Prólogo
La luz de las velas alumbraba los largos y oscuros pasillos de piedra. A semejantes horas de tranquilidad, cualquiera pensaría que los inquilinos dormían plácidamente.
No esa noche.
Macaria abrió los ojos somnolientos al escuchar unos lamentos. Se sentó sobre la cama esperando no volver a escucharlos. No fue así. Curiosa, bajó de la cama y se acercó a la puerta, pensando su debía salir a investigar o esperar a que su madre apareciera. Abrió la puerta y asomó su cabeza, asegurándose si había alguien en el corredor del castillo. Terminó por salir de su habitación con temeridad. No era la primera vez que escuchaba gritos y lamentos, al preguntarle a su madre Perséfone, ella siempre le dijo que Melínoe no se sentía muy bien por las noches y que lo mejor para ella, era no despertarla ni molestarla cuando estuviera en su habitación a altas horas.
Así habían sido las cosas desde que cumplió dos años.
¿Qué perturbaba tanto a su hermana pequeña como para que se pusiera así?
Hasta ahora, seguía sin saberlo. Cuando le preguntaba a Melínoe sobre lo que le pasaba en la noche, ella siempre respondía lo mismo:
"No lo recuerdo"
Pensar que su hermana no estaba bien, le heló la sangre. La amaba mucho y siempre buscaba la manera de hacerla feliz cuando la notaba absorta en sus pensamientos o cabizbaja.
Melínoe no era precisamente una niña reservada, no antes de que comenzara a anochecer. Era la hora en que sus dolores de cabeza comenzaban.
¿Por qué esa noche los gritos eran más agresivos?
Se le agitaba el corazón por averiguarlo y ayudarla.
Llegó hasta la habitación de Melínoe, permaneciendo de pie hasta volver a escuchar algún ruido.
A punto de marcharse debido a largos minutos de silencio, un fuerte golpe sonó del interior.
—¡Melínoe! —exclamó Macaria golpeando la puerta e intentando abrirla.
Cuando por fin consiguió hacerlo, no logró ver nada. Estaba totalmente oscuro. Se adentró en pasos cortos y temblorosos. Melínoe no parecía estar cerca. Ni siquiera respondía a sus llamados. Macaria se detuvo cuando sintió que golpeaba la cama con sus piernas. La tanteó buscando a Melínoe pero la cama se sentía fría y perfectamente acomodada. Se sobresaltó cuando escuchó una risilla siniestra al fondo de la habitación.
—¿Melínoe? —preguntó con mucho miedo. Retrocedió hasta llegar al pasillo de nuevo.
Melínoe fue caminando hacia ella, con pasos muy lentos y la cabeza gacha. Macaria podía sentir amenaza con sólo verla; ella no era su hermana. Los rizos oscuros de Melínoe cubrieron mayor parte de su cara por lo que era muy difícil observar su semblante. Poco a poco fue levantando el rostro y dejando a la vista su mano. En ella llevaba un objeto puntiagudo, plateado y probablemente filoso.
Macaria terminó chocando con la pared. Ahí podía observar mejor la mitad de su rostro. Su boca se abrió con disposición de gritar cuando la vio sonreír de una manera muy perversa. Macaria dio la vuelta para correr pero Melínoe fue hacia ella en un fuerte impulso; ambas cayeron al suelo. Macaria sintió una dolorosa punzada a un costado de su cuerpo. Sentía también que la mente se le nublaba.
Melínoe se levantó de encima con un semblante muy diferente. Miró lo que llevaba en su mano y vio una daga cubierta de sangre. La dejó caer y se limpió las manos en su camisón. Sus azules ojos reflejaron terror al ver a Macaria en el suelo con sangre fluyendo de su costado.
—¿Caria? No...yo no...—Apretó sus pequeñas manos con fuerza y comenzó a llorar.
Su cabeza comenzó a darle fuertes punzadas que la hicieron caerse de rodillas al suelo, llevándose las manos encima de su abundante cabello. Se levantó con esfuerza y fue a esconderse de nuevo en su habitación.
Una vez ahí, sintió que era dominada de nuevo. Corrió y se golpeaba contra la pared, clamando tranquilidad.
Macaria abrió débilmente los ojos. Se incorporó demasiado lento hasta estar de pie y recargarse en la pared como método de auxilio. Dejó la pared con marcas de su mano con sangre.
***
Perséfone dormía en su enorme lecho. Hades no compartía la misma cama debido a que tuvo que resolver unos asuntos en el Inframundo y estaría fuera algún tiempo. Escuchó livianos golpeteos en la madera que la hicieron despertar inmediatamente. Ella no se sobresaltaba demasiado porque sabía quién iba a buscarla a esas horas.
—Pasa, Caria —dijo con su dulce voz. Sin embargo, la puerta no se abrió y los golpeteos se volvieron a escuchar.
Perséfone frunció el ceño y se levantó a averiguar por qué no entraba nadie. Al hacerlo, su alma casi se desprende de su cuerpo. Macaria tenía su camisón cubierto de sangre. Su rostro estaba demasiado pálido. Sus ojos no mostraban la misma fuerza de siempre.
Las piernas de Macaria no soportaron más su peso y terminó cayendo. Perséfone alcanzó a sostenerla. Sus ojos estaban empapados de amargas lágrimas.
—¡Ayuda! —clamó con desesperación, como nunca antes se le presenció hacerlo.
Radamanthys acudió a su llamado inmediatamente al igual que su hijo quien se espantó de ver a Macaria en ese estado.
—¡Señora Perséfone! ¿Qué ha pasado? —quiso saber el juez.
—No sé...llegó hasta aquí así —Le costó mucho trabajo poderle explicar esa línea.
Radamanthys miró recio a Ralen y puso una mano en su hombro.
—Quédate con ellas y cuídalas, vuelvo enseguida.
Ralen aceptó de inmediato. Se hincó hacia Macaria y le tomó de la mano. Estaba helándose.
—Caria...no...
***
Los minutos pasaron bastante lento pero al menos la precipitación se había dispersado. Recién, Perséfone logró aliviarse del sufrimiento. No se marchó del lado de Macaria hasta que ella estuviera estable, gracias a la ayuda de una de las ninfas, Emerau.
Perséfone también estaba agradecida con Radamanthys, de no haber estado ahí como su custodia mientras Hades no estaba, no habría podido hacer mucho por el shock del momento. Él también se encargó de notificarle a Hades lo sucedido y dejó todos los pendientes para regresar a los Elíseos. Quedó destrozado al ver a Macaria lastimada y a su esposa deshecha. Inmediatamente que llegó, fue a buscar a Melínoe y desde hace varios minutos que no regresaba.
Perséfone alzó la mirada cuando lo vio acercarse por el pasillo. Se acercó a él y lo abrazó. Hades era su calma y consuelo.
—¿Cómo está Melínoe?
Hades la miró largamente antes de suspirar, sin saber cómo darle la noticia.
—Perséfone, necesitamos hablar.
El corazón de la diosa palpitó bruscamente de nuevo.
—Dime que no le pasó nada, no soportaría una mala noticia —Hades secó sus lágrimas con su pulgar.
—Melínoe está ilesa...pero ese no es el problema. Tienes que ver a verla.
Ambos caminaron juntos hacia la habitación de Melínoe. Perséfone se detuvo al ver las paredes manchadas de sangre al igual que el charco de sangre que estaba casi enfrente de la habitación. La puerta estaba abierta. Al ingresar, vio a Melínoe sentada contra la pared. Su camisón estaba también manchado.
Hypnos estaba a lado de la niña, él era quien la calmaba a base de somnolencia. Cuando Melínoe durmió por completo, él la tomó entre sus brazos y la recostó sobre la cama. Perséfone se llevó las manos a la boca al mismo tiempo que sus dedos se bañaban de sus dolorosas lágrimas. Miró a Hades esperando que él pudiera negar lo que ella ya había supuesto. Se le hizo un nudo en la garganta cuando no recibió ninguna respuesta que la ayudara.
—Al fin podrá descansar por esta noche. Sinceramente, me ha costado mucho tranquilizarla —comentó Hypnos.
—¿Qué crees que le esté pasando, Hypnos? Siempre ha tenido dolores de cabeza por la noche y suele gritar. Un par de veces antes intentamos ayudarla pero se pone demasiado agresiva...pero esta vez es mucho peor —decía Hades dolido por lo que estaba pasando con sus hijas—. Le ha hecho daño a Macaria...
—Le mentiría si le dijera que conozco la respuesta. Nunca antes había visto esto. Lo que también me inquieta es que nadie más escuchó gritos o forcejeos.
—Yo no escuché nada...habría hecho algo para no...—Perséfone respiró hondo para no perder el conocimiento ahora. Hades la tomó de los hombros y le besó la cabeza.
—No es tu culpa, Perséfone.
—No, no lo es —añadió Hypnos—. No estoy seguro pero quizás se deba a que necesita canalizar sus poderes. También es necesario saber cuáles son.
Era muy cierto, tanto Macaria como Melínoe estaban creciendo y ninguna había presentado algún poder hasta ahora. Era indispensable conocer su personificación y su propósito.
—Para ello, necesitaré que alguien me ayude con ellas y creo que tú serías perfecto para enseñarles y orientarlas.
Hypnos se reverencio con mucho respeto.
—Le agradezco que confíe hasta ese punto en mí, pero creo que sería mejor que cada una contara con instrucción diferente.
Hades se lo pensó muy en serio.
—¿Quién consideras que sea adecuado?
—Si usted está de acuerdo, quisiera recomendar a Thanatos.
La sugerencia lo dejó sin palabras por varios segundos. Hades hizo una expresión de inconformidad. No era sorpresa que el dios del Inframundo no le tuviera la misma confianza a Thanatos que la que le tenía a Hypnos. El caso es que nadie sabía exactamente por qué.
—Thanatos...no sé, es impredecible.
Perséfone alzó la mirada para ver a Hades con incredulidad. Ella no tenía la misma opinión del dios.
—Lo sé, también estoy consciente de la actitud arrogante que suele tener pero es inteligente y sensato. Estoy seguro que al estar a cargo de esta responsabilidad, sabrá dominarla maduramente.
Hades parecía analizar los puntos negativos contra los favorables de Thanatos. Era cierto que tenía cualidades muy buenas y un poder impresionante al igual que Hypnos. No por nada eran hijos de Nyx.
—¿Y crees que esté de acuerdo? —preguntó Hades aún celoso.
—Yo hablaré con él. Estoy seguro de que aceptará.
Hades suspiró abatido. Miró a Melínoe durmiendo como si nada hubiera pasado.
¿Cómo una niña tan dulce como ella podía ser capaz ser tan cruel?
—Me gustaría que tú te encargaras de Melínoe. Has logrado tranquilizarla y eso me agrada. Espero saber la respuesta de Thanatos pronto, por ahora, puedes retirarte.
Hypnos asintió, reverenciándose de nuevo y desapareciendo ante la mirada de los dioses.
Perséfone se sentó a orillas de la cama y tomó la mano de su hija, acariciándola con mucha aprehensión. Hades le siguió y puso una mano sobre su hombro.
—¿Qué vamos a hacer, Hades? ¿Así será siempre? ¿Qué clase de vida tendrá nuestra hija? —Sus ojos estaban enrojecidos.
—Buscaremos la razón de sus arrebatos y una solución...mientras tanto, lo mejor será que Melínoe esté encerrada antes de que anochezca y nadie deberá volver a entrar. Ya lo habíamos notificado pero debemos reforzar esa orden. En cuanto a Macaria...lo conveniente sería no contarle demasiado sobre lo que le pasa a Melínoe —Perséfone se giró a verlo con sorpresa.
—Hablas como si no la conocieras. Sabrá que le ocultamos algo.
—La mantendremos limitada. Será por su bien, para evitar que vuelva a padecer las consecuencias.
Perséfone suspiró largamente y asintió.
Desde ese momento, el destino de Melínoe era más incierto. Como si estuviera dando vueltas en el abismo.
Melínoe ahora dormía sin dolor alguno. Sin tristeza ni soledad. Pero esa quizás, sea la última noche que lo hiciera.
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