Capítulo 9. La inocencia siempre sale

Por la mañana me levanté y decidí estar como si fuese un día "normal".
La 'Ndragheta me llamaría cuando quisiese.

Así que tomé mi toalla y salí hacia las duchas que se encontraban a mitad del pasillo.
Eran compartidas y no había cortinas, así que cuando me aseaba procuraba que fuese o muy temprano o muy noche, o en una hora en donde no estuviera nadie.

Solo que cuando llegué no estaba solo como creí. Cuando iba entrando escuché gemidos bajos y casi imperceptibles, así que frené en seco, ya me imaginaba lo que estaba pasando allí.

—¿Quién está teniendo sexo ahí? —Una voz habló a mi espalda, me giré con sorpresa y abrí más los ojos cuando vi a la chica de la mafia China, por suerte iba sola.

Traté de estrujarme los sesos para recordar su nombre, sin éxito.

—No... no sé —murmuré y alzó una ceja.

—¿Qué? ¿Me vas a decir que te apena entrar? ¿Qué tan pudorosa eres? —se burló y pasó junto a mí chocando un poco su hombro contra el mío.

—Me parece un momento íntimo —me defendí.

—¿O acaso eres virgen y esto te excita? —cuestionó mordaz y enrojecí de rabia.

Claro que no era virgen, y eso gracias a que me dejé llevar por palabrerías de un chico en el orfanato. Pero eso no venía al caso ahora.

—No hables tonterías —espeté y se cruzó de brazos alzando sus cejas.

Ella se rió muy bajito y caminó hacia las regaderas sin importarle quienes estaban allí.

Yo me mordí el labio con incomodidad pero la seguí.

Casi se me fue la boca al piso cuando formé una "o" de asombro.
¡No-podía-ser-posible!
Ahí, mientras el chorro del agua caía, mientras compartían besos y caricias indecentes y se susurraban cosas que no logré a escuchar, estaban María y Alessandra, sí, Alex.

¿¡Qué!? ¿Cómo? ¿Cuándo?
Al parecer yo no era la única que se había quedado sin palabras, la chica asiática también se había quedado con la boca abierta antes de soltar una fuerte carcajada.

Eso hizo que las otras dos se apartaran de golpe y nos miraran con algo de sorpresa y temor.

—Esto sí no me lo hubiese esperado nunca —habló mientras se seguía riendo—. ¿Sabes lo qué les hará Luis cuando se entere?

María la miró con terror pero Alex —que ya se había puesto una toalla al rededor— la fulminó.

—Este no es tu asunto Akame —dijo entre dientes.

—Tampoco el de ella y aquí está, las ha mirado también. —Me señaló.

—Sky... Por favor no le digas nada a Luis ¿sí? —me rogó María acercándose a mí todavía desnuda.

Yo sacudí la cabeza, o sea claro que no le diría, era un asunto que no me concernía a mí. Solo que no me explicaba el cómo.

—Creo que de Sky no deberíamos preocuparnos realmente —comentó Alex sin despegar la vista de Akame.

Akame se desvistió frente a nosotras y caminó hacia una regadera como si no estuviesemos allí.

—¿Yo? Ay vamos,  ¿qué ganaría yo diciéndole a ese idiota que su novia lo engaña con una chica?  —dijo ya sin rastros de risa ni burla.

Las tres la miramos en silencio por unos segundos hasta que Alex fue la que lo rompió.

—Está bien. Pero si me entero de que le dices algo y que por tu culpa le haga daño a María o a mí... —pausó y Akame se giró mirándola retadora—. Me las pagarás, yo misma te asesinaré —prometió con voz sombría.

Yo estaba estupefacta, jamás me habría imaginado así a Alex. O sea, siempre me había limitado a ver cómo era de alegre o fingía serlo.

Y es cuando recordé que cada alumno tenía su historia, sus demonios, sus secretos.

Akame se encogió de hombros y siguió bañándose dándonos la espalda.

—No hablaré. Pero este será un favor que las dos me van a deber y yo elegiré cuando cobrarme —murmuró con seriedad.

Alex le pasó la toalla a María y las dos salieron de las duchas con algo de prisa.

Yo las quise seguir para que me explicaran lo que ocurría pero me quedé con los pies fijos en el suelo. ¿Porqué les iba a preguntar algo que a mí no debería de importarme?

Alex se devolvió y tocó mi brazo.
—Hablemos después de clase, en la biblioteca, ¿bien? —pidió y asentí.

Aunque no sabía si seguiría viva hasta entonces.

Akame no me dirigió la palabra, ni siquiera cuando acabó. Solo se marchó en silencio.

Yo me quedé meditando la situación. Al parecer nadie sabía, dudaba que Jack y Tomas sí. Pero, si  era secreto porque se besaban en un lugar donde fácilmente podían entrar y verlas.
Era ilógico y estúpido.

Cuando regresé a mi dormitorio y me vestí con el uniforme ya era tarde, no había alcanzado el desayuno, así que me fui directo a las clases.

Por suerte los golpes en mi rostro iban disminuyendo, aún se veía morado pero no tan fuerte como recién estaba ni tan hinchado y gracias a los anestésicos lo había sobrellevado bien.

Cuando entré al aula sorpresivamente fui una de las primeras, aún así me fui a los asientos de atrás. Odiaba estar la frente, siempre lo odié.

Luego de unos minutos todo se llenó y no pide evitar notar que Nikolai estaba también, solo que está vez se había quedado en la fila de enfrente.
La clase comenzó pero no tuve cabeza para tomar notas ni poner atención. La verdad es que ya no me importaba si me reprobaban o no.

De repente cuando noté que todos se movían al rededor del aula y se agrupaban en equipos de cuatro, me lamenté en mi cabeza.
Siempre había sido mala para hacer trabajos en equipo.

Yo no me moví, realmente no conocía a nadie.

Nikolai caminó hacia mí y me ofreció una sonrisa de boca cerrada, como siempre.

—¿Hacemos equipo? —interrogó con amabilidad y me encogí de hombros.

—Claro.

Se sentó a mi lado y los dos últimos chicos que habían sobrado tuvieron que juntarse con nosotros.

La chica ya la conocía, era la rubia de mi primer día, de los neonazis, a la que le habían quebrado la nariz. Aunque al parecer ya se la habían acomodado en su lugar.

El otro era un chico de raza negra que miró con asco a la rubia antes de tomar asiento a mi lado.

—Bueno, yo digo que usemos un cuerpo real. Lo podemos comprar en la morgue o el mercado negro. Tengo algunos contactos —dijo ella y arrugué la nariz. ¿Pues de qué era el proyecto?
No había puesto nada de atención, solo sé que la clase era anatomía del cuerpo humano.

Miré a Nikolai que se mantenía serio y suspiró.

—Usar un cuerpo real se nos dificultará, porque hay que mantenerlo con químicos para que no empiece el periodo de putrefacción —comentó.

—Es verdad, mejor hacemos una maqueta —habló el chico que hasta ahora se había mantenido callado, como yo.

—Tú ni siquiera deberías opinar —protestó ella poniendo los ojos en blanco y el chico bufó.

—¿Porqué? ¿Por qué soy negro? —se burló con sarcasmo.

Ella alzó la mano y el profesor se acercó con expresión irritada.

—Señor Beaton, tengo entendido que actualmente las personas negras obtienen derechos y que ya no son presos de la esclavitud. Lo cual me parece estúpido e injusto para nosotros, pero no es a lo que quiero llegar.  —Mientras dijo todo eso, el chico solo rodó los ojos y fijó su vista al libro que tenía en sus manos, ignorándola—. Lo que quiero decir es que va en contra de mis creencias convivir y trabajar con alguien negro y peor si es judío. Quiero otro equipo —culminó con voz demandante.

El profesor que a simple vista parecía más inofensivo y amable que Kavinski, pero sus expresiones decían todo lo contrario; aspiró hondo como reuniendo paciencia y se acomodó sus gafas de pasta negra sobre su nariz.

—No voy a discutir sobre la pobre inteligencia de tu cerebro Hanna, pero déjame decirte que sino es en este equipo te reprobaré, y no solo a ti, sino a los tres también. Así que deja de hacer que pierda mi valioso tiempo y ponte a trabajar —espetó yendo a su escritorio.

—Maldito inútil —murmuró ella acomodando su cabello rubio sobre sus hombros, luego miró al chico con desprecio y resopló rendida—. Solo no te acerques a mí ni me hables directamente.

Eso ya me pareció inhumano y detestable, si fuese yo ya la hubiera golpeado. Aunque me sorprendió ver al chico totalmente tranquilo, como sino le importara su opinión.
Miré a Nikolai que se mantenía serio.

—Escucha Hanna, el señor Beaton tiene razón —habló luego de unos minutos y su expresión se ensombreció—, no me interesa si eres una racista de mierda, pero si reprobamos por tu culpa, juro que llevaré a todos los hombres de mi padre conmigo, haré que te violen y luego te mataré —amenazó con una voz tan... fría y calculadora que hasta a mí me hizo temblar un poco. Peor Hanna le sonrió.

—Se escucha delicioso, ¿y tú también te incluyes? Porque no sería violación si me gustara —replicó con sorna.

Okey, comenzaba a sentir náuseas por esta chica. Y es que era en verdad despreciable y malvada.

Nikolai pasó una mano por su cabello, despeinándolo más, —Eres una estúpida. Solo te diré, o trabajas bien con Sky, Tayler y conmigo... o atente a las consecuencias.

Hanna no dijo nada y se encogió de hombros, pero antes de que otro hablara la campana sonó y todos se levantaron.
Nosotros fuimos los últimos en salir, pero cuando cada quien se iba a ir por su lado, Tayler tomó a Hanna del cuello y le dió con el puño en la cara.
Yo emití un sonido de sorpresa y volteé a ver a Nikolai pero solo alcancé a ver su espalda antes de que desapareciera por un pasillo. No le importaba.

Hanna gimió adolorida en el suelo y su labio comenzó a sangrar.

—Me las pagarás, estúpida escoria —escupió.

Tayler se acomodó su chaqueta y ladeó el rostro,—Tú no mereces el respeto de nadie —murmuró  tomando su mochila del piso para marcharse.

Hanna se levantó limpiando la sangre con el dorso de su mano y sus ojos se fijaron en mí. Apenas me daba cuenta que solo estábamos ella y yo.

Apretando los labios di media vuelta dispuesta a irme.

—¿Tú nunca hablas? —cuestionó pero no le contesté y me fui a mi siguiente clase.

El resto pasó sin problemas y no me volví a topar a Nikolai, ni a Hanna ni a Tayler.

Recordé que Alex me había citado en la biblioteca al terminar y vacilé sobre si ir o mejor ir con Salazar para ver si ya habían decidido algo.

Mis piernas comenzaron a moverse hacia la biblioteca. Bueno, si me mataban me iba a despedir de ellas, hasta ahora se habían portado amables conmigo.

Cuando estuve allí miré varias mesas ocupadas y busqué detenidamente paseándome con lentitud por los libreros.
No las vi por ningún lado, iba a irme pero en la entrada estaba Alex, su cabello lo traía agarrado en una coleta alta y llevaba unas ojeras grandes debajo de sus ojos que no había notado antes.

Cuando me encontró me hizo señas de que me acercara.

—Sé que íbamos a hablar pero Salazar me pidió que fueras a su despacho con urgencia —avisó cuando llegué.

Eso hizo que mi corazón empezara a latir con rapidez, no dije nada y caminé directo hacia donde me había indicado.

Me detuve en la puerta, era extraño que no hubieran hombres custodiándola. Respiré hondo varias veces hasta que me obligué a calmarme.

Toqué con los nudillos una sola vez y no tardaron ni diez segundos en abrir.
Adentro estaban todos los italianos, hasta Bianca y Salazar.

—Pasa y toma asiento Sky, por favor —ordenó Salazar. Quise descubrir algún sentimiento en sus ojos pero fallé, estaba inexpresivo.
Carlo, a su lado me ofreció un a media sonrisa.

—No vamos a alargar está situación más —dijo el italiano—. En vista de que no encontramos ninguna prueba u otro sospechoso, solo quedas tú —explicó y me hundí en mi lugar.

Estaba claro, habían decidido matarme. Lo sabía, seguramente ni investigaron nada.

—Soy inocente —repliqué molesta y un nudo se formó en mi garganta de repente.

—Según tu palabra, lo eres. Pero me entenderás y sabrás ponerte en mi lugar, cuando te digo que no podemos dejar esto impune. —Luego de que esas palabras salieron de su boca, Carlo asintió a un hombre que se posicionó detrás de mí y escuché el clic de un pistola en mi cabeza, que indicaba que el seguro había sido quitado.

—Espero que se pudran en el infierno... los estaré esperando —susurré entre dientes y cerré los ojos con fuerza, mi frente estaba perlada de sudor y mis manos temblaban con espasmos nada tranquilos.

Esperé la muerte pero la puerta abriéndose de golpe nos hizo mirar a todos, hasta a mí que ya tenía la punta de la pistola en mí cráneo, lista para que el dedo de mi verdugo se moviera tan solo un milímetro y terminara con mi vida.

Era Ryuu, en su mano tenía un teléfono que al parecer estaba en una llamada.
Alzó el aparato y Carlo lo miró con disgusto antes de estirar la mano. El hombre dejó de apuntarme para tomar el teléfono y dárselo.
Un suspiro pequeño abandonó mis labios.

Carlo contestó y cuando del otro lado le hablaron, el color se fue de su cuerpo. ¿Quién sería que lo había puesto nervioso?

—Oh ya veo —dijo en algún punto y me miró—. Está bien, así se hará entonces. —Colgó luego de unos minutos.

Le regresó el celular a Ryuu y fingió una sonrisa con dificultad.

—Debido a la falta de pruebas, se te libera de los cargos y se te declara inocente —anunció y por dentro casi grité de alivio.

Carlo no estaba nada feliz, pero aún así palmeó el hombro de Salazar.

—Supongo que es hora de que nos retiremos. Tenemos mucho trabajo por hacer, amigo mío —comentó y Salazar asintió con una media sonrisa y pude notar que tampoco estaba cómodo.

Abrí la boca para preguntar lo que había pasado o para saber qué lo había hecho cambiar de opinión, pero Ryuu puso una mano en mi mano haciendo que lo viera. Él negó, como si supiera lo que quería hacer y me mordí la lengua.

—Por supuesto, cualquier cosa en lo que te pueda ayudar, aquí estoy —contestó y nos miró—. Chicos, por favor déjenme a solas con Carlo. Quiero hablar de unos últimos asuntos pendientes.

Ryuu, Bianca y yo salimos de allí.

Bianca nunca emitió sonido y me cercioré de que se hubiera ido lo suficiente antes de lanzarme sobre Ryuu y rodear mis brazos a su alrededor.

Él se puso rígido y no me contestó, quedándose con las manos inmóviles. Lo había tomado por sorpresa.

—Gracias de verdad —murmuré apretándolo más.
Por fin reaccionó y con firmeza pero con amabilidad quitó mis brazos hasta que ya no lo tocaron.

—¿De qué hablas loca? Yo no hice nada —replicó rodando los ojos.

—¿Quién llamó entonces? ¿Porqué se arrepintieron? —quise saber arrugando las cejas.

—El consejo se enteró de que te iban a sacrificar sin pruebas, en la escuela... Decidió meterse antes de que se cometiera, como ellos lo dijeron, una injusticia —explicó de mala gana.

—Pero tú me ayudaste. Siempre me ayudas —insistí con terquedad—. Gracias por eso.

—No lo hice por ti —espetó brusco cuidando de que sus ojos nunca se toparan con los míos.

—Pero lo hiciste, es lo que cuenta —hablé seria.

Ryuu apretó los labios y antes de irse me miró al fin sin expresión alguna, —De nada, pero no vuelvas a abrazarme —advirtió.

Sorpresivamente sonreí. Por él, por la situación, por todo.

Era la primera vez que podía decir casi con seguridad, que la vida me había dado ya varias oportunidades.
No sé si para enmendar mis errores, o para aceptar mi futuro.

No lo sabía, lo que sí sabía es que viviría cada día como si fuese el último.

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