Menta y Chocolate

Suenan las campanas de la puerta, entro al local, y siempre la misma fila. El orden puede variar, pero no sus componentes. Todos están ahí cada día, sin excepción, a las 7.30 AM.

La abuela, las dos adolescentes, el abuelo, un oficinista genérico, doña comehombres, somnoliento, la madre y el niño, universitaria snob, universitario tengo sueño.

Me ubico al final de la línea y espero pacientemente mientras divago. Podría repetir todos sus pedidos hasta dormido, no varían jamás. Tampoco yo, así que si no llegara siempre último, probablemente ellos lo sabrían. Somos animales de costumbre, y yo el más costumbrista de todos. Avanzamos con rapidez, porque nadie quiere hablar y ser simpático tan temprano en la mañana. Para mí es la noche, acabo de salir de la guardia nocturna en el hospital, con el ambo verde de médico arrugado y torcido, y la capucha azul del abrigo sobre el hombro. Tengo sueño, mucho sueño, quiero desayunar y correr a casa a dormir. Pero primero, el periódico. Y mis galletitas.

- Buen día, doctor. ¿English Breakfast cargado y galletas de chocolate y menta?

- Buen día, Stella. Exacto.

- Humm... disculpe, ya no quedan esas galletas. De pronto se han vuelto muy populares. ¿Puedo ofrecerle de chocolate y naranja? O de chocolate y frutos rojos... son exquisitas...

Miro la vitrina pasmado. Estoy esperando esto desde las 3 AM. - ¿No hay? Oh no...

Camila sale desde el fondo del local con una sonrisa. - Aguarda Stella, el doctor solamente necesita su té. Hay un obsequio para él.

Me alcanza una pequeña cajita blanca con un moño del mismo color. La miro pasmado, y no tengo tiempo de procesar lo que sucede cuando tengo el té en la mano. - Aquí está el periódico, tenga. Se ve que alguien se preocupa por verlo desayunar contento.

De alguna manera alcanzo mi sillón favorito. Está escondido en un rincón, detrás de una biblioteca, para ahorrarme la vergüenza de dormirme al sol y terminar babeando junto a las ventanas (no es que me haya sucedido tantas veces... ). Abro la cajita con avidez y ahí están. Cuatro galletitas de chocolate y menta. Mi pedido de siempre. La cafetería abre a las 7 AM, así que la persona que me hizo este regalo debe llegar a la misma hora que yo, o tal vez antes. Están desayunando aquí los dos abuelos... ese oficinista tan correcto... esas dos niñas, son tan pequeñas... ese chico se va a dormir en su silla, ojalá no se babee... y esa mujer terrible. Por favor, que no sea ella, ni las niñas. Estoy cansado de explicar que no me interesan las mujeres. Las admiro, me parecen preciosas, y no hay nada como contar con una amiga sincera... pero prefiero unos brazos firmes, las voces profundas y una barba naciente acariciando mi mejilla.

Durante cuatro meses se ha repetido esta situación. Siempre hay una caja de galletitas para mí si me llega el turno y se han acabado en la vitrina. Si queda al menos una, no hay obsequio. Le he preguntado a Camila y Stella, pero ellas no dicen nada, simplemente ríen. A veces deseo llegar y descubrir que están armando mi caja, o encontrar un mensaje dentro, o unas letras de chocolate ayudándome a develar el misterio. No he tenido suerte... hasta ayer. 

Camila ha salido de vacaciones. Hay una chica nueva, que no me conoce. Ésta es mi oportunidad. Llegué al local a las 6.50, minutos antes de la apertura. Estaba completamente vacío. 

- Buenos días, señor. ¿Qué le puedo ofrecer?

- ¡Buenos días! Necesito un té de chai y... humm... todas las galletas de menta y chocolate.

- ¿Todas... las galletas?

- Sí... absolutamente todas... y si tienen más en la cocina, también las quiero. - Sonreí con picardía ante la cara de absoluto desconcierto de la chica. Mi té, tres cajas repletas de galletas y yo nos dirigimos hacia el sillón llenos de expectativa.

Observo llegar a los otros clientes escondido entre los libros. La infame fila comienza a formarse. No puedo escuchar lo que dicen, pero puedo ver sus rostros. Seguramente, quienquiera que sea, se sorprenderá al ver que ya no quedan galletas. No tengo que esperar mucho para ver su carita de estupor. Oh cielos... no puedo creerlo. Aprovecho su confusión y las excusas de la nueva empleada para salir disimuladamente.

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Hoy tengo que llegar más temprano. No puede sucederme lo mismo que ayer. Él se quedó sin su desayuno. Me resulta insoportable ver la desilusión en su rostro cuando no encuentra lo que desea, y saber que yo tampoco iba a poder brindárselo me amarga. Ni siquiera pude quedarme a verlo llegar, tan desgarbado, con sus ojos oscuros a punto de cerrarse de cansancio. Es la mejor parte de mi día. No sé quién más puede comprar tantas de esas galletas horrorosas, pero no puede volver a llevárselas todas. Finalmente es mi turno, y hay galletas de menta y chocolate de sobra. Lo logré.

- Buenos días... ¿cómo estás hoy?

- Buen día Stella, estoy muy bien... primero quiero que prepares la caja con galletas, tú sabes... y para mí... hoy quisiera café con chocolate blanco y almendras, y un muffin de arándanos.

Ella sonrió y preparó la caja. Me guiñó el ojo y la guardó a un costado, tal como teníamos pactado, para que se la diera al doctor. Estaba preparando el dinero, pero Stella me detuvo la mano. 

- Lo siento, pero no hay muffins de arándanos...

Oh no, es lo único que me gusta de este lugar, además del doctor. - ¿No hay? Pero...

- Dejaron esto para ti - Y me puso una cajita blanca con un moño blanco en las manos.

No me atrevo a moverme del mostrador, ni a mirar a los lados. Él me descubrió. Cuando sepa... quiero decir, seguramente él no sabe... sí sabe... nunca volveré a verlo. Hay una tarjeta junto al moño. La abro con manos temblorosas, y me aterra pensar lo que dice dentro. Tengo que ser valiente.

"Hola. Espero que disfrutes tu obsequio tanto como yo disfruto los tuyos. Espérame para desayunar en el sillón, si quieres... Estaré contigo en cuanto termine la fila."

Miro a Stella y los latidos de mi corazón me ensordecen. Acaban de escucharse las campanas de la puerta. Los dos nos giramos a ver. Es el doctor, con su uniforme verde y su abrigo de capucha azul. Parece más despierto que lo habitual, sonriente mientras se ubica detrás de esa mujer con el niño. Stella me toma la mano, y la llena de billetes y monedas.

- Se enfría tu café, David... yo que tú cambiaría la silla por el sillón.

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