Capítulo 4. Club de los inadaptados

Caminaba de un lado a otro en mi dormitorio.
¿Y si el objetivo de quién estaba detrás de las cartas era matarme?
¿Qué tal si era un loco obsesionado conmigo?
¿Porqué conmigo? O sea yo no había hecho nada a nadie.

Había tratado de mantenerme a raya en todo momento, no había razones para que alguien me acosara de esa forma.

Necesitaba aliados y pronto, personas a las cuales acudir si las cosas se ponían feas o que al menos les interesaran si me hallaban muerta en una esquina.

Y entonces recordé la invitación de Alex.
Iba a ir, claro que lo haría aunque fuese para mi propia conveniencia, además dudaba que en realidad en ese lugar alguno tuviera un amigo verdadero ¿cierto?

El día que restó, intenté fundirme con las sombras para ser pasada al olvido, para que nadie tuviera un mínimo interés por mí.
Y aún así, algunas miradas se encontraban conmigo de vez en cuando.

Cuando el reloj marcó las 11 salí hacia la azotea con los nervios a mil. ¿Qué me encontraría? ¿Un grupo de asesinos como amigos? ¿O traficantes? ¿O ladrones?
Esperaba no desagradarles al punto de que me añadieron a su lista negra.

El clima estaba fresco, no tan helado como cunado me topé con Ryuu allí. Era una sensación más agradable.

Escuché unas risas y voces y caminé hacia ellas.
Ahí, en una esquina y debajo de una serie de luces que colgaban de un techo que parecía una terraza, había un grupo de tres personas que parecían común y corrientes.

Un chico flacucho con lentes muy gruesos, su cabello corto peinado hacia arriba le daba un aire geek.
Otro, tenía el cabello largo y pintado de verde, tenía tatuado el brazo con símbolos como tribales y su oreja derecha estaba adornada por un expansor. Y claro, Alex.

Todos se callaron y me miraron directo haciendo que se formará un nudo en mi estómago.

—Siéntate, no mordemos —dijo el del pelo verde con una sonrisa que brillaba por sus brackets.

Obedecí y tomé lugar en el suelo con las piernas cruzadas.
Había un teléfono que sonaba con música trap y bebían cerveza cómodamente.

—Mi nombre es Jack, ese que no habla mucho es Tomas y bueno, a ella ya la conoces ¿no? —habló con amabilidad antes de ofrecerme una cerveza que tomé agradecida.

Bueno él acohol siempre me había servido para soltarme un poco y relajarme. Y lo necesitaba.

—Me alegra que vinieras. Chicos ella es Sky —dijo Alex y Jack me sonrió pero Tomas solo asintió—. Y será nuestra nueva amiga —agregó y la observé con sorpresa. ¿Amiga? ¿Me consideraban su amiga?

—Solo si quiere, parece incómoda —comentó Jack y negué.

—Soy algo tímida —me excusé y miré todo a mi al rededor—. ¿No nos amonestarán por estar aquí a esta hora? —inquirí y Alex se rió antes de pasar un brazo encima de mis hombros.

—Escuchenla, ¿no es graciosa? —se rió y la miré con el ceño fruncido—, te pareces mucho a Tomás, los dos son muy serios y rígidos a veces.

Tomas resopló y se encogió de hombros.

—Solo hablo si tengo algo interesante para decir.

Tomas se veía algo aburrido, aunque parecía normal ya que Jack le palmeó la espalda.

—Venga hombre, ¿qué impresión le daremos a Sky?

—La de los raros, esa impresión la tiene desde que llegó  —dijo y me miró—, ¿o no?.

—Yo... —empecé a decir y Alex suspiró.

—Tranquila, no es personal. Así es con todos ¿verdad Tomas? —cuestionó pero él no respondió, me seguía mirando.

—Es que esto es nuevo. Desde que llegué nadie me había recibido tan... amable —admití antes de darle un gran sorbo a mi bebida.

Tomas asintió y al fin me dió una media sonrisa.
Ese chico era extraño.

—Bueno Sky, cambiando de tema, me intriga saber qué eres —dijo Jack sin quitarme los ojos de encima como escudriñándome.

—¿Qué soy? —repetí confusa. ¿A qué se refería? Pues era una chica ¿no?

—Sí, ¿a qué te inclinas? ¿cuáles son tus intereses? —explicó y negué sin entender nada.

—Ella es asesina —respondió Alex por mí como si estuviera diciendo ella es porrista o ella es escritora. Como si dijera algo común y corriente, como si no fuera un tema escandaloso ni preocupante.

—¿En serio? No pareces en lo absoluto —observó Jack y me removí incómoda en mi lugar. ¿Qué se decía en esos casos?

—Es principiante —dijo Alex rodando los ojos.

¿Cómo es que a ellos no les preocupaba todo eso? Y solo después caí en cuenta, me había preguntado qué era, entonces todos allí no se dedicaban a lo mismo.

—¿Y ustedes? —quise saber de pronto.

—Bueno, soy una persona... que tiende a meterse en muchos problemas  —contestó Alex y solo entonces pude notar el collar que portaba de su cuello. Era una cadena con una navaja de afeitar—. Cometí muchos delitos antes de que me trajeran aquí a regular mi temperamento, para que los controlara —explicó con seriedad.

¿Entonces no era asesina también?

—Yo soy traficante, bueno era. El negocio se me da bien. Tanto que a veces podía resultar un estafador —contestó Jack con una sonrisa y todos miramos a Tomas, que tardó varios segundos en contestar.

—Soy hacker. Mi padre me enseñó todo lo que sabía antes de morir por unos policías —relató y lo miré con sorpresa—. Salazar me encontró y me trajo aquí para que canalizara mi odio y lo transformara en algo útil.

Nadie dijo nada y entonces me sentí mal, incluso peor. ¿Por qué de todos ellos la única maldita asesina era yo?

—Entonces... No son matones —declaré al fin y Alex se encogió de hombros.

—La realidad es que en este lugar la popularidad se gana y se hereda. A nosotros nos ven como los repudiados —susurró moviendo la navaja entre sus dedos y luego me sonrió—. Y por eso mismo somos lo más genial que te vas a encontrar aquí —añadió y por primera vez lo creí. Porque no eran tan malos después de todo, no habían cometido actos tan crueles como otros. Como yo.

Por primera vez le sonreí y asentí.

Y de repente un grito.

Todos nos miramos desconcertados y corrimos de regreso para ver lo que sucedía.

En un pasillo que daba hacia los salones, había un grupo de estudiantes al rededor de lo que parecía un charco de ¿sangre?

Todos de repente nos miraron y se apartaron con lentitud.

Corrección, todos me miraban a mí.
¿Porqué?

Ahí en el suelo estaba el pelirrojo italiano con la garganta abierta y los ojos mirando a un punto fijo, vacíos. Lo peor de todo no fue eso sino que en su pecho tenía el nombre de alguien, como si con una navaja lo hubiesen escrito ya que cada letra escurría varios hilos de sangre.

Era mi nombre.

¡¿Qué jodidos?! Todo a mi alrededor comenzó a dar vueltas y mi estómago se agitó dándome ganas de vomitar. Jamás había contemplado una muerte tan grotesca de cerca. Además, ¿Por qué demonios tenía mi jodido nombre?

—¡Tú lo mataste! —gritó de repente una chica, señalándome con el dedo. La reconocí de aquella tarde en el comedor, la rubia que lo estaba besando. La que ahora me miraba con ojos asesinos.

Yo negué sin saber qué decir y ella se acercó antes de tomarme por el cuello y comenzar a ahorcarme.
Yo me removí y me tiré al piso para intentar quitármela de encima.

Varios puntitos negros empezaban a aparecer y mi boca ansiaba oxigeno.
De repente el aire entró por fin y me senté sobando mi cuello.

—¿Qué está ocurriendo aquí? —habló Salazar llegando con el profesor Kavinski detrás.

Miré a la rubia que recordé se llamaba Paula, pataleaba en el agarre de Jack y Tomas.

—¡Ella asesinó a Greg! —exclamó Paula y me levanté sacudiendo la cabeza.

—No no no. Yo no he matado a nadie —aseguré con temor y Salazar miró el cuerpo.

—Es cierto, Sky estaba con nosotros —dijo Jack con esfuerzo mientras la retenía.

—¿Greg —una voz nos hizo voltear a todos. Su hermana, la prefecta que me había recibido mi primer día llegó. Llevaba puesta una bata para dormir y se arrodilló frente a la cuerpo. No lloró, ni gritó, solo se quedó allí, viéndolo en silencio con el ceño fruncido.

—Todos a sus dormitorios —dijo Kavinski y como vio que nadie le hizo caso, gritó: —¡Ahora!

—Tú también Paula —ordenó Salazar y ella negó—. No te pregunté —sentenció con mirada mortal. Paula dejó de agitarse y cuando la soltaron ella se fue, no sin antes dedicarme una mirada de odio puro que yo sentí hasta los huesos.

Yo no quería problemas, yo quería ser invisible.
Pues al parecer eso no se iba a poder porque alguien se estaba empeñando en que me mataran y en conseguirme enemigos. ¿Pero quién?

Jack, Alex y Tomas iban a irse también.

—Sky, a mi oficina... —pidió y miró a la chica que seguía a lado del chico muerto—. Bianca, deberé avisar a tu padre de esto.

—Yo lo haré, puedo hacerlo —dijo ella con determinación y se puso de pie.

—Juro que no lo hice —solté de repente, tenía miedo, me aterraba que me creyeran culpable de ese homicidio.
Bianca me miró y suspiró.

—No sé quién se atrevió, pero lo que puedo asegurar es que el o la que esté detrás de esto lo pagará con sangre —advirtió antes de irse haciéndome sentir peor.

Yo caminaba atrás de Salazar y cuando llegamos me ofreció una taza de café negro.

Yo lo acepté por amabilidad pero lo que menos quería en este momento era beber cualquier cosa. Estaba inquieta, asustada.

—Usted sí me cree ¿verdad? —inquirí fijando mis ojos cafés en él.

—Lo que yo crea o no no es lo más importante aquí —contestó.

¿Que no lo era? ¿Y porqué se veía tan tranquilo? O sea uno de sus alumnos acaba a de ser hallado muerto, uno que era un italiano de una familia influyente, por lo que Alex me había dicho.

—No comprendo... —admití.

—Bueno, tienes una coartada. Los compañeros con los que estabas declaran a tu favor —comentó y me relajé un poco, solo un poco—. Por otro lado, los Provenzano son una familia muy importante de Italia no sé si lo sepas. Y el que tú nombre haya estado en la escena de muerte hará que sospechen de ti, me van a ordenar que te investigue a fondo y si tienes aunque sea algo mínimo de sospechoso te mandarán a matar.

Okey, ¡¿Qué?!

—¿Entonces me está diciendo que voy a morir por algo que no hice ni tuve nada que ver? —repliqué con indignación y furia. Me sentía impotente. Iba a morir y el culpable iba a quedar por allí libre.

—Te prometo que yo no dejaré que te maten Sky. Yo sí te creo —dijo después y aunque eso debió de calmarme un poco, no funcionó.

—No debieron traerme aquí. Yo no quería  —espeté y me fui de allí.

Ahora sí o sí debía escapar, no podía quedarme.

Ya en mi habitación tomé mi mochila y comencé a meter toda la poca ropa que tenía, pero cuando estaba en esas alguien deslizó un pedazo de papel debajo de mi puerta.

Yo abrí con rapidez pero no había nadie.

Cerré poniendo seguro y desdoblé el papel.

Ven a la habitación 62B.

-Ryuu.

Bien, no era de mi acosador.

Pero ¿Porqué quería verme?
Qué tal si me quería matar de una vez por todas.

¿Y si no? ¿Y si quiere ayudarte?

Ese solo pensamiento me hizo reír de mí misma. Por lo que me había quedado claro, Ryuu Nomura no era una persona que sintiera empatía por nadie... quizá por Nikolai porque lo había ayudado de esa pandilla.

Nikolai es su amigo, tú no.

Era verdad.

Y aún así una punzada de curiosidad me dió para ver qué quería.
Total, muerta ya me querían y asesina ya me creían.

Así que saqué un cuchillo que había tomado del comedor —por si mi acosador decidía hacer acto de presencia una noche— y me encaminé siguiendo las numeraciones.

Cuando estuve frente a la puerta vacilé. Qué tal si no era buena idea estar ahí. ¿Donde quedaba mi sentido de supervivencia?

Solo entra, ve lo que quiere y te vas. Simple ¿no?

Toqué y enseguida abrió.

Llevaba unos pantalones de chandal holgados negros y una camisa de manga larga roja. Su cabello caía alborotado sobre su frente, como siempre.

—Pasa rápido —ordenó y obedecí.
Su habitación era como la mía, él tampoco tenía fotografías de nada, solo había una katana negra en una esquina, apoyada en la pared.

—¿Exactamente qué hago aquí? —quise saber y me estudió con la mirada, tanto que me sentí cohibida.

—Porque intuí que ibas a querer marcharte —dijo y asentí—, bueno, no puedes. Ahorita no.

Lo miré confundida, —Te recuerdo que fuiste el primero en decirme que me fuera sino quería morir. Y eso haré, porque sino lo sabías...

—Sé que no mataste a Greg —me interrumpió con fastidio—. No sé quién lo hizo —aclaró cuando vio mi expresión.

—¿Y cómo lo sabes según tú?

—Eres muy tonta, pero no tanto como para poner tu nombre si  de verdad lo hubieses hecho —respondió y bufé—. Gregorio tenía muchos enemigos en la escuela, no me sorprende que esté muerto.

—Sí bueno, yo no sé porque me quisieron meter a mí en ese saco —protesté enfadada.

—Eres nueva, nadie te conoce. Bien pueden decir que eres tú y la mayoría lo creerá —explicó con lentitud—. Aunque aquí abunden los locos, tú eres una desconocida —agregó con seguridad.

—Por eso me voy, ya me lo habías dicho, no pertenezco aquí.

—En lo absoluto. Pero si te vas, te verás culpable, más todavía. Te van a buscar Sky, por todos lados.

—Yo me sé esconder bien... —comencé a decir y se acercó peligrosamente hasta quedar a unos centímetros de mi cuerpo, yo me quedé quieta como estatua, incapaz de mover un dedo.

—El heredero de la familia italiana está muerto. Ellos no pararán hasta que quedes bajo tierra ¿comprendes? Si te escapas las sospechas sobre ti crecerán. Abrirán un contrato por tu cabeza.

—¿U-un contrat-to? —tartamudeé por qué la seguridad con lo que lo había dicho me había puesto los pelos de punta.

—Sí, tienden a hacerlo cuando les urge que alguien esté muerto. Y todos los sicarios y asesinos a sueldo estarán tras de ti por la recompensa que ofrezcan —dijo alejándose al fin y pude agarrar algo de aire.

—¿Entonces estás sugiriendo que me quede aquí? —repetí y asintió—. De todas maneras me quieren matar, tan solo hubieses visto la cara de la novia... Paula.

—Paula está loca —concordó—. Pero Salazar va a tomar acción, lo sé. Por el momento tu lugar más seguro es aquí.

Sin pedirle permiso me senté en su cama. Era incapaz ya de mantenerme en pie. Todo en mi vida estaba jodido de un tamaño garrafal.
Y yo a pesar de todo no quería ser asesinada, no así.

Iba a morir a mi manera, cuando yo lo decidiera...

Y de pronto me surgió otra duda. —¿Por qué me estás ayudando?

Ryuu se encogió de hombros y se mantuvo inexpresivo. No contestó en seguida sino que se quedó en silencio sin mirar ningún punto en concreto. Como si estuviese recordando algo o pensando mucho.

Al final lanzó un suspiro largo y tendido antes de decir, —Porque no ha llegado tu hora para morir. Y tú también lo sabes.

Claro que lo sabía, era obvio.

Contra todo pronóstico le di una sonrisa de boca cerrada. Bueno si todo lo que me había dicho era cierto, me estaba ayudando, no, me estaba salvando. Y eso se apreciaba ¿no?

—No me iré —decidí al fin.

Iba a sobrevivir lo más que pudiera.

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