45. Di male in peggio - Parte 2
¡¡Holaaaaaaaa!!
Perdón la demora ♥ (y la efusividad)
Ya volví por aquí dispuesta a seguir subiendo capis.
¡Ya queda menos para el final!
Este, como todos, va dedicado como siempre a todas aquellas personas que leen, que me alegran la vida con sus comentarios, y especialmente a CapriLady que sé que ansiaba este momento XD
Va un pedazote partido en dos porque me vine arriba escribiendo y para variar me quedo largo.
Porfa, recordemos que las foquitas bebés necesitan de comentarios y votos para crecer y ser felices. :)
Mia ♥
"Cuando estás seguro
De haber tenido suficiente
De esta vida, bueno, resiste.
No te dejes llevar.
Porque todos lloran
Y todos lastiman a veces."
R.E.M. - Everybody hurts
"¡Oh no, amor! No estás solo.
Estás mirándote a ti mismo, pero eres demasiado injusto.
Tienes la cabeza enredada, si tan solo pudiera hacer que te importes.
¡Oh no, amor! No estás solo.
No importa qué o quién hayas sido
No importa cuándo o dónde has sido visto
Y todos los cuchillos parecen lacerar tu cerebro.
Yo tuve mi parte, voy a ayudarte con el dolor.
No estás solo."
Rock N Roll Suicide - David Bowie
—Eso ha estado muy bien, Cam. —aseveró Milo, aún algo afectado al ver que su amigo leche dorada había desaparecido sin más luego de derramar aquella lágrima urgida. —¿De verdad crees que tu hermana... le perdone? ¿O se lo has dicho para que no se sienta como una puta mierda?
Camus lo observó, fijamente, desde aquel azul profundo casi etéreo y sus pestañas largas. Asintió.
—Creo que mi hermana ha aprendido a resolver sus conflictos emocionales mejor que yo. —respondió perdiéndose momentáneamente en sus recuerdos.
—¿Y eso? ¿De qué va? ¿Cómo los resuelves tú? Creo que no lo entiendo... —quiso saber el griego, detrás de sus cejas danzantes.
—Yo no lo resuelvo... bueno... quizás ahora sí. Marianne sin embargo es algo más simple que yo. Sabrá que Shaka le ama, porque es tan torpe como evidente y cuando ella sepa que todo comenzó por un malentendido, sé que lo perdonará porque... supongo que no es fácil guardarle rencor a un hombre como él, ¿sabes?
Milo negó.
—No, no lo sé... supongo que no es fácil guardarle rencor a él pero a mí sí... ¿eso dices? Porque creí que aquello ya estaba zanjado.
—No... no dije eso, ¿por qué juegas a armar mis oraciones? —preguntó el galo arqueando una ceja. —¿Sabes lo que no es ni remotamente fácil contigo?
Respiró profundamente, esperando aquel guantazo. Sus ojos rasgados y expresivos intentaron huir momentáneamente de allí. Camus podía ser hiriente y él no se sentía física ni anímicamente capaz de soportar un reproche sin montar un nuevo Cristo... todos aquellos cambios le tenían algo exasperado.
—No... pero muero por saberlo. Me juego el culo a que tienes una lista. —escupió algo veloz, arrepintiéndose ipso facto de su mordacidad a la hora de contestar.
Camus no solo dejó pasar aquellas palabras sin más, las dejó pasar dejando detrás una sonrisa, con una elegancia novedosa, como si bailara un tango con agilidad. Cogió su mano con rapidez.
—Pues si te mueres por saberlo, lo que no es fácil contigo es tenerte aquí cerca sin pensar en lo que nos quedó pendiente ayer noche... No es fácil y ahora mismo lo considero imposible porque no puedo pensar en nada más.
El antiguo escorpión giró su cabeza, como un pequeño niño que descubre que no será regañado y una ligera sonrisa fue despertando en sus labios como un amanecer hermoso. Allí estaba, su boca, sus labios griegos, la musa de todos sus poemas malditos.
—Te puso aquello de probarme el culo, ¿eh? —preguntó con un guiño. —No sé quién eres ni qué le has hecho a Camus pero... hola tú, francés guapo.
—La habitación de Marianne está vacía... volverá en algunas horas. —comentó acercándose a su oído como un adolescente libidinoso, lo que le permitió al griego conectar sensorial y rápidamente con el calor de su aliento al ritmo de unos dedos largos y finos que se deslizaban bajo su vientre.
Jadeó con dificultad.
No tenía siquiera que tocarlo para producirle reacciones corporales que rozaban literalmente la electricidad. Los vellos casi invisibles que dibujaban el camino de su ombligo hacia su pubis, reaccionaron alzándose, erizados.
—¿Vas a ponerme de espaldas allí? ¿Y si Shaka decide volver? Lo traumaremos para siempre.
Su propia mano aterrizó en la erección incipiente del francés antes de buscarlo desesperado en un beso húmedo. Sensaciones divertidas y nuevas le habían invadido en olas enormes tan drásticamente que creyó que aquella era la vida de alguien más. Quizás debía acostumbrarse de una vez y para siempre, a aquel hombre nuevo que decidía amarle.
—Pues es eso o puedo voltearte aquí mismo y quizás...
Interrumpió sus palabras para recostarse sobre su cuerpo... que los Dioses bendigan a Saga y Aioros y sus delitos menores, aquel colchón era todo lo que necesitaba y más. Se sumergió bajo su melena, buscando aquella nuca bronceada con la lengua y utilizando su propia erección presa de la ropa, se frotó contra la dureza de sus muslos buscando acoplarse. Milo volvió a exhalar en un jadeo, con el deseo vivo en un tiempo presente tan urgente que no admitía otro tipo de conjugaciones verbales.
Los pasos eran demasiado suaves.
Los calcetines coloridos y peludos que había heredado le permitían moverse como un ninja, pero el ruido que hizo cuando escarbó en los restos de comida la delató.
—Me cago en... ——
El francés se separó con un salto avergonzado y sus mejillas usualmente pálidas se tiñeron pronto de rojo, carmesí, como sus uñas.
—¿Marin?
La japonesa negó.
—Pues no sé a quién esperabas pero vivo aquí, ¿sabes? Y lo siento pero el bebé tiene que comer. De todas formas eso que hacíais estaba muy bien, no me molesta... —comentó observándoles despreocupada.
Milo reprimió una carcajada histérica, pero descubrió que dormir en la cocina/sala no era una buena idea, su privacidad era absolutamente nula.
—¿No te apetece salir, chica? Digamos como... ¿a ver a tu león ahí pescando en pelotas o algo así? Ya sabes, estábamos aquí, pues... necesitábamos algo de intimidad.
—Lo que me apetece ahora mismo es meterme entre pecho y espalda diez platos de algo. ¿Dónde está Shaka y sus especias extrañas? Necesito comida, Milo, y la necesito ahora. Marianne dice que debo comer muy bien para que el bebé se alimente correctamente. ¿Ves estos brazos? ¿Te parecen a ti bien alimentados?
El galo suspiró.
—Creo que tardamos demasiado en elegir habitación. —protestó ligeramente antes de levantarse, lo que provocó otro suspiro frustrado detrás.
—Podríamos cambiar, hablaré con Aioria. —comentó Milo, levantándose también antes de acomodar ligeramente las mantas.
Marin carcajeó.
—Oh, no, no te cambiaremos la habitación. —contestó divertida, husmeando su posible desayuno.
El griego protestó nuevamente.
—Pues es injusto y tú estás preñada, chica. ¿No se supone que ya no...?——
—Créeme, sí. Lo único que quiero es tirármelo una y otra vez. Marianne dice que es normal, que son las hormonas y que también debo disfrutar de mi sexualidad.
—Pues entonces hablaré con Shaka. Ahora que es soltero pues podría limitarse a meneársela en la ducha. —respondió, aquello sí tenía sentido, sí. Sabía que el rubio le cedería su habitación.
La japonesa volvió a carcajear.
—¿Estás de coña? Pero si era virgen hace cinco minutos y se pasó la vida sentado meditando. Cuando pille el ritmo nuevamente será como un conejo. Marianne me ha dicho——
Camus la interrumpió rápidamente.
—No, de verdad no quiero saber que ha dicho mi hermana al resp——
—que es muy bueno en lo que hace y que a ella——
—¡Marin! —exclamó. —No. De verdad. Si vamos a coexistir en paz debo hacerlo sin saber absolutamente nada de la vida sexual de Mimi y——
La japonesa enarcó una ceja.
—¿Mimi? ¿No has notado tú que "Mimi" ya tiene edad suficiente para acostarse con quien le apetezca? ¿De verdad sigues llamando Mimi a una mujer que tiene las tetas del tamaño de tus hombreras? Hombre, a ver, que eres espabilado. Ibas a tirarte a Milo en cero coma, tu hermana también tiene una vida sexual o el derecho a una.
—No lo comprenderías porque tú no tienes hermanos. —replicó molesto. —Da igual, siempre será Mimi y no, no quiero saber absolutamente nada de eso, así que te pediré que lo omitas.
Milo cerró sus párpados con fuerza con un gesto que nadie percibió. No sabía que el galo se desbocaría, y probablemente ni siquiera supiera que no tenía razón en absoluto. Marin recibió el golpe en silencio, pero no le alcanzó al francés para comprender. El griego sin embargo, era el mejor amigo del antiguo león y sabía por su boca la historia.
Los ojos expresivos de la japonesa se desviaron.
—Tienes razón, Camus, no lo comprendería.
Fue Milo quien la atajó con un gesto amable.
—Marin, lo siento... Cam... él no lo sabe. —aseveró, cómplice. —¿Por qué no me visto ahora mismo y vamos a por algo para comer?
El francés observó la situación en silencio, sin comprender.
—¿No lo sé? ¿Qué es lo que no sé? —quiso entender.
Un silencio lo invadió todo ante su entrecejo fruncido en un gesto de sorpresa. La joven de cabellos caoba intentó aclarar su garganta, pero no lo consiguió. El griego le echó un cable.
—Marin sí tiene un hermano, Cam.
Aquello fue más doloroso para él que para ella, quien ya se había acostumbrado a su ausencia. A pesar de sus intentos por cambiar, aún se descubría gélido, destrozando todo a su paso... y romper el corazón de la japonesa no estaba en sus planes, había sido torpeza, pura y dura.
—Lo siento mucho. —aseguró, acercándose a ella con cautela. —De verdad lo siento. No sé qué sucedió pero yo no tenía idea y lo siento.
Se veía diminuta. Efectivamente aquella estadía en el hotel barato comiendo porquerías había causado estragos en sus cuerpos y había perdido peso a pesar de su pequeña barriga incipiente.
—Estamos bien. —aseguró ella, pero él volvía a sentirse aquel Rey Midas del Dolor que había destrozado la relación de su hermana, su propia relación con Milo y ahora, el frágil corazón de la joven. El griego se apresuró a buscar algo de ropa en su maleta antes de ponerse en marcha asegurándole a Marin que volvería pronto con algo de comida. Camus asintió en la lejanía de su cerebro.
Era verdad, no lo sabía.
La sensación de sentirse un estúpido destructivo volvió a él como una cruz pesada y eterna. En silencio, se acercó a ella con precaución, pero lo rompió pronto, incapaz de contenerse.
—Marin...
—¿Sí?
—De verdad quiero que esto funcione... y te lastimé. No lo sabía. Yo... a veces creo que destrozo todo a mi paso. Lo siento mucho. Me agradas y... de verdad me gusta esta vida que hemos construido. No quiero cagarla como un idiota torpe, estoy trabajando ¿sabes? En... mí mismo.
Recordó a su dulce y jovial niño interno esperando a la pequeña Mimi con sus coletas y su oso y creyó por un instante que aquel vínculo fraternal que para él había sido una bendición podía tener muchos matices diferentes en la vida real... como en el de Marin, o Aioria, Saga o incluso Milo.
La espalda de la joven volvió a moverse para calentar algo de agua antes de girarse a buscar su mirada.
—Lo sé, Camus. Sé que lo intentas y está bien. —aseveró nuevamente, esta vez, con una leve sonrisa. —Marianne es muy afortunada de tenerte. A veces... quizás... os envidio ligeramente. También me gustaría tener a mi hermano cerca. Quizás no pueda entender algunas cosas pero sí puedo comprender la desesperación de la pérdida... como Saga... como Seiya... como tú. Puedo entenderos porque... también lo he sentido.
Deseaba llorar.
Deseaba llorar porque las hormonas le habían jugado una pasada horrible y contra todo pronóstico esta vez fue el francés quien la sujetó en un abrazo silencioso. Se aferró a él con cierta ligereza, descubriendo en aquel pecho masculino otro aroma y otra forma, diferente al tórax amplio e inmenso de su gran gato dorado.
—¿Sabes, Marin? Encontré a mi hermana gracias a tu cuñado, hace muchos años ya. Aioros dio con ella y tuve la suerte de tenerla porque fue por mucho tiempo, el único vinculo que creí que podía comprenderme y amarme, porque me creía incapaz de ser amado por nadie más. Creo que me equivoqué. Creo que fui demasiado duro conmigo mismo. La ciencia dice que ella tiene el 50% de mi ADN... y sin embargo... —se detuvo un momento para acomodar sus brazos alrededor del cuerpo diminuto de la chica —no creo que mi corazón distinga realmente ese porcentaje del cero rotundo que comparto con Milo o Shaka... o Mu... Aldebarán... o Aioria. Sé que nací en una región algo perdida de Francia... pero mi corazón no comprende de porcentajes ni de ADN. Tu familia está aquí, ¿sabes? Porque eso somos, Milo estaba en lo cierto. Somos una familia, extraña y quizás... algo diversa pero lo somos. Y aquí estoy yo para ti. No deberías envidiar a Marianne porque... no hay nada que yo pudiera hacer por ella que no quiera hacer por ti.
La japonesa estalló sorpresivamente en lágrimas y en una carcajada, y a pesar de su ligero espasmo corporal no lo soltó. Se aferró a él exhalando pesadamente.
—A veces eres un cabronazo con un bello vocabulario, francés. Dices las mismas tonterías que Marianne... ahi tienes tu porcentaje.
Camus sonrió ligeramente.
—Pues lo tomaré como un cumplido. —confesó, y así lo sentía. Después de todo, el guerrero, el soldado, el Imperturbable... Aquella armadura dorada que le había arrebatado y obsequiado tantas cosas, ya no le pertenecía, y la que cubría su alma como una coraza, tampoco. Él también quería sentir, como su hermana, el amor en cualquiera de sus formas sin sufrirlo ni amputarse.
—Lo es. —confirmó ella, para separarse y plantar un beso simpático en su frente. —Gracias, Camus.
El joven de los ojos otrora azules y gélidos, le devolvió una sonrisa.
—¿Estarás bien? Milo volverá pronto con algo de comida y yo... tengo algo que hacer que he pospuesto demasiado tiempo.
Marin asintió.
—Podéis tomar prestada mi habitación pero te toca cambiar las sábanas y——
Negó rápido, con un gesto amable.
—No. Debo partir. Me gustaría volver al Santuario, tengo algo que hacer allí.
La curiosidad la invadió pero dudó si preguntar era una buena idea.
—Creí que ya no pertenecías allí... y has entregado tu armadura. ¿De qué vas?
Respiró tan profundamente que la japonesa creyó que se preparaba para una maratón. Cuando exhaló, plomizo y dándose algo de aliento a si mismo, las palabras cayeron como piedras.
—Debo hablar con Hyoga.
Sí, debía.
Su corazón ya no comprendía absolutamente nada de ADN.
Shun había decidido dejarlo estar, después de todo, su hermano podía ser increíblemente cerrado (por no decir insoportablemente hermético) y sopesando la opción de seguir insistiendo o solo sonreír y compartir su "alegría", decidió optar por la segunda.
Le había notado algo más calmo, incluso más cooperativo... y como Hyoga había detectado previamente, no había comenzado ninguna discusión proactivamente. ¿Entonces en algún punto, saber que sería el santo de Leo pronto, le provocaba felicidad? Nadie lo sabía, porque él no lo diría, al menos no abiertamente: se escondería detrás de la impasibilidad de su rostro y gruñiría ante el intento de cualquiera de acercarse a conocer los motivos reales de su corazón.
El nuevo santo de Virgo había comprendido el amor desde pequeño, sin siquiera ser capaz de entender que lo había entendido. Sabía con naturalidad que la gente lidiaba con sus emociones de formas diferentes y había aprendido a respetarlo, comenzando con Ikki... No sería él quien le forzara a expresar cosas que no deseaba, había aprendido a leer entre líneas y lo dejaría estar.
Se limitó a seguir con su día (entre dolores y el sabor de aquella pequeña alegría) pero la versión "feliz" de su hermano (que no era más que su faceta menos desagradable) se alejó de la habitación con aquel detonante algunas horas más tarde...
Cuando los golpes en la puerta pesada de la cabaña, anunciaron la llegada de alguien, fue Ikki quien, rengueando para evitar el peso en su pierna mala (y algo maltratada por él mismo en aquel desahogo sexual), se acercó. Shun a su vez, estiró el cuello con curiosidad, abriendo sus ojos enormes y expresivos, gesto que el ruso que descansaba a su lado, encontró adorable. El perfil del antiguo Andrómeda siempre lo enamoraba, y sus gestos dulces también.
—Vas a romperte el cuello, cielo. —susurró Hyoga, volviendo a su libro con una sonrisa, recostado a su lado en aquella cama incómoda y pequeña. El japonés se acomodó riendo, antes de aprovechar aquel momento de soledad para depositar un beso en su mejilla y otro furtivo y veloz en sus labios.
—Bueno, estos días han sido extraños y... cada visita es algo... particular, ¿no crees?
—Creo que mi novio es un cotilla adorable. Quizás es la persona que ha puesto a Ikki de buen humor... ¿no crees que nos oculta algo? Igual han venido a buscarle, ya sabes su amiga o amigo misterioso.
Los ojos enormes de Shun se abrieron aún más, con sorpresa y algo de alegría.
—¿De verdad crees que mi hermano finalmente——?
No necesitaba terminar la oración para que el ruso pudiera saber lo que venía a continuación y en su mente aquello ya tenía una respuesta y era "No". No creo que haya ningún estúpido o estúpida capaz de enamorarse del fénix y de su carácter de mierda, pensó, pero no lo manifestaría de aquella forma, evidentemente. Había aprendido a dejar de lado sus problemas personales con su cuñado, lejos de su propia relación.
Aunque la pregunta era clara, él honestamente no creía que hubiera un imbécil capaz de sentirse atraído por el hermano de su novio, su malhumor constante, su falta de humanidad y sus formas de expresarse.
—Bueno... yo no lo sé..., sabes que Ikki no es el ser más afectuoso sobre la faz de esta tierra. Igual eso cambia, ¿sabes? Todos podemos cambiar... —murmuró, pero finalizó aquella frase en su cabeza.
(Todos podemos cambiar, quizás también un imbécil del tamaño de tu hermano)
—Sí. —aseveró Shun con una sonrisa. —Me gustaría mucho que sea feliz y que alguien le quiera. Sé que lo merece y que esa persona será muy afortunada.
El ruso asintió, conociendo la profundidad del corazón del nuevo Virgo, y besó su mano, con una sonrisa. No estaba tan seguro como él y creía que la pobre persona muy afortunada que alguna vez osara vincularse afectivamente con su cuñado, sería tan afortunada como una vaca viajando al matadero. No lo dijo, claro, no porque no quisiera ser franco con su novio, sino porque prefería apoyar su idea... después de todo, el antiguo Andrómeda era increíblemente sabio y a veces, le gustaba disfrutar de sus sueños y esperanzas.
—Sé que crees que Ikki es... difícil, Hyoga, pero es solo una fachada. A veces las personas se sienten más seguras detrás de una máscara cómoda, pero es eso: una máscara. Él es mucho más que eso. —agregó, observándolo y comprendiendo lo que pensaba en realidad. —Todos somos complejos pero... no todos nos sentimos bien con lo que somos en realidad... y a veces, esos disfraces gélidos tienen un propósito, ¿sabes?
La voz gruesa y pesada del nuevo león de fuego acercándose a la zona de las camas con dificultad, les sorprendió a ambos, obligándoles a girar.
—Pues vaya si crees que yo soy difícil. ¿Por qué no levantas tu culo soviético y recibes a tus visitas? —bufó con fastidio, observando a su cuñado. —Porque hablando de disfraces gélidos...
—¿De qué hablas? —preguntó el ruso, frunciendo el entrecejo, abandonando el libro sin más para sentarse en la cama con curiosidad.
Los pasos resonaron débiles sobre el suelo de piedra antes de exponer al dueño de aquellos pies. Los ojos del rubio, rasgados y claros como el agua de alguna isla paradisíaca, le recorrieron entero, con sorpresa.
—Buenas tardes, Hyoga. —articuló la voz, en un punto muy confuso entre la vergüenza y la serenidad.
Death Mask leyó la notificación con un gesto (o la falta del mismo) inamovible. Shaina lo observaba atenta, luchando con el nudo que se había formado en su estómago y la ansiedad que reptaba por su garganta. Aspiró otra bocanada de humo profunda y dejó la nota sobre la mesa.
—¿Lo ves? Estamos en problemas. Angelo no creo que ayer hayamos tomado conciencia real de lo que estábamos haciendo. Lo he pensado mucho y...——
—¿Cuándo? ¿Mientras te tirabas al niñato de bronce?
—Espabila, chico, que van a matarnos o expulsarnos.
Los ojos del italiano la observaron, esta vez seriamente.
—No hicimos nada, no tienen nada. Somos santos de oro, eso hacemos, ¿no? Luchar por nuestra Diosa... eso hicimos y ya está.
La joven negó, con una exhalación pesada.
—No, no hicimos eso. La pusimos en peligro. Yo sé que puse en peligro a Aioros y a la mismísima Diosa. Si Saga hubiera reaccionado como iba a reaccionar, nos hubiera costado un precio que éramos incapaces de pagar.
El santo de cáncer carcajeó.
—Venga ya, Palladino, déjate de estupideces. ¿Tú sabes lo que Dohko hubiera hecho? Porque yo no puedo jugarme el culo ¿y sabes por qué? Porque el chino no ha dado la puta cara en una vida, no sé qué haría respecto a nada porque jamás lo ha hecho... Saga sí. ¿Es un puto loco? Sí, pero es un puto loco predecible. ¿No crees que el muy cabrón por muy loco que esté, es confiable?
Shaina suspiró.
—Pues no creo que Shion defina a ese gemelo en concreto como "confiable" si me lo preguntas. O Aioria... o... todos por aquí, que vivimos en carne propia y viva su rebelión y todo lo que implicó. Alguien que te mata por la espalda no es confiable en absoluto, Angelo.
Chasqueó la lengua con un gesto, la joven no lo comprendía. Sus cejas se entrecerraron en una mirada firme y azul.
—Shion era un soldado, como todos nosotros, pero uno con poder, el poder de sentar el culo en un trono de piedra de mierda y dirigir este lugar. Saga le ganó esa partida. No podemos hablar de confianza aquí, así funciona el mundo, chica. ¿Tomó el poder por la fuerza? Sí. ¿Puedes culparlo? Porque yo no... Saben que no somos putos robots asesinos, chica, lo saben, porque todos arrastramos demasiada mierda mundana para ser los soldados perfectos y robóticos que esperan de nosotros. Hay leyes, sí, las mismas que te obligaban a llevar a ti una estúpida máscara. Las mismas que suelen pasarse todos por el culo cuando se meten en la cama del colega a chuparse los huevos mutuamente hasta que se les caen hasta los tobillos. Las mismas que Mu se pasaba por el culo cuando se piraba a Jamir, las mismas que todos tarde o temprano rompemos porque somos humanos y falibles, Shaina de Aries.
—Somos humanos y falibles y contamos con ciertas libertades pero... venga, hombre, sabes que la cagamos.
—Mira, no sé tú, pero yo no la cagué. Mis compañeros me han planteado una situación y yo he tomado una decisión en consecuencia. La misma que tomé años atrás cuando supe que Saga era Saga y no Shion. La misma que tomé cuando combatí junto a él portando un sapuri. La sociedad dice que él es un puto loco psicótico, que yo soy un puto loco sádico, y sin embargo... todos lo somos. ¿De verdad crees que Shaka con sus lotos de mierda, sus flores, sus putas imágenes religiosas, su rosario y toda esa fachada de muchachito espiritual no lo es? Pues ya te digo yo que lo que me cuelga a mí entre las piernas es bastante más espiritual que el hombre que cuidaba Virgo hasta que decidió dejarlo persiguiendo las tetas de la hermana del colega, chica. Shaka era un puto sádico, igual que yo. Da igual cuanta canela le eche a sus tés, es un puto sádico, como Saga, como yo. ¿Camus, el gabacho de los hielos? Se cargó a su alumno y con saña, mírame a la cara y háblame tú de locura y sadismo. Oh, pero espera, es que Shaka es el hombre "más cercano a ser un Dios" y a mí me llaman "Máscara de la muerte". No me jodas, Shaina, tú sabes esto no entiendo por qué estás aquí asustada cuando podrías seguir tirándote al fénix de mierda ese hasta dejarle cojo completamente.
Ella asintió, pero pronto volvió a sentir aquella sensación invasiva y violenta de sus entrañas, la voz de la intuición que le indicaba lo contrario.
—Tienes razón, en algún punto la tienes... pero igual caeremos porque aquí no importa quién tiene la razón, importa quién tiene el poder y no somos realmente nosotros. Si yo fuera tú, me despediría para siempre de tu novia del inframundo.
—Que no es mi novia, tonta, que es mi amiga. ¿Crees que los locos sádicos no podemos tener amigos? Melínoe pudo comprenderme más que mis propios colegas... ella es luz y oscuridad y no se reduce simplemente a esa dicotomía, ¿sabes? Porque eso, hija mía, es lo que cree la humanidad, que todo es o luz u oscuridad, o blanco o negro... la mente humana está enamorada de las formas porque necesita encasillarlo todo y es ahí donde no comprenden que todos somos esa dicotomía perfecta. Que no hay sombra si no hay luz, a más luz, más sombra. Y eso está bien. ¿A ver si te crees que la dualidad de Saga es anormal? Todos lo somos, chica... y hacemos lo que podemos con eso. ¿No lo eres tú también? Es más sencillo si solo lo aceptas aunque a la mirada de los otros les guste mucho encasillar. ¿Tú crees que soy un sádico?
—A ver igual un poco sí... —contestó ella sonriendo burlona.
—Soy un soldado. Como tú. Como Shaka, como Saga, como Camus. ¿Crees que por eso no puedo amar en algún sitio de mi corazón? ¿Qué soy desleal?
La joven negó, rotundamente.
—No, no creo eso. Sé que amas, Angelo. Sé que eres leal.
El joven apagó el cigarrillo luego de una calada profunda antes de buscar su ropa de entrenamiento.
—Pues eso, chica... la dualidad. Y si Dohko no la comprende... quizás no es tan sabio como cree. Las batallas decisivas a veces necesitan contragolpes impulsivos como el que dimos, pim pam pum. Si nosotros no hubiéramos ido, sabes muy bien que la Diosa no hubiera logrado sacar al gemelo del Inframundo y eso lo sé muy bien porque yo estuve allí y sé la que iba a caerle. No Dohko, no Shion, apuesto a que estaban aquí muy a gusto catándose el glande mutuamente... mientras nosotros estábamos abajo ante no uno sino tres jueces, el mismísimo Hades y toda su tropa súper cabreada... liderada por el Dios de la muerte, claro, el esposo de la hija de puta que nos reventó vivos, con unas ganas de sodomizarnos el alma que te cagas. ¿Estoy arrepentido? No, volvería a hacerlo mil veces, porque mi compañero está aquí. ¿Creo que a Saga pudo habérsele ido la olla? Claro... porque es falible... pero no lo hizo. ¿Qué es lo peor que puede hacerme Dohko? ¿Matarme? Pues a ver, ya caí en batalla más de una vez, pues que me mate si le apetece y que me coma bien——
—Lo sé, Death, y lo entiendo... pero tú no entiendes algo... a sus ojos... nos saltamos muchas reglas y pusimos en peligro a la Diosa.
La risa de Angelo tenía un danzar divertido, como una canción. Resonó en el templo (o lo que quedaba de él) mientras cambiaba su camiseta.
—Mira, chica... nuestra Diosa vive en peligro, porque para eso encarnó en la Tierra y de eso se trata. A ver si te enteras... todos estábamos allí para detenerlo todo si Saga se volvía completamente majareta. Venga, va... nuestro nuevo "juicio" comienza en unas horas... ¿por qué no usas tu tiempo para algo más productivo que autocompadecerte? De todas formas no sabemos la que nos caerá hasta que nos caiga. Mejor ponme otro café o algo y cuéntame... ¿cómo se supone que terminó tu noche cabalgándote al niñato? Eso me interesa más que toda esta estupidez.
La italiana sonrió levemente, intentando ver las cosas desde la óptica de su amigo. ¿Sabía que tenía razón? Sí, lo sabía. ¿Eso le tranquilizaba? No, en absoluto.
—Pues yo decidí entrenar y el tonto del culo vino a decirme que a ver que era el escándalo que hacía y que no podía dormir... y pues... le ayudé a dormir, eso fue todo. —contestó calentando más agua.
Death Mask volvió a carcajear acomodándose en la silla.
—Ay, niña, niña... —comentó enjugándose una pequeña lagrima producto de la risa estrepitosa. —¿Repetirás?
—Bueno, no suelo repetir demasiado, pero creo que podría, supongo, no ha estado mal. —comentó levantando sus hombros, gesticulando levemente antes de enfocar su concentración en el café y su preparación.
—Con Milo repetías si la memoria no me abandona. Con Marin también.
—Ya, ¿y eso qué? Tú también repetirías con Milo, Death.
—Nah, el escorpión nunca fue mi estilo.— protestó rápido. —Pero si Camus se hubiera emborrachado en mi casa y se hubiera presentado la ocasión, no le hubiera dicho que no.
La italiana explotó en una carcajada rabiosa que le poseyó físicamente por algunos minutos, mezclándose confusamente con la histeria y los nervios.
—Si nos matan, Angelo, me alegrará mucho que nos maten juntos. Gracias por animarme... aquí tienes tu café. Yo iré a disfrutar las horas que me queden en este cuerpo humano.
Angelo tomó la taza asintiendo ceremonialmente.
—Pues ya sabes dónde encontrarme, Gina Palladino. ¿Irás a por otro round con el niñato?
—El niñato tiene 21 años y un nabo duro como el acero, angioletto. Si tiene que caerme un castigo divino, pues intentaré olvidarlo momentáneamente con eso dentro.
La italiana sonrió ampliamente, esperando con todo su corazón asustado, que no fuera la última vez que lo hacía.
Lo observó abriendo la boca, en un espasmo sonoro de sorpresa, incapaz de responder. Camus se veía diferente, como si le resultara imposible relacionarlo con aquel hombre que había sido otrora su maestro y su figura paterna.
Recordó por un instante comparativo al hombre que vestía la armadura de Acuario, aquel que se paraba rígido y erguido con una elegancia altiva y helada, imponente... y aquella imagen era difusa y lejana, distinta a lo que la claridad de sus ojos podían observar en aquel joven cansado, más delgado.
Se veía agotado y...
—Maestro Camus... —alcanzó a decir antes de levantarse, casi impulsivamente, aún abrumado por el sopor de la sorpresa. No supo qué hacer a continuación y su mente solo se apagó sin más.
El francés asintió, efectivamente se veía exhausto.
(Y diferente, porque por sobre todas las cosas, se veía diferente. Desconocía cuánto peso había perdido, o qué había sucedido exactamente, pero la palidez de su piel evidenciaba en esos ojos azules vestidos con una sombra oscura debajo, un cansancio infinito... y un ápice de tristeza.)
—¿Tienes un momento? —preguntó finalmente, entrecruzando sus manos para desviar su nerviosismo tonto.
Hyoga asintió, acompañándolo, dejando atrás a los hermanos, quienes le darían algo de privacidad.
Se sentó pronto frente a él, luego de cerrar la puerta a su paso, sintiendo su estómago encogerse. A pesar de las pintas que llevaba, Camus siempre sería Camus y tendría la habilidad de intimidarle levemente.
—Es una... sorpresa... que no esperaba. —musitó finalmente el ruso, acomodándose nerviosamente. —¿Estás bien? —preguntó, desconociendo como reaccionar realmente.
Los ojos del francés se encontraron momentáneamente con los suyos y asintió, jugando con sus dedos.
—Estoy bien, pero quiero saber si tú lo estás.
Hyoga lo observó desde la pequeñez absoluta, se sentía casi inválido ante su mirada.
—Bueno... lo estoy. Volví en una pieza... fui alcanzado en los ataques del Santuario y... lo siento, supongo que no fui lo suficientemente bueno. Se suponía que debía cuidar tu templo en tu ausencia y fallé. —se disculpó, avergonzado.
—No. Lo has hecho bien, Hyoga. —contestó rápidamente su antiguo maestro (y figura paterna) deteniéndolo con un gesto. —Sé lo que ocurrió y... por eso he venido. He estado pendiente.
—Estoy bien. —asintió el ruso con una leve sonrisa. —Ikki y Shun resultaron heridos pero mejoran día a día. Pronto comenzarán a entrenar para cuidar sus nuevos hogares, Leo y Virgo. Están felices, serán vecinos.
El francés le devolvió el gesto, con generosidad, asintiendo. Una sonrisa que su alumno creyó que jamás vería, pero ahí estaba, amplia, para él.
—Lo sé, también sé que serán vecinos. Me alegra por ellos. Quizás a ti te quede algo lejos Acuario pero... estoy seguro que te las apañarás para verles. Entonces... tú y Shun ¿eh?
Las mejillas pálidas de Hyoga se ruborizaron momentáneamente y asintió.
—Sí, maestro, bueno...— atinó a decir, pero el galo lo interrumpió.
—Solo llámame Camus... o Cam si así lo prefieres.
Los ojos celestes del ruso volvieron a alcanzarlo, con un brillo novedoso, y por un instante, dudó que la persona frente a él fuera la misma que le entrenó en Siberia (lo que inevitablemente, le recordó a su pelea con el marina de Poseidón). Aquel hombre sonriendo no era... exactamente el mismo. Sea lo que sea, de todas formas, le agradaba sentirlo.
—Camus... —replicó asintiendo. —pues... Shun y yo llevamos un tiempo juntos. Será un gran Virgo. —agregó.
—Estoy seguro. —aseveró aún sonriendo, cruzando sus piernas para seguir jugando con sus dedos de forma ligeramente nerviosa. —Sé que Shaka así lo piensa y confío absolutamente en su criterio... y en el tuyo si es la persona que amas. Esos son dos increíblemente buenos referentes para mí.
El rubio afirmando con la cabeza nuevamente, exhalando, pero aún estaba demasiado aturdido para disfrutar y paladear aquella conversación.
—Me alegra... volver a verte por aquí, maes—— Camus. ¿Quieres cenar con——
—No me quedaré mucho tiempo, Hyoga. —replicó mirándolo a los ojos, lo que desconcertó aún más al cisne.
—Yo... lo siento, no comprendo.
—Me explicaré. Comenzaré mi relato siendo... tan honesto contigo como pueda, pero me parece pertinente aclarar que lo que quiero decir en primer lugar es que quiero que seas mi sucesor. Me marcharé del Santuario y Acuario está vacío. Y si sigues en la orden, te quiero a ti ahí.
No pudo responder, ni supo cómo, ni pudo mover la boca para nada más que abrirla en un gesto de sorpresa.
—Oh... has venido a... despedirte. —alcanzó a articular. La puta armadura por un instante le dio igual y eso le hizo sentir un peso aún mayor. Claro que no había aprendido su estúpida lección de vida, él no podía simplemente soltar con facilidad, las pérdidas le dolían en un rincón aniñado del corazón y a pesar de todo lo que Ikki pudiera decir de su maestro, fue lo más cercano a un padre que tuvo... y ahí estaba, marchándose por enésima vez. Aquello enorme y sin forma le dolía y saber que el francés se perdería en algún rincón del mundo para nunca más volver, fue algo demasiado complejo de procesar. Intentó buscar algo de estoicismo desesperado y asintió, tan frío como había intentado enseñarle a ser e intentó emularlo.
—Bueno... no, no realmente. —negó el galo. —No he venido a despedirme. He venido a decir cosas que me pesan y... no es justo, Hyoga. Ni para ti ni para mí. No me gustan las despedidas... de hecho, las aborrezco.
Los ojos claros del cisne se abrieron tan enormes en plena confusión que Camus agregó una sonrisa leve y avergonzada mientras intentaba seguir encontrando la fuerza para arrancar aquel monstruo de su garganta... el monstruo que Milo había querido ver, allí estaba... y no lo vería porque él se encargaría de asesinarlo. Aclaró su voz y prosiguió, ante la atónita mirada de su pupilo.
—He venido a disculparme, no a despedirme, ya eso lo decidirás tú, si me disculpas y si esto realmente es el final.
—¿Disculpar... qué exactamente? —alcanzó a decir.
Exhaló profundamente, volviendo a buscar su mirada y por primera vez debajo de aquellas cejas eternamente fruncidas, encontró unos ojos agotados y honestos.
—Disculparme por todo lo que te he hecho, por el dolor que te he causado, Hyoga. Fue innecesario y no hay día que no me arrepienta de eso. Verás... yo... también fui un huérfano, como tú. También anhelé el abrazo de mi madre, de mi hermana. —volvió a detenerse un instante en aquel gesto y asintió. —Sí, tengo una hermana, jamás la mencioné, pero su nombre es Marianne y... es una chica increíblemente... enamorada de la vida. Sufrí mucho cuando tuve que partir y las muchas veces que tuve que decir adiós. Creo que... tú representabas todo lo que quería destruir de mi mismo, eras mi espejo y sin desearlo... te destruí. Y no te imaginas cuanto lo siento, porque eras un niño increíble... y yo un adolescente estúpido lleno de... rencor.
Sus ojos amenazaron con empañarse levemente mientras el ruso procesaba la catarata de información en silencio.
—No... —negó rápidamente. —Yo lo entiendo, Camus. Shun dice que... a veces las personas se sienten más seguras detrás de una máscara cómoda, pero es eso: una máscara. Y tú eres mucho más que eso... siempre pude verlo.
—Pues creo que Shun es un chico muy sabio y me alivia saber que es quien puede devolverte todo lo que yo te quité. —aseveró con una sonrisa. —Probablemente dejaré de culparme algún día, aún estoy trabajando en eso y quería que... pudieras ver quien soy en realidad... o al menos quien deseo ser. Tú me has enseñado mucho más que yo siendo tu maestro. Sé que estoy orgulloso de ti y de la persona en la que te has convertido.
El joven que por un instante volvió a ser un pequeño niño rubio de ojos enormes, sintió aquellas palabras como un bálsamo necesario. De pronto Ikki y sus burlas se habían materializado muy lejos de aquella calidez, de aquel momento tan esperado por él, como aquel crío que espera el reconocimiento de su padre y recibe una palmada cómplice.
—Gracias. —sonrió, conmovido. —Creo que no esperaba esto, la verdad.
La mano de Camus dejó por un instante de jugar para presionar la suya con fuerza, a modo de contacto afectuoso.
—Debería haberlo hecho hace mucho tiempo ya.
El ruso temió preguntar, pero la curiosidad se adelantó.
—¿Qué será de ti?
Esta vez, contra todo pronóstico, aquellos ojos avergonzados y tristes se irguieron con una chispa especial, una alegría brillosa y azul. Su rostro se iluminó en una nueva sonrisa segura.
—¿De mí? Pues yo seré feliz, a eso me dedicaré tiempo completo. ¿Sabes, Hyoga? Estoy increíble, loca, estúpida y profundamente enamorado de Milo. Y él por algún motivo extraño que se me escapa, está enamorado de mí. ¿Qué será de mí? Pues si te refieres a qué tipo de trabajo tendré de ahora en más, no lo sé. Solo sé que por primera vez en toda mi vida, logro sentir en mi cuerpo la esperanza por la que se supone que yo debía luchar. Y se siente absolutamente genial. Vivo en Milos, con la hermana que me obsequió la genética, los hermanos que me obsequió el destino y el amor que me obsequió la vida.
Su sonrisa era amplia, sincera, tan enorme que Hyoga por un instante creyó que estaba soñando y que despertaría pronto. El contacto de la mano de su maestro excedía todo tipo de cuestión física. Pudo compartir su alegría, porque aquello le parecía una utopía loca. Por un momento en aquellas miradas cruzadas, volvieron a ser aquellos jóvenes perdidos reencontrándose en un ciclo perfecto.
—Milos no suena lejos. —comentó el ruso, visiblemente emocionado. Camus fue más rápido que él y barrió su pequeña lágrima, sin reproches.
—No lo es. Shaina puede teletransportarte cuando quieras, como Mu teletransportaba a Milo y a mí mismo. Nos encantará recibirte. A ti, y... bueno sé que a Shaka le hará muchísima ilusión que Shun te acompañe, estoy seguro que tendrá muchas cosas que corregirle y preguntarle por la casa de Virgo y su armadura. —rio el antiguo aguador. —Lo estamos intentando, Hyoga. Todos lo hacemos. Aún estamos lejos pero... créeme... lo intentamos.
—Suena... —se sentía demasiado emocionado para poder hablar con la claridad que hubiera deseado, y ocultar su sonrisa, también amplia, le resultaba imposible. —Suena genial. Entonces era verdad... Milo y tú.
Jamás había escuchado al francés reír en voz alta, pero su risa suave le contagió pronto.
—Sí, claro que lo era. ¿Por qué creías que debías irte a dormir temprano cuando nos visitaba?
Hyoga no pudo evitar volver con su mente a Siberia, sus olores, su manta abrigada y la voz de su maestro, día tras día... Tampoco pudo evitar recordar el encuentro con el escorpión en su templo. Asintió rememorando sus palabras como quien descubre un secreto.
—Por eso me dejó cruzar Escorpio... ya veo. No quería matarme porque no quería asesinar a tu alumno. Por eso me perdonó la vida y me dejó continuar.
Camus sonrió, esta vez, con un dejo de tristeza observando sus manos y evitando sus ojos momentáneamente.
—Supongo que sí. Creo que pensaba que yo haría lo mismo y... no fui capaz. Milo es un ser humano complejo y a la vez, muy simple. Creo que él supuso que yo te dejaría pasar por Acuario sin más y... no lo hice. Aún no logro perdonármelo, Hyoga. Tiempo atrás, Shaka me dijo que todos hicimos lo que debíamos y que él te hubiera asesinado de haber podido pero... no te imaginas lo que pesa eso en mi corazón.
Fueron las lágrimas del rubio las que no pudieron sostenerse más tiempo y la prueba de que aquello no había sido pesado solamente para él, lo que le resultó una sorpresa y se sintió un ególatra sin remedio.
—Yo tampoco logré perdonarme jamás haberte asesinado. Ni a ti, ni a Isaac. Todo eso fue mi culpa y también me pesa. Shun... es un bálsamo y él me hace muy feliz pero... yo tampoco logré perdonarme lo que sucedió en el Santuario.
Esta vez sí alcanzó su mirada, serio, y la presión que ejercía su mano se volvió firme.
—No. Ni se te ocurra pasar por ahí. Eso es todo lo que puedo enseñarte hoy. Eras un crío. Isaac no fue tu culpa, yo estaba a cargo. Tú eras un niño e hiciste lo que cualquier niño en tu lugar haría. E Isaac... bueno, él hizo exactamente lo que él deseó. Lo mismo que hubieras hecho tú o yo mismo. Por favor, Hyoga... Isaac no fue tu culpa. Yo era el adulto responsable. En cuanto a matarme a mí... —suspiró. —Hiciste justo lo que debías hacer... pero... intentaré ser práctico. ¿Sabes? Algo que aprendí no hace mucho, es que lo más bonito del amor es la permeabilidad y la capacidad de vernos a través de los demás. Puedo escuchar exactamente lo que me diría Marianne, o Milo. Creo que me dirían lo mismo, porque sé con certeza que Shaka lo ha hecho. Yo también sufrí cuando tuve que cargarme a mi amigo en el templo de Virgo y él me dijo algo que te diré a ti: ¿qué importa eso si ahora estamos vivos? Aquí estoy, Hyoga. ¿Sabes el Camus que asesinaste en Acuario? Yo también me lo cargué. Y no te imaginas el placer que me ha causado hacerlo. Te lo agradezco, y bien muerto está... si quieres pues le enviamos condolencias a la familia, pero ese hombre necesitaba morir.
El ruso no pudo evitar sonreír ligeramente y asintió, sabiendo exactamente a lo que se refería.
—Significa mucho para mí poder sacarlo fuera. —replicó con sus ojos claros eternos, los mismos ojos eternos que observaban sus técnicas una y otra vez en la gélida Siberia, con admiración.
—Sácalo. Aquí estoy para oírlo y refutarlo. —replicó. —Marianne suele decir que la mierda es necesaria para abonar su huerta y que cuanto más caguen en su jardín, pues más bonito será. Shaka dice algo similar, pero ligeramente más suave. Dice que la flor de loto no puede crecer si no se nutre y se alimenta del barro y lo atraviesa. Comienzo a creer lo mismo. Ambos tienen razón, mi hermana la escatológica y Shaka con su misticismo espiritual. Todos estamos tapados de mierda hasta los oídos... pero creo que podemos elegir si morimos protestando o florecemos.
La emotividad de la conversación fue interrumpida por el sonido de la pierna mala de Ikki, que cojeaba con cierta dificultad. Se marchó sin siquiera dirigirles la mirada, lo que Hyoga intuyó que sería una señal de respeto, lo cual era increíblemente amable viniendo de su cuñado.
—Tienes razón. Ahora mismo estoy algo abrumado pero... tienes razón. Gracias por... esta conversación. Es muy importante para mí. Me encantaría que pudieras quedarte a cenar, y que podamos... simplemente conversar de tonterías.
Camus rio nuevamente, si bien se veía extremadamente cansado y delgado, parecía más joven. Hyoga hubiera jurado que hasta su postura corporal había cambiado.
—Me gustaría hablar de tonterías, quizás pueda avisar en casa que no me esperen, pero... mucho me temo que al haber renunciado a mis funciones como santo de la orden, no soy bienvenido en este lugar. Supongo que hoy darán la notificación y ya no podré pisar el Santuario. —adivinando la furtiva angustia en la mirada del cisne, se apresuró a aclarar. —Tú puedes visitarme cuando lo desees, eso, como te dije, me gustaría muchísimo. Sé que Milo estará encantado. Y Shaka, especialmente si Shun te acompaña, de verdad. Sé que le reventará vivo a tés y querrá saberlo todo.
—A Shun también le gustará la idea. —sonrió. —También le gusta mucho el té, por cierto, y le encanta escuchar historias. Creo que harán buenas migas.
Camus asintió, divertido.
—Pues tu novio podría enseñarle muchísimo y mi amigo lo apreciará especialmente, si vieras tú lo perdido que está el pobre... —comentó levantándose. —Creo que debería volver antes que esto se llene de soldados notificando que hay una persona ajena al Santuario hablando animadamente en una de sus cabañas. Ha sido un placer verte, Hyoga... y hablar contigo.
El cisne le imitó, pero no sentía deseos de despedirse aún.
—Gracias por la visita... y por aclarármelo todo. Deberás ponerme algún freno supongo, porque querré ir a Milos frecuentemente.
Camus negó, sonriendo.
—No te pondré ningún freno, ya le puse demasiados a tu corazón y esta vez no seré yo quien lo haga. Muy por el contrario, deseo que nunca dejes de hacerlo y siempre quieras venir a ver a tu antiguo maestro. Quizás es algo tarde pero... —su rostro se enserió por un momento. —Creí que mi padre se había marchado porque mi hermana y yo llorábamos demasiado. Con el tiempo descubrí que mi padre era tan imbécil como lo fui yo. El Santuario, o mejor dicho Saga, por algún tipo de vendetta personal, me convirtió en un padre mediocre y adolescente de dos niños y yo hice lo que pude y mal. Quiero cambiarlo todo y no puedo, porque ya la he cagado y ahora el pequeño que se suponía que debía criar tiene 20 años... pero yo sé que deseo y ansío ser... una mejor versión de mi mismo. Siento no haber sido una figura excepcional pero... sé que me hará feliz construir esta nueva vida con tu presencia.
Jamás lo había hecho y jamás creyó que podría hacer algo tan impulsivo como abrazarlo, pero lo hizo, en un abrazo fuerte y desesperado. En aquellos brazos, ambos niños se reencontraron sin resistencias, en sendas sonrisas. Hyoga exprimió cada segundo de aquel encuentro físico, sintiéndose el niño que recupera el abrazo robado de un padre después de años de anhelarlo. Lo disfrutó en silencio, hasta que el francés lo rompió por un instante.
—¿Eso es——
El ruso no comprendió a qué se refería y se soltó para poder observar a lo que su maestro se refería.
—¿Qué?
Se acercó a las ollas hipnotizado, con una lentitud elegante, para espiar y olfatear el contenido, como el ratoncito de la película favorita de su hermana.
—Soupe à l'oignon. —sonrió el francés, lejano, como si ya no estuviera allí realmente sino a kilómetros de distancia. —¿Puedo probarla?
El rubio asintió tímido, con algo de vergüenza, como si no estuviera listo para aquel examen improvisado.
Buscó una cuchara con la misma elegancia y cuando el líquido y las cebollas colapsaron en su lengua cerró los ojos, con una sonrisa abrumadora, mientras el sabor invadió no solo sus papilas gustativas, sino también una parte de su infancia. Exhaló como si su cuerpo funcionara en piloto automático.
—¿Está... bien así? —quiso saber el ruso.
El francés se volteó al ritmo de su risa juvenil.
—¿La invitación a cenar más tarde sigue en pie?
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