CAPÍTULO 1
Tres meses después...
—¿Que piensas hacer qué?
—No salí de una jaula solo para entrar a una más lujosa. No pienso seguir encerrada aquí. Tú más que nadie sabe lo importante que es para mí alejarme de algo así.
Nos encontrábamos en la habitación de Karla. Había ido a buscarla para despedirme, pero en vez de los abrazos y los buenos deseos, lo que recibí fue un reclamo y fuertes advertencias de su parte. Sus ojos azules, antes juguetones, estaban asustados.
—No sabes de lo que hablas —interpuso un brazo entre mí y la salida—. ¿Se te ha metido mierda a la cabeza? ¡Lucian va a matarte en cuanto sepa lo que estás planeando!
—Hasta él tiene un punto débil. ¿No dijiste que con el tiempo aprendiste cómo manejarlo?
—¡No me refería a que pudiera controlar a ese hombre! —sostuvo mi rostro entre sus manos, y su voz adquirió un deje suplicante—. Samanta, por favor, ahora que estás hasta el cuello de deudas, él va a usarlo en contra tuya, ¡no cometas esta locura!
Se veía tan aterrada, y toda esa situación me dio una muy mala espina. Sin embargo, lo ignoré. No estaba dispuesta a quedarme.
—Puede que le deba, pero eso no implica que tenga el poder de retenerme aquí en contra de mi voluntad, ¿o sí?
Karla abrió la boca, pero la cerró inmediatamente. Estaba desesperada, pero parecía no encontrar las palabras para rebatirme.
Tomé mis cosas y me colgué la mochila vieja de Scooby Doo al hombro.
—Te llamaré, ¿de acuerdo?
Su mano se aferró a mi brazo.
—Te lo suplico —dijo con voz rota—. Quédate.
La miré largamente, pero al final me zafé de su agarre y salí de su alcoba, rumbo a las escaleras.
En parte comprendía por qué me lo decía, desde antes de mi primer día en esa casa me brindó una gran ayuda incondicional, gracias a ella aprendí mucho sobre esa residencia de dementes. Le había cogido un gran cariño, no podría ni querría olvidarme de ella.
Pero la vida que me ofrecían allí, ese mundo hedonista de placeres ocultos a cambio de dinero no era para mí.
En el camino a la puerta me encontré con algunas de las integrantes del harem de Lucian: desde la sala de estar Wen me miró por encima de su libro y rechistó algo entre dientes; en el jardín, Liz y Miriam me observaron caminar hacia la entrada. Parecieron querer detenerme, pero no dijeron nada.
Cuando me planté frente al guardia que vigilaba la puerta dije:
—Quiero salir.
Fue como si le hubiera hablado a la pared.
—Dije, que quiero salir —repetí.
El hombre me miró de arriba abajo.
—El señor Luc no me ha dado ninguna orden sobre ti.
Apreté los labios, frustrada. Abrí la boca para replicar...
—Déjala salir.
La voz de Lucian hizo que mi cuerpo se estremeciera. Ronca y masculina, me hizo recordar aquella noche en la que me dejé llevar por impulsos que yo misma desconocía. Él estaba a mi izquierda, sentía sus ojos en mi nuca mientras el guardia se hacía a un lado. Este último pasó una tarjeta por un escáner y provocó el breve sonido de un click antes de cederme el paso a la calle.
La incertidumbre que se había generado a mi alrededor seguía sin dejarme tranquila, pero al menos ya no me encontraba tan tensa. No entendía el miedo de aquellas mujeres cuando al parecer era tan sencillo salir al exterior, y con respecto a Lucian, supuse que ellas no conocían otra forma de vivir que no fuera la que él les daba. No las culpaba, por un instante estuve tentada a seguir la filosofía de aquel hombre, pues tan atractivo era lo que me había propuesto la noche anterior que tuve que reflexionar bastante si debía quedarme o no. Sin embargo, también notaba que más que disfrutarlo, lo que él hacía era encadenarlas de una forma u otra.
Y yo no pensaba regresar a eso.
Era verdad que no tenía nada, ni siquiera a dónde ir, pero por algo debía empezar. Así que di el primer paso rumbo a la carretera.
—Entonces —lo escuché decir, congelándome en mi sitio al constatar que me había seguido—. ¿A dónde crees que irás?
Era increíble que todavía me costara mucho mirarlo. No sabía cómo, pero aunque había tomado mi decisión, una parte de mí temía decepcionarlo. Era una situación sumamente extraña, la verdad es que no se distaba mucho de nuestro primer encuentro.
Pero estaba dispuesta a alejarme de eso. Alejarme de él.
—No lo sé, he decidido que lo mejor es que me vaya —por fin, me atreví a enfrentarlo—. Ya he ocupado mucho espacio, necesito replantear mis prioridades.
Alzó una ceja y torció una sonrisa.
—Prioridades, ¿eh? —Escuchamos el sonido de un auto, hasta que este se detuvo frente a nosotros. Lucian abrió la puerta y me invitó a subir—. Ven, quiero que veas algo —dudé, desconfiando de sus intenciones—. Solo será un momento.
Esa mala espina me golpeó de nuevo, pero al igual que antes, hice caso omiso de mi intuición.
—Creo que prefiero andar por mí cuenta, hablaremos más tarde sobre el asunto de la deuda, sino es molestia.
Me miró detenidamente, luego suspiró.
—Como quieras —chasqueó los dedos.
Al instante, el chófer se bajó del vehículo. Un enorme sujeto del tamaño de un gorila gigante, su cara surcada de cicatrices y piel morena. Era tan alto que retrocedí intimidada.
—Creo que no he dejado claro algunas cosas entre nosotros, Samanta —Lucian se recargó en el coche—. Mis peticiones no son opcionales. Se hacen.
—Espera, esto no es...
El hombretón sujetó mi cuello y me obligó a meter mi cuerpo en el auto. Sus dedos me lastimaron tanto que todavía podía sentirlos presionando contra mi piel después de soltarme.
Lucian cerró el coche, e inmediatamente me apuntó con un cuchillo.
—Detesto los gritos, te recomiendo no alzar la voz, ¿queda claro?
—No te entiendo, ¿Qué planeas...? —dirigió la punta a mi rostro.
—Tampoco tengo paciencia con las preguntas, simplemente no hables. No digas nada —acarició mi barbilla con el filo—. O tendré que arruinar esa bonita cara.
Con eso se aseguró de que no hablara. Tanteé con una mano oculta la perilla de la puerta, solo para comprobar con creciente pánico que habían puesto el seguro. ¿Qué era lo que planeaba hacerme? ¿A dónde me llevaba?
En vez de dirigirnos a la carretera, Lucian se adentró a un camino que parecía olvidado de la mano de Dios, y después de lo que pareció una eternidad, el auto se detuvo hasta llegar frente a una vieja y oxidada construcción rodeada de abundante vegetación salvaje. Todo estaba solitario, sin un alma alrededor que alcanzara a escuchar mis gritos. Nada por donde huir sin que ellos me atraparan.
Estaba sola.
—Recuerda, no intentes nada de lo que se te pueda ocurrir —salió del vehículo y me incitó a acompañarlo. No me moví—. No creo que quieras que Barb te saque a la fuerza, ¿o sí?
El gigante estaba esperando detrás de mí, aún tenía adoloridos los músculos del cuello, un recordatorio de que no deseaba tenerlo cerca otra vez. Me obligué a bajar.
Lucian me tomó del brazo, arrancó mi mochila del hombro y la lanzó dentro del coche, luego me obligó a seguirlo hacia esa vieja construcción en obras negras. Al llegar a la entrada me empujó para que pasara primero, luego nos dirigió a unas oxidadas escaleras.
—Detesto hacer esto —mencionó cuando subimos al segundo piso—. Pero no me dejas otra opción.
Me aventó al suelo con brusquedad. Choqué contra la mugre y motas de polvo, la suciedad se adentró a mis ojos y tuve que estornudar porque me picaba la nariz.
Alrededor solo había muros desnudos, un escritorio oxidado y algunas sillas destartaladas. Parecíamos estar en una antigua recepción. Lo peor, fue cuando me encontré con algo que tenía el aspecto de ser una extendida mancha de sangre seca en una de las esquinas.
Me estremecí.
Lucian siguió mi vista.
—¿Me crees capaz de hacer algo como eso? No. Barb se divierte de vez en cuando jugando con sus juguetes, yo prefiero un método más... ortodoxo.
—¿Qué vas a hacer? —balbuceé.
—No, ¿qué harás tú? Esa es la pregunta —caminó alrededor de mí—. Me debes mucho dinero, te he dado un techo, comida y bastantes comodidades. Sin embargo, a estas alturas no tienes nada que ofrecerme —se acercó al escritorio, y sacó de uno de los cajones un grueso látigo de cuero negro—. Tienes dos opciones.
Se acercó de nuevo, y acarició mi mejilla con uno de los filamentos, provocándome unos horribles temblores.
—Puedes quedarte y librarte de la deuda ¿Qué tal en unos diez años? Eso compensaría todos los gastos extras y algunos intereses.
—¿Y la segunda opción?
Lucian mostró una sonrisa sardónica.
—Barb te lo explicará a su estilo —le tendió el látigo al hombre—. ¿Quieres hacer los honores, viejo amigo?
El sujeto tomó el cuero, y sin previo aviso lo atizó enérgicamente contra mi piel.
Grité. Quise huir hacia la salida, lo más lejos de ellos que pudiera estar, pero no logré avanzar ni un poco al sentir otro nuevo latigazo, esta vez sobre el centro de mi espalda que hizo que me derrumbara por completo en el suelo.
—Muchos dirían que Barb es un psicópata —su voz la notaba muy lejos, ni siquiera podían enfocar mi vista, enfrascada en soportar la agonía de mi carne abierta—. Lo que pasa es que necesita entretenerse de vez en cuando.
—¡Estás loco!
—Esa no es la respuesta que buscamos —experimenté otra llamarada intensa de dolor, esta vez en uno de mis muslos. Llevé una mano en un vano intento de mitigar el dolor, pero este era tan insoportable y el ardor de mi piel era tanta, que terminé concentrando mis energías en apretar mis manos en puños para resistir todo lo posible—. ¿Qué harás Samanta?
—Por favor... —supliqué. Aquel fuego era un suplicio, me quemaba, no podía pensar.
—Creo que lo que quieres decir es, "sí, llévame contigo".
Gemí, pero aquello provocó que me aceraran de nuevo con fiereza y solté un cacofónico alarido de mi garganta. No divisé a Lucian hasta que lo tuve a mi lado, agachado, apartando mi cabello del rostro.
—¿Qué vas a hacer, Samanta? —repitió.
Veía borroso, sentí el sabor metálico de la sangre porque en algún momento, sin darme cuenta había mordido mi lengua. Sollocé, y avisté con asco mi propia saliva manchada de rojo carmesí.
—Quiero irme a casa.
—¿Y cuál es tu casa?
No lo sabía. Pero la idea de tener que regresar a ese lugar...
—Donde sea que no estés tú —jadeé, estaba segura de eso, ¿verdad?—. Piensas... piensas que lo que haces es normal, pero no lo es... obligas a esas mujeres a hacer lo que tú quieres, a ver las cosas como tú las ves... eso no es correcto...
—¿En serio piensas eso? —Me tomó del cabello y me obligó a tirar mi cabeza hacia atrás—. Yo les entrego lo que toda persona desea, Samanta. Aun no lo comprendes, pero no dudo que una sesión con mi asistente te refrescará la cabeza.
—No le tengo miedo —pero por dentro, estaba aterrada.
—Entonces, supongo que te quedas con la opción de ser el nuevo juguete de Barb —se levantó. Enfoqué al gorila, asustada de todo lo que podría hacerme estando a solas con él.
Observé a aquel mastodonte. Su mirada indiferente no parecía reflejar ninguna emoción en apariencia, pero sus manos no dejaron de acariciar el cuero. Tragué saliva.
Mentiría si dijera que pude aguantar una hora, dos a lo máximo, pero no bastó ni cinco de sus crueles azotes antes de que volviera a llorar y clamar para que aquello acabara.
Percibí a Lucian hasta que apareció justo a mi lado, retirándome el pelo de mi cara sudorosa.
—Puedes terminar con esto, Samanta.
—No puedo hacerlo —sollocé.
—¿De verdad? Es una pena —se levantó, yo me aferré a su pierna, de otra forma no resistiría un segundo más.
—Quiero ir contigo —gimoteé por fin, cansada, derrotada—. No iré a ninguna parte, lo prometo.
—Suéltame.
Lo miré desde el suelo. Las palabras salieron atropelladas, exhibiendo la angustia que sentía:
—Haré lo que tú digas, no volveré a salir sin tu permiso, me quedaré, seré una buena chica ¡te lo juro!
Alzó una ceja.
—No lo sé.
Me arranqué la ropa, me quité el sostén, tiré a un lado todo lo que traía puesto. Abrí las piernas y me puse en posición de gatas, tal y como Karla me había mostrado, como aprendí a hacer desde aquel día en que lo conocí. La sangre resbala en mi piel desnuda, tenía la cara roja de vergüenza, mi frente y mis palmas apoyadas débilmente en el sucio suelo viejo.
Esperé.
Poco después, sentí una de sus manos recorrer mi espalda, sortear mis nuevas cicatrices.
—Acepto el trato.
Le dedico este capítulo a @ZaiduvyNicoleC gracias por tu apoyo ❤️
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