puedo entender que las demás lo hayan hecho. Karla inició el negocio, Anne vino después, a Wen y Liz las vendieron al señor Luc, Tiana llegó por iniciativa propia, Miriam no tenía un hogar...
—¿Cómo sabes...?
—...a Lia seguramente la encontraron en un basurero y Emily fue obligada por su madre para ser supuestamente "modelo". ¿Tú por qué te quedaste? O sea, sé lo de tu padre y eso, pero ¿jamás te diste cuenta que este lugar era más que un harem?
No sabía ni siquiera si le quería responder, me había tomado por sorpresa el que confesara conocer el pasado de todas nosotras, y lo peor es que lo había dicho como si no importara nada. ¿Cómo se atrevía? ¿Cómo había sido capaz de decírmelo sin mostrarse mínimamente avergonzada? Pero, sobre todo, ¿cómo rayos lo sabía?
Layla suspiró.
—Supongo que todas guardan un misterio, y yo que pensaba que estaban aquí porque les encantaba el libertinaje.
—Esto no es ser libre.
—¿Y tener un patético empleo de medio tiempo lo es?
—Escúchame bien —dije acercándome a ella. Detestaba ese aire de presunción e indiferencia que tenía. Layla enarcó una ceja—. No tienes derecho a hablar de ellas de esa manera, y sobre todo, no tienes derecho a decirme cómo debo sentirme y mucho menos de juzgar lo que hago. Sólo estás aquí un par de días, lo que te convierte en una total desconocida.
—No por mucho tiempo —se miró la uña—. Tal vez llegue a ser bastante cotizada en este lugar,
¿Pero qué le pasaba a esta mujer?
Ignoré su último comentario, y la dejé sola yendo de vuelta a mi habitación. Conocer a Layla había sido extraño, verla sonreír ante la muestra de violencia de Lucian cuando él la atrapó del cuello había sido más extraño aún, pero charlar con ella había sido, ante todo, irritante. Aun así, deseé no culparla, ni siquiera guardarle rencor por lo sucedido noches atrás, pero me lo ponía tan difícil y tenía que reprimir el impulso de gritarle.
Llegué distraída a la gran recepción central, ideando qué es lo que podría hacer mientras durara todo mi tiempo de ausencia en el trabajo.
Antes de que comenzara a subir las escaleras, una voz me interceptó sacándome de mi ensimismamiento.
—Preciosa —me di la vuelta, reconociendo ese tono empalagoso y ronco a la vez.
El general John aguardaba en la entrada de la sala, con su traje de oficial y sus placas relucientes. Su cabello entrecano y su exuberante nariz lo hacían parecer una caricatura. Me examinó de arriba abajo, deteniéndose en los espacios visibles de mi piel. Bajo su vista, a pesar de que mi batín no era lo que se podría decir demasiado revelador, me sentí totalmente desnuda.
—General John.
—¿Dónde está la otra? La de piel de ébano y labios hermosos.
Él hablaba de Tiana. El general John era su cliente especial. Su único cliente en realidad.
—Yo...
—General —habló Lucian desde lo alto, vestido de manera impecable como si no conociera los efectos del sueño—. Llega temprano.
—Negocios son negocios —los ojos del general recorrieron el pasillo superior—. La chica, ¿aún la tiene?
Lucian bajó sin percatarse de mi presencia, o si lo hizo no me lo dejó entrever. Yo sentí cómo mi cuerpo se encogía en su presencia.
—No sea tan ansioso —se acercó para estrecharle la mano, luego soltó una de sus sonrisas. Lo encaminó por uno de los corredores, aquel que lo llevaba directo a su oficina—. ¿Y bien? ¿Alguna noticia? ¿O sólo viene a reportarme sobre el comportamiento de la chica?
El general John echó un último vistazo a las escaleras, tal vez con la esperanza de ver a Tiana, sin éxito.
—Algo más tedioso que eso.
Terminaron de desaparecer por un pasillo.
El general John nunca venía sino era por un buen motivo, por lo que rara vez llegaba, y cuando lo hacía las cosas siempre se ponían asquerosas para nosotras. Corrí para alertar a las demás, antes de que ocurriera lo que temía que ocurriese.
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