CAPÍTULO 10

Así fue que al siguiente día regresé a mi empleo.

Al ponerme el uniforme estuve tentada de arrancar el horrible logotipo del gato con café, o colocarme un suéter para apartar la mala sensación de estar siendo observada. No hice ninguna de tales cosas. Aunque había visto a Lucian quitar la microcámara, además de que Wen y Karla aseguraban que ya no debía preocuparme por esta, toda prevención me era insuficiente, así que ¿qué más valía lo que hiciera? Incluso cuando llegué a la puerta de entrada de la casa, temí que el guardia me restringiera la salida, pero me ignoró como siempre. También temí que la tarjeta no pasara a verde, pero ésta abrió la puerta sin ningún problema.

En el camino, desvié la vista en todas direcciones, esperando ver a Lucian o a su asistente detrás de mí, acechando, espiando cada uno de mis pasos. ¿Aquel pasajero no tenía las cicatrices de Barb? ¿Un distinguido auto estaba siguiendo al autobús? ¿Lucian estaría allí? ¿Ambos me esperarían en el café? Sobraba decir que me sentía insegura, a pesar de que actuaba con aparente indiferencia

Cuando llegué al local, encontré a Wilma haciendo intentos de abrir la cerradura con dificultad.

—Ábrete, puerta de hojalata —batalló unos segundos más, hasta que oímos un ligero clic—. Listo —me miró de reojo—. ¿Estás bien?

Levanté la vista con brusquedad. ¿A qué se refería con que si estaba bien? ¿Habría averiguado sobre el castigo? ¿Sobre Lucian y su relación conmigo? ¿Por fin descubría la otra parte de mi vida? De pronto, me di cuenta que me estaba dejando llevar por el pánico. Debía tranquilizarme, era imposible que Wen soltara tan fácilmente mi secreto si el mismísimo Lucian me obligaba a guardar silencio. ¿A qué podría referirse entonces Wilma?

—¿Bien?

—¿Ya no tienes...? Ya sabes.

—¿Qué cosa?

Ella apartó la vista.

—La razón por la que faltaste al trabajo —aclaró—. La mujer con la que vives se comunicó con el señor Jesper. Dijo que por problemas de tu herpes anal tuviste que ingresar a una clínica para tu tratamiento. Te salió un brote, sucede de vez en cuando.

Tardé en procesar la información.

Un her... ¿qué?

Iba a matar a Wen. La arrastraría por su bello y perfecto cabello y se lo cortaría mechón por mechón hasta que gritara de dolor, y luego ¡ah! ¡Pum! Adiós.

Me quedé viendo a Wilma estupefacta, ella se ruborizó y al final se rio con nerviosismo.

—Disculpa, no debí meterme. A veces uso la boca para decir estupideces —empezó a tartamudear—. Mira, yo no... quiero decir... es que...

—Estoy bien —le respondí. Pero por dentro no dejé de idear varios escenarios donde podría quemar a Wen en una hoguera.

—Lo siento —dijo, y luego se metió al café, dejándome con mi cara de estúpida en el suelo.

Me di un par de palmadas para quitar esa expresión de desconcierto, de lo contrario alguien sospecharía que lo del... herpes era falso. Más adelante hablaría con Wen sobre ello y me las pagaría muy caro.

Adentro, Wilma ordenó las mesas. Deseé decirle algo, pero me daba muchísima vergüenza después de aquel episodio, así que preferí buscar los líquidos para limpiar los retretes. Al menos así no tendríamos que recurrir a una conversación aún más incómoda que las de antes.

Lo peor, fue que una vez que terminé con los baños, busqué algo más en lo que enfocar mi atención. Me puse a barrer un piso ya limpio, a darle una segunda pasada a las mesas y acomodar incluso los pequeños sobres de azúcar en forma de pirámide. Conforme llegaban los demás empleados, sentía mi cara cada vez más roja. Empleé toda mi fuerza de voluntad para no meterme en las conversaciones ajenas por temor de que estuvieran hablando de mí.

Chequé mi reloj de muñeca, dándome cuenta con cierta desgana que apenas si habían transcurrido media hora desde que abrimos, y a esas alturas no había más qué limpiar. No quería estar sin hacer nada, y menos, si todo el mundo sabía sobre mi supuesto brote de herpes, así que sin que me lo pidieran comencé a recoger las diminutas basurillas del suelo.

—¿Qué haces? —preguntó Wilma.

La miré desde abajo, y rápidamente volteé para otro lado.

—Veo sino hay pequeños grumos en el piso.

—¿Cuáles grumos? Yo lo veo limpio.

—Bueno, una segunda ojeada no quedaría mal.

—Deja de decir tonterías, levántate que pareces ridícula, solo hace falta que te consigas una lupa y espíes a las hormigas.

Me puse de pie, y deseé que la tierra me tragara.

—Escucha, lo de esta mañana fue muy descortés de mi parte, en realidad no debí mencionar nada, lo que suceda con tu vida y tu salud sexual es asunto tuyo. Pero... —se rascó la mejilla—. Lo que pasa es que no sabía cómo iniciar una conversación contigo. Desde el otro día, he estado dándole vueltas a lo que hiciste por mí, y ni siquiera te lo he podido agradecer. Solo deseaba hacértelo saber.

—Ah —bueno, eso ayudaba en parte, aunque no disminuía el hecho de que era incapaz de mirarla a la cara sin pensar en mi falso problema de salud.

—En fin, soy muy mala tratando a las personas —confesó—. Pero sé que lo que te digo es con sinceridad, te lo agradezco. También quiero que sepas que si tienes algún asunto que incluya ex novios acosadores con los cuales necesites una mano, puedes contar conmigo.

Sonrió. Esa chica apática y de pocos modales sonrió de verdad, no con sorna ni de manera sarcástica, sino sincera.

—Claro —respondí, con el corazón a punto de saltarme de alivio. Sonaba insignificante y poca cosa, pero eso fue lo que sentí. No dudé en devolverle el gesto.

—Oh, antes de que lo olvide, el señor Jesper y yo no mencionamos nada de esto a los demás, así que no te preocupes por ellos o por lo que puedan pensar.

Cierto, olvidaba que mi jefe también estaba al pendiente de ello. De todas maneras, se lo agradecí.

—Gracias.

—No hay de qué —le echó un vistazo alrededor y chasqueó la lengua—. Diablos, este lugar es una pocilga aun cuando está ordenado.

Me había preguntado por qué se referían al café de esa manera desde mis primeros días, y por más que lo veía, para mí sólo se trataba de un sitio común y corriente. La puerta que daba a las cocinas se abría y cerraba, revelando a la cocinera y al lavatrastos. La entrada a la minúscula oficina del señor Jesper se hallaba a un lado, seguido de los baños. El único defecto que le encontraba era que se trataba de un negocio poco conocido.

—¿Lo dices en serio? A mí me parece acogedor.

—¡Ja! Y yo que pensaba que habías dejado de ser rara.

Escuchamos la campanilla de la entrada.

Genial, justo cuando empezaba a llevarme bien con mi compañera.

—¡Oye, Will! ¿Has visto mi...? —Derek se detuvo, vacilante—. ¿Mi casete?

—¿Uno de tus trastos? No.

Él clavó los ojos en mí un segundo, pero los apartó rápidamente, enfocándose en Wilma con su tonta sonrisa torcida.

—¿En serio? Vaya, entonces seré más despistado de lo que temía.

—Siempre dejas algo.

—Eso era antes, cuando Katy...

Wilma sacó la lengua.

—Puaj, ni me hables de ella —me rodeó los hombros con su brazo—. Y por cierto, aquí está por la que andabas preguntando hace días, Me dijiste que aun necesitabas que te ayudara con lo de tu historia, ¿no es cierto?

Derek ni siquiera volvió a fijarse en mí.

—Ah, sí. Ya no es necesario.

Diciendo aquello se dirigió a su silla, sacó sus acostumbrados audífonos y se enfrascó en la pantalla de su computadora. Wilma parpadeó confundida.

—¿Y eso qué fue?

Me enfoqué en los ventanales.

—Nada.

—¿Cómo que nada?

—Él dijo que no era necesario, yo no dije nada.

—Sé muy bien lo que sucedió. Lo que quiero saber es por qué. ¿Un día charlan en confianza y al otro vuelven a ser completos desconocidos? Eso no es solo "nada".

—Déjalo estar, Wilma.

—Ni de cola —me dirigí a las cocinas, ella me siguió—. ¿De verdad te crees que me quedaré viéndolos actuar como inmaduros? ¡Yo soy la tiene dieciocho años, por todos los cielos!

—Derek es un cliente, yo una mesera. No tenemos que crear un vínculo de amistad o algo parecido, ¡ni siquiera lo conozco! ¿Por qué te afecta tanto?

—Porque, aunque no lo creas, presiento que todo esto ocurrió desde la vez que les pedí a ambos que me ayudaran con lo de mi ex novio. Si esta situación ha surgido a raíz de eso, entonces es culpa mía, así que me gustaría arreglarlo.

—No tiene nada que ver contigo —le aclaré—. Esto es por una disputa entre él y yo, se trata de diferentes formas de pensar que no tienen nada que ver la una con la otra. Derek tiene su manera de ver las cosas y yo difiero de ella. Es así de sencillo.

Pareció querer debatir más, pero se lo pensó mejor. Rechistó entre dientes y mencionó algo sobre revisar el almacén.

Cuando el señor Jesper se encontró conmigo al llegar, no dijo ni mencionó nada con respecto a mi ausencia. Se limitó a asentir en mi dirección y me pidió que vigilara los cristales, mientras tanto, yo deseaba ocultar mi cabeza como un avestruz, pero por fortuna sólo dijo que estaría en su despacho por si necesitaba ayuda. Esa había sido toda nuestra conversación, y por lo cual, aquel vergonzoso tema de mi herpes falso quedó zanjado.

Por otra parte, y aunque no llevaba mucho tiempo trabajando, me daba cuenta que una vez ocupada con los pedidos el tiempo se iba volando. Ya ni siquiera necesitaba checar la hora para saber en qué momento debía tomar mis cosas, bastaba con calcular la luz del sol o con el número de gente que iba entrando más y más al establecimiento. También había creído que, a causa de mi ausencia, todo lo que llevaba avanzado se me hubiera olvidado, pero me daba cuenta que al contrario de lo que temía, mis errores eran menos. No lo suficientes, pero ya no parecía una novata a la que nunca le habían puesto a trabajar toda su vida.

Para casi el final del medio día, entendí que si me hubiera quedado en casa restregando mi fracaso, acostada en la cama, terminaría echando de menos, tarde o temprano, aquel local del que tanto se quejaban Wilma como las chicas. Lo que hubiera sido una pena, porque a mí me gustaba.

En eso pensaba, tan distraída en mis cavilaciones que no me di cuenta justo a tiempo cuando tocaron mi trasero. Estuve a punto de dejar caer los trastes que llevaba en mano por desprevenida.

Me giré.

En una de las mesas de atrás un hombre me guiñó el ojo. Mi rostro no tardó en ponerse colorado, pero a pesar del atrevimiento y el estupor que me generó preferí ignorarlo. Tan sólo faltaban pocos minutos para finalizar mi turno, y no quería irme haciendo un espectáculo, además, tarde o temprano algo así debía sucederme, no es que hubiera...

Todo se fue al garete en cuanto a Derek se le ocurrió ponerse de pie. Por su expresión decidida y el hecho de que se dirigía hacia nosotros, supe que haría algo estúpido.

Confrontó al sujeto quien lo miró con mala cara.

—¿Algún problema? —dijo el cliente.

—Sí. Discúlpese con la señorita.

—¿Perdón?

Por los amantes, ¿qué rayos pensaba hacer?

—Derek, déjalo.

—He dicho que se disculpe con ella —siguió él, tan obtuso e insistente como me temía.

—Que te jodan —contestó el hombre.

—Tiene tres segundos antes de que tome medidas.

—¿Qué piensas hacer? ¿Romperme la cara?

—Exigiré que se largue de aquí.

—¿Qué está sucediendo? —Interfirió la voz del señor Jesper a nuestras espaldas, y no tardó en llegar a nuestro lado—. ¿Samanta?

Mierda.

—El cliente le faltó el respeto a su empleada —explicó Derek—. Creo que estará de acuerdo conmigo en exigirle que se disculpe.

—No hice nada parecido —argumentó el otro—. Simplemente alcé la mano para llamar su atención y pedir otra orden.

—¿Es eso cierto? —preguntó mi jefe.

Me puse nerviosa, eso era justo lo que no quería que ocurriera. Los demás clientes lanzaron miradas curiosas en nuestra dirección, algunos susurrando y otros desviando la vista como si no estuviera sucediendo un espectáculo, pero claramente sin dejar de estar al pendiente de ello.

—Solo fue un toque —susurré, sintiendo mis mejillas arder.

—Un toque bastante inapropiado —añadió Derek.

—¡Ella ni siquiera está levantando ninguna queja! —alegó el sujeto.

El señor Jesper se mostró muy indeciso. Él también comenzó a percatarse de que estábamos llamando la atención inadecuada, así que, en voz amable, dijo:

—Lo siento, pero tendré que pedir que se retire.

—¿Qué? —el cliente se levantó indignado—. Esto es inaudito, no puede correrme por algo que no hice.

—Hay testigos —contrarió mi jefe—. Yo soy uno de ellos, y no permito que le falten el respeto a mis empleados.

El hombre tomó sus cosas, nos miró con advertencia y después se fue. El señor Jesper se frotó la cara.

—Si esto vuelve a suceder, Samanta, te pediré amablemente que me lo hagas saber a mí o al Wilma, ¿queda claro? —asentí—. Bien, ahora vuelve a trabajar —me alejé de ahí, todavía notando los ojos de todos los presentes sobre mi nuca—. La verdad, Derek, en ocasiones me complicas algunas cosas.

—¿Y permitir que ese zoquete saliera impune a pesar de lo que hizo? Me parece que no.

—A veces te tomas ciertos asuntos demasiado personal, ¿no crees?

—Defender a alguien no es tomarlo personal, señor.

Busqué otra orden qué atender antes de que pudiera escuchar cómo terminaban la discusión.

Respiré hondo una vez que concluyó mi turno. Había sido una mañana ajetreada, pero me había distraído de la sensación de mis cicatrices en la espalda. Antes de ir a casa quise despedirme de Wilma, pero desde nuestra última conversación no volvimos a dirigirnos la palabra y decidí pasar de largo.

Abrí la puerta a la salida de empleados, pero justo después de que la cerrara detrás de mí, tropecé contra una figura que me empujó hacia atrás, provocando que mi espalda chocara contra la pared. Apreté los dientes, y temí que las cicatrices se abrieran por el impacto. Cuando reconocí a la persona frente a mí, no obstante, todo pasó a un segundo plano.

—Sí que hueles tan bien de cerca —murmuró el mismo hombre de horas antes. Abrí la boca, pero él la tapó con su mano y pegó su cuerpo al mío.

Me tensé. Él sonrió burlesco.

—Y te portas igual de bien —su aliento fétido chocó contra mi mejilla—. Qué suerte que por este lado de la calle no transcurra ni un alma, ¿no te parece?

No pude moverme, tenía que hacerlo, sabía que debía intentarlo, pero la manera en que su otra mano me acariciaba mientras hablaba con ese tono suave, obligó a mi mente a ponerse en blanco. Estaba tan acostumbrada a ese toque posesivo de los hombres que no me vi actuando de otra manera. Mi cerebro permaneció estático, mientras que, como si se tratara de un robot, mi imaginación me transportó a un sitio lejano en el que dejé de pensar en las caricias hasta casi desaparecerlas.

Por ese motivo, no me debatí.

—¿Te gustaría ir a un lado? —dijo mientras acariciaba mi cintura y un poco más abajo. Cerré los ojos, y un pensamiento de resignación me llenó la cabeza.

Pero, en ese instante, el sujeto se alejó y escuché que forcejeaba contra alguien. Todavía estaba en estado de shock, pero me obligué a entreabrir los párpados para saber qué es lo que estaba sucediendo, y los abrí por completo al reconocer a Derek sujetando al hombre por atrás. El tipo se debatía, luchaba por librarse de su agarre, las venas de su frente resaltaban por el esfuerzo y apretaba la mandíbula con fuerza. Derek, por su parte, se esforzaba por mantener la respiración firme y una expresión concentrada. Estuvieron forcejeando, y él esperó hasta que el hombre dejara de luchar para por fin hablar:

—Lo soltaré hasta que se haya disculpado con la señorita. Usted decide si prefiere dar un deprimente espectáculo o irse de buena manera —no recibió ninguna respuesta—. Llamaré la policía sino lo hace.

—Está bien, está bien. Perdóneme.

—¡Mas fuerte!

—¡Perdóneme!

Derek lo soltó. El hombre trastabilló y lo miró con furia.

—Ahora lárguese, no se atreva a volver por aquí o yo mismo lo arrastraré a la comisaría —el sujeto no titubeó en huir. A mi lado, Derek se frotó la cara, y emitió largas respiraciones—. Cobarde —después de eso suspiró—. ¿Estás bien?

Hice un esfuerzo por relajar el cuerpo, que hasta ese entonces aún lo tenía pegado a la pared.

—No deberías estar sola después de pasar por algo como eso —señaló su auto aparcado más adelante—. Ven, te llevaré

Observé el cuello de su suéter mientras abría su vehículo, y aunque continuaba conmocionada, no dudé en responderle con firmeza.

—No.

Se detuvo, luego me miró.

—¿No?

—He dicho que no.

Parpadeó sorprendido. Podría tener las piernas paralizadas, el corazón desbocado, pero no aceptaría aquel viaje otra vez.

—Samanta, lo digo en serio.

—Y yo también.

—¿No viste lo que acaba de pasar? ¡Si no hubiera llegado a tiempo ahora mismo estarían manoseándote el trasero!

—Si quieres que te dé las gracias, lo haré. Pero no iré contigo.

—¿Qué demo...? Espera, ¿crees que voy a hacerte daño?

—No es eso, simplemente no quiero ir.

Se llevó las manos a la cabeza.

—Ahora sí que no te entiendo; reaccionas como si nada cuando alguien te toca el trasero, y a mí me miras como si fuera el malo por querer llevarte sana y salva a tu casa.

Enrojecí.

—Nunca me ha importado lo que pienses —no iba a debatir por algo que estaba fuera de discusión.

—Samanta...

Caminé. Que se jodiera él y su auto, que se jodiera su viaje, mi espalda me lo agradecería. Lo escuché quejarse entre dientes, y para mí propio estupor comenzó a caminar a mi lado.

—¿Qué haces?

—Te acompaño.

—Derek, no necesito que vengas conmigo.

—Te niegas a subir a mi coche, está bien. Pero no puedes impedir que camine en esta banqueta justo en esta hora del día y en este preciso lugar.

Me detuve.

—¿Por qué estás haciendo esto?

—Porque quiero y porque puedo.

—¡¿Estás...?! —gruñí—. ¿Sufres del complejo de héroe o algo así?

Rio con sequedad.

—Te acabo de librar de un acosador, ¿y me preguntas si es porque sufro del complejo de héroe? Estás loca.

—No te pedí que lo hicieras. Antes bien, te exijo que vayas a tu vehículo y me dejes en paz.

—¡Te estaban manoseando a plena vista sin consentimiento! —exclamó—. Vi tu expresión cuando él te tocaba, no podía quedarme quieto de brazos cruzados. ¿Por qué me haces sentir como si hubiera hecho algo malo?

—¡Porque no quiero que vengas conmigo!

—Samanta, yo... —exhaló paciente—. De acuerdo, hagamos una cosa.

—Derek, lo digo en serio.

—Fue exactamente lo que dije cuando te insistí en que subieras a mi auto —se cruzó de brazos—. Míralo de esta manera, no voy a seguirte a casa, sólo esperaré lo necesario hasta que tomes tu autobús. ¿Mejor? Así ambos quedaremos tranquilos.

Quise alegar, negarme, pero tampoco encontraba una razón más factible para convencerle sin tener que soltar la verdad. Si antes me daba la impresión de que él era una persona, que una vez metida una idea en su cabeza no la sacaba de ahí, con aquello lo confirmaba. Por otra parte, Lucian no podría culparme por no lograr que me dejara tranquila, ¿verdad?

—Como quieras.

Al llegar a la parada nos encontramos con unas pocas personas esperando, con los rostros cansinos y miradas perdidas. Nos pusimos a esperar con ellos en silencio, o al menos, eso quería antes de que él abriera la boca.

—¿Cuánto tiempo demora tu autobús?

—Lo suficiente.

—¿Suele tardar de cinco a veinte minutos?

—Si tienes un pendiente que hacer, te sugiero ponerte a ello ya que puedes.

—Solo estoy intentando crear conversación.

—¿Para qué necesitas una plática conmigo?

—Por todos los... —giró los ojos—. Samanta, es normal que quiera iniciar una charla, una verdadera que no tenga relación con mis escritos o un personaje inventado, es parte de la necesidad del ser humano. Es así de simple, ¿vale? Aunque contigo me siento torpe. Intento hacerte sentir bien y a gusto, pero parece que sólo consigo enojarte.

—Es que estás haciendo algo mal.

—¿Y qué es?

—Hablarme.

Soltó una carcajada.

—Increíble —se metió las manos a los bolsillos—. ¿Siempre eres así de apática?

—Sólo con extraños.

—No somos del todo extraños.

—Tú para mí sí lo eres.

Se llevó un dedo a la barbilla, reflexionando.

—Bueno, en eso tienes razón.

—Aun así, continúas aquí —clavó su mirada en mí, tan desesperadamente concentrado que di un paso atrás, inquieta—. ¿Qué haces?

—Mi nombre es Derek Hard. Tengo veinticuatro años, soy aspirante a escritor profesional. Amo el café americano con poca crema y mucha azúcar, sin nada de leche porque odio que me provoque horribles gases. Cada día me dedico a escribir en un local poco concurrido porque tengo el presentimiento de que ahí saldrá una excelente historia.

—Eso ya lo sé.

—No he terminado —abrió la mano y comenzó a contar sus dedos mientras enumeraba—. Me molesta mancharme la ropa, me gusta charlar con la gente, detesto tener gatos porque me irritan la nariz, aunque estoy obligado por una adolescente para tener uno en mi apartamento; amo las películas de superhéroes, escucho música clásica porque impide que me desconcentre, y leo muchas novelas policiacas y de misterio.

Cuando acabó, enseñó una insegura sonrisa torcida.

—¿Eso es todo?

—Para lograr que dejaras de desconfiar de mí, esperaba que sí.

—Sólo enumeraste lo que te gusta hacer, eso no significa gran cosa.

—Error, también lo que odio y por qué escribo en el café.

—¿Y vas a pedir que haga lo mismo?

—Sólo si tú quieres.

Me removí. ¿Por qué tardaba tanto el autobús?

—¿Me dejarás en paz si te lo digo?

—Lo suficiente —amplió su gesto—. Anímate, algo básico es todo lo que pido.

Suspiré.

—Me llamo Samanta... —dudé—. Samanta. Tengo veinte años, detesto el café y detesto a los clientes parlanchines y molestosos.

—Ese soy yo.

—Detesto esperar el autobús, detesto llegar tarde, detesto los viajes en auto, detesto los tipos con suéter beige...

—Espera, ¿estás diciendo qué es lo que detestas o me describes a mí?

—¿Quieres que siga o no?

—No vale si sólo te describes conmigo.

—Amo los glaseados —rectifiqué—. No tengo idea en lo que soy buena, me gusta mi trabajo por increíble que parezca, me encanta el pan, aborrezco los colores negro y gris, y soy muy torpe con la redacción en especial con la ortografía —me crucé de brazos—. ¿Feliz?

—Te faltó que no te gusta leer —lo fulminé irritada—. Más que suficiente —por fin vimos la llegada del autobús a la parada. Yo no dudé en subir en cuanto se abrieron las puertas—. Sam, te veo mañana ¿vale?

Le ignoré.

En el resto del camino no paré de pensar en Derek y su extraño sentido del deber por rescatar a alguien. Intenté recordar todas las ocasiones en las que le di idea de querer congraciarme con él, excluyendo la vez en que acepté leer su escrito, pero sólo concluí que era una persona poco común. La frustración que sentía por no hacer que funcionara ninguna de mis estrategias para apartarlo era enorme, ¿qué más podía hacer? ¿Y esa confianza en llamarme por mi nombre de pila? ¿Lo habría hecho antes?

Maneé la cabeza. Vale, no importaba. No debía fastidiarme por eso todavía, había cumplido con una de mis normas. Decidí observar el resto del paisaje, si llegaba tarde al menos sería por una buena causa y Lucian tal vez...

Alguien estaba agarrando mi mano.

Me sobresalté. A mi lado, la figura tapada de una mujer encorvada pidió la parada, y observé lo que había dejado entre mis dedos. Al abrirlo no pude evitar pensar molesta que de seguro se trataba de una mala broma.

Sentí un escalofrío. Era una nota, y decía:

"Una de ellas miente."

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