Capítulo 19

Cuanto más profundo el
sentimiento, mayor es el dolor.
Leonardo da Vinci

– Imbécil, gilipollas, estúpida – mascullaba entre dientes mientras se paseaba de un lado a otro de la habitación –. ¿Cómo puedes cagarla tanto? ¿En qué puto momento se te ocurre abrir la bocaza y soltar esas mentiras? –. Se frotó el rostro con ambas manos –. Ethan no se merece que cambies su imagen –. Gruñó –. Joder, si tal como es, es perfecto.

Quieta. Detuvo su verborrea consigo misma, al tiempo que sus pies se detenían.

Esas últimas palabras, que habían brotado de ella con una cruda sinceridad y seguridad, le asustaron y confundieron. Agitó la cabeza y las ignoró, aunque no las contradijo. Al fin y al cabo, en su subconsciente, sabía que eran ciertas.

– Joder, soy tonta – concluyó su autoflagelamiento, al mismo tiempo que se sentaba en el bode de su colchón.

Había pasado las posteriores veinticuatro horas, después de la comida con su familia, reviviendo las nefastas mentiras que había dicho y, sobre todo, el rostro de Ethan en la entrada de su casa, unos instantes antes de irse. Esa mirada había roto algo en su interior, aunque era consciente que ella le había causado algo peor, y que si ahora se encontraba dolida había sido por su propia culpa.

Era consciente de lo que estaba diciendo, de cada cosa falsa que mencionaba y, sin embargo, no pudo detenerse. En ese momento la reacción y las palabras despectivas, aparte de las miradas, que podían haber dicho sus padres, le atormentaron, causando que no viera las posibles consecuencias de sus actos, y menos el daño que esas le iban a causar a ella misma. Había herido a Ethan y eso la mataba.

Soltó un gruñido.

Tomó de nuevo el teléfono de la habitación, que compartía con Kai, y se lo quedó observando unos segundos. No era la primera vez que intentaba contactar con él desde que se había despertado. Lo llamó antes de ir a correr, después e, incluso, un par de veces tras la ducha. Pero no había contestado en ninguna. Era seguro que tampoco le contestaría esta vez. No obstante, lo intentó.

Primer tono... Segundo tono... Tercer tono... Cuarto tono...

Nada.

Suspiró, derrotada, y se dejó caer sobre la cama.

– Solo quiero disculparme, Ethan – susurró.

✩  ✩  ✩

El ambiente dejaba ver que Halloween se acercaba. La gente paseaba por las calles de Nueva York en busca de sus disfraces y las paredes estaban repletas de carteles que anunciaban la temática en discotecas y bares. Al igual que los folletos que repartían en la entrada de las universidades, dónde informaban de la fiesta de Halloween que se celebraría, como cada año, en una de las fraternidades más famosas y grandes. Halloween ganaba territorio.

A Alyn no es que le apasionara mucho esa festividad. En verdad, era la que menos le gustaba de todas las que se celebraban durante el año. Prefería, millones de veces, antes Navidad que Halloween. Aunque la semana anterior se la había pasado pensando que ese año sería distinto, que tal vez volvería a disfrazarse como cuando era niña y salía a pedir caramelos por su barrio. Y que si lo hacía, seguramente fuera por convicción de un castaño con ojos verdes.

Pero claro, eso fue antes de lo ocurrido.

La chica caminaba por las calles de Manhattan con unas antenitas de abeja en la cabeza, a juego con sus mallas a rayas, amarillas y negras. Las personas a su alrededor la observaba con confusión, pena e, incluso, como si estuviera loca. Se había adelantado unos pocos días, pero es que el motivo que la había llevado a ponerse eso, era uno muy distinto al simple hecho de celebrar Halloween.

Suspiró hondo una vez se detuvo delante de la fachada del edificio de la Escuela de Artes Visuales. Aquel en el que Ethan estudiaba, o al menos eso le había dicho en unas de sus conversaciones.

"A esto se dedica, Alyn, no a medicina", se reprendió mentalmente.

Jugó con sus dedos al tiempo que mordía su labio inferior con insistencia y sus pies no paraban de repiquetear en el asfalto. Estaba nerviosa, eso no entraba en discusión. Intentó calmarse, ya que tenía que mantener la mente centrada en cuanto el chico apareciera. Debía ser clara y concisa con su disculpa. Necesitaba, y ansiaba, que saliera bien.

Sin embargo, de nada sirvió el intento de serenarse, puesto que una vez Ethan traspasó las puertas de la entrada, ella se quedó estática durante segundos. Al menos hasta que lo vio alejarse, ajeno a su presencia, calle abajo. Entonces reaccionó.

Lo siguió, haciéndose hueco entre las personas que caminaban por la calle, que a esas horas eran más de las que ella deseaba. Por un instante, su corazón dio un vuelco al pensar que lo había perdido de vista, pero entonces lo divisó. Estaba en la acera de enfrente, llegando hacia su Jeep.

Se le escapaba su oportunidad entre los dedos.

Corrió. Cruzó la carretera, parándose más bien poco a mirar a ambos lados, y lo alcanzó. Se sorprendió a sí misma por sus actos, nunca se había planteado que se comportaría de tal manera, saliiéndose de su propio control. Pero es algo que le brotaba de dentro.

– Ethan – lo llamó, entre jadeos por la carrera, una vez lo tuvo a un metro. Este se quedó estático a poca distancia de la puerta del conductor de su coche. Era obvio que la había escuchado y por su tensión en los hombros, era incluso más evidente que había reconocido quién era, sin necesidad de darse la vuelta –. Ethan – repitió.

El nombrado cerró los ojos unos instantes al tiempo que dejaba salir un suspiro cansado.

Se dio la vuelta.

No se esperó verla, al menos no así, con las antenas y las mallas. Por un segundo estuvo a punto de sonreír, y ganas de reírse también tenía. Sin embargo, no hizo ninguna de esas dos cosas, porque al fijar su mirada en los ojos de la castaña, recordó las palabras que ella había pronunciado el sábado.

– ¿Qué haces aquí? – preguntó, secamente.

– Yo... bueno... eh... – tartamudeó. De repente se sentía más nerviosa y paralizada que un minuto atrás –. Te estaba... em... esperando –. Señaló hacia atrás, indicando su escuela –. Y entonces... eh, tú... y yo... –. No le salía nada coherente y eso la exasperaba.

Siempre había tenido ordenado todo, incluso las palabras. Hasta ese momento, hasta que tuvo los intensos ojos verdes de Ethan clavados en su rostro con enfado e indiferencia. Entonces ya no tenía palabras.

– Quería... bueno, yo... el otro día... dije...

– Basta – la frenó, pero su tono no fue brusco, sino firme. El castaño no quería escucharla, o al menos no las cosas incoherentes y que parecían poco seguras que estaba murmurando –. Si estás intentando disculparte... – comenzó, cruzándose de brazos.

– Sí – le salió casi en un grito –. Eso es lo que intento – añadió con frustración hacia sí misma.

–...es la mayor pérdida de tiempo – completó. La castaña bajó la mirada al suelo –. Las palabras no me sirven. Y menos de alguien que las utiliza para mentir.

Alyn sintió esas frases como si fueran dos balas adentrándose en su pecho. Se quedó sin respiración y aturdida unos segundos, mientras volvía a alzar sus ojos hacia él. Este la observó inexpresivamente y se despidió escuetamente antes de adentrarse en su coche. La chica se quedó quieta ahí, en medio de la acera, viendo como el Jeep se alejaba, dejándola con un dolor agudo.

No la había perdonado.

✩  ✩  ✩

Sentía que sus pies pesaban más de la cuenta mientras subía las escaleras. Perfectamente, podía haber accedido al ascensor y subir en él, pero prefirió las escaleras para poder tomarse esos segundos extras para pensar en como explicarse.

Una vez delante de la puerta, picó al timbre. Esperaba encontrarse con una alegre cara que le devolviera algo de alegría a su cuerpo, que se encontraba más decaído de lo que se hubiera imaginado. Sin embargo, ante ella no apreció nada semejante.

Fue una expresión derrumbada la que la saludó. Y, aun así, dijo:

– La he jodido.

– Y a mí me han jodido – añadió el chico.

Ambos mantuvieron la mirada conectada hasta que el rubio se hizo a un lado y con un simple movimiento de cabeza la incitó a entrar. Alyn se dirigió a la sala, dónde ya había estado miles de veces, y se dejó caer en el sofá, cansada. Un par de segundos después, su amigo la acompañó.

– ¿Qué ha pasado? – preguntó este.

– Tú tienes peor cara que yo – comentó haciendo una mueca mientras lo observaba. Iba en pijama y con el pelo completamente alborotado –. Creo que es mejor que empieces tú.

– Eres tú la que se ha recorrido media ciudad para venir a hablar conmigo – argumentó, Steve. Esperó que su amiga hablara, pero ella solo apartó la mirada a su regazo –. Alyn – la nombró con suavidad, al tiempo que dejaba su mano, con la palma hacia arriba, sobre sus piernas.

Esta no dudó en entrelazar sus dedos con los de él y acercarse hasta reposar su cabeza sobre el hombro del chico. Su cuerpo era cálido y le trasmitió la fuerza que necesitaba para hablar.

– La he cagado con Ethan – confesó, derrotada –. Y... y me duele más de lo que pensaba.

Steve soltó un leve suspiro, que la chica no notó. Hablar del hermano de Emily no era lo que más le apetecía en esos momentos, pero sabía que era importante para Alyn, y que ella lo necesitaba.

– Empecemos por el principio.

– Mis padres querían conocerlo – comenzó a explicar manteniendo la mirada fija en la pared de enfrente. Sintió como el chico acariciaba en dorso de su mano con el pulgar y eso la calmó.

– Lo sé, me lo contaste. ¿Tus padres le dijeron o hicieron algo?

– No.

– ¿Lena se quedó prendada y lo agobió? –. La chica no pudo evitar soltar una risa, recordando todas las veces que eso mismo ocurrió, pero con el hombre que tenía al lado. Steve sonrió por su reacción.

– Sí a lo primero, no a lo segundo –. No obstante, la sonrisa no le duró mucho –. Pero no es eso.

– ¿Entonces?

– Fui yo quién la fastidió – sentenció. Hubo unos instantes de silencio en los que Steve le dio tiempo –. Dije que Ethan estudia medicina cuando en realidad estudia arte.

– Dudo que se enfadara solo por eso. Sería un gilipollas si fuera así – concluyó, molesto.

De por sí no es que Ethan le cayera del todo bien y si encima ahora causaba este dolor a su amiga solo por esa pequeña mentira... Ganaba puntos en su lista de gilipollas a los que no dirigir la palabra.

– No, es que no fue en lo único que mentí – añadió, compungida –. Su padre es profesor en un colegio y su madre tiene una tienda de antigüedades.

– Lo sé. Emily... –. Steve tragó con fuerza, ante su mención –. Ella me lo contó. Además de que los conocí.

– Pues yo dije que su padre era profesor, pero en una universidad. Y que su madre era tasadora profesional de antigüedades.

Alyn dudó en ese momento si añadir o no el hecho de que también mintió sobre sus raíces, sobre sus orígenes. Pero terminó ahorrándoselo y guardándoselo para ella. Al fin y al cabo, era algo que Ethan le había confiado a ella y no sabía si a él le haría gracia saber qué lo iba contando. Menos a Steve, cuando se veía en la distancia que no es que tuvieran una relación muy unida.

– Mentiste sobre su familia, Alyn – murmuró un poco molesto.

– Lo sé.

– Cuando los conocí vi como eran y lo importantes que son para Ethan, una de la pocas cosas que me agradan de él.

– Lo sé – repitió, frustrada –. Y ahora está cabreado conmigo.

– ¿Has intentado disculparte? A lo mejor eso ayuda.

– Nooo, para nada – dijo, sarcástica, mientras se apartaba de él –. ¿Disculparme? Eso es lo último que se me hubiera ocurrido –. Miró al rubio con furia.

– No te pongas sarcástica que no te pega –. Alyn respondió con un bufido antes de añadir:

– Lo llamé mil veces y hasta fui a la puerta de su escuela para hablar con él, pero me despachó. Y ahora, ahora... –. Gruñó –. No sé qué hacer.

– Tranquila – susurró el chico, al tiempo que la acercaba a su cuerpo para abrazarla. Ella reposó la cabeza en su pecho. Ambos soltaron un suspiro –. Yo creo que deberías dejarle un tiempo.

– Ya lo he hecho.

– Pues más. Podrías hablar con... –, otra vez, se le creó un leve nudo en la garganta –, Kai... y que ella hable con él para saber cuando se le ha pasado, y así puedas intervenir y pedirle disculpas.

– No quiero meter a Kai en esto.

– No la estás metiendo, solo tiene que decirte si tienes el terreno sereno.

– ¿Y hasta entonces? – cuestionó en un suspiro. Él se encogió de hombros.

– Tendrás que esperar.

– Es que me... me... – tartamudeó Alyn, en busca de una palabra que abarcara todo lo que había estado sintiendo esos días; de lo que sintió el día que ocurrió, el día que no le contestó las llamadas, cuando fue a buscarlo...

– ¿Qué?

– Me duele, Steve – se limitó a decir, al no encontrar una palabra que definiera todo –. Me duele mucho que este así conmigo.

El rubio se quedó completamente quieto, aunque tampoco es que se estuviera moviendo mucho, mientras la mantenía abrazada. Algo rondó por su mente, algo en referente a su mejor amiga y lo que sentía por el mejor amigo de Kai.

– ¿Por qué? – interrogó, esperando una respuesta clara que confirmara o desmintiera su teoría.

– ¿Por qué, qué? – contraatacó, ella, sin comprender.

– ¿Que por qué te duele tanto que Ethan esté enfadado contigo?

– Pues porque... em... él... bueno, él... nosotros... – tartamudeó, de nuevo, al tiempo que tomaba distancia para verle la cara a Steve.

Entonces un pensamiento fugaz cruzo en su mente y la asustó.

– ¿Y tú qué? ¿Por qué tienes esa cara tan demacrada? – cuestionó, a la defensiva, para cambiar de tema. Agitó levemente la cabeza y eliminó cualquier pensamiento anterior.

– Cambiar de tema insultándome. Tener mejor amiga para esto –. La castaña respondió rodando los ojos.

– Steve – le advirtió.

– Emily me puso los cuernos – soltó de golpe, sin anestesia. Alyn agrandó los ojos, sorprendida –. ¿No vas a decir nada? –. La chica abrió los labios dispuesta a comentar algo, pero volvió a cerrarlos sin soltar sonido –. Yo también me sorprendí cuando me enteré.

– No, Steve. – murmuró. Él la miró, confuso –. Yo no me sorprendo de eso –. Hizo una pausa e intentó añadir con tacto –: Lo que me sorprende es que al fin te hayas dado cuenta.

– ¿Qué? – preguntó, perplejo.

– Yo ya lo sabía – susurró, temiendo la reacción de su amigo. Pero esta llegó de todos modos cuando se puso de pie de un salto y se enfrentó a ella.

– ¡¿Lo sabías y no me dijiste nada?!

– Sí... –. Se puso en pie, como él, antes de corregirse –: O sea, no.

– Alucino – murmuró para sí mismo, al mismo tiempo que caminaba de un lado a otro.

– Steve – lo llamó. Comenzó a seguirlo por la sala –. Steve, escúchame –. Lo frenó y puso ambas manos en sus hombros –. Nunca la he visto hacerlo directamente, sino créeme que hubiese corrido a decírtelo. Pero se pasaba todas las fiestas, sobre todo en las que estabais peleados, zorreando con todo aquel que tuviera polla.

– Alyn – le advirtió con los dientes apretados. Ella lo ignoró, sintiéndose por fin libre de poder decir lo que pensaba sobre la asquerosa (al menos para ella) chica que llevaba tres años con su amigo.

– Así que lo he supuesto todo el tiempo, hasta el punto de estar segura sin necesidad de pruebas.

– ¿Por qué no me dijiste nada?

– No me hubieses creído.

– Eso no es verdad – atacó él, a la defensiva.

– Sí lo es – contraatacó, cara a cara –. Hace un tiempo intenté advertirte de ella, independientemente a que te engañara, solo sobre como era Emily realmente. Lo mal que se comportaba conmigo.

– ¿Se comportaba mal contigo? – preguntó, en tono bajo. Ella asintió.

– Y lo sigue haciendo, lo que pasa es que no delante tuyo –. La chica hizo una leve pausa, esperando que Steve asimilara esas palabras antes de continuar. No estaba bien y ver a su amigo así le ponía peor –. Y tú estabas tan cegado de amor, que cada vez que lo intentaba me echaba atrás antes de pronunciar la primera sílaba, porque estaba segura de que no me creerías. Menos sabiendo que a mí no me gustaba, podías pensar que solo te lo decía por eso.

– Joder, Alyn –. Se dejó caer de nuevo en el sofá y ambas manos volaron a su rostro –. Tenías que habérmelo dicho.

– Lo lamento – murmuró la castaña, tomando asiento a su lado y posicionando su mano en la espalda del chico, donde empezó a acariciarlo con ternura.

Ambos se mantuvieron en un silencio algo tenso, pero no porque no estuvieran cómodos con el otro, sino por la densidad de las palabras que acababan de ser dichas.

– ¿Quién te lo ha dicho? – se interesó, Alyn –. ¿O sea, quién ha asegurado que te ha puesto los cuernos o lo has visto tú mismo? –. Esta última opción le dio miedo a la chica, ya que no quería ni imaginarse el dolor que habría sentido Steve si lo había visto directamente.

– No, fue Kai.

– ¿Kai? – cuestionó, asombrada.

– Emily me puso los cuernos con el exnovio, por decirlo de alguna manera, de Kai, hace dos años. El otro día hubo un encuentro no muy favorable y agradable para ella, en el partido, y en un momento de descarga, a solas, me lo contó.

Alyn reflexionó sobre la morena, sobre como era ella. No tardó en llegar a una conclusión.

– Siento decirlo, pero creo en la palabra de Kai.

– Y yo también – murmuró, aún con el rostro escondido.

Se mantuvieron así durante un par de minutos, hasta que el rubio levantó la cabeza hacia ella.

– ¿Qué hago, Alyn? – fue una pregunta, pero sonó más a una súplica; necesitaba que alguien le diera un consejo claro y conciso.

– ¿Puedo serte sincera?

– Sabes que sí.

A Alyn le dolió, pero no le tembló la voz cuando sentenció:

– Déjala –. Steve le mantuvo la mirada, ambos ojos fijos en los del otro –. Deja a Emily.

✩  ✩  ✩

Desplomado sobre el colchón, el cuerpo de Alyn le pesaba como si se tratase de plomo. Sus miembros completamente inertes, como si se hubieran convertido en partes de un cadáver. Y su mirada en un punto fijo del blanco techo. Lo único que aseguraba que seguía viva era el pecho que subía y bajaba.

Se aburría, eso estaba claro. Pero tampoco le apetecía hacer nada de lo que su lista, bien colgada en el corcho del escritorio, indicaba que le tocaba. Por su mente solo rondaba una cosa, la conversación que había mantenido con Steve el día anterior.

Y su mensaje oculto.

– Alyn, me voy a... –, anunciaba Kai, al tiempo que abría la puerta de la chica y la veía ahí tendida –, trabajar – su tono sonó confuso. Miró a la castaña con el ceño fruncido.

– Vale – se limitó a contestar, esta.

– ¿No vas a ninguna fiesta de Halloween?

– No, no me gusta Halloween.

Esa confesión trajo a la mente de la pelinegra la conversación que había tenido con Ethan un par de días atrás, cuando este le llamó frustrado, tanto con su compañera como consigo mismo. Sonrió.

– Entonces el disfraz de abeja solo fue por Ethan – no lo preguntó, lo afirmó.

Alyn abrió los ojos, sorprendida, pero aún en el techo. Después volaron hacia las antenas, que aún descansaban dónde las había dejado, sobre la cómoda. Y finalmente, posó los ojos en la chica, que se apoyó en el umbral de la puerta.

– ¿Te lo ha contado? – preguntó, incorporándose.

– ¿Tú se lo has contado a Steve? –. Alyn asintió con la cabeza, recordando la conversación del día anterior. Una sincera, dura y un poco dolorosa –. Ahí tienes mi respuesta.

– ¿Te ha explicado... –, dudó con algo de miedo –, todo?

Quería saber si le había explicado algo más allá de lo del encuentro a la salida de su lugar de estudios, como las mentiras que ella dijo en aquella estúpida comida. Aunque en el fondo sabía que la respuesta era afirmativa antes de que su compañera contestara.

– Sí.

– ¿Y no estás molesta conmigo? – cuestionó, confundida.

– ¿Yo? –. La mayor asintió –. ¿Por qué debería estarlo?

– He herido a tu mejor amigo.

La castaña pensó que si hubiera ocurrido lo mismo, pero en la posición de Ethan se encontrara Steve, no sabría como ella hubiese reaccionado con la que fuera que se encontraba en su lugar. Por una parte, estaría molesta, pero por otra, conociendo su lado que odia las peleas, pues puede que se mostrara neutral. Alyn odiaba estar enfadada con sus allegados, o que ellos lo estuvieran con ella. Era algo que la hacía sufrir y por ello intentaba evitar esos encuentros, sobre todo con Steve.

Pero ahí estaba, dolida por Ethan.

– ¿Y? No le has hecho nada grave. Y él es mayorcito para estar cabreado o no con quién quiera – comentó, mientras se encogía de hombros con tranquilidad –. No por ello va a cambiar tu relación conmigo –. Hizo una leve mueca con los labios antes de añadir –: Aunque no te voy a negar que no estoy muy feliz por lo qué hiciste.

– Lo siento – murmuró, bajando la mirada.

– A mí no me debes ninguna disculpa, Alyn – le recordó, formando una sonrisa ladeada, con la que esperaba calmar el sentimiento de culpa que veía reflejado en la cara de su compañera.

– Él no quiere escucharme – puntualizó. Soltó un suspiro –. Joder, vale que la he cagado, pero no fue para tanto –. Kai frunció el ceño y la escuchó con atención –. Al menos no para no dejarme explicarme o para ignorarme completamente. Solo modifiqué un poco a que se dedicaban –. Parecía que se lo estuviera diciendo a sí misma, más que a su amiga. Porque para Alyn, Kai ya se había convertido en una.

– Alyn –, mencionó con cautela –, ¿de verdad crees que Ethan está así porque dijiste que estudiaba una cosa que no era o que sus padres estaban laboralmente un poco más elevados?

– Sí, ¿por qué sino?

– Alaska – soltó, Kai, como si fuera la única información necesaria para que ella lo comprendiera. Pero, aun así, añadió –: Lo otro puede que le molestara, pero lo que lo hizo llegar a tal punto fue que mintieras sobre de dónde eran, sobre todo por su madre.

– Pero... yo... no lo hice con mala intención – se defendió, frustrada –. No me importa de dónde sea... No, sí que mi importa, pero para bien. Me parece algo bonito que tenga esas raíces.

– Pues no lo pareció – un ataque en tono dulce.

Alyn resopló y Kai vio el momento de acercarse a ella. Se sentó a su lado mientras la castaña se frotaba las sienes, estresada. Eso le provocaban las peleas, al menos con la gente que realmente le importaba.

– Voy a serte sincera – avisó y no dejó que ella añadiera nada antes de continuar –: Es probable que me gane una discusión con Ethan por contarte esto, ya que no es a mí a quien corresponde, pero... Bah, me las arreglaré con él.

– ¿Contarme qué?

– Nanurjuk, la madre de Ethan, es de Alaska. Nació, creció y vivió ahí hasta que decidió, junto a su marido, venir a vivir a Brooklyn. Lo hicieron cuando Ethan apenas tenía tres años.

– Lo sé, me lo explicó.

– Lo que no sabes es que los primeros meses aquí fueron horribles para Nanurjuk –. Alyn frunció el ceño y la escuchó atentamente, como había hecho ella un par de minutos atrás –. No era muy común ver a alguien de Alaska por estas zonas, y todo empeoró debido a que, por mala suerte, se instalaron en un barrio un poco racista. Fueron muchos murmullos llenos de insultos y rumores en su contra.

– ¿Sobre Ethan también? –. No sabía por qué, pero el hecho de que fuera así le enfurecía.

– No tanto, pero sí, también – respondió –. Pero ella sufrió todo eso, más las humillaciones constantes que tuvo al intentar conseguir un trabajo –. La molestia por tal injusticia se veía con claridad en el rostro de Kai –. Nadie de los alrededores quería contratarla y ella no tenía los estudios necesarios para trabajar en algo más profesional, por decirlo de algún modo. Tras meses sin conseguir otra cosa que no fueran rechazos, tuvo la idea de abrir la tienda de antigüedades, que a día de hoy sigue funcionando –. Hizo una leve pausa para calmarse y tomar aire, y Alyn, en esos momentos, solo podía sentir el sentimiento de culpa aumentando –. Que tú mintieras sobre los orígenes de su madre, como si también la rechazaras, es lo que ha provocado que él esté así –. Suspiró –. Y le dolió – finalizó en un susurro.

– Ahora me siento peor que antes – confesó llevándose las manos a la cara –. No odio sus raíces, ni mucho menos me avergüenzo de ello. No quería que llegara a pensar eso, es solo que mis padres... mis padres... –. Gruñó al no encontrar las palabras –. ¿Qué puedo hacer, Kai? – le preguntó, girando a verla –. ¿Cómo hago que me escuche y pueda disculparme?

– En mi caso, suelo esperar a que se calmen las aguas, tanto por él como por mí, y entonces aparezco en su casa sin avisar para hablar las cosas, sin darle la oportunidad de escapar.

– Me cerraría la puerta en la cara, eso si llegara a abrirme – refunfuñó.

– Mi relación con él no es la misma que la vuestra.

Ese comentario hizo que los ojos de Alyn, que se habían alejado de ella, volvieran al instante. Había palabras no dichas en la mirada de Kai antes de que se pusiera de pie y se encaminara a la puerta.

– Me tengo que ir – le informó, deteniéndose en el umbral –. Pero, Alyn, una cosa más sobre Ethan –, y la nombrada escuchó con todo su interés –, él no es tan indiferente como hace ver –. Le dedicó una última sonrisa –. También le duele estar así contigo.

Sin añadir nada más, ni dejar que su compañera hiciera una replica, se marchó.

Alyn se quedó sola, de nuevo, con el silencio, y ahora no solo las palabras de Steve rondaban su cabeza, sino también las de Kai. Y la mezcla no es que fuera muy esclarecedora. A la única conclusión que llegaba era que no quería seguir así con Ethan.

El sonido del teléfono fue lo único que la sacó de sus pensamientos y, de manera casi automática, lo buscó en su superficie.

– ¿Diga? – murmuró al contestar.

Hola, mi niña – la voz de su abuela, con su perfecto acento español, se coló a través del auricular y, casi por arte de magia, le alivio con su calidez.

– Abu.

– ¿Cómo estás? – preguntó con el tono que da a entrever una sonrisa.

– He tenido días mejores, o semanas si somos sinceras – murmuró mientras se sentaba en una de las sillas de la cocina y subía ambos pies a esta –. ¿Y tú?

– Bien, cariño – respondió, escuetamente, antes de cuestionar –: ¿Pero qué te ocurre?

– Nada, solo una pelea – le restó importancia.

– ¿Con Stevie?

– No, con él todo bien. Bastante tiene con lo suyo – respondió, recordando su problema con Emily.

– Bueno, luego me cuentas qué le pasa al niñito adorable –. Y Alyn estaba segura de que no se iba a librar de esa conversación –. ¿Te has vuelto a pelear con tus padres?

– No, aunque algo de relación tienen – su tono se tiñó de un rencor que ni ella se había dado cuenta de que poseía.

– ¿Ha sido con el chico guapo de las cervezas? – siguió preguntando. La mención de Ethan con ese apodo creó una sonrisa en el rostro de Alyn.

– ¿Cómo sabes que es guapo si ni lo has visto?

– Porque sé que mi nieta tiene buen gusto, solo hay que ver al guapo de Stevie –. Steve tenía dos abuelas que le subían el ego, la de él y la de ella, eso estaba claro. A Alyn le calentó el pecho el hecho de que su abuela le tuviera tanta estima –. Pero, no me cambies de tema. Es con él, ¿verdad?

– Sí.

– Cuéntame.

Eso hizo, explotó. Quería desahogarse, por más que ya hubiera conversado con Steve y Kai. Y no supo lo mucho que lo necesitaba hasta que le contó todo a su abuela. Desde su vuelta a la pintura hasta la conversación con Kai, minutos atrás; pasando por cada una de las mentiras que salieron de su boca.

– Ay, mi niña, si es que eres tontíca.

– Oye – se quejó, ofendida.

– Es cierto, por eso te quejas –. "Las verdades duelen", pensó –. ¿Cuántas veces te he dicho que no les hagas ni caso a tus padres? – le reprochó. Intentó contestar, pero su abuela continuó –: Primero, no tenías que haber accedido a esa comida, al menos no si no lo querías realmente.

– Pero...

– Ni peros, ni peras – lanzó una de sus típicas frases –. Y segundo, no me puedo creer que mi pequeña Evolet haya sido capaz de mentir sobre algo tan importante para ese chico.

– No me hagas sentir peor, abu.

– Mi niña... – suavizó el tono al notar la tristeza y culpabilidad en la voz de Alyn –. Al menos me alegra saber que te sientes culpable, porque eso significa que realmente te importa –. Hubo un silencio solo interrumpido por un suspiro de la joven –. Escúchame, y escúchame bien, ¿eh? – su tono se volvió serio y eso puso en alerta a la castaña, que volcó toda su atención en la adulta –. Ese chico ha estado contigo desde hace un mes, casi dos, y te ha ayudado, por más que tú no lo veas. A veces desde dentro no se nota, pero por las conversaciones que hemos tenido desde que ese Ethan apareció en tu vida, puedo asegurarte de que no eres la misma. Y para bien, Evolet.

– ¿Qué quieres decir?

– Que estás dejando de ser lo que otros quieren que seas y siendo tú misma – confesó y se pudo notar el orgullo y cariño en cada una de las palabras –. O al menos eso hacías hasta que antepusiste a tus padres antes que a ese amigo tuyo –. Pero todo se derrumbó con esa frase –. Mira, tus padres tienen su vida, al igual que yo la tuve antes que ellos, y nunca controlé a mi hijo como, por desgracia, hacen contigo. Pero es que, cariño, es tu vida, no la de ellos y tienes que vivirla como te dé la gana. Porque quien va a vivirla eres tú y solo tú. Eres quien decide sobre ella, no te dejes influenciar.

– Nunca me habías dicho esto – murmuró afectada.

– Sí lo he hecho, pero nunca tan claro, y mira que soy directa.

– Gracias, abuela, te necesitaba.

– No hay de que, mi niña – le dijo con ternura. Adoraba a su nieta, porque le recordaba a ella de joven, al menos cuando era ella misma –. ¿Y qué vas a hacer con ese Ethien?

Alyn no pudo evitar reír, por más que sus emociones estuvieran un poco afectadas, ya que ese apodo, parecido al de Steve, le hizo gracia. Supo que lo escucharía muchas más veces.

– Tengo que encontrar una manera de que escuche mis disculpas, porque no pienso dejar que esto se acabe aquí – sentenció con seguridad. Su abuela le había dado valentía.

– Así me gusta.

– Aunque no me quiere ni ver – se desinfló, haciendo una mueca.

– ¿Y si no hace falta que te vea a ti?

– ¿Qué insinúas? – preguntó, confusa, con el ceño fruncido, aunque Evie no pudiera verla.

– Hazle ver lo que él es para ti.

La conversación se cerró ahí, al menos en referente al tema de Ethan. Después la instó a contarle el drama que estaba viviendo su mejor amigo. Evie le aseguró que ese chico era demasiado bueno para sufrir y que se alegraba de que por fin pusiera fin a su relación.

Tras colgar, Alyn se sentó al borde de su cama y repasó una y mil veces la frase de su abuela.

"Hazle ver lo que él es para ti".

Soltó un suspiro al tiempo que la mirada recorría su habitación.

Y entonces sonrió.

Por una vez se alegró de estudiar arquitectura, aunque solo fuera por ese pequeño detalle que había en la mesa.

—————
Buenaaaaas!!!

Pobre, Alyn, intentando e intentando disculparse sin conseguirlo. ¿Qué opináis sobre los rechazos de Ethan? ¿Están justificados al ver la explicación de Kai?

Os veo este viernes😉

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