CAPÍTULO 2

Seis meses después...

El cliente salió de mí.

Di un vistazo a la falda en el suelo, mi ropa interior rasgada, hecha jirones en aquella limpia superficie que casi me devolvía el reflejo.

Nunca entendía cómo lo lograban, pero los asistentes de Helga siempre dejaban tan impoluto y ordenado sin falta cada noche. Lo mejor eran las decoraciones; en una ocasión habían diseñado una habitación entera de pétalos de rosas y el aire perfumado con una fragancia exótica, todo un escenario confeccionado para representar un mágico momento romántico. Me preguntaba cómo Lucian había dado con ella, una especialista de interiores para ofrecer a los clientes esa experiencia gratificante que tanto él alardeaba.

Aun así, carecía de importancia cuando lo único que buscaban era solo meterse entre mis piernas.

El cliente comenzó a vestirse, me acerqué despacio y le acaricié los dedos.

—¿Le ha agradado la velada, señor Kent?

Tomó mi barbilla.

—Fue increíble —le sonreí—. Tenía mis dudas sobre este lugar, pero debo admitir que me ha sorprendido mucho, y tú sobre todo. Valió la pena cada centavo.

"¿Y cuánto fue lo que pagó?" pude decirle, en su lugar, continué con mi papel:

—Es una lástima que se vaya —suspiré con melodrama—. Ojalá pueda verlo otra vez.

—Lo dudo, el señor Luc casi me cobra un ojo de la cara por pasar una noche, ya no diría una segunda vez.

Hice un mohín, él se rio. ¿Por qué les gustaba tanto que actuara como bebé? Con este hombre, contaba cinco a quienes les parecía atractivo hacer ese tipo de caras y gestos. Era un fetiche muy común entre ellos. Tendría que comentárselo a Karla en cuanto la viera.

Me levanté, y le di una rápida mirada a mi reloj de muñeca. Faltaba poco para la media noche, por lo menos podría jactarme de haber despachado a un cliente tan temprano, cosa que no entendía, pues si tanto le había costado estar conmigo, ¿no debería aprovechar hasta el último segundo? No es que me quejara, deseaba irme a descansar cuanto antes, ¿o es que su esposa lo estaba esperando a esas horas? ¿Ese hombre tendría hijos que lo esperaban en casa? Lo más probable.

¿A esas alturas todavía debía importarme? Definitivamente no.

Una vez vestido, el sujeto me inspeccionó de nuevo de arriba a abajo, deteniéndose en mi pecho. Se relamió los labios.

—Es una lástima que no pueda repetirte.

Ni que lo diga.

—Lo es —agaché la vista—. Me dio gusto haberle servido, señor Kent.

Asintió. Buscó algo entre sus bolsillos, un billete de los grandes, luego me lo entregó.

—Esto es un abono extra, te lo mereces —examiné aquel papel sucio entre mis dedos. Si le era tan sencillo regalar un billete de ese valor, entonces no había sido lo suficientemente cara, ¿o es que lo anterior se había tratado de un intento de halago?—. Si me disculpas, debo irme.

Estaba tan distraída en mi ensoñación que no me di cuenta que el cliente esperaba algo más.

Me apresuré a hacer la reverencia.

—Se lo agradezco, señor Kent.

Cuando se marchó, arrugué el billete con fuerza y aunque deseé tirarlo a la basura, lo hice bola y lo guardé entre los jirones de mi ropa interior.

—Una lástima, sí —susurré al nuevo silencio de esa habitación—. Una completa lástima no poder salir de aquí.

Aunque la habitación era pequeña, la verdad es que sí estaba bien confeccionada. Una especie de tocador de madera vacío y un lecho acolchado, curiosamente sin tocar. Mi ropa en el suelo era lo único que evidenciaba que había cumplido con mis tareas nocturnas. Por no mencionar aquella secreción blanca que manchaba el pulido suelo. Hice una mueca de disgusto. Detestaba cuando ni siquiera tenían la consideración de hacerlo en un lugar cómodo, ¿no se daban cuenta aquellos hombres que el hecho de hacerlo en el suelo solo generaba dolores de espalda? ¡¿Qué había de excitante en eso?!, ¡por todos los amantes!

Apreté los dientes, arranqué las sábanas de la cama y me envolví en ellas. A ese paso Lucian tendría que remodelar todo el vestuario, de lo contrario debería añadir una regla nueva, algo como "no destruirles la ropa a las muñecas de la casa".

Tomé mis cosas y me dirigí directo a mi habitación.

En el pasillo me encontré con Liz. A diferencia de mí, ella seguía intacta por increíble que fuera. Vestía un pequeño uniforme de colegiala, incluso había conseguido que sus dos coletas permanecieran en su sitio. Su labial rojo la hacía parecer que se había untado mermelada de fresa en los labios.

—¿Cómo te fue? —preguntó.

—Tercera vez en esta semana que me toca uno que se cree una bestia del sexo —señalé mi amasijo de ropa rasgada—. A este paso me limitaré a presentarme desnuda.

—¿Te quejas de eso? —Me acompañó camino a las escaleras—. El mío era un viejo de sesenta con gran cantidad de pelos en la espalda —formó una mueca de asco —. Lo repulsivo fue el hecho de que me cortejara como si tuviera catorce. ¿Será que me veo más joven de lo que soy? Últimamente siento que he rejuvenecido tanto, tengo veintiséis y me tocan tipos que me tratan como a una virgen. ¿Quién hace eso a estas alturas? Es decir, deben de saber que por mí han pasado más penes que ropa.

—Tal vez es tu pelo —sugerí, su cabello era de un color cobrizo precioso, largo y ondulado—. O tus ojos verdes, parecen dos aceitunas grandes enterradas en un muñeco de nieve.

—Eso no aclara gran cosa —suspiró—. En todo caso, tampoco explica por qué siempre me tocan muy ancianos.

—Hoy mi cliente me doblaba la edad —le confesé—. Así que se trata de algún tipo de suerte tirada al azar.

La mansión era gigantesca, pero solo teníamos permiso para transitar en ciertos lugares específicos. Acabábamos de salir de una zona de habitaciones exclusivas para ejercer en las horas activas. A ambos costados de la entrada del pasillo, los guardias de Lucian se mantuvieron tan inertes como siempre. Mantuvieron las expresiones neutrales, casi como estatuas, mientras nos dirigíamos a la gran recepción central. Estando allí nos llegó el rico aroma del pan dulce de Tiana y comencé a salivar. Ya no había ni un guardia a la vista, aparentemente, pero un par de cámaras se clavaron en nosotras en cuanto aparecimos.

Cada movimiento que hacíamos era visible, y la sensación de que ni siquiera mis intestinos estaban ocultos me hizo sudar las manos.

Aun así, actuamos con naturalidad. Ahí mismo se hallaba una escalera de caracol, la cual nos llevaba al segundo piso. Estando allí nos desviamos al pasillo de la derecha hasta ubicar nuestros dormitorios. A diferencia de Liz, quien había hecho un trato exclusivo con Lucian para tener su propia alcoba, yo tenía que compartirlo con Anne, quien detestaba que la despertara en cualquier hora del día o de la noche.

Abrí la puerta poco a poco para evitar hacer ruido, pero Liz me detuvo chitándome desde la entrada de su habitación.

—¿Te apetece ayudar a Tiana en la cocina?

—¡Me leíste la mente! —En realidad, solo quería echarme un baño y dormir un sueño profundo, pero también admitía que aquella idea no me caía mal. Era tan raro que Tiana obtuviera permiso para prepararnos postre que no me lo perdería por nada del mundo.

Ya dentro distinguí a Anne a medio vestir, roncando. Caminé de puntillas para buscar una ropa decente, después me di un fiero baño en nuestra minúscula ducha. Me restregué todo rastro de sudor de ese hombre, raspando las mínimas partículas de su piel que hubiera dejado en mí. Si de algo me enorgullecía, era estar limpia siempre. Me cepillé los dientes, la lengua y lo repetí todo otra vez.

Cuando volví a salir, Anne continuaba dormida, estuve tentada a despertarla, pero al final decidí dejarla descansar. Afuera, Liz y Miriam parecían empezar a discutir de nuevo.

—¿Podrías reconsiderar ubicar las flores en el patio trasero? —Alegaba ésta última, mientras trenzaba su largo cabello negro y alaciado. Su pequeño pijama a penas si le cubría algunas partes del cuerpo. Aunque, para una constitución como la suya, supuse que no era problema. Era una mujer muy hermosa—. Así podría verlas desde mi recámara.

—¿Y permitir que se sequen por culpa del sol? Estás demente.

Las tres nos encaminamos rumbo a la cocina. Estando allí nos encontramos con Karla y Wen comiendo en silencio, mientras que Tiana se afanaba por guardarlo todo; constantemente debíamos recordarle que la gente de Helga podría hacerlo sin esfuerzo alguno, que para eso él los había contratado, a lo que ella respondía negativamente.

"Mi cocina, mis reglas. Lo único que ellos harían sería revolverlo todo".

Al verme Tiana mostró su enigmática sonrisa. De alguna manera, eso hacía que, sin importar el cliente que me tocara, la noche siempre terminaba con un buen sabor de boca. Me tendió un enorme plato de panes con glaseado, los cuales no dudé en devorarme.

—Esta noche te veo tan delgada que me da miedo que desaparezcas mientras duermes, pequeña Sam. Creo que por hoy te lo mereces —de todas, ella había adoptado un papel maternalista conmigo, una vez le pregunté por qué y contestó que le recordaba a su hermana menor. No conocía mucho de su historia, pero por lo poco que sabía, era la única que le gustaba mencionar que tenía familia.

—Tiewnies un powco de... —dejé de hablar, pues tenía muy llena la boca. Así que solo le señalé su pelo, que era de unos esponjosos risos negros. Tenía un poco de harina en uno de ellos, además de que esta destacaba sobre su piel oscura, lo que más la hacía llamar la atención, por no decir de su exótica belleza y labios carnosos.

—¿Delgada? ¿No le notas las llantas que trae? —dijo Wen, mientras Tiana se pasaba un pañuelo por encima y rodaba los ojos.

De todas, era Wen con la que peor me llevaba, siempre guardaba un comentario mordaz en la boca. Nunca dejó de tratarme con altanería, por no decir, que tenía un ligero presentimiento de que me odiaba. Le lancé una mirada de ira, pero fue inútil. Sus ojos estaban clavados en su pequeño espejo, retocando su perfecto cabello castaño oscuro sobre los hombros.

—Tú la ves así porque a diferencia de ti, ella no sufre de anorexia crónica —me defendió Tiana.

—Yo pienso que mientras no sobrepase los sesenta kilos, puede comer lo que se le antoje —de pronto alguien me rodeó los hombros.

Era Karla, la mayor. Tenía un rostro angulado con corte degrafilado, ojos azules y un pequeño piercing en la barbilla. Y como siempre, iba vestida con su bata de verde olivo y sin ropa interior. Me dejó un beso en la mejilla, después se fue a recostar en el suelo con los brazos detrás de la cabeza y las piernas abiertas, sin importarle que nos daba un buen vistazo a su entrepierna. Yo desvié la vista al instante, no podía evitarlo. Una cosa era ver desnudos a los clientes, otra muy diferente era verlas a ellas.

—Lo dices porque tú tragas lo que sea —le recriminó Wen—. Jamás te he visto preocupada por tu dieta. ¿No tienes miedo de lo que te pueda decir el señor Luc?

Karla se encogió de hombros.

—No ha recibido ni una queja, además, a diferencia de ti, yo poseo algunas otras cualidades.

Wen apretó los labios, comenzando a irritarse.

—Como sea, eso no significa que podemos empezar a comer lo que queramos. ¿Qué no ven a Samanta? No ha dejado de devorar esos bolos de azúcar sin pensar que tendrá que bajarlos muy pronto.

Me detuve. Tenía un pedazo de pan yendo hacia mi boca abierta.

Miré a Wen con mala cara. Ella tenía una sonrisita de suficiencia, la desgraciada.

Con toda la serenidad posible, dejé el pan en el plato.

—¿Cómo es que esta conversación trata sobre mi peso? —Renegué—. ¿Acaso no hay algún otro tema de interés común?

Hubo un pequeño silencio.

—Pues, el día de hoy un cliente me manoseó el trasero con las manos manchadas de chocolate —dijo Tiana, y nos enseñó la evidencia dándose la vuelta—. No sé qué hay de sensual en eso, parece mierda restregada del inodoro.

Miriam sacó la lengua.

—El mío fue el mismo que el de la semana pasada, ¿y sabes qué fue lo que dijo en cuanto me vio? —carraspeó e imitó un tono nasal—. "Amada mía, tu pelaje es tan suave como un tierno malvavisco" —se encogió de hombros—. Supongo que fue lo único que se le ocurría mientras le hacía la oral.

Karla se carcajeó.

—Eso no es nada, el sujeto que me tocó no dejó de salivarme en la cara, tuve que fingir que saboreaba su secreción mientras decía algo como: "Uh, sí... así.... Justo así..." —mostró una expresión de éxtasis mientras abría más las piernas.

—A mí me hizo lamerle el culo —soltó Liz con una cara de asco—. Fue horrible.

—¿Acaso le notaste alguna hemorroide? —preguntó Karla.

Aquella conversación me estaba dando arcadas.

—¿Saben qué? Mejor regresemos a hablar sobre mi peso —interferí—. Suficiente tengo con vivir todo eso cada noche.

Wen giró los ojos.

—Aquí vamos de nuevo, escuchando a la santa de la casa.

Parpadeé, luego la miré con el ceño fruncido.

—¿Cómo dices?

—Hace tiempo que debiste dejar a un lado tus costumbres de monja atrás —explicó—. ¿Piensas recurrir a ellas ahora? ¿A caso te crees mejor que las demás?

—Yo no he dicho eso —contrarié extrañada.

—No tienes que decirlo, me basta con ver tu expresión. Ni siquiera soportas que estemos en la misma habitación, acéptalo niña.

—No permito que me hables así.

—Chicas, chicas —intervino Tiana—. Ahora mismo estamos descansando, comiendo unos deliciosos panes de...

—Guarda tus bolos de grasa para otra ocasión, miss África —Wen no apartó los ojos de mí, en una expresión tan dura que sentí unas inmensas ganas de darle un puñetazo—. Es hora de que ella entienda de una vez por todas en dónde está metida.

—Mi espalda me lo recuerda todos los días sin que tengas que decírmelo, pelo de Barbie.

—Al menos yo vivo en el mundo real, cara de pulga.

—¡Alto! —Exclamó Liz—. Las dos deben de calmarse. Esto es absurdo, no podemos darnos el lujo de entrar en conflicto entre nosotras.

—Tú y Miriam lo hacen todo el tiempo —dijo Tiana.

—Eso es distinto. A lo que me refiero es que... por los amantes, Karla, ¿quieres venir y echarme una mano?

La aludida se tapó los ojos.

—Deja que lo resuelvan, mujer. Wen solo está peleando, y Samanta simplemente se está defendiendo.

—Eres una.... —Liz inhaló profundo—. De acuerdo, hagamos esto. Wen, no creo que sea correcto decirle a Samanta cómo debe abordar su nueva vida, tú más que nadie sabe eso.

Wen evitó su mirada.

—Tal vez.

—Samanta, entiendo que de todas eres la más reciente en unirte al grupo, hay cosas a las que todavía no estás acostumbrada, pero si soy franca contigo, creo que Wen tiene razón.

—¿Estás de su parte?

—¡No estoy de parte de nadie! —Corrigió—. Pero estoy de acuerdo con ella en que es tiempo de que entiendas de que nada de lo que hagas o digas cambiará tu situación. Todas estamos aquí por una razón. Ya sea por cuenta propia o en contra de nuestra voluntad, pero esto es lo que hay. La única opción que tenemos es resignarnos y aprovechar lo mejor que podamos lo que Lucian nos ofrece. ¿Qué importancia tiene el cómo nos adaptamos?

Dejé mi plato a medio vaciar y me enfrenté a ella.

—¿Te das cuenta de lo que estás diciendo? Mira, lo que quería era cambiar de tema de conversación. No todo tiene que girar alrededor del sexo, ¡hay más en el mundo que solo una práctica sexual! Si tan solo pensaran un poco en ello, incluso se darían cuenta que podríamos ser más que simples muñecas.

—A mí me gustan las muñecas —mencionó Miriam.

—Ella se refiere a que somos los títeres del señor Luc, cerebro de nabo —dijo Wen.

—Ah...

Me frustré, ¿cómo es que no podían verlo?

—Vale, les pondré un ejemplo. Liz, ¿qué es lo que tú harías si no estuvieras atada a Lucian?

Ella se mostró confundida.

—La verdad es que no lo había pensado.

—¡Ahí lo tienes! Intentémoslo de nuevo. Wen, si no te obligaran a hacer sexo oral a un desconocido toda tu vida, ¿qué desearías?

—Sexo oral a un conocido.

—¡O podrías escoger una carrera universitaria! Miriam...

—Sexo oral a un conocido —repitió.

—Karla...

—Elijo sexo.

—¿Tiana? —Ella titubeó—. ¿Qué harías si te dieran a escoger?

—Sexo —murmuró. Por lo menos pareció avergonzarse.

Las miré detenidamente.

—¿Están hablando en serio? —Ninguna respondió—. ¿No se imaginan nada más que no sea esto? —Silencio—. No puedo creerlo, toda su existencia se basará entre satisfacer a un hombre o satisfacer a nuestro amo. ¿Se dan cuenta que este sitio les ha lavado la cabeza?

—Bueno, no es tan malo una vez que le encuentras el truco—soltó Miriam—. Con el tiempo hasta aprendes a verle el lado bueno.

La miré estupefacta.

—Lo que dices está mal.

—Está mal para ti ahora —dijo Liz—. Pero eso cambiará cuando te des cuenta que estar aquí no es así de terrible.

—Wen de hecho lo disfruta bastante —siguió Miriam, y al instante recibió una mirada asesina por parte de la aludida.

—Podría ser mucho peor —soltó Karla.

—¿Peor que no poder salir? —Refuté—. ¿Algo peor que el hecho de que alguien decide sobre tu futuro? ¿Que te mantiene encerrada sin ningún asomo de libertad?

Se levantó sobre los codos, me analizó detenidamente antes de hablar:

—Esto no se trata de lo que hacemos, ¿cierto? Es sobre tu deseo de querer huir al exterior.

Enmudecí. Todas se me quedaron mirando, expectantes.

—Eso es distinto.

—No, todo lo que dices se resume a eso.

—Solo deseé cambiar de tema —murmuré.

—He escuchado cada maldita palabra salida de tu boca esta noche, y ninguna me ha parecido más lógica que lo que estoy diciendo —se me acercó y se cruzó de brazos—. Explícame algo, si Lucian te hubiera dejado ir desde un principio, ¿seguirías pensando así? ¿Nos recriminarías tal como dices?

—Que quiera salir no significa que lo que él siga haciendo no esté mal.

—Te diré algo, es cierto que ese hombre nos obligó a hacer ciertas cosas, pero también decidimos muchas otras. ¿Te gustaría saber qué elección tomé? —Entrecerró los ojos—. ¿En serio quieres saberlo? Yo tuve la iniciativa de tomar este trabajo, decidí por mi propia voluntad estar al lado de un patán como él. ¿Vas a juzgarme por eso?

—Karla...

—Es controlador, peligroso y abusivo. Sabe cómo meterse en tu cabeza e influenciar en tus ideas, pero si hubo algo que me impulsó a unirme a este estilo de vida, no fue él —echó un recorrido a las demás—. Fueron ellas.

Guardamos silencio. Karla siempre sabía cómo hacernos callar, era un talento que solo ella podría ejercer; tenía mucho que ver con el hecho de ser una de las primeras en iniciar en el mundo de Lucian, además de siempre dar la cara por nosotras. No lo decíamos en voz alta, pero la considerábamos la líder de nuestro grupo, porque cuando Karla abandonaba su personalidad despreocupada y graciosa, era para dejar las cosas en claro.

—No te pediré que nos entiendas, no sabes ni la mitad de lo que hemos pasado, pero sí te exigiré que no vuelvas a juzgar a ninguna de nosotras por no compartir tus "ideas" de cómo llevar una vida perfecta. ¿Entendido? —No contesté—. Dije, ¿entendido?

—Sí.

—Bien —miró los panes—. Me iré a dormir, ya no tengo hambre.

Con eso, tomó rumbo a las escaleras. El resto siguió su ejemplo. Liz me ofreció una disculpa, Wen ni siquiera se dignó a verme y Miriam solo me sonrió nerviosa. Deseé ayudar a Tiana con lo que faltaba por escombrar, pero pareció muy incómoda cuando me ofrecí a ello, así que la dejé por la paz.

Estaba a punto de entrar a mi dormitorio cuando Karla me interceptó. Me di cuenta que me sentía avergonzada y quise ofrecerle una disculpa.

—Oye, yo...

Se llevó un dedo a los labios, y me hizo señas para que la siguiera. Al alcanzarla en la entrada de su habitación me metió apresuradamente y cerró la puerta.

—Escucha, lo que dije allá abajo fue muy sincero —dijo.

—Lo sé, y por eso quiero...

—Pero no era todo lo que quise decir —apretó la boca, pareció muy insegura—. Tú sabes que lamento mucho haberte traído aquel día, debí advertirte sobre lo que te ibas a encontrar, fue un error del que siempre me arrepentiré toda mi vida. No puedo hacer gran cosa, ni siquiera ayudarte a escapar, pero he vivido lo suficiente para saber que Lucian es un hombre de palabra.

—¿De qué estás hablando?

—No te gustará lo que te diré a continuación, pero es la única manera que sé con la que por fin podrás adaptarte aquí —me tomó de las manos—. Haz un trato con él.

¿Qué?

—No.

—¡No seas tan cerrada! Oye, sé que te prometiste nunca hacerlo, pero solo así lograrás ver lo que vemos. Créeme, después de eso, sabrás por fin por qué decidimos vivir así. Incluso puede que te guste.

—Karla, si hay algo que detesto de ese hombre, es cómo las obliga a vivir así.

—Piénsalo. Te recuerdo que no puedo ayudarte mucho, solo darte un consejo sincero. Siempre y cuando no se trate de escapar, Lucian te pagará cualquier favor que le ofrezcas, solo tendrás que pedírselo y él te lo dará —me abrazó—. Lo único que quiero, es que seas feliz con lo poco que te podemos ofrecer, incluso si es dentro de estas paredes.

—No sé si pueda hacerlo —confesé.

—Hazlo, dale una oportunidad, no a Lucian sino a este lugar, ¿puedes intentarlo? Por nosotras.

Me mordí el labio. Había transcurrido mucho tiempo, y en ese periodo solo pensaba en lo que había perdido y cómo poder recuperarlo. Pero si era sincera conmigo misma, hace mucho que había dejado de creer en que un día lograría escapar de esa casa. El querer convencerlas de lo contrario, que vieran las cosas a como yo las veía, era porque tenía miedo de ser como ellas. Vivir resignada a los caprichos de mi amo.

No obstante, al escucharla hablar, sin darme cuenta una idea comenzó a tomar lugar en mi cabeza.

Y si...

Un momento, debía de meditarlo con tranquilidad. Si las chicas supieran lo que pasaba por mi mente, intentarían convencerme de lo contrario, hallarle errores a una nueva idea arriesgada.

Así que por eso, pude mirar a Karla a los ojos y asentir. Ella soltó un suspiro de alivio, me sonrió por última vez antes de abrirme la puerta y despedirse de mí.

Estando en la cama, mis pensamientos no dejaronde dar vueltas hasta idear un plan.

@jenniesimmonsA te dedico este cap, por llegar al final de la primera versión con paciencia ❤️

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top