Capítulo 5 - Milena
El primer día del año fue el más tormentoso que recordaba en mucho tiempo. Tuve que aparentar por horas frente a mis suegros para que creyeran que amaba con locura a su hijo mientras que en mi cabeza sólo podía repetirse una y otra vez la escena con Fenrir.
Estuve a punto de besarlo.
Y me odié por no hacerlo.
Y luego me odié más por odiarme por no hacerlo.
Y el punto es que... me odié demasiado ese día.
Pero me odiaría más los días siguientes, por supuesto que sí. Porque era una adolescente pasando frente a la tienda con la excusa tonta de toparme con él por accidente y... ¿y qué? Suponía que conversar.
«Besarlo».
No, eso no.
Pero moría por hacerlo, porque sus besos los tenía grabados con fuego en mi piel.
Taylor reventó su burbuja de chicle en mi cara. El sonido me sobresaltó, ella rió y dijo:
—Tierra llamando a Mila.
—¿Qué pasó?
—Te preguntaba si tu adorado esposo no te ha dicho nada por venir todos los días a ayudarme.
Fruncí el entrecejo.
—No, claro que no.
Pero sí. Desmond odiaba almorzar solo, me exigía estar ahí aunque sea para contemplarlo masticar y llevaba la semana entera visitando a Taylor.
—Supongo que si supiera que miras con esa expresión boba el estudio de mi hermano, pues sí se enojaría.
El sonrojo me traicionó.
—Eso no es verdad.
—Ni ha abierto, Mila, la inauguración será el sábado.
—¿Y no viene a ver algún detalle o algo?
Taylor encogió los hombros.
—No sé, no he hablado mucho con él.
La chica se giró hacia la caja donde una de sus empleadas se encargaba de una aclaración con una clienta.
Yo, por supuesto, continué contemplando el local... cerrado.
Olvidé mencionar eso. Me paseaba como estúpida frente a una tienda cerrada.
Sentí vergüenza de mí misma.
No obstante, hacía tanto que no sentía esa emoción, ese revoloteo de mariposas en el estómago y los nervios recorriendo mis dedos. Pensé que jamás volvería a sentirme de ese modo.
Pero era una mujer «felizmente» casada.
La sortija de matrimonio pesó tres toneladas.
—Vamos, Mila.
Taylor se detuvo a mi lado, echó un vistazo hacia la tienda de su hermano y sacudió la cabeza.
—No he terminado mi café, no quiero más —suspiré y levanté el vaso con el logo de la sirena.
—No iremos por café. —Tay me enseñó unas llaves—. Iremos a la tienda de mi hermano.
Y palidecí... con todo y la expresión de shock.
Qué pena.
»Oh, por Dios, Mila, no puedo creer que estés enamorada de mi hermano.
—¡No lo estoy! —mentí, más o menos.
—Mira, puedo ser cómplice de este enamoramiento fugaz mientras no pase a más, ¿entendido? No quiero que Desmond le pegue a mi hermano o algo parecido.
—Desmond no haría algo así.
—Es verdad, enviaría a alguien a hacerlo o se encargaría de incriminar en algo a Fenrir —señaló Taylor con toda la razón—. Además, creo que Fenrir tiene novia.
—¿Qué?
Mi corazón se rompió en millones de diminutos pedazos.
Bueno, no tanto, pero sí me dolió.
—Algo así insinuó cuando le pregunté si era verdad lo que me dijo papá, que se mudaría —continuó Taylor—. Y dijo que tendría que viajar algunos días para visitar a Karine.
«Karine», su novia.
Yo tenía a Desmond, mi esposo.
Pensé que era perfecto. Así nunca podría trascender a más de un enamoramiento platónico.
—Entonces todo esto es inofensivo —musité.
Taylor suspiró.
—No sé si soy la peor o mejor amiga, pero te daré un tour por la tienda, ¿de acuerdo?
Ya estaba prácticamente caminando fuera del local de Taylor. Ella rió, me alcanzó y se colgó de mi brazo. Reíamos mientras caminábamos alrededor de la pista de hielo. Los entrenadores nos saludaron, Tay hasta les hizo un guiño y continuamos nuestro andar hasta el local que continuaba con la cortina metálica abajo.
—Me dio las llaves por si sucedía una emergencia y creo que satisfacer la curiosidad de mi mejor amiga por mi hermano es una emergencia, ¿no crees?
—Concuerdo totalmente —acepté con las mejillas rojas.
Taylor soltó una carcajada y meneó la cabeza.
—¡Nunca pensé verte así! ¡Desde que te conozco estás con Desmond y jamás...!
Calló.
Yo esbocé una sonrisa incómoda.
Jamás actué así con él.
—Sólo abre, por favor.
—Voy, voy.
Taylor peleó por dos minutos con los candados, no podía abrirlos, y yo estuve a punto de empujarla para hacerlo yo misma, pero lo logró. Levantamos la cortina de metal y contuve la respiración frente a las paredes de cristal que resguardaban el interior del local. Tenían calaveras y catrinas en la fachada, con vinilo blanco, y el cristal estaba ligeramente oscurecido para brindar un poco de privacidad al interior.
Taylor introdujo la última llave en la puerta de cristal, abrió y me invitó a pasar:
—Adelante, Mila, deléitate con mi hermano.
Puse los ojos en blanco y entré.
Taylor encendió la luz y volví a contener el aliento.
La recepción era hermosa, como si la hubieran sacado de una serie de televisión histórica con los sillones victorianos en color rojo oscuro y bordes dorados. Las cortinas eran negras, así como la alfombra y la catrina enorme que decoraba una de las paredes.
—¿Te tatuarás con mi hermano?
—No —respondí rápido—. Las agujas me asustan.
Taylor rió.
—Pero no te asusta que Fenrir te pueda clavar otra cosa...
—¡Taylor!
Su carcajada resonó en el local vacío hasta que una voz nos provocó un susto de muerte que nos hizo gritar como si el mismo Chucky hubiera emergido de la alfombra.
—¿Qué carajos hacen aquí?
—¡Carajo, Fenrir! ¡Avisa! —gritó Taylor.
Yo me limité a morir de pena.
Fenrir lucía tan atractivo como cada día de su existencia. Tenía el cabello revuelto, una playera morada oscura y el pantalón de mezclilla negro donde colgaba una pequeña cadena. Sus brazos cubiertos de tatuajes eran tentadores, más porque resaltaban cada uno de los músculos que probablemente entrenaba todos los días en el gimnasio.
—¿Debo pedirte permiso para venir a mi local?
—No, idiota, pero al menos saluda antes de matarnos del susto —se quejó Taylor—. Sólo quería ver cómo iba la tienda, es todo, ¿ya está lista para el sábado?
Sus ojos azules se detuvieron en mí por demasiado rato antes de contestar.
—Lo está, mi socio llega mañana y ya tenemos a la chica que trabajará de recepcionista.
—Oh, qué pena, podría haber sido Mila, está buscando trabajo —soltó Tay con inocencia.
Y yo creo que sufrí una apoplejía.
—¿Yo qué?
—¿Estás buscando trabajo? —me preguntó Fenrir.
—Eh, no sé... Yo... —Taylor me dedicó una mirada profunda—. Sí, me gustaría hacer algo...
—¿Y tu esposo te da permiso? No se ve que sea de los hombres que quieran que sus mujeres trabajen.
Me ofendí. No por Desmond, sino por mí. Si yo estaba con un hombre así, ¿qué clase de mujer era? ¿Una sumisa que no puede imponerse a su marido?
Pues sí, eso era.
Las verdades a veces sí duelen.
—No tengo que pedir permiso a mi esposo —renegué.
Taylor enarcó ambas cejas. Supo que mentía con cada molécula de mi cuerpo.
—Pues... —Fenrir cruzó los brazos—. La chica estará a prueba, viene con recomendaciones, pero Dylan y yo sabemos exactamente lo que estamos buscando.
—¿Dylan? —inquirió Taylor.
—Mi socio.
—Espero que no estés cometiendo un error, hermanito, ya sabes lo que dice papá de las sociedades con los amigos.
—Lo sé, le demostraré que está equivocado.
Taylor torció la boca con escepticismo.
—Espero que estés en lo cierto.
La chica recibió un mensaje, leyó rápido en silencio y nos dijo:
»Problemas en la tienda, te encargo a Mila, no la asustes mucho con las agujas.
Mi traicionera amiga me hizo un guiño y salió corriendo del local.
No me estaba asustando con las agujas, sino con la forma en que Fenrir me miraba. No podía deducir lo que pensaba, sólo abochornarme con su presencia masculina.
—¿Y por qué te gustaría trabajar aquí? Estudiaste diseño de modas con Tay, ¿no?
Su voz rompió el silencio.
—Siempre he sentido curiosidad por los tatuajes...
Eso era verdad.
Fenrir asintió y se acercó dos pasos. Yo quise retroceder, pero no lo hice. Deseaba sentirlo más y más cerca.
—¿Crees que sería oportuno que trabajemos juntos...?
Encogí los hombros.
—Tenemos parejas, ¿no es así?
Fenrir ladeó el rostro y miró hacia el local de Taylor.
—Sí, es verdad —contestó—, aunque no estoy casado.
—¿Y piensas casarte con ella?
—No creo en el matrimonio, pero ella sí...
Relamí mis labios y traté de no lucir decepcionada.
—Debe ser una mujer increíble.
—Lo es, como tu Desmond debe ser un hombre maravilloso.
Noté el sarcasmo en su voz. Quise echarle una mirada reprobatoria, pero se me atoraron hasta las intenciones cuando se acercó más hasta que su pecho casi chocaba con mi espalda.
Giré el rostro al frente, hacia la catrina en al pared, y traté de regular mi respiración.
Mi corazón sólo quería salir volando de mi pecho.
Fenrir tocó con suavidad mi codo, nada más. Sólo uno de sus dedos me acarició y fue lo suficiente para erizarme de pies a cabeza.
—¿Te gusta? —preguntó.
—¿Qué...?
—La catrina, ¿qué más?
Pero su dedo continuó tocando mi codo. Subió lento por el brazo y volvió a bajar.
Maldición. Me estaba derritiendo lentamente.
—Sí —murmuré—. Es bonita.
—¿Te recuerda a alguien?
—¿Es Taylor?
—No.
Escudriñé la imagen tan bien como se podía cuando un hombre como Fenrir te acariciaba el brazo, lo cual no era mucho, pero de pronto... algo captó mi atención.
—Es pelirroja —reaccioné—. Sus ojos son verdes.
Giré hacia él, por lo que su caricia se detuvo y me enfrenté a su mirada divertida porque descubrí que...
»Soy yo.
—Eres tú.
—¿Por qué?
Él desvió la mirada hacia el mural y sonrió:
—Lo dibujé unas noches después de que nosotros...
—¿Ya tenías este local?
—No —rió por lo bajo—. Lo dibujé en mi libreta y lo he usado ahora como mural.
—¿Por qué? —repetí.
Fenrir me miró detenidamente por unos segundos antes de responder:
—No lo sé, Mila.
—Tal vez por la misma razón por la que seguí escuchando a «White Lies».
Él sonrió.
—Es probable.
Y ahí, por primera vez, entendí que nuestros tiempos nunca coincidieron, que todo pudo ser diferente, pero ya no lo sería.
»Me gustaría dibujarte así como estás ahora.
Sonreí. Me había esmerado en mi cabello y maquillaje cada día desde que supe que Fenrir estaba en la ciudad.
Tan patética.
Pero feliz.
—Podrías hacer una fotografía y ya.
—No soy bueno con las fotos.
—Yo sí.
Tomé mi celular del bolsillo trasero, lo levanté y le hice una fotografía.
Madre mía, qué foto. ¿Cómo era posible que me gustara tanto?
—Yo te dibujaré.
Mi corazón se sintió cálido, efímero.
—¿Es una promesa?
—Claro...
Él miró mi celular, yo me sentí tan mal... y bien, porque hacer esto era terrible, pero la emoción que me recorría opacaba al sentido común.
—¿Puedo tener tu número? —inquirí bajito.
—Sí, claro...
Entregué el celular a Fenrir, anotó su número y marcó. El celular en su bolsillo sonó, ya tenía también el mío.
—¿Me dibujarás como catrina? —pregunté—. Nunca me he maquillado así.
—Puedo dibujarte como quieras.
—Dibújame como a una de tus chicas francesas, Jack —bromeé con un tonito gracioso que lo hizo reír.
—¿Te vas a desnudar para que te dibuje? —inquirió todavía con la sombra de esa risa.
Madre mía.
Estaba a punto de infartarme y que tuvieran que llamar a una ambulancia.
¿Esto se sentía ser una adolescente enamorada?
—¿Quieres que me desnude...?
Mi voz trataba de ser bromista, «trataba», no lo estaba consiguiendo.
Fenrir relamió sus labios y recorrió mi cuerpo con la mirada. Nunca fui una chica muy delgada, era de curvas generosas y con silueta de guitarra. Recordaba con claridad cómo Fenrir me susurró al oído que tenía el cuerpo que soñó poseer.
Creo que él recordó eso también.
—¿Tú qué crees, Mila...?
—Creo que si me desnudo harás cualquier cosa menos dibujarme...
Tapé mi boca, ¡¿en serio había dicho eso?! ¡Quise tirarme debajo de la alfombra y desaparecer para siempre!
Retrocedí asustada no sólo por mis palabras, sino por la intensidad de la mirada de Fenrir, como si estuviera dispuesto a averiguarlo.
Y Desmond llamó. Vi la hora en al pantalla, de seguro estaba furioso porque no llegué a verlo masticar el almuerzo.
Un balde de agua fría llamado realidad.
—No creo que sea buena idea que trabaje aquí —dije y recuperé un poco la compostura.
Fenrir suspiró, se pasó una mano por el cabello y sus músculos se flexionaron con el movimiento.
—No, no lo es, Mila.
—Tienes novia.
—Sí.
—Tengo esposo.
Él asintió y volvió a mirarme. Era un mar de confusión y... culpa; lo sabía porque me sentía igual.
»Gracias por eso —señalé la catrina—, pero quizá sea mejor si nos evitamos.
—¿Eso quieres?
—No —contesté demasiado rápido—, pero es lo correcto.
Fenrir hizo un asentimiento.
—Ve a casa, Milena.
Suspiré hondo.
Tenía que marcharme cuando lo único que quería era volver a sentir esa caricia en mi brazo. Sin embargo, me marché. Ni siquiera pasé a despedirme de Taylor, sólo escribí un mensaje rápido de despedida y emprendí la retirada a casa donde contemplar a mi esposo comer era mi obligación y responsabilidad como buena esposa.
★
—¿Desmond? —llamé apenas entré a nuestro hogar. Una casa no tan grande como la de los padres de Taylor, pero de dos niveles con un bonito jardín y nuestros automóviles nuevos en el garaje—. ¿Estás en casa?
Era tonto preguntar porque su automóvil estaba afuera.
»¿Desmond?
Inspeccioné la sala importada de no sé dónde, todo elegido por Desmond, y caminé por el pasillo donde colgaba una obra de arte de tampoco recordaba qué pintor.
Por fin, en la cocina, encontré a mi esposo fumando mientras miraba por la ventana.
»Hola, cariño, ¿ya almorzaste?
Desmond me dedico una mirada furiosa y volvió a concentrarse en el exterior.
Avancé un poco y encontré el plato roto en el suelo con la comida embarrada por todos lados.
»¿Qué pasó...? ¿Te lastimaste?
—Es el cuarto puto día que no estás en casa, Milena —bramó Desmond, apagó el cigarro en nuestra impecable meseta de granito y giró hacia mí—. El cuarto día, ¿qué carajos estás haciendo?
No comprendí.
Negué, luego miré alrededor como si una cámara escondida pudiera estar captando todo esto y fuera una broma tonta.
—¿Cómo? Sólo he estado con Tay...
—Sólo he estado con Tay —me burló y dio un manotazo a la meseta—. ¡¿Y te estás revolcando con la puta de Taylor o qué?!
Me encogí.
—¡¿Qué?! ¡No!
—¡Es tu puta obligación estar en casa! ¡No tienes que estar por ahí como una cualquiera! ¡Me mato a trabajar para que vivas como reina y me agradeces así! ¡Puta malagradecida!
Estaba en shock. Mis pies eran raíces ancladas al suelo de la cocina mientras mi cerebro intentaba procesar lo que estaba sucediendo.
Desmond a veces gritaba cuando se enojaba, pero no así. Nunca así.
—No sé qué te sucede, pero...
—Recoge todo esto, maldita sea —interrumpió y señaló el suelo.
Fruncí el entrecejo.
—No lo haré, tú lo rompiste, recógelo tú...
Fue muy rápido. Grité, porque no pude correr, en dos segundos lo tenía pegado a mí. Tiró de mi cabello con fuerza, por la coleta, y me arrastró hasta el lavabo donde me lanzó. Trastabillé, intenté aferrarme a la mesa, pero mi mano resbaló. Mi pómulo se estrelló contra la parte baja de la meseta y caí al lado del plato roto, justo arriba de la comida.
—¡Estúpida! ¡Te dije que lo recogieras!
Mi rostro dolía. Mi mano temblaba cuando palpé el pómulo lastimado y no pude evitar encogerme con mis piernas abrazadas cuando Desmond volvió a acercarse.
»Saldré a comer, maldita sea, Mila, y espero encontrar limpio cuando regrese.
Y, sin decir más, dio largos pasos hasta la puerta y se marchó.
Yo permanecí tirada en ese piso por dos horas más intentando entender qué sucedió.
★
Nota: Una bonita jaula de oro 😞
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