Fernando y Héctor.
NOTAS PREVIAS: Favor de leer con atención las notas y advertencias en la sinopsis / descripción de esta historia: Puede contener escenas de muerte, sexo, consumo de alcohol y/o violencia. No recomendadas para menores de edad; se recomienda discreción.
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CAPÍTULO 1.
Fernando y Héctor.
—¿Qué sucede?— el joven lobo llamado George miró con curiosidad a Héctor, pues desde muy temprano este había estado bastante pensativo.
—Nada— Héctor ondeó la mano para restar importancia a lo que sea que sucediera.
—¿Nada? Parece como si no fueras tú mismo. ¿Discutiste con tu esposa?
Héctor había notado que George evitaba llamar a Dafne por su nombre, pero eso nunca le había molestado, mientras no le faltase al respeto estaba bien con ello.
—No realmente— respondió.
—¿Qué significa eso?— George se acercó y se sentó a su lado, sobre un viejo tronco caído, —¿no ha cuidado bien de ti? Incumplir con sus deberes como tu mujer es algo comprensible, tiene una gran responsabilidad como hija del primer beta, puede que tenga otras prioridades.
Héctor dejó salir una risa floja y dijo, —no me lo tomes a mal, pero, si mi mujer me atiende o no, es un asunto privado.
George le miró a los ojos por un par de segundos, mordiéndose el labio inferior y luego se puso de pie, —bueno, como sea, será mejor que practiquemos, dijiste que me ayudarías.
El mayor asintió y se puso de pie también.
Normalmente los cambiaformas se referían a "su parte salvaje" en tercera persona; pero Héctor tenía tal control sobre su lobo que parecían uno mismo, porque eran uno mismo. Y por esa razón el joven George le había pedido que le ayudase a controlar el suyo, que lo hiciera su aprendiz. Héctor no pudo negarse, siempre le gustaba ayudar y qué mejor manera de hacerlo que guiar a un jovencito, con eso también esperaba pulir sus dotes de "catedrático e instructor" para poder usarlos con Duncan en el futuro.
Casi una hora después, Héctor miraba serio al lobo marrón de George, bastante impulsivo, por cierto. Habían practicado en la entrada del bosque y las cosas no estaban resultando del todo bien, pues el canino había perseguido a una paloma saliéndose un poco de control.
—Te he dicho que no te alejes demasiado, ¿para qué delimitamos la zona si no vas a quedarte dentro de ella?— exclamó el mayor.
El lobo solo sacudió su cabeza antes de sentarse sobre sus cuartos traseros.
—Entiendo, crees que las cosas son un juego, pero no es así, escucha: no puedes usar tu fuerza ni agilidad solo para matar a los animales más pequeños, sino necesitas alimento déjalos en paz.
El lobo abrió el hocico soltando algo como un bostezo y Héctor rodó los ojos.
—Es todo por hoy, sino vas a seguir mis consejos no sé para que me pediste ayuda en primer lugar— dio media vuelta y comenzó a caminar de regreso al pueblo; era cierto que le gustaba ayudar, pero eso no quería decir que a veces no se cansara.
Justo cuando dejó la brecha que llevaba al bosque, escuchó los pasos de George sobre la hierba, siguiéndole.
—¡Espera!— pidió el joven, terminando de cerrar el botón de sus jeans y con la camisa mal puesta.
Héctor le miró sobre su hombro, solo desacelerando el paso.
—Perdón, ¿de acuerdo?— exclamó George y para Héctor no pasó desapercibido el "poco arrepentimiento" en su voz.
—Sí, ya, no importa— contestó le beta y volvió a encaminarse hacia el interior del pueblo.
—Claro que importa, no quiero que te enojes conmigo.
—No estoy enojado.
—Lo estás— le dio alcance interponiéndose en su camino, cerrándole el paso y agregó, —tal vez no es por mi culpa, pero sé que algo sucede y sea lo que sea puedes confiármelo— le tocó el brazo, —puedes hablar conmigo.
Héctor evaluó por una pequeña fracción de segundo la posibilidad de hablar con George de lo que últimamente estaba pasando en su vida personal, pero inmediatamente desechó la idea; una vez, Dafne le había dicho que sospechaba que George tenía un "enamoramiento por él", Héctor en seguida pensó que era una broma; aunque la razón de más peso para mantener cerrada la boca era que lo que estaba viviendo era un asunto especial y delicado, solo el círculo íntimo estaba al tanto y si la noticia se supiera en el pueblo seguramente las afiladas lenguas les atacarían y Héctor prefería arrancarse las uñas antes de permitir que dañaran a Fernando o a Dafne y en un futuro a Duncan.
—Solo estoy algo cansado— se zafó de su agarre con disimulo y le rodeó.
George exclamó una despedida y Héctor solo asintió antes de seguir su camino.
...
Fernando era huérfano de padre y madre, le habían abandonado; su origen no era desconocido para él y, sinceramente, nunca le afectó porque no era responsabilidad suya lo que sus progenitores hubieran hecho y eso lo había entendido desde muy joven.
Adoptado desde pequeño por la manada de Rilltown, Fernando fue muy agradecido, cumplido en sus deberes y trabajador. Sin embargo, siempre anheló mudarse o viajar por allí, hacer algo diferente, esa fue su meta desde los dieciséis y estaba muy animado a cumplirla cuando cumpliera la mayoría de edad: a los veintiún años; entonces si quería abandonar la manada esta ya no podría retenerle. Aunque viajar solo era arriesgado, era prácticamente declararse como un lobo errante, siendo un blanco fácil para otros cambiaforma vagabundos y bravucones, y visto como una posible amenaza en el territorio al que llegase.
Pero cuando llegó a la edad deseada, sus planes cambiaron radicalmente, pues Héctor se hizo presente; bueno, no es que antes no hubiera estado allí, le había visto por el pueblo en contadas ocasiones, también algunas veces mientras entrenaba con el grupo, pero cuando sus veintiún años llegaron pareció como si sus sentidos se intensificaran, podía verle mejor, escuchar y reconocer sus pasos, incluso distinguir su aroma característico a madera y tierra húmeda, al fresco bosque lleno de rocío.
Al principio estuvo muy confundido y temeroso, pensó que su "atracción" hacia Héctor era porque había encontrado en él un "reemplazo" de su padre, pues el beta era protector y justo, amable y entregado; por eso tardó casi un mes en desenmarañar ese lío que tenía en la cabeza y el corazón, porque tampoco podía correr y echarse a sus brazos así como así; Héctor era conocido por todas las hembras como el esposo perfecto.
Fernando nunca tuvo preferencia específica por los hombres o las mujeres, así que la parte en la cual su pareja era un macho no fue difícil de procesar, al contrario de Héctor.
A pesar de ser doce años menor, Fernando había comprendido que su pareja estaba en un dilema y por eso fue él mismo quien propuso que "fuera un secreto" por el momento, o hasta que Duncan pudiera entender lo que sucedía; Fernando sabía lo perjudicial que podía ser para un niño escuchar mentiras y calumnias sobre sus padres, había mucha gente cruel.
Después de tan arduo entrenamiento, Fernando había llegado a su pequeña y modesta casa que se le había asignado, dispuesto a descansar; Alberto, uno de los miembros de su equipo, era un maniaco del ejercicio: abdominales y flexiones, no era fácil llevarle el ritmo. Luego de tomar una ducha se sintió hambriento, y fue cuando estaba en medio de la preparación de su sándwich cuando Héctor llegó, para esas alturas el mayor tenía llave de la casa, así podía ir a visitarle por las tardes cuando Dafne estaba con su padre o en la casa alfa.
Fernando sonrió cuando su pareja colocó un suave beso en su nuca, abrazándole por la espalda.
—¿Qué no deberías estar entrenando?— exclamó Héctor, apoyando su barbilla sobre el hombro de Fernando, para mirar sobre este lo que hacía.
—Yo debería preguntar lo mismo— respondió, colocando el último pan de su sándwich y luego ofreciéndoselo a Héctor, quien le dio una gran mordida.
—Alberto se ha excedido— agregó Fernando a manera de explicación por la primera cuestión, —nos ha dejado a todos exhaustos, por eso nos enviaron a casa.
Héctor le soltó, tragó su bocadillo y dijo algo sorprendido, —¿ya fue asignado como líder de toda la unidad?
—Aún no, por ahora solo es el guía de mi equipo, pero no dudo que pronto sea el encargado de entrenarnos y también a las próximas generaciones— caminó hacia el pequeño sofá llevando su sándwich en la mano, seguido de su pareja y preguntó, —y hablando de eso, ¿cómo te fue con George?— porque Fernando estaba enterado de ello; la promesa de Héctor sobre entrenar a George había sido hecha mucho antes de que se conocieran, incluso antes de que Dafne quedara encinta.
Héctor hizo una mueca de disgusto, —su lobo es muy impulsivo, a veces creo que lo hace apropósito.
—¿Por qué lo haría?— se sentó y a su lado lo hizo Héctor.
—Para llamar la atención, supongo.
—¿Eso crees?— Fernando mordió de su sándwich, sin dejar de mirar atento a Héctor.
—Cuando tenía diecisiete años, George era bastante rebelde, proclamaba que la posición del alfa debía desaparecer, incluso reunió a un par de lobos más jóvenes y comenzó a llenarles la cabeza de ideas extrañas, sobre el inconveniente que representaba la jerarquización; afortunadamente no fue algo serio ni por lo que el círculo íntimo debiera preocuparse.
Fernando dejó la cabeza caer sobre el hombro de su pareja y suspiró, recordando que George era también huérfano, pero a diferencia de él, George era un omega, jerárquicamente estaba al final de todo; aunque nunca se le maltrató ni señaló, en Rilltown eran muy respetuosos con todos los miembros de la manada.
—Por eso decidiste entrenarle, ¿cierto?— dijo Fernando, —para devolverlo al buen camino.
—Es sólo un chico que necesita algo de guía, creo que con un poco de ayuda será un buen sujeto.
Fernando le dio un ligero codazo y exclamó bromista, —ten cuidado con lo que dices, que me pondré celoso.
Héctor soltó una risa fuerte y divertida, llena de júbilo; podría parecer tonto, pero pensar que a Fernando le importaba le hacía feliz. Le abrazó con fuerza, luego se separó para besarle en la frente, después le limpió cuidadosa y devotamente con el pulgar las migas de pan que estaban en la comisura de sus labios.
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ESPACIO PARA CHARLAR: Si no has leído Moonlight y Sunlight, es mejor que no leas las próximas líneas, contienen spoiler.
¿Recuerdan a George? Fue mencionado casi al final de Moonlight. También en el libro Moonlight hay un capítulo que se llama "Héctor y Fernando", este capítulo se llama al revés (ja, ja, ja).
¡Nos leemos la próxima semana!
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