CAPÍTULO 13

Mi vida se había convertido en una rutina dividida en dos partes.

Por la mañana era una, en la noche era otra. Iba al trabajo, hablaba con Wilma, Derek me saludaba, yo le gruñía, atendía a los clientes, terminaba mi turno y, cómo no, desde aquella primera vez en el autobús, Derek salía del café para acompañarme a la parada. Las primeras ocasiones discutimos, hice esfuerzos de convencerlo de que regresara y me dejara en paz, pero siempre tenía algún tema de conversación que deseaba compartir conmigo. Era raro, pero para mi sorpresa me resultaba entretenido, aunque cuidaba el tener que demostrarlo.

A veces se trataban de temas ambiguos:

"Siempre he sugerido que cambien el menú del café, Jesper lleva mucho tiempo dando las mismas ofertas, por eso la clientela no sube".

"A mí me gusta que haya poca gente".

"Vaya que eres pésima para los negocios".

Pero en otras, era insoportable:

"¿Qué hice mal el primer día para que me trataras tan seca?"

"Existir".

"Por eso creo que no tienes muchos amigos, ¿me equivoco?"

Lo ignorara o no, poco a poco comprendí que, si no le tomaba importancia, las preguntas y su curiosidad se evaporaban, así que me dejé llevar, al menos sólo hasta que llegaba el autobús.

Con respecto a la extraña mujer, nunca más la volví a ver. Al día siguiente después de aquella nota intenté reconocerla entre los pasajeros, sin éxito. En casa todo siguió igual, así que concluí que había tomado la mejor decisión al ignorar ese hecho y aferrarme a mi confianza con las chicas. Entre más lo analizaba, más absurdo me parecía. ¿Vivir con paranoia por culpa de una desconocida? Sí, claro.

Con el pasar de los días, aquel extraño suceso terminó por abandonar mis pensamientos. Y más adelante estos fueron remplazados por un acontecimiento importante: los preparativos de la fiesta.

Podía hacerme la idea de lo que se trataba, aunque mi trabajo afuera me había proporcionado la excusa perfecta para no estar al corriente de ella. No obstante, los comentarios de las chicas, el estrés de Wen, mis tardes de jardinería con Liz, e incluso las excesivas decoraciones brindadas por Helga y sus ayudantes, me dejaban ver que era mucho más serio de lo que cabía imaginar.

Lucian planeaba un evento especial, uno que le otorgaría a ciertos invitados un espectáculo que sólo él tenía en mente.

La primera vez que supe del evento fue cuando Wen se presentó a mi habitación, preguntándome por cualquier talento que tuviera. La había mirado extrañada, justo antes de encogerme de hombros. Mi respuesta la había sacado de quicio, entonces le pregunté a qué se refería y para qué, a lo que ella respondió:

—Muy simple. Cada una de nosotras debe tener un talento, y para el próximo evento tenemos que organizar un buen número e impresionar al público. Es por eso que necesito saber qué harás, para decirte en qué momento te presentarías y cómo te vestirías.

—Pero, ¿y si no sé en lo que soy buena?

—Bien puedes ocupar el puesto de sirvienta, ¿qué te parece? Es algo que queda muy bien con tus ambiguas capacidades.

La fulminé con la mirada. Resentida, fui a preguntar a Karla al respecto. Ella maldijo entre dientes en cuanto se lo planteé.

—Olvidé contarte sobre el maldito evento —se golpeó la frente con una mano, aunque después me analizó de pies a cabeza—. ¿No tienes un don que tengas oculto por ahí?

La miré desesperada. Nada que yo supiera.

Suspiró.

—Bien, déjame ver qué puedo hacer.

Si hubiera sabido que eso le conllevaría a firmar un trato con Lucian me habría negado, pero aquello ya estaba echo. Fuera de ello, seguí pasando las tardes escribiendo mis informes, para después buscar a Liz y que continuara ayudándome con la ortografía. También procuré ayudarla más con el jardín, tarea que nos volvió si acaso un poquito más cercanas.

A pesar de todo lo que ocurría, del extraño evento y de lo sucedido con la mujer desconocida, no tenía nada de qué quejarme. Todo estaba yendo de las mil maravillas. Me acoplé mucho mejor a las horas activas, incluso cuando Lucian me obligó a recuperar mi puesto unos días después de haber trabajado con Tiana.

Sin embargo, comenzó a formarse en mí una especie de inquietud. Empecé a preguntarme si ese día del que tanto me hablaban las chicas, en el que lograría adaptarme a una vida de sexo duro por dinero, por fin se me había presentado. Deseaba en mi interior y con todas mis fuerzas de que no fuera así, pero con el correr de los días, comprendí a lo que se referían con respecto a que el lugar no era tan malo en realidad, pues me bastaba con tener esa poquita felicidad y aire fresco en el café para conformarme.

En pocas palabras, aquella vida se estaba volviendo cotidiana y normal.

Suspiré por milésima vez, sosteniendo una pequeña taza de cerámica entre mis dedos.

—Mañana tocará una banda en el lado suroeste —dijo Wilma, limpiando conmigo algunas otras tazas sin usar, a las que debíamos quitarle el polvo—. Hace mucho que no viene ningún músico por estos rumbos.

A diferencia de Derek, con Wilma me nació un genuino deseo de charlar, o más bien, ella hablaba y yo escuchaba sin interrumpir.

—Supongo que somos una ciudad bastante pequeña —le respondí.

—Puede ser. Me preguntaba si no estarías ocupada, podríamos ir a verla juntas.

Me detuve.

—¿Cómo?

—Lo que escuchaste, hace tiempo que he querido preguntártelo, deberíamos salir una vez.

—Podemos salir ahora mismo, creo que la cristalería no se ha limpiado desde...

—Me refiero a divertirnos, Sam —dejó su taza y recogió otra—. Ambas tenemos una vida más allá de este local apestoso. Aquí soy la estricta gerente del señor Jesper, afuera... —enseñó la hilera de sus dientes—. Soy un alma rebelde.

Oh amantes.

—No puedo.

—Bueno, no tenemos que ir mañana, estarán tocando toda la semana y...

—Tampoco puedo esta semana.

—¿Y la que viene? Oí que abrirán una nueva plaza en la avenida central.

—Me temo que no.

Wilma dejó su taza y me observó con severidad.

—¿Me estás diciendo que no puedes o que no quieres? Dímelo ahora para considerarlo la próxima vez que planeé invitarte a algo divertido.

—No puedo.

—¿Por qué no? —no respondí—. Dijiste que tienes veintiuno, eres lo suficiente mayor para salir sin el permiso de tus padres, yo ni siquiera lo hago, ¿o es que hay algún otro problema?

Negué.

—Sólo no.

—¿No qué? —seguí sin responder—. Ah, entiendo, ¿soy demasiado poca cosa para ti?

—¿Qué? ¿Y ahora de qué estás hablando?

—Vienes, saludas, atiendes y luego te vas. Ni siquiera le das una oportunidad a Derek para charlar sin tener que ser tan despectiva, a pesar de que él intenta llevarse bien contigo.

—¿Qué tiene que ver Derek en todo esto?

—¡Míralo! Ha de ser la única persona entretenida en todo este lugar y aun así lo rechazas, y ahora que he intentado invitarte a salir te rehúsas como si hubiera sugerido aventarte a una piscina con tiburones. Lo que hay en el café, se queda en el café, ¿cierto? Seguro que a tus otros amigos no les has confesado sobre tu triste empleo de medio tiempo.

—Wilma, estás exagerando.

—Puede ser. Pero responde una cosa —dejó las tazas y puso los brazos en jarras—. Supongamos que no puedes esta semana ni la siguiente. Pensemos en una fecha futura, por ejemplo, el próximo mes. ¿La respuesta seguiría siendo no?

¿Qué podía contestarle? Deseaba dar un enorme "sí", o un: "oye, pensándolo bien, me encantaría ir contigo al concierto mañana, ¿vendrías por mí a mi casa? De paso te presento a mi familia".

Imposible.

—Sí, seguiría siendo un rotundo no.

Me había metido en un terrible dilema.

Mi plan no contemplaba salidas con amigos o reuniones en grupo fuera del café. Mi propósito había sido disfrutar de un pequeño lapso de libertad, sin inmiscuirme en nada más. Por otro lado, era imposible que Lucian me permitiera ir más allá de mi permiso actual. Por no decir de que existían razones de sobra de por qué era una pésima idea.

Oh, ¿a quién quería engañar? ¡Por supuesto que deseaba ir! Quería decirle a Wilma que me arrepentía, que nos anotara en su agenda para el fin de semana, tomar la iniciativa y salir volando de ese lugar. De pronto, aquel café ya no me parecía tan refrescante, lo cual me sacó de mis casillas, ¡se suponía que solo debía sentirme asfixiada al quedarme en casa, no en mi propio trabajo! Oh, ¿por qué, Wilma, por qué tuviste que ofrecerme esa invitación?

Me esforcé en no reflejar mi nuevo estado de ánimo, pero me daba cuenta que le gruñía a los clientes, les ponía mala cara o respondía con sarcasmo. Los miraba a todos y lo único que veía era mi envidia en sus pálidos rostros de mármol, tan felices por decidirse entre un sencillo americano o un capuchino. ¿El rollo de canela era mejor que el de chocolate? ¡Una decisión muy difícil de tomar, por supuesto! ¿Cuánto de azúcar? Oiga, no lo sé, ¿por qué no se toma todo el tiempo del mundo? Seguro que no hay un amo tirano que vigila cada uno de sus pasos y le marca las horas de llegada, ¿entonces quiere su té con o sin azúcar?

Chequé mi reloj, lo peor es que aún faltaban horas para que concluyera mi turno. Genial, antes ni siquiera me molestaba por llevar el tiempo y ahora me desesperaba que las manecillas no marcaran las doce. ¡Me daban tantas ganas de gritar!

—¡Orden de la mesa ocho! —le grité a la cocinera por la ventanilla.

—¡Es la tercera vez que vienes! —exclamó.

—¡Si no tardaras tanto, no tendría que venir!

La señora masculló entre dientes. A mi lado, Wilma apareció con el rostro contrariado.

—¿Te sucede algo esta mañana? No te has sentado en ningún segundo —gruñí. Me limité a esperar la orden—. ¿Es por lo que te dije sobre la banda? ¡Si no quieres ir, no vayas!

Comencé a sentir pulsaciones en el cráneo.

—¡Orden de mesa ocho! —gritó la cocinera.

Tomé la enorme taza de café humeante, dispuesta a ignorar a Will.

—Samanta, ¿estás escuchando?

Acomodé la taza en una charola, y me dirigí a la mesa ocho. ¿Salir? ¿Quién quería salir? Yo no, no necesitaba salir. Ya estaba saliendo. ¿Divertirse? ¡Aquello era divertido! Me topé con un trapo en el suelo, hice esfuerzos para levantarlo y lo colgué en mi hombro, ¿por qué la gente no era considerada? ¡Como si no estuviéramos lo suficientemente ocupados! ¡Yo tenía más cosas qué hacer además de levantar un sucio trapo del suelo!

—Sam, espera... —¿dónde carajo estaba la mesa ocho?—. Sam...

—¡¿Qué?! —me giré. La charola se tambaleó, el café se resbaló.

—¡Samanta, cuidado!

No fui lo suficientemente rápida.

Vi con horror cómo la taza fue cayendo hasta que, a pesar de poner mis manos para impedirlo, terminó destruyendo un portátil gris con audífonos conectados. El aparato hizo corto circuito, salieron chispas y con un horrible ruido de vapor, comenzó a salirle grandes cantidades de un extraño humo blanco.

Todo el mundo en el café se quedó en silencio.

Ahí estaba yo, mirando con los ojos abiertos y las manos extendidas hacia aquel aparato sin duda alguna, inservible; la charola caída, una taza hecha trizas y líquido caliente. Era imposible que hubiera una solución para arreglar un desastre como ese.

La computadora de Derek, había destruido la computadora de Derek. Él ni siquiera había logrado moverse a tiempo, tan rápido había ocurrido todo que sus manos no pudieron salvarse del contacto con el café caliente.

Él se levantó como un rayo, con una mueca de dolor y furia, y acercó una mano hacia mí.

Me encogí y me llevé los brazos a la cara, protegiéndome de lo que seguro sería una buena paliza. Mi respiración se agitó, apreté los dientes y mi cuerpo se puso bajo tensión, esperando un golpe de dolor.

Pero pasó un segundo, luego otro, y no llegó ningún contacto.

Derek ya ni siquiera me miraba, se estaba secando con efusividad todo el líquido derramado sobre su ropa con el pañuelo que yo había llevado en el hombro. Ni siquiera soltó ni una palabra cuando otro de los meseros apareció para limpiar el desastre de la mesa.

—¿Qué quieres que haga con esto? —preguntó el chico dubitativo, mientras le tendía a él un poco de hielo.

Derek no contestó de inmediato.

—Tíralo.

Temblé, mis manos agarrotadas no podían moverse ni un centímetro, ni siquiera me percataba del resto de los clientes que se habían quedado sorprendidos mirando, sólo podía ver aquel aparato gris, con pequeños hilos de humo que me llenaron la nariz de un olor a quemado.

—¡Samanta! —Wilma me había estado llamando, pero no me di cuenta de su presencia hasta que apareció a mi lado—. Samanta, ¿por qué te quedas ahí parada?

Pestañeé varias veces, hasta que sus palabras por fin hicieron eco.

—L-lo siento.

—Déjala —cortó Derek.

Por todos los cielos, ¡iba a matarme! ¿Por qué no me golpeaba? ¿Por qué no había gritado todavía? Él seguía limpiándose sin importarle que estaba en un lugar público y que tenía mojado la mitad de los pantalones. Esto era mi culpa, había cometido un inmenso error, ¿qué estaba esperando?

—Will, necesito que hagas algo por mí —siguió diciendo él.

—Derek...

—Nunca te he pedido ningún favor. Pero en esta ocasión necesito que lo hagas.

Azotó el trapo contra la mesa y me sobresalté. Wilma apretó la boca. Observó nuestro alrededor, dándose cuenta que seguíamos ofreciendo un espectáculo. Derek continuó sin recriminarme nada, ni siquiera se dignaba a hablarme.

—De acuerdo, pero... —mi compañera señaló hacia la salida de empleados.

Él se encaminó hacia la entrada con ligera torpeza. Antes de abrir la puerta se detuvo, y clavó su mirada en mí.

—Tú también, Sam.

Di un paso atrás. En ese momento no me inspiraba nada de confianza. Wilma me miró de forma extraña, como si fuera la primera vez que me conociera. Miró interrogativa a Derek y él asintió, luego puso una mano detrás de mi espalda.

—Tranquila —susurró—. Solo será un minuto.

Sabía que buscaba reconfortarme, pero de todas maneras dudé antes de dejarme guiar hacia la calle. Al salir ella tomó mi mano, y por alguna extraña razón se lo agradecí. Derek mantenía los brazos cruzados sobre el pecho, oteaba la calle con los músculos tensos y el ceño fruncido. Al encontrarme con sus ojos no pude evitar temblar de miedo, pero cuando habló lo hizo en un tono más calmado.

—Will, necesito que cubras a Sam durante el resto de su turno.

Aferré la mano de Wilma entre mis dedos. Ella titubeó:

—Derek...

—No hay más que hablar, y sabes muy bien que no vas a hacer que cambie de opinión.

—Derek, no puedo.

Él se acercó y me alejé hasta chocar contra la pared. Wilma me rodeó los hombros con un brazo.

—Will, es por su bien.

—¡¿Ya viste cómo te teme?! ¡Estás loco si crees que dejaré que te la lleves en ese estado!

—No voy a tomar ninguna represalia, pero si no dejas que Sam venga conmigo, sospecho que esto sólo empeorará.

Tartamudeé:

—No, no hablen como si no, no estuviera aquí.

Ambos volvieron la vista hacia mí, sorprendidos por haberme escuchado. Derek se restregó una mano por la cara.

—Está bien, haremos una cosa —dio otro paso, yo ya no tenía a dónde retroceder—. No voy a llevarte si no quieres, mucho menos obligarte. Pero tienes que confiar en mí, te prometo que no permitiré que nada malo ocurra —extendió su mano—. Por favor.

Observé su palma, ¡por supuesto que no le tocaría! No estaba tan loca. Apreté la mandíbula. ¿Cómo creía que aceptaría pasar tiempo a solas con él? ¿Y después de lo de Lucian? ¡Sería absurdo! Iba a soltar mi negativa, abrí la boca, lo miré...

Y entonces, caí en cuenta de la forma en que él me miraba también.

Sus ojos me recordaron a un cristal: eran transparentes, sinceros. Y me cortaron la respiración.

Tenía miedo, no quería separarme de Wilma, pero ver la firme honestidad en la mirada de Derek, la misma que en su momento me dejó sin argumentos, me hizo darme cuenta que nunca, jamás en mi vida, me había sentido así de comprendida, mucho menos por un hombre.

Dulce, tierno, tranquilo. Él me contempló de tal forma, que me recordó lo que se sentía ser una niña.

Vacilé.

¿Era ilógico? Por supuesto. ¿Me arrepentiría de ello? Probablemente. Pero Derek seguía ofreciéndome su mano, y contra todo pronóstico, le tendí la mía, temblorosa y titubeante. Por unos segundos, nos sujetamos los dedos, hasta que empezó a caminar despacio llevándome hacia su coche. Al abrir la puerta permanecí largos minutos sin querer entrar, sopesando las innumerables opciones que no dejaban de decirme que aquello era una terrible idea.

Derek alzó las manos.

—Está bien, tómate tu tiempo.

—¿Derek? —ambos nos giramos hacia Wilma—. ¿Seguro que podrás con esto?

—Sólo será un rato. La traeré sana y salva de regreso.

—Estoy bien —le aseguré con voz temblorosa—. Creo que él está en lo cierto.

Y lo decía en serio.

Aunque había sido él el partidario de la idea, se mostró muy sorprendido por mis palabras, y enseñó una enigmática sonrisa. No sabría decir el por qué, pero aquel gesto me hizo sentir mucho mejor o, al menos, más relajada. Wilma pareció notarlo, pues dejó de sujetarme y se dispuso a regresar al café.

—De acuerdo. Nos vemos mañana ¿vale?

Por fin me metí en el coche. Derek cerró la puerta. Me quedé esperando a que rodeara el auto y también me fijé en que en ningún instante se desvanecía su agraciado gesto.

—Muy bien —dijo en cuanto puso las manos en el volante—. Espero que te guste el olor a pino, porque te llevaré a un sitio que te hará volar la cabeza.

No le contesté, pues estaba entretenida contemplándolo, de todas formas, él no pareció esperar una respuesta, porque en cuanto encendió el vehículo volvió a hablar:

—Señorita, póngase cómoda.

Y diciendo aquello, arrancó.

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