CAPÍTULO 11
Un año y dos semanas antes...
—Alza la cabeza, mira al cliente a los ojos y di: "¿Ha esperado mucho, señor Weith?"
—¿Ha esperado mucho, señor Weith? —repetí mientras me veía en el espejo. Mi cara se encontraba más pálida de lo normal, aún con el exceso de maquillaje.
—Así, pero con más entusiasmo y ya no como una virgen —hice una mueca, Karla me apretó la nariz—. Atiende lo que te digo. Él quiere verte segura de lo que haces, se supone que llevas haciendo esto desde hace tiempo.
—Pero si no es así —repliqué—. Esta es mi primera noche, tú lo sabes.
—Para nuestro invitado, lo que dices es mentira —Karla retocó mi peinado, dejando soltar pocos mechones dispersos en las orejas—. Tú solo eres un pedazo de carne estético y bonito con el cual jugar, ambos deben de conocer el tablero.
—¿Tú ya lo conocías?
—Querida, ¿cuántos años crees que tengo experiencia en el juego?
—Eh... ¿muchos?
Karla me observó como si fuera una bebé. Supuse que a sus ojos así era como me veía, como una criatura completamente inocente.
Retocó algo que tenía en la mejilla.
—Digamos que... llevo tantos años que es debido a mi experiencia que Lucian no dudó en contratarme.
—Espera, ¿él te contrató? ¿Y por tu experiencia? ¿Pues cuántos años llevas haciendo esto?
—Muchos más de lo que crees —la miré con genuina sorpresa y ella suspiró—. Antes de unirme a él tuve un... empleo ligeramente diferente. Aún recuerdo mi primera noche al trabajar en este lugar. No se distaba mucho de lo que ya hacía, ¿sabes? Un oral por aquí, un baile exótico por allá, nada del otro mundo. Él necesitaba a alguien que lo ayudara a enseñar a otras el arte de la seducción —hizo una mueca—. Al principio es incómodo. Créeme, lo sé. Y es por eso que inventé un método infalible para este tipo de casos, sobre todo con novatas como tú.
No deseaba saberlo. Lo que Karla pretendía era hacerme sentir más confiada, lo sabía. Pero simplemente no creía que pudiera ser capaz.
—¿Respirar y contar hasta tres? —pregunté en tono indiferente.
Los ojos de Karla destellaron con astucia.
—Actuación.
Fruncí el ceño.
—¿Actuar? ¡Pero si nunca he hecho algo parecido!
—¿Ah no? ¿Qué te hace pensar eso?
—Sé que soy terrible —aseguré—. Es obvio, ni siquiera puedo memorizar cinco palabras.
—¿De verdad? ¿Y qué es lo que estás haciendo ahora?
—¿Te refieres el hablar?
—¿Vas a decirme que tuviste que aprenderte un libreto para hacerlo?
—No. Se trata de una acción genuina.
—O sea, que estás improvisando una escena.
—Intento convencer a mi amiga la loca que todavía no estoy preparada para tratar con los invitados del queridísimo señor Luc.
—Lucian —me corrigió jalándome una oreja—. Mientras no estés en su presencia, puedes llamarlo Lucian. No tienes que mostrar ningún respeto. O también dirigirte a él como pedazo de mierda, da igual, pero basta con Lucian.
Apreté la boca y ella me golpeó unas palmaditas en las mejillas.
—Aún no me acostumbro del todo —confesé resignada—. Tengo pánico de cometer cualquier error, son tantas reglas y normas que no consigo retenerlas todas. ¿Qué pasa si me equivoco?
—Castigo —dijo sin más, y sentí un escalofrío, aunque me esforcé en aparentar que no me afectaba la palabra.
—Bueno, eso es verdad —me levanté y me acerqué a uno de los ventanales, viendo a los asistentes de Helga acomodar el lugar para la noche—. Entonces eso es todo ¿cierto? Ser una muchacha asustada que se limita a actuar como una linda y educada muñequita. No hay nada más, ni atajos ni ayuda. Solo yo y el semen de un desconocido en mi boca.
—Si lo dices así, suena demasiado terrible.
Me sentí tan desesperada. Aún no me hacia la idea de que estaría en ese sitio a saber cuánto tiempo, sin más trabajo que ser la prostituta de turno. Aunque la compañía de Karla aligeraba todo, seguía desesperándome no tener opciones, no más de las que ese sitio me proporcionaba.
—Mira el lado bueno —Karla se acercó a mí y me obligó a cerrar la cortina—. Fuera de las horas activas, posees demasiado tiempo libre, sin preocupaciones tan banales como qué comer o cómo pagar las cuentas de la luz —al ver que sus palabras no surtían efecto, me abrazó—. Y, sobre todo, me tienes a mí. Contigo. Soy tu hermana, ¿recuerdas?
Aferré su cuello entre mis brazos. Tenía tantas ganas de llorar, pero me aguanté.
—Agradezco tu consejo —murmuré contra su pelo—. Pero te lo digo en serio, no sabré ni qué hacer cuando vea a mi primer cliente y me pida...
—Te aseguro que después de un tiempo será más fácil —el semblante de Karla recuperó su relajada sonrisa, como si hace un segundo no nos hubiéramos acordado de Lucian ni nada parecido—. Además, esta no será del todo tu primera noche sola. Yo estaré allí, mostrándote cómo se hace. Hay clientes de todo tipo, pero me verás tratarlos a cada uno de ellos, para que cuando llegue tu turno, este no sea tan catastrófico.
Quise creerle, aunque por dentro sabía que nunca dejaría de ser así de terrible.
Dándole una nueva pasada a mi vestuario (un precioso vestido color negro con un escote pronunciado), pasé a criticar el detalle de mi pecho, pues con cada paso sentía cómo rebotaba a modo de resorte, aunque admitía que Karla lo había confeccionado excelente.
Una hora después, Wen se asomó a la entrada de la alcoba, apurándonos porque era el momento de salir.
Estando afuera, me aferré al brazo de Karla, pues los nervios no me permitían caminar y tuve que reprimir mis impulsos de comerme las uñas. El resto de las chicas esperaban en el pasillo, indiferentes a lo que habría de ocurrir en esas próximas horas. Me costaba comprender cómo es que se encontraban tan relajadas, incluso vislumbré que Miriam nos observaba con una extraña emoción controlada.
Wen repasó las hojas que traía en mano. Me echó un breve vistazo antes de recordarme las órdenes precisas de cómo tendría que hablar, mover y cuánto tiempo durar. Durante toda la mañana, Karla se había encargado de contarme que, a diferencia de un simple prostíbulo de dudosa reputación, allí se coordinaban para trabajar. No se trataba de atender un cliente tras otro, pues la cantidad era lo de menos, sino de la calidad del servicio que el dueño de la casa proporcionaba.
Había un orden, un regir para cada tipo de tarea. Yo aún no lo entendía por completo, pero me enfoqué en repasar todas las lecciones de Karla una y otra vez, sin descuidar mi papel y el personaje que interpretaría con el cliente. ¿Estarían las demás haciendo lo mismo?
Por fin Wen dio las últimas indicaciones, resaltando las zonas donde cada una ejercería su parte de la noche. Todas se dirigieron a su área destinada de trabajo, pero antes de dar otro paso, detuve a Karla con una mano.
—Karla, no puedo.
—Por supuesto que sí. Has repasado tu papel todo el día, he estado contigo y he comprobado que estás lista para esto, es muy tarde para un plan b. Y recuerda que no estás sola, me tienes a mí.
—Pero ¿y si él me pide hacer algo? —objeté angustiada—. ¿Y si no le complace lo que diga o haga?
—Solo debes repetir lo que yo. Recuerda, imagínate que ese sujeto es el príncipe de tus sueños, el anhelado amor de la hermosa Rapunzel que la está esperando en su lecho de bodas. ¿No suena una obra de teatro con aspecto de lo más romántico? —me llevé una uña a la boca—. Ni se te ocurra meterte eso entre los dientes.
—Lo siento, pero creo que...
—Ya no hay nada qué hacer —dictaminó desesperada—. Ahora vamos y hagamos el trabajo, sé que puedes. Da miedo, pero en menos de lo que te des cuenta, habremos terminado. Será sencillo —levantó los pulgares—. ¡Tal vez hasta te diviertas!
—¿Qué demonios sucede con ustedes dos? —se quejó Wen al percatarse de que nos habíamos quedado rezagadas—. Karla, te pedí que hicieras una sola cosa, ¡no dejar que esta mocosa nos arrastrara a las..!
Karla se envaró y la confrontó. Elevó toda su estatura de manera desafiante y Wen enmudeció.
—Vuelve a tu puesto —ordenó con dureza. La otra se negó a retroceder—. He dicho, vuelve a tu puesto, Gwendolyn.
Una furia contenida asomó en Wen, pero se limitó a dedicarme una última mirada de odio antes de hacer lo que se le pedía. Karla inhaló profundamente.
—Sam, Lucian está cansado de verte sin mover ni un músculo en las horas activas —me encogí—. Tengo que hacer un esfuerzo titánico para impedir que él vaya detrás de ti. Solo haz un recordatorio de todo lo que te enseñé, ¿de acuerdo? Si no funciona, veré qué puedo hacer —empecé a balbucir algo, pero ella me cortó en seco—. Te lo pido como amiga, Sam. Hazlo.
Me tomó de la mano, y nos encaminamos por el corredor de las habitaciones exclusivas para los invitados. Miraba a todos lados, escuchando las voces de mis compañeras amortiguadas tras las paredes. Quería esconderme, pero las palabras de Karla hacían eco en mi cabeza y el recuerdo del edificio abandonado y de la sangre seca, por no decir de las heridas en mi espalda, me impulsaron a no quedarme atrás, dejándome guiar por ella.
Llegamos delante de la puerta que Wen nos había indicado. En aquella zona, todas y cada una de éstas tenían asignado un símbolo: una rosa de cinco pétalos invertidos. El grabado de dicha flor lo había visto varias veces en otros sitios distintos, pero eran tan diminuto que pasaba casi inadvertido.
Karla me dio un apretón, sacándome de mi aturdimiento, y antes de abrir me dedicó una última sonrisa.
La habitación se encontraba demasiado decorada con diversos tamaños de vela y pétalos de flores blanquecinas. El lecho, a juego con el ambiente, era enorme. En una pequeña mesita con manteles del mismo tono blanco impecable posaban dos copas de vino ya servido. Al pasar, nuestros largos vestidos arrastraron pequeños pétalos, desfigurando aquella decoración del suelo como si de un charco de sangre se tratase. Me sentía como una mancha de tinta sucia en medio de toda aquella elegancia albina.
A un costado de la cama, un hombre esperaba en silencio, y al cual no pude ni siquiera mirarle a los ojos, a pesar de que Karla me había dicho una y otra vez que aquel gesto denotaba toda mi inseguridad, lo que me impediría trabajar como era debido, sin embargo, ella no me prestaba atención en ese momento, sino que no apartaba su vista del cliente.
Él estaba sentado en una silla con las piernas cruzadas, y en su muñeca llevaba un brazalete dorado: un cliente nivel Premium.
—¿Ha esperado mucho, señor Weith? —recitamos ambas al mismo tiempo, mientras bajábamos la cabeza en una ligera reverencia. Karla ya me había soltado la mano.
El sujeto se puso de pie y con lentitud caminó a nuestro alrededor. Cuando tocó las hebras de mi cabello procuré no mostrarme tan tensa como me sentía, también acarició los hombros desnudos de Karla con un dedo y finalmente, llevó la punta de nuestros dedos a sus labios.
—Sí, pero valió la pena —levantó mi barbilla, y yo continué esquivando su mirada—. Tú en especial, eres un precioso ejemplar, el señor Luc siempre me sorprende con cada novedad.
Tragué saliva de manera imperceptible. Me moría de los nervios. Miré a Karla por el rabillo del ojo y noté que asentía ligeramente con la cabeza, una señal clara de que debía responder.
—Me alegra oír eso, señor Weith —repetí con tono tenso. Él acercó sus labios a los míos mientras que Karla siguió impasible a mi lado, pero casi podía escuchar sus consejos en mis oídos, De manera involuntaria incliné mi cuerpo hacia atrás, alejándome, e inmediatamente me imaginé a este hombre como un artista famoso, un príncipe de los cuentos de ojos claros. Con eso debía servir; pero, de pronto, el pánico me invadió. ¿Estaba sucediendo tan pronto? ¿Así?
Todo se me borró de la cabeza, los consejos, las recomendaciones, y cuando el hombre se alejó y volvió a hablar, apenas si recordaba cómo debía hacerlo yo.
—¿Vienes de tan lejos? —preguntó con voz gutural.
—D-de donde le gustaría a usted que fuera, mi señor.
—Muy educada —y sin previo aviso, me apretó contra él.
Quedé de piedra. Las lágrimas que había retenido toda la tarde parecieron a punto de desbordarse, y a causa del odio que tenía por no ser demasiado fuerte, apreté los dientes con fuerza.
El hombre soltó un gruñido y se alejó, con el rostro ceñudo y contrariado.
Cuando comprendí lo que había pasado, mi cara se llenó de miedo. Le había mordido.
—¿Qué te ocurre? —preguntó, inspeccionándome, y yo no alcancé a responderle.
Sin embargo, saliendo a mi rescate, Karla se apresuró a decir:
—No ha probado nuestro vino —su voz era sedosa y atractiva. Se acercó al cliente y le rodeó los hombros, tan glácil y elegante—. Es de lo nuevo que el señor Luc ha colocado a su disposición. Un poco haría el ambiente más encantador, ¿no lo cree? Es lo que siempre me dice.
El sujeto no respondió, ya que seguía analizándome como si fuera un aparato defectuoso, claramente había provocado que su fantasía de la noche se difuminara. Karla lo tomó del rostro y le enseñó una sonrisa tentadora.
—Señor Weith, ¿sabía que había ansiado verlo otra vez? —ella lo besó, siendo suave y acariciando la zona enrojecida provocada por la marca de mis dientes. Él tardó un poco hasta que perdió el interés en mí y la rodeó entre sus brazos. En cuanto él cerró los ojos, Karla abrió uno de los suyos para incitarme a que me moviera rápido.
Salí de mi aturdimiento, y con toda la torpeza del mundo, me dirigí a la mesita. Serví las copas. Cuando me giré, ambos se contemplaban fijamente.
—Y ahora, señor Weith —ella alzó el brazo, y le tendí una copa, mientras que guiaba la mano del cliente para que le tocara directo a la entrepierna, provocando que la mirada del hombre se intensificara—. ¿De qué forma le apetece iniciar esta noche? ¿Algún deseo en especial?
El cliente no dejó que bebiera la copa, sino que le arrancó la ropa mientras el sonido del cristal rompiéndose hacía eco en aquella habitación. El color rojo del vino manchó el suelo inmaculado. Yo no dije nada, no parecía importar en ese momento.
Finalmente, mientras el hombre evaluaba el cuerpo desnudo de Karla como un león a un pedazo de carne, dijo en tono exigente:
—Sorpréndeme.
Horas más tarde y una vez acabado todo el espectáculo, recogí la ropa de Karla del suelo. Me topé con unas de las chicas en el pasillo. Liz me miró de reojo pero no hizo ningún comentario sobre por qué había salido entre cobijas. Solo Miriam se me acercó para ofrecerme una invitación por parte de Tiana para acompañarlas a cenar, pero decliné su oferta, prefiriendo ir cuanto antes por un largo baño.
Al salir de la ducha le di un vistazo a mi propia cama, me agaché para alcanzar mi mochila de Scooby Doo, la acogí entre mis brazos y salí a buscar a Karla. Caminé como un zombi hacia su alcoba, y toqué tantas veces hasta que por fin ella apareció, en bata y sin señal de no tener puesta su ropa interior. A esas alturas, comprendí que ya no me incomodaba. Me invitó a pasar y también sugirió que dejara la mochila en una de sus sillas, pero yo me aferré a esta con fuerza.
Sentadas en la cama, con aire expectante, preguntó:
—¿Y bueno? ¿Qué te pareció?
—Eh... Ha sido una fantasía.
—¿Verdad que sí? —se llevó las manos a la cabeza y se recostó entre los almohadones—. Por los amantes, te dije que todo estaría bien. Estaba preocupada, claro, y cuando vi que lo mordías sentí cómo se me caía el alma a los pies, pero...—suspiró—. Una vez que pasó te desenvolviste mejor de lo que esperaba —se posó sobre los codos y enseñó una sonrisa preciosa—. Quién diría que solo necesitabas un poco de alcohol en tu organismo para perder el pudor, ¿eh? Aunque claro, no lo hagas tan seguido, o Lucian comenzará a cobrarte el vino. Pero en fin, lo que te venía diciendo. Este lugar se supone que recrea eso, fantasías. Qué rápido lo has captado. Hay cosas que no podemos hacer en el mundo exterior, límites que la sociedad impone a las personas que vemos más allá. Nosotras cumplimos esa parte, hacemos el trabajo sucio que a la gente no le gusta asumir. Todos vivimos en una fantasía, ¿qué hay de malo en recrearla?
—No me gustó.
Karla parpadeó, y su preciosa sonrisa se esfumó.
—¿Cómo dices?
—Cometí un error —tragué saliva—. Me puse muy nerviosa y lo mordí, ¿qué hubiera pasado si tú no hubieras estado ahí? ¿Y si a la próxima no es suficiente con un poco de vino? Además, no siempre podré contar con tu ayuda, ¿y qué si me equivoco después?
—Sam...
—Vi su cara —las compuertas se abrieron, dando paso a una tristeza casi infinita en el fondo de mi pecho, pero el cual me negué a dejar ir—. Tú lo notaste, ¿y si ahora mismo está diciéndole a él lo que hice mal? —los labios me temblaron—. Intenté ignorarlo, seguir tus consejos e imaginar que era yo la que deseaba estar ahí, pero entonces entré en pánico y solo pensé en...
Me abrazó, acarició mi pelo húmedo y dejó que recuperara la respiración.
—Fue tu primera noche —murmuró—. En realidad, lo hiciste bien. Estuvo excelente.
—Lucian va a azotarme.
—No se lo permitiré, alegaré a tu favor. Además, el invitado terminó muy satisfecho del servicio que le dimos, Lucian no tiene por qué enterarse de nada. Y si se lo cuenta, le diré a él la versión que más le convenga oír. Por mi parte seguiré estando a tu lado hasta que pronto sepas desenvolverte por tu cuenta, ¿de acuerdo?
—¿Él te lo permitirá?
—Haré que lo haga, tendré un trato con él si es necesario, pero yo no te dejaré sola, ¿entiendes? No hasta que te sientas lista.
¿Qué otra cosa ella podía hacer? ¿Y qué otra cosa podía hacer yo? Me sentía un juguete fácil y reutilizable, y el único consuelo que tenía, era su palabra dulce, que sonaba casi como a una madre.
—Karla, no quiero estar aquí.
—Lo sé.
—Tuve que cerrar los ojos cuando te vi cumplir con todos sus caprichos. Dejar que te orinara encima, lamerle las partes que no le tocaba ni el sol, ¡no creo ser lo suficientemente valiente para hacer algo así! —Cerré los ojos con fuerza—. No pertenezco a este lugar.
—No, es obvio que no —se separó de mí, y me miró directo a los ojos—. Pero debes impedir que eso te destruya. No hay oportunidad para volverte frágil, mucho menos cuando todavía te falta mucho que intentar.
Era demasiado y no tenía idea de cómo sobrellevarlo, no como ella lo hacía.
— Lo importante es que has empezado con esto —se acostó otra vez, dio unas palmaditas a su lado y yo me recosté en su brazo—. Te prometo que se hará cada vez más sencillo —dudaba que algún día lo consiguiera, pero ella lo decía con tanta confianza que no se lo reproché—. Oye, ¿te gustaría dormir esta noche conmigo?
—¿No es contra las normas?
—Esta es inofensiva, y a Anne le dará igual si te presentas en su recámara, te lo aseguro.
—Saltarte las normas, lo haces ver muy fácil.
—Es facilísimo. Lucian me debe mucho, lo uso a mi favor.
Así acostadas, demoramos más de una hora hablando de lo que sea, dejando correr el tiempo y disfrutando de nuestra compañía. No dejaba de pensar en lo que había visto, en cómo ella había tomado las riendas de la situación y yo prácticamente había permitido que lo hiciera todo sola, antes de no poder aguantarlo más y beber lo suficiente como para reunir un poco de falso valor y unirme a ella con el cliente. No creí haberlo hecho bien, pero a Karla no parecía parecerle tan grave, así que me esforcé en ocultar mi nerviosismo y olvidar esa escena. No sería la misma de antes después de lo que pasó esa noche, lo sabía, pero con su apoyo, tal vez que lo superaría.
Por su parte, Karla continuaba siendo la misma persona. Fue como si nunca hubiera perdido los nervios o habiendo trabajado para un hombre con mente depravada. Se limitó a contarme sus anécdotas con el resto de las chicas, haciéndome reír por la manera en cómo lo contaba. Me hizo soltar una carcajada en más de una ocasión al imitar de forma tan exagerada las expresiones de Wen, la cara de dormida de Anne y la energía de Miriam. El cansancio llegó sin darnos cuenta, acunadas entre toneladas de manteles, tela y ropa.
Antes de entregarme al sueño, surgió una pregunta en mi mente, la cual, debido a la reciente confianza que le tenía, no dudé en externar con honestidad.
—Karla.
—¿Mmmm?
—Ahora sé que para ti nada es difícil de darle a Lucian, ¿cierto? Es decir, por eso puedes interferir por nosotras, además fuiste la primera en empezar en este lugar. ¿Existe algo que no puedas hacer?
Había sido una simple curiosidad, pero ella demoró mucho en responderme, y apenas hube cerrado los ojos al completo, fue que habló con voz tan inaudible que creí estarla escuchando en un sueño:
—Solo hay una cosa, y espero jamás tener que hacerla.
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