Cápitulo 4

Casualidades

»El mundo gira entorno
a hechos curiosos, y miradas
sospechosas«

La noche llegó como una exhalación sobre el pueblo iluminado por pequeñas farolas y bombillas incandescentes, las calles envueltas por una lijera brisa se encontraban invadidas por sus pobladores quienes envueltos en la monótonia no parecían tan conmocionados como lo imagine ante lo ocurrido en horas de la mañana en el invernadero.

Incluso en aquella pequeña cafetería se respiraba un aire de total normalidad, nadie hacía mención del hecho ni de las conjeturas discutidas por la policia local. Sin duda, era extraño, la policia prefirio ser discreta, y evito olimpicamente el pánico colectivo. Sin embargo, habriamos sido unos 30 expectadores del horrible asesinato de la joven Amy Ross ¿cómo silenciar a tantos?

Recuerdo que el interrogatorio fue el típico que se observa ante una situación de tal magnitud, los mismos rastros de intimidación y a su vez incertumbre que rondan el ambiente pesado y los trabajadores horrorizados arrojando piezas sin sentido a los pies del cuerpo de investigación quienes simplemente nos exijieron discreción al respecto, (fuera de mis ideales periodisticos) decidí permanecer al margen en aquel momento.

Bajé la mirada y suspiré, estaba en terreno desconocido, sin ningún contacto o fuente cercana a la cual aferrarme, por ello no insisti a la policia sobre el hecho, no obstante, haría lo posible por indagar y llegar al fondo, ignorando las ordenes de Michael.

«Michael.»

El nombre de mi jefe y su gesto de desaprobación llegaron a mi mente, sabia que no estaría de acuerdo, pero mi instinto era más fuerte que una simple advertencia. Estiré los músculos de mis brazos antes de levantarme y dejar el dinero del café. No pudé evitar sonreir ansiosa.

Era seguro que frente a mi se abría un escenario más oscuro del que imaginaba, la cara silenciosa y perturbadora, oculta tras la belleza de las rosas.

*******

Tomé el vaso de café entre mis dedos, jugueteando con la etiqueta del mismo mientras se creaban lijeras ondas en el líquido. La brisa juguetona agitó mis cabellos con vehemencia, y sonreí con cierta ironía deseaba tanto un mochachino. Era imposible encontrar uno en todo el pueblo, ya había gastado dos horas en aquella inútil labor, subí la mirada y me acomodé los lentes sobre el puente de la naríz, enfocando a la joven frente a mí, aquella castaña quien parecía distraída en sus propios pensamientos.

Toda la noche divage sobre donde iniciar, hasta que el rostro de aquella chica asalto mi curiosidad, el cambio tan repentino que tuvo su actitud ante la muerte de Amy Ross, me daba a entender que había un vínculo entre ellas.

Me removí incomoda en mi asiento ante el escalofrío que recorrio mi columna vertebral al recordar lo presenciado en el invernadero, sin poder quitar de mi mente la imagen sangrienta. ¿Cómo comenzar aquella conversación? Debía mantener tacto si deseaba una buena respuesta de Saraí.

-Lamento, lo que
presencio... fue algo desagradable señorita.

Su voz pesumbrosa me atrajó a la realidad, y me permití estudiar sus facciones, siendo su estado abatido lo que mayor intriga me causo. Suspiré.

-Amelia.- Le espeté, ella parecio no comprender por su gesto confuso. -Llamame Amelia... Y descuida, cuando eres periodista estas propenso a ver hechos como esos.

Intenté sonar lo más firme posible, aunque jamás había sido téstigo de un hecho tan... ¿Sangriento? Saraí por su parte esbozó un intento de sonrisa y jugo con la orilla del vaso de su leche chocolatada a medio beber. Desvié la mirada un tanto antes de que mi boca soltara la pregunta que taladraba mi cabeza.

-La conocías ¿cierto?

Aquello parecio tomarla desprevenida, sus ojos se abrieron con sorpresa al igual que sus labios resecos, luego un gesto desolado la abordó. Demasiadas emociones pasearon por la intensidad de su mirada café y destellos ambar. Al apreciarla con detenimiento detalle como la lijera capa de maquillaje ocultaba la tonalidad violácea de unas ojeras.

-Esta bien... Creo que no debí preguntar.

Saraí tomó una de mis manos y negó con quietud, le sonreí y ella se remojó los labios antes de comenzar a perderse en algún punto de su bebida.

-Descuida... Si, ella había sido mi mejor amiga.

-¿Había sido?

Asintió y dió un sorbo a su bebida.

-Teníamos años distanciadas, de hecho cuando regrese a Hometwon, ya habiamos pérdido esa amistad. Amy actuaba muy extraño casí todo el tiempo. -Mientras hablaba, su voz se llenaba de meláncolia. -Desde que murieron sus padres ella cambio. Intenté acercarme pero nunca me lo permitió. Tal vez si hubiese insistido... quizas tenia problemas... Debi...

Coloqué una mano sobre su hombro y negué justo cuando un par de lágrimas descendieron por sus mejillas, no debia culparse por lo ocurrido, eso estaba mal.

-Te equivocas, Saraí. Lo que le sucedio a Amy, no es tu culpa quizás ella fue victima de las circunstancias.

La castaña se reincorporó, secandose las lagrimas. Yo no era buena consolando a otros, a pesar de tener una gran elocuencia era un asco en cuanto a dar animos. Solamente sonreí y ambas quedamos envueltas en un incomodo silencio que fue interrumpido por una sombra y el sonido de una voz a mis espaldas.

"-Vaya, con que aqui estabas."

Saraí abrio los ojos desmesuradamente, y sus mejillas adquirieron un encantador tono rojizo. Las palabras parecían trabadas en su garganta hasta que tomó aire y se digno a hablar.

-Émile... Yo...

La ví bajar la mirada y luego subirla señalando al extraño y luego a mí.

-Ella es... Amelia, Amelia Facianni.

A penas giré mi cuerpo en un movimiento delicado, quedo en mi campo de visión un hombre de estatura alta, cabello rubio ceniza, y una fría mirada color verde. Aquel vestía un pantalón negro que se ceñia a la definida musculatura de sus piernas, una camisa a medio abotonar que mostraba la piel blanquecina de su pecho y el chaleco colgando de su hombro izquierdo.

Sin duda alguna, se veía realmente atractivo, sobre todo el aire salvaje que lo envolvía con su cabello rebelde y aquella forma su pose despreocupada. Me distraje cuando su mirada se posó sobre la mía con una intensidad algo extraña, extendió su mano y sujetando mis dedos con parsimonia, y dejando un roce de sus helados labios sobre los nudillos.

-Es un gusto, señorita Facianni. Me llamo Émile Ross.

Tragué grueso, mientras me perdí en el brillo incesante de su mirada jade, era tan llamativo que parecía atraerte hacía un profundo verdor. Mis labios de repente parecían resecos al igual que mi garganta.

-El gusto es mio señor... Ross.

¿¡Ross!?

De repente, como un baldé de agua fría aquel apellido se deslizo por la comisura de mis labios con amargura. Él pareció notar aquella reacción y cambio un tanto su semblante.

-Émile, lo siento, tenía pensando ir en un rato.

Aquel rubio fijó su mirada en Sarai y luego reparó en mí nuevamente. Parecía querer analizar cada parte de mi rostro.

-Tranquila, la cremación se llevará a cabo en unas horas.

Saraí asintió, y luego extendió la mano para que aquel tomase asiento junto a nosotras, sin embargo, Ross rechazó la oferta y simplemente se despidió, dejandonos nuevamente a solas.

Sólo pude apreciar la anchura de su espalda y su caminar pausado mientras desaparecia por la puerta.

-Émile nunca ha sido muy conversador. Supongo que de los tres es el hermano más tranquilo.

Saraí capturo mi atención de inmediato.

-¿De los tres?

Ella sonrio con nostalgía.

-Émile es hermano de Amy.

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