44. De comienzos y finales - Parte 2
¡Holi otra vez! Dejo otro capi dedicado a todas las personas bonitísimas que me leen. Adoro cada comentario y el amor, aunque se que no paro de hacerles sufrir XD ♥ Pronto habrá felicidad, lo prometo :D
Ahora sin mas, dejo un ultimo disclaimer, habilitado por mi amiga Snorli que me permitio usar su termino Kanakis, y agrego un capi más a esta historia.
¡Gracias, siempre! Votos y comentarios hacen feliz a los monitos bebes, esos que ven en google si ponen "monito bebé" en imágenes.
"Una verdad no dice nada
Y al mismo tiempo lo esconde todo
Como una hoguera que no se apaga
Como una piedra que nace polvo"
Carlos Varela
Su cabello corto aún goteaba a través de la toalla cuando escuchó el primer golpe
(toc-toc, toc-toc, toc-toc)
que la llevó a un sitio cruel de recuerdos donde Kanon aún vivía y la visitaba cada vez que podía... y golpeaba, de aquella forma especial y cómplice, a modo de saludo, la madera vieja de la puerta de su casa.
Su corazón dio un brinco desesperado y apresuró aquel secado rápido, dejando todo a un lado para acercarse y
(toc-toc, toc-toc, toc-toc)
... abrió la puerta para encontrarse nuevamente, con aquella imagen; el cabello alborotado, los ojos verdes y entornados....
—...¿Saga? —indagó, absorta, con sus ojos enormes abiertos de par en par. A pesar de que sus esperanzas fluctuaban, prefería escuchar la respuesta a esa pregunta y no preguntar por Kanon para recibir una negativa.
El hombre-imagen-dudoso la observó, frunciendo el entrecejo confundido.
—¿Saga?
El silencio volvió a invadirlos, aún juntaba a paladas el coraje para preguntar.
—...¿Kanon?
Con una ligera sonrisa, su voz le llegó ahora como un cantar piadoso.
—Así me llaman, sí.
Lena tardó poco más que algunas fracciones de segundo en abalanzarse en un abrazo necesitado y liberador, para encontrarse con su rostro, real y vivo... y sus ojos, aquellos ojos verdes cargados de matices y curiosidad, como si estos tuvieran vida propia separada de su cuerpo. Por un momento, sus frentes se encontraron y en una sonrisa mutua que parecía unida por un hilo invisible, él habló.
—Veo que has conocido a mi hermano. ¿No me invitarás a pasar?
Su mano lo arrastró, lo que provocó una risa divertida en el gemelo tironeado. Cerró la puerta detrás, como si tuviera miedo al monstruo malo que viene a romper su sueño.
—De verdad eres tú... —susurró luchando con su voz y aquel nudo que apresaba su garganta como una garra dolorosa.
—Es una historia larga y necesitaré mucho café y algunas horas, pero... sí, soy yo. —replicó él con una sonrisa, zanjando aquel misterio. Era él, Kanon. Podía verlo en sus ojos, a diferencia de las cadavéricas cuencas de su gemelo idéntico.
Lo abrazó nuevamente, pero ya lejos de la sorpresa inicial, volvió a vaciarse en un llanto sonoro y aliviado que él respetó con silencio (y cierta tristeza, la angustia de escuchar aquel quejido en la joven de la voz dulce).
En medio de aquella pausa solemne en el tiempo solo rota por el llorar constante y liberador, buscó su rostro mil veces con sus manos para certificar su presencia mientras murmuraba su nombre a modo de confirmación. Él la sostuvo, con sus brazos largos y firmes, en un abrazo amable y dulce.
—Kanakis... —sonrió, aún entre sollozos espasmódicos, buscando más superficie en aquel abrazo desesperado.
—También te extrañé... por un momento creí que no lo lograría pero aquí estoy. Aquí estoy y ya no quiero irme...—le dijo antes de detenerse para besarla y luego dedicarle una mirada curiosa. —Tú... lo sabías todo... ¿no? El ataque al Santuario...
Lena asintió, meditando aquella respuesta.
—Sí, tu hermano me visitó y me lo contó todo... Me dijo que habías... que habías... —hizo una pausa para respirar, función vital que su cuerpo había considerado secundaria presa de aquel colapso emocional y pulmonar. —...Que no sobreviviste al ataque y que iría a buscarte. Eso me preocupó, pero él dijo que estaría bien y que no volvería sin ti.
Él asintió con una sonrisa, recordando a Saga. Sí, claro que sí. Estaba bien y no había vuelto sin él.
—Lo hizo, sí. No estaría aquí de no ser por él y... le has conocido. —musitó esta vez algo avergonzado. Si bien había mencionado un hermano, se le había pasado el detalle que Saga era su gemelo idéntico.
—Sí, lo conocí. ¿Él está bien? —preguntó enjugando las lágrimas que habían quedado caprichosas en sus ojos.
—Esa pregunta puede ser algo ambigua cuando se trata de Saga. —aseveró él, con una certeza arrolladora.
Lena lo observó por un instante, sin saber cómo expresarse y cómo acomodar toda aquella información confusa.
—Mencionó muchas cosas, que no comprendí... Habló de Hermes, ladrones, comercio y... dijo que tenía delitos que le interesaban al Señor del Inframundo y que iría personalmente a proponer un intercambio. Lo siento, cariño, no lo recuerdo bien; estaba demasiado ocupada pensando en llamar al Dr. Pappas, el psiquiatra de Rodorio.
Aquello le provocó a Kanon una carcajada divertida tan violenta que tuvo que detenerse a respirar para no ahogarse.
—Suena como algo que diría Saga, supongo... y la impresión que dejaría en alguien más. —asintió. —Así fue. Intentaré resumir: Hubo un ataque bastante... cruento y fuera de orden en el Santuario. Intenté cargarme a la hija del Dios del Inframundo. Todos morimos y terminamos en un juicio allí. ¿Recuerdas que levanté la mano a otros Dioses previamente y robé ciertos artículos divinos y luego desperté a otro Dios, entre algunas otras hazañas de buen samaritano promedio? Pues no querían dejarme volver. Especialmente no el padre de la Diosa que intenté asesinar... ah... olvidé mencionar que su esposo es el Dios de la muerte, ergo, quien se suponía que debía devolverme la vida... a lo que se opuso por intentar asesinar a su pareja. Saga tenía un plan sólido... y tuvo que morir para llevarlo a cabo... La buena noticia es que ya ha vuelto y la mala es que creo que tendrás que acostumbrarte a tener un cuñado algo... especial. Te acostumbras con el tiempo, lo prometo.
Esta vez, fue ella quien rio divertida, tranquilizándose en oleajes. Reconocía a Kanon en cada palabra, en su forma de satirizarlo todo, en su forma de hablar, aquella que la había enamorado.
—Aceptaré al cuñado de buena gana; nunca podré agradecerle lo suficiente. Te extrañé... tanto. Todo fue horrible, Kanon. Había rumores... y luego él apareció... Creí que eras tú... —hizo una pausa y una de sus cejas bajó curiosa. —¿Me dirás por qué no mencionaste que tenías un hermano gemelo?
Los ojos verdes de Kanon bajaron en un gesto ligeramente lúgubre. Aquel momento que tanto había dilatado había llegado y tendría que explicarse.
—Bueno... la historia con Saga es algo... espinosa. —dijo al fin. —Mencioné que tenía un hermano que también era santo y no mentí... —sentenció, respirando profundamente. —Ambos portamos la misma armadura, pero es... algo difícil de explicar. ¿Recuerdas cuando nos conocimos? ¿Que te dije que no debías saber mi nombre? Nadie podía saber de mi existencia, solo el Patriarca y pocos más. Uno de los dos debía portar Géminis y... él es... —hizo otra pausa, buscando algo más de coraje. —Bueno, él es el gemelo bueno y yo... solo debía mantenerme oculto. Saga era adorado y yo... supongo que es difícil crecer con un clon idéntico a ti que te supera en todo y es reconocido. Él fue un santo muy respetado y yo, su versión desmejorada. Creo que para la única persona que no lo veía así, eras tú... y creo que mi egoísmo me llevó a omitir la parte en la que había una persona que se veía igual que yo pero me superaba ampliamente en cualquier cosa que hiciera. Él es géminis... yo solo soy, bueno, un suplente que cuida una armadura cuando su verdadero dueño no está disponible. Ese verdadero dueño, es Saga y yo... me limito a realizar mis tareas fuera del Santuario, como ya sabes.
Se detuvo un momento, para acomodarse en la silla y, de paso, acomodar sus ideas.
—Supongo que mi egoísmo también quiso dilatar el momento en el cual vieras que había un Kanon mejor: Saga.
La joven lo observó atenta, permitiéndole terminar el relato en donde encontró algunos fragmentos de dolor. Tomó su rostro nuevamente y lo besó, dulce.
—No hay ningún otro Kanon, porque tú eres tú y él es él. Eres único, no una versión de alguien más.
Él asintió, aunque creyó que le resultaría difícil asimilar que no era una versión de su gemelo. Le llevaría algunos años desprenderse de aquella idea.
—Para tí. Por eso quería... dilatar ese momento, supongo. —contestó observándola. —Por cierto... ¿quieres saber algo curioso?
Lena asintió. Le daba igual cualquier cosa que quisiera contarle, él estaba allí y era lo único que importaba.
—Creo que no has sido la única que ha conocido a su cuñado. —agregó él, esta vez con una sonrisa divertida sentándola sobre sus piernas.
Ella no lo comprendió a la primera, pero abrazó su cuello con un brazo distraído.
—¿A qué te refieres?
—Bueno, digamos que cuando volví a la vida, ya sabes, oliendo a culo y muerte... alguien me ayudó. Adrián... pelo negro, ojos grises... algo bronceado por el sol... que ayudó a escapar a su pequeña hermana digamos hace ya algunos años... ¿Te suena de algo?
Los ojos de la joven se abrieron en un gesto de sorpresa tan rápidamente que su cuerpo dio un ligero espasmo.
—Mi... ¡mi hermano! ¿Le has encontrado? ¿Cómo está?
—Es el mensajero del Patriarca. —replicó él, obviando que le vio viviendo en un sitio bastante... pequeño. —No es demasiado conversador, pero... omití la parte esencial de "Salgo con tu hermana". Creo que podrías decírselo tú misma. Mencioné que podía enviarle de visita y... supongo que solo necesitaría coordinar cuándo.
Lena suspiró aliviada, con otro quejido pesado, para descansar su rostro en el cuello del gemelo. Volvía a sentir ganas de llorar, pero esta vez, de una alegría pura. Saga había mencionado que todos habían vuelto a la vida y que no había bajas excepto su hermano pero... supuso que nadie registraría la muerte de Adrián.
—Gracias. —exhaló, cerrando sus ojos con fuerza aferrada a su cuello. —Todo está bien finalmente.
Sonrió amplia a continuación, para frotar su nariz contra la suya de forma cariñosa antes de besarlo, con dulzura (y esa nueva sensación: alivio). El la observó divertido, sujetando su cintura con un brazo largo.
—Es la primera vez en mucho tiempo que... me importa hacer el bien porque al final del día... sé que estarás ahí. Nunca temí morir, creo que nací preparado para eso... hasta ahora. Solo quería volver para estar contigo y poder construir una nueva historia a tu lado... una historia donde soy alguien y... puedo simplemente ser Kanon. Cuando debatían si volvería o no... yo creo que solo podía pensar en que lo único de lo que podía arrepentirme era no poder despedirme de ti si tenía que partir... permanentemente. Gracias por darle un sentido a mi vida, Lena.
Los ojos de la joven le sonrieron, infinitos, dejándole continuar.
—Yo... no puedo imaginarme una vida sin ti y quiero... casarme contigo. Pasé horas como un estúpido practicando un discurso tonto pero creo que no lo necesito. Hay un pequeño problema, sé que además de sonar apresurado, es la propuesta más cutre que podrías recibir y tenía otra cosa en mente. Yo perdí mis pertenencias en el ataque pero... tenía un anillo para ti, uno bonito, como el que te mereces... lo siento... —comentó avergonzado. —El templo se destruyó y volveré a comprar uno, yo... encontraré la forma... pero ahora mismo siento la urgencia de decirlo porque morir me ha enseñado que quizás esas cosas que no dices te las llevas para siempre. Yo no quiero llevármelo, yo quiero vivir contigo... para siempre. Tenía... notas y planes... y Hyoga me enseñó a proponerte matrimonio en ruso pero si soy honesto ese pato infeliz tiene una pronunciación del infierno y no lo recuerdo sin mis notas. Te lo diré en griego y puedo decirlo en inglés si así lo deseas, Lena... ¿Quieres casarte con este cutre resucitado, sin anillo y sin una propuesta de película, para amarlo y cuidarlo tanto en la salud como en la enfermedad, con gemelo perturbado y loco o sin él? Puedo cumplir la parte del gorro peludo y repetir la propuesta en la fría Moscú pero... aquí, en tu cocina, en Rodorio, Grecia... quiero casarme contigo, cariño. Lo sé, esto no es la propuesta que cualquier persona soñaría pero... aunque no tengo anillo ni escenario, lo más importante lo llevo siempre conmigo, que es mi amor por ti. Es lo único que necesito ahora mismo.
Aún escuchaba todo sonriendo, conteniéndose para no llorar otra vez; sus lagrimales se lo pedían a gritos. No tenía que pensárselo porque ya conocía la respuesta, e incluso la propuesta. Asintió, con tanta certeza que podría romperse el cuello.
—Sí, quiero. Es la propuesta de mis sueños, porque la hace el hombre de mis sueños. Te amo, Kanakis... y claro que quiero casarme contigo. Ah, y por cierto... el anillo. Creo que tengo algo que puede interesarte...
La observó curioso levantarse rápidamente para marcharse de allí y volver de la habitación en tan solo unos segundos. Al volver, estiró sus finas manos exponiendo sus dedos delgados y largos que cargaban aquella piedra fácilmente reconocible.
—¿Lo has visto antes? —preguntó con una risita, girándolo para acomodarlo y observarlo a continuación.
—Yo... pero... ——
—Tu hermano lo encontró y me lo entregó, junto con unas notas similares a las que mencionaste. Ahora mismo no lo llevaba conmigo porque acabo de ducharme, pero usualmente lo uso aquí... en casa. En mi corazón, ya he dicho que sí hace tiempo, Kanon. Supongo que no salgo con él porque... era demasiado doloroso que la gente hable y haga preguntas que no estaba dispuesta a contestar. No estaba lista para enfrentar tu muerte pero... siempre te esperé.
Alcanzó su mano con un beso, para jugar con su anillo, divertido. Saga, otra vez Saga... esta vez, dejaba de dolerle para mostrarle que a pesar de todo, su hermano siempre estaba allí para él. De pronto, aquella competencia ridícula se redujo a eso: a una estúpida competencia ridícula. Se lo agradecería mas tarde, con un café (que su hermano diría que era un puto asco, y el reiría, como siempre).
—Chica, esto suena muy serio. Creo que amerita una reunión familiar, ¿no lo crees? Puedo pedirle a Dohko prestado su asistente personal para ayudarme con cierta boda inminente y robármelo un día. ¿Sabes qué? Mejor cambiaré el verbo o también me juzgarán luego por robar personas además de tridentes divinos... creo que solo pediremos prestado a tu hermano unas horas. ¿Suena bien? Creo que tiene mucho para decirte y quién sabe, quizás algún otro caballero dorado muy amigo de la familia, quiera acompañarnos en la celebración.
Ella sonrió.
—Suena genial. Llevo años sin ver a Adrián y... espera... ¿a quién te refieres? ¿A tu hermano? —lo observó atenta pero en una mirada cómplice pudo descubrir fácilmente que no se refería a Saga precisamente. —¿Lo sabes? Lo veo en tu rostro. Muy amigo de la familia, ¿eh? Pero no es familia.
Kanon levantó sus hombros escondiendo una sonrisa, con cara de distraído.
—Yo no he dicho nada, cariño— contestó inocente, alargando las palabras para darle énfasis. —Solo estoy mencionando al pasar que quizás algún caballero de la orden dorada que podría ser absolutamente cualquiera de ellos, muy amigo de la familia, como podría ser, no lo sé, intuyo, alguna constelación de un mamífero herbívoro perisodáctilo de la familia de los équidos con alas como, a ver, por decir alguien, Aioros de Sagitario quiera acompañarnos. Ya sabes, para no celebrar solos... yo ahi lo dejo, cielo.
Ella comenzó a carcajear desde la palabra mamífero, sin detenerse hasta el final de su oración.
—Eres un cabrón adorable. ¿Te quedas a cenar?
Besó nuevamente la mano que llevaba el anillo antes de levantarse y acercarse a la nevera para ayudar.
—Si me lo pides tú, toda la vida.
—Creo que eso es todo, ya hemos terminado aquí.
—¿No quieres que les envíe también el templo circular completo para que tengan un hogar más amplio y confortable? —preguntó Saga, observando la montaña de objetos frente a sus ojos con incredulidad.
—No, con esto está bien. —comentó Aioros sin más. —Tú deberías descansar, de verdad, te ves fatal.
—Oh, claro, descansar... ¿Algo más, su Santidad? —indagó enarcando una ceja.
—No. Buenas noches, amigo mío... ahora si me disculpas, tengo algunas cosas más que resolver hoy. —sonrió antes de marcharse.
Shura leía, aún sin lograr conciliar el sueño cuando sintió la energía de Aioros presentarse súbitamente en Capricornio. June dormitaba, desnuda, a su lado. Se levantó casi de un salto dejando el libro sobre la cama, en alerta, temiendo un nuevo ataque, antes de mirar el reloj con cierta impaciencia. ¿Qué quería por la noche?
Tanteó su ropa a ciegas y se vistió tan rápido como pudo, antes de asomarse a la sala principal, veloz como una saeta.
—¿Aioros? ¿Qué sucede?
El centauro asintió e hizo un gesto con la mano, para calmarle.
—Tranquilo, no sucede nada. ¿Tienes un minuto?
El español asintió, pero su entrecejo se había ceñido firme en un gesto de preocupación absoluto. Aquello olía raro.
—Sí. Dime... ¿Estás bien? ¿Todo está bien?
—¿Podemos sentarnos? Tengo algunas cosas que discutir contigo.
Los ojos del español solían parecer pequeños. Quizás era su mirada, profunda y seria, o quizás su ceño fruncido, nadie podía definirlo con certeza. Esta vez, los abrió en un gesto de sorpresa tan enorme, que Aioros creyó que podía ver su color real.
—¿Conmigo? ¿A esta hora? ¿Y se supone que no debo preocuparme?
—Que no es nada grave, solo quiero hablar contigo... De hecho... creo que eres la única persona que puede ayudarme.
El guardián del décimo templo asintió, sin comprender realmente de qué iba todo. Sea lo que sea, no sonaba a algo que estuviese seguro de querer oír.
—Vamos a la cocina, prepararé algo de café.
Shaina llegó al cuarto templo tan despierta como si nada de todo lo sucedido hubiese realmente sucedido. Angelo la observó, bostezando, estaba cansado y había sido una tarde larga.
—¿De dónde sacas tanta energía, Gina Palladino?
—De verte el culo, no te jode. ¿De dónde? Sigo siendo Aries, ¿lo entiendes?
—Te lo dije, pero no me escuchas. —respondió negando con la cabeza.
—Shion intercedió por mí. Aún no me lo creo... aún podré cuidar el primer templo. Quiero entrenar ya mismo. ¿Quieres——
Death Mask la detuvo con un gesto de agobio.
—Oh, por favor, eres como un crío hiperactivo y no, no quiero entrenar, claro que no quiero entrenar; quiero meterme en la cama, meneármela un rato y dormir. Mañana nos citarán, estoy seguro. Prepárate para hacer las rondas de todos tus compañeros desertores, por cierto, porque es lo mínimo que nos tocará.
—Las haré con gusto, con mi armadura dorada, llorica.
Los ojos del italiano giraron en un círculo perfecto y carcajeó.
—¿Llorica yo? "No quiero ser camarera, no quierooooo" —la imitó, con una voz chillona forzada, que le arrancó a la joven una sonrisa.
—Descansa, Angelo. Nos veremos mañana, cuando Adrián nos traiga el comunicado. Entrenaré un poco antes de dormir.—rio nuevamente. —Por cierto, gracias por el cable.
—Meh, estaba aburrido y no tenía nada mejor que hacer.
—Eres un niño bueno, Death. —le sonrió ella.
—No lo digas por ahí —replicó él divertido. —¡Oh, mira la hora! —comentó observando su muñeca vacía. —Es hora de que te vayas y yo pueda dormir.
Marin dormía profundamente para cuando se escucharon los gritos que despertaron sorpresivamente a Marianne, quien corrió a oír e intentar que su cerebro coopere para poder entender la voz fuerte, empantanada y grave de su cuñado.
Cuando los primeros alaridos comenzaron a atestar la sala, los intercomunicadores de su cabeza detectaron cierta dosis de peligro. Sabía que Camus era un guerrero, al igual que su novio. Gente que mataba y moría, como moneda corriente, que se partía las costillas como algo extremadamente natural y lógico. Una sensación de alarma la invadió (y el miedo de que su pequeño repollito bebé corriera un riesgo innecesario) y se dio cuenta que a pesar de su impulso y su necesidad de interrumpir aquello, abalanzándose como una bestia sobre aquel que osaba insultar a Cam, ella no podría interponerse en una pelea de aquella magnitud. Aún si encontrara algún objeto con el que defenderse e intentar defender a su hermano, la pelea seguiría siendo siempre desigual. ¿Sabía a qué extremo podría llegar aquel cabreo? No, no tenía idea, porque jamás lo había presenciado.
Sus piernas se movieron rápidas y cortas. Sabía que él estaría despierto, porque cualquier ruido le despertaba... y así era.
Cuando se metió furtivamente en la habitación, Shaka la observó, levantándose rápidamente.
Eso podía decirlo en cualquier idioma. Era lo primero que le había enseñado su hermano y lo primero que su cerebro incorporó:
—Ayuda, Shaka.
(Shaká)
El rubio asintió. Lejos de aquel insegurísimo Shaka Raj Ghadavi, el joven delgado que parecía frágil y delicado como un pájaro asustado, pudo volver a detectar a aquel hombre que conoció meses atrás, en el templo de Virgo.
—Shaka, mi hermano. —le repitió ella, intentando arrastrarlo a modo de arma humana, pero él la detuvo de forma gentil.
—Tranquila, Marianne. Confía en él, ¿sí? Esto es necesario.
Aquello no tenía puta lógica y se cagaba en todos sus antepasados, en sus ojos que eran la ventana del alma, su puta paz mental y sus frascos especiados. Su hermano corría peligro y aquel idiota no se involucraría... pues muy bien, tendría que hacerlo sola, o intentar con Aioria, quien parecía inconsciente. El león la ayudaría de buena gana. Giró sobre sus pasos para ofrecerle una mirada cargada de reproche.
"Tranquila" jamás tranquilizó a nadie, tonto, imbécil, estúpido de mierda, me comeré tus riñones, pensó con desesperación. No, podía meterse todo el namasté por el culo, letra a letra, porque ella no permitiría que el novio de su hermano le tratara así y quedarse de brazos cruzados observando aquella tortura verbal.
No entendió a qué se refería él con "es necesario". Lo que es necesario era encontrar algo para utilizar a modo de arma, y dejar al tío de los gritos inconsciente.
—¡Pero, pero... pero! ¡Ugh! —protestó, inquieta, antes de intentar salir disparada como una flecha hacia el sitio del conflicto.
Si el estúpido de su cuñado quería maltratar a su hermano y luego irse, se llevaría de regalo una herida en la cabeza. Nadie se metía con Camus, ella no lo permitiría.
La mano de Shaka sostuvo su brazo, de forma gentil.
—Marianne. ¿Confías en mí?
No.
No.
Quería decir que no, gritar que no. Quería llorar y decirle que jamás confiaría en él y menos si no ayudaba a——
Los gritos cesaron pronto pero el sollozo de su hermano le alcanzó como si alguien le hubiera perforado el pecho con una lanza sorpresiva. Abrió sus ojos pequeños, tristes, como si aquello no pudiese empeorar. La mirada de Shaka la alcanzó, fija y clara, junto con su mano pálida en forma de caricia tranquilizadora.
—Confía en mí. Confía en él. —le repitió. —Yo no permitiré que nada le suceda, Marianne y si debo involucrarme lo haré. Te lo prometo.
—No. ¡No quiero que sufra! —protestó, intentando zafarse. Si su hermano lloraba necesitaría de ella y aquello de "es necesario" le tocaba muchísimo las narices y también podía metérselo en el culo. Él buscó su mirada otra vez, antes de impedirle el paso.
—¿Cómo cicatriza lo que no para de supurar, enfermera Dubois? ¿Por qué supuran las heridas? ¿Por qué duele aquello que duele?
Camus volvió a sentir, o mejor dicho, conectar, aquel dolor agónico de la pérdida. ¿Podía seguir sosteniendo aquellos glaciares de los cuales pendía su corazón? ¿Podía seguir forzándose a sostener la estructura agrietada de aquella personalidad que pugnaba por protegerle?
El primer sollozo salió suave. La voz del francés solía ser suave, atónica, de alguna forma inexpresiva... El segundo, destrabó algo en su garganta, desagotándose en una sonata gutural y triste, que parecía emular sonoramente la Gymnopédie 1 de Satie en un piano roto: el llanto de Camus en séptimas mayores y a continuación, el derrumbe.
Milo lo escuchó, cerrando sus ojos para que no alcanzaran a teñirse de bruma. Su mandíbula le acompañó, firme, rígida y trabada, mientras intentaba revivir aquel golpe certero que le había resultado imperioso. Se levantó para acercarse a él con cautela, sabiéndose un león que deseaba acariciar un pájaro herido. Enfundó sus garras y aplicando poca presión, caminó lentamente en dirección al francés.
—Debes sacarlo de allí porque terminará por matarte, Cam. —murmuró, en una voz esta vez tan serena como una canción dulce. —Y todo lo que te han hecho... no es justo que lo pagues tú muriéndote de tristeza por dentro. Debes sacarlo y yo... yo estaré aquí para que lo combatamos juntos.
Los ojos del galo, aún abrumados y cargados de angustia y reproche, lo observaron fijamente. El griego tomó su mano.
—No podemos matar al monstruo si no logramos sacarlo de su escondite. Lo siento.
—Me duele. —musitó el francés, en un hilo de voz.
El griego asintió, limpiando su rostro con una mano rápida y certera.
—Lo sé. Sé que duele... Sé que duele, Cam. Solo sácalo y yo estaré aquí para combatirlo a tu lado... pero no puedo hacerlo si me empujas de tu vida, ¿lo entiendes?
—Solo necesito paz, Milo. —murmuró con angustia.
—No está donde la buscas. No en la evasión, cariño... ¿sabes? Si solo huyes aquello no morirá, te perseguirá por siempre. No puedes vivir escapando, Camus. No puedes vivir huyendo de ti mismo porque terminará por devorarte y enfermarte.
Lo sostuvo con sus brazos y sintió el ritmo acelerado de su corazón, latir junto a él y su propia tristeza, como cuando la tarde antes de morir, se desarmó en aquel abrazo del francés a sacudones corporales y un llanto liberador.
—¿Por qué? ¿Es esto lo que merezco? ¿Esta tristeza crónica? Sé la respuesta... lo es. He causado tanto dolor... —jadeó frunciendo el entrecejo, buscando con sus ojos opacos aquellos zafiros vivaces del antiguo escorpión.
—No. Lo que mereces es el amor que no estás acostumbrado a recibir... pero que no estés acostumbrado no significa que no puedas aprender. Todo se aprende y todo se practica... —le dijo, limpiando su rostro una vez más.
Sentía vergüenza, angustia... pero lo que más le agobiaba de todo era sentir que su "yo" se rompía en pedazos. ¿Cómo ser alguien que no sabes ser? ¿Cómo dejarse amar, cuando tu corazón es un perro abandonado repetidas veces, que se acerca a la gente lo suficiente para comer, pero no demasiado para no recibir un nuevo golpe? Así, famélico de afecto comprendió que Milo tenía razón. Su mecanismo era ahuyentar a la gente hasta que le odiaran, para poder desligarse emocionalmente y poder seguir atrapado en un loop desconfiado, gélido, desapegado.
—Yo... no quería ignorarte. —alcanzó a decir, en su voz de acordes menores.
—Lo sé. Ni yo herirte... pero si dejas que Camus el imperturbable tome el control, es cuestión de tiempo para que vuelvas a la comodidad de esta cabeza cerrada herméticamente. Yo soy Milo, mírame. Soy el niño que te enseñó griego, el que jugaba contigo... tu ami. No me expulses de tu lado porque si lo haces, no podremos combatir estos monstruos juntos. Yo solo quiero hacerte feliz... pero si te anestesias... —suspiró. —Si te anestesias el dolor volverá una y otra y otra y otra vez. Quiero conocer al monstruo, Cam... es hora.
—No. No quieres. —contestó, aún en aquel tono-sonata. —No quieres ver lo que hay dentro. No lo amarías...
Milo sonrió levemente.
—Soy una persona insegura y también tengo mis sombras. También sufro, Cam... pero... ¿lo recuerdas? Aquí estoy... como lo estuve siempre. En Atenas, en Siberia, en Milos. Podemos ir a jugar solos si no quieres ir con los demás. Yo me quedaré contigo y si no quieres hablar pues solo me quedaré sentado aquí sin molestar.
Camus sonrió levemente.
<<—Pues entonces yo soy eso. Soy tu ami... y tú eres mi ami.
El francés, sorprendido dejó entrever una sonrisa tímida.
—Mon ami... —susurró para sí mismo. —Ouais.>>
—Mon ami. —susurró aquel hombre adulto, parafraseando a aquel pequeño francés asustado y triste. —Mon petit-ami. Ouais.
Milo besó sus ojos húmedos con tanta dulzura que sintió que si aquella tristeza hubiera tenido forma, él la hubiera asesinado.
—Te amo... y lo siento.
—¿Por qué lo hiciste? —quiso saber el galo, aún algo aturdido. —¿Buscabas lastimarme? ¿Es esto el amor para ti? Porque para mí no lo es. El amor no debe lastimar y——
—No. Yo solo quería que... reacciones. Necesitaba traerte de vuelta y si el precio a pagar era que me odies, supongo que estaba dispuesto a pagarlo. A veces creo que no te conozco... pero mi corazón si lo hace. Si quieres molestarte conmigo... puedes hacerlo. Ya no sé qué hacer para demostrarte lo mucho que me importas y lo mucho que te amo... pero aquello no llegará si simplemente no me permites el paso. Sé que te sientes más seguro así, lo sé. Sé que tienes tu tiempo, también lo sé... pero también sé que sufres en silencio y terminará devorándote vivo. No puedo pensar por ti, Cam, ni meterme en tu cabeza a cambiar tu forma de pensar... solo puedo acompañarte en tu dolor... sin inmolarme en el proceso. Si simplemente permito que me alejes, si permito que me ignores, si solo me siento a sufrir a tu lado... ¿es esa la forma que te haría feliz? ¿Transformarme en el perro que te lama la mano con la que me pegas? ¿Es eso lo que tu corazón necesita? —preguntó, acariciando su rostro y sus cabellos alborotados.
El francés negó, enfáticamente.
—No. No quiero eso. No quiero seguir lastimando a la gente que quiero... no puedo soportarlo. Quiero querer de la misma forma que Marianne y Hyoga me quieren, que tú me quieres... quiero ser... normal, quiero poder amar con libertad. No quiero morirme sabiendo que jamás amé en plenitud, Milo y estoy aterrado. Ya no quiero que me duela... no así. —comentó antes de romper en un llanto aún más desolador.
El griego acercó su rostro en silencio y lo besó, despacio.
—Lo harás. Yo seguiré amándote. Marianne seguirá amándote. Hyoga seguirá amándote. Aquí estamos, esperándote. Tenemos una nueva vida, Camus. Mira a tu alrededor... bueno, o no, mejor no mires, porque parece desolador, vaya casa vacía de mierda, mejor no mires... pero imagina, ¿sí? Imagina todo lo que podemos hacer juntos... cuando esta tormenta pase. Tenemos a Marin, a Aioria, a Shaka... a su pene.
Camus sonrió, dejando escapar una risita torpe y ahogada en lágrimas.
—Ya no quiero que mencionemos el pene de Shaka, Milo.
—Yo no lo hice, fue tu hermana. Y creo que simplemente deslizaré casualmente un diccionario con esa palabra subrayada porque estoy casi seguro que fue un error de traducción. Venga, Cam... mírame.
El francés lo observó, con ojos atentos y eternos.
—¿Me abandonarás? —quiso saber, vulnerado, para escucharlo de su boca. La boca que se había vuelto aquella ametralladora de realidad y crudeza, la boca que le besaba dulce y suspiraba su nombre.
Milo negó.
—Nunca. Te esperé toda la vida y me iré solo cuando me lo pidas. —confesó el griego, con una seguridad que le abrigó como la manta que le cubría de niño, cuando se hacía un ovillo junto a su hermana en el sofá viejo. Asintió, algo más calmado.
—Te necesito. —suspiró. —Te necesito junto a mí.
Milo sonrió.
—No, Cam. Te necesitas a ti mismo, yo solo te acompañaré a encontrarte y sanar. Lo que necesitas tú, es permitirte sentir y decir lo que quieres sentir y decir y no lo que crees que dolerá menos a largo plazo. Al único que le debes honestidad, es a ti mismo... es lo único que te hará feliz... tú mismo. Yo solo soy un hombre que te ama y que cree que vales la pena, el hombre que quiere que descubras quien eres, conocerle y enamorarme perdidamente de él.
—¿Y si no le amas?
—Ya lo amo. Porque puedo verlo... por momentos... lo veo. Lo veo en tu mirada cuando brilla y en tus sonrisas. Lo veo en tus gestos dulces. Lo veo en el amor incondicional de Marianne que asegura que eres la persona más increíble y amorosa de este mundo. Y le creo... porque a veces, yo también puedo verlo. Y lo amo... porque ese, Camus, ese hombre eres tú... no esto que te han hecho creer al punto del autoconvencimiento. Esto solo es una cáscara dolorosa que nos encargaremos de destruir... juntos. Codo a codo. Si eso es lo que deseas, claro.
El francés asintió, respirando profundamente para calmarse.
—Sí, eso quiero, Milo.
—¿Sabes lo que quiero yo?
Camus negó, intuyendo alguna obscenidad que nunca llegó.
—Que seas feliz. Que hables conmigo. Que llores... Que te des una ducha, y si no estás muy cansado, quizás podamos salir a caminar por aquí. La noche es bonita. Vamos a enamorarnos ahora que podemos, en esta normalidad. Toma mi mano, caminemos por la playa, ya sabes, horteradas románticas y tontas... Déjame invitarte una cena... bueno, o no, espera... le pediré dinero a mi hermana como un adolescente que quiere impresionar a su novio pero... pronto tendré mi trabajo civil y podré invitarte algo decente. Seamos dos jóvenes estúpidos viviendo un romance aún más joven y estúpido, lejos de los golpes y las guerras. Quiero una vida de tonterías a tu lado, Camus Dubois.
El francés asintió, algo avergonzado y sonrió.
—Deseo lo mismo, Milo Çelik.
Se acercó él, para besarlo esta vez tan profundamente que se perdió en otro mundo, pero no el sitio peligroso en el que habitaba su mente, sino en el calor de una ilusión que se gesta.
—Te amo. Lo sé, lo siento. Te amo, Camus. Siento ser tan... inseguro la mayor parte del tiempo, pero... también tengo miedos. También temo ser abandonado. ¿Me dejarás tú a mí?
La sonrisa del francés, cálida y genuina, se mostró tan auténtica que creyó que podría enamorarse de él siete vidas más.
—No. —aseguró en un gesto asertivo. —Porque eres mi hogar, Milo. Gracias... por traerme de vuelta.
El café aterrizó sobre la mesa, ante la atenta mirada del español.
—¿Me dirás ya para qué se supone que necesitas mi ayuda? —preguntó, inquieto. Se sentó, acomodando su ropa. Se había vestido tan rápidamente que su camiseta le incomodaba.
Aioros caviló un momento antes de respirar profundo y largar aquella primera frase.
—La he cagado en grande y mañana probablemente me caiga un castigo igual.
Shura frunció el ceño.
—¿Y qué puedo hacer yo? Quiero decir... Dohko no me escucha, él pone las reglas, yo solo las acato...
Aquello le recordó a otra orden de otro cierto Patriarca que le ordenó asesinar al mismo compañero que se presentaba en su sala y se dio cuenta de aquel comentario desafortunado luego de hacerlo. Jugó con sus dedos, inquieto, ignorando su mirada.
—Sé bien que lo haces. —disparó Aioros, certero. —Y no estoy aquí para echártelo en cara, sino porque necesito tu ayuda.
El guardián de capricornio asintió. Supuso que respondería a cualquier cosa con tal de redimirse de aquella culpa pesada que aún le perseguía como la roca de la vergüenza.
—Dispara.
—Sé que... no existe un caballero con más moral o más obediente que tú. Creo que ni siquiera Shaka lo era, y eso es mucho decir. Sé que lo que te pida te... generará cierto... malestar. —aseguró, jugando con su taza antes de bebérsela de un solo trago largo. —Saga correrá con la misma suerte que yo. Mi hermano ya no está... no tengo a nadie más. Lo siento.
El español volvió a fruncir el entrecejo.
—Joder, macho pero a ver si me dices las cosas de una vez. No te entiendo. Sé claro porque no te entiendo. ¿Qué es lo que quieres?
Aioros lo observó directamente a los ojos, con un verde brillante producto de cierta emoción que lo embriagaba. Su mirada destellaba, apasionada.
—Quiero dar un golpe en el Santuario.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top