Capítulo 27

Cualquiera puede ponerse furioso... eso es fácil.
Pero estar furioso con la persona correcta, en la
intensidad correcta, en el momento correcto, por el
motivo correcto, y de la forma correcta... eso no es fácil.
Aristóteles

Eran las nueve y media de la mañana cuando Alyn traspasaba la puerta del apartamento de la residencia. Entró sin molestarse en ser silenciosa, ya que intuyó que Kai se encontraría en clase.

Llevaba la misma ropa que dos días atrás, aquella que escogió al tuntún tras el impulso que le invadió y que terminó con su presencia en casa de Newen. Aunque en vez de su jersey tenía una sudadera del chico. Este se la había prestado porque se había manchado el jersey esa misma mañana con el desayuno.

Se adentró en su habitación, dejó la chaqueta sobre la silla del escritorio y el jersey sucio en el pequeño cesto para la lavandería. Después se tiró sobre el colchón e hizo que su mente volviera a divagar con el tema que rondaba por su cabeza desde que había abandonado el apartamento de Newen.

Había solucionado las cosas con él después de aquella desastrosa comida. Era consciente de que eso ya había transcurrido, al menos entre ellos, pero se dio cuenta de que, aunque había pedido disculpas, nunca llegó a corregir su error ante sus padres. Y sintió que ya era hora.

Buscó el teléfono por toda su habitación, además de en la cocina y en el baño. Tras no encontrarlo, supuso que estaba en la habitación de Kai. Sabía que no estaba bien entrar en ella sin el permiso de la chica, pero necesitaba hacer una llamada.

Al abrir la puerta se quedó estática en su lugar. Sobre el colchón, boca abajo y moviendo sus pies en el aire, se hallaba Kai entre papeles. Esta alzó la vista y sonrió al verla.

– Buenos días – saludó la chica con alegría.

– Buenos días – repitió la castaña, frunciendo el ceño –. ¿No deberías estar en clase?

– Lo mismo digo – respondió. La sonrisa de la ojigris se trasformó en una expresión traviesa –. O mejor dicho: ¿No deberías haber vuelto ayer por la mañana?

Alyn agrandó los ojos y sintió como sus mejillas se teñían de rojo. Sabía que su compañera le echaría en falta y que intuiría que había estado junto a su mejor amigo durante las dos noches – la del tatuaje y la siguiente –, pero no pensó que se lo comentaría. Aunque debería haberlo intuido, ya que cada vez conocía más a la chica.

– ¿Tienes el teléfono? – esquivo la pregunta con otra, causando una risa en Kai. Esta asintió antes de alcanzar el aparato y tendérselo –. Gracias.

Se dio la vuelta para salir y volver a su habitación, y, aunque fue rápida, no se libró de escuchar el último comentario de su compañera, aunque esa fue la intención deseada.

– Hueles a Ethan y no por su sudadera.

Oyó la risa de la pelo azabache antes de cerrar su propia puerta con la cara completamente roja.

Se sentó en la silla y llamó. Por suerte, aunque muy poca, fue su madre la que contestó. Intentó ser breve y solo informarla de que al día siguiente por la mañana, aprovechando que era sábado, se pasaría para hablar con ambos.

Tras unos minutos intensos de indirectas por parte de la adulta, colgó. Dejó el teléfono en el escritorio y se pasó las manos por la cara. Sabía la que le esperaba al día siguiente y solo de pensarlo se estresaba.

Como si hubiese sentido su mal estado desde la distancia, una llamada entró en el aparato para animarla. Nada más escuchar su voz, Alyn no pudo evitar una sonrisa.

– Hola, mi pequeña Evo.

– Hola, abu.

– ¿Cómo estás? –. El último informe que había recibido de su nieta era que el drama con el muchacho había acabado, pero de eso había pasado un tiempo, para ella, largo.

– Bien, supongo – respondió, sin sonar para nada convincente.

– Explícame, anda.

– Mañana voy a corregir todo el error que tuve sobre Ethan, el día de la comida, con mis padres – confesó con nerviosismo, al tiempo que jugaba con una goma que se encontraba en la mesa con su mano libre.

– Ya lo solucionaste con Ethien, ¿no?

– Sí, abu, ya te dije que está solucionado – contestó aguantando la risa por el apodo que ya se había acostumbrado a decir en sus dos últimas llamadas –. Es más... Bueno... No sé cómo decir...

– Que es tu noviete.

– Primero, no se dice noviete – enumeró, haciendo una mueca de desagrado y lanzó la goma para encestarla en uno de sus porta-lápices –. Y segundo, no lo hemos definido.

– Ay, la juventud de hoy en día y sus cosas raras, yendo a su bola.

– No es que vayamos a nuestra bola, es que no lo hemos hablado.

– Lo mismo es.

– Ay, abuela –. Negó con la cabeza, pero con una sonrisa –. Bueno, la cuestión es que mañana tengo que ir a hablar con mis padres y... creo que voy a decirles algo más, aparte de lo de Ethan – sus nervios hicieron que su voz temblara.

La conversación se alargó en cuanto se pusieron a hablar de todo ello que tendría que comentar la joven con sus progenitores al día siguiente. Su abuela la escuchó con atención y le apoyó en cada una de sus decisiones, incluso sin haberlas realizado aún.

– Cariño, cuentas con toda mi ayuda. Siempre voy a estar para ti, apoyándote – le prometió.

– Gracias.

– Te quiero, mi niña, mi Evo – le dijo con todo el cariño.

– Yo también te quiero, abu.

✩  ✩  ✩

Alyn sabía que todo se torcería desde el momento en que puso un pie en la casa de sus padres. Comenzando por el hecho de que su madre había recibido una llamada urgente del bufete y debía ausentarse, dejándola completamente sola ante la presencia de su padre. Era consciente de que lidiar con los dos era malo, pero pensaba que era peor solo con el hombre.

Todo empeoró cuando este pidió a su hermana pequeña que los dejara a solas. Lena miró a Alyn con una mueca antes de obedecer, pero esta supo que estaría cerca, escuchando. Quería enterarse de lo que ocurriría.

– ¿Y bien? – preguntó su padre acomodándose en su sillón habitual.

La castaña se mantenía de pie en medio del salón mientras él estaba sentado y con la mirada fija en unos papeles, que ella supuso que eran del trabajo. Era un adicto, al igual que su madre.

– Venía a... Bueno, yo quería... hablaros... hablarte... – tartamudeó, jugando con sus manos.

– Alyn, hija, no estoy como para perder el tiempo – se impacientó, empeorando la situación de la joven.

– Quería hablarte sobre Ethan – logró murmurar.

– ¿Ethan? ¿Quién es Ethan? – cuestionó sin molestarse en mirarla. Esas simples preguntas le causaron dolor a la castaña, pero respiró hondo y le restó importancia, aunque para ella la tuviera.

– Es... Em... El chico que traje a la comida la última vez.

– Oh, el futuro médico –. Alyn hizo una mueca con los labios.

– Ya... Sobre eso mismo quería hablarte.

– Si vienes a pedirme que hable con algunos de mis amigos médicos para que le ofrezca un puesto, vete olvidando – soltó con desdén. La chica no supo qué le molestó más, si el tono o el hecho que en el caso de que fuera así, que lo que él pensara fuera cierto, no movería ni un dedo por una persona que es importante para su hija.

– No, no – respondió –. Es que...

"Venga, Alyn, como las tiritas", se motivó, mentalmente.

– No estudia medicina – lanzó. Su padre no respondió, pero pudo ver como dejaba de mover las hojas en sus manos –. Es... estu... estudia arte – susurró.

– ¿Perdón? – reaccionó, el hombre, y levantó la mirada clavándola directamente en su hija, que retrocedió de manera imperceptible –. ¿Me estás diciendo que nos mintió?

– En realidad fui yo, él no quería y...

– Agh, de verdad que no sé qué clase de hija tengo – gruñó, interrumpiéndola. Dejó los papeles a un lado y apoyó sus manos en sus rodillas, dirigiéndose a ella con enfado –. Vienes aquí y te traes a ese pintamonas, y encima nos mientes sobre él.

Alyn quiso corregirlo y decirle que fue su madre quien la obligó a traerlo, pero supo que eso no aportaría nada bueno a la conversación, así que decidió atesorar ese dato y el dolor que le causó el apodo hacia el chico, antes de continuar.

– Yo no...

– ¿En qué más nos mentiste?

– Pues... yo... en... – dudó.

– Alyn – le advirtió. En su mirada pudo ver mil emociones, desde el desprecio (hacia ella y hacia Ethan) hasta el enfado, pasando por la decepción.

– Su padre es profesor –, tragó saliva intentando deshacer el nudo de su garganta, sin éxito –, pero en un colegio, no en una universidad –. Edward hizo una mueca –. Y su madre puede que sepa de antigüedades, pero en su tienda, no es tasadora.

– ¿Algo más? – la presionó, poniéndose en pie y cruzándose de brazos.

– Sí –. El hombre bufó –. Em... Ethan, su madre y su hermana –, era consciente de que era un tema delicado, sobre todo para el chico, pero no iba a echarse atrás y ocultar algo que él amaba y de lo que ella no se avergonzaba –, no nacieron en Brooklyn, sino en Alaska y...

– Suficiente.

– Pero, papá... –. No la dejó terminar.

– Cállate – le ordenó bruscamente. Vio como su padre pensaba durante unos segundos antes de darse la vuelta, hacia sus papeles y sentenciar –: Aléjate.

– ¿Qué?

– No quiero que mi hija esté cerca de alguien como él – explicó de forma contundente, sin mirarla.

– Papá... – fue a rebatirle, completamente en desacuerdo con lo que acababa de decir. No era justo.

– He dicho que te alejes y te alejaras – dijo, autoritariamente, girándose en su dirección –. Es una mala influencia para ti. No quiero que ese artista de tres al cuarto te meta ideas tontas y te haga malgastar tu tiempo, y mi dinero, torciéndote –. Alyn lo miraba, perpleja, sin creerse lo que ese hombre estaba diciendo.

– ¿Qué dices?

– No piensas volver a verlo – concluyó, cruzándose de brazos y con la mirada seria en ella.

– No puedes hacer eso – saltó, angustiada.

– Y tanto que puedo, soy tu padre.

– Pero es mi... – comenzó a decir, pero se cortó a ella misma cuando supo que lo que iba a decir, además de no ser del todo cierto al no estar definido, tampoco ayudaría en nada; al contrario, empeoraría la situación.

– ¿Tu qué? Termina la frase, Alyn Evolet – le exigió, pero ella no respondió. Se encogió en sí misma y con eso se delató ante los ojos del adulto –. ¿No te habrás involucrado con él?

– Papá...

– Lo que me faltaba – gruñó, antes de acercarse un paso –. Te prohíbo que lo vuelvas a ver – le ordenó, al tiempo que le señalaba con el indice, advirtiéndola.

– ¡No me puedes prohibir eso! – saltó a la defensiva. No toleraría que eso ocurriera.

– Puedo y lo he hecho –. Se acercó otro paso, quedando su dedo peligrosamente cerca de la chica. Eso y su mirada enfurecida, la asustaron –. Como me entere de que vuelves a estar a menos de un kilómetro o que te has comunicado con ese chico, ve despidiéndote de la carrera.

– No me importa la carrera – escupió –. Es más, voy a dejarla.

Ese era el otro tema que debía comentar con ellos, aquel que su abuela aprobó entre gritos de alegría y felicitaciones. Al fin, su nieta iba a conducir su vida, no a dejarse manejar. Sin embargo, no fue una buena manera de abordarlo, pero ya no había manera de frenar a Alyn. Estaba llena de ira.

– ¿Qué has dicho?

– Que la dejo – recalcó –. Estoy harta de que tenga que hacer todo lo que tú y mamá queréis. Yo nunca he deseado estudiar arquitectura, ni siquiera se me había pasado por la cabeza hasta que vosotros lo propusisteis.

– No quisiste ni derecho, ni empresariales –, comentó, dando un paso atrás para observarla bien –, que hubieses...

– Arte.

La bomba detonó.

– ¿Arte? – cuestionó entre dientes, sintiendo como la furia corría por sus venas –. Definitivamente, te has dejado lavar la cabeza por ese chico pobre.

– No, eso no es cierto. Sabes perfectamente que a mí me encantaba dibujar y pintar. O al menos lo hacía hasta que me lo prohibiste, como un montón de cosas más – reprochó con rencor –. ¡Me lo robasteis!

– Alyn, vigila el tono... – la amenazó.

– ¡NO! – explotó, sintiendo como todo lo acumulado, todo lo callado durante años, salía a la luz –. ¡Estoy harta! Harta de dejar que me digáis todo lo que puedo y no puedo hacer, todo lo que puedo y no puedo decir; y, sobre todo, todo lo que puedo y no puedo pensar. No soy tu puta marioneta. Ni tuya, ni la de mamá. No soy una copia vuestra que podéis moldear como os dé la gana, como habéis hecho siempre –. Entonces pensó en todas las conversaciones con su abuela –. Estaba ciega al pensar que si me habíais dejado hacer otra cosa que no fuera derecho o empresariales era porque os importaba lo que yo opinara. Pero no, porque movisteis los hilos para que hiciera lo que...

El golpe de la mano de Edward en la mejilla de Alyn cortó sus palabras, dejándola con el rostro girado hacia la derecha y una expresión de perplejidad. Nunca, en su vida, ninguno de sus padres le había puesto una mano encima, ni a Lena tampoco. Hasta ahora.

– Como vuelvas a alzarme la voz, eso será una simple caricia. ¡¿Está claro?! –. Alyn volvió el rostro para mirarlo, mientras su mano se posaba en el lado dolorido de su cara –. Escúchame bien, Alyn Evolet Stewart. No pienso dejar que tires por la borda todo lo que tu madre y yo hemos construido para ti, años de esfuerzo. Y, mucho menos, que malgastes tu vida dejando la carrera para estudiar una mierda sin futuro –. Pequeñas, pero dolorosas astillas se iban clavando en el pecho de la chica –. ¿Qué ejemplo es ese para tu hermana? ¿Quieres que siga tus pasos y acabe en la miseria, como te espera a ti?

"Lena", pensó, alarmada. "Seguro que ha escuchado todo", añadió.

– Ese Ethan te ha lavado el cerebro – repitió, causando que la chica hirviera por dentro. Intentó contraatacar, pero no se lo permitió –. No quiero saber nada. Que te quede una cosa clara –, volvió a acercarse, amenazante –, soy tu padre y mando yo. Si quieres rebelarte y dejar la carrera hazlo, pero entonces no verás ni un duro más de nuestra parte. No tendrás dinero para estudiar y tampoco serás bienvenida en esta casa, y mucho menos lugar donde dormir fuera de aquí con nuestro soporte.

– Eres despreciable – le escupió entre dientes. La venda de sus ojos había terminado de caer.

– Esa lengua o...

– Están llamando – intervino Lena, aprovechando que el teléfono llevaba sonando varios segundos y nadie respondía.

Observó la cercanía y las miradas de odio que se estaban dirigiendo su padre y su hermana, además de la mano de ella sobre la parte enrojecida de su rostro. Lo había escuchado todo y se sentía impotente por no poder hacer nada, por no poder ayudarla. Pero sabía que aunque pudiera, su hermana no la dejaría, porque prefería pagar ella misma a dejar que sufriera algo. Lena también terminó de comprenderlo.

– No puedo creer que no haya visto antes como erais realmente – susurró, esperando que su hermana pequeña, que murmuraba cosas al teléfono, no la escuchara.

– Me da igual lo que opine una niña estúpida e impulsiva como tú – respondió el hombre, hiriéndola.

– ¡¿Qué?! – preguntó, Lena, al aparato, alzándose la voz entre ellos.

Tras eso un golpe resonó por toda la estancia. Padre e hija se giraron en su dirección y observaron como la joven miraba un punto lejano, absorta, y como el teléfono estaba en el suelo. Había resbalado de su mano.

– Lena, compórtate y recoge el maldito teléfono ahora mismo – le ordenó su padre. Pero Alyn la observó con más atención, dejando de lado su enfado y preocupándose por su reacción.

– ¿Lena? – murmuró, Alyn. Esta alzó la mirada hacia ella con los ojos bañados en lágrimas que comenzaron a descender. Sus labios se abrieron para hablar y...

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