Capítulo 6 - Milena
Apenas noté que en los baños de mujeres del supermercado se encontraban letreros de ayuda. Eran pequeños y con letras grandes que explicaban cómo contactar con alguien del personal para pedir ayuda por si no te sentías segura en la tienda porque alguien te seguía.
Yo no me sentía segura ahí, ni en casa, ni ningún lado donde estuviera Desmond... ¿Podría pedir ayuda con el personal? Y si lo hago, ¿qué les diría?
«Disculpe, tengo miedo de mi esposo, ¿me ayuda?».
Sonreí con lo tonto de mi pensamiento, aparté la lágrima de mi mejilla y me contemplé en el espejo.
Mi pómulo estaba hinchado y amoratado. El maquillaje poco podía hacer por disimularlo, aunque usé todo el que tenía; necesitaría más si quería ir a la fiesta de inauguración de la tienda de Fenrir.
Otra lágrima cayó por arriba de mi pómulo. No la aparté porque me dolía hasta tocar la zona, sino que tomé una toalla de papel y la pasé con suavidad sobre la piel.
Respiré hondo.
Sólo fue un accidente. Desmond lo dijo. Me caí, no me pegó, sino que resbalé y me golpeé con la meseta.
El jalón de cabello no era un golpe, sólo eso, un jalón.
Desmond no me golpeó, él lo dijo.
Volví a respirar hondo.
Ayer limpié la cocina luego de calmarme, creo que quedé en shock. Y ya no lloré, no volví a llorar ni cuando limpiaba, me bañaba y tampoco cuando me fui a acostar temprano sin probar bocado.
Tampoco dormí. Tenía miedo del momento en que Desmond entrara a la habitación.
Él llegó poco antes de la medianoche, no hizo ruido. Tomó una ducha, se puso el pijama y se recostó; notó que seguía despierta y dijo:
—Fue un accidente, Mila, lo sabes... Te caíste y te golpeaste, espero que no empieces a inventar cosas ridículas de esas feministas que le encantan a la tonta de Taylor.
Entonces lloré. Me enrollé en mi cobija y rogué que no quisiera tocarme, por suerte, no lo hizo. Desmond cayó en un profundo sueño cinco minutos después.
Yo no pude dormir.
Al amanecer todo parecía normal, pero no lo era. Algo cambió.
Desmond se levantó temprano a hacer ejercicio. Al bajar lo encontré desayunando. Stella ya había servido mi comida y soltó una exclamación ahogada cuando me vio con la cara hinchada y amoratada.
—¡Santa madre de Dios! ¡¿Qué te pasó?!
Desmond odiaba que me tuteara, mas calló.
—Me caí y me golpeé —repetí lo que dijo Desmond.
—Pero ¿cómo...?
—Bueno, Stella, deja a la señora en paz —bramó Desmond.
—Sí, señor, disculpe... —soltó ella un respingo—. Le traeré unas pastillas, ¿está bien?
—Sí, gracias —musité.
Empecé a desayunar y luego tomé de forma obediente las pastillas que me entregó Stella.
No sabía ni qué tomar en caso de un golpe. Nunca me golpeaba, al menos no así. Nada que pudiera necesitar de pastillas.
Un mensaje de Desmond me regresó a mi presente en el baño del supermercado. Preguntaba si me faltaba mucho porque debía ir a la oficina a ver unos pendientes. No respondí, en su lugar sólo eché un vistazo más al letrero y salí del baño.
Desmond se encontraba cerca de la caja para pagar. Sonrió al verme y me señaló la caja de chocolates que acababa de meter al carrito del supermercado.
No pude sonreír.
—Debo comprar maquillaje —dije.
—¿Aquí?
Encogí los hombros. Él sabía que me gustaba comprar maquillaje de marcas exclusivas que inflaban sus tarjetas de crédito.
—Hoy por la noche es la inauguración del estudio de tatuajes del hermano de Tay —Fue mi respuesta.
—¿Irás? —preguntó sin disimular su desacuerdo.
—Sí.
Y me encaminé hacia la sección de belleza.
Desmond me siguió mientras empujaba el carrito.
Nos gustaba ir al supermercado. Solía ser divertido, luego íbamos por un helado y a veces hasta entrábamos al cine.
Esa mañana fue cualquier cosa menos divertido.
Recorrí el pasillo de maquillaje. Revisé las diferentes marcas e identifiqué muy rápido los tonos que correspondían a mi piel. Era una esposa trofeo, era lo que se esperaba de nosotras y yo era un excelente ejemplar que sabía cumplir su rol al pie de la letra.
No sabía cual mascarilla de pestañas elegir. Una era a prueba de agua, la otra no; me pregunté si debía considerar que algo como lo del día anterior se podía repetir, si necesitaría maquillaje a prueba de lágrimas.
La sensación de una mirada captó mi atención, la mujer de al lado me estaba observando y su atención se quedó en mi pómulo, luego pasó a los maquillajes que sostenía.
Ella entendió sin que tuviera que decir una palabra. Sin embargo, lo hice:
—Me caí.
La mujer asintió, miró hacia atrás y se encontró con la expresión furiosa de Desmond.
—Yo igual me caía mucho hasta que dejé de hacerlo —dijo ella.
El nudo en mi garganta brotó y me estranguló; una lágrima cayó.
Pensé que Desmond le diría algo, mas no lo hizo. La mujer me regaló una sonrisa triste y se marchó; ella sólo llevaba una caja de tinte, nada de maquillaje para cubrir moretones por «caídas».
Yo igual quise llevarme sólo una caja de tinte, aunque ni me teñía el cabello.
Suspiré, me enderecé y metí el maquillaje al carrito de supermercado que ya iba casi lleno. Estaba por seguir mi camino hacia la caja cuando Desmond me tomó por el brazo y siseó:
—Ya quita esa cara de sufrimiento o van a creer que te pegué y no lo hice, Milena, te caíste por torpe.
Me solté y continué andando, no tuve fuerzas para desafiarlo.
Tuve miedo.
No quería que se repitiera lo del día anterior.
Desmond pagó, como siempre, y nos marchamos. Él llevó el carrito hasta el estacionamiento, pagó a una persona para meter las compras a la cajuela y subimos al automóvil.
—Llévame al centro comercial —pedí apenas salimos del estacionamiento.
Desmond estrujó el volante del automóvil.
—¿Es en serio, Milena? ¿Irás así?
—¿Así cómo? —reté.
Él me dirigió una mirada rápida y negó.
—Deberías quedarte en casa hasta que desaparezca ese moretón.
—No —respondí con firmeza, aunque por dentro temblaba de miedo—. Porque luego podría «volver a caerme» y tendría que pasar más tiempo encerrada, eso no sucederá. Yo continuaré saliendo sin importar si me cubro el cuerpo de moretones.
Desmond apretó más el volante.
No iba a detener mi vida, porque si lo hacía... ¿Quién me garantizaba que no sería la nueva técnica de Desmond para mantenerme en casa?
Pensé en el letrero del supermercado y quise gritar.
—No te llevaré ni irás a la fiesta de la noche.
—No estoy pidiendo permiso.
Finalmente, explotó.
Propinó un fuerte golpe al volante de su flamante camioneta nueva y gritó:
—¡Tú me obedeces, maldita sea! ¡Tragas por mí! ¡Hasta los jodidos calzones que tienes son gracias a mí!
Temblé tanto. Nunca me había sentido así. Era como si hasta las hebras de mi cabello temblaran y mis uñas se sacudieran.
Él frenó en el semáforo en rojo.
Yo abrí la puerta y escapé.
—¡Milena! —gritó.
Apuré el paso. Mi suéter era muy delgado y la temperatura estaba bajando, pero no tiritaba por el frío, era por el miedo.
Pasé a la otra avenida, detuve un taxi y subí sin mirar atrás. Indiqué que me llevaran al centro comercial y comprobé que no tenía mi cartera, únicamente el celular.
¿Para qué llevar cartera si todo lo pagaba Desmond?
«La ridícula esposa trofeo», pensé.
Llamé a Taylor, ella respondió al tercer timbre.
—Hola, linda, precisamente estaba pensando en ti, quería saber si...
—Tay, hola, ¿podrías salir a esperarme en la entrada principal? Voy en taxi y olvidé la cartera, te pagaré al rato.
Ella calló unos segundos.
—¿Estás bien, Mila?
Mi voz temblaba.
—Claro.
—Ok, voy para allá.
Colgamos.
El taxista me miró a través del espejo retrovisor. Bueno, miró mi pómulo.
¿Alguien en serio se creería que me caí? Esperaba que sí.
¿Y qué creía yo?
La verdad era que me pegué al caer, pero... ¿por qué caí?
Porque Desmond me lanzó hacia el lavabo cuando tiró de mi cabello. No me pegó, pero... no era inocente.
¿O sí? ¿Fue por mi estupidez que caí? ¿Y si sólo era una tonta discusión de pareja?
Los matrimonios no son color de rosa como nos muestran en las películas y novelas de romance, también hay discusiones. Tal vez sólo había sido eso, una pelea insignificante que se agravó por mi torpeza, como dijo Desmond.
El taxista me extendió un paquete de pañuelos desechables, así noté que había empezado a llorar.
—Gracias —musité.
Él sonrió.
En la parte trasera del asiento del copiloto estaba otro cartel. Era un número de emergencia por si eras víctima de violencia intrafamiliar.
¿Siempre habían existido todos esos letreros o alguien decidió pegarlos ese día?, me pregunté.
O... ¿eran muchas las mujeres atrapadas en entornos violentos que tenían tanto miedo como yo?
Pero yo no estaba atrapada en un entorno violento, me dije. Tenía una casa hermosa, un automóvil último modelo, joyas, ropa costosa, el celular más caro del mercado, era una mujer sumamente consentida por su esposo.
¿Qué estaba sucediendo?, me pregunté durante todo el trayecto.
Al entrar al estacionamiento del centro comercial, busqué con la mirada a Tay y no la encontré.
En su lugar estaba Fenrir.
—Carajo —mascullé.
Me solté la coleta baja, revolví mi cabello ya revuelto y cubrí mi rostro lo mejor que pude. El taxista se detuvo, Fenrir abrió la puerta y bajé; él se distrajo pagando al conductor.
—¿Por qué estás disfrazada de «Cousin Itt»? —preguntó cuando el taxista se marchó.
(Cousin itt: El tío cosa de Los Locos Adams).
Mis rizos estaban enredados, ni siquiera los definí; por la mañana apenas tuve ánimos de vivir.
—Me gusta.
Fenrir se inclinó rápido, yo tardé en reaccionar, y divisó parte del moretón.
—Espera... —me dijo. Trató de sujetarme de la mano, pero me aparté y emprendí el camino al interior del centro comercial—. Milena, ven aquí.
—No me vas a dar órdenes —dije y caminé más rápido.
Fenrir corrió y se interpuso en mi camino, casi me estrellé contra él.
Entonces, vio toda mi cara.
—¿Qué te pasó? —preguntó y su rostro palideció—. Milena, ese golpe... ¿Tu esposo te...?
—¡No! —exclamé como si fuera el mayor disparate que había escuchado en la vida—. ¡Me caí y me pegué!
—Pero...
—¡Ayer se me cayó el plato de comida, quise limpiar y resbalé! ¡Me pegué en la meseta y ahora tengo un pómulo del tamaño de la luna!
Fenrir pareció aliviarse.
—Por un momento pensé que...
—Sí, ya sé, pero no —sonreí sin saber de dónde saqué ánimos, quizá sólo porque ver a Fenrir preocupado hacía que algo cálido brotara de mi pecho—. Estoy bien...
Y lo encontré tan guapo que suspiré. Tenía una playera morada oscura que se ajustaba a su cuerpo, un pantalón de mezclilla y botas negras. Su cabello era un desastre precioso y sexy, quería enterrar mis dedos en esas hebras como hice aquella noche.
Fenrir sonrió como si adivinara lo que estaba pensando, tal vez pensaba lo mismo, aunque yo no me veía igual de sexy que él. Llevaba uno de esos conjuntos deportivos anchos, en color rosa hueso, que no usaba para el deporte.
—Tay no pudo venir, entonces me mandó —dijo él—. Estaba viendo algunas cosas en el estudio, ¿quieres ir? En los que se desocupa Tay.
—Claro.
Entramos al centro comercial y recordé que Desmond podía ver mi ubicación desde su celular.
Volví a revisar mi celular y también miré su ubicación, ya estaba en la oficina. No intentó llamarme ni envió mensaje, no sabía cómo interpretarlo y eso también me asustó.
—¿Quieres un helado? —me preguntó al pasar al lado de la tienda de helados que me encantaban.
—No traigo dinero.
—Te invito, obviamente —rio él—. Vamos.
Elegí el pequeño, no quería verme muy aprovechada, y continuamos andando mientras comía mi helado.
Y me sentí mejor.
Fenrir era callado, pero su silencio era cómodo. Él miraba hacia la pista de hielo, yo a él., hasta que se giró y se encontró con mi cara.
—Tengo unas bolsas de hielo en la tienda, te ayudará a bajar la hinchazón.
—Gracias.
Estábamos por llegar a la tienda cuando me detuvo con suavidad de la mano y su toque cálido casi me hizo derretir como mi helado que estaba por terminar.
—Mila —llamó—. ¿Me juras que tu esposo no te golpeó?
Sonreí.
—Desmond no me golpeó, tranquilo.
Y, de alguna forma, era verdad. No me golpeó, ¿por qué estaba tan asustada?
—Porque si te pone una mano encima, te juro que...
Puse un dedo sobre sus labios sin saber de dónde saqué el valor y disfruté del roce en mi piel.
—No digas esas cosas —musité—. Estoy bien, Fenrir, ¿sí? No hablemos de él.
«Por favor, seamos sólo tú y yo», añadí en mi cabeza.
Él asintió, aparté mi mano, pero la sujetó rápido y la pegó a su pecho.
Su corazón latía muy rápido.
—Necesito que entiendas que... tal vez nosotros no, bueno, me entiendes, ¿no?
—Creo que sí —reí bajito—. No estaremos juntos, ya no.
—Pero... cuentas conmigo... Si algún día necesitas de mí, no importa la hora, llámame e iré por ti. Te defenderé de Desmond o de quien sea. No permitiré que nadie te haga daño...
Las lágrimas se aglomeraron en mis ojos. Mi boca dibujó un mohín y quise contarle todo lo que pasó.
»Conmigo puedes decir «Te acusaré con Fenrir» porque iré y te defenderé, ¿entiendes?
Quise refugiarme en el él, no sabía qué más hacer. Mis padres seguían en su crucero y no tenía a nadie más. Taylor era mi mejor amiga, pero ¿cómo podía recargarle una responsabilidad tan horrible como esa?
—Fenrir, yo...
Él se acercó más sin apartar mi mano de su pecho, limpió mis lágrimas del pómulo sano con su otra mano y dijo:
—Si algo está pasando, Milena, no tienes que soportarlo... Estoy aquí y no me voy a ir, cuenta conmigo, ¿sí...?
—Sí, yo...
—¿Piensas entrar o lo haré todo solo? —bramó una voz a mis espaldas.
Aparté la mano de Fenrir, giré en redondo y me encontré con un chico castaño claro, cuerpo atlético y con los brazos cubiertos de tatuajes. Llevaba una playera blanca y un pantalón de mezclilla claro. Plus, tenía cara de pocos amigos.
El chico se encontraba en la entrada de la tienda y sostenía una caja abierta.
—Ya voy —dijo Fenrir.
El chico me miró de pies a cabeza y sonrió.
—Veo que estás ocupado...
—Dylan, no.
«Dylan», recordé, era su socio.
El chico dejó la caja en el suelo, se limpió las manos en el pantalón y se acercó hacia mí con paso sumamente seguro y confiado.
—¿No nos vas a presentar? —amplió su sonrisa.
—Dylan...
—Bueno, yo lo haré —dijo él y extendió la mano que acepté. Su apretón fue firme y energético—. Tú debes ser la famosa Milena.
«¿Famosa?».
Él desvió la mirada hacia un costado.
—Sí, soy Milena... y tú eres Dylan, su socio.
—Así es, veo que te ha hablado de mí —continuó Dylan y apartó la mano—. Menos mal porque no somos sólo socios, somos familia.
—¿Familia? —Fruncí el entrecejo. Tay no me dijo—. No sabía que eran familia.
—Dylan —siseó Fenrir y relamió sus labios—. Vamos, sigamos.
—No, espera —dijo Dylan y lo apartó cuando intentó llevarlo hacia la tienda—. Sí, somos familia, Fenrir está comprometido con mi hermana, es decir, somos cuñados.
Me quedé boquiabierta y con el corazón doliendo frente a la mirada triunfal de Dylan.
Fenrir se limitó a mirar hacia el cielo y quise decirle que no lo hiciera. El día anterior yo miré por horas hacia el cielo y la ayuda divina jamás llegó.
★
Nota: Y cosas pasan en el siguiente capítulo ;3
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