Capítulo 15
Eres la casualidad con los ojos más
bonitos que ha llegado a mi vida.
Antonio Gómez
En el interior del coche de Ethan, Alyn se sentía pequeña. Ya había subido antes, cuando la secuestró para asistir al partido de fútbol americano de Steve. Sin embargo, con lo confusa y enfurecida que se encontraba no se fijó en el vehículo. No es que fuera enorme, pero sí más grande que los otros en los que se había subido a lo largo de su vida, que fueron pocos. Estaba tan acostumbrada a su Volkswagen Corrado que esto le parecía un gran cambio.
Ethan la había recogido quince minutos atrás y aparte de un par de palabras al principio del trayecto, no habían conversado nada. Se mantuvieron en un silencio que, para sorpresa de ambos, era cómodo. Alyn, todavía sintiéndose pequeña, se acomodó en el asiento y apoyó la cabeza en la ventanilla. El chico, por su parte, conducía con tranquilidad, más de la habitual, mientras, de vez en cuando, no podía evitar mirar de soslayo a la castaña.
Ella estaba nerviosa por saber a dónde iban.
Él estaba ansioso por llegar.
– ¿Queda mucho? – murmuró sin apartar la mirada de la ventana.
– No, estamos llegando – respondió con una sonrisa. Había notado la urgencia que tenía en el tono de su voz –. ¿Tantas ganas tienes de saber a dónde vamos?
– Siendo tú el que lo ha elegido, pues sí.
– Oh – fingió estar herido y se llevó una mano al pecho, manteniendo firme el volante con la otra –. Qué ataque tan gratuito.
– De gratuito nada – rebatió, aunque su tono de voz la delató, se estaba divirtiendo –. Me llevaste a un partido para después colarnos en el campo cuando no había nadie.
– Eso ya ha prescrito – sentenció, Ethan, al tiempo que se encogía de hombros.
– Bueno, pues entonces sacaré a relucir que me llevaste con Kai y contigo a asaltar la propiedad privada de la universidad para hacer un graffiti.
Ethan se quedó en silencio, rumiando sus palabras.
– Touché – concluyó. Alyn sonrió, satisfecha. Lo sintió como una victoria.
Unos cinco minutos después ya se encontraban aparcando. Ethan sonrió al encontrar un lugar justo delante del edificio. Ella, por su parte, miraba confundida en todas las direcciones. Y, sin saber qué más hacer, imitó la acción del castaño en cuanto este se bajó del coche.
– ¿Dónde estamos? – preguntó, ceñuda, una vez se pararon en el portal del edificio.
– En mi casa – contestó con simpleza al tiempo que sacaba las llaves.
Estaba tan concentrado en esa acción que no vio la cara de asombro que se formó en el rostro de la chica. Al menos no hasta que logró abrir la puerta y la sujetó para que ella pasara. Entonces, al ver su sorpresa, una pequeña risa se escapó de sus labios.
– No te voy a secuestrar, ¿eh? –. Eso devolvió a la realidad a Alyn, quien agitó la cabeza –. Además, si fuera el caso, no sería la primera vez. Ya te secuestré, al menos según tú lo hice, y no acabó mal. Sigues viva – continuó la broma.
Alyn se había sorprendido porque nunca pensó que fuera la clase de chico que invitaría a una chica cualquiera a su casa. Pero claro, siempre pensaba que sabía cómo era Ethan, que se podría ver venir sus actos aunque, al final, siempre hacía algo que la descolocaba.
Subieron hasta el último piso en silencio, con la única interrupción al cruzarse con una vecina anciana, que saludó al chico con mucho cariño. Él se dejó mimar un par de segundos, como si no le importara la imagen que podría crear Alyn. Eso le hizo sonreír. Muchos chicos se avergonzarían.
Ethan dejó salir un suspiro mientras giraba la llave en su cerradura. Había llegado el momento. No tenía ni idea de cómo reaccionaría la castaña ante su idea, pero no iba a echarse atrás por eso. Aunque no podía negar, por más que no lo admitiera en voz alta, que algo de nervios tenía.
Una vez abrió, entornó la puerta y se giró a verla.
– Tu primero – dijo y se apartó a un lado. Alyn lo observó, desconfiada.
– Pero...
– Va – la interrumpió mientras le daba un leve empujón, dejándola delante de la puerta –. Cierra los ojos.
– Pero... – intentó decir de nuevo, frunciendo el ceño, pero sus palabras fueron acalladas en cuanto las manos de Ethan se posaron con suavidad sobre sus ojos.
El tacto de sus dedos le erizó la piel y la dejó sin respiración unos segundos. Los suficientes para desconcentrarla y hacerla tropezar cuando este la incitó a caminar.
– Derecha – le indicó, provocando que ella girara bruscamente y se diera directamente con la esquina de la pared. Él la sujetó por la cintura cuando retrocedió por el impacto. Por suerte, no iba lo suficientemente rápido como para hacerse verdadero daño.
– ¡Ethan! – recriminó, aunque mantuvo los ojos cerrados.
– He dicho derecha, no que te giraras de golpe – le explicó en un susurro, uno directo en su oreja, que la hizo estremecerse.
Sentía sus manos en la cintura, el calor de su piel traspasando la tela de su camisa. Además de notar su presencia demasiado cerca de su cuerpo. Pero lo que la nubló fue su voz susurrante y ronca en el oído.
"¿Qué cojones me pasa?", pensó empezando a enfadarse consigo misma.
– Mantén los ojos cerrados, mejor te guío yo.
Alyn no sabía si eso era buena idea o no, porque significaba que sus manos se mantendrían durante más tiempo en su cuerpo.
– Escaleras – avisó el chico.
– ¿En serio? – preguntó, retóricamente, enfadada. Estaba hartándose de ese jueguito –. ¿Vives en un duplex?
– Algo así.
No tuvo intención de explicarlo, a fin de cuentas pronto descubriría a qué se refería. Y ella se limitó a aceptar su respuesta mientras dedicaba toda su concentración, la máxima que podía tener con los ojos cerrados, en subir las escaleras sin matarse.
Percibió un olor extraño, pero familiar, unos instantes antes de que las manos de Ethan desaparecieran de su cintura. Entonces el aliento del chico rozó su lóbulo y ella contuvo el aliento.
– Abre los ojos.
Pestañeó repetidas veces, intentando acostumbrar de nuevo su vista a la luz. Cuando por fin logró enfocar, no es que contuviera la respiración, es que se le escapó toda en una exclamación silenciosa. Sus ojos azulados se movieron de un lado a otro de la habitación, atónita.
– Esto... esto es... – tartamudeó.
– Bienvenida a mi estudio – sentenció él con una sonrisa, al tiempo que se situaba a su lado. Alyn lo miró, boquiabierta –. Adelante, pasa.
Con pasos cortos y dudosos se adentró en la estancia. Recorrió el lugar con cautela, parándose a analizar cada rincón con interés, como si no quisiera perderse ningún detalle. Mientras, Ethan, la observaba desde la puerta.
Había lienzos por las esquinas, algunos en blanco, otros a medias y bastantes terminados. Además de bocetos o dibujos desperdigados, o pegados sin sentido en las paredes. No le pasó desapercibido que solo tenía dos cuadros colgados. Eso, ni el desorden que dominaba en esa estancia, pero estaba demasiado embobada como para pararse a pensar en el orden.
Sus pasos se detuvieron delante del caballete que estaba casi en el centro de la habitación. Había un pequeño lienzo empezado, pero no terminado. Alyn inclinó ligeramente la cabeza hacia la derecha y lo observó. La mitad de un paisaje, donde se podía ver la silueta de una montaña y los árboles, la mitad sin hojas.
– Es precioso – murmuró sin poder contenerse.
Ethan se encogió de hombros al tiempo que agarraba un pequeño maletín de una de las estanterías. Al darse la vuelta se quedó congelado, viéndola. No sabía por qué, pero la imagen de ella en ese lugar lo hacía sonreír.
– Es una de mis chorradas – dijo mientras se acercaba.
No lo decía como un insulto hacia sus obras, sino que se trataba de uno de esos pequeños cuadros que hacía simplemente por aburrimiento y por búsqueda de inspiración para hacer algo más grande.
Tomó el pequeño lienzo del caballete y lo dejó a un lado antes de agarrar otro en blanco y situarlo donde estaba el anterior. Alyn observaba sus movimientos con el ceño fruncido, sin saber qué tenía entre manos. Y sus cejas se arquearon una vez él se situó delante de ella.
Ethan, con una sonrisa maligna que quería nacer de sus labios, le tendió el pequeño maletín. Estaba deseando ver su reacción, aunque ya tenía una imagen clara en su mente de cómo sería.
– ¿Qué es esto? – preguntó, confusa, con el maletín en sus manos.
– Ábrelo.
Desconfiada, porque sabía que algo rondaba por la mente del castaño, lo abrió. Ante sus ojos se mostraron más de diez tubos de pintura acrílica, la mayoría ya utilizados y casi gastados. Además de que las manchas que estos tenían ya informaban de que se usaban con frecuencia.
Solo tardó un par de segundos en darse cuenta de su plan. Analizó las pinturas unos instantes más y después pasó la vista al lienzo, para finalmente clavar sus ojos en los de Ethan.
– No – se negó con firmeza al tiempo que cerraba el maletín de golpe –. No – repitió –. Toma – añadió tendiéndole de nuevo las pinturas. Ethan, con las cejas fruncidas, se cruzó de brazos –. Toma.
– No.
– Ethan, no quiero hacer esto.
– ¿No quieres o no debes? – atacó, dando justo en la diana –. Dime, Alyn, ¿realmente no quieres o es que tienes integrado en tu cabeza que no debes? – cuestionó dando un paso hacia ella, acercándose.
Alyn se quedó paralizada. Era consciente de que Ethan había sabido leer entre líneas en su declaración la noche del graffiti, sabía que él se había dado cuenta de que sus padres habían tenido que ver con su alejamiento con el dibujo. Sin embargo, nunca esperó que intervendría y mucho menos que le sacaría el tema de forma tan directa, sin anestesia.
– Que tus padres te dijeran que no debes pintar o dibujar no significa que debas hacerles caso – comentó, con suavidad, ya que no quería que se sintiera atacada o cuestionada.
– No me dijeron exactamente que... – intentó defenderlos. Acto que Ethan encontró ridículo y que por ello interrumpió.
– Me da igual que palabras utilizaron – comentó con brusquedad y se acercó otro paso, tomando una respiración. Estaban a escasos centímetros y por ello Alyn tuvo que levantar levemente el mentón –. Usaron las indirectas para darte una orden y tú la acotaste, sin pararte a pensar si merecía más la pena no hacerles caso.
La chica lo habría contradecido, se habría defendido a ella y a su inteligencia, pero en su mente revivió la escena de tres años atrás y se dio cuenta de que las palabras de Ethan eran ciertas. Se mantuvo callada.
– Deja de pensar en ellos – su voz bajó a un murmullo bajo y los ojos verdes conectaron con intensidad con los de Alyn –. Solo piensa en lo que deseas –. Le dejó un par de segundos para pensar –. ¿Quieres pintar?
Y para su propia sorpresa asintió enseguida.
Ethan mostró una sonrisa ladeada.
– Pues pinta – concluyó al tiempo que tomaba distancia. Una sensación extraña se implantó en el cuerpo de la chica, pero le restó importancia.
El chico acercó un pequeño taburete para que ella pudiera dejar las pinturas y le pasó el material necesario para que pudiera pintar. Después se encaminó hasta la ventana, que quedaba detrás del caballete, y se sentó en el alféizar, para que Alyn lo pudiera ver.
Un silencio los envolvió mientras la castaña observaba el lienzo en blanco. Un nudo se le formó en el estómago. Hacía tres años, o puede que más, ya que pintar lo dejó antes que dibujar, que no hacía nada. Lo máximo eran los dibujos que le exigían en la carrera, pero no se podía comparar.
Su mente estaba en blanco, sin inspiración. Como si con el paso del tiempo su creatividad se hubiese extinguido. Y buscó a Ethan con la mirada.
– No sé qué pintar – confesó, susurrando. Él le sonrió con dulzura.
– Pinta cualquier chorrada.
Eso le molestó.
– Si voy a volver a pintar después de tres años, no será una chorrada – afirmó con seguridad. Ethan la observó, admirándola.
"Bien dicho", pensó el chico.
– Pinta algo bonito –. Ante el ceño fruncido de la ojiazul añadió –: Algo que para ti sea digno de ser pintado.
Sus ojos quedaron conectados, lo que pareció una eternidad, hasta que Alyn volvió la vista al lienzo. Para ella fueron minutos lo que se pasó observándolo, pero solo fueron unos segundos. Unos cortos segundos antes de que una idea se implantara en su mente con fuerza.
Sus manos se movieron con soltura, aunque un poco temblorosas, hacia los tubos. Y, casi sin darse cuenta, se encontraba manchando el pincel de pintura y acercándolo al lienzo.
Ethan, que no podía borrar la sonrisa orgullosa de su rostro, notó la tensión en los hombros de Alyn y quiso distraerla.
– ¿Sabes? Algunos dicen que el arte va en la sangre – comentó con la vista puesta en el exterior. Se encogió de hombros y se giró a ver a Alyn, quien había apartado la mirada del lienzo –. Si es así, no sé de dónde me viene a mí.
El ojiverde al ver que no seguía pintando, ya que estaba concentrada en lo que él le estaba diciendo, le indicó que prosiguiera. Ella se dio cuenta de que quería entablar una conversación al tiempo que ella pintaba, así que continuó pintando. Aunque lo hacía casi sin pensar, como si sus manos se movieran solas.
– Puede que sea del gusto de mi padre por los cuadros – comentó, pensativo –. Aunque, no sé por qué, creo que me viene más de mi madre. Ella no es tan amante de la pintura como lo es mi padre, pero tiene una tienda de antigüedades y siempre dice que cada objeto que tiene es una obra de arte para ella –. Rumió sus propias palabras –. Puede que me venga de ambos.
– ¿Tu madre tiene una tienda de antigüedades? – preguntó la chica, interesada, sin apartar la mirada del lienzo.
– Ahá – respondió mirándola –. La abrió cuando yo tenía cinco años, dos años después de que nos mudáramos.
– ¿Dónde vives ahora?
– Brooklyn.
– ¿Y antes?
– Alaska.
Alyn levantó la mirada de golpe en su dirección y el chico pudo ver como los ojos casi se le salieron de sus órbitas de la sorpresa. Eso le causó una risa. La chica, al hacer la pregunta, supuso que diría un lugar de Nueva York, no algo tan lejano como Alaska.
– ¿Alaska? – cuestionó, asombrada y con el pincel suspendido en el aire. Él asintió con la cabeza, formando una sonrisa divertida –. ¿Viviste en Alaska?
– Nací en Alaska. Bueno, en un pueblo de este – explicó, sorprendiéndola el doble –. Y durante los tres primeros años viví ahí, después nos mudamos a Nueva York.
– No pareces alaskeño.
– Continúa – ordenó señalando el lienzo, aunque era más un recordatorio al ver que por su conversación se estaba distrayendo más de la cuenta. Ella le hizo caso –. Eso es porque he salido más a mi padre.
– Emily tampoco lo parece.
– ¿Cómo...?
– Es la novia de Steve, te lo recuerdo – lo interrumpió.
– Si te fijas tenemos la piel un poco más tostada, aunque parece más un bronceado, pero no es tan clara – explicó mirándose las manos –. Creo que eso y el pelo castaño es lo que hemos heredado de esa parte. Aunque, bueno, el pelo tampoco se puede saber con certeza, ya que mi padre también lo tiene castaño –. Se encogió de hombros –. Mi madre está un poco decepcionada con su genética, esperaba que alguno de los dos nos pareciéramos más a ella.
– ¿Y en los ojos? – no pudo evitar preguntarlo, mientras miraba fijamente su lienzo y evitó formar una sonrisa.
– Mi hermana los tiene oscuros, heredados de mi madre. Pero yo los he sacado de mi padre.
– ¿Tu padre es de aquí? –. Lo miró de soslayo justo cuando él asentía con la cabeza –. Una vez leí algo sobre Inuit y Alaska, aunque no me acuerdo muy bien.
– Inuit significa "la gente". Básicamente, es el nombre genérico para el grupo de personas que habitan el Ártico – le informó y ella asintió, realmente interesada.
– Es una palabra bastante peculiar, aunque es bonita.
– Hay muchas palabras así – comentó mirando de nuevo por la ventana. No había ni una sola nube en el cielo, parecía un lienzo azul listo para ser pintado –. Además de los nombres de cada persona, son casi únicos.
– ¿Cómo se llama tu madre?
– Nanurjuk.
– ¿Significa algo? –. Se giró levemente para coger otro tubo y verter un poco de verde en la paleta.
– Estrella – respondió con una sonrisa cariñosa –. Mis abuelos se lo pusieron porque nació una noche llena de estrellas fugaces.
– Eso es muy bonito – comentó con sinceridad y ternura –. El mío... bueno, ninguno de los dos, sé si tienen algún significado. Supongo que sí, como todos, pero dudo que mis padres se pararan a buscarlo – terminó la frase encogiéndose de hombros.
– ¿Cuál es tu segundo nombre? – preguntó, inocentemente. Pero en cuanto vio que Alyn le dedicaba una mirada de reojo y después actuaba como si no lo hubiera escuchado, supo que tenía que averiguarlo –. Vamos, sé que me has oído. Tu cara te ha delatado –. Hubo un silencio por su parte –. Bueno, pues te aseguro que no te irás de aquí hasta que lo digas.
Se cruzó de brazos al tiempo que levantaba el mentón con superioridad. Alyn vaciló unos segundos, pero sabía qué sería capaz de cumplir su palabra, así que bufó mientras bajaba la mirada al lienzo y murmuraba.
– Evolet.
– ¿Evolet? – repitió, a lo que ella simplemente asintió –. Pensaba que iba a ser mucho peor – comentó con una sonrisa divertida –. Es bonito.
– Es horrible – aseguró con una mueca.
– A mí no me lo parece –. Se encogió de hombros.
La ojiazul negó ligeramente con la cabeza y se centró en su tarea. O al menos lo hizo hasta que una idea se le cruzó por la cabeza, o mejor dicho una duda jugosa.
– ¿Tú tienes segundo nombre?
– Sí
– ¿Es Inuit? – cuestionó, causando que Ethan, que tenía la mirada fija en la ventana, se congelara unos segundos antes de girarse a ella.
– Sí – respondió, inseguro.
– ¿Cuál? – pronunció con emoción.
A Alyn le interesaba saber cosas del origen de la gente y en cuanto Ethan mencionó que tenía genes de Alaska, no pudo evitar emocionarse. Y ahora quería saber su nombre Inuit. Quería saber qué significado le dieron sus padres a él.
Ethan dudó.
Nunca había ocultado sus raíces, se sentía orgulloso de ellas. Además de que con una simple mirada de soslayo a su madre ya se podía intuir que no era estadounidense. Sin embargo, jamás le había dicho su segundo nombre a nadie. Con la excepción de su familia (obviamente) y de Kai. Ni siquiera Peter y Ryan lo sabían.
Al alzar la mirada se topó con los ojos azules, aunque él ya los había visto lo suficiente como para saber que poseían motas verdes, de Alyn. Estos lo miraban con intensidad y acompañaban a una sonrisa tierna y dulce. Se sintió hipnotizado y toda sensación de duda desapareció. Por ello la palabra resbaló de sus labios sin pensar.
– Newen.
Alyn lo observó, ampliando su sonrisa.
– Newen – repitió, igual que él, un par de minutos atrás –. Newen – saboreó la palabra –. Ethan Newen.
– En realidad Newen Ethan, es mi primer nombre – corrigió el nombrado.
Tragó saliva, esperando palabras más expresivas de su parte. Pero ella lo repitió un par de veces más y eso lo divirtió al punto de que no pudo reprimir una sonrisa burlona.
– Es muy bonito – sentenció finalmente –. Y te pega, la verdad es que tienes cara de Newen –. Eso lo hizo reír.
– Gracias.
– ¿Qué significa? – formuló la pregunta una vez la risa se había calmado, pero esta causó una mueca en los labios del chico.
– ¿Ya has terminado? – cuestionó, Ethan, señalando el caballete con un movimiento de cabeza. A Alyn no le pasó por alto la evasiva.
– No intentes cambiar de tema – comentó con una sonrisa divertida –. ¿Qué significa Newen? –. Silencio –. ¿Me estás haciendo pagar con la misma moneda? –. Pero la mueca que volvió a hacer le dijo que no, que realmente no quería decirlo –. Pues yo también te amenazo. De aquí no me muevo hasta que me lo digas.
– Alyn... – susurró antes de lamerse los labios y formó una sonrisa ladeada –. No tendría problemas en que cumplieras esa amenaza, más bien todo lo contrario.
Se sonrojó. No supo cómo, pero sus palabras la ruborizaron sin poder evitarlo.
– Va – insistió, ignorando su frase –. Por favor, Ethan – siguió –. Por faaaa – suplicó.
El nombrado estaba en el límite. Los ojos de cachorro que le estaba poniendo, más la súplica, lo debilitaron. Sin embargo, algo lo salvó, o más bien fastidió a la chica.
El teléfono estaba sonando.
– Ahora vuelvo – se apresuró a decir el castaño, al tiempo que pasaba por su lado en dirección a la puerta –. Salvado por la campana – susurró una vez llegó a esta.
– ¡Ni lo sueñes, no te libras tan fácil! – la escuchó gritar mientras bajaba las escaleras.
Alyn se entretuvo terminando los pequeños detalles del cuadro, mientras Ethan atendía la llamada. Una vez lo finalizó, dio un paso atrás y lo observó. Se le cortó la respiración. Hacía tanto tiempo, al menos ella lo consideraba así, que no pintaba que nunca esperó volver a hacerlo. Y ahora que volvía a tener una obra suya delante, no se lo podía creer.
Ella había hecho eso.
– Era Kai – la voz del castaño la hizo girar, causando que, sin querer, tapara el lienzo ante los ojos del chico –. Se ve que han llamado tus padres y que quieren que los llames cuanto antes – explicó. La castaña notó como, inconscientemente (o no), Ethan hizo una mueca al mencionar a sus padres.
– ¿Me podrías prestar el teléfono?
Este respondió tendiéndoselo. Ella sonrió mientras lo cogía y se dio la vuelta para rodear el caballete. Se sentó en el alféizar, donde unos minutos atrás estaba él.
Este movió la mirada de la chica al lienzo y aprovechó que ella estaba distraída hablando para acercarse. Entonces observó la obra con intensidad.
– Sí, lo siento – murmuró Alyn con la mirada fija en el exterior –. He salido a hacer unos quehaceres – mintió, a medias. Sabía que no podría decirle a su madre lo que realmente había estado haciendo.
Pintando.
Ethan observó la pintura, asombrado. Realmente tenía talento, tanto que desbordaba. Pero no fue eso lo que lo sorprendió, sino lo que había escogido pintar.
– ¿Son mis ojos? – lanzó la pregunta sin apartar la mirada, pero unos segundos después la posó en ella. Esta lo miró, nerviosa y tímida.
– ¿Alyn? ¡Alyn! – el grito de su madre la devolvió a la realidad y apartó con urgencia la mirada.
– Perdón – se disculpó hacia el auricular.
– ¿Quién era ese?
– ¿Quién era quién? – se hizo la loca.
– No me vengas con evasivas, Alyn Evolet Stewart –. Cuando pronunciaba todo su nombre era mala señal –. ¿Quién era el hombre que ha hablado?
– Es un amigo.
– ¿Qué amigo? Porque no era la voz de Steve, ni tampoco la de Hayden.
Ethan, mientras, paseaba la mirada del lienzo a Alyn y de ella al lienzo, de nuevo. Como si no pudiera dejar de hacerlo, embobado. Él le había dicho que dibujara algo que fuera digno de pintar y ella había escogido sus ojos.
"Mis ojos", pensó otra vez.
– Un nuevo amigo que he hecho, es el mejor amigo de mi compañera de habitación.
– Mmm...
– ¿Mmm? ¿Qué pasa, mamá? – preguntó, desconfiada.
– Quiero conocerlo – sentenció sin vergüenza alguna. La chica se atragantó con su propia saliva.
– ¿Qué?
– He dicho que quiero conocerlo.
– Pero... – la interrumpió.
– No acepto un no, Alyn Evolet Stewart – concluyó la posible discusión –. Tráelo este sábado a comer. No hay más que hablar –. Soltó un leve suspiro, que esperaba que su madre no oyera –. Tengo que conocer con quién pasas el tiempo –. Eso le molestaba, pero no comentó nada –. ¿Entendido?
– Entendido – se obligó a responder. Miró a Ethan, quien la observaba –. Mamá, ahora tengo que dejarte.
Le llevó más de tres minutos satisfacer a su madre para lograr colgar. Y una vez hecho soltó un suspiro, aliviada. Aunque, la verdad, lo que se le vendría encima iba a ser mucho peor.
Al levantar la vista sintió los ojos de Ethan fijos en ella con tal intensidad que cuando los conectó con los suyos juró que la dejó inmóvil unos instantes. Pero se obligó a moverse hasta donde se encontraba y le tendió el teléfono junto a un agradecimiento.
– Has pintado mis ojos – afirmó, sin apartar la mirada de los de ella. Alyn miró el lienzo un segundo y después volvió a su rostro; sin embargo, apartó la vista, incapaz de sostenerle la mirada. Asintió con un movimiento casi imperceptible –. Te he dicho que dibujaras algo que fuera digno de ser pintado –, hizo una leve pausa –, y has escogido mis ojos.
Había mucho en esas palabras. Muchas preguntas, muchas respuestas. Demasiadas sensaciones. E incapaz de enfrentarse a ellas, decidió decir lo primero que se le vino a la mente, pero lo suficientemente efectivo para cambiar el rumbo de la conversación.
– Comemos con mis padres este sábado – anunció, provocando que a Ethan casi se le salieran los ojos.
– Perdón, ¿qué has dicho? –. Esperaba haber oído mal. Pero ella repitió las palabras negando esa opción –. ¿Y por qué?
– Mi madre quiere conocer a mi nuevo amigo – explicó con una mueca. Sonaba muy infantil.
– O sea, que quiere controlarte.
– No, es solo que...
– Alyn – el tono fue firme. Con eso quería dejar claro que no merecía la pena ni que intentará explicar algo que ninguno de los dos se iba a creer, porque lo dicho por Ethan era cierto.
– Lo siento – se disculpó –. De veras. No quería meterte en esto y mucho menos sin consultarte antes. Te prometo que encontraré alguna excusa. Algo lo suficientemente convincente para que mi madre no me dé la tabarra. Ya se me...
– Iré.
– ...ocurrirá... Espera, ¿has dicho que irás? – cuestionó, sorprendida. Él asintió.
Lo que menos quería el castaño era ver la cara de dos personas que no le agradaban, pero prefería eso a que la madre de Alyn le reprendiera a ella solo porque él no asistiera.
– Gracias – dijo sincera, al tiempo que se lanzaba a sus brazos para abrazarlo con fuerza –. Gracias, gracias –. Se sentía feliz de no tener que soportar una charla de su madre.
Ethan le correspondió al abrazo causando que un cosquilleo invadiera ambos cuerpos. Al separarse, Alyn mantuvo las manos en sus hombros, y él las suyas en la cintura de la chica. No podían apartar la mirada del otro.
– Con que mis ojos – murmuró él, con una sonrisa ladeada. Los labios de ella también se curvaron.
– Sí, tus ojos.
—————
Buenaaaas!!
Estoy de vacaciones, pero no me olvido de vosotras☺️
Este capítulo me parece muy bonito. La historia de Ethan y su primer nombre. Newen✨ ¿Os gusta? ¿Qué significará?
Alyn pintando de nuevo y escoge los ojos verdes de Ethan. AAAAAA!!!🥰 Que monooooos🤍
Nos vemos el viernes😉
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