Epílogo 2

Ocho años después, 2007.

Love is old,
Love is new,
Love is all,
Love is you.
The Beatles

Un sueño placentero tenía envuelto a aquel chico de pelo castaño y unos ojos verdes escondidos tras los párpados. Hasta que unas caricias llamaron su atención un segundo antes de que toques cálidos recorrieran su rostro y cuello. Pequeños besos tiernos adornaba su piel en aquel despertar. No pudo evitar sonreír al saber exactamente de quién se trataba.

Se giró con lentitud hasta quedar boca arriba y dejó que aquellos mimos siguieran durante unos segundos más antes de abrir sus ojos perezosamente. Chocó con una mirada azulada y una sonrisa preciosa. Alzó la mano hasta colar un mechón tras la oreja de la chica y aprovechó para acariciar dulcemente su mejilla. Ella respondió ampliando su sonrisa.

– Buenos días, cumpleañero – susurró su esposa antes de acercar sus rostros y atrapar sus labios en un beso lento, pero profundo, que él respondió encantado.

– Buenos días, pequeña loca – correspondió, Newen.

– Feliz cumpleaños, cariño.

– Gracias – murmuró antes de volver a besarla, rodeando su cintura con los brazos para pegar ambos cuerpos todo lo posible.

Sintió el roce de la camisa ancha (claramente de él) que ella se había puesto de pijama, en su pecho aún desnudo tras el regalo anticipado que le ofreció la noche anterior. No dejó de besarla por lo que se antojaron minutos, siendo incapaz de separar sus labios de los de Alyn. Sin embargo, esta tuvo que apartarse, recibiendo un gruñido en protesta, y se irguió, quedando sentada a horcajadas sobre él.

La imagen que le ofreció le infló el pecho. Veía a la mujer que más amó, amaba y amaría en su vida y, detrás de ella, la pared de su habitación. Aquella que empezó blanca y que juntos fueron llenando de color. Rescatando la locura adolescente del castaño, comenzaron a recrear su habitación, pero con su historia. Iniciaron con un pequeño dibujo del día que se fueron a vivir juntos, pasando por el del compromiso, la boda... y más momentos de sus vidas.

– Sabes que me encantan tus sesiones de besos mañaneros –, admitió la chica –, pero tengo una sorpresa y para ello te tienes que levantar –. Newen bufó al tiempo que rodaba los ojos –. Va, no seas aguafiestas.

Aquella palabra fue suficiente para que el castaño reaccionara y diera la vuelta a la imagen. Ahora Alyn se encontraba abajo siendo atacada por las cosquillas de Newen, mientras este repetía que no era un aguafiestas. Un minuto después salió de la cama, dejándola ahí tendida, aún jadeante, y se vistió con el pijama que había quedado desperdigado por el suelo. Alyn se mordió el labio inferior mirando el espectáculo que tenía como marido.

– Como sigas haciendo eso, no salimos de la habitación en todo el día y te recuerdo que tenemos una comida – le advirtió, Newen, causando que la chica se riera antes de ponerse en pie y ofrecerle una bufanda para que se tapara los ojos.

Acostumbrado a las pequeñas locuras que cometía aquella chica, se dejó llevar por la casa. El suelo de madera acariciaba los pies descalzos de ambos mientras caminaban por el pasillo y subían hacia la buhardilla, aquella a la que terminaron traspasando su estudio. Un estudio conjunto para pintar. 

Una vez en el interior y tras un instante de confusión, sus ojos fueron destapados.

Cumpleaños feliz, cumpleaños feliz – cantaban tres voces en español –. Te deseamos, papá, cumpleaños feliz.

– ¡Felicidades! – gritó Elara Tapessa corriendo hacia su padre, quién no dudó en cargarla en brazos.

– ¡Dades! – chilló, en un intento de imitar a su hermana, el pequeño Daren Tulok y se abrazó a la pierna del hombre. Este los cogió a ambos un segundo antes de que dejaran un tierno beso en sus mejillas.

Alyn, desde un metro de distancia, sonrió emocionada ante la estampa.

– Muchas gracias, amores – agradeció el cumpleañero para después devolverles el beso, pero en sus cabecitas.

– Mira, mira – comentó la niña mientras señalaba lo que había delante de ellos. Se apartó los mechones castaños claros, igualitos a los de su madre, de la cara e intentó bajar, por lo que Newen la dejó en el suelo –. Es para ti – le dijo, situándose al lado del caballete de su tamaño –. Lo hemos hecho Tulok y yo – explicó cuando el castaño se puso de cuclillas.

– Yo – habló el pequeño aún en sus brazos.

– Sí, tú también has hecho esto para papi – intervino, su madre, uniéndose a ellos y acariciando los ricitos oscuros, que había heredado de Newen, de Tulok.

Ambos adultos intercambiaron una mirada cómplice antes de fijarla en la obra abstracta que habían hecho sus hijos. Elara no dejaba de señalar todo lo que ella había hecho, para después destacar lo de su hermano. Newen prestaba total atención, al igual que Alyn. Daren jugaba con el cuello de la camiseta de su padre, distraído.

– Chicos, hay que desayunar – informó la mujer, poniéndose en pie.

– ¡Desayuno de cumpleaños! – gritó la niña de tres años antes de salir corriendo hacia las escaleras. Daren aplaudió ante la efusividad de su hermana y ambos adultos rieron antes de seguir a la pequeña.

Sin embargo, antes de que Alyn pudiera bajar el primer escalón, Newen la detuvo y le dio la vuelta para besarla con intensidad. La chica recibió el beso un poco aturdida por lo repentino, pero encantada.

– Gracias por esto – susurró su marido sobre sus labios –. Te amo – añadió en español, derritiendo a su esposa con tal acento.

– Negligevapse – correspondió en inuit, emocionando a su esposo.

✩ ✩ ✩

Alyn revisaba que los niños estuvieran bien entretenidos mientras veían un capítulo de Mickey Mouse en la televisión, cuando sintió que unos brazos la rodeaban por detrás. Newen dejó un casto beso en su cuello antes de arrastrarla hasta la cocina, dónde él se encargaba de supervisar la comida. 

– ¿Qué se siente cumplir treinta y cuatro años, cariño? – preguntó mientras se giraba entre sus brazos.

– Fatal, quiero volver a los veintiuno – respondió, acercándola más a su cuerpo –. A aquellos días en los que te conocí. Aunque –, se puso pensativo –, no me puedo quejar de la vida que tengo –. La miró fijamente –. Una casa, nuestras obras colgadas en diversos museos, dos niños preciosos y la mujer que amo entre mis brazos. Mi vida soñada –. Alyn lo besó conteniendo un suspiro enternecido.

Aunque se separó de golpe cuando una idea que tenía conexión con su, aún, existente vena del control (cada vez más pequeña), se coló en su mente. Dejó un casto beso en los labios de su chico y giró sobre los talones para alejarse de su agarre. El castaño, confuso, se lo impidió.

– ¿A dónde vas?

– No estoy segura de si la puerta anti-caídas de bebés de las escaleras está cerrada – murmuró antes de volver a tirar del agarre. Él no cedió –. Newen...

– Está cerrada – aseguró este, divertido con la situación.

– Pero...

– Lo he comprobado – aseguró, haciendo que la chica dejara de moverse y aprovechó aquello para apegarla de nuevo a él –. He revisado esa y las demás, todas están bien cerradas. Ni Tapessa, ni mucho menos Tulok podrán subir o bajar sin nuestro consentimiento – explicó, consiguiendo que Alyn se relajara –. Todo está asegurado para niños.

– Menos... –, el timbre retumbó por la estancia aplazando su frase –, mal.

– Anda, ve a abrir.

Newen la liberó de su agarre, pero no apartó la mirada de ella hasta que la vio desaparecer en dirección a la entrada principal. Alyn miró de reojo a sus niños antes de centrarse en recibir a los primeros de los muchos invitados que acudirían a la comida de cumpleaños del castaño. Abrió la puerta.

– ¡Cariño, ha llegado el primer niño! – gritó para que su marido la escuchara.

– Ja, ja, muy graciosa, Jacqueline – gruñó, Ryan –. Los pelos en mis partes no dicen lo mismo.

– Oh, que asqueroso eres – se quejó, causando una risa en el castaño quién había logrado su cometido.

– ¿Escandalizando a mi chica, Ryan? – preguntó, Newen, llegando a la entrada.

– Tío, felicidades – comentó el invitado, ignorando su pregunta y recortando la distancia para envolverlo en un abrazo. Ya que el matrimonio vivía en Nueva Jersey, ellos no se podían ver tanto como deseaban, por ello duró más de lo normal y la chica aprovechó para cerrar la puerta –. ¿Cómo te sientan los años? Oh, espera, tu pelo me está dando la respuesta. ¿Esto es una cana? –. El hombre le dio un manotazo cuando intentó acercar la mano a su pelo y ambos rieron un segundo después.

– Pasa, vamos. ¿Cerveza?

– La duda ofende.

Los dos castaños caminaron hacia la sala dónde los niños desviaron la mirada de la pantalla y al ver a Ryan salieron corriendo hacia él. Este los saludó llamándolos pequeños monstruitos antes de dejarse caer sobre el sofá. Alyn tomó lugar a su lado y giró su cuerpo hacia él, mientras Newen traía un par de cervezas. 

– ¿Cómo van las cosas por el local? – le preguntó la chica.

– Bfff... Mejor de lo que imaginaba – contestó, recostándose en el respaldo –. Con la nueva seguridad que he contratado ya no hay tanto gilipollas dentro. Aunque ahora se me acumulan fuera, indignados y exigiendo que los dejen entrar –. Suspiró –. Pero bueno, de eso ya me ocuparé la semana que viene.

– ¿Y lo que me contaste de Queens?

– Ah, ¿lo de abrir otro pub allí? –. El cumpleañero asintió –. Pues tengo buenas noticias. ¡Brindo –, alzó la lata de cerveza –, porque ahora no solo voy a ser dueño de uno, sino de dos pubs en Nueva York!

– Felicidades – lo felicitó, Alyn, emocionada. Newen chocó la cerveza con la suya.

– ¿Y cómo van vuestras cosas con los colorines? –. La ojiazul rio.

– Ahí vamos, pintando y exponiendo – resumió el chico.

El sonido del timbre se repitió, logrando que la conversación se pausara. Antes de que la castaña pudiera ponerse en pie, Newen se ofreció a ir y se puso en pie, dejó un casto beso en sus labios y le confió su cerveza. La chica bebió un trago mientras lo veía marchar.

Cuando abrió la puerta, tres pares de ojos lo observaron y el cuarto se abalanzó sobre sus piernas.

– ¡Tío Ethan! – gritó el niño de cinco años, para después alzar el rostro y mirarlo desde abajo –. Mamá va a explotar – añadió como si fuera crucial aquella información.

– Charlie, no voy a explotar – refutó la mujer.

– Pues lo parece.

– Tú encima síguele el juego, Ethan – se quejó, Harriet, aunque intentaba retener una sonrisa.

Mientras el castaño intentaba no curvar sus labios durante los saludos y felicitaciones, los dos niños de Harriet y Max salieron corriendo hacia el interior de la casa, en busca de más niños. Max acompañó a su mujer hasta el salón, donde seguían Alyn y Ryan.

– Oh, un sofá – murmuró la mujer, tras saludar a los dos últimos, y se sentó en una esquina –. Yo de aquí no me muevo, estaba deseando sentarme.

– Cariño, hemos aparcado, literalmente, delante de la puerta – rebatió Max de pie al lado de Ethan y frente a ella. Recibió una mirada enfurecida, pero no se detuvo –: Acabas de salir del coche y has estado sentada tranquilamente todo el viaje.

– ¡Carga tú con esto! – chilló, enfadada, al tiempo que se señalaba el bulto en el que se había convertido su barriga por culpa del embarazo –. Va, lleva tú todo este peso durante todo el día. Entonces hablamos –. Ryan observó la tripa con los ojos entrecerrados.

– Mejor no cuestiones nada mientras esté embarazada, ya lo deberías saber – susurró por lo bajo, Ethan –. Yo lo aprendí por las malas.

– Te estoy escuchando, Ethan – comentó, Alyn, mirándolo con una ceja arqueada. Este se acercó hasta inclinarse y murmurar cerca de sus labios, con una sonrisa ladeada:

– Entonces habrás escuchado lo mucho que te amo.

– Buen intento, pero no cuela.

La chica giró el rostro cuando este la fue a besar, pero no se detuvo y terminó posándolos en su mejilla para después recuperar su cerveza. Alyn negó con una sonrisa. El dueño del pub seguía con su mirada completamente concentrada en la semi-esfera que formaba la barriga de Harriet y, con lentitud, fue acercando su rostro a esta. Ladeó la cabeza llamando, sin querer, la atención de la rubia. 

– ¿Qué miras? – preguntó, extrañada, captando su mirada.

Antes de que pudiera responder un ruido llamó la atención de todos los presentes, que giraron las cabezas en dirección a la puerta de la cocina. Fue Newen quien fue a comprobar qué había ocurrido y resultó ser que los niños habían salido al jardín.

– ¿Cómo se llama? – cuestionó, Ryan, curioso.

– Feto – respondió con simpleza. Alyn y Newen la miraron sorprendidos, mientras que Ryan asintió conforme y analizador.

– Harriet... – la llamó Max y todos esperaron a que la corrigiera –. Fetos – puntualizó, sin embargo –. Se llaman fetos, son dos, te lo recuerdo –. Los tres asintieron satisfechos, mientras que el matrimonio anfitrión intercambiaba una mirada. No sabían si reír o preocuparse por la mente de los presentes.

– ¿De cuánto estás? – se interesó, Newen, mientras se sentaba en el brazo del sofá, junto a Alyn.

– De cinco meses.

– Joder, pero si parece que estás a punto de parir.

– Es lo que tiene que sean mellizos, Ryan.

– ¿Has visto? – susurró, el ojiverde, para que solo su chica lo escuchara –. Aún recuerdo cuando tú tenías esa preciosa barriga –. Alyn lo observó, confusa.

– ¿Qué me quieres decir con eso? – cuestionó en el mismo tono.

– Que la echo de menos – respondió al tiempo que pasaba su dedo índice por el abdomen de la ojiazul –. Y que tal vez...

– No – lo cortó.

– Pero...

– Cuando tú cargues un bebé por nueve meses y después lo saques por un lugar estrecho y doloroso... entonces hablaremos sobre tener otro hijo.

– Amor... –. El timbre lo interrumpió, poniendo la excusa perfecta para que su esposa se pusiera en pie y huyera de aquella conversación que ya habían tenido más veces –. Esto no termina aquí.

– Yo creo que sí – contestó mientras se alejaba.

– ¿Estáis pensando en tener otro bebé? – le preguntó Max con una cerveza en la mano que nadie supo en qué momento había aparecido.

– Yo sí, ella no.

La huida de aquella disputa no le salió tan bien como creía, ya que al llegar a la entrada supo que le esperaba presenciar una aún mayor. No hizo falta abrir la puerta para saber quienes aguardaban detrás de ella, se los escuchaba a través. Los mellizos, en una acalorada discusión, entraron en el recibidor un segundo después, destrozando la calma. Detrás de ellos sus parejas e hijos los observaban con indiferencia. Ya se habían acostumbrado.

– ¿Por qué discuten esta vez? – interrogó Alyn a Jay, el marido de Hailey.

– Porque se han comprado un coche nuevo.

– Y es el mismo, ¿no?

– Y del mismo color – matizó, Ailén, la mujer de Hayden.

– No sé cómo se lo hacen, aún sigue siendo un misterio – admitió mirando a ambos hermanos. Las parejas de estos compartieron una mirada antes de estallar en una carcajada que confundió a la anfitriona.

– Esta vez ha sido cosa nuestra – admitió el hombre –. Cuando ellos decidieron comprar un coche, coincidiendo en ello, nos pusimos de acuerdo para provocar que escogieran el mismo modelo y color.

– A veces nos gusta verlos discutir, es gracioso – se excusó la mujer, con una sonrisa divertida.

– ¡Encima, tengo derecho a acusarte, me robaste a mi hijo! – exclamó antes de adentrarse al salón.

– ¡¿Robarte?! ¡No huyas y explica eso! – le respondió, Hailey, siguiéndolo.

– Oh, esto se va a poner interesante – aseguró, Jay.

– ¿Por qué no vais con Elara y el resto en lo que los papis se tranquilizan? – les cuestionó Alyn a los cuatro hijos, dos de cada matrimonio –. Están en el jardín. ¿Los lleváis vosotros? – se dirigió a los dos mayores. Estos asintieron antes de llevarse a sus hermanos pequeños al exterior.

– ¡Yo escogí el nombre antes!

El panorama era digno de fotografiar. Sentados en el sofá con cervezas y una bolsa de patatas que Newen había abierto expresamente para la ocasión, se encontraban todos los invitados, mientras las parejas de los mellizos los observaban desde el umbral junto a Alyn. Ambos pelinegros (o al menos por el momento, ya que seguían cambiando de look con regularidad) se hallaban en el centro.

– ¡Eso no es cierto, yo lo tenía claro desde meses atrás! – rebatió Hayden, gesticulando con las manos.

– ¡Por favor, supéralo ya! ¡No te robé el nombre de tu hijo, la mía nació antes! ¡Tú me lo copiaste!

– ¡Nació un puto minuto antes!

– Bueno –, se encogió de hombros –, pero mi hija es del trece y el tuyo del catorce, así que es mayor.

– ¡Lo superaré cuando admitas que me copiaste el nombre! – la acusó de nuevo.

Finalmente, Jay, Ailén y Alyn tomaron asiento. Esta última en las piernas de Newen. Todos eran conscientes de que las discusiones de ambos hermanos podían durar minutos, a veces hasta una hora. Mientras los adultos se entretenían con el show, los niños correteaban por ese gran jardín. El matrimonio había puesto un tobogán y unos columpios para que sus hijos, y los de los demás cuando vinieran de visita, se divirtieran.

Daren jugaba en el tobogán con Alex (hija de Hailey) y Julen, el pequeño de Hayden. Elara jugaba al escondite con Harley, Charlie, Bruno y Alex (hijo de Hayden). Era el turno de que la parara la mayor, Harley, por lo que los demás se fueron a esconder. Alex llevaba de la mano a su primo, mientras que Elara corría para subir las escaleras que llegaban al porche trasero. Tenía el escondite perfecto: debajo de la mesa auxiliar exterior.

No fue buena idea.

Al intentar internarse debajo, su espalda golpeó el mueble, causando que aquello que se encontraba encima se desestabilizara hasta caer y rodar. Cuando impactó contra el suelo, un sonido agudo y estridente congeló el ambiente. La pequeña ojiverde salió de su escondite y vio el jarrón hecho añicos. No pasó ni un segundo cuando los demás se acercaron y rodearon el lugar.

– ¿Ha pasado algo? – una voz femenina preguntó detrás de ellos, causando que todos se dieran la vuelta de golpe, ocultando el destrozo con sus cuerpos. Alyn los miraba confusos y preocupada.

– No – se adelantó a contestar Harley, asumiendo el papel de la mayor, por más que solo tuviera siete años –. Solo estábamos decidiendo quién la pillaba ahora.

– Pero nadie quiere y hemos discutido un poquito – añadió Alex (hija de Hailey). Ambos mintiendo. El rostro de Alyn se relajó.

– Está bien – asintió –. Pero nada de esconderse por el porche. En el jardín.

Todos los niños, o al menos los que eran más mayores y eran más consciente de lo que sucedía, asintieron frenéticamente con la cabeza. La mujer volvió sobre sus pasos, dejándolos solos de nuevo. Una vez desapareció volvieron a mirar los trozos esparcidos. Harley apartó a su hermano pequeño, Charlie, de ellos. Al igual que Elara lo hizo con Daren, Alex con Bruno, y el otro Alex con Julen.

– Lo siento – se disculpó, la medio inuit, con ganas de llorar.

– No pasa nada, Ela – la consoló Harley –. Encontraremos la manera de que no se den cuenta.

– Hay que esconderlo – acotó, Alex (hijo de Hayden), mientras se agachaba a coger los trocitos. Su prima Alex se puso a su lado para ayudarlo.

– ¿Dónde? – cuestionó Charlie.

Las pequeñas cabezas empezaron a mirar alrededor, pero no encontraron un lugar adecuado, ya que en cualquiera terminarían encontrándolo. Elara empezó a sentirse culpable y sorbió por la nariz evitando llorar. Daren la abrazó con ternura. Debían lograr un buen escondite.

– ¿Qué ha ocurrido? – se interesó, Newen, al ver a su chica llegar de nuevo al salón donde, por suerte, la discusión entre los mellizos por fin había llegado a su fin y ahora conversaban todos en el sofá y sillones –. ¿Están bien?

– Solo una pequeña discusión por quién la paraba.

Justo en aquel momento el timbre sonó de nuevo, avisando de que acababan de llegar otro de los invitados. Ya solo faltaban las hermanas de ambos, Lorie y Peter. Ambos se acercaron a la vez, dispuesto a recibirlos juntos. Newen la rodeaba con un brazo por la cintura mientras ella se encargaba de abrir.

– ¡Hermanita! – fue lo primero que se escuchó antes de que la castaña sintiera como unos brazos la asfixiaban en un intenso abrazo –. ¡Como te he echado de menos!

– Necesito aire – se quejó.

– Nena, suéltala antes de que la mates – le pidió su novio. Esta la soltó antes de lanzarse a los brazos de su cuñado, quien seguía recibiendo miradas coquetas de ella. Siempre dijo que Ethan era de buen ver y nunca dejaría de pensar aquello.

Fue ese el momento en que la mayor clavó los ojos azules y serios en el chico que esperaba apoyado en el umbral de la puerta con unas gafas de sol puestas. Se las bajó levemente por el puente de la nariz para devolverle la mirada. Sonrió con picardía y ella intentó con todas sus fuerzas no corresponder.

– Cuñada – la saludó.

– Lorie.

El nombrado se enderezó y atrapó la muñeca de la chica a tiempo para tirar de ella y abrazarla. El mejor amigo de su mejor amigo la rodeó por los hombros, por lo que ella enrolló sus brazos por el torso. La retuvo unos segundos antes de dejarla ir.

– Espero que la estés cuidando – le advirtió en tono amenazador, pero con una encantadora sonrisa en el rostro. El aludido miró a Lena, que parloteaba con Newen de alguno de sus últimos diseños de vestidos que iban a salir en su próxima pasarela.

– Lo hago – afirmó.

Tras los saludos, felicitaciones y la efusiva charla de ropa de Lena a Alyn en la entrada, pasaron junto con el resto.

– ¡Han llegado los famosos! – gritó Max.

– Cariño, tú también eres reconocido – le recordó, Harriet.

– No me compares a un jugador profesional de fútbol americano y a una diseñadora de moda internacional, con un músico de un grupo conocido de Nueva York.

Touché.

Con tan solo dar un paso dentro de aquella estancia, dos miradas conectaron. Sus ojos se miraron con intensidad, sin poder retener todo lo que estaban sintiendo. La distancia empezó a sobrar cuando uno de ellos se puso en pie y dejó la lata de cerveza sobre la mesa auxiliar. Entonces no se pudieron contener más.

– ¡Amor mío! – gritó, Ryan, corriendo hacia él.

– ¡Mi vida! – correspondió Lorie antes de abrazarse con intensidad. Un minuto después tomaron el rostro del otro entre sus manos –. Te he echado tanto de menos, cariño.

– Y yo a ti, amor.

Alyn se acercó sigilosa a Lena.

– ¿No vas a decir nada? – le cuestionó. Esta simplemente la miró de soslayo antes de seguir admirando a esos dos hombres y se encogió de hombros.

– Soy la amante, siempre lo he sabido.

Ambas se rieron. Lena llevaba un año junto a Lorie y aunque hacía poco que se supo públicamente, ya llevaba años conociéndolo como para saber como era él. Sobre todo, como era la relación con Ryan, quién se había convertido en uno de sus mejores amigos y con el que hacían ver que se amaban.

– ¿Y los canijos? – preguntó, Lorie, volviendo con su pareja, tras terminar de profesarle su amor a Ryan. Le rodeó la cintura con un brazo –. Tengo ganas de ver cómo han crecido esos monstruos.

– No los llames monstruos – le pidió, Alyn.

– ¿Prefieres fetos?

– ¡Ves! – exclamó Harriet, consiguiendo que Newen pusiera los ojos en blanco antes de contestar.

– Están todos en el jardín, han salido a jugar al escondite.

Lorie asintió y tiró del cuerpo de su chica para acercarla a él y plantar un largo y profundo beso en sus labios que solo fue cortado por una advertencia de Alyn. Riendo, los dejó dentro y se dirigió a la puerta trasera que daba hacia el jardín. No habló, ni siquiera tuvo tiempo para hacerlo, ya que lo primero que vio fue a los dos Alex y Harley agachados recogiendo trocitos de algo. Después se fijó en que Elara y Charlie los observaban, mientras Bruno, Daren y Julen jugaban con unos juguetes en los sofás.

– ¡Os pillé! – exclamó pillando a todos por sorpresa.

Cada uno de ellos se quedó congelado mirándolo, a diferencia de Elara quien paseaba la mirada desde los escombros a él. Finalmente, dio un paso hacia adelante, pillando por sorpresa a Lorie, ya que se paró delante de él con la cabeza gacha. Se acuclilló para escucharla.

– Ha sido mi culpa – confesó con voz débil –. Lo siento –. Se frotó el ojo antes de alzar la mirada hacia él –. Por favor, ¿puedes ayudarnos?

Aquella niña tan pequeña, tan alocada y tan preciosa le había robado el corazón desde el día que la vio en la cuna del hospital. Era una de sus amores. Y en esos momentos se veía tan arrepentida y tan apenada que le causó hasta ternura.

– Pues claro – aseguró sin dudar, logrando que la mirada verde de Elara se iluminara –. Por algo soy tu tío favorito –. La castaña se lanzó a sus brazos mientras le agradecía y le admitía que era al que más quería, aunque todos sabían que siempre sería en segundo lugar, ya que Steve ocupaba el primero –. Dadme eso antes de que os cortéis.

Harley y ambos Alex le dieron todos los trozos del jarrón. Tras pedirles a los niños que se llevaran a los más pequeños a los juegos del jardín y que ellos se mantuvieran a una distancia prudencial, extendió las manos delante y las abrió, dejando caer todos los pedazos de nuevo al suelo, sobre el mismo lugar. Un sonido, aún más fuerte, resonó y supo que se había escuchado en el interior.

Alyn traspasó la puerta con la respiración jadeante, como si hubiese corrido los pocos metros que separaban el salón del porche trasero. Detrás de ella, Newen y el resto salió para buscar con la mirada a sus hijos y asegurarse de que se encontraban bien. Así era. Una vez comprobaron eso, sus ojos cayeron en él. La castaña anfitriona paseó con lentitud su mirada, primero al suelo donde estaba el jarrón completamente destrozado, después a la mesa donde antes descansaba y en la que el chico había apoyado el pie en la pata, y finalmente subió hasta él. 

Lena surgió desde la espalda de su hermana e hizo el mismo recorrido con sus orbes castaños, aunque con más rapidez. Sin embargo, una vez miró a su novio, entrecerró los ojos antes de desviarlos hacia los niños, mirándolos uno a uno hasta que la encontró. Elara miraba la escena desde detrás del tobogán, con sus ojitos de cervatillo. Y lo supo. No había sido él, sino ella.

– Ups – fue lo primero que dijo el chico hacia Alyn –. Lo siento – se disculpó –. Le he dado sin querer con el pie – mintió sin apartar la mirada de ella –. Te compraría otro o te lo pagarías, pero... –, miró el desastre en el suelo –, creo que hasta te he hecho un favor. Era horrible.

– ¿Me estás vacilando?

– Vale, perdón –, levantó las manos en son de paz –, ha sido un accidente, de verdad. Yo lo recojo.

Sin esperar a que nadie añadiera nada más se agachó para empezar a recoger. Todos volvieron al interior, Alyn para ir a por una escoba para barrer aquellos pedazos tan pequeños que no se vieran. La única que no abandonó el lugar fue Lena, quién se acuclilló a su lado y lo ayudó.

– Mientes de maravilla.

– ¿Qué?

– Te conozco, Lorie –. Se miraron, ella con una sonrisa –. Sé cuando mientes y esta vez lo has hecho. Ha sido Elara, ¿verdad? –. Este buscó a la pequeña y la encontró apenada en el mismo lugar que antes.

– No sé de qué me estás hablando – se hizo el desentendido y continuó con su tarea, casi terminada.

Lena se quedó quieta mirándolo y no pudo resistirlo, se acercó y dejó un suave beso en su mejilla.

– Te quiero – susurró antes de ponerse en pie, acariciar su pelo con su mano libre y volver dentro.

Lorie no puedo evitar que sus labios también se curvaran mientras se levantaba. Se giró a ver por última vez a la pequeña ojiverde y le guiñó un ojo en la distancia antes de entrar.

"Una mentira no siempre hace daño", pensó.

No dio tiempo a que Alyn le echara la bronca a Lorie, ya que el timbre volvió a reclamar su presencia y él aprovechó aquella distracción para escabullirse y sumergirse en alguna conversación. Cuando la castaña abrió, su rostro dejó de mostrarse crispado para formar una amplia sonrisa.

– Peter – murmuró antes de que este abriera sus brazos y ella no tardara ni un segundo en hundirse en ellos. Se abrazaron por minutos que se antojaron segundos antes de que un carraspeo los separara.

– ¿A mí no me saludas? – preguntó la chica a su lado.

– Hola, Siara – respondió antes de envolverla en sus brazos también. Al separarse bajó su mano hasta el vientre de esta, menos pronunciado que el de la rubia –. ¿Cómo te encuentras?

– El primer trimestre ha sido duro, pero cada vez mejor.

– ¿De cuánto estás? – cuestionó mientras se adentraban a la casa.

– De tres meses, una semana y dos días – respondió Peter por ella, causando una mirada divertida en ambas chicas.

– Veo que alguien está impaciente.

– Quiero ser padre – se excusó, logrando que soltaran un "ooh" conjunto, enternecidas. Rodó los ojos con la intención de seguir argumentando su postura, pero nunca llegó a hacerlo, ya que unos brazos rodeando su torso por detrás le quitaron el habla.

– Pero mira quién ha llegado – murmuró la dulce y seductora voz de Lena –. Mi chico favorito –. Sus manos acariciaron el abdomen de este. Siara observó a su marido intentando contener una risa ante su cara de incomodidad –. Qué guapo estás hoy – lo halagó posicionándose delante –. Bueno, tú siempre estás guapo, debe ser belleza natural – siguió coqueteando mientras pasaba sus brazos por el cuello de Peter y este se quedaba quieto –. ¿No me vas a dar dos besos?

El castaño buscó con la mirada una vía de escape. Su mujer lo había abandonado y alejado hasta sentarse a conversar sobre el embarazo y demás con Alyn, Harriet y los mellizos, con sus respectivas parejas. Dadas las circunstancias buscó a la de la chica, encontrándolo a menos de dos metros, sentado en el sofá y observándolos con tranquilidad.

– ¿A ti no te importa que ligue conmigo? – le cuestionó, Peter. Lena observó a su novio por encima de su hombro y este le dedicó una sonrisa.

– Es libre de coquetear con quién quiera – respondió dejando asombrado al futuro padre –. Total, al final del día termina en mi cama.

Lena besó la nariz de Peter, causando que este tragara con dificultad antes de ver como la chica caminaba hacia Lorie, dejándose caer a su lado y siendo rodeada por su brazo. Apoyó una mano en su pecho y este le prestó toda su atención. Entonces el castaño vio la mirada que Lorie tenía, todo lo que mostraba.

– Y no solo de manera sexual – completó la chica, logrando una sonrisa tierna en el rostro de su chico. Cuando ambos se acercaron lo suficiente para que sus labios se encontraran, Peter supo que era momento de alejarse. Dejó a la parejita y se internó en la conversación que tenían Ethan y Ryan.

✩ ✩ ✩

Habían trascurrido cuarenta y cinco minutos desde que el matrimonio Moore había llegado y aún no había ni rastro de Emily. La comida estaba completamente lista y los niños correteaban de un lado a otro demandando alimento. Querían esperarla, pero a ese ritmo terminarían acabándose todo el arsenal de cervezas que había comprado Newen el día anterior.

Incluso había dado tiempo a que Kai y Steve llamaran para felicitar al castaño. Debido a su mudanza, siete años atrás, a Suiza, tras el puesto que le ofrecieron al rubio, habían pasado de verse casi todos los días a tan solo en las fiestas navideñas y alguna semana en vacaciones. Establecieron que en los cumpleaños servía con una llamada, por ello estuvieron media hora con ellos al teléfono.

– Mami, tengo hambre – le dijo Elara, desde las piernas de su tía.

– ¡Hambe! – gritó, pronunciando mal, Daren.

– Yo también hambe – se añadió, Lorie, quejándose como un bebé. Alyn lo miró con una ceja arqueada. Pero no había terminado el dramatismo, ya que apoyándose en su hombro, Ryan formó un puchero.

– Y yo.

– Cariño –, la castaña se giró hacia su marido –, de verdad que me encantaría esperar a tu hermana para comer, pero los niños ya están hambrientos y los bebés que tenemos como amigos también –. Se escuchó dos quejas masculinas que ambos ignoraron.

– Está bien, amor – aceptó –. Que se una cuando llegue.

Este dejó un casto beso en la frente de su chica antes de que esta movilizara a todo el mundo hacia el comedor. En él reinaba una mesa larga y amplía a la que se había añadido la pequeña, que en realidad se situaba en la cocina, donde todos se sentaron. Adultos en una zona, niños en otra. Exceptuando Daren, quien descansaba en las piernas de su padre. Alyn desapareció en la cocina junto con Lena, Jay y Hayden, para sacar los platos.

Entonces sonó.

– Voy yo – se ofreció, Peter, al ver que Ethan tenía a su hijo encima y que Alyn estaba ocupada.

– Esa debe ser la tita Emily – escuchó como el ojiverde le hablaba a Daren.

Mientras Emily era recibida por Peter, Alyn junto a sus ayudantes sacaron las fuentes con la comida y las fueron colocando según el orden que la castaña les decía. Una vez todo estuvo puesto en su lugar, sonrió satisfecha.

– Buenas – saludó la pequeña Brown adentrándose a la estancia seguida por Peter –. Siento el retraso, pero tengo un motivo –. Su hermano y su cuñada, quien se había apoyado en la silla de este, esperaron a que continuara. El castaño que le había abierto la puerta sacó a Daren de los brazos de su padre y jugó con él –. Tengo una sorpresa.

Aquella frase, aquella maldita frase que arrastraba un recuerdo y un trauma desde años atrás.

– ¡¿Qué has hecho, Ethan?! – preguntó, Alyn, girándose hacia el nombrado de golpe.

– No he hecho nada, lo prometo – aseguró, levantando sus manos con inocencia.

– La última vez que tu hermana dijo que tenía una sorpresa terminamos mal.

– No, no – se apresuró a intervenir la mencionada –. No es nada malo, mucho menos que mi hermano haya tenido que ver –. Sonrió ampliamente –. Esto es solo obra mía –. Todos los presentes la miraban confusa, sobre todo el matrimonio –. Felicidades, hermanito.

Esa fue la señal. La puerta del comedor se abrió de golpe y aparecieron ellos.

Kai y Steve.

Los cuatro se quedaron congelados, compartiendo una mirada, hasta que la castaña al fin reaccionó y, sin poder impedir que sus ojos se llenaran de lágrimas, soltó un sollozo. El resto sucedió demasiado rápido. Alyn corrió hacia Steve. Kai corrió hacia Ethan. Dos abrazos que lo significaron todo para ellos. Solo habían pasado cuatro meses desde que se vieron por última vez, pero era demasiado para lo importantes que eran en sus vidas.

– ¡TÍO LORIE! – una aguda y dulce voz se alzó por encima de los sollozos.

Una pequeña niña rubia y de ojitos grisáceos correteó hasta su tío, quien la levantó por los aires antes de apresarla en sus brazos. No podía negar que había extrañado a aquella cría que amaba como si fuera su propia hija. La hija de sus dos mejores amigos.

– Mi princesa – murmuró al tiempo que se sentaba en la silla sin dejar de observarla. Había crecido tanto en tan poco tiempo, pero era lo que tenía tener solo dos añitos –. Como te he echado de menos.

– Y yo – respondió ella. Lena, a su lado, la miró con una sonrisa, pero esta borró la suya y abrazó de nuevo al chico sin apartar la vista –. Es mío.

Ambos adultos rieron sin poder evitarlo, por más que Liesel lo dijera completamente en serio. Lena no podía dejar de sonreír ante la escena que tenía delante, y no solo por su hermana y cuñado junto con unas de las personas que más les importaban; sino también por esa preciosidad en brazos de su novio.

– ¿Has visto que bien me queda? – murmuró Lorie en su dirección. Con una sola mirada bastó para que supiera a qué se refería. El miedo la atravesó.

– No, Lorie – negó. Este la miró con un puchero –. No quiero pensar en hijos todavía, es muy pronto – se sinceró, consiguiendo que este hiciera una mueca, pero asintiera, consciente de que tenía razón –. De momento me conformo con estos niños maravillosos – sentenció mirando a Liesel y a Elara, sentada a su lado.

El abrazo que ambos mejores amigos compartían seguía sin romperse. Steve cargaba a Alyn, quién no dudó en rodear la cadera del rubio con sus piernas. Mientras, al otro lado de la habitación, Kai se aferraba al torso de Newen, quién la apretaba con fuerza. Estos dos fueron los primeros en tomar distancia.

– Te he echado de menos – murmuró el chico.

– Y yo a ti.

– ¿Por qué no nos dijisteis que veníais? Habéis hasta fingido la llamada.

– Fue idea de tu hermana –. Ambos miraron a la mencionada y el mayor asintió a modo de agradecimiento. Ella sonrió en respuesta –. Queríamos ser tu regalo de cumpleaños, aunque obviamente hay otro. Y bueno, también es un poco para Alyn.

Cuando observaron en su dirección, esta se encontraba siendo bajada por el rubio, pero mantuvieron la cercanía. Sus ojos, al igual que los de la azabache, se encontraban llenos de lágrimas. Steve era una de las personas más importantes de su vida y tras tener que soportar tenerlo lejos la mayoría de tiempo durante el año, ahora lo tenía con ella.

– Te quiero – confesó la chica.

– Y yo a ti, pequeña.

Dejó un suave beso en su frente, ante lo que Alyn cerró los ojos y formó una sonrisa. Después el chico le indicó que debía saludar al cumpleañero y que ella debería ir con Kai, por lo que se giraron y clavaron la mirada en aquellos dos.

Una pareja de mejores amigos observó a la otra y todo lo vivido les recorrió de pies a cabeza.

Las primeras en acercarse fueron las chicas, dejando que ellos se encontraran poco después junto a la mesa. Se miraron a los ojos durante instantes eternos y no pudieron evitar sonreírse entre lágrimas.

– Señora Brown – saludó, Kai.

– Señora Jones – saludó, Alyn.

Un segundo después se encontraban unidas en un abrazo. La distancia a veces dolía demasiado y un reencuentro lo significaba todo y más. 

Kai y Steve habían logrado formar su vida en Suiza, dónde ella era tasadora profesional de antigüedades y el rubio, que tiempo atrás aceptó la oferta, consiguió un trabajo de físico en el CERN, ahí ahora era un científico con varios estudios e investigaciones reconocidas. Y con ellos, su pequeña Liesel, que había sacado lo mejor de ambos.

Un grito reverberó por todo el comedor sacando a cada una de las personas de sus burbujas. Las miradas cayeron en el culpable, el pequeño Daren, sobre los brazos de Peter, se retorcía en dirección a un rubio. Steve sonrió y, asombrado, se acercó al pequeño, que el castaño le ofreció encantado.

– Pero cuánto has crecido, pequeñín – murmuró abrazándolo antes de sentir como su mujer posaba una mano en su hombro –. ¿Has visto que mayor está? –. Tulok rio, encantador.

– Hola, mi amor – comentó la morena al arrebatar al niño de sus brazos.

– ¡Tío Steve! – otro chillido resonó a sus espaldas y al girarse no le dio tiempo a procesar nada cuando un cuerpo diminuto se estrelló contras sus piernas, abrazándolas.

Vio una cabellera castaña alborotada y supo inmediatamente de quién se trataba. Aquella niñita que fue la primera en llegar a la vida de los cuatro chicos y que se robó desde el día uno el amor de todos. La alzó en sus brazos antes de girar con ella y levantarla por los aires. Elara reía y soltaba gritos divirtiéndose. Al bajarla, la niña se aferró a él abrazándolo. 

– Mi niñita, que grande estás – comentó. Mirando a Kai, añadió –: No quiero que crezcan más.

– Liesel también se hace mayor.

– Ella también está en el pack.

– No se puede, tío Steve – le recordó la pequeña apartándose de su cuello para mirarlo al rostro. Sonrieron ambos –. Tomo mucha leche y como mucho para poder crecer. Mami dice que es muy importante – explicó orgullosa.

Daren jugaba con el pelo de Kai mientras esta le hablaba y él contestaba feliz. Elara tomaba el rostro del rubio y hablaba y hablaba sin parar. Eran tan parecidos a sus padres: amables, explosivos y alocados. Ambos adultos los observaban y hablaban con ellos con una sonrisa bobalicona. Los querían tanto, aunque no fueran sus propios hijos.

Aquella imagen de sus mejores amigos con sus niños, emocionó al matrimonio Brown, que los observaba desde la distancia. Al menos eso hacían antes de que Newen encontrara a Liesel con la mirada. Dejó a su mujer aún ensimismada con la escena y caminó hacia la mesa, donde Lorie mantenía a la rubia sobre sus piernas. Esta observaba a Lena con mala cara y eso le causó gracia cuando se agachó a su lado, llamando la atención del jugador de fútbol americano.

– ¿No hay un abrazo para mí? – preguntó haciéndose el dolido y logrando que la pequeña Jones girara su rostro hacia él.

Sus ojitos se agrandaron de golpe y en menos de un segundo un chillido volvió a hacerse presente mientras se libraba de los brazos de Lorie y se lanzaba al cuello de Newen. Este cerró los ojos y la abrazó contra su cuerpo, sin apretar mucho para no hacerle daño. Al separarse, Liesel dejó besitos por todo el rostro de su tío y este rio encantado.

– Mi chiquitita, como te he extrañado.

– Y yo.

Newen dejó un beso en la naricita de la pequeña y esta sonrió tiernamente antes de ver quién se encontraba a las espaldas del chico. Se estiró por encima del hombro del castaño, convirtiéndose en un saco de patatas, pero solo con la intención de alcanzar a la chica. Al girarse, Newen pudo ver que Liesel estaba intentando llegar hacia su esposa, que se había acercado.

– ¡Tía Alyyyyyyyn! – gritó dejando sordo al marido de la nombrada. Parecía una culebrilla retorciéndose en su hombro, por lo que la dejó ir a los brazos de la castaña.

– Pero si es mi rubia favorita – comentó Alyn abrazándola –. No se lo digas a tu padre o se enfadará, es un secreto entre tú y yo, ¿vale? – añadió en un susurro al separarse.

– Sí – aceptó Liesel, mientras asentía con la cabeza con efusividad.

– Gracias por robarme a mi ahijada – gruñó Lorie causando que el matrimonio se girara a verlo. Lena estaba apoyada en su hombro y formaba una sonrisa divertida mientras lo observaba.

– ¿Perdón? – cuestionó Newen –. ¿Tu ahijada? –. Él asintió –. No es tu ahijada, yo soy su padrino.

– Eso no es cierto.

– Sí lo es.

– No tienes pruebas – argumentó cruzándose de brazos. Las dos hermanas los miraban con una sonrisa burlona, estaban disfrutando.

– La ceremonia con sus respectivas fotos pueden demostrarlo.

– Eso no ha ocurrido, te lo estás inventando –. Lorie formó una sonrisa que Newen intentó que no se le contagiara –. Liesel y yo nacimos el mismo día y mes, con eso es suficiente para ser su padrino.

– Si a ti te hace ilusión verlo así – se limitó a decir, cerrando el debate.

– Ves, nena, así se gana una discusión – añadió mirando a su novia.

Esta rio antes de acercarse y posar sus labios sobre los de él, causando que el matrimonio, sobre todo Alyn, apartara la mirada y volviera a centrarse en la pequeña rubia en sus brazos. Esta le dejó un beso en la mejilla y la castaña se derritió. Newen se acercó y dejó otro para cada una en sus melenas. Ambos observaron a la pequeña que les hablaba, de forma compleja debido a su edad, de una corona de flores que había hecho. La querían tanto, como si fuera una hija más.

– ¡A comer! – gritó Hailey, poniendo orden, ya que los demás niños volvieron a quejarse del hambre.

Así, terminaron más apelotonados, pero comiendo todos juntos la descomunal cantidad de comida que habían preparado Alyn y Ethan.

✩ ✩ ✩

Newen presidía la mesa. Ante él un pastel. A su lado, su mujer Alyn y sus dos hijos. A su alrededor todos sus amigos y allegados. Kai y Steve, su hija. Bajó la mirada mientras los escuchaba cantar y pensó en un deseo que pedir. Sin embargo, no encontró ninguno. Tenía todo lo que deseaba con él.

Volvió a observarlos, uno a uno. Se sintió orgulloso.

Se sintió afortunado de la familia que habían creado. 

Juntos.

—————
B-bue-buenaaaas!!

Pues hemos llegado al final...😭
No me puedo creer que esté escribiendo esto.

Tras este larguísimo y detallado segundo epílogo, toca despedirnos de ellos para siempre. Han pasado ocho años desde el cap anterior a este y hemos visto cómo les ha tratado la vida a cada uno de los personajes. Y, no podemos negar, que los años les han ido increíblemente bien. Trabajan de lo que desean, viven donde han soñado y han creado una familia, repleta de niños cabe destacar.

Me hace muy feliz releer este epílogo y ver cómo mis niños se han hecho adulto, aunque me cuesta mucho concebirlos como padres, la verdad. Ahora, es momento de soltarlos, dejarlos vivir solos, porque sé que les irá de maravilla🥹❤️

Solo puedo decirles: GRACIAS💜 Por dejarme ser vuestra narradora, contar la historia de vuestro amor y de la vida de esos secundarios que, sin ellos, nada habría sido igual. Muchas gracias

Y gracias a vosotras, lectoras, por haberles dado una oportunidad y haberlos acompañado durante esos meses en los que han transcurrido ambas historias de amor🤍

Ahora, solo me queda añadir:
¿Qué os ha parecido el epílogo? ¿Alguna lagrimita? ¿Felices o tristes? ¿Os gusta el final de cada uno? Y... sobre todo... ¡¿LENA Y LORIE JUNTOS?!

Pd: Este epílogo os lo cuelgo hoy como regalito de Reyes (para quien lo celebre y/o sepa de que se trata)😉

Os leo y... gracias🥰

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