Capítulo 5 - Parte 2

Melínoe estaba sentada de piernas cruzadas frente a Perséfone mientras esperaban que Hades volviera. Habían recolectado antes unas moras del bosque y las comían tranquilamente. Sin embargo, Melínoe ocultaba su verdadera tensión e intriga. Durante los últimos minutos junto a su madre, no había podido decir nada más sobre lo que veía porque le había quedado claro que Perséfone no veía lo mismo. Varias almas estaban paradas a unos cuantos metros de donde ambas permanecían y no dejaban de mirar fijo a Melínoe. En varias ocasiones, ella quería acercarse, saber quiénes eran y qué estaban haciendo ahí como para mirarla fijamente, es sólo que no podía porque Perséfone no se distraía el tiempo necesario.

Perséfone comenzaba a sentir melancolía. Cada vez faltaba menos tiempo para que Melínoe regresara a los Elíseos. Quería estar más tiempo con ella, pero era imposible. Los malestares de Melínoe no tardarían en surgir. Quería poder ir con lo ella y con Hades a su hogar, pero también era imposible. Aún faltaba tiempo para que pudiera volver. Veía de vez en vez a Melínoe y le sonreía. Tal vez exageraba, pero a medida que volvía a verla, la notaba más cambiada.

—Quisiera poder ir contigo —confesó Perséfone de repente y suspiró—. Cuando regreses a los Elíseos, ve a tu habitación sin dudarlo.

Melínoe exhaló con pesar. Era lo único que podía hacer.

—Te aseguro que no se me olvidará —dijo Melínoe con resignación. Alzó los brazos para acomodarse el cabello e inmediatamente se notaba su frustración.

Perséfone rio por lo bajo y se acercó más a su hija.

—Te ayudaré a acomodarlo mejor —propuso. Melínoe asintió estresada y permitió que Perséfone le ayudara. Pasó sus dedos por el rizado cabello para peinarlo. Este era demasiado suave, más de lo que aparentaba—. Tienes muy bonito cabello.

—Yo lo odio.

—No veo la razón por la que debas odiarlo —Seguía trenzando su cabello—. Cambiarás de idea más adelante, yo sé que así será.

—¿Por qué estás tan segura? —ladeó el rostro y vio de reojo a Perséfone.

—Instinto —Melínoe arrugó la frente y miró nuevamente hacia adelante—. Eres hermosa y cuando alguien más lo note, cambiarás aún más la percepción de ti misma.

<<¿Cuándo alguien más lo note?>>, pensó Melínoe porque no se atrevió a preguntarlo en voz alta. Ella misma se respondió, negando que eso fuera a suceder.

—Ese alguien no existe —dijo con seriedad.

—Claro que sí, es sólo que no lo has conocido. Cuando te enamores y alguien se enamoré de ti, siempre resalta la belleza y la felicidad.

—Ay mamá —respondió incrédula y con vierta vergüenza.

—No tiene nada de malo —Perséfone disfrutaba de esa conversación más que Melínoe. Terminó de trenzar el cabello y lo ató con un cordón que tenía en su vestido—. Ha quedado. Voy a darte unos obsequios. Iré por ellos.

Perséfone se levantó y caminó en dirección a la casa de Deméter. Melínoe la veía alejarse y en cuanto entró a la casa, se levantó y dio media vuelta. Quiso con las almas que estaban alrededor y ya no vio ninguna. Buscó insistentemente con la mirada sin ningún éxito. Esa curiosa situación la hizo dudar de que haya sido real todo lo que vio.

—Señorita Melínoe...

Melínoe escuchó el llamado en voz baja cerca de un árbol. En cuanto vio que era Emeraude, caminó rápidamente hasta ella y volteó de nuevo hacia la casa. Perséfone aún no salía de ahí.

—Emeraude, no puedes estar aquí. ¿A qué has venido? —preguntó con intriga.

—Lo sé, pero debía venir a avisarle algo urgente —dijo con rapidez—. Se le ha dado la carta a Hermes y él ya se la ha enviado a Fobos.

Emeraude se mordió el labio. Quería contarle toda la verdad de los hechos pero no lo hizo. Sólo se limitó a los hechos concretos. El interés de Melínoe fue notorio y un atisbo de ilusión cubrió su corazón.

—¿De verdad? Me has quitado un peso de encima. Espero que la responda cuanto antes.

—De hecho...ya dio una respuesta.

Los ojos de Melínoe se agrandaron y sus labios se abrieron con sorpresa. No pensó que Fobos respondería tan rápido.

—¿Y dónde está la carta? —demandó saber.

—No ha enviado una carta. Fue un mensaje de palabra que le dio a Hermes. Sin querer le dije a Hermes dónde estabas y eso mismo le dijo a Fobos. Él respondió que vendría a verte aquí mismo, pero a las seis de la tarde.

—¿Seis de la tarde? ¿Por qué a esa hora? —cuestionaba con pesar. Ella más que nadie conocía de las consecuencias de la noche y porque a esa hora ya no estaría en la Tierra.

—Le dije que Hermes que a esa hora era complicado, pero me dijo que no podía desaprovecharse. Fobos no da segundas oportunidades.

Melínoe torció la boca. Le disgustaba tener qué hacer lo que otros le imponían cuando ella no lo deseaba, sin embargo, no tenía opción. Quería que la ayudaran y Fobos era una opción, además, cuanto antes mejor porque ya no soportaba su situación. Comenzó a trazar rápidamente un plan para ver a Fobos sin que nadie se enterara.

—Emeraude, ve de regreso a los Elíseos. Nos veremos en un rato.

—¿Lo verá? —terminó de preguntar y vio que Perséfone salía de la casa.

Melínoe también lo notó.

—Te explicó en un momento. Vete, por favor.

Emeraude asintió y se marchó de ahí rápidamente. Melínoe calmó sus emociones y volteó hacia donde estaba Perséfone.

—¿Qué haces? —preguntó Perséfone al ver a Melínoe en la entrada del bosque.

—Nada. Creí ver algo, pero me equivoqué —respondió brevemente.

Perséfone no se obsesionó con ese pequeño detalle y le mostró a Melínoe lo que había ido a buscar. Cuando Melínoe vio lo que era, se sorprendió. Creyó que sería otro vestido.

—Espero te guste. Desde hace tiempo me dijiste que preferías otra cosa a los vestidos que te doy, y en este ocasión, te he hecho esto —Perséfone extendió la capa y se la puso a Melínoe.

Ese regalo le gustó a Melínoe porque la capa era liviana, suave y más corta que la que ya tenía, pero que cubría completamente su cuerpo y su cabeza, algo que lo cubría completamente su actual capa. Simplemente era más práctica.

—Gracias, de verdad me ha gustado —Melínoe sonrió agradecida.

Perséfone abrazó a su hija, queriendo estar con ella más tiempo. Al abrir los ojos de nuevo, se encontró en la distancia a Hades.

Ya era hora de irse.

—Vamos, acaba de llegar tu padre —dijo Perséfone mientras deshacía el abrazo.

Hades veía como dos mujeres de su vida se acercaban a él. Era una verdadera lástima no poder estar en familia todos los días. La ausencia de Perséfone la mitad de cada año y el incontable trabajo de Hades limitaban esa cercanía. Decidió no pensar en asuntos amargos y disfrutar el breve momento entre los tres.

—¿Se divirtieron? —preguntó Hades con una grata sonrisa.

—Sí —respondió Melínoe con sinceridad y al mismo tiempo, con ansías. Se acercaba la hora de encontrarse con Fobos.

Melínoe caminó hacia enfrente para esperar a que sus padres se despidieran. Podía ver en sus miradas el inmenso amor que se tenían y lo mucho que ya se extrañaban. Admiraba eso de sus padres y de cierta manera, los envidiaba.

Hades y Perséfone se quedaron mirando con complicidad sin poder acercarse. Ambos sonrieron al mismo tiempo porque imaginaban todo lo que querían decirse, pero que no podían porque Deméter podría estarlos observando y causaría una escena dramática y conflictiva. Cuando se veían en la Tierra, se sentían como adolescentes.

—¿Cómo has estado? —preguntó Perséfone.

—Bien, pero no tanto cuando estoy contigo.

La respuesta de Hades animó el corazón de Perséfone. Deseaba abrazarlo y besarlo. Por poco y lo hacía sin importarle que Deméter pudiera verlos. Hades sentía exactamente lo mismo. No le importaría besar a Perséfone y que Deméter quisiera arrancarle la cabeza ahí mismo. Sabría que valdría la pena.

—Será mejor que se vayan. Mi madre debe estar de un genio...—dijo Perséfone con un toque sarcástico—. Faltan pocos meses para que vuelva con ustedes.

—Es poco tiempo, pero parece eternidad —comentó Hades de nuevo.

Perséfone suspiró y de inmediato sintió la presencia de Deméter más intensa. Seguramente ya sabía que Hades estaba ahí. Miró fijamente a Hades y pareció que pensaron en la misma situación. Perséfone volteó hacia atrás en la dirección a la casa de su madre.

—Ya váyanse, Hades. No quiero que mi madre nos cause algún disgusto —puso las manos enfrente en modo de advertencia.

Hades terminó por acceder sólo para que Deméter no se desquitara con Perséfone. No quería revivir nada desagradable del pasado. Se acercó a Perséfone en dos zancadas y la besó en la mejilla rápidamente. Perséfone sintió el calor de ese beso. Inmediatamente fue hacia Melínoe y ambos regresaron a los Elíseos.

***

Siwa, Egipto

Fobos pasaba su capa por encima de su cabeza y la sujetaba de las hombreras de la coraza con ganchos de oro. Desvió la mirada ligeramente hacia la mesa, donde estaba su espada. Rio dentro de sí. No era necesario llevarla ya que sólo era una mujer con la que se vería. Una mujer que intentaba engañarlo con palabras ridículas. Aunque no lo aparentaba demasiado en el exterior, por dentro estaba lleno de ira.

¿Quién se creía esa mujer para intentar burlarse de él?

Debía ser una mujer muy estúpida para no conocer con quién se estaba metiendo.

La única razón por la que iba a acudir al encuentro era para conocer a esa osada mujer, analizar sus intenciones y descubrir la verdad. No sería tan difícil. Si ella mentía, la iba a matar cruelmente.

Si lo consideraba mejor, disfrutaría de ese encuentro lo mejor que pudiera. Sabía exactamente como sacarle provecho a ese encuentro.

Por otro lado, ¿qué pasaría si fuera verdad?

No tenía ni idea de cómo reaccionaría, pero cada vez que lo pensaba, se reía por lo patético e imposible que era.

Terminó por ponerse los brazaletes y caminó hacia la salida, agachando la cabeza por debajo de la carpa. El primer obstáculo con el que se encontró y que no esperó, fue Enio, quien estaba delante de él como si estuviera por entrar a la tienda.

Fobos mantuvo una postura escueta. Enio en cambio, lo miró de arriba abajo con una ceja demasiado marcada. Estaba presentable, pero no como si fuera a ir a la guerra. Es más, ni en la guerra estaba tan estético.

—¿Vas a salir? —preguntó Enio intrigada.

—Es evidente —respondió con excesiva sequedad. Cualquiera lo hubiera dejado en paz, pero eso no le importaba a Enio.

—Si buscas a Deimos de una vez te digo que está ocupado con uno de los obsequios de tu madre —explicaba con un marcado mohín en la nariz.

—No lo busco —respondió y se abrió paso a lado de Enio.

Enio sospechaba más de su actitud. No había conocido una sola vez en la que Fobos y Deimos no estuvieran juntos. Era bastante sospechoso.

—Tu huida misteriosa, ¿tiene que ver con la visita de Eros y Hermes?

Fobos puso los ojos en blanco y bufó por la frustración. A veces no comprendía como era posible que no aprendieran a interpretar el lenguaje corporal o la misma indiferencia. Se giró con fastidio y su mirada fue más intensa.

—Sí. Voy a resolver un asunto de una buena vez y no es necesario que nadie venga conmigo ni pienso rendirle cuentas a nadie sobre lo que hago. ¿He sido lo suficientemente claro?

Enio notaba la irritabilidad en el tono de voz de Fobos. Si sus conclusiones eran acertadas, Fobos iba a ir a ver a una mujer. Todo estaba bien claro. La verdadera pregunta era; ¿por qué? Si fuera una amante, no lo escondería y hasta se lo echaría en cara con orgullo como solía hacerlo Deimos y él para molestarla. Eso sumado a que sólo se acostaba con mujeres que Afrodita le enviaba o de vez en cuando con algunas ninfas de zonas cercanas en las que acampaban, pero sea como sea, siempre se sabía. Al menos ella.

—¿Con quién te vas a acostar? —preguntó intrigada.

Fobos abrió la boca impresionado, como si no se hubiera imaginado que preguntaría aquello tan abiertamente.

—Eso no te importa —respondió con aspereza—. A nadie le doy explicaciones.

Su contestación fue más que notoria para Enio. Cruzó los brazos al instante y recargó más peso en una de sus piernas a modo de reproche.

—Me importa de cierta manera porque algo similar pasó anteriormente. Sólo que antes eras mucho más joven y estúpido...creo que está de más que te recuerde los desagradables resultados.

Fobos bufó nuevamente mientras pasaba una mano por sus cabellos. Odiaba que se lo recordara cada vez que se le ocurriera.

—Es distinto. Esta vez intento jugar —dijo con una sonrisa malvada en su rostro—. Nadie se mete conmigo sin padecer las consecuencias.

—Ay, ¿sabes qué? Haz lo que quieras. Es tu vida, es tu cuerpo y es tu...—señaló la parte inferior de Fobos con desagrado e impotencia—. Nada más te advierto que no es buena idea, y eso que no sé realmente lo que planeas.

Enio se alejó de la tienda de muy mal humor y maldiciendo al aire. El motivo de su enojo era porque creía conocer mejor a Fobos de lo que él mismo podía estar seguro, y eso era ilógico. Ella se tomaba muy enserio el papel de tía sobreprotectora y gritona cuando quería y por mucho que Enio criticara a Afrodita por tratar a sus hijos como unos críos, ella también caía en esa equivocación cuando de mujeres se trataba porque siempre creía que Fobos o Deimos llegarían a encapricharse con alguien hasta caer en falsas ilusiones. Para Enio, ese tema podría serle indiferente como muchas otras situaciones, pero no era así.

***

Elíseos.

—¿Va a ir de nuevo a la Tierra? ¡¿Sola?! —preguntaba y exclamaba Emeraude cuando Melínoe terminó de contarle su pequeña y peligrosa idea.

Melínoe puso ambos dedos índices cerca de sus labios para indicarle que guardara silencio. Ojalá y que nadie haya escuchado su alteración.

—Yo sé que es una locura, pero es una buena idea. Debo ir a la Tierra otra vez. Lo he hecho antes y puedo hacerlo de nuevo —susurró y dejó muy en claro su seguridad.

Emeraude no pensaba lo mismo.

—Pero la primera vez no resultó tan bien. ¿Qué pasaría si el señor Hades o alguien más se entera que ha ido a la Tierra en secreto?

—Dejaría de ser un secreto —respondió en broma. De verdad estaba animada.

No bromee así que me va a poner más nerviosa.

Melínoe la tomó de los brazos y la miró fijamente a los ojos. Emeraude vio un brillo especial en su mirada, uno que surgía muy raramente. Era un brillo de esperanza.

—Todo saldrá bien. Te lo aseguro. Para que estés más tranquila, sólo voy a estar fuera unos minutos. Hablaré con él brevemente sobre lo que me afecta y esperaré a que me ayude y enseguida regresaré aquí —suspiró largamente con profundo pesar—. Es la última oportunidad que tengo para librarme de este mal...sólo quiero saber qué se siente despertar y recordar absolutamente todo lo que aprendo. Quiero poder mirar la noche y las estrellas como lo hace Caria y amanecer tranquila sabiendo que mi cuerpo no tendrá más cicatrices. Quiero ser libre y feliz.

Así como esa mirada, Emeraude jamás había escuchado tantas palabras juntas por parte de Melínoe que expresaran sus sentimientos y emociones frustradas. Aunque era consciente de la condición de Melínoe, nunca iba a tener la menor idea de lo que era estar en su lugar. Debía ser realmente cruel padecer aquello sin saber qué era ni cómo solucionarlo.

Si tenía una oportunidad de acabar con todo ese mal, ¿quién era ella para limitarla sólo por temor y angustia?

Lo que Emeraude sentía ahora mismo, jamás iba a ser comparado con lo que Melínoe sentía cada vez que oscurecía.

Voy a poyarla. Vigilaré que nadie se percate de su ausencia. Por favor, cuídese mucho.

Melínoe estaba muy agradecida y por dentro sentía vergüenza de haber sido tan específica con sus deseos. Ella realmente no estaba muy cómoda hablando de eso, pero con Emeraude tenía cierto favoritismo porque era la única que conocía más de sus ataques despreciables.

—Siempre te lo voy a agradecer —dijo Melínoe mientras se ponía la capa encima de su cabeza—. Debo hacer la transición y seguirlo intentando si no funciona. La hora de encontrarme con Fobos se aproxima y debo llegar cuanto antes.

***

Sicilia, Italia.

Deméter contaba unos vegetales con vehemencia y sin cuidado alguno. El filo del cuchillo apenas rozaba las puntas de sus dedos. Estaba enfada. Mucho. Demasiado.

Perséfone escuchaba como el filo del cuchillo golpeaba la mesa con brusquedad. No había querido hablar sobre lo que le pasa porque era evidente la razón. Sin embargo, no era agradable verla así.

—¿Cuánto tiempo más seguirás molesta? —preguntó Perséfone con calma.

—Hasta que me muera o se muera Hades. Lo que pase primero —respondió tajante.

Perséfone apretó los dientes. Detestaba cuando Deméter se refería así de Hades. Tantos años habían pasado y nada había cambiado su actitud.

—No hables así de Hades. Te lo dicho y pedido muchas veces.

Deméter bufó y se giró, apuntándole con el cuchillo en la distancia.

—Y yo creí que había quedado muy claro que no quería que estuvieras cerca de Hades cuando estuvieras conmigo. ¡El nos puso en esta estúpida situación y él no sabe valorar ni siquiera su palabra! —exclamó con furia.

—Sólo fueron unos segundos. Vino por mi hija.

—¡Ni me la menciones! Que ella no tiene nada que estar haciendo aquí contigo.

—¿Cómo qué no? Hoy es su cumpleaños. Por muchos años no he podido estar con mis hijas en su día. No fue nada malo que viniera —explicaba Perséfone, manteniendo la calma —Deméter se giró y bufó nuevamente. Al sentir que iba a explotar, azotó el cuchillo en la mesa y tomó su cesta—. ¿Saldrás por más vegetales?

—No. Simplemente voy a salir a ver con qué me encuentro. Si me quedo más tiempo aquí, voy a explotar —respiró profundamente y exhaló por la boca. En lugar de salir, se giró y caminó hacia Perséfone. Pasó sus dedos por la mejilla y la miró con melancolía. Pareció como su toda su ira se hubiera esfumado—. Te amo...siempre vas a ser lo más preciado para mí —resopló de nuevo—. Pero tú me traicionaste...

—Mamá, basta —Perséfone apartó el rostro de la caricia de Deméter, pero la diosa se lo impidió.

—Es la verdad. Todo el amor que te di, no valió nada para ti. Te dejaste influenciar por Hades...y ahora tú tratas de influenciarme a mí para que acepte todo lo que pasó y a tus hijas.

—Jamás te traicioné y mis hijas no tienen la culpa.

—¿Ah, no? Te recuerdo que tú última hija no habría existido si Hades y tú no hubieran faltado a su palabra de no verse cuando estás en la Tierra conmigo —Le reprochó con un nudo en la garganta. Perséfone no pudo decirle nada más. Lo que Deméter decía era verdad—. Regreso más tarde. No vayas a salir de aquí —Le ordenó y salió de la casa.

Perséfone puso los codos sobre la mesa y suspiró con pesar. Serían tan diferentes las cosas si tan solo Deméter dejara de lado ese odio y rencor. Varias veces se había imaginado convivir en familia, dejando a un lado todos esos malos sentimientos. Pero sólo sería eso, imaginación.

Deméter maldecía sin parar mientras iba caminando por la yerba. Cuanto deseaba que Hades o sus hijas murieran. Que desaparecieran. Esos pensamientos y deseos no debía decirlos en voz demasiada alta porque había sido advertida por Zeus de no hacerle daño nuevamente a Perséfone ni a Hades. Sonrió al momento. Había jurado no lastimar a Perséfone de nuevo y claro que no lo haría, pero no había prometido no hacerle daño a Macaria y a Melínoe.

Sólo necesitaba una razón. Una idea de cómo lograrlo sin que nadie la condenara a ella.

Un sinfín de ideas fueron surgiendo mientras se adentraba al bosque.

***

Melínoe se sentía extraña al estar de regreso en ese bosque, pero era justificado. Aunque ella hubiera preferido ver a Fobos en otro lugar, no tuvo oportunidad de hacer otra propuesta. Debía regresar al bosque que estaba prácticamente a lado de donde su madre vivía y Emeraude era la única que sabía dónde iba a estar, con quién y para qué. De por sí, se encontraba nerviosa de que alguien se haya dado cuenta de que uso la transición divina. Menos mal que le había funcionado en el primer intento. Sólo esperaba que todo saliera bien.

Para evitar que alguien la viera, se adentró al bosque lo más que pudo. Donde el silencio era más denso y las copas de los árboles más ostentosas. Llegó a un punto en el que consideró prudente y miró hacia los alrededores. A sus espaldas se alcanzaba a ver entre los árboles la luz del Sol. Melínoe sintió de pronto una punzada de agobio en el pecho. A esas horas, ella ya debía estar en su habitación esperando esos dolores fuertes en la cabeza y la pérdida de conocimiento. Como si fuera parte de su elección, esperaba que esa voz que tanto odiaba no se hiciera presente para recordarle lo tan desgraciada que era su vida.

<<Espero que Fobos no tarde en llegar>>. Pensaba Melínoe con ansiedad.

Sus pensamientos fueron frustrados inmediatamente cuando sintió que la estaban observando detrás de su cabeza. Sin pensarlo dos veces, se giró. Sus ojos se ensancharon de nuevo. Varias almas errantes la estaban rodeando. Por lógica, sabía que eran las mismas que la estaban observando desde hace unas horas.

Esta vez, Melínoe iba a poder hablar con ellas y saber más de quienes eran y porque su insistencia en observarla y seguirla. No había nadie presente que pudiera evitárselo.

—¿Ustedes me conocen? —preguntó de inmediato con calma.

Las almas mantuvieron la misma mirada sobre ella y nada parecía haber cambiado. Hubo un punto de silencio en el que Melínoe creyó que no eran capaces de poder hablar.

—La estamos siguiendo —respondieron algunos.

Melínoe estaba perpleja. Una de sus suposiciones era real. Las voces de las almas eran distintas. Hablaban en susurros distorsionados.

—Pero, ¿por qué? —Se interesaba cada vez más.

Melínoe apoyó una mano sobre el tronco de un árbol y se inclinó hacia enfrente, encorvando un tanto la espalda.

—Es nuestro deber —respondieron todas, o eso supuso Melínoe—. Estamos a sus órdenes, reina.

Ambos grupos de palabras dejaron con mayores dudas a Melínoe.

¿De qué estaban hablando? ¿Cómo que reina?

Mientras Melínoe intentaba averiguar más acerca de lo que las almas estaban diciéndole, no se percató de que alguien más la estaba observando con curiosidad e impresión. Fobos estaba de pie detrás de algunos árboles mirando atento aquella escena frente de él. A diferencia de otros dioses, Deimos y él podían ver a los fantasmas en cualquier momento y no sólo cuando ellos querían. Desconocía que existiera alguien más con la misma condición y más aún que los fantasmas tuvieran una reina.

—No estoy entendiendo bien, ¿cómo es que dicen eso? —La exigencia de Melinoe fue más demandante, y pronto supuso que su pregunta rozaba con la agresividad. Eso pensó cuando las almas se alejaron inmediatamente de ahí, como si temieran de algo.

Melínoe extendió el brazo queriendo detener a alguna. Se detuvo con consternación cuando las puntas de sus dedos rozaron a la última alma. Ella dejó de ver a las almas y observó confundida sus dedos, teniendo aún la sensación del reciente tacto.

Todo era extraño en ese día, ¿había sido imaginación suya o en verdad había tocado un alma?

No tenía sentido.

—¿Fuiste tú quien me envió aquella carta?

Melínoe se distrajo de su reciente multitud de dudas y enderezó la espalda. Fue inevitable no reaccionar así ante aquella voz. Tan profunda, grave, recia e inquietante. Esa pregunta fue incluso más demandante de la que ella había formulado hacia las almas. A pesar de lo intimidante que aparentaba ser, ella se giró inmediatamente.

El hombre que tenía delante de ella no era quien esperaba encontrarse, o más bien, a quien se había imaginado desde que escuchó hablar de él. Sí, se imaginaba a un hombre atractivo como lo testificaban las ninfas con tanta emoción, pero jamás creyó que superara sus expectativas.

Fobos era alto, de cabello castaño y largo. Ponía en duda el tono real de piel, ya que con los ligeros matices de los rayos del Sol y la espesa oscuridad del bosque incrementando, parecía ser bronceada. Los músculos de sus brazos estaban remarcados. Vestía un uniforme bélico griego, lo sabía bien porque lo había visto en los libros que Hypnos le hizo estudiar una y otra vez.

Un grito de consternación fue suprimido por Melínoe. Estaba recordando lo que había estudiado. No sabía exactamente qué era lo que la dejaba desconcertada, si darse cuenta que podía recordar algo que había olvidado o saber exactamente cuando lo aprendió. Rápidamente comenzó a recordar otras cosas relacionadas con sus estudios y que no recordaba, y podía hacerlo. Se sintió feliz de que pudiera recordar todo. Esa situación desvió su atención de Fobos.

Por su parte, Fobos también había analizado a Melínoe, pero con mayor curiosidad ante las limitaciones. No podía ver bien su rostro ni su cabello ni su cuerpo. Sólo sus manos, nariz y labios.

¿Quién era esa mujer tan misteriosa a quien los fantasmas la llamaban reina?

—¿Por qué no respondes? —preguntó con mayor fuerza.

Melínoe abandonó su desconcierto y asintió.

—Sí, yo la he mandado.

Fobos alzó una ceja en cuanto escuchó su voz. Lineal y con registros sombríos. Era inexplicable, pero le había gustado escucharla. No obstante, no se iba a dejar deslumbrar con algo insignificante. El que ella haya reconocido que le envió esa carta, le hirvió la sangre de nuevo. Iba a continuar con su plan inicial.

—Has llegado puntual.

Melínoe notó que la rudeza de sus palabras se había aminorado. Miró de reojo hacia la salida del bosque. El atardecer ya estaba presente.

—Sí. Fuiste claro con tu mensaje acerca de la hora y tampoco me gusta que me hagan esperar —Fue sincera—. No esperaba que me respondieras tan rápido a la carta y espero haber sido precisa con mis expresiones.

Fobos casi se echa a reír con el comentario al mismo tiempo que recordaba las palabras de esa carta.

¿Qué no podía haberle quedado claro? Había sido muy precisa, ¿o no?

—La he entendido perfectamente —Se limitó a responder.

<<Mucho mejor>>, pensó Melínoe. Enseguida, sonrió ligeramente.

—Entonces, ¿cuál es tu respuesta?

Fobos reía por dentro con malicia.

—Antes, vamos a sentarnos a conversar un poco —dijo Fobos y se sentó debajo de un árbol, recargando su ancha espalda en el tronco. Con su mano, le indicó a Melínoe que se sentara a su lado.

Melínoe estuvo a nada de negarse porque lo que menos tenía era tiempo para conversar. Ya casi anochecía y perdería control de sí misma, lo cual no era conveniente. Debía regresar a los Elíseos. Sin embargo, seguía empeñada con recibir ayuda contra ese mal. Sin decir nada, caminó hasta Fobos, se acomodó el vestido y la capa con dificultad para poder apoyar las rodillas en el suelo. O lo pisaba mal o ceñía las faldas del vestido y resultaba incómodo estar así.

—Qué tontería...—susurró Melinoe.

La mirada castaña de Fobos estaba clavada en ella.

—¿Problemas con el vestido? —preguntó Fobos con burla.

—Odio los vestidos —respondió de repente.

Melínoe intentaba levantarse con frustración para volver acomodarse. Al no concentrarse en lo que hacía, terminó pisando las faldas del vestido y perdió el equilibrio. Por mero reflejo, Fobos levantó el brazo para evitar que Melínoe cayera al suelo. Funcionó. Melínoe no puso las manos en el suelo para evitar que su cara se estrellara en las ramas y tierra, sino que se sujetó del brazo de Fobos. Como si ambos se hubieran dado cuenta de sus reflejos, sus miradas se cruzaron. A esa distancia, eran más apreciables las facciones de cada uno.

El rostro de Fobos era demasiado estético y perfecto, pero en lo que Melínoe se sintió atraída fue en su mirada. Era demasiado penetrante y dominante, además de la soberbia que proyectaba. Podía perderse en esa mirada fuerte si quería. Lo que sintió Fobos fue más intenso. Esa mujer que estaba tan cerca tenía algo especial. El color de sus ojos era desconocido por la oscuridad, pero eran tan misteriosos como su identidad. Le resultaba conocida por alguna razón indescifrable. Ante la conmoción, Fobos intentó identificar qué tipo de emociones sentía realmente Melínoe y sólo rastreó nerviosismo.

Melínoe reaccionó primero y se sentó como pudo a su lado. Recuperó la compostura de inmediato con naturalidad, marcando muy bien la indiferencia.

—Te ofrezco una disculpa por mi descuido.

Fobos enarcó una ceja por la actitud de Melínoe. Estaba acostumbrado a que cualquier mujer que lo mirara, lo deseara. Esa era su realidad y en esta ocasión, no parecía ser el caso. Si se suponía que ella había escrito aquella carta ridícula, cursi y llena de mentiras, creía que fingiría de nuevo en cuanto lo vio. Básicamente se imaginaba a una mujer patética fingiendo estar enamorada cuando sólo lo deseaba. Resultó ser todo lo contrario. No existía ni una sola demostración que concordara con la carta que recibió ni con la maldición que él poseía.

Era fría. Misteriosa. Y eso le atraía.

¿A qué demonios estaba jugando? ¿Tenía la más mínima idea de con quien estaba tratando?

Seguramente no. Quizás ni siquiera sabía nada de su condición o simplemente era tan estúpida para burlarse de él.

Aquella llamarada de rabia la tuvo que calmar de mala gana. Iba a matar a esa mujer esa noche, pero antes, quería saber más de ella.

Al analizarla detenidamente, se percató que los músculos de su cuello se tensaban de vez en vez y al compás de los movimientos de sus labios. Podía sentir una nueva emoción: angustia.

—¿Quién eres?

Melínoe abrió ligeramente los labios. Recordó que no había puesto nombre en la carta, por lo que era normal que preguntara quien era ella. Iba a decírselo, pero tuvo la intuición de que era mejor reservarlo por el momento.

—¿Te importa si te lo digo al final?

—¿Al final? —preguntó incrédulo—. ¿Me envías una carta así y evitas decirme tu nombre?

No estaba segura, pero sintió cierta ofensa en la voz de Fobos.

—Sí. Quiero que esto se quede lo más privado posible, incluso mi nombre. Sé que te estoy pidiendo demasiado, pero no quiero que nadie más se entere de esto —explicó y volvió a mirar hacia la salida del bosque. Faltaba muy poco para que el Sol se ocultara.

La ansiedad y la angustia crecieron increíblemente, así como el miedo. Fobos sintió su miedo en el cuerpo. A diferencia de otras ocasiones, quería hablar con alguien sobre esa emoción que siempre le excitaba en lugar de disfrutarlo y la razón no era únicamente porque estaba interesado en Melínoe sino porque no podía reconocer el motivo de su miedo.

Su arrogancia justificó la razón de que el miedo que tenía era hacia él.

—Tienes miedo —La afirmación de Fobos sorprendió a Melínoe—. No sirve de nada negarlo.

Tenía razón, ¿cómo iba a negarle el miedo que sentía al dios del temor y el horror?

—Sí, lo tengo —Se abrazó a sí misma, como lo hacía cuando estaba sola y desesperada en su habitación—. Me siento atrapada en algo que no puedo controlar. En algo que quisiera cambiar y no tengo la capacidad ni poder para hacerlo. Es como si se tratara de una maldición de la que nunca seré libre. ¿Te ha pasado? —preguntó al momento, sin siquiera meditarlo. La incomodidad que sintió al principio iba disminuyendo.

Melínoe ya le había explicado su condición en la carta, pero de alguna manera, quiso desahogarse. Fue más sencillo hacerlo con él que con Emeraude. Vio a Fobos de nuevo. Era complicado poder descifrar en lo que pensaba. Seguramente sus problemas era lo que menos le importaban.

—Me ha pasado —Fobos respondió seriamente y se arrepintió de haberlo hecho.

—¿En serio? Dudo mucho que sea por miedo, siendo el dios que lo controla.

Melínoe se mostró escéptica. Claro que no conocía la condición de Fobos, pero para él, ella seguía siendo una excelente mentirosa. Aún así, iba a fingir que no se daba cuenta y le respondería a medias. Al final de cuentas, ella no estaría viva por mucho tiempo.

—No, no lo es. Pero no deja de ser una maldición de la que no se puede ser libre.

—¿Estás maldecido?

—Sí, por mi madre.

No podía creer lo que estaba escuchando de boca del mismo Fobos. Había escuchado muchas cosas acerca de Afrodita sobre lo ruin que podía ser quien la provocara, ya sea justificadamente o no. Pero de ahí a que maldijera a su hijo, simplemente no lo entendía.

—No puedo creerlo, ¿quién sería tan ruin como maldecir a alguien de su propia sangre? —Melínoe resopló molesta. Si estuviera en el lugar de Fobos y se enterara que su condición surgió por culpa de otro, sería capaz de lo que fuera—. Disculpa referirme así de tu madre, pero es que no encuentro otra explicación.

Aparte de Enio, nadie más se atrevía a hablar mal de Afrodita delante de él, hasta ahora. Melínoe no se refirió a ella tan cruel como lo hacía Enio, pero aún así, no pareció importarle que Fobos pudiera enfadarse.

—A pesar de que es mi madre, lo reconozco. En ocasiones su maldad no tiene razones —respondió Fobos neutral.

—Y sabiendo que fue ella la que te maldijo, ¿nunca se lo reclamaste o le exigiste que la revocara?

—No. Lo que hizo fue bueno para mí. Lo que me quitó no lo necesito en mi vida.

Melínoe negó con la cabeza. No tenía la menor idea de qué tipo de maldición tenía Fobos. Entonces recordó un comentario que hizo Tabitha cuando ella preguntó si las otras ninfas estaban enamoradas de Fobos y Deimos.

<<Oh no...eso nunca pasaría>>

La maldición de la que afectaba a Fobos, ¿tendría que ver algo con eso?

Quizás no, pero como fuera, no conciliaba que él aceptara su mal con tanta normalidad. Ella jamás podría agradecer algo así.

Esa situación le hizo pensar en su caso. ¿Y si en realidad alguien la maldijo?

Le enervaba la sangre de sólo pensar en esa posibilidad.

—Si yo me enterara que lo que me sucede es a causa de alguien más...le arrancaría el corazón con mis propias manos —miró sus manos, imaginándose sangre drenando entre sus dedos.

A Melínoe se le ocurrieron muchas formas sobre cómo podría descargar todo su dolor en el culpable. Cuando razonó en la simpleza de su confesión, bajó las manos y recuperó su compostura sin reparar sus palabras. Sintió vergüenza. Por el contrario, Fobos se encontraba maravillado. Su mente comenzó a crear una imagen de Melínoe con sangre entre sus manos, rostro y cuerpo.

La imagen era exquisita, pero se quedaba corta si desconocía el físico completo de Melínoe.

—La noche ha llegado. Espero no te moleste la oscuridad —dijo con un discreto tono sarcástico y cambiando el tema por completo.

—Estoy acostumbrada —Melínoe respondió con resignación—. Lo que temo es a lo que sucede por la noche.

<<Lo que sucede por la noche>>, repitió Fobos en su mente.

—Explica bien a lo que te refieres.

En el momento en que dijo eso, Melínoe tuvo un mal presentimiento y comenzó a desconfiar nuevamente.

—No creo que sea necesario explicarte de nuevo lo de la carta —dijo Melínoe con determinación—. Con lo que te escribí y con lo que te confesé, es más que suficiente. Además, tú dijiste que habías entendido mi carta.

Al notar la tensión de Melínoe y las palabras filosas que había dicho, comenzó a responderle de la misma manera.

—Lo que me escribiste no tiene nada que ver con lo que me estás contando...

Melínoe resopló e inmediatamente concluyó que el hombre que tenía al frente no era Fobos. No existía otra explicación, a menos que estuviera bromeando. Sea como sea, cambió de opinión y fue poniéndose de pie.

—Tengo que irme, pero antes quisiera saber si vas a ayudarme o no —dijo más directa que antes—. O por lo menos que me digas la razón de lo que me ataca.

Fobos le copió y se puso de pie. La diferencia de estatura fue demasiado notoria.

—¿Ayudarte? ¿Exactamente en qué y cómo quieres que te ayude? —comenzó a caminar hacia ella lentamente, como si fuera una amenaza. Fobos alzó mentón y sonrió ligeramente, deteniendo su andar. Era el momento de desenmascararla—. Ah...sólo estoy bromeando contigo. Como sabes tanto de mí, pensé que también sabrías que me encanta bromear.

Melínoe frunció el ceño.

—Lo único que sé de ti es lo que me acabas de contar. Ni siquiera te había visto en mi vida.

Lo que sintió Fobos en ese preciso momento, fue ira porque en la carta que recibió de la que ella lo conocía desde hace tiempo ,y ahora lo negaba. Sonrió largamente y alzó una ceja.

—Bueno, ahora sabes que disfruto bromear...y aún más demostrarle a los demás que no ha sido buena idea meterse conmigo —Su voz fue más grave que antes y parecían ocultar un mensaje entre palabras—. Voy a ayudarte y después, partirás de aquí.

Melínoe ya no sabía ni que pensar. Algo sí tenía claro, no deseaba verlo de nuevo después de eso.

—Gracias...¿podrías hacerlo de una vez?

—Sí, claro —Fobos volvió a acercarse lentamente a Melínoe—. Tendrás que cerrar los ojos y enseguida, verás respuesta a tus peticiones. Ya no seguirás teniendo esa incertidumbre que tanto te atormenta.

—Y...¿será rápido?

Fobos alzó los hombros con socarronería.

—Depende de cómo sucedan las cosas. ¿Necesitas de mi ayuda o ya vas a irte?

Necesitaba su ayuda, eso no era puesto en duda. Pero las situaciones eran distintas a antes de que hablara con él. Debido a la desconfianza repentina, lo mejor sería irse de allí, pero su desesperación fue más grande. Si regresaba a los Elíseos sin éxito, volvería a ser un monstruo cada noche. No lo deseaba.

—Está bien —Melínoe cerró los ojos y esperó a que Fobos le diera indicaciones.

Fobos sonrió con malicia y su mirada era la misma penumbra.

Era su turno para comenzar a jugar.

No iba a usar ni sus poderes ni habilidades violentas de incitación al horror sino uno de los poderes que su madre le heredó.

Melínoe no escuchó nada por varios minutos y se sintió estúpida de estar de pie sin hacer nada. No obstante, comenzó a sentir punzadas en su cabeza, pero no eran como las que solía tener. Eran livianas. No sabía cómo explicarlo, pero era como si algo estuviera intentando acceder a su cabeza. Supuso que era Fobos intentando ayudarla. Tampoco podía explicar cómo pero, le dio la autorización.
¿Por qué eso no funcionada con su maldad? 

Sin abrir los ojos, supuso que Fobos ya se había marchado, dejándola sola en el bosque. De repente, sintió que la tomaban del cuello. Abrió  sus ojos y parpadeó varias veces. Fobos era quien la sujetó y su rostro estaba más cerca de lo que le habría permitido. Quería empujarlo y alejarlo. Golpearlo. Pero no pudo. Sus pensamientos no concordaban con sus acciones. Tampoco pudo decir nada. Se perdió en esa mirada intensa y terminó rindiéndose ante él.

Fobos aprisionó su boca con fiereza. Con sed y hambre de ella. O eso parecía. De un movimiento, haló a Melínoe hacia él, chocando sus cuerpos. Los fuertes brazos de Fobos recorrieron el cuerpo de Melínoe de arriba abajo, humectando su ser con cada roce. La sensación era placentera desde el primer momento. Un cosquilleo caliente se formaba en su vientre y derramaba deseo en cada extremidad. Fobos se separó de Melínoe y se quitó rápidamente la coraza y la arrojó al suelo. Volvió a tomar a Melínoe por la espalda y continuó con el más infinito deseo de su boca. Las manos de Melínoe tocaron la piel desnuda de su torso firme y atlético. Deslizó las yemas de sus dedos en cada músculo. Por perderse en ese descuido, se dio cuenta demasiado tarde que Fobos le había arrancado el vestido de todo el cuerpo. Fue sorpresivo por la experiencia.

Melínoe seguía sin responder de otra manera que no fuera por deseo. Tenía mil dudas en su mente sobre lo que estaba pasando y ninguna fue puesta en conversación. Su cuerpo resultó ser demasiado ligero cuando Fobos la recostó sobre las telas del vestido. El aliento se entrecortó efusivamente al sentir el peso de Fobos sobre ella. Sus piernas se habían abierto para darle cabida y presionó sus muslos contra su cuerpo, comprobando nuevamente su trabajado cuerpo.

La excitación fue más prolongada y desquiciante.

Fobos entrelazó sus manos con las de ella y alzó los brazos por encima de su cabeza. Los labios de Melínoe se entreabrieron y cubrieron de electricidad ante la enorme necesidad de ser humectados. Sus jadeos lograron que Fobos mordiera uno de sus labios. Los cosquilleos del vientre la hacían retorcerse y por inercia, sus caderas se levantaron. Una clara invitación para profundizar el contacto.

Cuando Melínoe creyó que el deseo iba consumarse, Fobos soltó su labio y bajó su rostro a un costado del suyo.

<<Abre los ojos>>, le susurró.

Melínoe abrió los ojos de golpe y tardó algunos segundos en reaccionar a lo sucedido. Seguía en el bosque, pero estaba de pie. Su cuerpo seguía cubierto con su vestido y capa. Pasó sus manos sobre sus brazos. Su piel estaba erizada y poco a poco recobraba la normalidad.

¿Qué pasó?

Al momento de preguntarse sobre lo sucedido, escuchó como Fobos reía descontroladamente. Estaba disfrutando de su aturdimiento. Los ojos de Melínoe se endurecieron. Apretó sus manos contra sus brazos por la rabia, dejándolos rojos.

—¿Por qué has hecho esto? —preguntó Melínoe, conteniéndose.

Fobos dejó de reír y le clavó la mirada.

—¿No te gustó mi ilusión? Porque parecías opinar lo contrario —rio de nuevo, pero más calmado. Volvió a cortar la distancia con Melínoe y agachó la mirada. Se sentía un triunfador—. Lamento no haber sido tan romántico como tú lo fuiste conmigo.

Melínoe no se contuvo más y lo abofeteó con toda la fuerza de su mano. Se complació al ver como le había quitado su sonrisa maldita y como su rostro quedó de lado. Lentamente, Fobos se giró a verla. Sus ojos marrones le deseaban la muerte.

—¡¿Cómo te atreves a hacerme esto?! —Le gritó, enfrentándolo.

—¡No! ¡¿Cómo te atreves tú a meterte conmigo?! —La encaró y apuntó con el dedo.

A pesar de lo intimidante que lucía Fobos, Melínoe no se movió de su sitio ni porque el cuerpo de Fobos chocó con el suyo.

—¡Yo jamás me metí contigo! ¡¿De qué me hablas?! —exigió saber.

Fobos rio irónico. En verdad ya quería matarla y no tenía idea de por qué se limitaba a seguir discutiendo.

—¡De la maldita carta que me mandaste!

—¡Mi carta no contenía ni una sola palabra que pudiera ofenderte! —Se defendió.

—¿No? —exclamó sarcástico—. Me envías una carta profesando sentimientos que jamás van a existir, luego llega Hermes diciéndome que tú habías enviado dos cartas, pero que una era para mí...y no es la misma a la que tú y yo nos referimos.

—No...porque en una te pedí ayuda. Esa era para ti.

—¿Y la otra? La otra tenía mi nombre dentro.

Melínoe sintió una presión en el estómago y maldijo por dentro. La carta romántica de juego era ridícula y Había colocado su nombre sólo para complacer a las ninfas. Había sido muy clara con Emeraude sobre cuál carta debía enviarse, ¿por qué enviaría la otra?

Su rabia disminuyó por la vergüenza y bajó la mirada.

—Esa carta...no debía ser enviada —confesó.

Fobos alzó ambas cejas.

—Entonces, reconoces que las dos cartas eran para mí.

—Sí —Melínoe tragó saliva—, pero la que recibiste no debía ser enviada —repitió.

—¿Y por qué la escribiste? Ahí decías que me conocías y hoy me dijiste lo contrario —decía Fobos mientras avanzaba. Esta vez, Melínoe fue retrocediendo.

Ciertamente, entendía que Fobos estuviera muy enojado con ella.

—No recuerdo exactamente lo que puse en esa carta —confesó Melínoe. Fobos apretó la quijada—. Sólo era...lo siento. Yo te escribí otra y es de la que te he estado hablando. Yo...yo necesito de tu ayuda...—Melínoe fue retrocediendo y dejó de hacerlo en cuanto se topó con un árbol a sus espaldas.

—¡Eso no fue lo que te pregunté! —Furioso, tomó a Melínoe de la cintura y la presionó a Melínoe contra el árbol con más fuerza.

Melínoe intentaba separarlo de ella con patadas, pero Fobos supo arrinconarse contra ella muy bien para que no pudiera zafarse. Intento apartar sus manos de su cuello y sólo consiguió quitarle un brazalete. A pesar del carácter y la violencia que Fobos profesaba en su mirada, Melínoe no respondió su pregunta ni iba a hacerlo.

—Yo te envié otra carta...quiero saber si vas a ayudarme —insistió Melínoe.

Fobos esbozó media sonrisa y negó con la cabeza. Debía usar medidas más agresivas para hacerla confesar.

—No lo haré —respondió determinado. Melínoe sintió de nuevo una desesperación—. Existen dos razones para eso. Una es porque no quiero y la otra...porque no vivirás mucho tiempo.

La intención de Fobos fue fomentar el miedo en Melínoe. Cultivarlo y desquiciarla por completo hasta que fuera capaz de suplicar por su vida o que ella misma se la arrancara. Pero no pudo hacerlo. No podía cultivar el miedo si no existía tal sensación ni tampoco podía originario en Melínoe. La única ocasión en la que sintió que ella  tenía miedo fue cuando miraba constantemente hacia la salida del bosque. Ahora nada.

—Si deseas matarme... házlo. No tengo mucho que perder —respondió Melínoe casi con súplica. Si Fobos o nadie más podía ayudarla con su condición, ella ya no quería vivir.

Fobos no lograba comprenderlo. Melínoe no le tenía miedo ni porque lo vio explotar y a punto de matarla.

—¿No me temes?

Melínoe tragó saliva y ladeó la cabeza con negativa.

—Le temo a algo más —respondió.

Le temía a esa condición de la que más o menos le contó y que Fobos no sabía qué era. Inesperadamente, su atracción hacia ella fue mayor. Su mirada se deslizó hasta los labios de Melínoe, preguntándose qué se sentiría besarlos y morderlos, como había sucedido en esa ilusión. Acercó su rostro hacia Melínoe, sintiendo su aliento en su nariz y boca. Era dulce y sólo daba una idea de su sabor.

Se había divertido con la ilusión que creó en Melínoe, y quería hacerla realidad aunque sea una pequeña parte. Acarició suavemente sus labios con los suyos. Resistiéndose a besarlos.

—¿Tampoco me deseas? —preguntó Fobos, provocando que Melínoe lo deseara.
Un "dulce" regalo de su madre desde cuna.

Siempre sucedía lo mismo. Las mujeres ya lo deseaban, pero él hacía que se deshicieran por él. Accedían a todo lo que él les decía en palabra o con su mente y era lo mismo que haría con Melínoe.

Fobos le había ordenado que lo besara y lo tocara como en la ilusión, pero Melínoe no se movió. Ella sentía algo extraño en su cabeza, vagamente podía escuchar la voz de Fobos ordenándole. Aprendiendo de su error, evitó que entrara en su mente y jugara con ella de nuevo.

—Ya no vas a manipularme —dijo Melínoe—. No te tengo miedo y mucho menos te deseo.

Fobos frunció el ceño y se separó de Melínoe con total absorto.

¿Qué estaba pasando?

Melínoe se sintió mejor de sentir de nuevo el suelo y comenzó a correr lejos de Fobos. Él ni siquiera tuvo la intención de perseguirla. No sabía explicarse nada de lo que había pasado con Melínoe. Frente a ella se había sentido inservible. Su ego había azotado del Olimpo hasta el mismo Inframundo.

***

Elíseos

Emeraude estaba demasiado ansiosa por el regreso de Melínoe, el cual ya se había demorado más de lo que pensó. Ya era de noche y Melínoe corría peligro. Imploraba que estuviera bien, pero eso no era suficiente para tenerla tranquila.

Tabitha llevaba una vasija de agua cuando vio a Emeraude pasearse descontroladamente por la sala de descanso.

—¿Qué te pasa, Emeraude? Luces muy nerviosa.

—Lo estoy —respondió Emeraude algo temerosa. No era buena idea que Tabitha apareciera. Sin embargo, era en quien más confiaba—. ¿A dónde llevas eso?

—Se lo llevaré a la señorita Macaria.

—N-No...si quieres yo se lo llevo —Emeraude intentó tomar la vasija pero Tabitha la hizo a un lado, impidiéndoselo.

—¿Qué te pasa? Tú no sueles ser así —insistió.

Emeraude quería desahogarse y contarle a Tabitha lo que sucedía para calmar sus nervios, pero eso sería traicionar la confianza de Melínoe. No obstante y como lo consideraba, Tabitha era de su confianza. La ninfa más cercana a ella y la conocía muy bien. Sabía que era buena guardando secretos.

—Tabitha, debo confesarte y quiero que esto se quede entre nosotras. ¿Me lo prometes?

Tabitha asintió enseguida. Respetaba mucho a Emeraude y la apreciaba como a ninguna otra.

—Claro que sí. En lo que sea.

—Gracias. Es que...debo ir a la Tierra —confesó.

—Pero no puedes, ¿por qué?

—Porque Melínoe no está aquí y voy a buscarla.

Tabitha frunció el ceño y casi soltaba la vasija.

—Y...¿en cuánto tiempo vuelves?

—Cuanto antes. La buscaré y regresaré. ¿De acuerdo? No se lo digas a nadie, por favor.

—S-Sí. Está bien. Con mucho cuidado.

Emeraude asintió y se preparó rápidamente para ir a buscar a Melínoe.

Tenía un mal presagio.

***

Melínoe siguió corriendo y mirando hacia atrás de vez en vez. Lo mejor era huir de él. Podría usar la transición divina frente a Fobos, pero no tenía tanta experiencia para hacerla rápidamente y enfrentarlo no era una opción. Sólo podía correr. Desconocía cuanto tiempo estuvo corriendo, pero se detuvo cuando ya no pudo más. Terminó por bajar en una colina y se escondió detrás de unas rocas. Abrazó sus piernas mientras esperaba a que su respiración se controlara y se dió cuenta que tenía en su mano el brazalete de Fobos.

Tenía muchos sentimientos encontrados. Melínoe se sentía como una idiota al confiar en alguien como Fobos y estaba completamente molesta con el estúpido juego de las cartas. Evitó sentirse molesta con Emeraude porque tal vez sólo fue un error que se enviara la carta equivocada a Fobos. No la creía capaz de traicionarla.

Otra situación que la tenía pensativa era acerca de su condición. Era de noche y no había perdido el control. Eso no le había pasado.

¿Sería que Fobos si la ayudó y no se lo dijo?

No. No podría ser cierto.

Lo que esperaba era no descontrolarse de nuevo.

—¡Melínoe!

Melínoe reconoció la voz enseguida. Era Emeraude. Se levantó de donde estaba y siguió el sonido de su voz para encontrarla. Pasaron algunos segundos hasta encontrarse.

—Emeraude —dijo Melínoe en cuanto la vio.

Emeraude sintió un alivio de verla ilesa y consciente de sí misma. Se sintió feliz de verla normal.

—Disculpe...tuve que venir porque pensé que le había sucedido lo peor. Pero me alegro de que se encuentre bien y que Fobos la haya podido ayudar.

Cuando escuchó eso, Melínoe agachó la mirada y negó.

—No me ayudó —respiró hondo. Sentía que se estaba enojando de nuevo—. Recibió la otra carta.

—¿Qué? —Fue la expresión de Emeraude y pronto sintió frío en su espalda—. Pero, eso no puede ser...Hermes me dijo que Fobos había recibido la carta correcta.

Melínoe le clavó la mirada e hizo la cabeza de lado, con el mentón ligeramente levantado.

—¿Cómo que la carta correcta? Entonces es verdad...Hermes sabía de esas dos cartas. ¿Cómo lo supo? —exigió saber.

Emeraude consideró que ya no podía seguir ocultando esa situación. No ahora que sabía que Fobos había recibido la carta de juego. Sintió muchos nervios, pero lo mejor era explicarle lo que había sucedido. Lo que iba a omitir es que Anelisse y Tabitha le habían entregado las cartas a Hermes.

—Yo me equivoqué. Le di la carta de juego a Hermes.

—Ajá...¿y cómo consiguió la otra? Es más, ¿cómo sabía que esa carta era una petición de ayuda?

—Porque...yo...me di cuenta de mi error y tuve que decirle a Hermes que me ayudara a averiguar si la carta que recibió Fobos era la de ayuda.

Ante la confesión, Melínoe sintió úlceras en su estómago y su mente comenzó a nublarse.

—Eso paso, ¿y no me dijiste nada? —Melínoe demandó saber con mayor amenaza.

—Lo siento, yo no quería lastimarla ni mucho menos traicionarla. Me confié en que...—resopló con culpa—. Perdóneme, no era mi intención.

Melínoe le clavó nuevamente la mirada y sus ojos comenzaron a temblar. Lo que pensaba hacer no era lo mismo que quería. Tuvo miedo. Sentía que iba a perder el control nuevamente.

—¿Perdonarte? Tú sabías que esto era importante para mí...y lo echaste a perder —Melínoe comenzó a caminar hacia Emeraude, con las manos tensas.

—Señorita Melínoe, no fue apropósito...

Melínoe la apuntó con su dedo. Su mirada cambiaba por completo.

—Jamás voy a olvidar esto...¡por tu culpa sigo prisionera de este mal! ¡Por tu culpa!

Las pupilas de Emeraude se minimizaron de miedo y comenzó a gritar desesperadamente.

Por discutir, no se dieron cuenta que alguien observaba la escena desde hace un rato sin hacer nada.

La sonrisa en su rostro fue ensanchándose. Deméter se encontraba satisfecha de ver el comportamiento de Melínoe. Ella sería la perdición de Hades.

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Hola!!! ¿Cómo están?

Vaya, dos actualizaciones en una semana...¡esto es un milagro! Jajaja. Me estoy poniendo a escribir sin parar para traerles más actualizaciones de mis historias.

Desde hace tiempo que había ideado este capítulo y recientemente tuve el tiempo de realizarlo. Debo decirles que ya comienza lo verdaderamente interesante.

Para no perder la costumbre, aquí les pongo unas preguntas, son poquitas.

1.- ¿Qué te pareció el encuentro de Fobos y Melínoe?

2.- ¿Cómo crees que se comportará Melínoe con Fobos después de esto?

3.- ¿Qué hará Fobos ahora?

4.- ¿Consideras que algo cambió en ambos? ¿De qué manera?

5.- ¿Qué crees que sucedió con Emeraude?

6.- ¿Te ha gustado el capítulo?

Esta historia recién comienza y aún faltan muchas cosas por revelarse. Este capítulo y los dos siguientes seguirán entrelazándose con los eventos de "Siempre has sido tú" hasta que Melínoe desaparece. Después de eso, la historia tendrá su propia esencia.

Nos leemos muy pronto, esperando que esta historia sea de tu agrado.

¡Gracias por leerla!

¡Les mando un fuerte abrazo!

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