Capítulo 47

Echamos a perder todas las
historias de amor intentando
que duren para siempre.
Oscar Wilde

El teléfono descansaba sobre su mano abierta y lo observaba, indecisa. Podía llamarlo, pero ya lo había hecho varios minutos atrás y la envió al contestador. Había dejado un mensaje de voz con lo que él necesitaba saber y creyó que era suficiente cuando vio que estaba en escasez de cobertura. Guardó el aparato en su bolsillo y alzó la vista.

Tahe.

Aquel pueblo pequeño y blanquecino en el que Ethan había nacido, al que una parte de él pertenecía y en el que se encontraba en esos mismos momentos.

Fue consciente de la locura que estaba cometiendo desde que se levantó del sofá, con Kai aún a su lado, y decidió llamar al aeropuerto para reservar un asiento en el próximo avión. Hizo una pequeña maleta llena de ropa de abrigo e ignoró todas las palabras de advertencia de su mejor amigo.

Una hora y cuarenta minutos hasta el aeropuerto, un vuelo de diez horas con una escala en medio, un bus, dos trenes y otro bus más hasta llegar a la entrada de ese pueblo. El cartel le daba la bienvenida y ella se sentía desfallecer, sin haber dormido desde esa mañana, pero sintiendo que no lo hacía desde hace siglos.

Helada hasta la médula, tomó el asa de su maleta y la arrastró por esa nieve espesa con determinación. Debía encontrar algún lugar o a alguien a quien preguntar. La voz de Kai se repetía en su mente:

– Cuando llegues allí pregunta por la casa de la familia de Nanu – le aconsejó mientras Steve las miraba mal a ambas desde un par de metros de distancia –. Al ser un pueblo pequeño, todos se conocen.

Por suerte no tardó mucho en localizar un local que aún mantenía las luces encendidas, este se encontraba en la que, más tarde, descubrirá que era la calle principal. Mandó un agradecimiento al cielo antes de apresurarse a entrar. La temperatura no es que fuera mucho más elevada, pero agradeció aquel pequeño pellizco de calor.

Ni siquiera se paró a mirar la decoración, se situó en la barra e intentó llamar la atención de la persona que se encontraba recostado en el interior de esta con un gorro de lana coronando su cabeza. Este no notó su presencia hasta un minuto después y una vez la vio sonrió con simpatía y se acercó.

Alyn lo observó con interés. Un chico que debía rondar su edad, con una sonrisa bonita y una mirada castaña brillante. El pelo que lograba escapar de su gorro también era castaño y, no podía negar, ya que todo el mundo tiene ojos, de que era bastante atractivo.

Sin embargo...

Aluu – habló aquel chico sin nombre causando que la chica frunciera el ceño.

– ¿Qué?

– Oh –. El castaño sonrió con más amplitud –. ¿Estadounidense? – preguntó. Alyn asintió, confusa –. Entonces, hola – saludó con simpatía, pero al ver que la chica estaba un poco perdida aclaró –: Aluu significa hola.

– Ah – comprendió ella y rio con nerviosismo –. Hola – saludó de vuelta notando lo estúpida que estaba pareciendo –. Yo...

– ¿Querías cenar algo?

– No, no – negó, aunque su estómago rugió en respuesta. El chico rio. No había comido nada aparte de unas asquerosas barritas de proteínas del aeropuerto y una Coca-Cola –. Yo, necesitaba...

Sin embargo, ella solo tenía a una persona en mente.

– Necesito saber dónde se encuentra la casa de la familia de Nanu – informó sin que la voz le temblara. El chico la miró con atención –. Soy una amiga de la familia.

El castaño era consciente de que podría estar mintiéndole perfectamente y que sus intenciones no fueran buenas, pero vio algo en la mirada de aquella chica. Tal vez sinceridad, bondad o... desesperación. Fuera lo que fuera, tomó un papel de donde hacía sus comandas y dibujó un pequeño mapa con una raya que indicaba el camino que debía seguir. Una vez terminado se lo tendió.

– Gracias – agradeció al mismo tiempo que se dejaba guiar por un impulso y, por encima de la barra, lo abrazó –. De verdad, muchas gracias – repitió mientras caminaba de espaldas hacia la puerta.

– Espero volverte a ver. Buena suerte.

Se sonrieron una última vez antes de que la chica abandonara aquel restaurante. Se fijó en el mapa que tenía entre sus manos y sintió que copos de nieve caían sobre él. Si no se daba prisa terminarían mojando el papel antes de que llegara a su destino. Así que, sin perder más el tiempo, siguió las indicaciones.

Las casas hogareñas y rústicas descansaban esparcidas por la superficie, creando pequeños callejones o alguna calle más larga, pero sin llegar a formar ninguna en sí. Recorrió dos de ellas a la izquierda antes de caminar recto por una leve inclinación. La maleta se le encalló dos veces mientras rodeaba dos casas y tuvo que frenar para tomar aire cuando sintió que las fuerzas le fallaban.

"Ethan me necesita", sonó su voz en su cabeza mientras sus manos descansaban en sus rodillas. "Ethan me necesita, me necesita".

Retomó el camino, que estaba a punto de completar, e intentó pensar en su motivo. Finalmente, dos minutos después, se encontraba delante de una pequeña casa de dos plantas. La madera que la constituía estaba espolvoreada de la blanca nieve y en el porche descansaba un banco que se le hizo muy apetecible.

No obstante, se centró en subir los escalones y plantarse delante de la puerta principal. Alzó la mano con rapidez, dispuesta a llamar, pero frenó. Algo en su interior la frenó. Solo una puerta los separaba. Después de semanas sin verse, lo tenía a menos de cuatro metros.

"¿Estoy preparada?", se preguntó. La respuesta llegó al instante: "Él te necesita en estos momentos, es lo único que importa ahora".

Su mano se movió y tres golpes sonaron contra la madera antigua de aquella casa. Sin embargo, no sucedió lo que ella pensaba que ocurriría. Nadie abrió la puerta, ni aquella vez ni las otras dos que volvió a picar.

– Vamos, Ethan – susurró como si fuera posible que él la escuchara –. Por favor, ábreme.

Nadie respondió a los siguientes golpes.

Kutta – una voz femenina sonó a sus espaldas, asustándola. Alyn saltó en su lugar al tiempo que se daba la vuelta.

En el porche de la casa de enfrente se encontraba una mujer envuelta en ropa de abrigo y una manta que tenía pinta de calentar mucho. La castaña la envidió, ella apenas sentía su cuerpo por el frío.

– Em... Hola – le habló en inglés, esperando que la entendiera.

– Hola – respondió la mujer, y Alyn agradeció internamente –. No están en casa – añadió refiriéndose a la casa de la familia de Ethan. La chica observó esta por encima de su hombro antes de volver la vista a la mujer.

– Me han dicho que... que el... hijo mayor se... se encontraba aquí – tartamudeó, empezando a sentir un intenso frío que le impedía hablar seguidamente.

– No se encuentra en casa ahora mismo.

– ¿Ss... sabe... dónde puedo... encontrarlo?

La mujer, de un pelo negro intenso y unos ojos del mismo color, no debía rondar más de los cincuenta y, si era así, no los aparentaba. Esta la observó con el rostro serio e intenso, lo que puso nerviosa a la joven.

– ¿De parte de quién? – cuestionó. La castaña lo vio coherente, ya que no era algo típico que una desconocida, en un pueblo alejado donde se conocían todos, apareciera de la nada queriendo saber dónde se encontraba un chico.

– Soy... – dudó –, una amiga de E... –, se cortó a sí misma al darse cuenta de que en ese lugar seguramente utilizaba su primer nombre –, Newen –. Se le hizo extraño volver a utilizarlo después de un mes sin nombrarlo –. Me llamo Alyn Stewart.

El rostro de la mujer, que antes mantenía serio y en tensión, con desconfianza, de golpe se relajó, pero la expresión se ensombreció y un velo de tristeza se apoderó de sus ojos.

– Te conozco – murmuró causando que Alyn, sorprendida, bajara los escalones del porche –. Mi hija me ha hablado de ti.

– ¿Su hija?

– Ikiaq.

La sangre de Alyn se congeló y se quedó quieta entre ambas casas. Tenía ante ella a la madre de Ikiaq, la amiga, novia de Ethan y a la que llegó a querer como a una hermana. Tenía delante a la mujer que acababa de perder a su hija por culpa de un cáncer.

– Siento mucho lo que le ha ocurrido – aseguró con la voz rota –. No la conocía, no tuve el placer –. Se acercó un par de pasos –. No le voy a mentir, tampoco he oído hablar mucho de Ikiaq, pero sí he visto todo lo que Newen ha sido capaz de hacer por ella y el amor que le tenía, y debía ser una persona increíble para merecer eso.

– Lo era –. A Alyn se le escaparon varias lágrimas –. Era luz, alegría y fuerza. Empatía y cariño. La luz de nuestros días.

– Y lo seguirá siendo, allá dónde esté.

– Gracias.

– Yo... a mí... –, se le atragantaron las palabras –, me hubiese gustado pedirle perdón... yo no quería...

– Lo sabe – la cortó, pillando por sorpresa a la chica con sus siguientes palabras –: Newen habló con ella antes de su vuelta y ella me lo contó a mí, por eso sé quién eres –. Hubo un corto silencio –. No te odió, ni a él tampoco.

"¿Newen le habló de mí? ¿Qué le contó exactamente?", pensó.

– En el cementerio.

– ¿Cómo? – preguntó, saliendo de sus pensamientos y frunciendo el ceño. La oscuridad apenas hacía que se pudieran ver los rostros, pero juró ver una pequeña mueca difuminada cuando respondió.

– Newen está en el cementerio – repitió –. El entierro ha sido esta tarde. Mi marido y yo hemos sido los últimos en irnos y... él seguía ahí. Aún no ha vuelto.

Había llegado tarde, no lo pudo acompañar mientras se despedía de aquella chica que tanto importó en su vida. No estuvo a su lado como él lo estuvo con ella. Y eso es algo de lo que se culparía siempre. Pero aún estaba a tiempo de ayudarlo. La necesitaba.

– ¿Podría decirme cómo llegar?

Juró ver una leve sonrisa en la mujer antes de asentir. Alyn utilizó su máxima concentración para memorizar cada una de las indicaciones que le daba. Tras terminar, la mujer se puso en pie y le pidió que lo ayudara, antes de mirar al cielo y despedirse. Después se adentró a su casa.

La castaña observó aquella escena con un nudo en el estómago, pero se obligó a recomponerse y a centrarse en su objetivo. Tenía que encontrar a Ethan.

Temió perderse, pero, por suerte, su buena memoria la condujo hasta el lugar adecuado. Las puertas de hierro negro de aquel cementerio la recibieron con un sonido lúgubre. Respiró hondo y cerró los ojos, mentalizándose, antes de cruzar el umbral.

No sabía dónde se encontraba la lápida, ya que aquello no tuvo el valor de preguntárselo a la madre de Ikiaq. Por lo tanto, tuvo que ir arrastrando la maleta por todos los caminos que había. No fue una imagen agradable.

Había lápidas tan antiguas que el polvo se podía apreciar en las zonas que no se encontraban cubiertas de nieve. Otras que se notaban demasiado recientes y estas eran las peores. Aquellas en las que seguro que el dolor aún estaba latente en todas aquellas personas que llegaron a conocerlo o conocerla.

La muerte actuando hacía poco tiempo.

Sus pies dejaron de andar al verla. Una figura humana arrodillada ante una lápida, a varios metros de distancia. Había una escueta niebla que dificultaba la vista, pero Alyn sabía perfectamente de quién se trataba. Podría reconocerlo hasta a kilómetros.

Dejó la maleta en medio del camino que los esperaba, sin importarle qué pudiera ocurrirle. Aunque a esas horas, casi las doce de la noche, pocas personas transitaban en esa zona. Caminó con lentitud hasta que estuvo a un metro de él.

Ethan se hallaba con ambas rodillas en el suelo y su espalda curvada, como si el cuerpo le pesara demasiado como para permanecer de pie, o aunque fuera erguido. Delante suyo un terreno nuevo que poco a poco se cubría de copos de nieve que caían sobre él. Una lápida recién tallada y su mano acariciándola.

A Alyn se le rompió el corazón.

– No es tu culpa – susurró la chica. La reacción de Ethan llegó al instante, sus hombros se tensaron y, aunque ella no lo pudo ver, sus ojos, antes cerrados, se abrieron de golpe –. Y no estás solo –. Se acercó hasta posar una mano en su espalda antes de agacharse a su lado –. Nunca te dejaré pasar por esto solo.

Como si hubiese necesitado su simple contacto para estallar, Ethan soltó un sollozo seguido de las lágrimas, siendo derramadas por sus mejillas. Su cuerpo se sacudió y Alyn no dudó en abrazarlo. Ella tampoco pudo retener el llanto silencioso mientras lo consolaba.

Se aferró a ella, aún si creerse que la tenía entre sus brazos, pero siendo lo único que necesitaba en esos momentos para aliviar un poco todo lo que estaba sintiendo. El dolor profundo atravesando su pecho y la sensación de vacío en su estómago.

– La... la vi – balbuceó entre lágrimas.

– ¿Qué? – preguntó al no haberlo entendido.

– La vi morir – confesó antes de que otro sollozo lo sacudiera y Alyn lo apretara con más fuerza –. La vi morir ante mis ojos, vi como la vida se le iba del cuerpo. Vi como sus labios dejaban salir el último aliento y su pecho se deshinchaba por última vez.

– No te tortures, Ethan – murmuró acariciándole el pelo –. No sé qué se siente verlo con tus propios ojos, pero me puedo imaginar lo horrible que es – confesó –. Pero también me puedo imaginar como lo vio ella.

– ¿Cómo?

– Te vio a ti, a su lado hasta el último momento –. Ambos lloraban sin parar, saliéndoles las palabras entrecortadas –. Supo que se iba con tu presencia y amor al lado, y creo que eso ayudó a que fuera mejor. La ayudaste a irse de una mejor manera, Ethan.

El siguiente gruñido fue un disparo directo al corazón de Alyn, porque era uno cargado de dolor y sufrimiento. En cambio, ella permaneció firme para él. La necesitaba y no pensaba caer, se mantendría lo más entera posible.

Con los minutos las lágrimas de una se fueron secando y los sollozos del otro silenciando, hasta que solo quedaron unas respiraciones pesadas y profundas. Un abrazo y unas caricias. Un apoyo.

– Gracias – susurró el chico, apartándose de la chica con lentitud. Por primera vez desde que se habían reencontrado, se miraron a los ojos –. Gracias por esto, Alyn.

– Ya te he dicho que no pensaba dejarte solo – susurró de la misma manera –. Me necesitabas y aquí estoy.

✩  ✩  ✩

Tras despedirse de Ikiaq con dificultad, ambos volvieron por el mismo camino que Alyn había hecho sola. Recuperó su maleta, que Ethan se ofreció a llevar hasta su casa. Una vez delante de esta, la chica no pudo evitar mirar unos segundos a la que se hallaba enfrente, hasta que el chico la dejó entrar.

– Ven, por aquí – le indicó pasando por su lado. La castaña se deshizo de sus guantes y se frotó las manos mientras lo seguía a la sala.

La casa era pequeña, pero hogareña. Los muebles de madera oscura decorada con piezas de ganchillo, lana y alguna figurilla y fotos. Parecía una de esas cabañas de las películas navideñas y eso le encantó a la chica.

– Siéntate – añadió tomándola de la mano para que se sentara con él en el sofá. Fue entonces cuando notó su temperatura –. Joder, Alyn, estás helada.

– No estoy muy acostumbrada al frío de Alaska, por lo que se ve – bromeó con una sonrisa.

Ethan negó ligeramente antes de ponerse en pie de nuevo y acercarse a la chimenea, donde se agachó para encenderla. Durante el tiempo que tardó ambos se quedaron en silencio, uno ocupado en la tarea y la otra observándolo sin saber muy bien qué hacer o decir. No se había planteado esta parte de su locura.

– Siento no haber llegado a tiempo – confesó, siendo lo único que se le ocurría en esos momentos. Ethan la miró por encima del hombro –. Me hubiese gustado llegar para el funeral, pero me enteré demasiado tarde.

– Alyn, estás aquí – señaló –. Con eso es más que suficiente – afirmó antes de volver a su trabajo.

El ojiverde no volvió a sentarse hasta diez minutos después, cuando ambos se bajaron a la alfombra para estar más cerca del fuego y en sus manos descansaron unas tazas repletas de chocolate caliente. El cuerpo de la chica lo agradeció.

Sin embargo, como si fueran dos imanes opuestos que se repelen, se encontraban uno en cada esquina, lo más alejados posible del otro. Alyn evitaba la tentación y Ethan solo quería romper esa distancia.

– Sé que es una pregunta absurda –, inició de nuevo la conversación –, pero, ¿cómo estás?

– Mal – respondió al instante –. Aún no me creo que ya no esté. No es que nos viéramos mucho, debido a la distancia; además de que las llamadas eran dos al mes por la poca cobertura, pero... Sabía que si la necesitaba estaría ahí para mí. Ahora si la llamara no contestaría. No puede.

– A ratos aún creo que mi abuela estará esperándome – confesó con la mirada perdida en el espesor castaño de la taza –. Y eso que vivo en su casa –. Aquella declaración sorprendió a Ethan, ya que llevaba tiempo queriendo saber dónde se hallaba la chica –. Pero, aun así, creo que un día cuando abra la puerta ella estará sentada en el sofá esperándome o incluso que, aun estando en su salón, si la llamara me contestaría –. Suspiró –. Pero nunca ocurre y cada vez se es más consciente –. Alzó la vista hacia su rostro –. Date tiempo.

– Se siente como si nunca se fuera a ir este dolor.

– ¿Te has desahogado? – cuestionó, recibiendo una ceja alzada como respuesta –. Yo me desahogué contigo en el cementerio. ¿Lo has hecho tú con alguien?

– No tengo a nadie, Alyn – admitió en un susurro.

– Me tienes a mí.

– Contigo no me quiero desahogar – comentó. La chica se sorprendió y, sin saber por qué seguía afectándole, se ofendió y le dolió. Ethan notó aquello en su expresión, ya que se apresuró a aclarar –: Contigo quiero sincerarme. Quiero contarte todo desde el principio.

– No hace falta – aseguró, afectada por las últimas palabras del castaño –. Kai me lo contó.

– Me lo he imaginado, sino no estarías aquí –. Ambos bebieron de sus respectivos vasos –. Aun así quiero explicártelo yo, te lo debo a ti y también a mí mismo.

Alyn lo observó, analizando la posible situación. Conocía la historia contada por Kai, pero no era lo mismo que ser explicada por el protagonista de esta. Sabía que habría partes que no le gustaría escuchar, pero también sabía que debía hacerlo si quería cerrar ese ciclo de una vez. Finalmente, asintió.

– Cuando empecé a salir con Ikiaq lo que sentía por ella era de verdad – inició la historia y la primera frase ya le dolió a la castaña –. Las típicas ganas de verla, de querer estar con ella siempre... las mariposas –. Ethan se encogió de hombros, dando a entender que era lo común –. Sin embargo, con el tiempo ese sentimiento fue enfriándose y volvió a ser algo fraternal –. Su mirada captó la imagen que había en la mesita al lado del sofá. Una en la que se encontraban Ikiaq y él de pequeños –. La quería como un hermano quiere a su hermana –. Las emociones empezaron a afectarle –. Cuando quise romper... –, cerró los ojos incapaz de verla en la fotografía –, un puto cáncer. Le atacó un puto cáncer – gruñó entre dientes. Alyn, de forma inconsciente, se acercó un palmo –. No podía romper con ella, no cuando me necesitaba más que nunca – añadió impotente.

La chica puso una mano encima de la suya, que se había apretado sobre la alfombra. Ethan reaccionó e intentó respirar con profundidad y calmarse. Tenía los sentimientos demasiado inestables y a ella le dolió verlo así.

– Sé que aunque hubiéramos roto no se hubiese quedado sin mi apoyo, eso nunca ocurriría – afirmó con fuerza, con la necesidad de demostrar que era cierto –. Pero quería evitarle el dolor de una ruptura cuando ya tenía suficiente con lo que tenía –. Suspiró hondo y volvió a mirar la foto. Se observó a sí mismo con cinco años, sonriendo sin ninguna preocupación. Deseó volver a ser ese niño –. Entonces comencé a echarme la culpa. Si dejaba de amar a alguien recibía un castigo, esa era mi teoría. Y no solo yo, sino que aquella persona también –. Soltó una risa seca y la castaña empezó a acariciarle la mano –. No quise amar a nadie más, sobre todo por el bien del otro. Y con el tiempo asumí que nunca pasaría.

El silencio que siguió a esa última frase fue intenso, al igual que la mirada del castaño. Los ojos verdes del chico se clavaron en los de la chica y no hicieron falta palabras para saber lo qué querían decir. Alyn entendió el mensaje incluso antes de que Ethan lo pronunciará.

– Y apareciste en mi vida – susurró entrelazando su mano con la de ella. A Alyn le falló la respiración –. Créeme que al principio me retuve y me repetí una y otra vez que solo lo hacía para que dejaras de vivir una vida que no querías, que los sentimientos que tenía eran solo de amistad –. Ethan se acercó otro palmo, quedando a menos de un metro. Sus ojos no rompían el contacto –. Pero, joder... –, gruñó –, todo se fue a la mierda el día que apareciste en mi casa con... –, su respiración se aceleró y el sentimiento de impotencia se apoderaba de él –, con aquel puto dibujo.

– Lo siento – murmuró por lo bajo, sintiendo que aquella escueta distancia entre ellos era demasiado peligrosa.

– No, no lo sientas – negó –. Me abriste los ojos. Ese era yo. El dibujo era completamente yo – confesó y Alyn sintió que una parte del pecho se le llenaba, porque era exactamente lo que quiso plasmar: a él –. Bueno, puede que faltaran algunos detalles que aún no habías conocido, pero aun así era yo en esencia –. Tragó saliva y a la castaña no le pasó desapercibido el movimiento de su nuez –. Y no había cáncer –, añadió con un hilo de voz que destrozó el corazón de la pequeña –, ni hechizos, ni brujería, ni mala suerte, ni ninguna mierda que pudiera causar un castigo tan grande a alguien. Y era porque no fui el responsable de lo que le ocurrió a Ikiaq –. Alyn negó con la cabeza como si pensara que Ethan necesitaba que le aseguraran que no lo era –. Tampoco te lo quería decir, no te lo voy a negar, porque si lo hacía corría el riesgo de perderte y eso sí que no lo iba a permitir, no a esas alturas. Lo siento – susurró esto último acercándose unos centímetros más a ella. Solo los separaban diez centímetros.

– Continúa – fue lo único que pudo articular sintiendo como la cercanía le afectaba.

– Mi hermana me jodió y descubrió todo. Ya hablé con ella en su momento y, aunque fue ruin, tenía sus motivos –. Alyn frunció el ceño en desacuerdo –. Creo que no voy a entrar en detalles porque ahora no viene a cuento –. No convenció para nada esa idea a la castaña, pero la respetó –. La cuestión es que te perdí. Queriendo evitarlo llegué a perderte – añadió entre dientes y es que eso le dolía demasiado –. Entonces quise explicarte todo, pero fue demasiado tarde –. La chica apartó la mirada y cerró los ojos, había reaccionado –. Solo pensaba en ti, únicamente en ti. No podía seguir así –. Ethan apretó su agarre y con un dolor escalando su pecho, un nudo en la garganta y lágrimas acudiendo a sus ojos sentenció –: Rompí con ella.

Los ojos de Alyn se abrieron de golpe y ante ella la imagen de aquellos dos niños. Las tres últimas palabras de Ethan se repitieron en su mente como un mantra. "Rompí con ella. Rompí con ella. Rompí con ella". La respiración se le aceleró y no pudo apartar la mirada de aquellos dos niños. Uno estaba a su lado y la otra...

– Antes de que volviera a Alaska hablé con ella y le conté todo – siguió explicando, pero su voz había perdido fuerza; sonaba como un leve murmullo en medio de la noche –. Le expliqué lo que había ocurrido y... –, ante el silencio, Alyn lo miró y descubrió que él hacía lo mismo –, y todo lo que siento por ti.

""...y todo lo que siento por ti", en presente", pensó la castaña.

– Lo entendió –, miró a la pequeña niña de la imagen y la tomó con su mano libre, acariciándola con el pulgar –, Ikiaq siempre entendía todo –. La chica se emocionó al verlo tan vulnerable ante todo lo que implicaba una fotografía y las palabras que decía –. No me odió, ni me reprochó nada. Me agradeció, Alyn –. Alzó la vista, llena de lágrimas, hacia ella –. Me dio las gracias por todos los años y el amor que le había dado –. Un llanto se escapó de sus labios junto a las lágrimas que también salieron de la chica –. Y días después tuvo una recaída. Una demasiado grave. No dudé en coger las maletas y venir.

Ethan cerró los ojos recordando el día que la vio tendida en su cama, tras la reciente recaída, y el mal estado en el que se encontraba. El dolor volvió a su sistema y maldijo en un gruñido. "¿Por qué? ¿Por qué ella?", pensó.

– Fue una recaída demasiado intensa –, continuó entre sollozos y palabras entrecortadas –, su cuerpo no lo soportó. Y... tumbada en su cama... el día de año nuevo... murió ante mí.

Ethan se derrumbó de nuevo y ahí se encontraba Alyn para sujetarlo. Lo abrazó contra ella y, esa vez, lloraron juntos sin contenerse ninguno de los dos. Se mezclaron los sollozos de uno con los gemidos de dolor del otro. A ella le dolía lo injusta que podía ser la vida, el dolor que aquella chica tuvo que pasar y el sufrimiento que Ethan estaba pasando. A él le dolía la pérdida y el vacío que ahora sentía, junto a todo lo que había hecho mal.

– Siento lo que te hice, Alyn – comentó aún entre sus brazos –. Lo siento mucho, pero el miedo pudo conmigo –. Se separó con lentitud y posó una mano con delicadeza en la mejilla mojada de la chica –. El miedo de hacerle daño, a perderla y a perder todo lo que estaba sintiendo contigo –. Sus ojos desbordaban emociones. Apoyó su frente en la de ella –. Joder, eso no eran unas pocas mariposas, era una puta bandada entera, un puñetero huracán.

Un silencio inundó la estancia. Sus rostros a escasos centímetros. Ojos conectados, respiraciones unidas y sentimientos a borbotones. Alyn sentía ganas de hacer mil cosas a la vez. Lo tenía ahí, a él, al Newen que conocía y que podía seguir conociendo. Rozaba con las puntas de los dedos las aventuras, la impulsividad, la libertad, los colores, el tacto... el amor.

Las mentiras.

– Te perdono, Ethan – susurró. Sintió en sus propios labios el suspiro aliviado del chico –. Lo hice desde que Kai me explicó todo esta mañana –. Sentía que aquello había sucedido hacía mil años. Y entonces reaccionó. Con dolor y viendo como la incomprensión surcaba el rostro del chico, se alejó –. Pero te digo lo mismo que dije en ese momento –, añadió desenlazando sus manos –, no esperes que todo vuelva a ser como era antes –. Ethan la miró desconcertado y a ella le dolió pronunciar aquellas palabras –. Siempre estaré agradecida por lo que has hecho por mí, por lo que me has ayudado a ver y por darme fuerzas para controlar yo mi propia vida. A ser yo misma –. Volvió a su lugar inicial, al otro lado de la alfombra. El castaño negó con la cabeza, viéndose venir el camino que llevaba su discurso –. Por eso te perdono y creo que podemos seguir llevándonos bien. Puede que con el tiempo incluso ser muy buenos amigos –. No se supo a quién le afectaron más aquellas palabras, si a quien las pronunció o a quien las recibió; pero a ambos les dolió en lo más profundo –. Pero no puedo volver a ser... –, se cortó ante lo que podía haber llegado a decir, pero se corrigió –, a tener aquella intimidad. No sé si puedo volver a confiar en ti de esa manera.

Ethan sintió como todo en su interior se desmoronaba. Acababa de perder a las dos chicas, aquella que era como una hermana y a la que había llegado a amar con intensidad. Sin embargo, comprendía y entendía el motivo y la decisión de la castaña.

– Aunque me joda y me duela, lo entiendo –, respiró hondo, ya que lo que estaba diciendo era demasiado duro para él –, y lo respeto. Prefiero eso a perderte, porque yo... –, suspiró –, te amo, Alyn.

Aquellas tres palabras se clavaron en el pecho de la chica y se retorcieron haciéndose un hueco. Notó el dolor y el sabor a despedida que teñía toda aquella conversación. Una despedida a la que podía haber sido una relación, un amor intenso. Un para siempre que se esfumaba.

– Y yo a ti, Newen.

—————
Buenaaaas!!

Este capítulo... me ha roto💔

Alyn viajando hasta Alaska, buscándolo y topándose con la madre de Ikiaq, encontrándolo en el cementerio y... y lo destrozado que está mi niño Ethan🥺

Pero, a la vez, me parece tan bonito como Alyn lo apoya y le sirve de soporte en un momento tan duro, como él se sincera y como... como se dicen su PRIMER, y tal vez último, TE AMO😢❤️‍🩹

Que bomba explosiva de emociones🥴

¿Qué os ha parecido? ¿Habéis llorado? Yo confesaré que sí lo hice mientras lo escribía, lo editaba y lo corregía; es decir, varias veces😭

Hoy no me he olvidado del cap y prometo que el viernes tampoco😉

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top