CAPÍTULO 12

Un año y dos semanas después...

Estuve pensando en aquel pedazo de papel por el resto del camino hasta llegar a mi habitación. No dejé de darle vueltas a lo ocurrido. Abría y cerraba aquella hoja, la estrujaba entre mis dedos y la volvía a lisar. ¿Quién habría sido aquella mujer? ¿De quién se trataba? ¿Podría volver a recordarla? ¿Sería alguien a quien había visto en casa? Y lo más importante: ¿realmente nos conocía lo suficiente, como para advertirme de cuál de todas ellas era una... mentirosa?

Hice el esfuerzo por olvidarlo, o de hallarle una lógica lo bastante convincente para considerarlo sin importancia, pero entre más ahondaba en aquel asunto, más incomprensible se volvía para mí. Lo primero que debí haber hecho fue ir a contárselo a Karla, pero me hallaba tan conmocionada que me vi incapaz de hacerlo.

Alguien abrió la puerta en ese instante.

—Oye Sam, me preguntaba si... —hice el papel en una bola y lo escondí detrás de mí—. ¿Qué estás haciendo?

Se trataba de Liz. Yo estaba en la cama, y ella me miraba extrañada.

—Mi reporte —la mentira salió muy rápido para mi sorpresa.

—Otra vez con las fallas ortográficas, ¿eh?

—Esto... sí. Exacto. Otra vez las fallas ortográficas.

—Recuerda que puedes contar con mi ayuda en cuanto lo hayas acabado. Necesitas más de una lección conmigo antes de desenvolverte bien en ello.

—Claro, lo tomaré en cuenta.

—Bien. Oye, me preguntaba si... —el grito de una de las chicas la interrumpió. Liz giró los ojos y exclamó de vuelta—. ¡Dije que volvía en un minuto! —refunfuñó entre dientes—. Por los amantes, el estrés de Wen va a volverme loca.

La miré sin comprender. Ella negó con la cabeza.

—Lo siento, estuvimos practicando lo del evento antes de que vinieras. Aproveché que ella estaba distraída para escabullirme y venir a hablar contigo. En fin, da igual. ¿Qué venía a preguntarte? —Guardamos silencio mientras aquella hoja me quemaba los dedos—. Ah, sí. ¿Te gustaría echarme una mano mañana? Después de lo de Miriam, necesito a alguien que quiera acompañarme a regar las nuevas flores. Lucian quiere que todo esté perfecto cuanto antes, ¿tienes tiempo?

Vacilé.

—Sí.

Ella asintió, pareció que iba a agregar algo más, pero al final suspiró.

—Pues vale, y ven a buscarme en cuanto termines, quiero ver si has avanzado desde el otro día —cerró la puerta.

Cuando regresó el silencio, me di cuenta que mi respiración había estado agitada. Aquello iba a causarme problemas, ¿de verdad los necesitaba ahora? ¿Podía fiarme tan fácil de una desconocida? Al fin de cuentas, era absurdo dejarme llevar por influencia de una mujer extraña, la cual ni siquiera tuvo el descaro de presentarse. Si lo dejaba pasar, sería como si no hubiera sucedido.

¿Verdad?

Horas más tarde observaba la viscosidad entre mis dedos. Mi respiración estaba agitada y mi cara también estaba tan caliente que sospechaba que se encontraba roja como de costumbre. Palpé más mi zona íntima y comprobé que había conseguido reunir suficiente líquido como para saber que, por esa noche, si al cliente se le ocurría introducir su miembro con fuerza en mi interior, al menos no me dolería. No tanto.

—¿Terminaste? —preguntó Anne al otro lado de la puerta del baño.

No le respondí. Me lavé y sequé las manos con un poco de papel, y como señal bajé la llave del retrete. Ella entró justo después.

Cinco minutos antes de que dieran las nueve, nos reunimos todas en el pasillo.

—De acuerdo, ya saben lo que debemos hacer —anunció Wen al repartir los últimos detalles de las instrucciones—. Liz, tú vas a la zona exclusiva, es un cliente de paquete medio, hombre de 45 años de edad y un fetiche con los gemidos estridentes. No es tan complicado. Anne. vas a la parte trasera, Helga y sus hombres lo dejaron todo perfectamente ordenado, solo procura no romper nada ¿de acuerdo? Y si el cliente lo hace, avísame con tiempo. El señor Luc no tolerará más desperfectos sin costo extra. Lia y Emily, a la habitación de placer, recuerden que deben tener mucho tacto con el cliente, este no es como los demás, espera la máxima calidad en el servicio, así que no lo arruinen. Samanta, tú vas con Tiana. Me parece tonto que todavía tengas noches libres, pero si Karla ha llegado a un acuerdo con el señor Luc, no puedo decir nada al respecto. ¿Preparadas? —asentimos—, bien, eso es todo. En marcha.

Busqué a nuestro alrededor. Estábamos todas, excepto una. Wen habló antes de que se lo preguntara:

—Karla estará ausente en las horas activas.

—¿Y eso por qué? —pero no quiso responderme.

Y así, cada quien se dirigió a su sitio señalado.

Abajo, en las escaleras, unos pocos clientes nos estaban esperando, o al menos sólo distinguí a aquellos a quienes Tiana y yo atenderíamos en la cocina, clientes con pulsera nivel azul. Cada noche era diferente y, por lo tanto, cada cliente que llegaba era uno más que olvidaríamos en cuanto terminara la velada. De vez en cuando había uno que otro que solía regresar, y eran esas veces cuando nos poníamos nerviosas. Esto sólo ocurría con los clientes premium, pero estos al ser gente tan importante recurrían a nuestros servicios entre periodos extensos de tiempo. Miriam se había marchado precisamente porque el señor Hank se había convertido en un cliente nivel premium frecuente.

Afortunadamente esta vez no identificamos a ninguno. Todos eran rostros nuevos de los que jamás nos aprenderíamos sus nombres.

Lucian no los recibía, de hecho, muy rara vez lo encontrábamos durante el turno. Ignorábamos lo que hacía en esas horas, pero sin su constante escrutinio, la mayoría de nosotras nos sentíamos más cómodas haciendo su parte del trabajo. Aunque claro, las cámaras y sus guardias de seguridad sí seguían presentes; sin embargo, esa noche era una más en nuestras vidas, y a decir verdad, ya nos habíamos acostumbrado a estar siempre vigiladas.

Tiana y yo recibimos a nuestros respectivos clientes, las demás se separaron, cada una tomando un corredor y camino distinto.

Con ello, dimos comienzo al turno de esa noche.

Un cliente me tomó del brazo, y sin pensárselo dos veces me besó.

Reí, y por un momento le permití tocarme. Sentí su lengua y sus dedos acariciando el largo de mi espalda. Me tensé ligeramente, pero si él notó el contorno de mis cicatrices no les tomó importancia, seguía concentrado en su exigente exploración de mi garganta. Cuando nos separamos posé una mano en su pecho agitado y le di una mirada a su brazalete azul. Él siguió la dirección de mi vista y suspiró, entonces se alejó un poco. Tener ese brazalete significaba que sólo tenía permitido un límite de contacto físico. La mayoría de los que lo portaban se limitaban a charlar con Tiana y disfrutar de algunas comodidades de la cocina y del mini bar, donde Lucian preparaba espectáculos visuales exclusivos para ellos, normalmente bailes exóticos. Ignoraba el costo del servicio, pero era lo más accesible que un cliente de nivel básico podía aspirar.

Tiana estaba atendiendo al resto de los clientes, tres hombres y una mujer, sin contar al sujeto que continuaba a mi lado. Normalmente lo que ella hacía era prepararles algo del menú y mover un poco el cuerpo al sonido de la música, hacer un baile si alguno se lo pedía, o sencillamente hacerlos pasar un momento agradable. En ese instante tenía todos los pares de ojos puestos en ella.

—Sam —me llamó, cuando por fin pudo tomar un respiro—. ¿Puedes llevárselo a Wen?

Miré a mi cliente, quien se mostró muy decepcionado. Me disculpé con la mirada, pero le sonreí con la promesa de que volvería. Tomé la canasta que Tiana me ofrecía mientras le guiñaba a él un ojo.

—Ahora vuelvo.

El hombre suspiró, pero me dejó marchar.

Libre por fin de sus manos mi cara mostró una mueca de asco. Sus dedos los había sentido pegajosos de azúcar, aunque, considerando que no tenían permiso de acostarse con nosotras, era un precio minúsculo.

Una de las ventajas que Lucian imponía en su negocio, y el cual sus invitados debían cumplir al pie de la letra, era dejarnos hacer nuestro trabajo de acuerdo al pago acordado. Eso quería decir que, si alguno de ellos quería propasarse sin haber pagado lo suficiente, entonces no tenía permitido la entrada nunca más hasta que fuera saldada la deuda. Dicho trato sí que nos beneficiaba, a decir verdad, sobre todo porque la mayoría de los que solicitaban nuestro servicio, eran clientes nivel básico.

Cuando llegué al jardín delantero, me sorprendí por el repentino estudio que habían alzado de la nada. Luces muy brillantes y cámaras enfocadas en un solo punto: una Wen rodeada de exóticas flores y con muy poca ropa.

Los dos únicos hombres que estaban con ella, estaban tan absortos contemplándola. Parecía que el sólo hecho de verla les provocaba un intenso deseo de tocarla, y la manera en cómo ella miraba a la cámara era demasiado profesional. Me pregunté por qué Lucian no la había escogido para la sesión fotográfica en la revista que fui partícipe, pues se notaba claramente que ella sí sabía lo que hacía. Wen era bellísima, no de la misma manera que Tiana, simplemente, era demasiado perfecta.

Sus poses, su sonrisa, la forma en que se desenvolvía y miraba a cada uno de los fotógrafos, los incitaba a ver más. Más de ella, más de su atrevimiento, más de su sensualismo. Mucha más piel.

Recordé mi experiencia en la sesión de fotos, donde comprendí que no era más que un títere sin voluntad propia. En Wen, noté que ella lo veía de manera muy distinta. Le encantaba la atención, disfrutaba ser la que brillaba, aunque para ello tuviera que tomar poses muy osadas. Por ejemplo, tocarse a sí misma como si lo disfrutara.

Aunque sí que parecía disfrutarlo.

En cuanto me vieron llegar con la comida, ambos fotógrafos con brazalete azul rey le permitieron descansar. Dicho brazalete les concedía ciertas ventajas más que el nivel básico, por lo que me sorprendió que se limitaran a tomarle fotografías a Wen, quien ni siquiera mostró tener signos de cansancio. Con coquetería se acercó a mi lado, mientras sus clientes la siguieron con la mirada para luego revisar una serie de rollos y las luces.

—¿Tiana lo preparó todo? Ella sabe que si no tengo lo que necesito me pongo de malas.

—Siempre estás de malas.

—Mucho más que de costumbre —tomó un pan tostado y le untó un poco de aguacate—. Por los amantes, qué hambre tengo —finalmente me arrebató la cesta—. Ya cumpliste, ahora largo. Interrumpes mi trabajo.

Se dio la vuelta, de regreso a su escenario brillante.

La siguiente vez que hice un encargo, Tiana estaba tan ocupada coqueteando con uno de los clientes que este ignoraba por completo mi presencia. Entre ambos conversaban con sonrisas seductoras. Mi cliente ya se había marchado, conducido por uno de los hombres de Lucian que le advirtió que su tiempo en casa había terminado, poco después de que entre Tiana y yo le diéramos un buen espectáculo. Así que, sin más qué hacer, me acerqué a dos canastas que se encontraban sobre la mesa y revisé el destinatario de ambas: eran para Anne y Liz. Bien.

Como me quedaba más cerca, fui directo con Anne.

En la mayoría de las veces, me tocaba encontrarme con escenarios muy irrealistas para la evocación de fantasías, muy pocas terminaban de impresionarme, la verdad. En una de esas ocasiones tuve que actuar para un tipo que tenía un extraño fetiche de que le lamiera los dedos de los pies. Esta vez, cuando salí y me encontré con un escenario romántico erótico que daba camino a la piscina, no me sorprendí tanto.

Pasé sin mirar las rosas, sin que me preocuparan los adornos de flores y las velas titilantes a punto de apagarse. El camino daba directo a la piscina, donde Anne y su cliente estaban muy acurrucados hablando entre risas en el agua. Él la tenía arrinconada a una de las esquinas, mientras que Anne le acariciaba la cara. Pasé cerca de ellos, procurando no interrumpir el momento. Pero fue imposible no desviar mi vista, pues Anne de pronto, formó una mueca con la boca abierta, apoyando su mejilla en el hombro de su cliente (quien poseía un brazalete plateado, el cual era señal de que podían hacer con su miembro y con nuestra entrada todo lo que quisieran, en la posición que desearan).

En ese instante ella recayó en mi presencia. Su mueca se evaporó y me dedicó una extraña mirada con un ojo mientras fingía ciertos sonidos de placer. Evidentemente el invitado no contemplaba la idea de que su preciosa muñeca de la noche estuviera fingiendo sus orgasmos dentro del agua.

Dejé la canasta, bajo la escrutadora mirada de Anne, que no me decía nada de lo que pensaba. De hecho, dudaba que Anne pensara en algo. En mi tiempo en esa casa, ella no mostró signos de que algo le gustara o le disgustase, o al menos nada que no fuera discutir con Karla. Desaparecía y reaparecía cuando quería, había noches en las que ni siquiera se presentaba, y bajo mi propio estupor, Lucian no le decía nada.

No me detuve a pensarlo más, ya que después me dirigí a la zona de habitaciones exclusivas.

Estando ahí, me di cuenta que la habitación donde se suponía que Liz trabajaría tenía la puerta abierta, además de que en el interior estaba desierto. Solo se veían sus zapatos y la ropa del cliente en el suelo. No los hallé en la cama, ni en ningún otro de los rincones. Buscándolos, fue que escuché el sonido de cosas chocando entre sí en un siseo chipoteo.

Me dejé guiar por el sonido, crucé uno de los pasillos y cerca de unas escaleras que daban al subsuelo del nivel del sótano, la encontré.

Y formé una mueca de dolor.

No por la manera en que él la sostenía, ni porque Liz parecía esforzarse en mantener las piernas abiertas, con los tobillos sobre la espalda baja de su cliente mientras este entraba una y otra vez en ella, como si quiera llenar toda la casa con el sonido de su carne al chocar.

Liz rechinaba la boca, la vi cerrar los ojos con tanta fuerza y las manos apretadas en puños, en un gesto de terrible dolor y concentración mientras los pobres músculos de su espalda recibían todo el impacto de la fuerza de cada embestida contra los adoquines de la escalera.

Dejé la canasta, y con una sensación amargosa en el estómago los dejé solos. Tenía prohibido interrumpir, pero ojalá hubiera podido hacerlo.

Los últimos dos encargos, sin embargo, fueron cuanto mucho, los más difíciles de hacer.

Tiana y yo ya habíamos acabado, todos nuestros clientes ya se habían retirado y solo nos quedaba acomodar un poco para cuando llegaran las chicas.

—Samy, esta es para Emily y Lia. Recuerda que esta vez ellas están con un cliente muy... especial. Por favor, actúa lo más sumisa que puedas —asentí, pero me detuvo cuando me dispuse a alejarme—. La otra canasta es para Karla. Ella está con Lucian, solo debes de llamar a su oficina, espera a que te abra y será todo.

¿Lucian?

Sin comprender cómo ni por qué Karla se encontraba ahí, me encaminé directo a un pasillo lateral. Solo había dos lugares de la casa en el que se debía descender más allá del nivel del suelo para llegar: el sótano y la habitación de placer.

El primero ni siquiera deseaba recordarlo, el segundo era más accesible pero no por ello menos difícil para mí de transitar.

Solo una vez había tenido que trabajar ahí y la experiencia no la deseaba repetir. Se trataba de una habitación cuadrada, con luces diurnas y cubierto de un material oscuro como el fieltro que se tragaba el sonido. No tenía cama, ni siquiera un colchón. No eran necesarios. Pero sí una enorme cantidad de juguetes de todo tipo, y correas que colgaban de las paredes.

Esperaba no volver a encontrarme de nuevo con Liz y su cliente, de ser así, no me quedaba más de otra que pasar junto a ellos. Afortunadamente, ese no fue el caso. Ni uno de los dos estaba allí cuando regresé.

Cuando por fin di con la puerta de la habitación de placer, me encontré con esta y su horrible color negro, con la única decoración del picaporte dorado con forma de rosa de cinco pétalos invertidos.

Cuando toqué y me abrieron, alcancé a ver las piernas robustas de un hombre, con su muñeca siendo rodeada por un brazalete dorado, un cliente nivel premium, uno que tenía permitido libre acceso de hacer con nosotras, todo cuanto quisiera y ordenara.

—¿Sí? —su tono de voz era grave, tan gruesa que me causó un leve escalofrío.

—He traído su pedido, mi señor.

Me arrebató la canastilla.

Amo —Di un respingo, y me hice aún más pequeña si cabía—. No "mi señor". Amo, querrás decir.

—He traído su pedido, Amo.

—Bien.

Por el rabillo del ojo, vislumbré a dos mujeres atadas por la espalda y completamente desnudas. No era necesario adivinar que se trataban de Emily y Lia, ambas bañadas de sudor y temblorosas. La luz de dicha habitación era demasiado oscura, pero se alcanzaba a ver perfectamente que cada una mantenía algo atorado en la boca, correas y cuero por todas partes, atadas una a la otra con ligeras cadenas. Parte de sus cuerpos estaban al rojo vivo, y no pude evitar pensar en el dolor que estarían soportando en ese momento.

Al menos estaban juntas.

—¿Algo más?

—No.

—Vete.

Me alejé, con el recuerdo de las cadenas alrededor de mis muñecas y cuello, el dolor por las posiciones más extrañas y el sentimiento de humillación girando en mi cabeza. Todos esos recuerdos no habían sido nada agradables, y eso que solo había tenido una experiencia trabajando en esa habitación. Esperaba que para ellas fuera diferente.

Ahora faltaba la oficina de Lucian. ¿Pero por qué estaba Karla ahí? En el camino intenté imaginarme cada una de las respuestas, pero no pude fiarme de una en concreta. En cuanto llegué y llamé a la puerta, esperé con el corazón en un puño. El escáner de seguridad abrió de inmediato y antes de que pudiera saludarla, Karla apareció con el rostro agotado, sin nada que le cubriera el cuerpo, para luego arrebatarme la canasta de un solo movimiento brusco y cerrando de nuevo.

Eso fue todo lo que vi.

Y por fin la noche había terminado.

Intenté ayudar a Tiana con los últimos restos de trastes sucios, pero ella se negó con rotundidad.

—Descansa, pequeña Samy. Caminar de aquí a allá no es una tarea fácil, y menos con tus heridas de espalda —omitió decir que ella también había trabajado arduamente, pero se lo dejé pasar.

Esperamos a que las chicas llegaran a cenar. Lia y Emily fueron las primeras, aunque no hablaron mucho, por lo que se limitaron a comer una pobre ensalada con pedazos de pollo. Atrapé a Emily lanzándome miradas de reojo, pero al instante devolvía su vista a su plato como si fingiera no haberlo hecho. Era extraño, pues desde lo de Miriam no volvimos a hablar sobre nada en particular, de hecho, jamás habíamos hablado de nada a menos de que esta estuviera presente.

—Y..., ¿cómo les fue? —me atreví a preguntar.

Emily se encogió sobre su sitio, Lia dudó un segundo antes de contestar:

—No estuvo mal, si acaso cansado —se encogió de hombros—. Al menos estuvimos juntas.

—¿Ha sido su primera vez con el sadomasoquismo? —preguntó Tiana.

—No en mi caso, pero no lo recordaba tan... exigente —Lia suspiró—. Sinceramente creí que sería peor, pero resultó igual que cualquier otro trabajo. ¿No es cierto, Em?

La aludida no respondió.

—Me alegro —Tiana me sirvió un plato repleto de vegetales—. Come, sin muecas.

Me llevé una a la boca de mala gana.

—Al principio tardamos en saber qué hacer —continuó Lia—. Pero pudimos acoplarnos.

Quise decir algo, pero en eso, vimos a Anne bajar recién bañada. Todas nos la quedamos mirando como si se tratara de un fantasma. Ella hizo una mueca.

—¿Qué? ¿No puedo venir a cenar de vez en cuando? —Todavía confundida, Tiana le sirvió un plato—. Detesto la carne.

—Te habría hecho algo picante y vegano si tan sólo bajaras más que de vez en cuando —Anne gruñó, pero empezó a comer sin decir más—. ¿Cómo te fue a ti?

—Igual que todas las noches: placentero y asqueroso a la vez —tragó una zanahoria e hizo una mueca—. Aunque de la parte placentera me tuve que encargar yo.

—¿A qué parte te refieres? —preguntó Tiana.

—Casi toda. Tener sexo en la piscina pareciera ser una buena idea, pero en cuanto empiezas, no dejas de pensar en el agua entrando entre tus piernas, y ahí la cosa cambia —Tiana agachó la cabeza—. ¿Qué?

—¿Me perdonas por encerrarte en el ático?

—Sólo si no vuelves a preguntarme nada al respecto.

En ese momento apareció Karla, y todo el ambiente de la cocina se tensó. Conocíamos la misteriosa confrontación entre ella y Anne, aunque ignorábamos el cómo y el por qué, lo único de lo que estábamos seguras, es que ambas fueron las primeras en iniciar en el negocio de Lucian. En un principio aquello me generó curiosidad y había querido averiguar por qué se detestaban tanto, pero no lo descubrí con ninguna de las dos. Al ver a Anne, Karla parpadeó varias veces seguidas, igual que nosotras como si se tratara de un fantasma.

—¿Anne?

—La misma. Tranquila, no he muerto aún.

—¿Cuál es ese milagro de que hayas decidido cenar con nosotras?

—Por esa misma razón, que soy un milagro —Anne le dio un mordisco a otra zanahoria y habló con la boca llena de trocitos—. Si hay algo que todavía disfruto, es ver tu cara de decepción al encontrarme viva.

Karla puso los ojos en blanco, pero sonrió levemente. La buena señal que ignorábamos estar esperando para saber que, por esa noche, ellas dos estarían tranquilas.

—Huele a rata muerta —masculló Wen, apareciendo sin que ni uno de sus cabellos se viera fuera de lugar—. ¿De verdad eres tú o solo la nueva mascota de la familia?

—No soy rata y tampoco somos familia —Anne observó con irritación su plato de vegetales al vapor—. Sólo he venido a comer un pedazo de mierda para mitigar el hambre, aunque ¿en serio cree ese hijo de perra que con esto sobreviviremos cada noche? Estoy harta de quedarme dormida para no pensar en mi estómago.

—Si quieres permanecer así de delgada, lo mejor será que no refunfuñes. Necesitamos estar en forma para el evento que se viene.

Todas se quejaron.

—¿Podemos no mencionar el tema de la fiesta? —dijo Lia—. El dolor que siento ahora mismo en mis piernas es suficiente por hoy.

—Ni que lo digas —bufó Karla, luego, como si se hubiera percatado de algo importante, me señaló—. Oye Sam, ¿cómo te fue con eso de ser la mesera de la noche? ¿Se parece a lo que haces en el café?

Wen resopló.

—Si es así, entonces lo hace patético. Por poco desconcentra a mis clientes —se pasó la mano por su perfecta cabellera—. Dos extranjeros, muy talentosos por cierto. Hacía mucho que no me tocaba tanta buena suerte.

—Se ve que les encantó la zoofilia —dijo Tiana. Wen le dedicó una de sus típicas miradas asesinas.

—Pues a Emily y a mí también nos fue bien —habló Lia—. Mucho mejor de lo que esperábamos.

—Eso ocurre al principio con el sadomasoquismo —aclaró Karla—. Después de varias veces hasta le pierdes el encanto.

—¿Qué hiciste tú, Karla? —preguntó Anne, con los ojos entrecerrados—. Te noto fatal, ¿estás perdiendo tu propio encanto?

La aludida se recostó en el suelo con los pies apoyados en la pared.

—Me tocó trabajar con Lucian.

Ahogamos una exclamación.

—¿Te mandó a llamar? —inquirió Wen, que ya no parecía tan feliz por su supuesta suerte con los dos extranjeros.

—Algo así.

—¿Hiciste un trato con él? —preguntó Tiana.

—Puede ser.

—¿Fue por mí? —sugerí. Ella guardó silencio—. ¿Karla?

—No te preocupes, de todas formas, no creo que hubieras podido hacer mucho en el evento. Es tu primera vez.

Me quedé con la boca seca. ¿Estaba diciendo lo que creía que era?

—Karla, yo...

—Te ha dicho que lo dejes estar —intervino Anne, bebiendo un vaso de agua—. No te dirá nada, así es ella. Falsamente altruista, irritante y misteriosa.

Nos quedamos sin nada más qué decir. Me removí en mi asiento. Tenía bien sabido que el haberme negado a participar en el evento de Lucian acarrearía ciertos inconvenientes, sólo que no esperaba que ninguno de estos resultara con alguna de las chicas siendo afectada. Por una parte, me aliviaba haber obtenido el trabajo para verme lo menos involucrada en dicho evento, aunque intuía que Lucian tendría algo bajo la manga para hacerme participar de todas maneras. Saber que ahora también en eso Karla había sufrido las consecuencias me sentó fatal. De manera inconsciente, comencé a morderme la uña.

—¿Alguien puede decirle a Samy que deje ese mal hábito mugroso? —dijo Liz mientras se aparecía con el cabello en un moño y la bata semi puesta. Cuando vio Anne, le rodeó los hombros—. Vaya, pero miren a quién me he encontrado.

—Suéltame o te arranco un brazo.

—También es un gusto verte después de tanto tiempo.

—¿Por qué todas se sorprenden? Yo también vivo aquí.

—Es la costumbre —Liz se sentó cerca Karla, llevándose un plato de coliflor y colocándola en su regazo—. Diablos, que cansada me siento.

—¿Noche pesada? —Tiana le ofreció un vaso de agua, el cual Liz aceptó agradecida.

—Horrible. Saben que las escaleras es el peor lugar donde pueda ocurrir un polvo. ¡En serio! Es más incómodo que una hemorroide en el trasero.

—¿Tu cliente te clavó contra los escalones? —preguntó Lia con escepticismo.

—No es la primera vez. Al principio fue un encanto, siempre lo son... a veces. Pero después me lo exigió rápido y duro —suspiró—. Le duró poco la caballerosidad.

—A mí me tocó un trío —presumió Wen—. No es por alardear, pero entre los dos me trataron como una reina. No sé de dónde los habrá sacado el señor Luc, pero en cuanto terminó la sesión, entre ambos me tomaron ¡y miren! —sacó de la manga una fotografía, enseñándosela a Anne—. Me dieron la mejor toma.

—Asco —replicó esta.

—Perdón, ¿qué dijiste?

—Que te ves como un asco.

—¿Me estás queriendo provocar? ¿A qué viene eso? —Wen se levantó.

—Todo lo contrario, y tan solo externo una opinión por total subjetiva y personal.

—Anne... —advirtió Liz.

—Déjenlas —dijo Karla desde el suelo—. Hace tiempo que no presenciamos una batalla cuerpo a cuerpo, ¿qué tal si las llevamos afuera y resolvemos esto como personas civilizadas? Apuesto una noche libre a que Anne le gana por default.

—Esto es ridículo —alegó Liz que seguía sin probar bocado—. Primero Sam detesta que hablemos de sexo, ahora Anne provoca una pelea clandestina. ¿No podemos tener una noche tranquila para cenar?

Todos los pares de ojos se giraron hacia mí.

—¿Qué? ¿Y ahora qué dije?

—Nada —dijo Liz—. Ese es el detalle. Casi no has abierto la boca —frunció el ceño—. Eso es raro.

—Porque no tengo nada que decir.

—Pues, de hecho —dijo Karla, mirándome con extrañeza—. Siempre lo tienes, sobre todo si hablamos de las horas activas. ¿Te pasa algo?

—No.

—Oh por los cielos —Tiana se me acercó y me palpó las mejillas y la frente—. ¿Te obligué a trabajar demasiado? ¿Hice algo mal? ¿Te cansaste?

—¿Qué? ¡No! Estoy bien.

—Pues estás muy callada —comentó Wen—. Incluso para mí,

—No tengo nada, están exagerando.

—Lo normal sería que nos intentaras convencer que habláramos de cualquier tema que no sea nuestras experiencias sexuales —agregó Liz—. ¿Segura de que te encuentras bien? ¿Es por lo de tus heridas? ¿Necesitas descansar?

—Hablaré con Lucian —dictaminó Karla, poniéndose de pie.

—¡No me sucede nada malo!

Quedaron en silencio.

—Bueno, yo le creo —declaró de pronto Anne, desperezándose de la silla—. No sé ustedes, pero entre más se lo pregunten, supongo que menos querrá confesarlo.

—¿Te vas tan temprano? —preguntó Liz con pena—. Acabo de llegar, ya casi no convivimos juntas excepto para las prácticas, y eso que sólo permaneces con cara huraña.

—Tengo sueño —dijo, luego le dedicó una última mirada de ponzoña a Karla, quien la ignoró—. Además, aquí sólo pierdo mi tiempo. Es como escuchar a un grupo de loros repetir las estupideces de su dueño.

Hizo ademán de marcharse.

Y alguien le aventó un calabacín a la cabeza.

Se detuvo, luego se giró a vernos.

—¿Quién fue?

Señalamos a Wen con un dedo. Ésta jugaba ahora con un pedazo de patata y mantenía el gesto contrito. Anne la observó con frialdad.

—Dices que no paramos de quejarnos de la otra, pues, a decir verdad, tú iniciaste primero —aplastó la patata, y dejó caer los restos al suelo—. Vienes como si nada, con tus aires de presunción y arrogancia, afirmando que lo que hacemos es asqueroso, ¿y te largas argumentando que pierdes tu tiempo? Como si no supiéramos que te la pasas solo en compañía de tu cama —Anne caminó de regreso—. He tenido que reajustar el horario por culpa de Sam, organizar un evento que se nos viene encima y tolerar las quejas de todas ustedes porque no quieren ponerse a practicar. Lo único que quiero es descansar sin que nadie me moleste y entonces tú llegas y dices... ¡¿qué mierda?!

Anne había tomado su vaso de agua y sin previo aviso se lo derramó por el cabello, su perfecto cabello. Wen tomó un plato entero de estofado.

—¡Espera, Wen! —demasiado tarde. Anne estaba embarrada de vegetales. Se limpió la cara.

Y comenzó la guerra.

Karla se abalanzó sobre Anne cuando ella intentó aventarle el resto de la olla de estofado a Wen. Tiana aprovechó la distracción para derramar más agua sobre el cabello de esta. Liz la defendió lanzando todos sus propios vegetales. Lia y Emily tomaron el resto caído del suelo, los desmenuzaron en pequeñas migajas y se las aventaron a toda aquella que estuviera a su alcance. Un pedazo de brócoli chocó contra mi boca. En algún momento, toda el agua de los vegetales al vapor, con los pedacitos de verdura se derramaron por el suelo de la cocina. Con una risa malévola, Tiana le restregó lo que faltaba a Wen, persiguiéndola por toda la cocina. Anne se había vuelto contra Karla y entre las dos se lanzaban todas las migajas y pedazos del suelo. Liz, Lia y Emily se aventaban todo tipo de municiones comestibles mientras me acuclillaba a lado de Wen debajo de la mesa.

Sobraba decir, que todo se había vuelto en un completo caos.

—¡Alto! —gritó Wen, haciendo intentos de ponerse de nuevo de pie y resbalándose con el trasero en el suelo—. Esto es ridículo, ¡no somos unas bestias para perder el control de esta forma!

Estampé una última patata contra su boca.

Al final, todas terminamos correteándonos, incluso cuando ya no teníamos nada más que aventar que mugre. Lo que empezó como una pelea, terminó en carcajadas en el suelo, con nuestras ropas manchadas y el pelo pegajoso. Cada vez que veía a Wen me daban ganas de seguir riendo, porque era la primera vez que perdía su aire de muñeca perfecta. Lo más sorprendente, fue encontrarnos con Anne y Karla carcajeándose con los ojos llorosos, la una sobre la otra. Después de sus ataques de risa, observamos nuestro alrededor.

—Bueno —habló Liz, quitándose migajas de encima—. Esta vez tendrás que permitir a los hombres de Helga hacer tu trabajo, ¿no Tiana?

—Todo sea por el pelo de doña perfecta —contestó esta con la sonrisa más grande. Wen le enseñó el dedo de en medio.

—Hay que admitirlo —Karla se levantó, sacudiendo su bata—. Somos un desastre.

—Puedo pasar toda una noche besando un culo, pero soy incapaz de mantener la compostura cuando se trata de ustedes —Anne intentó ponerse de pie, pero resbaló en un charco de agua. Karla le ofreció una mano pero se la rechazó con un manotazo—. Espero que no se haga costumbre.

—Lo más probable es que no, si no ha ocurrido en estos años...

—Por favor, no lo arruines.

Con eso último, Anne se despidió. Una a una, las demás se fueron retirando. Emily me tocó el hombro con timidez y pareció querer decirme algo, pero se lo pensó mejor y se alejó sin dar una explicación más, dejándome confundida. Tiana procedió a arreglarlo todo, hasta que Liz y yo la convencimos de que mañana le echaríamos una mano, pues se notaba claramente que estaba cansada. Wen volvió a su misma actitud de siempre, incluyendo su complejo de superioridad, porque cuando quise disculparme por meterle la patata en la boca, se alejó despectiva. Karla, Liz y yo nos encaminamos juntas rumbo a las escaleras, sumidas en nuestros pensamientos.

—En serio estuviste más callada de lo común —dijo Liz antes de entrar a nuestras habitaciones.

—A veces lo soy.

—No, esta noche actuaste más extraño —me detuvo colocando una mano en mi hombro—. ¿Hay algo que quieras decirnos? ¿Ocurrió algo malo afuera?

—No.

—Puedes confiar en nosotros, Sam —Karla clavó sus ojos inquisitivos en mí, Liz siguió hablando—. Para eso estamos aquí. Para apoyarte.

"Una de ellas miente".

Esa frase no había dejado de resonar en mi cabeza. Ignoraba qué hacer, o si es que debía hacer algo al respecto. Había esperado que esa noche transcurriera igual que siempre, pero la verdad era que también esperaba descubrir a una mentirosa en el grupo, durante las horas activas e incluso después de la cena, pero al verlas juntas, sabía que no podía hacerlo. Mucho menos podía confesar que había dudado de ellas.

—Estoy bien, no tienen de qué preocuparse.

—De acuerdo —Liz abrió su puerta—. Entonces, que descansen.

Karla esperó un rato más, examinó mi rostro en busca de algo oculto y procuré no demostrar mi incomodidad.

—Sam, si estuvieras mintiéndome, ¿me lo dirías, cierto? Es decir, tarde o temprano me lo dirías.

—Tú sabes que sí.

Suspiró, luego asintió.

—Está bien, te creo —se dio la vuelta.

—Karla —me miró—. ¿Qué fue lo que te pidió Lucian a cambio de... mi ausencia en la fiesta?

Vaciló.

—Solo un poco de arte visual —elevó una esquina de su boca—. Eso es lo que hacemos, es por lo que estamos aquí.

Así, cada quien se fue a su cama. Al entrar a la alcoba esperé encontrarme con Anne dormida, pero ella no estaba en ninguna parte, ni siquiera en el baño. Me pareció extraño, pero decidí no darle vueltas, pues en muchas ocasiones anteriores también había pasado la noche fuera de la alcoba. Después de una ducha para deshacerme de las migas que habían quedado enredadas en mi pelo, tomé el papel arrugado con las acusadoras letras en tinta negra, luego lo tiré al escusado

Si aquella acusación fuera cierta, me encontraría con la extraña mujer tarde o temprano, y la confrontaría. Mientras tanto, no permitiría que me distanciaran de mi familia.

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