Capítulo 11. El amor es un asesino.

Era fin de semana y estaba en mi habitación intentando hacer el dichoso proyecto que seguramente iban a pedir.
Pero cada que me planteaba y recordaba la muerte de Patrick, no podía.

No podía escribirlo, además si lo hacía verían que yo no sería apta para ninguno de los trabajos para futuros criminales y si se daban cuenta ¿qué? ¿me matarían? Seguramente sí.

Habían pasado algunos días desde el último incidente con Paula. Decidí no meterme en el problema de Alex y Jack —a quien rechazó obviamente— y dejé que los dos se arreglaran.
Seguiría el consejo de Tomas.

Después Alex había venido a mi habitación a reclamarme por no haber ido y yo le tuve que contar que ya lo sabía y que era un plan de Jack.

Pobre Jack, de verdad que se veía desdichado. Se alejó de nosotras, supongo que para mantener un poco su orgullo.

Ya se le pasará... —Había dicho Alex.

Y luego estaba Alex y María que aún no se hablaban pero claro se miraban en cada comida. Aunque la peli azul se negara a mencionar eso.

Por otro lado Ryuu me había estado evitando, hasta en la clase de combate. Al contrario de Nikolai que siempre mostraba su amabilidad a todos, excepto cuando se enojaba o drogaba.

Gruñí apretando los dientes porque mi mente se distraía con facilidad. El lapicero en mi mano comenzó a escribir...

Matar significó para mí...
Una salida, algo de lo que no tuve opción.

No sonaba muy bien. Ni muy confiable para alguien que trataba de acoplarse a un sistema criminal de asesinos.
Pero les podía hacer creer que sí me había gustado, para despistar un poco. Debía mentir.

Así que arrugué la hoja y la lancé al piso junto con las demás.

El golpe en mi puerta me interrumpió y me levanté de mala gana.

No sé a quién me esperaba pero definitivamente no a ella. Hanna torció los labios y arrugó las cejas cuando vio el desastre en el piso con mi basura de hojas.

—¿Te puedo ayudar en algo? —hablé impaciente.

—Eso espero. —Sonrió y me dió dos carpetas de plástico—. La que tiene tu nombre es tu parte del trabajo que debemos entregar al señor Beaton. La otra es de... ese idiota que me golpeó el otro día —replicó asqueada.

—¿Y por qué no se lo das tú? Yo no sé en dónde encontrarlo —repliqué tendiéndoselo pero no lo agarró.

—Lo más probable es que si lo veo le corte algo, y no puedo. No creo que te cueste mucho si vas... No te ves muy ocupada —comentó enarcando una ceja y la miré mal.

—¿Pero tú sí lo estás? —bufé—. Además, ¿quien te dió derecho de escoger las partes que nos tocaría a cada uno? Que yo sepa, Nikolai...

—Fue él, de hecho. Estábamos estudiando en la biblioteca, trabajando para esto —me interrumpió.

—¿Y porqué no nos hablaron?

—¿Yo y ese negro en una misma habitación sin querer matarnos? —observó burlona—. Y luego tú... No sé porque no te buscó en realidad.

Hanna se acomodó su cabello rubio y me sonrió,—Pero si quieres preguntarle puedes ir tu misma a la biblioteca. Él sigue allí.  —Y se fue.

Cerré la puerta y tiré las carpetas a la cama con fastidio. Estaba odiando en serio las tareas.

Después de diez minutos en los que di por perdida mi concentración, me vestí con ropa cómoda —que Alex me había regalado— y salí a la biblioteca.

Como hoy no hubo clases algunos habían aprovechado a salir de fiesta. Por lo que los pasillos estaban algo solitarios, lo que estaba bien para mí.
Llegué en un santiamén y su cabello rubio dorado se distinguía aún en la distancia, porque contrastaba con el aura oscura de miles de libros y luz tenue del lugar.

También porque era el único estudiante que estaba ahí.

Caminé hacia Nikolai y me senté en la silla de enfrente. Llevaba un suéter gris claro de lana y unos pantalones negros.

La mesa era cuadrada y pequeña, así que prácticamente sus rodillas tocaban las mías.

Él detuvo su lectura y escritura y me miró antes de sonreír a medias.

—Ah Sky, que sorpresa verte aquí a esta hora.

—Bueno, Hanna me hizo una visita algo peculiar —dije seria.

—¿Sí? ¿Por qué?

—Me trajo las partes del trabajo que íbamos a acordar en equipo —enfaticé—, porque tú se lo pediste.

—Sí, no quise molestarlos. Tyler salió con sus amigos y tú bueno, quise agobiarte lo menos posible, con todo lo que has pasado y eso —explicó y sentí empatía por él.

—He pasado por cosas peores Nikolai, un simple proyecto no me puede dañar más —objeté y asintió.

—Te pido disculpas entonces. Lee las partes que debes investigar y si algo no te gusta dímelo y cambiamos —ofreció pero negué. De todas formas las carpetas ya las tenía.

—No, está bien. Es solo que pensé que Hanna lo había hecho sola y... —enmudecí debatiendo en mi mente qué decir a continuación para que no sonara tan mal—, no me agrada. Ella no me agrada en lo más mínimo —confesé y se rió por lo bajo haciendo que su hoyuelo se formara.

—Creo que el trabajar con compañeros que no nos agraden es pan de cada día. Tú no la quieres, yo tampoco, Tyler mucho menos —alzó sus cejas—, pero somos un equipo con un mismo objetivo, y ese es aprobar, así que no nos queda de otra.

—Lo sé y te aseguro que daré mi mayor esfuerzo—afirmé y asintió—. La verdad es Nikolai, que vine más que nada a despejarme —admití.

Nikolai cerró su libro y cuaderno y se puso de pie. Ya lo había aburrido.

—Ven, caminemos un poco para tomar aire fresco —avisó y lo seguí encogiéndome de hombros.

El viento helado azotó mi cuerpo y me abracé, él se dió cuenta y se quitó el suéter que llevaba para dármelo.
Yo quise negarme pero mis dientes castañeando me lo impidieron y la acepté con una sonrisa tímida.

Sentí calidez y un olor a fragancia masculina agradable, nunca me había detenido a pensar en los olores de las personas, pero podía describirlo como cítrico.

—¿No sales de fiesta? —interrogué al tiempo que él sacaba un... No era un cigarrillo, era un porro y lo prendía.

—No, no estoy acostumbrado a eso, además de que mi amigo odia la convivencia humana —se quejó burlón y la palabra "amigo" me llevó directamente a un japonés algo amargado, uno que no había querido hablar conmigo.

—¿Ryuu es tu único amigo? —cuestioné y vi como expulsaba humo relajadamente.

—¿Que yo considere verdadero? Sí.

—¿Entre mafias no hay rivalidades?

Nikolai pareció meditarlo y sonrió después, —No entre nosotros, prácticamente nos conocemos desde hace años, nos hemos prometido que nos cuidaríamos la espalda cuando ascendiéramos al poder. Los Yakuza son leales y nosotros los mantenemos mejor como aliados en el negocio.

—Que... bonito suena —dije con algo de sarcasmo y rió.

—Yo sé que no. Pero lo que sí te puedo asegurar es que si un día yo, necesito ayuda, Ryuu me la dará —habló sin ápice de duda en su voz.

—Eso es reconfortante —comenté rodando los ojos—, aunque no quita el hecho de que me esté evitando —añadí y Nikolai frunció el ceño, me miró divertido y alzó sus cejas.

—Nomura evita a todas las personas, a mí no tanto porque soy su amigo, pero ganas no le faltan creeme.

—Es un amargado —me quejé.

Nikolai entornó sus ojos, —¿Te gusta o algo así?

Casi me atraganté con mi propia saliva y negué con rapidez, —Claro que no, es solo que me desespera siempre y ahora parece que no existo, o sea, pensé que ya seríamos como, un poco amigos ¿me entiendes? Digo, me salvó muchas veces... —expliqué y posó su mano sobre mi cabeza mientras sonreía.

—Él es un amargado por naturaleza, no es personal.

Asentí sin querer darle vueltas al asunto.

Luego de varios minutos entramos otra vez, más porque Nikolai no llevaba nada abrigador y yo no quería que se enfermara por mi culpa.

—Gracias por ayudarme a despejarme un rato —dije desabrochando el suéter pero me detuvo.

—Llévatelo, yo tengo muchos en mi armario —aseguró y le sonreí a modo de gracias.

Debo irme, tengo mucha tarea que hacer —me quejé, pero asintió.

—Ten buena noche Sky —se despidió y me di cuenta que volvía a la biblioteca.

Caminé de regreso a mi dormitorio con más ánimos, aunque los mismos se esfumaron en cuanto me di cuenta de una hoja de papel que estaba en el suelo doblada perfectamente.

Hace días que no sabía nada de mi admirador, de verdad esperaba que no viniera de su parte.

Deberías cuidar más a tus amigas.
Luego te quedarás sola.

No tenía remitente, ni firma, nada.
Pero solamente pude pensar en alguien, Alessandra.

Corrí con rapidez hacia su habitación. La puerta estaba abierta completamente, pero no había nadie. La cama desecha llamó mi atención, eso era raro, ella siempre tenía su cama perfectamente tendida.

No sabía dónde buscarla, corrí hacia afuera y subí a la azotea rogando porque estuviera ahí.
También había pensado en María, pero no sabía cuál era su dormitorio.

Escuché unos gritos cuando me fui acercando y mi esperanza creció dentro de mí.

Salí pero la escena era aterradora.

Luis tenía una navaja en su mano y Alex estaba adelante cubriendo a María con su cuerpo.

Ambas me miraron con discreción como pidiéndome ayuda.

¿Qué carajo estaba pasando?

Pues las descubrió estúpida.

Sí, pero ¿cómo? Quizá Akame...

No tenía tiempo para meditar en eso, había un loco queriéndolas matar.

—María ven aquí —ordenó furioso pero ella no se movió—. Hazlo o te mataré junto con ella.

—Déjala en paz —replicó Alex pero Luis se rió.

—Cállate, solo eres una zorra golfa y por eso te asesinaré —avisó dando pasos hacia ellas—. La que sí me da asco eres tú María, ¿por qué con ella? ¿Eres idiota?

Yo tomé una botella de cerveza que estaba vacía del suelo y me fui acercando con lentitud y en silencio. Mi corazón palpitaba con rapidez y sentía la adrenalina corriendo por mi cuerpo.

Luis alzó su brazo.

—Esto me duele más a mí que a ti. Pero ya no puedo estar en una relación con alguien que es infiel y peor si es con una asquerosa marimacha —escupió y jugueteó con la navaja en su mano—. Hagamos una apuesta, ¿Cuánto a qué les doy en el ojo desde aquí?

Yo ya estaba detrás de él y con fuerza golpeé su cabeza haciendo que cayera de rodillas quejándose de dolor. —¿Cuánto a que te doy a ti? —susurré soltando la boca de la botella ya rota y caminé hacia ellas.

—¡Sky cuidado! —gritó María y me agaché al tiempo que Luis se paraba e intentaba agarrarme.
Le di una patada en la pierna y cayó de nuevo soltando la navaja.

Alex fue y la levantó con rapidez. Se acercó y lo apuntó.

Luis se rió en el suelo.
—No tienes el valor para matarme, maldita marimacha inútil... —Sus palabras fueron calladas por la navaja atravesando su cuello.

Abrí los ojos como platos cuando un chorro de sangre brotó de su boca como un gorgoteo, después de unos segundos en los que intentó agarrar aire, cayó muerto con los ojos vacíos.

El grito de María no se hizo esperar y corrió a su cuerpo arrodillándose a su lado para examinarlo con manos temblorosas.

Alex observaba el cuerpo inexpresiva y dejó la navaja caer de su mano ensangrentada.

—Lo mataste Alessandra —lloró María.

—¡Él iba a matarnos a nosotras! —gritó con furia indignación.

—¡No podemos matar a nadie dentro de la escuela! ¡Son las reglas! —expresó levantándose y la tomó del brazo.

Me puse de pie con lentitud, —Bueno nadie lo ha visto —murmuré sin pensar y ambas me miraron de pronto—. Y todos, casi todos, están fuera esta noche... Podríamos esconderlo —opiné estupefacta de mis propias palabras.
Pero no era tiempo de pensar sobre la moral. Además Luis era malo.

—No hay donde esconderlo —dijo Alex.

—Podríamos meterlo en la pequeña bodega de limpieza que está en el patio de abajo —opinó María—. ¿Pero cómo lo bajamos?

La adrenalina seguía allí así que sacudí la cabeza para pensar metódicamente y miré el borde del suelo. —Hay que lanzarlo.

Las tres nos miramos sin tener que meditarlo mucho y ellas dos tomaron sus piernas y yo sus brazos.
Caminamos con esfuerzo y a trompicones, pero cuando llegamos al borde del edificio y vimos hacia abajo las vi dudar.
Yo también estaba dudando pero sacudí ese pensamiento y con mi pie y metiendo fuerza lo empujé.

No escuché cuando cayó, no quise asomarme.
—Vamos, antes de que alguien lo vea —advertí y me dirigí a la salida.
María recogió la navaja y se la guardó en sus jeans.
Corrimos hacia abajo por las escaleras y cuando estuvimos a punto de salir por la puerta principal, Salazar nos detuvo haciendo aparición.

—¿A dónde van?

Frenamos y las sentí nerviosas a mi lado, yo también lo estaba.

—A tomar aire, María está teniendo un ataque de ansiedad —mintió Alex, me di cuenta que tenía sus manos ensangrentadas metidas en los bolsillos de su chaqueta de cuero negra.

Salazar asintió con seriedad, —¿Puedo hablar contigo un segundo Sky?

Las dos me miraron y yo asentí para que se marcharan de una vez.
Cuando desaparecieron por la puerta, me acerqué a él.

—Sé que el ser huérfana te hace desear lazos de amistad y nueva familia pero, ¿estás segura de ellas lo son? —eso hizo que mi corazón se detuviera por unos segundos.

—Son mis amigas —contesté tragando saliva.

—Los amigos ven por tu bienestar y futuro. Uno que no tendrás al ser cómplice de la muerte de Luis. —Su mirada era severa y su voz también. Lo sabía ¿cómo?—. Tú más que nadie debería saber lo que es pasar una situación así, después de todo acabas de salvarte de una similar.

—¿Y qué esperaba que hiciera? ¿Dejar que él las matara? —espeté.

En eso ellas regresaron con los ojos desorbitados, ya que detrás de ellas venían maestros escoltándolas.

—Te daré un oportunidad, ¿quién de ellas lo hizo? —preguntó Salazar.

Yo negué con los ojos llorosos de repente.
—No sé, y aunque lo sepa no se lo diré —solté brusca.

Salazar me miró con decepción. —Eres leal Sky. Y eso a veces no es bueno.

No dije nada y de pronto Jack apareció.
Se veía serio y miró a Alex y a María con enojo y rencor.

No podía ser, él no las echaría de cabeza. Él era nuestro amigo, ¡él la amaba!

—¿Quién mató a Luis? —le preguntó Salazar.

Jack no habló, no emitió ningún sonido y solo levantó su dedo índice y la apuntó.

Apuntó a la chica que según él amaba.

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