CAPÍTULO 0
La chica contempló su rostro en el espejo.
La nueva golpiza en su mejilla le dejaría un gran hematoma, de eso no cabía duda. Probó con sonreírle a su reflejo, pero hacerlo le causó mucho dolor, y solo consiguió formar una mísera mueca.
Abrió un poco la boca en busca de alguna hemorragia interna, movió la lengua de arriba a abajo, de derecha a izquierda. Todo le pareció estar en su lugar. Dolía, pero al menos conservaba los dientes.
Sabía que debería estar llorando, de hecho, debió hacerlo en cuanto aquella mano impactó contra su piel, y aunque por mucho tiempo así fue, en los últimos años había aprendido a no darle a él esa satisfacción, y ese día tampoco sería la excepción, pues ya que lo tenía decidido: llevaría a cabo un plan de escape y esa paliza no la detendría.
Además, ya estaba cansada de esperar a que su padre volviera a ser el de antes.
Se aplicó un poco de alcohol en la cara e hizo otra mueca cuando sintió el escozor, sin embargo le fue fácil ignorarlo al cabo de un momento, luego decidió que tomaría su última ducha.
Mientras las gotas caían sobre ella pensó en lo poco que faltaba para conseguir su libertad, y sin darse cuenta comenzó a cantar, aunque sin ningún ritmo en concreto. Tarareó, gritó, incluso bailó siguiendo el movimiento de una música imaginaria. Finalmente, cerró la regadera, se envolvió en una toalla y se dirigió a su habitación.
Al abrir contempló aquella minúscula alcoba. Solo poseía pocas cosas personales a pesar de los años viviendo allí. La mayoría se trataban de baratijas, demasiado viejas como para que aún conservaran algún valor. Lo esencial lo tenía guardado y escondido en su pequeña mochila de Scooby Doo. De lo demás su padre podía encargarse de quemarlo o tirarlo a la basura.
Se agachó y abrió la trampilla de su cama. Sacó lo último que le hacía falta guardar, la única cosa de valor que todavía conservaba: su pequeña caja de dulces. Acarició la textura lisa de la madera oscura y se rodeó de antiguos recuerdos. Después, dejó la caja en la cama y procedió a vestirse.
De improviso le vino a la mente la imagen de esa mujer, aquella que le había ayudado a conseguir lo que necesitaba para que pudiera huir de todo lo que la ataba allí. Si no fuera por ella, tal vez nunca hubiera tomado la iniciativa.
Una vez vestida, tomó la mochila de Scooby Doo y guardó la caja casi con reverencia. Ahora solo era cuestión de esperar muy quieta detrás de su puerta.
Estuvo atenta a cualquier ruido hasta que percibió que abrían y cerraban la entrada del apartamento. Unos pasos torpes le alertaron que efectivamente, él se encontraba de nuevo borracho. Se atrevió a rogar por milésima vez para que su padre no se le ocurriera llamarla en ese momento.
—Por favor, por favor, por favor... —susurró con voz queda.
Jamás creyó que sus oraciones podían ser escuchadas, pero en esa ocasión alguien -o algo- decidió ayudarle, porque aunque aquel monstruo se detuvo unos segundos ante su puerta, no ocurrió nada. Lo escuchó murmurar, pero estaba tan asustada que no comprendió lo que decía, hasta que, al fin, después de lo que le parecieron largos minutos, vio la sombra de sus pasos dirigirse a la otra habitación.
Y soltó el aire que había retenido sin querer.
Esperó un rato más hasta estar completamente segura de que él no saldría de nuevo, y con lentitud se atrevió a mover el picaporte. Con la puerta semi abierta, observó el pasillo como si todavía esperase que él la estuviera vigilando, y una vez más comprobó que no había moros en la costa. Se giró para cerrar su alcoba, y al hacerlo se detuvo un par de segundos para contemplarla por última vez. El lugar que se había transformado en su prisión. Nunca la echaría de menos, a pesar de que sus antiguas cosas parecían despedirse de ella. Las paredes habían adoptado la imagen de largos brazos claustrofóbicos que le rogaban que se quedara.
—Nos vemos hasta nunca —les dijo antes de cerrar la puerta.
Fue lo más silenciosa y rápida que pudo, dando pasitos pequeños y cortos, todo con tal de no tentar a la suerte. Estando en la puerta de entrada, se presentó la segunda parte de su plan: esperar la señal de esa mujer.
Pasaron nuevamente largos minutos, que al igual que en la espera anterior, se le hicieron eternos. En un principio se esforzó por contener su impaciencia, pero cuando transcurrió una hora entera, le invadió el pánico. ¿La mujer cumpliría con su parte? Era una desconocida al fin y al cabo, ¿y si se había arrepentido? ¿Y si solo la había ilusionado? Su padre podría despertarse en cualquier momento y entonces, cuando la viera...
Escuchó que alguien forcejeaba al otro lado.
Sintió cómo el alma regresaba a su cuerpo. ¡Era ella! ¡Tenía que serlo!
Ese alguien estaba intentando abrir el cerrojo, hasta que la puerta se abrió, y la chica se encontró con unos grandes y bonitos ojos azules.
La desconocida soltó un brinco al verla, pero cuando la reconoció, elevó una sonrisa.
—¿Lista?
Como respuesta, abrió más la puerta.
—¡Samanta!
Sus rostros se volvieron máscaras de pánico al reconocer el grito, antes de que ambas decidieran correr despavoridas hacia las escaleras de ese complot de apartamentos. La chica no se detuvo a verificar si la mujer cerraba la puerta a sus espaldas, pues sabía que una vez que él se despertara ya no había marcha atrás. En ese momento, su único pensamiento era que tenían que alejarse de ese edificio, ¡a la hora de ya!
Saltó de dos en dos los escalones, sin importarle el escándalo que hacía. Escuchó la velocidad de los pasos de la mujer, y un grito colérico que no cesaba de llamarla.
—¡Vuelve aquí, hija de puta!
Al traspasar la entrada del edificio, no se detuvo a recuperar el aliento ni a ver si la mujer la seguía. Sus débiles piernas no cesaron ni aminoraron la marcha. Desconocía de dónde provenía aquel arranque de resistencia, pero de lo que estaba segura era que no podía permitirse descansar hasta llegar al punto acordado que le había indicado la desconocida.
Afuera estaba oscuro, casi tropezó en esa calle empedrada cuando se dirigió en dirección sur de la ciudad. Le faltaba el aire, le dolía el costado, pero apretó los dientes y obligó a sus piernas aumentar la velocidad.
Escuchó resoplidos por atrás, y no tuvo el valor de darse la vuelta para comprobar si era la mujer o aquella horrible bestia que las seguía.
"Solo un poco más, solo necesito más..."
Percibió un resquemor en la garganta, un fuego ardiente en sus pulmones y la respiración jadeante. El dolor la hizo llorar, pero continuó adelante.
—¡Samanta! —su aullido se oía más lejos. Pero ella no se permitió parar.
Fue una carrera intensa, agotadora y terrible. Únicamente pudo recuperar el aire cuando por fin llegó al lugar acordado, pero para su mayor frustración, no encontró a nadie.
"Esto no puede estar pasando..."
La mujer llegó segundos después, y solo con ella a su lado se atrevió a echar un vistazo atrás.
Y abrió desmesuradamente los ojos al encontrar a su agresor a tan solo una cuadra. Su padre sí se había detenido, pero en cuanto vio que miraba en su dirección, clavó la vista en ella tan fijamente que todo el cuerpo de la chica entró en tensión.
Sin apartar su mirada de ella, él comenzó a caminar.
—¡Allí! —gritó de pronto la mujer, sobresaltándola, señalando una calle adyacente, donde un automóvil se había estacionado lejos de toda iluminación—. ¡Son ellos!
No se lo pensaron ni un segundo. El vehículo, que había mantenido las luces apagadas las encendió de golpe en cuanto ellas se aproximaron. En el asiento del conductor se les reveló un hombre que les dirigía una mirada dura, pero cuando estuvieron frente a las puertas, escucharon los seguros desbloquearse y no demoraron en abrir y lanzarse contra los asientos. La puerta se cerró de golpe, y ella soltó un último grito mientras le devolvía una mirada de victoria a su padre:
—¡Acelera!
flanchis Desde antes de que terminara el primer borrador de esta historia, sabía que te dedicaría este capítulo. Gracias 💕
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