XVII
Las horas pasaron cuando los ojos del pelinegro se abrieron, un momento de confusión azotó su mente, ¿dónde estaba? ¿Y por qué su cuerpo le dolía tanto? Los recuerdos regresaron a él como una tormenta. Se sentía la peor persona del mundo... Su sentido común había recuperado su predominio y Eirian no evitó empezar a llorar.
Estarossa había lastimado su cuerpo, pero... Aquel encuentro no fue desagradable para él, en realidad le había gustado y eso era lo que más le hacía sentirse mal, ¿Qué haría ahora? Estaba confundido y sentía que estaba traicionando a Mael al haber hecho aquello con Estarossa poco tiempo luego de su muerte, pero no había mada de malo en eso, ¿verdad? Algo en el la daba la certeza de que así sería, pero ¿por qué se sentía culpable?
Estarossa por su parte aún no regresaba a la habitación, Eirian se encogió en su sitio por algunos segundos y suspiro... Con dificultad se levanto de la cama y se vistió detallando como en su cuerpo, en especial en sus caderas habían marcas por la fuerza que el peliplata habia hecho la noche anterior, con pesar salió de la habitación... Debería ir a donde estaban las cosas de su padre para poder reparar el daño ocasionado la noche anterior.
– ¡Eirian! -Una voz detrás de él lo llamó y al voltear vio a Zeldris, lucía un tanto alarmado- ¿Estás bien? Tienes algunas marcas por el cuerpo, ¿Estarossa te hizo algo? –
Las palabras de Zeldris iban cargadas de preocupación, Eirian lo entendía, después de todo se conocían de casi toda la vida, sus edades eran similares, Eirian había sido creado por Gowther más o menos doscientos años antes, casi rozando los trescientos y Zeldris había nacido doscientos cincuenta y dos años antes. Ambos eran muy buenos amigos, el muñeco escuchaba al príncipe cuando esté se sentía agobiado y creía que no podía más, y viceversa. El Mandamiento de la Piedad le había contado sobre su situación con Gelda y un par de veces Eirian había hecho de mensajero entre ambos para que ninguno se metiera en problemas, mientras que Zeldris cuidaba de Eirian para que Gowther le permitiera moverse con más libertad en el Inframundo.
– Zel, yo estoy bien, solo son unos moretones... Lo arreglaré rápido, no te preocupes -dijo con una sonrisa amable, pero su mirada era triste y el príncipe había notado eso, más no le dijo nada, sabía que no debía preguntarle en ese momento–
El mandamiento dejo ir al contrario, Eirian necesitaba tiempo para pensar y Zeldris lo sabía, pero si tenía una cosa muy clara... Estarossa estaba involucrado en todo eso.
El Mandamiento del Amor por su lado estaba completamente satisfecho por lo que había hecho, la noción del peliplata del amor era ya de por sí bastante retorcida y obsesiva, y eso era lo que sentía por Eirian, un cariño que se transformaba en obsesión más con cada día que pasaba... Pero eso no importaba, el azabache ahora estaría a su lado y eso era lo único que le interesaba...
Los días pasaron, estos se convirtieron en semanas, que luego se convirtieron en meses, que se fueron convirtiendo en años... Y años... Y más años... Que a la larga termino por convertirse en tres mil largos años en los cuales cientos de cosas pasaron, la maldición de Elizabeth y Meliodas que continuo vigente en ese largo tiempo, como la raza humana iba ganando cada vez más terreno y floreciendo cada vez en ciudades y reinos.
Reinos como Liones donde los Pecados Capitales, tras diez años en los que fueron considerados como lo peor de lo peor, criminales de la peor calaña, ahora eran considerados los mayores héroes de aquel reino donde la actual Elizabeth era una princesa...
Tras la derrota de Hendrickson finalmente, Fraudrin quién diez años antes había poseído el cuerpo de Dreyfus, uno de los dos Grandes Maestros de los Caballeros Sacros de aquel reino tras la muerte de Zaratras, finalmente había conseguido sangre de aquella diosa que el pasado causó tantos problemas...
Finalmente rompería el sello de las diosas que mantenía a los demonios fuera del panorama tras tres mil años de encierro, volverían después de todo aquel tiempo de haber sido encerrados y relegados, si, sus fuerzas fueron mermadas por aquel desagradable sello, del cual salieron diez personas, a las que se sumo Fraudrin.
Finalmente... Se vengarían de aquel que los traicionó.
– Han pasado tres mil años, apreciados camaradas -fue lo que salió de los labios de Fraudrin mientras que observaba a aquellas figuras–
Un desconcertado Hendrickson se giró para ver a aquellos a los que el mandamiento en el cuerpo de Dreyfus llamaba camaradas, llevándose la sorpresa de que eran demonios.
– Tres mil años... Dime qué sigue vivo... –
– Esa voz... -Un sorprendido Hendrickson empezó- Es... –
– Igual a la de Meliodas... -Completo Zeldris, a quien aquella voz pertenecía–
– Dime Fraudrin -empezó la muchacha serpiente, Melascula- ¿Eso que usas es un cuerpo humano? –
— Así es... Usar este cuerpo a sido muy sencillo -respondió moviendo un poco su mano, su mirada viajo entre los mandamientos topándose sorprendentemente con una silueta de cabello negro, era Eirian, eso lo molesto, ¿cómo era posible que ese (a su parecer) inútil muñeco saliera del sello?–
– ¿Y como es que fuimos los únicos en ser liberados del sello? -Cuestionó el anterior Rey de las hadas–
Las preguntas hacia Fraudrin continuaron por unos momentos, cuestionando principalmente el porque no habían salido más demonios del sello, lo cual el Mandamiento del Desinterés atribuyó a la poca cantidad de sangre de Apóstol de las Diosas que pudo obtener.
Luego de aquello, bajo la orden de Zeldris, los mandamientos emprendieron vuelo a lo que quedaba de Edimburgh, observando con curiosidad los estragos de una magia residual, posiblemente de Meliodas por lo que habían podido observar.
Las instrucciones del menor de los príncipes fueron claras, descansar, recuperar magia y luego conquistar Britannia...
De aquel sitio... Un débil y horrorizado Hendrickson salió, rogando encontrar a alguien que lo socorriera para poder advertir a los demás de aquel peligro que los asechaba.
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