Capítulo 8 - Milena

Desmond se detuvo en el umbral de la puerta. Llevaba uno de sus mejores trajes sastre y el cabello perfectamente peinad. Su costosa colonia inundó la habitación.

No era un hombre feo, sino todo lo contrario. Desmond era bastante guapo. Un hombre castaño claro, casi rubio, con bonitos ojos color almendra y un cuerpo delgado que se mantenía en forma corriendo o jugando tenis.

A veces se dejaba un poco la barba, como esa noche, y lucía mucho más atractivo.

El hombre ejemplo que muchas madres querrían para sus hijas, no un tatuador cubierto de tatuajes que iniciaba su negocio sin saber cómo le iría; aunque sabía que poco importaba si el negocio dejaba o no dinero, Fenrir podía llenar una piscina olímpica con billetes y nadar libremente. Su padre había dejado a sus hijos asegurados económicamente para toda la vida.

—¿Irás así? —preguntó él.

Continúe mirándome en el espejo mientras me colocaba las arracadas de oro blanco.

—Sí.

—¿No crees que es demasiado para la inauguración de un lugar de drogadictos?

Puse los ojos en blanco.

—No por ser tatuadores son drogadictos, dudo mucho que pudieran realizar uno de esos tatuajes si se encuentran intoxicados.

—Oh, eres tan ingenua Milena.

—O tú demasiado cliché.

Nos desafiamos con la mirada a través del reflejo en el espejo.

Todavía tenía miedo. Era nuestra primera conversación en persona desde que escapé del automóvil por la mañana; después sólo compartimos algunos mensajes.

Él tenía una cena importante de negocios, me preguntó si lo acompañaría y dije que no; no insistió porque se vería bastante mal que su esposa llegara con el pómulo hinchado. Yo tenía la fiesta de inauguración.

—Te ves bien —reconoció luego de un rato.

—Lo sé —acepté, era la verdad. Me gustaba lo que vi en el espejo, cómo el vestido rojo se ceñía a mi cuerpo como una segunda piel y el generoso escote que permitía ver las curvaturas de mis pechos—. Deberías valorar más a tu esposa.

—Lo hago.

—No me digas.

Él rió por lo bajo. Yo eché un último vistazo a mi maquillaje, aunque estaba muy pendiente de cada uno de sus movimientos.

Era como un tigre acechando a su presa, así me sentía.

Desmond se acercó, sacó algo de su saco y me llamó.

Me tomé mi tiempo antes de girarme y encontré su disculpa en una caja roja de Cartier.

Desmond abrió la caja. Era un reluciente collar de oro blanco con un dije con diamantes en forma de círculo que decía «Love»; lucía costoso, muy costoso.

—Lo compré para la cena, pero como no me acompañarás... —dijo.

Sacó el collar del caja y se acercó. Mi aliento se cortó cuando sus manos quedaron tan cerca de mi cuello, pero sólo cerró rápido el collar y se alejó.

»Te queda bien.

Temblaba.

Miré el dije, luego mi reflejo y asentí.

—Es bonito, gracias.

—Mila...

Tragué duro. Él intentó besarme, mas giré el rostro antes de que lograra acercarse a mis labios.

»Fue un malentendido.

—¿En serio? —susurré—. No sé cuántas capas de maquillaje usé para disimular el golpe.

—Yo no te pegué, lo sabes.

Cerré los ojos y negué.

—Debo irme, es tarde.

—Pueden empezar sin ti... —musitó y colocó su mano en mi cintura.

Mis rodillas flaquearon.

—No arruinaré el maquillaje, Desmond. —Lo empujé y busqué espacio lejos de él—. Todavía me duele la cara.

—Milena...

—No.

Y salí de la habitación.

Escuché a Stella en la cocina, así que apresuré el paso. Si había alguien más, Desmond no se atrevería a ponerme una mano encima.

Sin embargo, él caminó más rápido que yo y me detuvo a mitad de las escaleras.

—Tienes que olvidar lo que pasó —me dijo con su mano en mi muñeca—. Fue un accidente, lo sabes.

—¿Lo sé? —inquirí con una risita nerviosa—. Tiraste de mi cabello, me arrojaste hacia el...

—Calla —interrumpió y señaló hacia la cocina—. Fue un accidente.

—¿Accidente...?

—¿Quiere un té, señora? —preguntó Stella al pie de las escaleras.

Desmond me soltó.

—No, gracias, Stella. Voy de salida.

Terminé de bajar. Tomé mi abrigo, el bolso y salí de la casa.

Desmond me siguió hasta el automóvil.

—Milena, esto no puede seguir así... Fue una pelea tonta.

—Una pelea tonta que tiene mi rostro así. —Señalé mi cara—. Desmond, esto no puede repetirse.

—Si tú dejaras de...

—¿De qué? Hago todo lo que quieres, sólo salí unos días a ver a una amiga, ¿qué tiene eso de malo?

—Que tienes casa, un hogar, tu deber es...

—Ay, no, cuánto mal te hizo tu madre al educarte —espeté y abrí la puerta del automóvil—. Tengo que irme.

—Milena.

Entré al automóvil, mas no pude cerrar porque se interpuso.

»Por favor, ¿qué debo hacer para que me perdones?

—¡Dejarme respirar! —exclamé.

Mis palabras parecieron empujar a Desmond porque se apartó y pude cerrar el automóvil. Encendí el motor y salí; mi marido se quedó ahí mirándome mientras me alejaba de la casa.

El estéreo reproducía mi playlist acostumbrada de White Lies; en ese momento escuchaba «To lose my Life».

Durante el trayecto pensé que probablemente sí me había excedido para ir a la inauguración, pero quería reparar la primera impresión de Fenrir al volver a verme esa mañana frente a la pista de hielo.

El moretón en el rostro se había disimulado con el maquillaje, podría pasar casi desapercibido.

Estacioné cerca de la entrada. Sólo me bastó bajar del automóvil para capturar la mirada de un hombre que pasaba cerca en compañía de su novia, creo, probablemente lo era porque la mujer enfureció.

Ya era muy tarde para un cambio de atuendo así que me apuré hacia el centro comercial.

Tay esperaba afuera de su tienda. Llevaba un bonito vestido turquesa y se quedó boquiabierta al verme llegar.

—Madre mía, Fenrir se va a babear —dijo sin filtros.

—¡No digas eso! —pedí, pero claro que me gustó escucharlo—. ¿Se nota mucho el moretón?

—No, estás hermosa, Mila.

—Tu igual, Tay.

Ella me abrazó muy fuerte.

—Te juro que me asusté mucho cuando vi ese golpe, pensé lo peor y ya estaba pensando en llamar a papá para mover a todos sus abogados y hundir en prisión a Desmond —confesó.

Tay no tuvo idea del enorme alivio que estalló en mi pecho con sus palabras.

—Gracias, Tay...

Ella se apartó y sonrió.

—Vamos, ya van a cortar el listón y todo eso.

Nos encaminamos hacia el estudio de tatuajes.

Jamás, nunca en mi vida, fui objeto de tanta atención masculina.

Los entrenadores de patinaje simplemente dejaron de atender a sus estudiantes, dos chicos chocaron entre ellos y se cayeron.

Taylor reía divertida mientras caminaba con más seguridad, yo me iba sintiendo más cohibida.

Me había recogido los rizos en una coleta alta, así que las arracadas y el collar destacaban.

Pensé en que Desmond en serio tuvo razón, me excedí, pero cuando Fenrir levantó la mirada hacia mí y se quedó sorprendido, me alegré enormemente de excederme.

—Te lo dije —susurró Taylor—. Creo que acaba de quedarse en blanco.

Quise callarla, mas no pude, igual estaba muda.

Fenrir se veía increíble como siempre. Había descubierto que su color favorito era el morado, pues esa noche llevaba una camisa de manga larga en un tono muy oscuro; una chaqueta negra y pantalón de mezclilla del mismo color.

El tatuador reaccionó cuando Dylan chasqueó los dedos en su cara.

—Hola —me saludó el socio al acercarnos—. Claro que no podías faltar.

—Por supuesto que Milena no podía faltar —dijo Taylor y tomó mi mano—. Es como nuestra hermanita, más de Fenrir que mía, él siempre dándole tanto amor fraternal.

Mi piel combinó con mi vestido y cabello, ¡quedé roja!

Fenrir palideció.

Dylan puso los ojos en blanco.

—Se ven muy bien —dijo Fenrir como medio atragantándose con sus palabras—. Estás muy guapa, Mila.

—Gracias.

Dylan puso sus manos en mis hombros desnudos y me empujó hacia la tienda.

—Vamos, Mila, te daré un tour por el estudio.

—Pero ya lo conozco...

—No, no, vamos de nuevo.

No pude oponerme, tenía fuerza, y Tay aprovechó para tirar de su hermano. Hablaban de algo en voz baja cuando entré al estudio de tatuajes que estaba repleto de personas que, por supuesto, también iban tatuadas de pies a cabeza.

Creo que era la única persona ahí que no tenía ni una gota de tinta en la piel, porque hasta Tay tenía una mariposa en la cadera.

Dylan me presentó con tantos chicos que perdí la cuenta, tampoco pude retener sus nombres; omitió a las mujeres. No demoré demasiado en comprender que parecía estar realizado una especie de presentación en la sociedad tatuada con la esperanza de que me interesara en otro y dejara en paz a su cuñado.

¿Qué creía? ¿Que me vestí así sólo para trastocarle las ideas a Fenrir?

Culpable.

Sin embargo, sabía que no podía pasar de un tonto juego porque teníamos compromisos con otras personas.

Mi sortija de matrimonio volvía a pesar, pero me encargaba de enseñarla muy bien frente a cada chico que me presentaba Dylan.

—Debiste quitártela —sugirió.

—¿Por qué? Estoy casada.

—Cuando te conviene —siseó y me hizo un guiño. Me sonrojé—. Mira, si te quieres tirar a Fenrir, no me importa... mientras no pase de eso.

—No creo que Fenrir necesite de tu permiso.

Ni yo.

—No, pero Karine es mi hermana y mi deber es proteger su felicidad... Ella ama a Fenrir.

Tragué duro y lo busqué con la mirada, estaba con Taylor y otras personas.

Mi amiga me miraba... no, miraba a Dylan.

Quise reír.

Dylan era el tipo de Taylor, aunque ella lo negaría hasta el final de los tiempos. Mi amiga tenía una profunda preferencia por los chicos malos y ciertamente Dylan cumplía cada uno de sus requisitos; era un chico guapo.

Con Fenrir y Dylan ahí, pronto se llenarían de clientas.

—Creo que Fenrir igual la ama, no creo que debas preocuparte —recordé cómo hablar.

Dylan me repasó con la mirada.

—No es ciego, Mila, ni tampoco un monje, no te aproveches demasiado.

Quise decir algo más, pero Fenrir llegó en ese momento en compañía de su hermanita.

Intenté no ruborizarme más cuando sentí su mano en la parte baja de mi espalda. Nos separaba la delgada tela de mi vestido, pero era como si esa barrera no estuviera ahí porque percibía con total claridad la calidez de su piel.

—¿Todo bien? —preguntó él.

—Claro, conversábamos sobre por qué es imposible que Milena trabaje aquí —respondió Dylan—. Y que Olga va mejor con el estudio.

Dylan señaló a una chica rubia de coletas que tenía las piernas tatuadas con flores, pero sus brazos se mantenían blancos. Llevaba un vestido negro de falda amplia y unas botas militares.

—Es guapa —reconoció Tay—, pero creo que no puedes negar que Mila atraería muchos clientes.

Titubeé y no pude hablar. Dylan miró alrededor, noté que varios hombres nos miraban.

No.

Me miraban.

El vestido ceñido, el escote, mi cabello y las curvas estaban llamando muchísimo la atención.

Jamás me vestía así. De hecho, ese vestido llevaba más de un año en mi armario. Lo compré por un impulso y jamás reuní el valor de usarlo.

Quizá era el destino comprarlo y usarlo ese día para disfrutar de la mirada de Fenrir.

Él se acercó más. Yo contuve la respiración.

—De nada nos sirven clientes que sólo quieran venir a mirar a la recepcionista —dijo Dylan—. Necesitamos que se tatúen.

—Bueno, dos horas sentados ahí para contemplarla tendría sentido —insistió Tay—. No sé, como dueño tienes que ser pragmático, buscar caras bonitas, yo hago eso por horrible que suene.

Era verdad. Todos los empleados de Taylor parecían modelos, tanto mujeres como hombres.

—Olga es guapa —dijo Dylan.

—No tanto como Mila —retó Taylor

E intentaron asesinarse con la mirada.

No supe si Fenrir notó que ahí, en medio de ese desafió, surgió una chispa, porque yo sí.

—¿Por qué no vas por las tijeras, Dylan? —interrumpió Fenrir el trance.

«Sí que lo notó», sonreí.

—¿Por qué no vas tú? —preguntó él.

—Ay, Dios, iré yo —dijo Taylor y tomó mano—. ¿Me acompañas?

—Sí, por favor.

Yo sólo quería escapar de toda esa tensión.

La seguí hasta la bodega, esquivando personas, y al girarme encontré la mirada de Fenrir mientras hablaba con Dylan.

Entramos a la bodega, encendimos la luz y mi amiga cerró la puerta.

—Fenrir quiere contratarte —me dijo sin rodeos—. ¿Aceptarías?

Dudé.

No dependía sólo de mí, ¿o sí?

Mi pómulo dolió. Si Desmond se había puesto así por faltar cuatro días a verlo masticar, ¿cómo reaccionaría si aceptaba un empleo diario?

Mi corazón latió muy fuerte. No supe si por el miedo o la emoción.

Desmond había tenido razón en muchas cosas... hasta debía agradecerle por mis calzones. Ni siquiera tenía privacidad en mi celular, sino que siempre estaba al tanto de mi ubicación y ni pude negarme cuando activó la opción porque él lo compró, sólo pude agradecer por comprarme un móvil tan costoso y bonito.

En ese momento ni podía ir a pagar unas galletas con mi dinero porque... no tenía. Nada de lo que llevaba arriba era realmente mío; todo era de Desmond.

»El sueldo no es mucho, pero contando que no lo necesitas... —continuó Tay cuando notó que me quedé pasmada.

—Me gustaría —admití—, pero ya tienen a Olga, ¿no?

—Necesitan a más de una, Mila, Olga no puede cubrir ambos turnos porque tiene una hija pequeña, es mamá soltera.

—¿Eso disminuirá su sueldo?

Tay sonrió, tomó mi mano y negó.

—No, para nada, Mila. Olga ganará lo mismo que habían acordado, tu sueldo es aparte.

Volví a dudar.

—Debería hablar con Desmond...

—Sabes que dirá que no —advirtió Tay—. Mira, no sueles hablarme mucho de tu matrimonio, pero hay cosas que no tienes que decir para que los demás lo noten.

Bajé la vista.

—¿Puedo pensarlo?

—Claro, aunque Fenrir quería saber tu respuesta para que cortes el listón con ellos —contestó Tay—. Oye, sólo se vive una vez...

Busqué la mirada de mi amiga. Parecía una hada de los deseos con la tenue luz de la bodega.

—Tengo miedo.

Ella asintió.

—Sería muy tonta si no notara la atracción que hay entre ustedes, Mila, y no te estoy diciendo que seas infiel ni nada de eso, pero quizá deberías considerar si vale la pena continuar en un matrimonio donde ya no sientes eso mismo por tu pareja, sino por otro hombre, ¿no crees?

—Ay, Dios.

Me giré, cubrí mi rostro y negué.

»Esto está tan mal, soy muy mala —dije sobre mis manos—. No puedo hacerle esto a Desmond.

—Trabajar con Fenrir no significa que engañarás a Desmond, Mila, ¿por qué piensas eso?

Negué.

Fenrir y yo moríamos por repetir lo que sucedió ese Año Nuevo, era obvio.

»Además me dijo que prometió respetarte como la mujer casada que eres.

—Sí, pero... —Giré de nuevo hacia Tay. No podía decirle que con tan solo sentir su mano en mi espalda baja ya quería renunciar hasta a mi nombre—. No es tan sencillo...

Taylor sonrió.

—Vive, Mila, ¿no querías un propósito para este año? ¿Te parece poca cosa buscar un poco de independencia económica?

Negué.

—Creo que sería maravilloso.

—¿Entonces...?

Suspiré hondo. Cerré los ojos.

Hice el asentimiento más difícil de mi vida.

—Lo haré.

—¡Genial! —exclamó mi amiga. Tomó la tijera que estaba arriba del escritorio y abrió la puerta—. Vamos.

Fenrir esperaba por nosotras apenas a unos metros. Pensé que preguntaría a Taylor, pero directamente me miró a los ojos y sonreí.

Él sonrió.

Y por un momento creí que me tomaría en brazos para girar como en las películas románticas, pero claro que no pasó.

Quizá sólo en nuestras mentes.

—Es hora —me dijo cerca de mi oído—. ¿Me acompañas?

—Sí...

Tay entregó la tijera a Fenrir. Él me condujo con suavidad por el hombro hacia el listón que estaba cerca de la recepción. Dylan y Olga ya estaban ahí.

Todos los invitados se aglomeraron alrededor y comenzaron hacer fotografías y videos del momento.

Yo me posicioné al lado de Fenrir y Olga. Dylan me dirigió una mirada reprobatoria y luego meneó la cabeza al mirar a su socio.

—Quiero decir unas palabras —dijo Dylan y tomó la tijera que tenía Fenrir—. Por favor, ¿puedo?

Fenrir relamió sus labios y encogió los hombros.

»Bien... Quiero primero agradecerles por compartir este momento con nosotros, es un gran paso convertirnos en jefes de nuestro trabajo, no unos empleados más, sino dar forma a nuestros sueños.

Algunas personas aplaudieron.

»Fenrir quería estar más cerca de su hermana y su padre, yo simplemente lo seguiría hasta el fin del mundo porque es el hermano que no tuve y porque sé que pronto seremos una verdadera familia cuando contraiga matrimonio con mi hermanita.

Bajé la mirada.

Fenrir se tensó a mi lado.

»Estoy orgulloso del hombre de palabra al que tengo el honor de llamar cuñado y socio; y aquí, frente a todos, quiero recordarle la persona tan importante que es para mi hermana y, por lo tanto, para mí también.

»Gracias, Fenrir.

Una estocada en el corazón le habría dolido menos, pensé.

—Gracias —dijo también él con tono mecánico—. Seremos un buen equipo.

Y no dijo más.

Dylan sonrió, supo que consiguió lo que quería. Entonces se preparó para cortar el listón y, cuando lo hizo, aplaudimos mientras el listón caía al suelo.

Varias personas se acercaron a felicitarlos. Yo me aparté con Taylor. Mi amiga quería ir a golpear a Dylan, ni siquiera lo disimulaba; el chico también sabía que podría sufrir de un golpe en la cabeza.

—Sólo por hacerle pasar un mal rato a ese tipejo espero que te tires a mi hermano —dijo Taylor.

—¡Tay!

—¡¿Qué?! —suspiró hondo—. Es demasiado manipulador.

Fenrir se abrió paso hasta nosotras, así que no seguimos hablando de Dylan.

—¿Tienes un minuto? —me preguntó él—. Debemos hablar.

Sí, teníamos una conversación pendiente.

—No se detengan por mí, iré por algo de tomar —dijo Tay y se marchó.

—¿Aquí? —inquirí.

—En la bodega.

La temperatura de mi cuerpos se elevó. Podían pasar muchas cosas ahí y de sólo pensar que todos los días lo iba a ver en ese sitio, sentí que iba a desfallecer.

—Está bien...

Él detuvo unos segundos su mirada en mi pecho, luego subió hasta mis ojos y se sonrojó al notar que lo descubrí.

—Te ves demasiado bien...

—Tú igual...

—Y odio no poder pedirles a todos estos imbéciles que no te miren porque eres mía.

Morí.

Fenrir me hacía morir muchas veces con sus palabras. Conseguía hacer un desastre todos mis nervios y arrojarlos por la deriva del yate que era.

—¿Soy tuya...?

Él sonrió y negó.

La realidad llegó.

Él tampoco era mío.

—Debemos hablar, ¿sí...?

Asentí.

—Vamos.

Sin embargo, no avancé ni un paso cuando una voz conocida me detuvo.

—¿Milena?

Desmond estaba ahí con su elegante traje que desentonaba totalmente con la inauguración del estudio de tatuajes.

La escena en la cocina regresó y retrocedí hasta que choqué con Fenrir. Sus manos me sostuvieron por los brazos y me hizo sentir mejor sin saberlo.

—¿Qué haces aquí?

Pero Desmond ya no me miraba, sino que tenía toda la atención en Fenrir detrás de mí.

—Vine a acompañar a mi esposa —contestó con el tono autoritario que usaba como abogado—. ¿Interrumpo algo?

Palidecí.

Fenrir ejerció una presión agradable en mis brazos como recordándome que no estaba sola. No obstante, Taylor fue la que me salvó.

—¡Hola, Desmond! ¿Cómo estás? —saludó ella como el torbellino alegre que era—. Ya no puedes llegar sólo así e interrumpir las conversaciones de Mila en su lugar de trabajo.

Bueno, en ese momento no supe que me salvó, por el contrario, sentí que me tiró a los tiburones y hasta las rodillas me flaquearon; Fenrir me sostuvo.

—¿Qué? —espetó él—. ¿Lugar de trabajo?

—Sí, Fenrir es ahora el jefe de Milena, ella trabaja aquí y está muy feliz de que seas un esposo tan comprensivo y amoroso para apoyarla en esta nueva faceta de su vida —continuó Taylor—. ¡Eres el mejor, Desmond!

Mi esposo quiso morirse, pude notarlo, estaba de todos los colores y no daba crédito a lo que escuchaba.

En nada mejoró que Fenrir se apartó y extendió la mano hacia él. Mi esposo respondió de forma mecánica.

—Su esposa es una chica maravillosa, es un hombre afortunado.

Desmond asintió y me miró.

Yo, por primera vez, sentí que tomé el timón de mi yate... y que quizá ya no sería un yate, sino una lanchita, pero yo era la capitana y decidiría su rumbo, sólo yo.

Nota:

Mila tiene trabajooooooo :D Y ya sé que es con el guapo de Fenrir jajaja pero lo que más me alegra es que empiece a tomar decisiones sobre su vida :')

Espero actualizar pronto, es que he estado un poco indispuesta de salud :)

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