CAPÍTULO 14

En cuanto Derek pasó a la siguiente calle me encogí sobre mi asiento, hundiendo la mitad de mi cuerpo debajo del cristal de la ventana. Si iba a hacer aquella locura, lo haría a mi modo, no me importaba si él hacía algún comentario al respecto, podía burlarse todo lo que quisiera siempre y cuando mi trasero estuviera a ras del suelo.

—¿Quieres levantarte? Ni siquiera puedo concentrarme en el camino.

Sin embargo, luego de varios minutos comprendió que no estaba dispuesta a ceder, al menos no en esa ocasión. Rasqué el logotipo del uniforme, sacudí mis pantalones e incluso pasé mis manos por los zapatos, eliminando cualquier rastro de cámara oculta, aunque sentía que era una acción inútil para alguien tan astuto como Lucian. Aun así, esperé que con aquello él no tuviera ninguna evidencia de que me estaba fugando.

Oh por todos los amantes, ¿qué había hecho? ¿Qué locura era esa? ¡Me había escapado!

Me reí, luego me llevé una mano a la boca para detener unas crecientes carcajadas de nervios. Derek me contempló confundido y aquello me hizo reír todavía más. Era increíble, me sentía fuera de control, ¡estaba huyendo! Alto, claro que no, no era así de sencillo, todavía me ataba aquel tétrico favor y la culpa royendo mis entrañas, no podía alejarme de esa casa así como así. Pero, por el amor de todos los amantes, ¡era alucinante!

No supe cuánto demoramos en el camino, riéndonos sin saber por qué, sin quejas ni comentarios. Estaba tan centrada en mis pensamientos que no percibí el transcurso del tiempo, mucho menos cuando por fin detuvo su vehículo. Las piernas las sentía entumecidas, no obstante, continuaba en mi ridícula posición recostada sobre el asiento.

—¿Qué es lo que te da tanta gracia? —preguntó, luego desabrochó su cinturón de seguridad.

Dejé de reír. ¿A dónde me había llevado?

—¿En dónde estamos?

—¿No prefieres verlo por ti misma?

—¿Estamos a plena vista? ¿Es un lugar público?

—No y sí.

—¿Qué significa eso?

Levantó la esquina de su boca, abrió la puerta y se bajó. Me hice más pequeña y escuché sus pasos detenerse al otro lado antes de abrir la mía. Me llegó el aroma de los árboles y pasto fresco. Hice un intento de ver el exterior, pero Derek se interpuso con sus largas piernas.

—¿Qué es este lugar? —pregunté con el corazón a mil.

Él me extendió su mano.

—Averígualo.

—¿Hay mucha gente?

—Lo normal —¿por qué no me daba respuestas más concretas?—. Si prefieres quedarte aquí, está bien. Pero yo en tu lugar me lo pensaría dos veces —miró a su alrededor—. Es un sitio precioso, sería una pena quedarte en la oscuridad de mi destartalado vehículo.

Alcancé a percibir algunos pinos frondosos y una llanura vacía, además de lejanas colinas con extensas arboledas. En realidad, ya era demasiado tarde para retroceder, dudaba que Derek estuviera dispuesto a regresarme al café y también admitía que, por mi parte, tenía demasiada curiosidad de saber dónde estábamos. Pero una cosa era hacer un viaje en la seguridad de un auto y otra muy distinta era salir a una zona desconocida, y mucho menos si Lucian podía encontrarme.

Vi de nuevo a Derek.

Y en contra de mis propios instintos, tal y como había ocurrido momentos antes, le acepté la mano.

En un impulso, me ayudó a salir. Al momento sentí que se me acalambraban las piernas e hice una mueca por el escozor. Me di pequeños golpes contra ellas mientras contemplaba mi alrededor.

Derek había mencionado un bosque de pino, y en efecto, nos hallábamos en uno. Un espeso y alto bosque con un enorme lago en el centro. Había árboles por todas partes, todos cubrían una parte del cielo y un alto acantilado de donde salía una delgada cascada. Los pinos eran de tono verde oscuro, con grandes y pesadas piedras grises apostadas en el suelo, algunas acomodadas a modo de camino abierto hacia el lago. Aquel sitio me sobrecogió, el aire fresco junto con el sonido lejano de la cascada me abrazaba, y el aroma a fresco y tierra húmeda fue como un sedante para mis nervios de punta.

Era hermoso, un sitio perfecto para pasar los días sin saber nada más del mundo.

Derek esperó a que diera el primer paso. Ensimismada, avancé hacia la entrada del camino directo al lago, contemplado las hojas y la altura de los pinos. En un costado de la entrada, había un grotesco letrero de madera con letras blancas en donde se leía "El corazón del viento". Vislumbré a lo lejos una pequeña cabaña cerca del agua, donde un anciano levantaba una caña de pescar de un bote de remos.

Parpadeé en dirección a Derek.

—¿Me trajiste a matar pececillos?

—¿Cómo lo adivinaste? —ante su tono bromista lo fulminé con la mirada—. No, pero siempre vengo aquí a visitar a Kyle.

—¿El anciano?

—Que ni te escuche llamarlo anciano, eso lo pondrá de peor humor.

Observé el estacionamiento. No había nadie.

—Dijiste que había gente.

—No, dije "lo normal", y lo normal es que esté vacío —siguió caminado hacia la entrada de rocas—. ¿Vienes o qué?

Me abracé la cintura. En realidad, no tenía nada que temer ahora, estábamos solos, en mitad de la nada rodeados de naturaleza verde y fresca. No había tampoco ni un rastro de que Lucian o algunos de sus hombres anduviera cerca.

Así que le seguí.

El caminillo era de tablones de madera, a los costados las matas y algunas flores nos abrazaron, rozándonos al pasar. Derek extendió el brazo, acarició algunas plantas mientras su sonrisa se agrandaba al acercarnos más a la pequeña cabaña y al lago. El caminillo estaba inclinado, por lo cual anduvimos a paso lento para evitar resbalarnos y estrellarnos contra las rocas. El anciano soltó la caña, posándola en el muro de madera de la cabaña. Cuando estuvimos a su altura, no nos dirigió ni un comentario, ni siquiera cuando Derek le golpeó la espalda con efusividad.

—¿Todavía no encuentras al monstro de lago Ness, Kyle?

El viejo gruñó.

—Lo vi, antes de que ustedes lo asustaran con sus escandalosas voces y se escabullera al fondo.

—Ah, esta vez se escabulló al fondo.

—¡Bah! ¿Vienes a visitarme o perder mi tiempo?

—A perder tu tiempo, siempre lo he dicho —Derek me presentó—. Ella es Samanta, es demasiado bonita para ti así ni intentes cortejarla.

El anciano Kyle le propinó un manotazo.

—Habla por ti. No hace falta que digas tonterías —Kyle me evaluó rápidamente—. ¿Es una amiga nueva? Nunca la habías traído.

—Viene a que le enseñe el lago, Kyle —Derek tomó mi muñeca, llevándome al final de un pequeño muelle en donde descansaba el bote de remos—. A matar un monstruo, si es posible.

El viejo le enseñó los dientes, pero no agregó nada más. Cerca del bote, Derek me invitó a subirme, y me di cuenta que todavía me sostenía de la muñeca. Se la arrebaté y le dediqué una mirada hosca.

—No quiero ir en bote.

—Pues entonces nos sentamos.

Se agachó, cruzando los pies en posición india, dio unas palmaditas a su lado y con cierta renuencia, me senté. Permanecimos en silencio, viendo los árboles y la delgada pero larga cascada del acantilado. Chequé mi reloj y me di cuenta con sorpresa que apenas había pasado una hora desde que estuvimos en el café. Faltaban dos para que concluyera mi turno.

—¿Te esperan en casa?

Tapé mi reloj.

—Algo parecido.

—¿Vives con tus padres?

—¿Recuerdas lo de las preguntas? Aquella regla sigue en pie.

—Reglas, las detesto.

Suspiré, olvidaba que a Derek se le daba fatal estarse callado. Eso me dio mucho en qué pensar sobre una cosa importante.

—Derek, ¿estás molesto por lo de tu computadora?

—¿Ahora eres tú quién hace las preguntas? —esperé a que respondiera—. No, Sam. No estoy molesto.

—¿Mientes?

—¿Debería?

—Esperaba que sí, al menos solo para pretender tranquilizarme.

—Pues te digo la verdad y al parecer sigue sin surtir ningún efecto.

—Lo que ocurre es que me cuesta comprender que no te encuentres alterado por ello —Derek elevó las esquinas de su boca, pero no respondió. Comenzaba a frustrarme su paciencia—. Tendrías que estar furioso como mínimo.

Rio.

—Es probable.

—¿De verdad no te molesta?

—No.

—¿En serio? Era tu historia de la que estamos hablando. ¿No te importaba en absoluto?

—Amaba esa historia. Estaba en la parte en el que el protagonista encuentra a la chica y ambos se juraban amor eterno. Hubiera sido una buena idea para una novela.

Lo miré con la boca abierta.

—Derek, posiblemente hubiera sido una obra de arte. ¡Como la de Da Vinci!

Me miró confundido.

—Da Vinci no escribió ningún libro parecido.

—¿Y Romeo y Julieta qué?

—Ese fue Shakespeare, ¿no lo recuerdas de la escuela?

—Qué va, él inventó el helicóptero.

—Los estás confundiendo. Da Vinci era inventor, dibujante y matemático, Shakespeare un escritor de tragedia, ambos eran...

—El punto aquí es que estamos hablando de tu posible éxito en el mundo del arte —interrumpí antes de que tuviera otra Liz que quisiera enseñarme cosas de la escuela—. Tu libro podría haber sido muy famoso. Leí lo que llevabas escrito, ¡era fantástico!

—Creí que solo pensabas que estaba bien.

—Esta es una cuestión distinta —refuté—. Pudiste haber ganado un premio.

—Eso creo.

—¿Aun así no te molesta?

—Tú quieres que me moleste.

—¡Es que es para molestarse! —exclamé—. Una obra de arte es una obra de arte. No se le toma a la ligera. Las personas somos fáciles de interpretar, pero el arte es un concepto superior, no cualquiera tiene acceso a él.

Derek clavó sus ojos en los míos, me escudriñó con tal intensidad que me puse incómoda, y me removí; odiaba cuando me miraba como un libro abierto, queriendo indagar mis secretos.

—Tienes razón Sam, una obra de arte no se le debe tomar a la ligera, tampoco es un asunto que no requiere pasión y sentimiento con tal de defenderla, mejorarla y abrazarla. El arte sin duda es importante —me tomó las manos. Sentí sus dedos callosos, inclusive me hicieron cosquillas-—. Pero cuando te vi en ese momento, tan aterrorizada por lo que podría hacerte por un escrito y una máquina, el arte no me importó en absoluto —dio una pausa—. Me importaste tú.

Me quedé sin habla. ¿Esas palabras significaban lo que creía que significaban?

—Derek...

—El arte es de gran valor —prosiguió—, pero las personas, la moral y los principios lo son más. Verte creer que estuve a punto de golpearte o hacerte algo peor, me dejó más afectado que perder una historia que podría volver a escribir, y una máquina que podía volver a comprar.

Estaba sin respuesta, jamás había escuchado a alguien decir algo parecido. La mayor parte de mi vida me sentía tan estúpida y culpable por causar el odio y el coraje de mi padre; la otra me hacía sentir que no era nada, que no merecía más que lo que tenía. Permitir que me pisotearan, que los hombres me tocaran e hicieran con mi cuerpo lo que deseaban porque Lucian buscaba despertar en ellos sentimientos intensos, un justificante para la demostración más pura del acto artístico, todo ello eran ideas tan diferentes a cómo Derek pensaba.

Y vaya que me encantaba lo que pensaba.

Él sonrió.

—Supongo que ahora entiendes por qué te traje aquí.

—¿Para calmarme y que dejara de temblar?

—Deseaba que te dieras cuenta que, así como hay gente que puede hacerte daño, las hay que buscan acompañarte en tu dolor. Este sitio lo uso mucho para relajarme y reflexionar, no por nada suelo traer a mucha gente aquí, tal vez por eso mis amigos creen que soy un romántico idealista —soltó una risita—. Puede que lo sea, al fin y al cabo me gusta escribir, pero si en algún momento necesitas a alguien de confianza, puedes contar conmigo —señaló paisaje—. O con este lugar.

—No creo que sea eso lo que busco —objeté—. Amigos, me refiero. Solo quiero trabajar y que me dejen en paz.

—Sam, te he visto —metió la mano en el agua, causando grandes y pequeñas ondulaciones—. Te lo dije el otro día, no importa si intentas ocultarlo. Incluso has conseguido que Will se abriera contigo. Supongo que es porque a veces actúas de una manera, y en otras eres... —no terminó, sino que suspiró—. Creo que solo te afanas en ser invisible.

Sí que me había observado bien. No supe qué contestarle de inmediato.

—Al parecer no soy muy buena ocultándome —me atreví a confesar.

—Creo que eso será imposible. Has conseguido alimentar mi curiosidad.

—Cosa que me cuesta comprender, te he tratado fatal desde que nos conocimos.

—Por fortuna, prefiero pensar que también te he llamado la atención.

—¿Intentas coquetearme de nuevo?

—Me gusta ser franco. Pero si te hace sentir más confiada, diré que estaré encantado de quedar como tu amigo.

—Tienen razón los que te conocen, eres un romántico idealista —al igual que él, metí la mano al agua—. Sólo no esperes nada de mí.

—¿Ni siquiera una invitación a cenar?

—Derek.

—Trato hecho —me tendió la mano mojada, e hice lo mismo con la mía—. ¿Puedo hacerte una pregunta?

—No.

—¿De verdad creíste que era capaz de hacerte daño?

—¿Sabes? Pensándolo mejor, creo que aceptaré esepequeño paseo en bote.

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