Capítulo 11 - Fenrir
Quería besarla.
No, no quería sólo besarla.
Quería subirla en el escritorio, arrancarle la ropa y poseerla como esa noche. Escucharla gemir mi nombre mientras sus uñas se enterraban en mi piel y sus ojos buscaban los míos con fascinación.
Mierda.
Deseaba tanto a Milena que me dolía, literalmente. Era un dolor fantasma en la entrepierna cada vez que la veía inclinarse o la descubría mirándome como si fuera un apetecible filete de carne.
Y esa tarde Milena simplemente decidió volverme loco.
Mi recepcionista llevaba casi una semana de excelente empleada. Llegaba puntual, era amable con los clientes, ordenada, atenta a cada pequeño detalle y ya hasta había tenido su primera discusión con un cliente por un cambio de horario, lo resolvió sin problemas y con una agradable sonrisa que jamás dejó en entredicho al estudio.
Pero esa tarde ella fue... demasiado ella.
Milena era una chica de generosas curvas; los pantalones se apretaban tanto en sus nalgas que era inevitable girar dos veces para mirarla, descubrí a más de un cliente haciéndolo. Y me enojaba tanto, no quería que la miraran así, pero ¿qué más podía hacer? Yo mismo parecía idiota observándola y recordando lo bien que se sentía apretar sus nalgas cuando estaba adentro de ella.
Y toda la semana vistió con pantalones ajustados, menos esa tarde. No, esa tarde ella decidió que yo debería vivir con la verga adolorida por no poder llevármela a la bodega y cogérmela como tanto deseaba.
Milena llevaba una falda corta en color blanco que casi dejaba ver un poco más de lo apropiado y una blusa rosa pastel de generoso escote.
No, mierda, yo sólo quería hacerle el amor toda la puta tarde.
—Tal vez deberíamos imprimir una fotografía de Milena para colgarla aquí atrás —dijo Dylan mientras acomodaba su área de trabajo para su siguiente cita—. Así no tendríamos que dejar la cortina abierta para que babearas viéndola.
Milena reía con Olga. Yo aparté la mirada hacia Dylan y fruncí el entrecejo.
—No sé de qué hablas.
Dylan rió, dejó la tinta sobre la pequeña mesa al lado de la silla donde solía tatuar y cerró la cortina.
—La tensión sexual entre ustedes es jodidamente incómoda.
—Vete al carajo.
—¿Qué? —Se detuvo frente a mí y señaló mi anillo—. Si te la quieres coger, hazlo y supera esto, ¿quieres?
—Está casada.
Y me sentí horrible al decir eso porque encontré una sombra de tristeza en la mirada de Dylan. Mi excusa ni siquiera fue por su hermana, sino por la situación de Milena.
—Eso no te ha importado antes —reaccionó—. Te acostabas con Elizabeth, ¿no?
Encogí los hombros.
—Milena no podría ser infiel.
Dylan volvió a reír.
—Milena se muere por ser infiel.
—No la conoces.
—Tú tampoco. —Y tomó asiento en el banco—. Cogieron una vez y ya, ¿eso es conocer a alguien?
Callé.
Él tenía un punto.
»Su esposo la conoce mejor que tú.
—Cállate.
—Desayuna con ella, almuerzan juntos, se bañan juntos, duermen juntos, cogen...
Me incorporé tan rápido que Dylan se retrajo un poco, quizá creyó que le pegaría, pero no. Intentaba controlarme, ya no ser el que explotaba por cualquier provocación y terminaba con los nudillos molidos a golpes. Me gustaría decir que mi cambio era porque quería ser mejor persona, pero era porque no podía lesionarme cuando dependía de mis manos para el trabajo que tanto amaba.
»Sólo se traen ganas, una vez que cojan y se acabará todo. Háganlo y olvídense del tema.
La cortina se abrió y entró Milena. Mi mirada irremediablemente cayó primero en sus pechos y recordé la suavidad de sus pezones en las yemas de mis dedos.
Ella se sonrojó. Era probable que notó cómo la miraba.
—Ya llegó tu cita, Dylan —anunció—. Todavía no llega la de Fenrir.
—Ya no vendrá —dije—. No importa, perdió el anticipo y no tengo citas disponibles en bastante tiempo, ¿no?
Mila asintió al tiempo en que el cliente de Dylan entraba a la parte trasera del estudio.
—¿Quieres que intente llamarle? —preguntó con nerviosismo.
Negué.
—Así está bien, gracias.
Ella sonrió y salió de la trastienda.
Dylan rió mientras empezaba a conversar con su cliente sobre el diseño del tatuaje. El tipo estaba enamorado del trabajo de mi colega, probablemente hasta de él... o eso deduje por la forma en que lo miraba.
Quería quedarme ahí. El sonido de la máquina me calmaba, pero Dylan estaba tardando un montón en empezar. También podría dibujar, trabajar en algunos diseños que tenía pendientes o escuchar música; era el cliché de persona que se concentra con la música clásica. Pero me sentía asfixiado en la trastienda.
Quería estar ahí y al mismo tiempo con Milena.
No.
No quería estar ahí, pero sabía que era lo correcto.
Había sido una larga semana de hacer lo que estaba bien. No se repitió nada parecido a lo que pasó esa noche en el primer día de trabajo de Mila. Nos evitamos, yo más que ella, porque sabía que si flaqueaba no querría parar y me iba a morir si ella se arrepentía en el último momento.
Pero Dylan tenía razón en algo, no la conocía.
Ella tampoco me conocía.
Tuvimos sexo una vez y conversamos ese día hacía ya cinco años, muchas cosas pudieron cambiar.
Menos la tensión sexual.
Pero... ¿tenía algún sentido conocernos más?
Froté mi rostro. No sabía qué me estaba haciendo esa mujer, pero no podía parar de pensar en ella y todo empeoró luego de volver a besarnos.
—Voy a salir —avisé a Dylan.
Él no respondió, ni sé si me escuchó, sólo abandoné la trastienda y mi presencia hizo que Mila y Olga pararan de reír.
¿Hablaban de mí?, me pregunté.
Mila estaba sonrojada y fingió concentrarse en la computadora. Olga continuó acomodando la repisa delantera como si requiriera de cada ápice de su atención.
Eché un vistazo al estudio sólo por hacer algo, pero me reconfortó encontrar todo tan... bien. Era nuestro estudio de trabajo, de Dylan y mío, por fin teníamos algo propio y, pese a lo que todos pensaban, lo había logrado con mi propio esfuerzo sin inmiscuir el dinero de mi familia.
—Ya se agotaron los regalos para los clientes —comentó Mila.
—Tengo más en casa —sonreí y avancé hacia ella. Mila se sonrojó más y más a cada paso. Mentiría si dijera que no amaba provocarla de esa forma, tanto como ella a mí—. Iré por ellos...
—Sí, está bien —musitó ella y mordió su labio inferior.
Y mi corazón se aceleró.
Quería volver a probar sus labios, aunque fuera una vez más.
Y también quería saber qué películas le gustaban, su color favorito, la comida que odiaba.
—Mierda —bramé y pateé la punta de la alfombra que estaba doblada.
Mila y Olga soltaron un respingo.
—¿Está bien, jefe? —preguntó Olga.
—Sí, claro —suspiré y pasé los dedos por mi cabello porque era inútil que se mantuviera peinado; tenía una pelea constante con sus ondas que se negaban a ser rizadas, pero tampoco sólo blondas—. Milena.
Ella levantó la mirada y entreabrió los labios.
¿Por qué carajos era tan hermosa?, me pregunté en silencio.
»¿Me acompañas por los regalos?
Olga apartó la mirada de mí para enfocarse en su compañera. Tenía los ojos muy abiertos y una risita divertida a punto de escapar, podía notarlo.
Milena titubeó por un siglo o eso me pareció.
—Pero... ¿quién se quedaría en el estudio? Olga ya se...
—Mi hija está en casa de una amiga, puedo quedarme un rato más. —Se apresuró a agregar Olga y consideré hacer algo por esa pobre estrella chueca en su frente, me esforzaría—. Puedo cubrirte, no hay problema.
Milena tragó duro.
—¿Segura...?
Encontré miedo en esa pregunta, mas no supe a qué.
—Muy segura —insistió Olga—. Vayan, estaremos bien.
—Bien —dije y regresé a la trastienda por mis cosas. Dylan sólo levantó la mirada—. Iré por los regalos, se gastaron.
—¿Irás con Milena? —preguntó y volvió a centrarse en la plantilla que acababa de colocar en el brazo de su cliente.
—Sí.
Él asintió.
—¿A qué hora es tu siguiente cita?
—Tengo unas horas —resumí.
Dylan volvió a mirarme.
—De acuerdo.
No entendí a qué se refería el tono de ese «de acuerdo».Todo era confuso.
Dylan sabía que me había acostado con otras mujeres después del compromiso con su hermana, pero que ninguna significaba algo para mí. Entendía que hice hecho mal, que debí ser fiel a mi compromiso, pero... no era la mejor persona y lo reconocía.
Al salir de la trastienda encontré a Milena al lado de la puerta ya con su pequeña mochila blanca al hombro y las mejillas sonrojadas.
¿Estaba bien hacer eso?, me pregunté. Ella era una mujer casada, yo tenía un compromiso, ¿por qué complicar más las cosas?
La respuesta estaba en mi cabeza, en mis recuerdos con Milena, sus besos y sus caricias.
—¿Lista? —pregunté.
—Sí.
AbrÍ la puerta, ella salió y nos despedimos con una sonrisa de Olga que parecía a punto de soltar una carcajada.
Entorné los ojos y cerré.
—¿Qué pasa?
—Nada —murmuré—. ¿Cómo has estado?
—Bien —sonrió—. ¿Y tú?
Intercambiamos una mirada rápida, luego reímos por lo bajo.
Sí, la tensión sexual era exorbitante. Moría por estar adentro de ella, creí que nunca había deseado tanto a una mujer. No, estaba seguro de que jamás había pasado semejante cosa.
Milena podía hacerme saltar con sólo pedirlo.
—Bien...
Su mano rozó la mía al caminar. No la apartó.
Me aproveché un poco. Extendí el dedo índice y lo crucé con el de ella por un segundo.
Milena se sobresaltó y miró en todas direcciones; entonces me aparté.
»Perdón.
—No, no te preocupes, es sólo que...
Callamos.
Claro, alguien podría vernos. Aquí nadie conocía a Karine, pero en palabras de mi hermana, el esposo de Milena era un prestigioso y reconocido abogado que pertenecía a uno de los bufetes más importantes del país.
—Disculpa, prometí no volver a ponerte en una situación incómoda y...
—Dejé mi celular y el reloj en la tienda —interrumpió—. El celular que me regaló Desmond...
«La ubicación», reaccioné.
—¿Y si te llama?
—Está ocupado con un caso importante, no creo que llame. —Encogió los hombros—. Es que no vería bien que fuera a casa de mi jefe.
«Es que no está bien», pensé.
—No tienes que...
—Quiero ir. —Volvió a interrumpir—. Quiero saber más de ti.
Ella desvió la mirada.
—Yo también de ti —reconocí.
Milena mordió su labio inferior y asintió.
—No tenemos remedio, ¿verdad?
—Supongo que mientras no se repita lo de la otra noche, pues no estamos haciendo nada malo...
—Claro... Nada de besos ni... bueno, eso.
Reí.
Ella me dio un empujón suave.
—Solo un par de amigos que conversan y ya —mentí.
Nadie que nos viera podría decir que había algo entre nosotros. Sólo caminábamos tranquilamente hacia la salida del centro comercial y, cuando llegamos al estacionamiento, agradecí a la brisa que movía la falda de Milena.
Ella sostuvo la prenda por la parte inferior y eso hizo que se inclinara un poco; el espectáculo de sus pechos volvió a ponérmela dura, mas no lo notó.
Milena siempre se estacionaba al lado de mi camioneta. Todas las noches la acompañaba, pero igual Dylan que se negaba a volver a dejarnos solos después de cerrar.
El vehículo era alto para ella. Abrí y la ayudé a subir, pero el viento levantó la falda cuando tenía su cadera cerca y me permitió ver parte de su ropa interior. Era de encaje, no tenía nada más abajo que una delicada prenda de encaje blanco.
¿Quién usaría ropa así debajo de una falda tan corta?
Alguien que quería que la vieran, estaba seguro.
Milena buscó mi mirada cuando estuvo segura en el asiento. Sus mejillas se tiñeron de rojo, sabía a la perfección que vi su ropa interior y que quería ver mucho más.
—Me gusta esa falda —admití.
—No tengo más así...
—Pues deberíamos ir de compras.
Ella rió.
—¿Y qué le diría a Desmond?
—Que Taylor te las regaló, no sé... —Un desazón amargo se instaló en mi pecho—. Él igual disfrutaría de esas faldas, ¿no?
—Fenrir...
Cerré la puerta, rodeé la camioneta y subí al asiento del conductor.
Sí, supe que fui una mierda, pero odié que ese imbécil pudiera tocar su cuerpo como yo no podía.
Odié tanto al hijo de puta. No lo quería cerca de Milena.
—Perdón —suspiré—. Quizá todo esto es más complicado de lo que pensé.
—Tal vez deberíamos mantenernos apartados...
Busqué su mirada.
Carajo.
No podía ser que cada día la encontrara más guapa, pero era verdad. Todos los días descubría un detalle nuevo sobre ella que me gustaba más, como el lunar en la parte baja de su barbilla que se ocultaba casi por completo con el maquillaje o la mancha de nacimiento, que parecía un conejo, y que tenía en la parte interna de su muñeca.
—¿Eso quieres? ¿Quieres que mantengamos la distancia, Milena?
Ella dudó.
Luego negó.
—Me gusta estar cerca de ti —confesó muy bajito.
El espacio en el interior de la camioneta me pareció diminuto. Sólo quería abrazarla, buscar sus labios y... estar con ella, pero no para tener sexo; eso era lo peor.
Cada día descubría que Milena no sólo me atraía sexualmente al punto de pasar con la verga dura toda la tarde, sino que también pensaba en que me gustaría dormir con ella, despertar en la mañana y prepararle el desayuno.
Yo, el que ni desayuna, pensaba en prepararle el desayuno a una mujer.
Me estaba volviendo loco.
—Me gusta que te guste estar cerca de mí —bromeé.
Ella rió y asintió.
—Somos tan patéticos.
—Los reyes del patetismo —confirmé.
Intercambiamos otra mirada y esta vez me uní a su risa. Encendí el motor de la camioneta y salí del estacionamiento.
Milena encendió el estéreo y, por supuesto, «White lies» inundó con su música el reducido espacio que se convertiría en nuestro mundo privado.
El clima era perfecto. Soleado sin demasiado calor y una brisa agradable. Ella bajó la ventanilla de su lado y el viento revolvió los mechones sueltos de su chongo; entonces decidió soltar su cabello.
Era difícil mirar el camino cuando tenía a Milena cantando «Hold back your love» con el cabello revuelto por el viento, esa sonrisa llena de felicidad, las mejillas sonrojadas y los ojos que me hicieron creer que, después de nuestra única noche, podía quedarme con ella la vida entera.
Milena bailó, cantó y rió como nunca la había visto. Taylor me dijo que era algo introvertida, pero ahí me pareció todo lo contrario. Quise pensar que fue algo que sólo sucedió conmigo.
—Debiste cantar conmigo —dijo cuando terminó la canción. Inició «Tokyo»—. ¿No te gusta cantar?
—Me da igual, pero no tengo mucho talento para eso.
—Yo tampoco, no importa.
—Cantas bien —reconocí—. Pagaría por verte en concierto.
Ella enarcó las cejas de forma graciosa, me costó volver a mirar el camino porque, cuando la observaba, sentía algo cálido en el pecho que me gustaba.
—Pagarías sólo si tuviera esta falda y estuvieras en primera fila.
—Bueno, si tuvieras esa falda pagaría hasta el backstage.
Me detuve en un semáforo, la miré y... soltó una carcajada. Sus rizos rojos se agitaron y mi pecho se estremeció.
Sabía que eso estaba mal, que Milena no era mía y probablemente nunca lo sería, pero... no quería dejar de sentirme así.
—Yo igual pagaría por un concierto tuyo sin importarme si cantas mal o bien, mi única condición sería que no tuvieras playera para que pudiera ver todos tus tatuajes —confesó en un arranque de honestidad del cual se arrepintió al instante—. Perdón, yo...
—Puedo enseñarte —musité y puse en marcha la camioneta con la luz verde—. ¿Quieres verlos?
—En fotos, por favor —contestó, tensa—. No te rías... No puedo verte sin playera, estás demasiado lindo.
—¿Estoy demasiado lindo? —Volví a reír—. Nunca me habían hecho un cumplido así.
—Me alegra ser la primera.
Su tono dulce me hizo mirarla rápido.
También me gustó que fuera la primera.
Pronto llegamos al edificio donde vivía y se sorprendió al saber que Dylan también era mi compañero de piso.
—Es sólo temporal —expliqué mientras me estacionaba frente al edificio—. La otra noche, cuando se fue antes, fue porque tenía una cita para ver un departamento.
La noche en que nosotros casi nos acostamos... Ella pensó lo mismo, sus mejillas la delataron.
—Este es un sitio bonito —musitó ella y miró por la ventanilla—. Con mi sueldo no podría pagar un departamento aquí...
Su comentario me intrigó.
—Desmond se hace cargo de tus gastos, ¿no?
—Eh, sí. —Soltó un respingo y volvió su atención a mí—. Fue sólo un comentario tonto.
—¿Necesitas ganar más?
—No, no, mi sueldo es perfecto —contestó rápido—. Vayamos por esos regalos, ¿sí?
Y, sin esperar a que baje primero para abrirle la puerta, escapó de la camioneta.
Tragué duro. Milena estaba frente al edificio con la mirada hacia arriba. El viento movía su cabello y la diminuta falda; era la escena más erótica que había presenciado. No porque pudiera ver más de sus piernas, sino porque sabía que en unos minutos estaríamos a solas en el departamento y que ella deseaba tanto como yo que se repitiera lo que sucedió cinco años atrás.
Yo moría por estar adentro de ella una vez más. Necesitaba perderme en su piel o me volvería loco.
Milena giró hacia mí y en su expresión encontré un reflejo de mis pensamientos.
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