Capítulo 4
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Meses después.
La densidad del ambiente opacaba las luces visibles de las calles. Ruidos inquietantes resonaban por el cielo y por los más inesperados rincones. El sonido de un filo desenvainado tomó mayor protagonismo en un hueco sonido. Una queja vacía se escuchó de golpe y perdía fuerza a cada minuto que pasaba. La daga fue saliendo despacio del cuerpo de una mujer que acababa de perder la vida.
Melínoe no reparaba en lo que veía. Extendió sus brazos y gritó para alejar al asesino de la mujer. Estaba tan oscuro y llevaba una capa cubriendo por completo su cuerpo que era imposible saber quién era. Sea quien haya sido, pareció mirarla fijamente por un largo periodo de tiempo. Se puso de pie y salió huyendo de ahí, esparciéndose su silueta en la niebla. Melínoe dejó de prestarle atención y fue acercándose a la mujer. Su cuerpo yacía boca abajo, encima de un gran charco de sangre. Aunque quisiera, no podía hacer nada más por ella. Se puso en cuclillas y colocó su mano en la espalda de la mujer; podía sentir el calor de su cuerpo desaparecer. Espantada y acomplejada, se levantó sin el menor esfuerzo
Sus labios temblaban ante la impresión e incredulidad de los hechos.
Quería correr. Quería gritar. Sus pies quedaron cimentados en el suelo y no podía mirar hacia otro lado por mucho que se esforzara. Algo le estaba obligando a mirar el cuerpo..
—¿Tienes miedo?
Melínoe endureció los hombros al escuchar la pregunta detrás suyo. No podía asegurar que fuese la primera vez que aquella voz no sonaba en su cabeza pero aun así, la perseguía.
—No lo tengo —dijo Melínoe sin moverse. Una risa cínica se hizo presente y le alborotó la piel.
—Ambas sabemos que eso no es verdad —aseguró la voz—. Nunca podrás librarte de mí, esto es la prueba fiel de eso.
Melínoe negó sin dejar de mirar el cuerpo yaciendo en sus pies. Con base a su criterio y la manera en la que esa voz se expresó, indicaba la culpa a la que se le apuntaba.
—Yo no lo hice...yo no me atrevería...Esto debiste haberlo hecho tú —dijo con seguridad en sus palabras.
¿Cómo no dudar de ella?
—Claro que no —La voz fue escuchándose más cerca. Melínoe podía sentir el irritante aliento sobre su nuca—. Yo no soy quien tiene la daga en la mano.
Melínoe abrió sus ojos con potencia y lentamente fue alzando la mano hacia su rostro. El aire de sus pulmones desapareció al compás de su agitado corazón. Tenía la daga entre su mano. Gotas de sangre goteaban de la punta y se impregnaban en el suelo. Intentó tirarla pero su piel estaba adherida al hierro. Desesperada al ver la sangre, limpió la daga con uno de los holanes del vestido.
—No he sido yo. ¡No he sido yo! —repetía cada vez con mayor frustración.
—¿Tan segura estás?
Las burlas fueron más agudas. Melínoe vio por el rabillo del ojo que una sombra sin apariencia exacta pero con ojos rojos pasaba por su lado. Se puso de cuclillas de la misma manera y a la misma distancia en que lo hizo Melínoe momentos atrás. Esos malvados ojos rojos se clavaron en ella y esbozó una sonrisa que le heló cada fibra de su piel. Rodó el cuerpo hasta exponerlo boca arriba, dejando a la vista de quien se trataba el cuerpo.
Melínoe sintió que su alma la abandonaba y tuvo intensas ganas de llorar ahí mismo.
—Somos...¿las dos? —dijo con voz entrecortada.
—No, sólo eres tú —La sombra hizo aparecer una daga igual a la que Melínoe llevaba.
Fue acercándose peligrosamente a Melínoe y sintió cómo la daga se adhería en su pecho. El dolor era agonizante pero cada vez más perdía la fuerza. Utilizó sus últimas fuerzas para gritar.
Caria escuchó gritos desde la habitación de Melínoe y no dudó en entrar porque se había preocupado por ella. Los gritos habían sido desgarradores y creyó que algo le estaban haciendo. Se quedó estática unos breves segundos cuando la vio inmóvil pero sin dejar de gritar. Corrió hasta ella y se puso de rodillas para observar mejor a Melínoe; estaba sudando y pudo ver que en sus pestañas aguardaban lágrimas que exigían ser liberadas.
—¡Melínoe! ¡Despierta por favor! —exclamó, buscando la manera de hacerla despertar.
Caria puso sus manos sobre su rostro. Melínoe abrió los ojos de golpe y se alejó sobre la cama hasta la pared como si le hubieran quemado. Sus ojos eran bastante expresivos. Caria quedó atónita por la manera tan agresiva en que la miraba. No obstante, esa sensación fue desapareciendo cuando Melínoe recuperó su semblante.
—Caria, ¿qué haces aquí? —preguntó desorientada. Puso una mano sobre su frente y sintió su piel húmeda por el sudor.
Caria bajó la mirada y fue levándose poco a poco antes de volverla a ver.
—Venía a ver si estabas lista pero en cuanto escuché los gritos, entré sin tocar.
Melínoe seguía confundida, o un tanto distraída. Inclinó ambas cejas.
—¿Estaba gritando?
—Sí, cuando entré, seguías gritando pero no te movías. ¿Has tenido pesadillas?
Justo en el momento en que le preguntó, fue que Melínoe recordó esa horrorosa escena.
Se sentía aliviada de que se tratara de una pesadilla pero por experiencia propia, esa sensación de pronta tranquilidad era temporal ya que tarde o temprano, sus pesadillas la molestaban con frecuencia.
Desde hace medio año que no sólo perdía el conocimiento por las noches sino que era en cualquier momento, de manera espontánea. Lo más extraño de eso es que tenía pesadillas sobre lo que supuestamente hacía cuando no recordaba. Se había dado a la idea que todo eso era producto de su imaginación. Tener pesadillas sobre cómo torturaba a las personas hasta el punto de matarlas, no podía ser posible.
Ella no podría ser capaz de asesinar a alguien, mucho menos a sangre fría.
¿O sí?
Melínoe entrecerró los ojos por las dudas sobre sí misma que rondaban en su cabeza. Era más sano evitar a toda costa recordar esas amargas ilusiones.
—Supongo que lo fue, a pesar de que no recuerdo nada —mintió. Conociendo a su hermana, se preocuparía por ella y querría saber más detalles. Si lo hacía, Caria nunca le creería—. Mencionaste que venías a ver si ya estaba lista pero, ¿para qué? —prefirió hablar de otra cosa.
Caria lució más relajada y supuso que la distracción de Melínoe se debía a que recién despertaba abruptamente como para recordar con normalidad sobre lo que harían esa tarde.
—Ayer acordamos ir con las ninfas a los campos antes de que nuestro padre regrese.
Melínoe soltó un largo suspiro. Lo había olvidado. Un día antes cuando paseaba por los jardines con Caria, un grupo de ninfas y dríadas se acercaron a ambas con una extenuante emoción en su semblante. No se habían limitado en decirles que no debían faltar al día siguiente; que las verían en los campos. Se reservaron sus razones a tan acatada urgencia y euforia. Aunque Caria se mostró positiva por la invitación, Melínoe no compartía el mismo sentimiento.
Ni siquiera en ese momento.
Quería estar encerrada porque desconocía si podía ser normal mientras estuviera con ellas. Tenía miedo que esas pesadillas sobrepasaran el límite de la ilusión.
—¿Sabes? No tengo muchos ánimos de ir, ¿qué te parece otro día? —Fue una pregunta amable pero con pocas intenciones de que fuera a suceder.
Caria infló las mejillas y negó como si su vida dependiera de ello.
—Es que ya acordamos ir con ellas, no podemos ser descorteces.
Melínoe rodó los ojos y tomó su almohada para acosar la cabeza nuevamente sobre ella.
—Si quieres ir, adelante...pero yo no deseo hacerlo —dijo en voz tenue—. Salúdalas de mi parte —Tomó la sábana y se cubrió la cabeza.
Caria suprimió un suspiro de resignación. No aceptaba que Melínoe no fuera con ella. Tenía que ir y buscaría la manera de convencerla.
Sabía que podría lograrlo.
—Melínoe, sólo será por esta vez. ¡Tienes que venir conmigo! —Agarró la sábana y la haló para dejar a Melínoe a la vista.
La menor hizo gestos de molestia.
—¿Estás loca? Ya te dije que no, ¿para qué insistes?
Ya estaba, había hecho enojar a Melínoe. Caria mordió sus labios y se sentó sobre el borde de la cama.
—Porque te prometí que estaría contigo y quiero que vengas —dijo conteniendo la respiración hasta que sus pulmones reclamaban aire—, por favor.
Melínoe suavizo sus expresiones mientras analizó el repentino cambio de emoción de Caria.
Sabía por qué y era la única cosa en la que estaba segura que sucedió.
Había manipulado a su hermana para que se sintiera culpable por haberse ido de los Elíseos para buscar a Thanatos mientras ella se había golpeado en la cabeza. Desde que Caria había tomado la decisión de quedarse a su lado en vez de ir a buscar a Thanatos de nuevo.
No había roto su palabra.
Caria se volvió más atenta con ella y pasaban más tiempo juntas. Debía aceptar que dentro de lo que recordaba y era consciente, disfrutaba de eso. Sin embargo, cuando veía la tristeza en la mirada de Caria, se sentía culpable pero no se atrevía a decirle que había sido una manipulación de su parte porque ni ella misma sabía exactamente cómo explicarle lo que le pasaba y porque de sólo pensar en eso, sentía esos horribles dolores en la cabeza.
En fin, era una culpa con la que debía vivir.
—Está bien —respondió débilmente. Caria le miró sorprendida—. Sólo deberé alistarme. Dame una hora.
Caria se mostró feliz y salió de la habitación para dejar a Melínoe sola. Una vez afuera, Caria desvaneció su sonrisa del rostro. Suspiró y se recargó en la pared. Ya habían pasado seis meses desde la última vez que vio a Thanatos. Sentía un hueco en el pecho cada vez que se acordaba del hermoso momento que pasó junto a él cuando fue a visitarlo a la Tierra en secreto. No se había despedido de él. A esas alturas, estaba más segura de que Thanatos ni siquiera la recordaba.
Corrección. Ni siquiera recordaba a Alessandra, la mujer por la que se hizo pasar para ocultar su verdadera identidad.
No se arrepentía por haber elegido a su hermana sobre él, pero ojalá que las cosas hubieran sido distintas.
***
Caria y Melínoe se dirigían hacia los campos en una hora perfecta. Los rayos del Sol no se sentían sobre la piel a pesar de ser poco más de medio día. Melínoe observaba como las flores y la hierba se movía en sintonía con el delicado viento. Saber cuánto tiempo se había quedado con la mirada estática en la colorida naturaleza, era imposible. Sonrió muy discretamente. No sabía si era realidad o parte de un apego que ella misma había creado para sentirse mejor pero llegaba a pensar que cuando Perséfone no estaba ni en los Elíseos ni en el Inframundo, la saludaba a través de esos suaves movimientos de la naturaleza. Aún faltaban algunos meses para verla de nuevo.
Melínoe miró de reojo a Caria y la notaba perdida en sus pensamientos. Podría haberle preguntado en qué pensaba pero la respuesta habría sido tan obvia. Tratando de buscar un tema de conversación que no desanimara a su hermana, era algo difícil. Como auxiliar, buscó con la mirada algo que pudiera sacarle provecho para una conversación
Ese era otro rasgo distinto a como era antes del golpe. A veces se mostraba desconfiada e insegura para hablar acerca de algo; no había tenido ese problema.
Frustrada, fijó su vista hacia enfrente y alcanzó a distinguir a algunas ninfas sentadas en la hierba y a otras correr de un lado a otro, sin ninguna preocupación.
Melínoe resopló con eufemismo.
—¿En serio es divertido estar con ellas? —preguntó con notorio escepticismo.
Caria movió la cabeza con moderación, volteando a ver a Melínoe y luego a las ninfas quienes estaban cada vez más cerca.
—Cuando he estado con ellas, sí. Siempre tienen historias que contar y son muy alegres.
De eso no le cabía duda a Melínoe. ¡Qué daría ella por ser tan feliz como las ninfas, por lo menos un día!
Entre más se acercaban, comenzaban a notar que las ninfas rodeaban a alguien más. Melínoe no se esforzó en observar quién era la que se robaba la atención de las ninfas con tanto entusiasmo, en cambio Caria al ser un tanto más alta que su hermana, alzó el mentó y las puntas de los pies. Lástima que ni así pudo solventar la duda.
Felin, una dríada, notó que las hijas de Hades y Perséfone estaban recién llegando y comenzó a avisar a las demás. Poco a poco se fueron separando del círculo que habían formado y descubrieron por fin, quién era la que tenía tan entretenidas a las ninfas y dríadas. Una hermosa joven de baja estatura, cabellos tan cortos y castaños y ojos más oscuros. Lo que más caracterizaba a la joven era su delicado y armonioso rostro. Cuando vio a ambas hermanas, no dudó en acercárseles.
—Me alegra tanto verlas después de mucho tiempo —expresaba la joven con mucha emoción.
Melínoe la observaba pasmada. Si no se equivocaba, la había visto como en dos ocasiones en toda su vida. La primera vez fue cuando era una niña y Perséfone la llevó al Olimpo. Si no supiera quién es, diría que el tiempo no había pasado.
Literalmente, así era para aquella joven.
—¿Hebe? No esperaba verte en estos campos —comentó Caria con alegría. Igualmente la había visto en escasas ocasiones pero aun así, su presencia era muy grata.
Hebe miró a Melínoe sonriente, dejándola más que confundida.
—Decidí pasar por aquí porque las chicas me lo han pedido en cuanto me vieron —respondió—. Sólo que no nos quedaremos por mucho tiempo, habrá que volver a casa.
—¿No nos quedaremos? —repitió Melínoe, tratando de entender la situación.
Las ninfas y dríadas comenzaron a reír limitadamente. Melínoe comenzaba a perder la paciencia por tanto misterio. Puso las manos sobre su cintura y estaba por preguntar qué pasaba ahora, sobre todo porque Caria estaba actuando de la misma manera ahora que se habían reunido con las demás. Lo que evitó que pudiera realizar su pregunta fue que alguien detrás suyo había planeado espantarla; lo había logrado, al menos un poco. Melínoe volteó de inmediato con una mano en el pecho. Cuando vio de quién se trataba, no supo cómo reaccionar. La responsable le resultaba una desconocida. Se esforzó por recordar si la había visto en algún lado, pero eso llevaría más tiempo.
—¿Te espanté? —preguntó con inocencia la joven.
Hebe se acercó a Melínoe y puso una mano sobre su hombro.
—No te has molestado, ¿verdad? —preguntó al verla tan seria.
Melínoe negó y pasó la mirada por cada una de las presentes.
—No estoy molesta...pero sí confundida.
La otra joven de largos cabellos dorados, mostró asombro y cierta vergüenza.
—Lo lamento tanto, fue una imprudencia de mi parte ser tan confiada sin presentarme. Me llamo Harmonía —sonrió.
Tanto Caria como Melínoe estaban impresionadas. Ahora que sabían quién era, Caria analizó a la joven y era más que obvio que el parecido con Afrodita era sorprendente.
¿Cómo no se dio cuenta antes?
La diferencia más destacable era su personalidad. ¿Cómo olvidar el desdén que sufrió por parte de Afrodita en su cumpleaños? No llevaban más de cinco minutos con Harmonía y ya hasta dudaba que fuera su hija.
Melínoe seguía de la misma manera. No recordaba haberla escuchado ni mucho menos haberla visto; no en su sano juicio.
—Está bien, me has tomado por sorpresa —confesó. Harmonía volvió a sonreír.
—De eso se trata el día de hoy —comentó Harmonía.
—¿Por qué...lo dices? —preguntó perspicaz.
Caria intervino al ver que su hermana podía llegar al punto de impacientarse demasiado e irse. Su ceja temblorosa era prueba de ello.
—Melínoe, ¿sabes qué día es hoy?
Melínoe hizo un mohín con la nariz e intentó hacer memoria. Era irónico porque olvidaba más de lo que recordaba. Las fechas no eran excepción. Sacudió ligeramente la cabeza, ocultando su frustración por no saber algo tan mínimo.
—He perdido la noción del tiempo últimamente, ¿qué día es? —intentó ser casual.
Todas sonrieron en cuanto lo preguntó.
—Es tu cumpleaños —dijeron en conjunto.
Melínoe se quedó de piedra.
¿De verdad? ¿Era su cumpleaños?
Era tan poco importante para ella su cumpleaños porque justo ese día, los malestares eran muy fuerte desde antes de llegar la noche.
—Hemos hecho algo para ti —dijo Hebe—. Ourelyn, Agatha y Mimbre me contaron que estaban organizando algo para ti y no dudé en venir...aunque sea un momento antes de que mi esposo regrese —sonrió de oreja a oreja.
Melínoe observó a las ninfas mencionadas y les agradeció con un gentil gesto.
—No tenía idea de que planeaban algo así.
—De hecho, fue idea de la señorita Macaria —respondió Agatha.
Melínoe redondeó los labios y volteó a ver a su hermana. Su mirada era una ruleta de preguntas. Caria se encogió de hombros apenada.
—Sé que no te gusta que celebren tu cumpleaños pero me he tomado el atrevimiento de hacer este día especial para ti —explicó brevemente.
Lo que Caria dijo era lo que Melínoe le hizo creer a todos quienes eran cercanos, pero no era verdad. Uno de sus sueños frustrados había sido celebrar su cumpleaños como lo hacían en los de Caria. Deseaba pasársela bien y disfrutar cada segundo. Con ese mal rondándola, jamás sucedería.
—Yo tengo un obsequio para ti —dijo Harmonía poniéndose frente a Melínoe. Alzó ambos brazos y colocó sobre su cabeza una corona de flores. Melínoe no pudo ver la corona antes de que se la colocara pero la tanteó y jugó con su imaginación. Reparó en la joven—. Se te ve muy bien, me alegro haber recolectado las flores perfectas para ti. Mientras venía con Hebe, me dispuse a hacerla.
Melínoe sintió que los ojos se humedecían más de lo normal; eso era lo más lindo que habían hecho por ella. Ojalá no olvidará eso en un futuro.
—Es...muchas gracias —Melínoe compuso de inmediato. Había perdido el toque con las palabras cuando se trataba de un gesto tan especial.
Momentos más tarde...
Melínoe abrazaba sus rodillas mientras estaba sentada sobre la yerba. Disfrutaba del ambiente que crearon todas, entre risas y anécdotas interesantes que seguramente no encontraría en ningún libro por muy viejo que sea. Comenzaba a entender por qué Caria consideraba tan agradable la compañía de las ninfas. No se cansaban de hablar pero lo más sorprendente era que no solía ser algo que disgustara a los demás. Ni siquiera a ella. Melínoe se sentía relajada y despreocupada, hasta que unas ninfas decidieron que las conversaciones abarcaran un tema más interesante.
—Creo que es momento de hablar de otro tipo de situaciones —dijo Enerit en un tono misterioso y curiosamente divertido. Otras ninfas parecían entenderle muy bien.
—¿Cómo de qué? —preguntó Caria curiosa mientras se acomodaba una corona de flores que había hecho recientemente.
—Hablemos sobre historias de amor —respondió Senay, una joven dríada—. Propongo que todas contemos sobre una propia.
Caria sintió que se le caía encima un balde de agua fría. Melínoe la observó de reojo; la tensión de su hermana podía percibirse a miles de leguas.
Una de ellas alzó la mano.
—Yo opino que comience la señorita Hebe —Agatha señaló dulcemente a Hebe. Todas aceptaron enseguida.
Harmonía le dio leves golpecillos con la mano en el brazo a Hebe. La diosa se puso colorada y fue imposible ocultar lo feliz que se sentía cada vez que le pedían que compartiera su historia de amor con Heracles.
Hebe acomodó las faldas de su vestido y enderezó la espalda. Suspiró mientras observaba hacia arriba.
—No sé qué contar que no haya dicho antes pero...—volvió a suspirar, ésta vez con mayor prolongación—. Cuando vi a Heracles por primera vez...supe que quería conocerlo mejor. Muchos dioses se alejaban de él por juzgarlo por todo lo que había hecho —Hizo una pausa como si se esforzara en no molestarse. Continuó como si nada—. Me enteré que cuando estaba en la Tierra, los humanos le temían por el caos que llevaba detrás de él y por su gran complexión. Los creí ingenuos porque yo jamás sentí rechazo hacia Heracles. Intuía que en el fondo de ese grandísimo hombre, había un corazón de oro que debía ser cuidado por alguien.
Suspiros coordinados se escucharon en descenso pero la emoción aumentaba. Sin embargo, no todas ahí presentes compartían el mismo sentimiento. El semblante de Caria era de completa tristeza al acordarse de Thanatos de nuevo.
Melínoe comenzaba a sentir cierto hastío porque ese tipo de conversaciones por muy lindas que resultaran, no iban con ella. El amor no estaba dentro de sus perspectivas por la imposibilidad de fuese a suceder.
—Pero vuélvenos a contar, ¿quién fue el primero en confesar sus sentimientos? —preguntó Mimbre, acostándose con el pecho sobre el verde suelo.
Hebe puso su mejilla sobre la palma de su mano.
—Fui yo —Su rostro volvió a iluminarse—. No creí que me fuera a corresponder a pesar de que ya estábamos casados pero...mi hombre grandote me sorprendió mucho al regalarme una rosa todos los días.
—¿Todos los días? —preguntó Melínoe por impulso. Estaba nuevamente sorprendida.
—Todos los días —confirmó Hebe con orgullo.
Melínoe infló las mejillas. Le resultaba exagerado que Heracles regalara una rosa diaria a su esposa sin olvidarse en ningún momento de hacerlo. Además, ¿qué no era aburrido? Era egoísta y muy crítica por juzgar un gesto tan románico como ese, pero como nunca le ha pasado y nunca le pasaría, jamás podría comprender a Hebe. Si algo podía asegurar con fiereza era que nunca se emocionaría con detalles así.
—Eres afortunada por tener a un hombre tan romántico como tu esposo —comentó Enerit.
—Y me siento así, no podría tener un mejor hombre a mi lado —respondió Hebe sin duda alguna. Repasó una mirada fugaz en cada presente—. ¿Alguien más quiere contar una anécdota distinta?
Caria apretó las manos y tragó saliva, suplicando que no fuera ella la siguiente en contar una anécdota de amor. Las únicas que tenía eran acerca de Thanatos, correría el riesgo de involucrarlo en nuevos problemas si alguien más se enteraba de lo que sentía por él. Además, no le hacía mucho bien contar ilusiones donde no se mostraba ningún sentimiento por parte de Thanatos que le correspondiera. En vez de alabarla como a Hebe, se podrían burlar de ella. La única historia de amor emocionante que podría contar sería acerca del primer beso que se dieron, sin embargo, había dos enormes problemas; aparentó ser alguien más e igualmente, metería en problemas a Thanatos.
El amor que sentía por Thanatos no sería comprendido por cualquiera.
—¡Señorita Macaria! ¡Señorita Melínoe! —Ambas mencionadas miraron en dirección a quien les hablaba. Se trataba de Emeraude quien corría hacia ellas, levantándose las faldas—. Me disculpo por interrumpirlas pero el señor Hades ha llegado al castillo y desea verlas.
Caria bajó levemente la mirada y volteó a ver a Melínoe. Aunque había dejado de ser tan expresiva, aseguraba que lamentaba tener que retirarse ante la sorpresa que le organizaron. Sabía que Hades había regresado a los Elíseos por una razón y esa era por el cumpleaños de Melínoe. Saludarlo y encerrarse de nuevo en el castillo no era precisamente lo que había deseado para su hermana, así que tuvo una idea. Le hizo una seña a Melínoe y negó con la cabeza.
—Quédate, iré yo con él y le avisaré que estás aquí. Tú sigue disfrutando —sonrió y se levantó.
Melínoe alzó una ceja.
—¿Segura? —preguntó debido a que la relación entre Hades y Caria no era tan estable desde que Hades exilió a Thanatos.
—Por supuesto. Si me lo permite, regresaré con ustedes —concluyó Caria antes de emprender camino de regreso al casillo.
Melínoe apreciaba el gesto que tuvo por ella. Por muy mínimo que pareciera, le alegraba lo que Caria hacía. Observaba cómo se alejaba hasta que escuchó que le hablaban en susurro.
—¿Y tú? —Melínoe se giró ante la corta pregunta. Algo se había perdido que no logró comprender la referencia de Harmonía—. ¿Tú tienes alguna historia de amor qué contar? —Fue más específica al notar la confusión.
—Ah...no, no tengo ninguna —confesó.
Melínoe agradeció que el resto de las ninfas y dríadas estaban tan ocupadas en conversar por sí mismas como para escuchar lo que Harmonía le preguntaba. Las únicas al tanto eran Hebe y Emeraude que decidió quedarse a hacerle compañía.
Harmonía hizo unas risillas inocentes.
—Entonces, significa que pronto habrá alguna.
Melínoe fue bastante obvia con una carcajada sarcástica.
—Si creyera en el amor, por supuesto que lo habría —Sabía que no.
Harmonía borró por instantes su alegría.
—¿No crees en el amor? —preguntó escéptica.
—No. Hay sentimientos y emociones más importantes que el amor...al menos para mí —Se cruzó de brazos.
Hebe esbozó media sonrisa al ver cómo Harmonía se veía asombrada por la confesión de Melínoe.
—Quizás aún no has conocido a alguien de quien te hayas enamorado —añadió Hebe.
Melínoe pestañeó continuamente.
—Eso no cambiaría lo que pienso. Soy muy firme en esa idea.
Sorprendiéndose de nuevo, Melínoe sintió cómo Harmonía ponía ambas manos sobre su hombro. Se inclinó en sentido contrario por el contacto y miró fijamente a la joven. Ella había recobrado su semblante armonioso.
—Puedo sentir que tu alma tu corazón desean estar en paz —afirmó sin titubeos—. Como hija de Afrodita y diosa de la armonía, sé que esa tranquilidad la encontrarás en el amor.
Melínoe no mostró expresión alguna cuando Harmonía se atrevía a asegurar algo así. No sabía si se trataba de su imaginación pero sintió una calidez reconfortante en el corazón, quizás hayan sido sus palabras o su sola presencia. No obstante, sus palabras eran sólo expresiones irreales. Lo que la afectaba no era algo simple y poco importante. Era desconocido pero más fuerte que ella, capaz de llevarla a la miseria por propia satisfacción. Pensar siquiera que el amor podría ser capaz de liberarla de esa tortura, era una locura.
—Agradezco lo que me dices, pero sé que eso no sucederá —suspiró—. Nadie podría enamorarse de mí porque no soy lo que parezco...y yo no me lo merezco —confesó, sorprendiéndose de la confianza que le brindaba a Harmonía en tan poco tiempo.
Emeraude las observaba mientras hablaban.
Harmonía volvió a permanecer estática hasta que lentamente fue apartando las manos de su hombro. Pareció que se estaba pensando muy bien lo que iba a decir o quizás se había acordado de algo en esa pausa.
—¿Conoces a mis hermanos, Fobos y Deimos? —Melínoe jamás se esperó aquella pregunta.
Soltó una risa ingenua. Todas las demás en cuando escucharon esos dos nombres, se giraron atentas, esperando una respuesta de la diosa.
—Sí...los he visto varias veces. Llegué a cruzar unas cuantas palabras con ambos —mintió y hasta llegó a sentir vergüenza por lo que decía. Había mentido porque no quería que la siguieran calificando de ignorante. Ojalá le creyeran—. ¿Por qué?
Harmonía ensanchó su sonrisa y se puso de pie, dirigiéndose a Hebe.
—Creo que debo irme, mi madre podría preocuparse al no verme en el Olimpo.
Hebe asintió como si tuviera un tic en el cuello y se levantó de un solo movimiento.
—Eso será lo mejor, nadie quiere ver a tu madre preocupada y enojada —rio algo nerviosa. Se dirigió a Melínoe quien se había quedado esperando la respuesta a su pregunta—. Espero que el resto del día, sea grandioso para ti —sonrió con sinceridad.
Melínoe asintió agradeciéndole el gesto cordial. Vio a Harmonía nuevamente quien sonreía feliz pero de una manera muy misteriosa.
—Fue un gusto conocerte formalmente...sé que algún día, volveremos a cruzarnos —Se despidió y caminó junto a Hebe.
Melínoe hizo un mohín. Si su intuición no se equivocaba, juraría que esa fue una despedida extraña. Había cambiado de tema de un momento a otro y sin ningún fundamento que ella pudiera comprender.
Hebe y Harmonía desaparecieron.
Se creó un breve silencio antes de escuchar una seria de suspiros en cada una de las chicas.
—Todos los hijos de Afrodita son tan atractivos —comentó Mimbre, embelesada.
—Cada uno tiene lo suyo...especialmente Fobos y Deimos —añadía Anelisse.
Melínoe arrugó exageradamente la frente.
—Tengo el presentimiento de que el día de hoy, esos dioses se robarán la atención —mencionó indiferente.
Las chicas se detuvieron un momento. Su semblante fue curioso, como si no se esperaran un comentario tan vacío.
—¿Usted no sintió nada cuando habló con ellos? —La pregunta fue escéptica.
Melínoe por poco y revela su mentira.
—No, no sentí nada. ¿Debería haber sentido algo?
Las miradas llenas de complicidad fueron parte del ambiente. Emeraude era la única que sabía que Melínoe estaba mintiendo por la confianza que se tenían desde hace años y porque era consciente de lo que le ocurría a Melínoe, al menos lo que ella le había contado.
—¿Ni un poco? Es decir...¿Ni siquiera te gustaron?
Melínoe sintió tensión con todos esos pares de ojos sobre ella. Por alguna razón que desconocía, las ninfas y dríadas quedaban cada vez más confundidas con una respuesta tan negativa como la que estaba dándoles.
¿Por qué se comportaban así?
Es cierto que Melínoe no tenía ni una idea de cómo eran los hijos de Afrodita pero le resultaba genéricas e irreales sus reacciones.
¿Qué hubiera pasado si los hubiese conocido y no le gustaban? ¿Ella estaría equivocada?
Era ridículo.
Sin embargo y por mucho que quisiera dejar de lado ese asunto, sintió una punzante curiosidad que probablemente, no podría aclarar en otra ocasión.
—Bueno, son atractivos sí pero no me han causado nada más. No creo que eso sea grave —Había hablado al tanteo. Creyó que su respuesta que les daba la razón, despejaría aquellas expresiones de sorpresa.
Qué equivocada estaba.
Ahora las chicas estaban boquiabiertas.
Emeraude notaba el desequilibrio en la conversación.
—Señorita Melínoe, no sea tan modesta. Usted me dijo que no había visto hombres más atractivos que ellos en toda su vida.
Melínoe reparó en Emeraude debido a esa intervención. Parecía que le preguntaba con la mirada a qué se refería. Lo que dijo Emeraude, calmó las cosas entre las demás.
—Tenía qué ser eso, comenzaba a quedarme sin explicaciones —comentó Tabitha.
La joven diosa comenzaba a fastidiarse por tanto misterio a su alrededor.
—¿Están enamoradas de él? —Fue directa ante su impaciencia.
—Oh no...eso nunca pasaría —respondió Tabitha y las demás concordaron con ella.
Melínoe se cruzó de brazos, tratando de atar cabos sueltos en relación con su análisis e información.
—¿Sólo sienten atracción y ya?
—Deseo, sobre todo —recalcó Mimbre.
—Pero tú sientes eso, ¿no? —Quiso saberlo Enerit con gestos perspicaces.
La diosa comprimió un resoplo de fastidio pero no pudo evitar rodar los ojos.
<<Ni lo sentiré, hay muchos otros hombres en el Universo. No sé por qué se obsesionan con ellos>>, pensó duramente.
—Sí, también lo siento —No puso emoción en su mentira—, pero sólo están hablando de su físico. ¿Es que no les atrae la personalidad?
Melínoe habló con respecto a su propio deseo. Su cuerpo marcado por cicatrices sería lo menos que pudieran admirar, así que para ella, el físico no era importante ni mucho mejor que la personalidad.
—Su personalidad es horrible. No se puede confiar en ninguno —Enerit levantó los hombros.
—No es que los juzguemos pero es lo que todos dicen. Nosotras los hemos visto algunas veces hace tiempo y su presencia es imponente —explicaba Mimbre—. Transmiten miedo a pesar de su sorprendente apariencia.
Por lo que percibía, ambos hermanos eran considerados arrogantes. Estaban seguros de la capacidad de sus poderes y los utilizaban de escudo y armas. Sea cuales sean.
Vaya sujetos.
—A veces las apariencias engañan y no necesariamente significa que sean dioses horribles.
<<Yo lo sería también>>, Melínoe pensó cohibida.
—¿No les temes? —Esa pregunta causó una gracia sarcástica en Melínoe.
Si tan sólo supieran a quien le tenía realmente miedo.
—¿Temerles? ¿Por qué habría de hacerlo?
—Porque son dioses con los que prefieren estar de aliados —respondió Anelisse de inmediato—. Fobos es dios del miedo y el horror mientras que Deimos lo es del terror o el pánico. Su mayor pasatiempo es cultivar el miedo en los demás.
Esas últimas palabras lograron que Melínoe abandonara esa actitud recia y disgustada.
—¿Cultivan el miedo? ¿De quién sea?
—De quien se encuentre vulnerable —recalcó Tabitha—. Asimismo son capaces de eliminarlo pero no es una cualidad que gustan llevar a cabo.
—Según algunos rumores, Fobos es quien puede eliminar el miedo. A pesar de ser muy unido con Deimos, todos sabemos que quien toma las decisiones es Fobos. Es muy raro que se les vea porque siempre andan en guerras junto a Ares y Enio, pero eso no quita que les teman.
Era difícil explicar lo que Melínoe sintió en el momento en que supo que Fobos y Deimos representaban el miedo, el horror y el pánico; justo lo que ella detestaba. Ahora que lo pensaba, nunca se interesó por saber acerca de los dioses de éstas personificaciones. Con todo eso y con la mención física que dictaron las ninfas, podía darse una idea de lo mucho que impactaban sus físicos y sus personalidades en los demás.
Melínoe volteó a ver a Emeraude. Confiaba en ella plenamente.
—¿Es cierto lo que dicen?
Emeraude suspiró despacio.
—No son rumores, es cierto. Fobos es el dios que controla el miedo, desde su inicio hasta su término. No importa cuál sea —enderezó la espalda y humedeció sus labios con la lengua—. Fobos es terrible, cruel y sádico, nadie desea estar cerca de él ni de nadie...a menos que él lo desee.
Melínoe tenía el corazón acelerado por la impresión que obtuvo acerca de Fobos. Con todos esos datos, podía imaginarse más o menos cómo era, cubriendo todo lo que fuera posible.
Sin embargo, tenía una extraña sensación que no alcanzaba a diferenciar en relación con el miedo que ella sentía de sí misma. De ese tormento que no la dejaba en paz.
¿Fobos o Deimos tendrían algo qué ver?
O tal vez...
¿Fobos podría ser quien pare con su sufrimiento?
Sea cual sea la razón, Melínoe tenía algo en claro que se cimentó de seguridad en los últimos segundos...
—Tengo que conocerlo...—susurró, ignorando que había sido escuchada por algunas ninfas.
***
Olimpo
Hebe y Harmonía aparecieron frente al templo de Afrodita. Al tocar el suelo con sus pies, Harmonía comenzó a avanzar hacia donde posiblemente se encontraría su madre.
Hebe observó a la joven y cruzó los brazos. Su rostro expresaba curiosidad.
—¿Qué tramas? —preguntó directa, antes de que se alejara más.
Harmonía se giró a ver a Hebe con inocencia.
—Nada, ¿por qué?
—Porque te conozco lo suficiente y sé que encontraste una razón para decirle todo eso a Melínoe. A decir verdad, la has dejado más confundida que mi padre cuando quiere acordarse de sus hijos —Hizo una referencia que le causó gracia. Incluso a Harmonía—. ¿Por qué le has preguntado si conoce a tus hermanos?
Harmonía se encogió de hombros de una manera tan adorable.
—Porque cuando ella hablaba, me hizo recordar a Fobos. Utilizó casi las mismas palabras y se refirió a sí misma de igual manera en que él lo hace.
Hebe se enterneció con la insinuación y relación que Harmonía especulaba, pero no compartía la misma alegría.
—Sé lo que estás pensando pero ambas sabemos que eso no es posible. Nadie puede enamorarse ni de Fobos ni de Deimos. Lo más cercano al amor que pueden sentir por ellos, es deseo y no es sincero porque ellos mismos lo provocan.
Todo lo que Hebe dijo era verdad y a Harmonía le dolía recordarlo. Se entristecía por sus hermanos porque a pesar de esa personalidad y apariencia dominante y fría, ellos querían algo más. La maldición de sus hermanos podría sonar insignificante y lo sería si ellos no pudieran enamorarse. Eso habría sido lo mejor dentro de lo que cabía. Sin embargo, si fuera así, no se le podría llamar maldición.
—Aun así, me gustaría que se conocieran.
***
El asunto de Fobos y Deimos parecía que ya se había dejado de lado y retomaban otras conversaciones más alegres.
Melínoe no se mezcló entre ellas; estaba repasando una y otra vez lo que recientemente se había enterado. Reaccionando un poco a la realidad, recordó que pronto sería hora de regresar al castillo. Se sentía afortunada por no sentirse mal durante todo ese rato, sin embargo, no iba a arriesgarse.
Las ninfas presentes observaban que Melínoe y Emeraude se estaban levantando.
—¿Ya se va, señorita Melínoe? —preguntó Enerit.
—Debo irme, seguramente mi padre está esperándome —respondió. No se esperaba que le insistieran a quedarse.
—Aún no se vaya —decía suplicante Agatha—. Falta que realicemos un último juego y es muy interesante. Vamos a mandar cartas.
Melínoe alzó la ceja sin siquiera disimular. Al principio llegó a sentirse atraída por un juego más, hasta que reveló de qué se trataba.
—¿Mandar cartas? No entiendo que tiene de interesante —Melínoe dejó ver su desacuerdo.
Por alguna razón que no comprendió y hasta ignoró, Emeraude se puso tensa e hizo gestos de inconformidad a las ninfas que ni siquiera se cohibieron con su propuesta.
—Puedes enviarle la carta al dios que quieras y con lo que quieras. Lo que lo hace gracioso es que es anónima —explicó amablemente Tabitha pero ni así logró disuadir el hastío de Melínoe.
—Son bromas o confesiones, los dioses nunca sabrán de quién se trata. Hace algunos años, Mimbre le envió una carta anónima a Zeus. Al día siguiente, Zeus parecía que había bebido adrenalina cuando se dispuso a buscar a la doncella de perteneciente carta...claro, todo fue a escondidas de Hera —explicó Agatha antes de soltar unas risillas—. Todo era una broma.
Nadie en ese lugar se sorprendió por cómo reaccionó Zeus.
—O también lo utilizamos para confesar lo que sentimos —suspiró Anelisse—. Hay dioses que nos han robado el corazón pero no nos atrevemos a confesarnos...o es algo imposible.
Ahí iban de nuevo con esas desatadas emociones que Melínoe no compartía.
—Entonces, deberían aprovechar para enviarle una carta a Fobos y a Deimos. Tienen derecho a saber que tienen un grupo de admiradoras en los Elíseos —bromeó.
—No nos atreveríamos a tanto. Como te dijo Anelisse, son dioses a quienes se prefiere tener de aliados. Si les enviamos cartas, no sabemos cómo reaccionarían —dijo Mimbre.
Melínoe podía apenas percibir que lo que tenían era miedo pero fascinación al mismo tiempo; una mezcla de emociones inusual pero extravagante.
—Dudo que les hagan algo por atreverse a enviarles una carta —dijo Melínoe con incredulidad.
Las ninfas se miraron entre sí y le acercaron un trozo de papiro y tinta.
—Como hoy es su cumpleaños y como usted es una diosa valiente, tiene el honor de enviarle una carta —dijo Tabitha.
—¿Yo? —Puso su mano encima del pecho—. Pero yo no quiero mandar ninguna carta. NI siquiera sabría qué decir.
—Lo que nosotras no nos atrevemos a hacer —propuso Anelisse—. La carta podría ser dirigida a Fobos, de alguna manera he notado que ha sido él quien captó tu atención —Le guiñó el ojo.
Melínoe alzó las cejas, ¿había demostrado eso? Si fue así, no tenía nada que ver con que se sintiera atraída como se los hizo saber a las ninfas sino porque era el único posible que la ayudara.
—¿Y con quién envían esas cartas? Dudo que Hermes se involucre en este tipo de juegos —dijo Melínoe con cierta sorna.
—En realidad, Hermes es quien entrega las cartas y es muy profesional. Jamás revela la identidad del remitente si le dices que es anónimo. Por eso Zeus nunca se enteró que Mimbre había sido la que le envío una broma —explicó Agatha.
Era increíble. Ese juego parecía ser realizado con mucha regularidad en las ninfas como para tener todos los detalles en cuenta. Habría preguntado de nuevo por qué entonces ellas no le enviaban una carta a esos dioses pero ya habían sido claras al respecto; le temían.
Por otro lado, Melínoe se lo pensó dos veces.
¿Y si sí le enviaba una carta?
En ella podría explicarle acerca de lo que le sucede y en seguida le solicitaría de su ayuda o, como mínimo, que le dijera qué es lo que le ocurre. Qué es lo que la ataca todo el tiempo.
Ese era ahora su interés, aunque corriera el riesgo de que Fobos no fuera discreto y todos terminaran enterándose de lo que le sucedía pero si con eso podría dejar de escuchar esa voz en su cabeza que se apropiaba de ella cuando quería, no le importaría.
—Está bien, supongo que no se enfadará —dijo Melínoe mientras enrollaba su largo cabello rizado y lo dejaba caer al frente de uno de sus hombros.
—Confiamos en ti y en que lograrás captar la atención de Fobos —dijo Tabitha.
Melínoe puso el papiro encima de uno de sus muslos. Tomó la pluma y la enjugó de tinta antes de ponerlo encima del papiro. Con un brote de inspiración, supo que era lo que debía expresarle a Fobos y qué no pero fue interrumpida porque las ninfas se acercaron mucho a ella, asomando las cabezas por encima del papiro para ver qué era lo que escribía. Sintiéndose incómoda, reparó en cada una con su mirada neutral.
—¿Qué sucede? —demandó saber.
—Queremos saber cómo escribe su confesión —Anelisse fue la primera en responder.
Melínoe se detuvo. Con la emoción que sintió por querer saber lo que le ocurría, pasó por alto que la curiosidad de las ninfas era aún mayor y que su mencionado juego seguramente poseía la regla en que debían conocer cada palabra de la carta. Era anónima para el destinatario pero nunca mencionaron que también lo serían para ellas.
Para las ninfas, la carta era de confesión acerca de su atracción por él; más subjetivo que objetivo, cuando en realidad, era de petición por ayuda. No se sentía confiada con las ninfas, así que sería imposible escribir esa carta, íntima, seria e importante frente de ellas.
Poco a poco, veía su oportunidad desaparecer. Ellas eran las únicas que sabían el proceso para enviar cartas de manera tan anónima y secreta, lo que a Melínoe le convenía.
Melínoe pensó rápidamente en alguna solución discreta para contactar con Fobos acerca de su asunto personal y al mismo tiempo, seguir alimentando ese entusiasmo de las ninfas.
—¿Cuándo viene Hermes por las cartas? —preguntó Melínoe.
—Mañana viene a los Elíseos por la mañana y por la tarde, va al Inframundo—respondió Emeraude, evitando intervenir en la decisión de Melínoe.
La diosa suspiró largamente.
—Bien, supongo que habrá que escribirla cuanto antes —trató de fingir alegría.
Melínoe trató de ponerse en el lugar de una mujer enamorada o sumamente atraída por alguien.
Era muy complicado, más que hacer un ensayo intensivo de Hypnos el mismo día que había aprendido de los tema, esperando que así recordara algo al día siguiente.
Obviamente, no funcionó. Con la carta, las palabras no surgían. Intentó utilizar algunas que aprendió en el libro que Hypnos le dio pero no podía enlazarlas con el mismo sentimiento ni con situaciones fundamentadas. No obstante, las ninfas propusieron frases e ideas que fueron despertando la imaginación de Melínoe. Encontró la solución para poder escribir sin titubeos a pesar de ser apática con el romance; debía enfocarse en lo que se había convencido que nunca tendría y que había esperado muy en el fondo de su ser.
¿Qué palabras diría si llegara a enamorarse?
Resolviendo esa pregunta por medio de su imaginación, logró escribir la carta con fluidez. Dobló el pergamino perfectamente y ante las miradas entusiasmadas.
—Yo creo que la carta será perfecta —dijo Anelisse.
—Ya quiero saber su expresión cuando la lea —Agatha era la más emocionada.
Melínoe se guardó su comentario porque lo que había escrito no iba a ser enviado a Fobos de ninguna manera, sólo que ellas no lo sabrían.
—Mañana le daré la carta a Hermes —Se levantó del suelo y Emeraude le siguió—. Espero que Fobos pueda leer la carta.
—Nosotras también lo esperamos. Por cierto, le tenemos un último regalo —decía Mimbre, sacando una botellita de vidrio con un líquido ligeramente anaranjado en su interior—. Es un perfume que deseamos que lo conserve. Entre todas ayudamos a crearlo.
—Hace tiempo, Eros nos visitó y nos dio algunas recomendaciones para perfumes —añadió Agatha.
Melínoe recibió la botellita y desprendió la tapa para oler el contenido. Era un aroma suave, cítrico y que te erizaba la piel. Le gustaba.
—Gracias por el obsequio, lo conservaré —dijo limitando su felicidad. En esa ocasión, era sincera.
Minutos más tarde.
Melínoe y Emeraude regresaron al castillo de los Elíseos, dirigiéndose directamente a la sala de descanso. Como si hubiera sido predestinado, Hades se encontraba ahí esperándola. Cuando la vio llegar, se levantó del sofá y fue a abrazarla.
—Sé que estabas ocupada y no he querido molestarte. He venido a verte por tu cumpleaños —Le dijo Hades con su peculiar sonrisa.
Melínoe valoraba que se acordaran de ella. Sin embargo, a veces sentía que era un tanto forzado; por compromiso.
—Gracias, no me esperaba ninguna sorpresa por parte de nadie. Pensé que llegarías más tarde —decía con tranquilidad.
—Tuve la oportunidad de llegar un poco antes. Debo regresar al Inframundo —Melínoe apagó su sonrisa; era cuestión de tiempo—. Vine a decirte que mañana vendrás conmigo.
Melínoe hizo algunos gestos y miró fijamente a su padre.
—¿Iré al Inframundo?
—No, te llevaré a la Tierra.
La boca de Melínoe casi caía al suelo, en sentido figurado. Al no ser algo que sucedió en el pasado, no podía creerse. Se sentía insegura.
—¿Por qué iremos a la Tierra?
Hades esbozo media sonrisa.
—Es una sorpresa de cumpleaños. Mañana vendré por ti y nos iremos —Al mencionarse sólo a ellos dos, significaba que Caria permanecería en los Elíseos.
Melínoe sospechaba que esa decisión de su padre era por prevención para que a su hermana no se le ocurriera escapar e ir a buscar a Thanatos.
Caria debía sentirse muy mal.
—Gracias, papá. Estaré lista para mañana.
—Nos iremos recién salga el Sol. Macaria se quedará aquí junto con Ralen —Melínoe ya lo suponía—. Ahora me voy, debes descansar —Le besó la frente y siguió su camino.
Melínoe suspiró en silencio y siguió avanzando hasta su habitación. Una vez dentro, dejó la carta que había hecho sobre el tocador y buscó cualquier pliego donde pudiera escribir. En su búsqueda, terminó tirando algunas cosas tanto intencionalmente como por descuido. El perfume que las ninfas le regalaron, se cayó y goteó por la extensión plana; fue lo único que recogió pero no limpió. Hasta la carta que escribió se había alcanzado a impregnar de ese delicioso aroma. Con respecto a lo demás, ya se encargaría de recogerlas cuando terminara con su objetivo. Después de varios minutos buscando, logró encontrar un pergamino. Lo puso sobre el espacio limpio del tocador, haciendo a un lado los objetos que le estorbaban. Sólo le faltaba encontrar el tintero. Intentó hacer memoria sobre donde lo había dejado. Chasqueó los dedos y fue directamente hacia el ropero de roble. Todas las faldas de los vestidos que estaban colgados impedían ver a simple vista lo que había detrás. Con sus manos, pasó de vestido en vestido para encontrar el tintero. Llegó hasta un vestido perlado con bordados oscuros, era de los pocos que le gustaban por ser de mangas largas y holgadas. Sus ojos azules se deslizaron hacia abajo. Sintió como si las fuerzas le fueran arrebatadas por puntiagudos escalofríos en todo su cuerpo. El temor que sintió fue asfixiante. Sus manos no tardaron en temblar. Se agachó y tomó con la punta de los dedos la falda. En ella había una gran mancha de sangre, esparcida en un mismo punto y en forma parecida a un triángulo.
¿Cuándo ocurrió eso?
Ese temor que sentía fue incrementándose cuando pareció que la pesadilla que tuvo se esparcía a todo su alrededor. Volvió a verse a sí misma en el suelo sin vida pero también, una copia idéntica estaba de pie limpiando la daga con su vestido.
Ese vestido era el mismo que ahora estaba en su ropero.
Melínoe perdió la fuerza de sus piernas.
—Esto no puede estar pasando...no...—Se decía a sí misma con voz quebrada. Iba perdiendo la respiración.
Melínoe se levantó y fue por la daga, observándola con odio. Agarró el vestido manchado, lo elevó con una mano y con la otra lo perforó con la daga. Puso toda su rabia y dolor en cada rasgadura hasta destruir el vestido por completo. Dejó caer los hilachos delante de sus pies.
—No voy a dejar que hagas conmigo lo que quieras. Buscaré la forma de impedirlo...—decía en voz baja, sabiendo que aquella voz podía escucharla.
Al día siguiente.
Melínoe terminaba de alistarse para antes de que llegara Hades. Emeraude entró a la habitación al recibir la autorización de Melínoe. La observó con discreción; su rostro reflejaba agotamiento excesivo.
—¿Deseaba verme, señorita?
—Así es —Melínoe alzó la mirada—. Voy a ir con mi padre a la Tierra en unos cuantos minutos. Ayer dijiste que Hermes viene a los Elíseos, quisiera que le dieras una carta —Emeraude hizo la mirada de lado—. ¿Hay algún problema?
—Señorita, no debe hacerle mucho caso a las ninfas. Ellas no son muy cuidadosas y ahora la han envuelto en sus juegos. Sé que usted hizo esa carta con total falsedad...Fobos es un hombre impredecible, ¿qué ocurrirá si su carta lo ofende?
—Entiendo tu punto, Emeraude...pero es que esa no es la carta que quiero que envíes.
Emeraude no comprendía del todo.
—¿Ha hecho una nueva?
Melínoe fue asintiendo. Caminó hacia ella y le entregó el vestido destruido a Emeraude.
—También quisiera que quemaras esto, o sólo desaparécelo.
Emeraude observó con mucho detenimiento los pedazos de vestido. Lo reconocía.
—Lo haré, no se preocupe —Emeraude quería saber por qué el vestido había terminado así pero sería mejor enterarse por cuenta de Melínoe.
Tabitha tocó la puerta y asomó la cabeza cuando Melínoe indicó que entrara.
—Señorita, el señor Hades la espera en recepción.
Melínoe resopló asintiendo.
—Debo marcharme, volveré por la tarde —Se ató la capa por el cuello y repartió una última mirada a Emeraude—. No olvides darle la carta a Hermes.
Melínoe sonrió levemente y caminó hacia la recepción al mismo tiempo que Emeraude y Tabitha salían de la habitación. La ninfa miró curiosa las roturas sobre las manos de Emeraude. Ella la vio por el rabillo del ojo.
—Iré a tirar esto —dijo Emeraude, marchándose con algo de prisa.
Tabitha la observó alejarse antes de que lo hiciera también. Con ayuda de un matacandela, fue apagando las velas de los candelabros de todo el castillo. Ahora estaba en ese largo corredor y le faltaba más de la mitad.
—¡Tabitha! —exclamó Anelisse. La ninfa volteó confundida—. Qué bueno que te veo por aquí, ¿podrías preguntarle a la señorita Melínoe si desea enviar la carta que hizo? Hermes está en recepción.
Tabitha parpadeó continuamente.
—Vine a avisarle que el señor Hades la estaba esperando para partir, fue hacia la recepción.
Anelisse puso semblante de agobio.
—Entonces ya se fueron porque Hermes está ahí mismo. ¿A ti no te dijo nada sobre la carta?
—No pero...—Tabitha volteó hacia el otro lado del pasillo, esperando a que Emeraude apareciera.
—¿Pero qué? Sabes que Hermes lleva mucha prisa. ¿Se va a enviar o no?
Tabitha fue testigo del pedido que le hizo a Emeraude, pero en vista de que la doncella no estaba y Hermes podría irse en cualquier momento, tomó la iniciativa.
—Se lo ha pedido a Emeraude pero creo que yo podré dártela —Tabitha entró a la habitación de Melínoe y comenzó a buscar la carta por las superficies más prácticas.
En uno de los cajones del tocador, vio un pergamino enrrollado, igual al que había hecho el día anterior.
—Ya la tengo —dijo Anelisse.
Tabitha se giró con el ceño fruncido. Al ver a la ninfa, la vio con un pergamino exactamente igual al que tenía en su mano. Ambas chicas se quedaron mirando los rollos con extrema confusión.
—¿Dónde lo has encontrado?
—En esta encimera —respondió señalando la pequeña mesilla cerca de la cama.
—Pensé que era este...¿o sí lo es? —Se llevó la mano a la cabeza.
Para empeorarlo, ambas iban dirigidas a Fobos.
Anelisse alzó los hombros.
—Lo más factible sería leer ambas pero eso sería impropio. ¿No le dijo a Emeraude cuál era?
—No, no dijo nada de eso.
—¡Señoritas! —Ambas chicas se estremecieron al escuchar la voz de Hermes en el pasillo. Salieron enseguida de la habitación y vieron al dios con ambos brazos cruzados. Vieron como Hermes alzaba y bajaba la plana de su pie, claramente con impaciencia—. Una disculpa por apresurarlas pero tengo muchos mensajes por entregar. ¿Tienen algo para que me lleve?
Ambas se miraron sin saber qué hacer ni qué decir. Cada una tenía entre sus manos el rollo de pergamino.
—Sí pero lo que sucede es que no sabemos cuál de éstas dos cartas es la correcta —dijo brevemente Anelisse.
—No nos dieron una especificación y no sabemos cuál...
Hermes le quitó a cada una la carta y la guardó dentro de su bolsillo de piel.
—Si ambas existen, ha sido porque ambas deben ser enviadas —sonrió enormemente—. Me retiro, nos vemos hasta la próxima.
Desapareció.
Tabittha y Anelisse quedaron conmocionadas por lo que acaba de suceder. Se miraron entre sí, con nervios.
—¿Crees que esto ocasione problemas? —preguntó Tabitha.
—Ojalá no...pero como dijo Hermes, si existen dos cartas es porque debían ser enviadas.
<<Ojalá>>, pensó enseguida.
—Quizás y quiso extender más su confesión hacia Fobos, sino no me explico qué más podría decirle —intentó ser optimista.
—Tienes razón. Ambas eran para él, así que no hay de qué preocuparse —Le dio unas palmadas en el hombro—. Ya quiero saber si Fobos le responde.
***
Hermes iba camino al Olimpo, volando con ayuda de sus zapatillas aladas. Pisó apenas las orillas del suelo con un equilibrio perfecto. Daba la sensación de que podría caer. Sacó una carta dirigida hacia Zeus.
—Otra más —dijo Hermes con aburrimiento.
Zeus era quien más cartas recibía. Ya estaba más que acostumbrado. Sacó otra carta y leyó que era para Fobos. Ahí sí alzó las cejas con sorpresa.
¿Fobos recibiendo cartas? Sólo había una explicación, era una broma y sabía que era por parte de las ninfas de los Elíseos porque ellas nunca ponían remitente.
Otro anonimato.
Ojalá y Fobos no lo quisiera matar por no rebelarle quién se la había mandado. Era consciente que él exigiría saberlo en el momento en que llegara a su tienda de campaña.
Iba a sacar otra carta cuando fue sorprendido por Eros a tal punto que en verdad se espantó. Se fue de espaldas hacia el vacío. Eros se asomó por el borde; lucía algo preocupado.
—Esta vez me he pasado —Se llevó la mano a la cabeza—. ¡Resiste, Hermes! ¡Voy por una cuerda! —gritó poniendo su mano por encima de su boca para mayor potencia de voz.
Hermes apareció volando detrás de Eros; no lucía contento.
—¿Una cuerda? ¿Pensabas ayudarme con una cuerda? —cuestionó indignado.
Eros se giró y volvió a reír.
—Sí, una cuerda pero iba a ser especial porque la conseguiría personalizada. No es fácil encontrar una con tantos metros de longitud.
—Muy gracioso —Fue irónico—. Tienes suerte que tenga prisa por entregar los mensajes como para ponerme a discutir contigo.
Eros vio los pergaminos en las manos de Hermes y alcanzó a leer el nombre de su hermano. Su interés se elevó increíblemente.
—¿Fobos ha recibido una carta? —No fue discreto.
Hermes miró el pergamino sin girarlo y vio que el nombre estaba al descubierto.
—Sí, debo ir con él para entregarlo.
—¿Qué chica se la envía? —Fue perspicaz.
—Es una cara anónima. ¿Qué te hace pensar que es mujer?
Eros puso sus manos en la cintura y pasó un dedo por la punta de su nariz; estaba siendo arrogante pero con su propio humor.
—Porque al igual que tú, soy experto en cartas de amor...no es cierto, yo soy el experto, a ti te falta mucho por entender de caligrafía —explicaba después de algunas risas—. Esa letra cursiva es hermosa y perfecta, lo que indica que tenía interés en lo que escribió y sobretodo en el destinatario. Los hombres no realizan trazos tan delicados. Está envuelto con hilo, un método utilizado por enamoradas para darle más detalle visual. Y...la mejor prueba de que lo que afirmo es cierto, es que le han rociado perfume de naranja y rosas. Eso querido amigo, sólo significa algo —Alzó las cejas con complicidad, esperando que Hermes adivinada a lo que se refería.
Hermes estaba incrédulo, al menos por un rato.
—Con tantos detalles así, pareces un acosador compulsivo.
—Se llama experiencia...experiencia —repitió y recalcó aún más.
—Como sea, yo debo llevarle esto a Fobos y espero regresar al Olimpo ileso —Hermes no tenía mucho entusiasmo por entregar esa carta.
Eros lo sabía.
—Si quieres se la llevo yo. Quiero visitarlo.
Hermes arrugó la frente.
—¿Y arriesgarme a que quieras leerla? No, prefiero que Fobos me despelleje por no decirle quién la ha enviado a que tú cometas sacrilegio.
—¿Yo? ¿Cometer sacrilegio? —cuestionó muy ofendido—. ¿Me tomas por un chismoso?
—Sí, efectivamente —dijo sin disfrazar las palabras.
Eros podía seguir dramatizando todo lo que quisiera pero le urgía observar la reacción de Fobos al leer esa carta. Es más, su curiosidad era más grande por saber el contenido de la misma.
—Prometo que no leeré nada. Además, Fobos no se atrevería a hacerme nada. Tengo el respaldo de mi madre.
Hermes reconsideró la propuesta de Eros. Realmente no tenía ánimos de enregar esa carta ni de tener problemas con dioses peligrosos.
—Está bien, pero no la leas y si pregunta, dile que es anónima. No sé quién la envía y no diré de dónde. ¿De acuerdo? —Hermes le entregó el pergamino con algo de duda.
—Confía en mí. No hará preguntas —sonrió muy confiado y desapareció.
Hermes resopló y revisó su maleta, se dio cuenta que la tenía abierta, sin embargo no le prestó mucha importancia.
Ojalá lo hubiera hecho porque así habría tenido tiempo de recuperar la carta que se había caído cuando fue asustado por Eros.
***
Siwa, Egipto.
Fobos dormía sobre su lecho a pesar de que el Sol ya había salido desde hace casi una hora. Ni él ni muchos de sus guerreros iban a levantarse tan fácilmente después de la reunión de anoche donde todos bebieron como si no hubiera un mañana. En caso de Fobos, Deimos y Enio, habían bebido las reservas del vino de Dionisio que guardaron por casi cuatro meses. Celebraron el triunfo de una guerra contra el ejército de Montu, el dios egipcio solar y de la guerra. Lo habían persuadido durante mucho tiempo y al fin, cumplieron uno de los objetivos de Ares. Él no había celebrado con ellos porque Zeus y Hera requerían de su presencia en el Olimpo en cuanto se enteraron de los resultados de la guerra.
Enio estaba levantándose con un disparado dolor de cabeza. Salió de su tienda y cubrió sus ojos por los rayos del Sol que le lastimaron sin piedad. Se giró para que el Sol no la agrediera y fue apartando sus manos de su cara. La cabeza le daba vueltas y creyó que estaba alucinando cuando vio a Eros frente a ella.
—¡Tía! ¡Pero qué bien te ves! —exclamó feliz.
Enio se cubrió sus oídos.
—Por favor, cállate...me vas a reventar los oídos.
Eros cerró la boca de golpe. La mirada moribunda de Enio lo decía todo.
—Creo que he llegado en un mal momento...pero tenía qué hacerlo —Se encogió de hombros. Susurró de la manera más suave y entendible que pudo para no enfadar a Enio.
—¿Qué haces aquí? —preguntó Enio pero no lo dejó responder—. Mejor vete, tu madre se volverá más loca si sabe que estás aquí y no tengo el placer de recibirla con amabilidad.
—Lo sé pero tengo un recado para Fobos —alzó el pergamino para que Enio pudiera verlo. Si es que lograba hacerlo con claridad—. ¿Dónde está él?
Enio no quería seguir hablando y prefirió señalar la tienda de Fobos a unos cuantos metros de ellos.
Fobos estaba dormido sobre su lecho boca arriba, con un brazo colgando en el borde y el otro sobre su abdomen. Eros asomó la cabeza y lo vio durmiendo tranquilamente. Observó el suelo y fue testigo del desastre. Inmediatamente frunció el ceño. Estaba su armadura esparcida sobre el suelo, ropa, copas de barro y varias garrafas de arcilla donde Dionisio solía poner su vino para mantenerlo fresco. El dios estaría feliz de saber que han disfrutado muy bien de sus creaciones.
Eros no lo estaba en el momento en que vio un vestido arrugado en el suelo. Su mirada biónica localizó a la mujer acostada en el otro extremo de la cama.
—¡Buenos días! —exclamó lo más fuerte que pudo.
Fobos se despertó de inmediato pero con mucha calma, no como su acompañante que se sobresaltó. Vio en la entrada a Eros y lo saludó tratando de ser cordial.
—Buenos días...
—A ti no te dije —recalcó, haciendo un desdén inusual en él—. Será mejor que tomes tus cosas y salgas de aquí, querida.
La mujer no pretendía moverse y Eros estaba enojándose. Tenía severas intenciones de arrojarle el vestido a la cara para que mínimo se moviera.
Fobos la miró por el rabillo del ojo.
—Toma tus cosas y sal de aquí —ordenó.
Sin objeción alguna, la mujer se levantó de la cama y recogió el vestido para luego salir de la tienda, pasando a un lado de Eros.
Fobos se sentó sobre la cama, despreocupándose por no cubrirse completamente la parte inferior de su cuerpo. Eros volcó la mirada.
—No te vendría mal cubrirte un poco cuando recibas a las visitas —comentó Eros.
Fobos arqueó una ceja.
—Tú no eres una visita, es un intruso —afirmó con voz ronca—. Vienes a mi campamento, entras a mi tienda sin autorización, corres a mi acompañante, ¿y ahora me aconsejas lo que debo hacer? —preguntó con un toque irónico.
—Sí, sí...he sido muy osado y me disculpo por todo...no, no me disculpo por correr a tu rubia amiga —Marcó más su frente arrugada.
—Creo que esto ya te lo había dicho, me molesta que adoptes el papel de hermano controlador y celoso —Se levantó de la cama completamente desnudo.
—No soy celoso —reafirmó—. Me desagrada que termines acostándote con mujeres que sólo hacen lo que tú les pides. Mujeres que no son sinceras con sus sentimientos.
Fobos resopló con sorna mientras se ataba una tualia en la cintura. No quería demostrarlo pero estaba mareado.
—Eso díselo a nuestra madre que insiste en enviarnos a sus siervas. Ya le he pedido que no lo haga.
—Sí, se nota que no lo disfrutas —Fue sarcástico. Fobos lo fusiló con un solo movimiento de su mirada—. De acuerdo, comprendo que las chicas no tengan la culpa de lo que ocurre pero no puedo con eso...me enoja que ninguna sea capaz de decirte que no.
No era el único. A Fobos le fastidiaba que todas hicieran lo que les decía pero eso nunca iba a dejar de suceder.
—¿Qué es lo que quieres, Eros? —Fobos rodeó la mesa donde tenían los planos y se sentó en una silla —Eros infló los pulmones y le extendió la carta a Fobos. El dios observó el enrollado objeto con indiferencia—. ¿Quién envía eso?
Eros se encogió de hombros.
—No lo sé. Hermes iba a entregártelo pero yo me ofrecí a hacerlo. Dijo que era anónimo —Fobos seguía mirando el pergamino sin siquiera moverse. Eros suspiró y colocó el rollo sobre la mesa, justo enfrente de Fobos—. Deberías leerlo, puede ser urgente —intentó motivarlo a que lo hiciera.
Se moría por saber qué decía.
—No voy a aceptar ninguna carta que no tenga remitente, así que llévatelo —dijo duramente.
—¿No me digas que no te da curiosidad? Puede ser que te hayas encontrado con una admiradora secreta...o puede ser algo importante —repuso al ver fuego en la mirada de Fobos.
—Te lo advierto, Eros...ándate con cuidado y mejor dime ahora mismo que esto no es obra tuya —Advirtió.
—No lo es pero me encantaría tener que ver en ello —dijo sin preocuparse si Fobos se abalanzaba contra de él—. Estaría más que feliz de saber que existe una mujer indicada para ti. Mi trabajo es unir a las parejas y eres el único que me complica la vida y ni siquiera es tu culpa. Te lo prometo, hermano...no descansaré hasta no encontrar una mujer que sea capaz de sentir por su cuenta y que sea la única para ti —dijo con mucho compromiso—. Laeri me contó que te leyó la mano y que decía que en algunos años conocerías a una mujer especial que cambiaría tu vida para bien. Ella aprendió de Tique antes de que nuestra madre la tomara como doncella propia, no puede equivocarse. Fobos...¡tú puedes ser feliz! Ahora, abre la carta y revela lo que dice —Eros ya hasta había tomado asiento frente a Fobos.
El dios del horror sonrió de lado.
—No tener nada qué hacer te hace imaginar demasiadas tonterías —estiró la mano a un costado de la mesa y desenvainó la espada de filo increíble y excelente forja—. Si no te vas en los últimos diez segundos, dibujaré en tu cuello una perfecta línea horizontal con esto.
Eros observó el brillo intenso de la espada de Fobos y se levantó apresurado.
—Sólo estaba dando mi opinión, todos tenemos derecho de hacerlo...—iba retrocediendo, tratando de alejarse de la mirada recia de su hermano—. Probablemente te visite en el siguiente verano...¡Ojalá hayas calmado tu mal humor!
Desapareció enfadándose en el último minuto. Era frustrante y ninguno lograba comprenderse por entero. Lo que para Fobos podría ser ridículo e imposible, para Eros era un pedazo de esperanza.
Fobos exhaló de mala gana y guardó la espada de nuevo. Masajeó la mitad de su frente con la mano. Controlaba bastante bien el vino de Dionisio pero sí llegaba a sentirse adormecido y mareado. Lo que más le daba malestar era escuchar de boca de otros que él iba a poder ser feliz con alguien. Que a pesar de su maldición, podía encontrar a esa mujer que fuera su complemento.
Sentía ácido de recordar como su madre, Eros y hasta Enio se lo decían cada vez que encontraban la perfecta oportunidad.
¿Tan difícil era aceptarlo? Tanto él como Deimos ya lo habían hecho.
Fobos dejó caer la mano contra la mesa y rebotó el pergamino enrollado. Deslizó la mirada hacia él, analizando todo lo que pudiera observar para dar con el responsable. Eso no era sencillo y más porque comenzaba a sentirse curioso por saber el contenido. Desde que Eros le había extendido la carta, percibió ese aroma a naranja y rosas impregnado en el pergamino; no dijo nada al respecto. Nadie le mandaba cartas que no fueran declaraciones de guerra hacia su padre. Suspiró un par de veces más hasta que se convenció de que estaba exagerando. Quizás y se trataba de algo importante y Eros había roseado ese traidor aroma para confundirlo.
Eros era tan bueno con los aromas afrodisiacos que sabía cuáles lograban debilitar tanto a hombres como a mujeres. Nadie lo sabía pero ese que permanecía en la carta, lo estaba volviendo loco.
Frustrado y con intenciones de vengarse si era una broma, quitó el listón del pergamino y lo desdobló para poderlo leer. La letra no era de nadie que conociera. Era perfecta, sin errores de trazo. Había creído que eso era lo que más captaría su interés, sin embargo, el contenido lo dejó sin palabras.
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¡¡Hola!!
¿Cómo están? He vuelto con una nueva actualización de esta historia. Desde el sábado estaba que quería terminarla para poder publicarla pero las palabras no dejaron de surgir, así que este capítulo terminó siendo más largo de lo que pensé.
Lo que me emociona muchísimo de esta historia es que cada vez más nos acercamos a las partes más interesantes, como lo es el encuentro de nuestros protagonistas J.
En este capítulo no hemos visto demasiado a la Melínoe malvada, sino a la normal pero como pudimos apreciar, los problemas están recién comenzando para ella, tanto que ni siquiera es capaz de identificar lo que ha sido una pesadilla y lo que es real.
¿Ustedes qué piensan acerca de esto?
1.- ¿Creen que la pesadilla de Melínoe sea realmente eso o una realidad disfrazada?
2.- ¿Cuál creen que sea la sorpresa de Hades para Melínoe?
3.- ¿Cuál consideras que es la carta que Fobos recibió?
4.- ¿Te diste cuenta de los nombres de las ninfas? Si ya leíste la historia de "Siempre has sido tú", ¿logras identificar quiénes son?
5.- ¿Creen que Melínoe logre disfrutar de la sorpresa que le tiene Hades?
6.- ¿Cuál será la respuesta de Fobos ante la carta de Melínoe?
Pregunta curiosa: ¿Sabes la reacción al mezclar el aroma de naranja con rosas?
NOTA:
*Significado de tualia: Proviene del término bárbaro utilizado en distintas culturas que significa "toalla" pero que eran pedazos de lienzo que tenían distintos usos.
*El cumpleaños de Melínoe es en el mes de Junio y el de Caria en Julio.
Me encanta poder platicar con ustedes y espero ansiosa sus comentarios.
Espero les agrade el curso de esta historia.
Nos vemos muy pronto.
¡Cuídense mucho!
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