Capítulo 9 - Milena

—No puedo creer que hiciste eso, Milena —espetó Desmond apenas cerró la puerta de la habitación.

Llegamos en nuestros respectivos automóviles y por supuesto que no pude ir al «after» de la inauguración; no era algo propio para una mujer respetable y casada, según Desmond.

Ya me había quitado el vestido y colocado el pijama más ancho que poseía. No quería tener relaciones sexuales con Desmond, así que traté de verme muy mal para quitarle de la cabeza la imagen de la Milena en ese vestido sexy.

—Tú trabajas —objeté—, ¿eso es malo?

Desmond comenzó a retirarse la corbata.

—¡Yo soy el sustento de este hogar! —gritó él—. Yo trabajo, tú estás en casa, ¡ni siquiera te ocupas de las labores domésticas! ¡¿Qué más quieres, Milena?!

—Y te agradezco por eso, en serio, pero también me gusta la idea de poder comprar mis calzones.

—¿Tus calzones? ¡¿De qué carajos estás hablando?!

Desmond se sacó la camisa y mostró su cuerpo atlético. Era guapo, claro que sí, pero no sé en qué momento dejó de atraerme.

—Tú dime, ¡eso me gritaste en el auto!

El rostro de Desmond se desencajó.

—¡¿Qué carajos estás diciendo, Milena?! ¡¿Cuándo hablé de tus calzones?!

—¡Hoy en el automóvil! —recordé y señalé hacia afuera como si su automóvil estuviera estacionado en el balcón de la habitación—. ¡Me gritaste que hasta mis jodidos calzones eran gracias a ti!

Nunca vi a Desmond así. No pude identificar los sentimientos que lo embargaban, al menos no todos, sólo desentrañé la ira. Estaba furioso, apretaba los puños y temí que decidiera estrellarlos en mi cara.

Tomé el celular y retrocedí hasta la pared. Sólo configuré una vez el botón de emergencia, no sabía cómo funcionaba o el proceso al utilizarlo, pero mi dedo se detuvo justo arriba de éste en espera de presionarlo si ocurría lo peor.

Sin embargo, Desmond pareció desinflarse y dijo:

—Estás loca, yo no dije eso.

Mi corazón latía muy rápido. Mi cuerpo se agitaba.

Y mi mente regresaba al preciso instante en que él gritó eso en el automóvil.

—Claro que sí...

—No, Mila, ¿por qué te diría eso?

Porque era verdad y querías humillarme, pensé, mas no pude hablar. Intentaba recordar todo lo posible de ese momento.

»Creo que deberías volver a tomar tus pastillas.

Mis rodillas flaquearon.

Durante mi adolescencia fui muy inestable y estuve medicada con antidepresivos por una temporada. Era algo muy privado que le conté a Desmond poco después de casarnos y jamás volvimos a hablar del tema, hasta esa noche en que me volvía a insinuar que los necesitaba.

—No las necesito.

—¿Segura? Estás haciendo muchas cosa extrañas, Milena, y ahora inventas que dije cosas que jamás te diría.

—No es un invento, Desmond... Tú dijiste...

—No sé qué pensar, Mila. —Meneó la cabeza, recogió la camisa del suelo y comenzó a colocársela de nuevo—. No creo que estés en condiciones de tener un empleo, ¿y si empiezas a inventar que tus jefes dijeron cosas?

—Pero tú...

—Quizá debería hablar con ellos para explicarles que eres inestable y necesitas medicación, sería lo mejor, así...

—No puedes hacer eso —interrumpí—. Yo no me meto en tu trabajo, tú no puedes meterte en el mío.

—¿Trabajo? —burló—. Eso no es un trabajo, no seas ridícula, Mila, sólo irás a perder tu tiempo hasta que te aburras.

—No, yo...

—No sé qué está pasando contigo, pero me desilusiona muchísimo todo esto —suspiró Desmond—. Necesito pensar.

—¿Necesitas pensar?

—Sí.

Abrió la puerta de la habitación y me dirigió una última mirada de pies a cabeza.

—Y trata de no vestir con ropa tan ceñida, ya subiste mucho de peso y se ve mal.

Tras decir eso, cerró la puerta y se marchó.

Permanecí en la misma posición, con el dedo arriba del botón de emergencia, hasta que escuché su automóvil saliendo del garaje; entonces me derrumbé en la orilla de la cama sin entender muy bien qué había pasado.

¿Estaba imaginando cosas?

—No —musité.

Desmond me gritó que hasta mis calzones eran gracias a él. Tenía la frase grabada con fuego en mi cabeza, entonces... ¿por qué él no lo recordaba? No lo imaginé.

¿O sí?

¿Y si en serio necesitaba de nuevo mis pastillas? La última vez no inventaba situaciones, sólo me sentía muy triste, pero quizá con la edad los síntomas de la depresión cambiaban, ¿sería eso?

¿Estaría enloqueciendo?

El vestido rojo colgaba de un gancho en el armario con la puerta abierta. Era verdad que me apretaba un poco más que cuando lo compré, pero me gustó cómo me veía.

¿Y si me quedaba mal y por eso todos me miraban?

La boca de mi estómago burbujeó con la vergüenza.

Pero Fenrir dijo que me veía muy guapa, recordé y me aferré a eso.

Quería dormir. No deseaba tener ojeras y un pómulo hinchado en mi primer día de trabajo, pero tampoco quería tomar pastillas para dormir y sucumbir a las palabras de Desmond.

Así que intenté hacerlo de forma natural, contando ovejas, tatuajes, o lo que fuera hasta que el sueño me venciera.

Desmond no dormiría en casa; a veces hacía esas cosas cuando nos peleábamos. En muchas ocasiones sentía que sólo buscaba discutir para irse a pasar la noche a un hotel; una vez le dije y me gritó que estaba imaginando cosas porque no tenía sentido que quisiera irse a un hotel cuando podía estar tranquilamente en su hogar.

Ya no sabía qué pensar.

Y el sueño no llegaba.

Me asustaba que Desmond regresara y estuviera molesto mientras yo dormía; así que me levanté y coloqué un frasco de cristal atrás de la puerta, el ruido me despertaría.

Regresé a mi cama y me distraje en las redes sociales. Fenrir continuaba hermético, pero Dylan estaba compartiendo casi hasta la marca de sus calcetines, así que me sentí en el «after» desde la comodidad de mi cama.

Supongo que Dylan notó que revisaba sus redes sociales, porque subió un video con Fenrir donde lo hacía sonreír hacia la cámara. Luego Dylan decía «¡Para que la famosa duerma bien!».

Apagué el celular, lo abracé contra mi pecho y cerré los ojos.

De pronto, sentí que podría dormir sin pastillas, sólo viviendo en mis recuerdos.

Me tomé dos horas para elegir cómo vestirme en mi primer día de trabajo.

Desmond había tenido razón. Subí de peso y casi toda mi ropa me quedaba más apretada que antes; no encontraba muchas opciones para ponerme sin sentirme una pelota.

Tenía muchísimos conjuntos deportivos anchos, son los que usaba todos los días y Desmond me había regalado tantos que varios conservaban las etiquetas; no obstante, no se vería bien que fuera vestida así.

Elegí un pantalón de mezclilla que no me apretaba tanto en la cintura y una blusa holgada en color marfil. Unos sneakers blancos, cabello recogido en un chongo y toneladas de maquillaje para seguir disimulando el moretón que comenzaba a ponerse verdoso.

En bolsos tenía más opciones, Desmond siempre me regalaba. Elegí uno del mismo tono que mis tenis y me miré una última vez en el espejo de la habitación.

Me veía bien, hasta más joven; no supe si era por mi atuendo o mi sonrisa.

Es que vería a Fenrir. Trabajaríamos juntos. No podía pasar nada entre nosotros, pero estaríamos cerca y podría verlo luego de no saber de él por cinco años.

Salí de la habitación, bajé casi saltando de alegría por las escaleras y me detuve en la cocina donde la realidad volvió a golpearme en el estómago.

Un enorme ramo de rosas rojas descansaba en la meseta donde me golpeé al caer. Desmond estaba al lado con la misma ropa de anoche y expresión de perrito apaleado.

—Te traje un regalo por tu primer día de trabajo —dijo él y me entregó la caja de un reloj inteligente, el más caro del mercado. Lo sabía porque él mismo poseía uno que usaba cuando salía a practicar deporte—. Ya sé que no te gustan los relojes, pero... es bonito y ahora tendrás que fijarte en la hora para no llegar tarde.

Titubeé. No sabía qué decir.

—Gracias... —murmuré, eso era lo apropiado, agradecer—. Hablando de llegar tarde, debo apurarme...

—¿A qué hora entras?

—A las tres —respondí y miré el reloj en la pared.

Faltaban cuarenta minutos.

—Tenemos tiempo —dijo con una sonrisa que me aterró.

No quería tener relaciones sexuales con él. A veces me pasaba, repelía hasta sus caricias e inventaba excusas tontas para escapar del momento; intentaba aplazarlo todo lo que podía hasta que él me recordaba que bien podría buscarse a otra mujer porque no lo atendían en casa.

—Hay tráfico —reaccioné—. Lo vi en las noticias, debo apurarme.

Intenté salir por un costado, pero el caminó rápido y se interpuso.

Tragué duro.

—Te extrañé mucho toda la noche —musitó y acarició mi mejilla sana—. Te amo tanto...

—Podemos pasar una velada romántica cuando regrese —ofrecí y lo empujé despacio por el pecho—. ¿Te parece?

—Mejor ahora, rápido...

Negué con una sonrisa.

Y rogué que algo sucediera, por ejemplo, que cayera un meteorito o revivieran los dinosaurios.

—Ya estoy lista para el trabajo, llegaría tarde... —expliqué.

—Oh, vamos, Mila, ni es un trabajo de verdad.

Eso me enojó.

Lo empujé con más determinación.

—Es un trabajo de verdad y no puedo llegar tarde —espeté—. Hay comida en la nevera, sólo tienes que calentarla. Nos vemos.

Desmond se quedó boquiabierto y aproveché ese momento de perplejidad para escapar de la casa.

En menos de treinta segundos ya tenía el automóvil afuera del garaje e iba camino a mi nuevo trabajo.

Y me sentí libre porque Desmond tuvo mucha razón en algo. Nada de lo que poseía era realmente mío, todo era gracias a él, así que ni temía que rompiera mis cosas o algo similar, no poseía absolutamente nada.

Libertad.

Subí el volumen de la música. Tom Odell cantaba «Another love» y yo con él, a todo pulmón. La repetí cuando terminó, muchas veces, hasta que llegué al centro comercial y me estacioné al lado de la camioneta de Fenrir.

Me gustaba hasta su camioneta. Dios mío.

Estaba muy mal.

Apagué el automóvil, revisé mi maquillaje y salí. Respiré hondo antes de caminar hacia mi primer empleo desde... siempre. Era la primera vez que trabajaría, no cabía en mí de la emoción.

Iba con diez minutos de ventaja, pero me apuré y llegué todavía con cinco minutos a mi favor.

Entré y, lo primero que vi, fue a Dylan poniendo los ojos en blanco. Pero lo primero que escuché fue el zumbido placentero de una máquina para tatuar.

—Llegas tarde —dijo.

Revisé la hora en mi celular.

—No es verdad, he llegado cinco minutos antes.

—En tu primer día de trabajo deberías llegar al menos dos horas antes para que te expliquen lo que tienes que hacer, ¿nunca has trabajado o qué?

No estaba segura de esa regla. Fenrir no me explicó nada de eso, sólo me dijo el horario antes de que me marchara y que hoy me dirían la documentación que necesitaba para poner en orden todos mis papeles como su empleada.

—¡Eso es mentira! —gritó Fenrir desde la parte trasera del estudio.

—¿Está tatuando? —inquirí sin disimular la emoción.

Dylan volvió a poner los ojos en blanco.

—Sí, es tatuador y este es un estudio de tatuajes, aquí tatuamos, ¿recuerdas?

—Ajá —sonreí—. ¿Puedo saludarlo?

Sólo quería verlo tatuando, no sabía cuánto deseaba eso hasta que se presentó la oportunidad.

—No —respondió Dylan con incredulidad—. Dios mío, eres su fangirl.

—No soy su fangirl. —Fruncí el entrecejo—. Fenrir es muy famoso por su talento, sólo quería...

—Como sea —interrumpió Dylan—. Olga, quien sí llegó temprano, te explicará lo que tienes que hacer... Yo tengo una cita en treinta minutos.

—¿Vas a tatuar?

Dylan, otra vez, puso los ojos en blanco.

—No, voy a bailar, Mila —suspiró hondo—. Sí, voy a tatuar, puedes pasar a vernos cuando Olga termine de explicarte y tengas un momento libre, ¿contenta?

—Sí, claro —asentí con mi mejor sonrisa—. Gracias.

Dylan, al fin, sonrió.

—Eres agradable, Mila, pero no te aproveches.

Y me dio un toque amigable con el dedo en mi frente.

»Anda, ve, aprende.

—Gracias, ¡voy!

Olga estaba atrás de la recepción y me recibió con la misma sonrisa que yo poseía; de inmediato me agradó. Su tatuaje de estrella era pequeño, en un costado, y lo cubría casi por completo con el fleco.

—Es muy sencillo —me tranquilizó luego de saludarnos brevemente—. Aprenderás rápido.

Y fue verdad. Me enseñó la lista de proveedores a los que debía solicitar todos los insumos que hicieran falta. Yo debía revisar cada noche, esa era la mayor responsabilidad de mi turno, y dejar la observación de los faltantes para que ella, por la mañana, hiciera la requisición de compra y Fenrir o Dylan la aprobaran.

También me mostró las agendas de cada uno que estaban completamente llenas por lo que quedaba de enero; sólo empezaban a tener espacios en algunos horarios en febrero.

En la computadora se encontraban las redes sociales del estudio de tatuajes; habían contratado a un Community manager que administraba el contenido que se publicaba, pero nosotras debíamos responder los mensajes privados y brindar información para concretar futuras citas.

Olga se llevó un rato explicándome, tenía mucha paciencia y una sonrisa tan bonita que brindaba calma. Incluso se ofreció a acompañarme un rato, pues ella ya había trabajado en un estudio de tatuajes y tenía más experiencia; preferí aceptar para no cometer un error en mi primer día.

La cita de Dylan llegó y yo continuaba ocupada en la recepción. Varias personas llegaron a preguntar, respondí mensajes, contesté llamadas y cuando me fijé, ya habían pasado más de cuatro horas sin que pudiera tomarme cinco minutos para mirar a los chicos trabajar. Sólo podía escuchar sus murmullos mientras conversaban con los clientes y el zumbido de las máquinas al decorar sus pieles con tinta.

—Necesitarán contratar a alguien para los piercings —me dijo Olga—. Siempre están ocupados tatuando.

Un chico se acababa de ir porque no pudieron realizarle el piercing en la lengua.

—¿Debemos hacer algo?

—Ellos te dirán cuando encuentren un rato libre —sonrió—. Ahora sí debo irme, mi hija debe estar esperándome, quedamos de ver películas.

—Muchas gracias por todo, Olga.

Ella me abrazó sin saber cuánto necesitaba de eso. Olga parecía una chica mala con todos esos tatuajes en sus piernas, pero era un terrón de azúcar.

—Llama si tienes alguna duda y están ocupados, estaré atenta al celular.

Asentí.

—Eres demasiado buena.

—Yo igual estuve en tu lugar —dijo y su mirada se fue a mi moretón, o eso creí, fue muy rápido y pensé que podría haberme equivocado—. En un primer empleo.

—Claro —titubeé.

Ella amplió su sonrisa y se despidió de los chicos:

—¡Nos vemos mañana!

—¡Gracias por todo, Olga! —gritó Fenrir desde atrás, todavía no lo había visto—. ¡Hasta mañana!

—¡Cuídate! —agregó Dylan.

Y me quedé sola en mi primer empleo.

Mi libreta permanecía abierta. Anoté todo, como si fuera física cuántica, cuando era bastante sencillo y había entendido a la primera; sin embargo, quería ser un buen elemento.

Necesitaba esforzarme, obtener mi primer sueldo y comprarme calzones.

—¡Milena! ¡¿Quieres pasar?! —me preguntó Dylan desde atrás, luego murmuró algo que no pude escuchar, pero todos rieron—. Fenrir está por terminar el tatuaje.

—Medio tatuaje —especificó él.

—Sí, claro.

Y me apresuré a ir. Aparté la cortina negra, entré y contuve la respiración cuando vi el par de alas de ángel que tatuaba Fenrir en la espalda de una chica que yacía bocabajo.

—Lo terminaremos en la segunda sesión —me explicó Fenrir—. Está inspirado en el tatuaje de un tipo que canta en no sé dónde.

La chica rio.

—Es enorme —musité anonadada—. Debe doler.

—No tanto —dijo ella y me sonrió—. Sólo en las plumas que bajan por el brazo, ahí duele.

—Es una chica ruda —agregó Dylan.

—Yo soy bien cobarde —comento la chica a la que el rubio estaba tatuando. No podía ver bien la imagen, pero era en el antebrazo—. No puedo con un tatuaje tan grande.

—En serio no duele tanto —insistió la chica con las alas de ángel—. Pasé años deseando a un hombre que me amara y respetara hasta que decidí ser esa persona para mí; si alguien llega después, bien, si no la verdad no importa.

—¿Eso significan las alas para ti? —pregunté.

—Es que el plus es que su príncipe azul se vea como el tipo ese del tatuaje, nada más, no pedía mucho —bromeó Fenrir.

La chica soltó una carcajada. Fenrir tuvo que parar de tatuar y me hizo un guiño que me revolvió todas las ideas.

—Tienes que ser exigente y pedir al universo exactamente lo que quieres —continuó la chica de las alas.

Suspiré hondo.

Yo pedí por Fenrir, mucho, y ahí estaba; tal vez no era un disparate.

Él terminó los últimos detalles de la sesión como limpiar con suavidad la zona y colocar un delgado plástico para resguardar el tatuaje.

—Listo, Kate —dijo Fenrir—. Continuaremos en dos semanas, ¿está bien?

—Perfecto —aceptó ella.

Kate se sentó y descubrí que no tenía nada que cubriera sus pechos; sin embargo, Fenrir y Dylan parecieron indiferentes.

Fenrir se retiró los guantes y comenzó a poner en orden su lugar de trabajo mientras la chica se colocaba una delicada blusa de tirantes que dejaba parte de su espalda a la vista.

Regresé a la parte delantera de la tienda donde cobré a Kate por el importe de la sesión y entregué uno de los paquetes que estaban regalando a sus primeros clientes. Incluían una playera, crema especial para los tatuajes y una revista donde habían publicado un reportaje de Fenrir; el chico era realmente famoso.

Entre las citas había descubierto que algunos de sus clientes estaban viajando de estados vecinos para poder tatuarse con él.

—Nos vemos —me despedí de Kate.

Ella sonrió y salió de la tienda.

Yo me sentí satisfecha por algo tan simple como atender sola a un cliente.

—¿Cómo te has sentido? —inquirió Fenrir.

El chico estaba recargado a un lado del mostrador. No pude evitar recorrer con la vista sus brazos tatuados y desear tener el tiempo de apreciar cada uno, saber la historia de esas imágenes en su piel.

Él sonrió al notarlo.

—Bien —respondí—. Olga fue muy paciente.

—Es buena.

—No creo ser tan buena como ella, pero lo intentaré.

—Lo sé. —Su mirada cayó en mi bolso y lo señaló—. ¿Te compraste un reloj inteligente?

—Oh, eso... Fue regalo de Desmond, por mi empleo...

El nombre de mi esposo nos incomodó.

Fenrir se alejó del mostrador, pero aceptó la caja del reloj que le entregué.

—Está abierta la caja —notó y me mostró—. ¿Él lo configuró?

—No sé, supongo. —Encogí los hombros—. Mi celular lo entregó ya configurado, supongo que sí.

Fenrir frunció el entrecejo y me pidió mi móvil. Me incomodé un poco cuando me pidió desbloquearlo, pero de inmediato me mostró lo que haría.

—Desmond tiene acceso a tu celular —soltó y mi quijada cayó.

—¿Qué?

—Sí, mira. —Me enseñó la pantalla—. Puede ver tu ubicación...

—Eso lo sé...

—Bueno, te ha instalado una aplicación espía que le enseña todo lo que haces en el celular.

—¿Qué...?

—Sí, mira, por eso tienes dos calculadoras, ¿no lo habías notado?

Negué.

—Pensé que era un error...

Mi corazón igual negó y latió rápido, muy rápido.

Mi pómulo dolió.

Nota:

Sufro mucho con las escenas de Milena 😭

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