Capítulo 4:

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Durante toda la noche estuve esquivando a todo el mundo, me deslizaba entre los cuerpos sudorosos de los norteños, quienes después de tomar unas cuantas copas parecían querer saltar por las paredes.

Invernalia no era igual a Desembarco del Rey, donde la etiqueta y los buenos modales eran lo primordial.

Hablé algunas veces con mis tíos, molesté un poco a Joffrey, moviéndo su copa de vino de un lugar a otro para que no pudiera encontrarla. Y para que no sospechara de mí, la movía con un simple y discreto ademán de manos.

Dejé de hacerlo cuando mi cabeza empezó a doler del esfuerzo, aquello solía agotarme demasiado rápido.

Cuando ya era muy entrada la noche y todos parecían estar ebrios, decidí que lo mejor era retirarme. Le hablé a mi madre, y ella me dejó marchar no sin antes colocar a un Guardia Real como mi chaperón.

Como era de esperar, me escabullí de la vista del Guardia y me encaminé a mi habitación sola. Solo con la luz de la luna iluminándome.

Antes de ir a la cama decidí ir a ver a mi caballo, un bello semental negro que era regalo del abuelo Tywin por haber cumplido mis recientes 11 días del nombre.

Cuando estaba apunto de entrar a las caballerizas, un ruido me distrajo de mi cometido. Un extraño chico mayor que yo estaba golpeando con su espada a un costal relleno de arena, el cual simulaba ser un "hombre".

Estaba segura que si seguía atacando como un bárbaro se lastimaría.

Me deslicé sin que advirtiera de mi presencia y escalé un muro, subí al techo del castillo, me deslicé entre las tejas del techo y finalmente me senté bajo la luz de la luna.

Pude ver como el muchacho descargaba su ira contra aquél destrozado costal.

Lo observé por unos minutos y me di cuenta que era apuesto, esbelto y fuerte. Su cabello era negro y sus ojos eran grises, casi negros. Incluso yo podía advertir su belleza norteña y no pude evitar quedarme perpleja ante el hecho de parecerse a Lord Stark, incluso más que el heredero.

Golpeaba con furia el costal y desde mi posición por una extraña razón pude oler su olor a alcohol.

Había bebido.

Aún lado de él había un lobo huargo de los que tanto hablaban los Lords de las grandes casas. Su pelaje blanco brillaba ante la luz de la noche, era pequeño, pero estaba segura que crecería mucho más. Pero para mi sorpresa no pareció advertir de mi presencia. O así me pareció.

Bastante aburrida, decidí interrumpir su descarga de enojo.

—Si siguéis así os lastimaréis, insensato. —dije y el chico se detuvo para buscarme por los lados, pero no logró saber donde estaba.

—Mirad arriba. —dije y volteó hacia las tejas con rapidez.

Sospeché que aquél movimiento debió haberle dolido bastante, sin embargo, no lo demostró en lo absoluto. Pero a mí no me engañaba en lo más mínimo.

Cauteloso, me observó con sus ojos grisaseos.

Repentinamente su mirada se quedó estancada en mi pecho, donde tenía un medallón de mi familia, el estandarte del venado coronado sentellando en mi pecho.

Su mirada se dirigió al suelo, reacio a devolverme la mirada.

—Os ruego me perdone Princesa, no fue mi intención molestarla. Me iré si así lo quiere.

Lo observé en silencio, analizándolo.

—No me molesta en lo absoluto, mi señor. Solo recalco lo que pasará si no dejáis de luchar de semejante manera. —dije bajando de un salto del tejado. Caí de pié, sacudí mi vestido y levanté la mirada hacia el chico.

Este parecía sorprendido e incluso admirado por mi actuación tan fuera de lugar en una Princesa.

—No soy un señor, su Alteza. —dijo y el joven bajó la mirada avergonzado.

Su lobo se acercó lentamente a mí, gruñéndome, pero cuando estaba a unos pocos metros pareció relajarse y empezó a revolcarse entre la nieve.

El chico pareció sorprendido por el comportamiento del huargo, pero yo no.

—¿Y por qué no lo sois? —pregunté mientras ponía mi cabeza de lado.

—Porque soy un bastardo. —dijo y apartó la mirada de mí.

—¿Y eso por qué me sería revelante? Ambos somos seres humanos, por lo tanto sois tan importante como yo. No le veo el inconveniente.

El apartó la mirada del piso y me miró con sorpresa e incluso agradecimiento. Su mirada de dolor y melancolía había logrado conmoverme.

El joven pareció querer replicar, tal vez pensaba que era tonta o algo parecido.

—Usted sois una princesa, yo solo soy un hombre sin apellido, sin tierras, ni honor. No cuento con algún objeto de valor.. solo soy un bastardo que a tenido suerte.

—¿Un bastardo con suerte? Sinceramente, jamás he escuchado algo así. ¿A caso os estás escuchando, insensato? —dije utilizando el mote que había utilizado anteriormente.

No contestó y solo evitó mirarme. La verguenza se filtraba por todo su rostro desfigurado por la rabia.

—No quiero sonar insensible, pero permítame darle un consejo, Jon Snow. Hay muchos hombres en este mundo con riquezas y tierras. A veces es mejor escribir nuestro propio camino, explorar lugares jamás conocidos, equivocarse una y mil veces, y volver a hacerlo otras mil veces más.

Pareció sorprendido de que supiera su nombre, pero no pareció querer mencionar nada por el momento.

—Con el debido respeto, su alteza. —no me pasó por alto el tono irónico y molesto que utilizó— Usted no lo entiende, sois una princesa, tiene todo lo que siempre habéis querido...

—¿Y qué con eso? —pregunté— ¿Sabe usted lo qué es ser alguien importante? ¿Peligrar cada día de vuestra vida, sabiendo que los enemigos de vuestro padre buscan vuestra cabeza? ¿Qué sabe usted de la vida de una princesa, Jon Snow?

El pareció conmocionado con mi declaración, pero esta vez no apartó su mirada de mi rostro en ningun momento. Estaba desafiándome. Los recatos y modales habían desaparecido hace mucho tiempo de nuestra conversación.

—Una princesa jamás sabrá lo que es ser un bastardo. Ser odiado y menospreciado por los demás, tener que luchar todos los días y aún así tener la sensación de que no es suficiente. Usted no sabe nada.

—No, usted es el que no sabe nada. Os quejáis de vuestra vida, pero no sabéis que sois afortunado. —dije, y el muchacho quiso replicar ante esto— La vida de un bastardo es infeliz, al igual que el de cualquier dama al tener que carsarse con un completo desconocido, con un viejo, como en el caso de Lysa Tully, o el inconveniente de tener un esposo que te odia, has de ver el matrimonio de mis padres. Así que eso, Jon Snow, es ser infeliz.

Ante todo pronóstico, imaginé el día de mi boda. Caminando ante un gran Septo, con un vestido blanco y esponjoso, un ramo de flores en mis manos y un hombre con un rostro desconocido esperándome al final de la escalinata.

Ambos estaríamos ante el altar y tendría que pasar el resto de mi vida con aquel hombre que muy seguramente no amaría. Y solo pensarlo me hacía estremecer.

Alejándo aquello de mi mente, miré el rostro del muchacho a mi lado. No me había dado cuenta que estaba a menos de un metro de él, de cerca podía ver sus facciones con mayor claridad, era mucho más apuesto de cerca y su mirada penetrante me hizo estremecer, pero no dejé que lo notara.

Clavé mi mirada en él y este pareció tragar en seco.

—Perdonádme mi señora, no fue mi intención ofenderla. —dijo con voz ronca. Bajo la luz de la luna su mirada parecía mucho más dura de lo que aparentaba su joven rostro.

Lo miré con curiosidad.

—En lo absoluto, joven Snow. No me habéis ofendido en nada, a veces me gusta compartir conversaciones con desconocidos. —murmuré con poco interés.

El pareció confundido.

—¿Por qué os lo dicéis, mi señora?

Le sonreí a medias.

—Por nada de importancia.

Pareció aún más confundido.

—Mi señor, es tarde y hace mucho que debería haber llegado a mis aposentos. Si me disculpáis, buena noche.

Me di la vuelta dispuesta a irme tal y como llegué, deslizándome entre los pasillos.

—Esperad. —gritó.

Me detuve sin darme la vuelta, mirándo hacia el tejado de donde había bajado hace algunos minutos.

Creí ver algo moverse entre la oscuridad.

—¿Sí?

—¿Cómo averiguó mi nombre? —preguntó extrañado.

—A veces, Jon Snow, es mejor no preguntar lo que no se debe de saber.

Estaba apunto de marcharse, o así fue hasta que observó a alguien moverse entre la penumbra.

—Oh, y buenas noches tío.

Mientras me alejaba escuché un pequeño pedazo de su conversación.

—Vuestra sobrina es bastante curiosa.

—Lo sé. Siempre ha mostrado ser muy curiosa, demasiado peligrosa para una chiquilla tan pequeña, aunque no es muy sensato de mi parte hablar de altura, sonaría como alguien descarado. Os aconsejaría alejarse de ella, pero a estas alturas ya no es posible.

—¿Por qué lo dice?

—Mi querida sobrina siempre fue muy lista, ella sabe como engañar y dejar la chispa de la curiosidad, y muy a mi pesar, ya la implantó en usted.

(…)

Iba por los pasillos hacia su habitación, todo estaba iluminado por la pobre luz de algunas antorchas que se encontraban en las paredes frías y grises del castillo. La oscuridad del lugar la absorbia de tal manera, que no le daba ganas de irse jamás de ese místico lugar.

Winterfell era el tipo de belleza olvidada que le gustaba.

La habitación que le fue asignada estaba cerca de la de sus padres, al ser la favorita del Rey hacía que fuera tratada aún mejor que su hermano mayor, Joffrey.

Unos pasos rezonaron en el solitario pasillo, así que intentó apresurar el paso para evitar encontrarse con alguien no deseado.

—Buenas noches, su alteza.

Él estaba allí, con su cabello rojizo revuelto y su capa colgando de su brazo. Olía a alcohol, pero aun así trató de verse lo más presentable posible.


Traté de sonreírle, pero solo logré hacer una mueca.

—Buenas noches, mi señor. —dije con un asentimiento de cabeza.

Después de aquello él pareció buscar a alguien entre la oscuridad, sus ojos azules brillaron ante la magnífica y fresca noche.

—¿Está sola? —preguntó.

Tragué saliva.

—Lo estoy. —dije y el frunció el ceño.

—¿Vuestra madre permitió que marcharáis sola a vuestros aposentos? —preguntó con la mandíbula apretada.

Me removí incómoda.

—No. —me limité a contestar.

El clavó su mirada en mí, estaba analizándome.

—¿Os habéis escapado de vuestro guardia? —preguntó en un susurro, como queriendo que nadie más lo escuchara.

No respondí ante su pregunta, pero el pareció saber la respuesta, porque ante mi asombro, sonrió.

—Dejadme acompañarla.

Lo miré con el ceño fruncido. Y al ver que no cambiaría de opinión, decidí suspirar rendida.

—Como queráis. —dije para después darme la vuelta.

Poco después escuché sus pasos trás de mí. No me di la vuelta para verlo, pero supe que estaba muy cerca.

—¿Le ha gustado el lugar, su alteza? —preguntó interrumpiendo el silencio que se había instalado entre ambos.

Me removí inquieta.

—Vuestro hogar es un lugar hermoso, uno de los más bellos que he tenido el placer de conocer. —dije después de unos minutos de silencio.

El me miró con abierta curiosidad. Por un momento ví un atisbo de inocencia cruzar por su mirada y aquello hizo que por fin lograra relajarme ante su abrumadora presencia.

—¿Conocéis muchos lugares? —preguntó caminando a mi lado y me di cuenta que no había reparado en que caminábamos a poca distancia.

—Puedo afirmar que conozco bastantes. —dije sonriendo de medio lado.

Lo miré a los ojos con una sonrisa torcida y él me sonrió en respuesta.

—¿Y cuáles serían esos?

Guardé unos minutos de silencio, pensando.

—He visitado gran parte de los Siete Reinos, —dije deteniéndome en la puerta de mis aposentos y Robb me imitó— o al menos los más importantes. Está Altojardín, donde vive la familia Tyrell. A Dorne, donde logré crear una amistad con los Príncipes Dorian y Oberyn. A Roca Casterly, el asentamiento de mi familia materna. También está Rocadragón, la antigua residencia de los Targaryen que ahora es liderada por mi tío Stannis. Bastión de Tormentas, el hogar de los Baratheon, mi familia paterna.

Robb jadeó y dio un paso hacia mi dirección, parecía querer decir algo.

—Habéis viajado a bastantes lugares.

El brillo en sus ojos logró hacer que lo mirara con cierta curiosidad.

—No por las razones que me gustaría que fueran. —dije, apartando mi mirada de la suya —¿Usted a qué lugares ha ido?

El sonrió con tristeza.

—Lamento decepcionarla, pero jamás he salido del norte.

Lo miré extrañada.

—¿Por qué?

El se encogió de hombros, intentando quitarle hierro al asunto.

—Supongo que la ocasión no se a presentado, mi padre no es aficionado a viajar. —finalizó.

Aquello me hizo fruncir el ceño. Miré hacia los costados, no quería que nadie estuviera escuchando la conversación, aunque sabía que la araña aún así se enteraría.

—Pues cuando se de la ocasión, será un honor para mí mostrarle los lugares que conozco. —sentencié con solemnidad.

Una sonrisa encantadora se mostró en su blanca dentadura y aquello me hizo estremecer.

—¿Lo dice en serio?

Le sonreí sinceramente.

—Por supuesto, Robb.

Robb Stark se sonrojó hasta las orejas y me pareció un comportamiento extraño, pero por alguna extraña razón, también bastante tierno.

—¿Os molesta que lo llame por vuestro nombre? —pregunté.

—Por supuesto que no. —dijo mientras negaba con la cabeza. Se sobó de la nuca y me miró con cierta duda.

—¿Puedo llamarla por vuestro nombre?

—Por supuesto. —contesté automáticamente, ni siquiera lo pensé por un segundo.

—Lynette. —dijo deteniéndose en cada letra, su voz había tomado un tono bastante... sugerente— Un hermoso nombre.

Sentí como mi rostro se calentaba. ¿Me estaba coqueteando? No lo sabía, pero si era así, me parecía bastante extraño.

—Robb también es un hermoso nombre. —dije mirando hacia otra dirección, tratando de desviar el hecho de que tenía las mejillas rojizas.

Solo esperaba que no lo haya notado.

Escuché su risa ronca, lo cual me afirmaba que sí lo había notado. Esta vez no me sonrojé, pero sí me sentí avergonzada.

Cuando entré a mis aposentos, no pude evitar dejar salir un suspiro de satisfacción. Una sonrisa estúpida se estaba creando en mi rostro.

¿Qué me estás haciendo, Robb Stark?

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¡Cuarto capítulo! Espero que les guste, hice este capítulo para aquéllas amantes del bellísimo Jon Snow y un poco para las de Robb Stark.

¡Momento a solas con el sexy y suculento Robb! Espero que les esté gustando la historia :v

¡Voten y comenten!

Sin nada más que decir, nos leemos pronto.

Atte.

Nix Snow.

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