Capítulo 2: Stark.

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Padre y yo entramos al trote, flanqueados por dos de las capas doradas. El Rey se bajó del caballo de guerra con un rugido y estrechó a Ned Stark en un abrazo de oso que incluso me dolió a mí.

Yo me limité a observar el lugar. Era pequeño y estaba lleno de personas que observaban a los visitantes con interés y los típicos rostros de seriedad que los norteños parecían saberse de memoria.

Para mi mala suerte, aún no me bajaba del caballo.

—¡Ned! ¡Cómo me alegro de verte! ¡Sigues igual, no sonríes ni aunque te maten! —soltó una carcajada— ¡No has cambiado nada!

El rey volteó a mi dirección y pude sentir las miradas taladrar en mi nuca, automáticamente me arrepentí de haber esperado a que el tío Jamie viniera a ayudarme a bajar del caballo.

Tontos protocolos.

Muchos pares de ojos me observaban y era bastante —muy— incómodo.

—¡Ven aquí hija! ¡No seas tímida! —rugió padre.

Bufé por lo bajo y no me molesté en esconder mi desaprobación en cuanto a su manera de presentarme ante el Guardián en el norte.

Rápidamente, el tío Jaime se acercó a ayudarme a bajar del caballo. Esta acción fue bastante difícil, no estaba acostumbrada a cargar con pieles, así que el proceso fue lento.

Le sonreí al tío en forma de agradecimiento y este me regresó el gesto, para posteriormente ayudar a mi madre y hermanos a bajar de la enorme casa con ruedas.

Muy a mi pesar, la atención seguía en mí.

Los hijos de Ned Stark me veían fijamente e incluso el pequeño me analizaba, lo cual me sorprendió bastante y me pareció muy tierno, pero no cambié la seriedad de mi expresión. Debía de seguir con el papel de absoluta calma y no pensaba romperla por nada en este mundo. Ni siquiera un pequeño niño con expresión de estarme analizando.

Fue extraño cuando volteé a ver a los Stark y el heredero de Winterfell me veía con cierta expresión dr estupefacción, muy cercana al desconcierto. Pude ver como su hermana le daba un pequeño golpe y este le regresaba una mirada desconcertada.

Me acerqué a los Lords de Winterfell, e hice la mejor reverencia que pude hacer en un lugar como lo era el Norte. Podía jurar que estaba entumida hasta los huesos.


—Princesa, —saludó Ned— espero que Invernalia sea de vuestro agrado. —dijo mientras dejaba un beso en mi mano, como la costumbre indicaba.

—Por supuesto Lord Stark, es un lugar encantador. —Lord Stark me dio una sonrisa cálida —la más cálida que había visto en un norteño—, y su esposa se limitó a sonreír sin enseñar los dientes.

La pelirroja era muy hermosa, no podía negarlo.

Madre interrumpió el momento entrando a pié con mis hermanos.

Recordaba perfectamente haber cabalgado la mayoría del tiempo aún lado de la casa con ruedas de tamaño colosal,  por la petición de mi madre. Sabía que no le gustaba que me alejara mucho, suele decir que los problemas me siguen a donde sea que valla.

Ned Stark hincó una rodilla en la nieve para besar el anillo de la Reina, mientras padre abrazaba a Catelyn, la esposa de Ned Stark.

Después presentaron a sus hijos con los típicos comentarios por parte de los adultos. Y por una obvia razón, Catelyn Stark pareció querer que yo y su primogénito entablaramos una conversación, así que me limité a hacer una mueca y mirar a mi padre de reojo.

Después de todo esto, el Rey saludó primero a Robb Stark, quién era muy apuesto, alto y de cabello castaño rojizo. Todo Tully. Y después fue saludando a los más pequeños uno por uno.

La hija mayor de los Stark parecía verme con ojos de admiración cuando Ned mencionó que era la viva imagen de mi padre. Sonreí de lado y recordé bagamente que la joven pelirroja Stark se llamaba Sansa.

Sonreí ante los demás Stark he hice una elegante reverencia. Sentía varios ojos clavados en mí, pero ignoré este hecho y seguí presentándome ante la familia Stark.

Cuando saludé a Lady Stark, esta me sonrió calidamente, parecía aliviada de que no me pareciera a los Lannister. Pero cuando llegué ante el heredero de Winterfell, este me analizó con la mirada. Un leve sonrojo invadía sus mejillas e imaginaba que era por el clima frío.

Para no ser tan descortés, le sonreí, de esas sonrisas que intentan de ser amigables. Para mi asombro, el joven lobo se sonrojó con demasiada violencia, así que para evitar el incómodo momento, besó mis nudillos tardando más del tiempo requerido.

Intenté no removerme incómoda.

Aún después de haberme soltado pude sentir su mirada. Sus ojos eran de un impoluto azul que me parecían bastante interesantes, aunque no eran nada fuera de lo normal. En la capital muchos tenían los ojos azules, como padre y yo.

Cuando las presentaciones hubieran concluido, me coloqué aún lado de madre. Mis hermanos y yo estábamos perfectamente acomodados del mayor al menor, al igual que los cachorros Stark.

—¡Mira Ned! ¡Mi hija es exactamente igual a mí! —dijo con orgullo el Rey.

Evité hacer una mueca.

—Lo he notado, su Majestad. La princesa es tan bella como se cuenta en los Siete Reinos. —Ned me sonrió calidamente y le sonreí de regreso.

No lo creí del todo, pero el gesto me pareció bastante sincero.

Mi cabello era oscuro y rizado en ciertas zonas. Soy delgada, tanto que mi rostro se marca en ciertas zonas. Apenas estoy empezando mi desarrollo, el cual es nulo porque aún no he tenido mi primer sangrado.

Dejando todo esto de lado, a veces eta bastante molesto que dijeran que era la réplica de mi padre. Físicamente era obvio que éramos padre e hija, pero mi mente era un tema aparte a la de él.

Robert Baratheon estaba corrompido por los excesos de la vida, y yo no estaba dispuesta a caer en aquellos vicios.

La mirada de Robb Stark parecía querer quemarme.

Cuando hacía algún amago de sonreír, este parecía contener el aliento. En una ocasión, pude ver como su madre le mandaba una mirada extrañada y este apartaba la mirada apenado.

—Llévame a tu cripta, Eddard. —dijo Robert a su anfitrión— Quiero presentar mis respetos.

Sentí como mi madre se tensaba a mi lado y yo solo me limité a mirarla de reojo.


Miré por última vez a los Stark, quienes parecían estar incómodos por tal escena. La Reina había empezado una protesta, pero padre la había ignorado, ofendiéndola y dejándola en ridículo.

Apreté los puños con molestia y fruncí el ceño. Odiaba esto de padre, siempre hacía aún lado a mi madre. Solo por aquella mujer que tanto amó, Lyanna Stark. La sombra que siempre haría aún lado a la mujer que me dio la vida, aún después de tantos años de su muerte.

Miré por última vez por dónde fue mi padre y me di la vuelta siguiendo los pasos de mi madre, sintiendo aquella mirada quemar mi nuca.

***

Había ocasiones, aunque no muchas, en las que Jon Nieve se alegraba de ser el hijo bastardo.

Aquella noche, mientras se llenaba una vez más la copa de vino de la jarra de un mozo que pasaba junto a él, pensó que esa era una de ellas. Volvió a ocupar su lugar en el banco, entre los escuderos jóvenes, y bebió.

Los estandartes cubrían los muros de piedra gris. Blanco, oro y escarlata: El huargo de los Stark, el venado coronado de los Baratheon y el león de los Lannister.

Corría la cuarta hora del festín de bienvenida dispuesto en honor al Rey. Los hermanos de Jon ocupaban sitios asignados con los príncipes, junto al estrado donde Lord y Lady Stark agasajaban a los reyes.

Seguramente su padre permitiría a los niños beber una copa de vino dada la importancia de la ocasión, pero solo una. Estaba seguro de que sus compañeros eran más divertidos que los hijos del Rey —aunque le hubiera encantado poder admirar a la princesa Lynette de más cerca—.

Su señor padre iba a la cabeza, acompañando a la Reina. Era tan bella como comentaban los hombres. Se adornaba la larga cabellera rubia con una diadema engastada con piedras preciosas, cuyas esmeraldas le hacían juego con los ojos verdes.

Su padre la ayudó a subir a la tarima y la acompañó a su asiento, pero la Reina ni siquiera lo miró. Jon vio lo que ocultaba tras su sonrisa, pese a sus catorce años.

A continuación, iba el Rey Robert con Lady Stark del brazo. Para Jon, el rey fue una gran decepción. Su padre le había hablado a menudo de él: El sin par Robert Baratheon, demonio del Tridente, el guerrero más feroz del Reino, un gigante entre los príncipes... Jon sólo veía a un hombre gordo y de rostro congestionado bajo la barba, que sudaba en sus ropas de seda. Caminaba como si ya hubiera bebido bastante.

Tras ellos llegaron los niños. El pequeño Rickon iba el primero, con toda la dignidad que era posible en un chiquillo de tres años. Jon había tenido que apremiarlo para que siguiera avanzando, porque se detuvo ante él para charlar.

Justo detrás iba Robb, vestido con ropas de lana gris con ribetes blancos, los colores de los Stark. Llevaba del brazo a la princesa Lynette. Era tres años más joven que Robb y Jon, pero no por ello menos hermosa.

Llevaba un largo y hermoso vestido gris con decoraciones de plata en forma de rosas muy pequeñas, bordado con hilos de oro. Jon estaba seguro que aquello había sido idea de la madre de Robb, para que las miradas no se apartaran de ambos y demostrar que lo más seguro es que Robb y la princesa terminaran comprometiéndose.

Además del vestido, la princesa tenía una cascada de rizos oscuros recogidos en un moño elegante y joyas de color azul con incautaciones de diamantes colgaban de su cuello, resaltando sus ojos azules.

Jon advirtió las miradas de reojo que Robb le lanzaba a la princesa mientras avanzaban entre las mesas, las sonrisas tímidas que le dirigía y el violento sonrojo que adornaban sus mejillas. Robb ni siquiera se daba cuenta de lo idiota que era; le sonreía como un idiota enamorado.

Desde que había llegado la corte del Rey a Winterfell esta mañana, Robb había estado rogando a su padre que hablara con el Rey para que le permitiera tomar a la princesa como su esposa. Lo que restó del día estuvo insoportable y ni él mismo se soportaba.

Jon lo conocía lo suficiente para saber que el pobre había caído en las redes del amor sin ninguna una posibilidad de escape. La niña era muy hermosa, la más hermosa que había tenido oportunidad de conocer.

Jon, bastante torpe y sin saber el porqué, había escuchado en las caballerisas que dos mosos de cuadra decían que era extraña, callada y poco expresiva.

Raramente, por primera vez, Jon experimentó una sensación extraña, era agria y le oprimía el pecho de manera dolorosa. Al final se dio cuenta que aquello que estaba experimentado, eran celos.

Celos de que él pudiera estar cerca de la bella princesa, celoso de que tuviera una oportunidad de tomarla como esposa. Aquella sensación lo acompañó por todo el día, y sabía que aquella sensación no se iría hasta que los sureños se fueran del castillo en que se había criado.

En todo caso, a Arya le había tocado acompañar a Tommen, un niño regordete que llevaba el pelo rubio, casi blanco, más largo que ella. Sansa, dos años mayor, iba con el príncipe heredero, Joffrey Baratheon. El muchacho tenía doce años, era más joven que Jon y que Robb, pero para consternación de Jon los superaba a ambos en altura.

El príncipe Joffrey tenía el cabello de su madre y los mismos ojos verde oscuro. Los espesos rizos dorados le caían sobre la gargantilla de oro y el cuello alto de terciopelo. Sansa, a su lado, parecía radiante de felicidad, pero a Jon no le gustaron los labios fruncidos de Joffrey, ni la mirada aburrida y desdeñosa que dirigió al salón principal de Invernalia.

Más atrás iban Bran y la princesa Myrcella, quien desde la distancia le mandaba miradas indiscretas al heredero de Winterfell. Y Bran solo miraba a su alrededor, claramente aburrido.

A Jon le interesó mucho más la pareja que iba detrás de ellos: Los hermanos de la Reina, los Lannister de Roca Casterly. El León y el Gnomo.

No había manera de confundirlos. Ser Jaime Lannister era hermano gemelo de la Reina Cersei: Alto, rubio, con ojos verdes deslumbrantes y una sonrisa que cortaba como un cuchillo.

En el pecho de la túnica se veía el león rugiente de su Casa, bordado en hilo de oro. Lo llamaban el León de Lannister cuando estaba presente, y Matarreyes a sus espaldas.

"—Este es el aspecto que debería tener un rey. —pensó mientras lo veía pasar."

Entonces se fijó en el otro, que renqueaba medio oculto por su hermano. Tyrion Lannister era
el más joven de los hijos de Lord Tywin, y con mucho el más feo. Los dioses habían negado a Tyrion todas las gracias que derramaron sobre Cersei y Jaime.

Jon lo observó, fascinado.

Los últimos grandes señores en entrar fueron su tío, Benjen Stark, de la Guardia de la Noche,
y el joven pupilo de su padre Theon Greyjoy.

Benjen dedicó a Jon una cálida sonrisa al pasar junto a él. Theon no se dignó a mirarlo, pero aquello no era ninguna novedad.

Cuando todos se hubieron sentado, tras los brindis y los agradecimientos recíprocos, comenzó el banquete. Jon había empezado a beber en aquel momento, y no había parado.

Algo se le frotó contra la pierna por debajo de la mesa. Jon vio los ojos rojos que se alzaban
para mirarlo.

—¿Otra vez tienes hambre? —preguntó.

Todavía quedaba medio pollo a la miel en la mesa. Pinchó la pieza entera y la dejó caer al suelo, entre las piernas. Fantasma lo devoró en un silencio salvaje.

A sus hermanos no les habían dejado asistir al banquete con los lobos, pero en aquel rincón de la sala había innumerables chuchos, y nadie había protestado por la presencia de su cachorro. Se dijo que en aquel aspecto también tenía suerte.

Le escocían los ojos. Se los frotó con energía, maldiciendo el humo. Bebió otro trago de vino
y se dedicó a mirar cómo su huargo devoraba el pollo.

Jon sonrió y acarició el pelaje blanco tupido por debajo de la mesa. El huargo alzó la vista
hacia él, le dio un mordisquito cariñoso en la mano y siguió comiendo.

—¿Éste es uno de los huargos de los que tanto se habla? —preguntó una voz conocida, muy
cerca de él.

—Sí. —dijo Jon sonriendo a su tío Ben, que le había puesto una mano en la cabeza y le revolvía el pelo casi igual que él había hecho con el lobo— Se llama Fantasma.

Uno de los escuderos interrumpió la anécdota procaz que estaba contando para hacer sitio al hermano de su señor en el banco. Benjen Stark se sentó a horcajadas y le quitó la copa a Jon de entre los dedos.

—Vino veraniego. —dijo tras beber un sorbo— No hay nada más dulce. ¿Cuántas te has
tomado, Jon? —Jon sonrió. Ben Stark se echó a reír— Lo que me temía. En fin, yo era más joven que tú la primera vez que me emborraché a conciencia.

Su tío cogió de la bandeja más cercana una cebolla asada que rezumaba salsa oscura y le dio un mordisco. Se oyó un crujido cuando le hincó los dientes.

Su tío era un hombre de rasgos afilados, duros como la roca, pero los ojos azul grisáceo
siempre parecían sonreír.

Iba invariablemente vestido de negro porque pertenecía a la Guardia de la Noche. Aquella velada sus ropas eran de suntuoso terciopelo negro, con botas altas de cuero y un
cinturón ancho con hebilla de plata. Llevaba una gruesa cadena de plata en torno al cuello.

Mientras se comía la cebolla, Benjen observó a Fantasma con gesto divertido.

—Un lobo muy tranquilo. —señaló.

—No se parece a los otros. —asintió Jon— Nunca hace ruido. Por eso le he puesto el nombre de Fantasma. Bueno, por eso y porque es blanco. Los otros son todos oscuros, grises o negros.

—Todavía hay huargos más allá del muro. A veces los oímos cuando salimos de expedición. —Benjen Stark clavó los ojos en Jon durante un largo momento— ¿No comes en la misma mesa que tus hermanos?

—Casi siempre. —respondió Jon con voz átona— Pero Lady Stark ha pensado que esta noche sería un insulto para la familia real sentar a un bastardo entre ellos.

—Ya entiendo.

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¡Primer capítulo! Espero que les haya gustado, nos vemos en el próximo capítulo.

Vestido de Lynette:

Nada de escote porque están en Invernalia y hace frío, sorry.

Amo la canción que puse arriba, escuchenla mientras leen, ahre.

Sin nada más que decir, nos leemos pronto, desconocidos. ¡Voten y comenten! ¡No a los lectores fantasma!

Atte.

Nix Snow.

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