44. De comienzos y finales - Parte 1


"Si un día me faltas no seré nada
Y al mismo tiempo lo seré todo
Porque en tus ojos están mis alas
Y está la orilla donde me ahogo"

Carlos Varela




Luego de poner al tanto a Dohko de lo sucedido en el Inframundo, notificarle que estaba de vuelta y pedirle un permiso especial personal para poder avisarle a su pareja que había vuelto a la vida, Kanon se alejó de la recámara del Patriarca con los recuerdos de aquel pañuelo aún danzando en su memoria. Sin siquiera proponérselo, había dado con el hermano de Lena. Recordaba vagamente la historia y hasta donde sabía, el chico se había quedado en el Santuario con el afán y el sueño de volverse un caballero poderoso, cosa que por lo que pudo ver, no resultó como esperaba.

Aquella niña diminuta que perseguida por los soldados posteriormente enfrentados por un joven Aioros, había dado con su cabaña y en el pánico desesperado de la persecución, se metió dentro sin saber que un pequeño Kanon vivía allí, escondido del mundo.

No le había dicho su nombre entonces, porque no podía nombrarse. Nadie podía saber de su existencia y él había cumplido con su parte.

(No puedo decirte mi nombre, así que puedes llamarme como tú quieras.)

Esa niña, Lena, que muchos años más tarde, reencontraría en Rodorio y se convertiría en su novia, había aterrizado asustada en su cabaña y él le prometió protegerla y enviarla sana y salva a través de un portal que él mismo crearía, a cambio de una sola cosa.

—Nadie habla conmigo... y me siento un poco solo. ¿Puedes quedarte un rato más?



Luego de la hora de las despedidas, algunos abrazos (e incluso algunas lágrimas rebeldes), Shion y compañía regresaron al Santuario, dejando a los habitantes del nuevo hogar en Milos algo perdidos y finalmente, solos.

Aioros y Saga no dijeron una sola palabra mientras caminaban detrás de su Diosa y su consejero, Shion. Si bien no parecía enfadada del todo, sabían muy bien que a pesar de que el plan había sido un éxito, habían metido las patas hasta las ingles y eso tendría un costo.

La acompañaron hasta su recámara, dónde pidió que le dejasen descansar y que hablaría con ellos al día siguiente, que podían retirarse. Shaina y Death Mask se piraron de allí rápidamente, sin siquiera despedirse más que mascullando algo por debajo como niños que habían realizado una travesura antes de correr escaleras abajo, como en un juego.

Shion se despidió también con una leve reverencia, antes de acompañar dentro a Saori... y juntando el valor de enfrentar a su prometido para contarle lo sucedido.

El gemelo y el centauro se encontraron en una mirada, bajo la noche, antes de emprender la marcha a Sagitario.

—Gracias otra vez, caballito de la esperanza. Te debo una. Grande. —repitió, como si aquel mantra sirviera de algo para expresar todo lo que sentía en aquel momento.

—Pues si sigues diciéndolo acumularás deuda. Ya me debes dos. Tres si contamos el asesinato a sangre fría de tu amigo. Me las cobraré, lo sé. Sé que te necesitaré pronto, Saga. —confesó.

El guardián de Géminis lo observó, bajo la luz tenue de una luna amable, frunciendo el entrecejo.

—Oh... ¿de verdad? ¿Y eso?

—Tengo algunos planes. Y quizás necesite compañía. —resopló divertido el centauro, descendiendo las escaleras, restándole importancia.

—Me juego el culo que es algo terriblemente ilegal, mínimo un delito. ¿Homicidio en primer grado? ¿Drogas? ¿Profanación de lugares sagrados? Tú solo pide.

Aioros carcajeó, y Saga lo acompañó con una risa grave pronto.

—Me lo pensaré y te lo haré saber. Ahora, hay alguien con quien quiero hablar. Tú deberías dormir un poco, llevas unas semanas de mierda y creo que mereces un descanso antes que nos caiga el castigo mañana.

—¿Hablar? ¿Es Adrián?

El centauro negó, antes de atravesar Piscis y notificarle su presencia energéticamente a su guardián quien les dejó pasar adormilado.

—Adrián ha terminado conmigo y le respetaré, no voy a perseguirle como un psicópata. Si eso desea, aunque me duela, lo aceptaré.

—Lo siento, de verdad. Creí que era más espabilado pero no. Siento escuchar que no funcionó, hombre.

Aioros asintió.

—Funcionaba pero... olvídalo ¿sí? Me gustaría que todo fuera diferente, Saga.

—Sé exactamente cómo se siente eso. —aseveró honestamente. Él mismo había deseado que toda su vida fuera diferente repetidas veces. —También sé que encontrarás a alguien que tolere todo tu optimismo desaforado y tu energía vital. Lo sé. Sé que hay alguien allí para ti, sea Adrián o un brasilero con el miembro del tamaño de un brazo, pero sé que si hay alguien en este mundo que merece ser feliz, ese alguien eres tú.

—No me jodas, Nietzsche, mírate. ¿Dándome esperanza? ¿Tú? —sonrió divertido. —¿Quién eres y qué has hecho con mi amigo Saga de Géminis, chico?

—No te pases, potrillo. Me durará cinco minutos, hasta volver al templo y ver que has dejado la sala hecha un desastre y comience a protestar como el viejo fastidioso que soy. Hombre es raro ¿no? Acuario... vacío. —dijo observando a su alrededor. —Ahora que es oficial, es algo raro saber que ya no podremos volver a fastidiar al estirado de Camus...

—Awwww... ¿Saga de Géminis extrañando a sus compis? —comentó el centauro con una voz chillona y graciosa, como si hablara con un niño pequeño. El gemelo negó, dejando sus ojos en blanco.

—Serás estúpido. Solo digo... es raro. Aioria, Shaka, Camus, Milo, Mu, Aldebarán... todos ellos lo han dejado. ¿No lo ves... raro?

—Hombre, no están muertos, solo lo han dejado. Además, pretendo seguir visitando a mi hermano, después de todo, mi mejor amigo puede enviarme cuando se lo pida porque me debe cuatro muy gordas.

—¿Cuatro? Creí que eran tres. —protestó Saga.

—Dijimos que eran acumulativas, llevas cuatro.

—Ya. Sí, claro. —rio el gemelo, divertido. Divertido y cansado. —¿Sabías que Milo tenía una hermana? Adivina si no la invité a salir en su puta cara.

Aioros tuvo que detenerse a reír porque del ataque que le dio, creyó que trastabillaría.

—Dioses, ¿por qué me perdí esa gema maravillosa?

—No sé dónde estabas pero la cara de Milo era un poema. Me mandó a la mierda y me dijo que saldría con su hermana sobre su putísimo cadáver.

—Pues espero que lo hagas, quiero decir, salir con la chica... pero no seas literal y mates al escorpión antes de hacerlo. Bueno, antiguo escorpión. ¿No crees que deberíamos enviarles al menos algunas mantas para que duerman? Estamos en Acuario... quiero decir, todo esto aún pertenece a Camus.

—Pertenece al Santuario, Aioros, ¿por qué me incitas a delinquir? Porque estoy seguro que "deberíamos enviarle" se traduce en "deberías abrir tú un portal interdimensional con el nabo y llevarles abrigo".

Aioros no tardó mucho en alejarse para meterse en la antigua habitación del francés. Le contestó desde la distancia.

—¡Quizás sí dije eso! Aún me quedarían tres deudas, ¿no? Venga, no quiero que lo haga Shaina, la muy cabrona casi me arranca las tripas al enviarme. Y no quiero que duerman en el suelo. Además, mi cuñada está embarazada, ten piedad, chico, no puede dormir en el suelo. ¡Es la madre de mi futuro sobrino! ¿Cargarás con eso también en tu consciencia?

—¡Dioses! Debería haberle pedido ayuda solamente a Shaka. —resopló resignado antes de seguirlo a la habitación.

—Shaka también pasará frío. Y su novia. Les romperás el corazón. A ver que hay aquí.

—Sabes que estás husmeando lo que no debes, ¿no? Y me arrastrarás a mí a tu delito, como si no tuviera ya un curriculum vitae lleno de ellos.

—Deja de llorar, Géminis. Me dejé asesinar por ti y mañana me castigarán por eso, solo estoy juntando algunas cosas que creo que le pertenecen. Soy un buen samaritano. —contestó, guardando algo de ropa y algunas pertenencias.

—¿No desea, mi señor, agrandar este delito con dos colchones? —preguntó sarcásticamente, pero los ojos de Aioros se iluminaron y descubrió que la había cagado.

—¡Claro! ¡Es una fantástica idea! Podemos enviarles los colchones también, eres un puto genio, Saga.

—Era broma, Aioros, que rápido te vienes arriba, me cago en todo.

—¡No me jodas, hombre! El Santuario no quebrará por tres colchones de mierda. Además, ¿no comprarán nuevos? No le darán esta porquería vieja reventada a pajas por el francés a Hyoga. ¿Escorpio? ¿De verdad? ¿Querrías dormir sobre el colchón de Milo? Eso debe estar literalmente, pegado a la cama. Podemos enviarles tres colchones. Mira... aquí hay uno... habrá otro en escorpio y podemos tomar otro de las habitaciones de los aprendices. ¿Se los envías? ¿Porfaplis?

—¿Porfaplis? ¿Quieres hablar como una persona de 34 años?

—Tenía 14 cuando me asesinaron así que técnicamente soy un adolescente guay, tú eres el viejo gruñón, yo solo soy cool en un cuerpo de adulto.

—Ugh, quiero morirme otra vez solo para no escucharte más. —suspiró Saga. —Venga va, los envío. ¿Su alteza desea algo más?

—Nop, estamos bien. Con esto bastará. ¿Crees que Shura esté despierto? Debo hablar con él. —respondió buscando más colchones en las habitaciones de los aprendices de Acuario y revolviendo todo a su paso. El gemelo lo siguió, impaciente.

—Espera ¿estás robando la vajilla del templo? ¿Tú, de verdad, estás mal de la cabeza?



Aún intentaban digerir lo sucedido: no había vuelta atrás... su nueva vida había finalmente comenzado. Comieron en los platos reutilizables del desayuno, tomando notas mentales de que necesitarían algo de vajilla y Milo prometió, con la boca llena, pedir ayuda a su hermana si es que después del shock inicial decidía volver a su vida y no huir sin mirar atrás de aquella panda de locos con poderes y cadáveres. A pesar del silencio de aquellas víctimas del hambre que se habían entregado a sus platos, en el aire se encontraban emociones encontradas... la alegría de que la misión fuera un éxito, el cansancio, la certeza del final de sus vidas tal como la conocían y el comienzo: aquel aterrador comienzo.

Marin devoró su plato y repitió, feliz de comer cosas que parecían cenas y que el té como única comida pase a ser historia, su barriga incipiente lo agradeció pronto. Camus había preparado algo decente, que a su paladar, le resultó fantástico. Milo también comió con ganas, después de aquella estadía en el hospital, alimentándose a través de tubos y líquidos, pronto conectó rápidamente con su apetito.

Marianne tardó en volver. Se unió en silencio para comer su parte, con el cansancio físico como única sensación invasora, antes de retirarse al patio a fumar su último cigarrillo del día.

—¿Estás bien, cielo? —preguntó Marin, alcanzándola.

—¿Crees que pueda dormir en tu habitación? —preguntó rápidamente. Se sentía ajena y a pesar de haber tenido muchísimas ganas de pedirle al gemelo ser enviada a Paris en un vuelo interdimensional sin escalas y sin retorno, había decidido respirar profundo y volver. Ya resolvería su vida, pero no con el cabreo intenso que llevaba. Tomar decisiones en ese estado era la mala decisión y lo sabía.

—Claro. Le diré a Aioria que nos dé algo de espacio y quizás podamos ver una película juntas. ¿Qué te apetece?

La francesa meditó exhalando el humo lejos de su amiga embarazada.

—Ouais... podemos ver Kill Bill. ¿La has visto?

Marin negó y ni siquiera supo a qué se refería.

—¿De qué va?

—De una mujer que cobra venganza. Le mienten y la lastiman, donc mata a todos hasta llegar a su ex, un guerrero formidable: Bill

—Wooow, eso no suena personal en absoluto, cariño. Y dime, ¿Bill le enseñaba griego y era rubio?

Aquello la hizo reír, con fuerza.

Non, pero es mi película favorita.

—Entonces tenemos un plan, cielo. Por cierto, ¿puedo tomar prestado un nuevo pantalón? Creo que estos huevos fritos ya son pollos adultos y quiero darme una ducha. ¿Podría tomar más ropa? Prometo que pronto conseguiré un curro y me compraré mis propios crayones y pijamas. Por cierto, tus cremas son una pasada, tengo la piel preciosa.

Marianne asintió, sonriendo.

—Sí, toma lo que necesites. ¿Marinette?

—¿Sí?

—¿Alguna vez Aioria te ha mentido?

Aquella pregunta la descolocó e intentó buscar en su memoria para dar una respuesta honesta.

—No que yo recuerde, Marianne. Si lo ha hecho, jamás lo supe. Siempre fue honesto conmigo y yo elegí en consecuencia. ¿Por qué lo preguntas?

Marianne asintió, algo apenada por ella misma, pero feliz por su amiga y el león.

—¿Llevas mucho tiempo con él?

Marin tuvo que volver a su memoria, a remover como si limpiara una casa y ordenara las cajas de sus recuerdos en el proceso.

—Bueno... nuestra pareja ha tenido sus fases, ¿sabes? Cuando le conocí eramos unos críos y yo aún entrenaba a Seiya. Él me gustaba porque era... dulce conmigo y además ya sabes, un caballero de oro y todo eso. Chica si le hubieras visto los muslos en esa armadura dorada, no habrías caído por Shaka, ya te digo. Estarías suspirando por esas piernas.

La francesa sonrió. Le gustaba escuchar el amor en las palabras de su nueva amiga y aquella mirada perdida en su historia.

—¿Y qué sucedió?

—Crecimos y Shaina, la italiana que habla como una bestia, comenzó a tirarse a tu cuñado, Milo... que a su vez, se acostaba con Aioria.

—Espera... ¿Milo se acostaba con Aioria? —preguntó confundida.

—Sí, no era un secreto de estado. En el Santuario todos hacían lo que podían. Somos humanos y lo gestionábamos... así. Cuando tu entrenamiento consiste en reventarte física y mentalmente hasta el agotamiento, te refugias donde puedes y lo normal era enamorarte de tu compañero de armas... quiero decir... mucha gente, mucha exigencia y... muchísima necesidad afectiva son un combo difícil, chica. Aioria y Milo son muy unidos y exploraron juntos su sexualidad, yo lo sabía y también hacía lo propio con mi amiga. Todos necesitamos algo de amor, Marianne.

Volvió a asentir exhalando otra bocanada de humo lejos de Marin, pero sin dejar de prestar atención a su relato. La japonesa prosiguió.

—Luego un día, me invitó una cita. Le pregunté acerca de aquel rumor y me lo confirmó. En ese entonces yo estaba bien con ello y comenzamos a vernos... luego más frecuentemente y luego comenzó a hacerme regalos... siempre ha sido muy dulce conmigo y lo de Milo me pareció secundario hasta que las hormonas del embarazo me jugaron una pasada sensible y le pedí cierta exclusividad, ¿sabes?

—¿Cómo sabes que no te miente? —quiso saber, honestamente.

Marin rio.

—Aioria es un pésimo mentiroso, ni siquiera lo intenta. Nos conocemos mucho y creo que no siente la necesidad de hacerlo. Además, creo que lo notaría. Éramos amigos antes de acostarnos por primera vez y le conozco. ¿Por qué lo preguntas?

Marianne suspiró.

—Porque Shaka me ha mentido a la cara y no pude verlo. Camus me ha mentido y tampoco pude verlo. Las personas con las que salí me han mentido y yo... no pude verlo.

—Creo que específicamente los dos ejemplos que has nombrado que conozco personalmente que son tu hermano y tu novio, son un enigma para mí, cielo. Quiero decir Camus solo tiene cara de Camus y Shaka solo tiene cara de Shaka, si esas facciones cambian son milimétricas y ni yo misma sabría reconocerlo. Aioria es como un niño pequeño, sabes cuando está asombrado, cuando está triste, cuando está preocupado... pero porque su rostro es muy transparente, creo que lo tengo más fácil que tu, cariño. En mi caso es bastante más sencillo porque... Aioria es todo drama, chica, si está cabreado te enteras, si está triste te enteras, si está fastidioso te enteras y si está alegre también.

—Siempre parece alegre, creo que es un buen hombre, Marinette.

—Lo es, y su naturaleza suele serlo, sí. Pero también se enfada y también se preocupa, solo que aún no lo has visto. Créeme, niña... Shaka y Camus son otra liga. Leer esos rostros es imposible. No eres una tonta por confiar en quienes amas, en todo caso ellos han cometido un error. ¿Puedo preguntar qué piensas hacer con eso? Quiero decir con Shaka, es tu pareja ¿no?

La francesa respiró profundamente antes de apagar su cigarrillo y cavilar aquella respuesta. No lo sabía, no estaba segura. Volvía a sentirse aquella adolescente engañada una y otra vez.

—No lo sé. No quiero pensar en eso creo. Ahora mismo no quiero verle ni hablar con él. Me duele que... no haya pensado en mi dolor al tomar... esa tonta decisión. Esa estúpida, imbécil, tonta decisión de mierda.

—Wow, te has venido arriba con los insultos, cariño. —sonrió la japonesa. —Mira, yo no voy a convencerte ni romper una lanza por ellos porque sé que me sentiría como tú pero... conozco a Shaka. Nunca he interactuado demasiado con él, siempre me acojonó muchísimo, pero... te aseguro que no es la misma persona que conocí años atrás. Sé que te quiere, a su forma, pero te quiere. Sé que lo hace porque el hombre que yo conocí jamás hubiera abandonado su templo y su vida religiosamente planificada. No sé por qué te mentirían tus novios pero supongo que como cualquier tío pajillero que quiere disfrutar de tus tetas cinco minutos más y luego pasar a la siguiente chica. Dudo fervientemente que sea el caso de la doncella rubia que lo dejó todo por ti. No me malentiendas, creo que tus tetas moverían al ejército espartano, cariño, pero Shaka no es el tipo de hombre que lo dejaría todo por un sujetador, por más Doble D que sea tu copa. Si está aquí, perdido como lo está, es por algo más... y ese algo más es mucho más profundo que lo que sea que hayas tenido con aquellos imbéciles que te engañaron. Quizás te mienta para protegerte, sí, pero dudo que alguna vez ese hombre se vaya con alguien más.

—Una mentira es una mentira aquí, en Francia y en la India, Marin. —respondió. —Y estoy cansada de ellas.

—Lo sé, cielo. Solo te doy mi visión. Puedes tomarla o dejarla, es tu decisión y si quieres que le llamemos connard y todo eso pues va bien, solo creo que quizás, deberías pensártelo con un poco menos de cansancio. Venga, va... vamos a ver esa película. Le diré a Aioria que le toca dormir con la rubia hoy y quizás me lo tire en el baño, que me han entrado unas ganas que no veas. Putas hormonas, niña...



Aioria estaba agotado... o mejor dicho: extenuado. Si bien, a pesar de que su nuevo CV indicaba que era un pescador amateur, estaba acostumbrado a largas horas de entrenamiento físico y el agotamiento que ello producía en su cuerpo. Sin embargo, aquellas semanas eternas habían sido demasiado para él. El hotel de mala muerte, el colchón duro, los empujones de una Marin embarazada y emocional, el hambre, el miedo a la paternidad, la angustia de perder a Milo, la tristeza de la guerra que había tenido que presenciar caminando entre cadáveres despedazados, aquellas horas en el hospital junto a su amigo en coma, y finalmente, aquel nuevo empleo que le despertaba de madrugada... para coronar su día y ver a su hermano muerto por unas horas en una misión suicida y peligrosa; sí, estaba extenuado. Se dio una ducha rápida (junto a Marin, quien decidió que un polvo rápido y silencioso contra la pared era una forma maravillosa de inaugurar la casa) y se vistió.

Cuando llegó a la habitación que la japonesa había destinado para Marianne y Shaka originalmente, encontró las maletas de la chica y al rubio sentado, con pintas de niño perdido. Buscó algo donde recostarse y decidió a último momento que la toalla con la que se había secado era una buena opción. La tendió en el suelo y se acomodó, cubriéndose los ojos de la luz con un brazo y volteándose a dormir en un decúbito lateral algo incómodo. Comenzaba a refrescar y manoteó a ciegas un sweater de una de las maletas para echárselo sobre sus hombros. Esperaba pronto utilizar una cama, con mantas reales, pero se apañaría.

—Buenas noches, Shaka. —murmuró, con un hilo de voz. Debía levantarse pronto y por suerte o por desgracia tenía la capacidad de caer dormido en cualquier sitio rápidamente.

—Buenas noches, Aioria. —le contestó la voz al otro lado de la habitación. Shaka hizo lo propio pero al no tener ropa ni toallas, se acostó directamente en el suelo.

Comenzó a dormitar cuando la voz del indio le arrastró de nuevo a la realidad.

—¿Aioria?

—Mhm... —alcanzó a responder, sin mover su boca.

—¿Crees que mi pene esté mal?

El cerebro del antiguo león hizo un cortocircuito antes de abrir levemente sus ojos.

—¿Disculpa?

—Es que Marianne... ha dicho que "solo quiere un pene a mi lado" y... no quiere hablarme ni... dormir aquí. No lo entiendo. Está enfadada y no... no entiendo.

La mano que cubría sus ojos rascó sus pelos húmedos y desordenados e intentó girar para observar al joven que le miraba avergonzado.

—¿Eso ha dicho? ¿Que quiere... solo sexo? —musitó, estirando las palabras preso del sueño.

El indio asintió.

—Lo ha dicho muchas veces y creo que... no lo entiendo, Aioria. Esto es extraño. Ella decidió que éramos novios pero no quiere casarse conmigo, ella decidió ahora que solo quiere... eso, no lo sé, no lo entiendo, y tampoco puedo preguntárselo, porque no me habla. Entonces si quiere un pene pues no sé cómo ser... lo que ella quiere. Un pene y quizás haya algo mal con el mío.

La respiración del griego cayó pesada en un bostezo.

—Jamás creí que diría esto Shaka pero creo que tienes un rabo bastante normal, si mi memoria no falla. No sé qué aconsejarte porque tampoco lo entiendo. Nunca pensé que la chica quisiera solo sexo contigo, la he visto muy triste y estoy seguro que se refería a ti como su novio. Si está enfadada pues... dale algo de espacio, chico. Deberías descansar, mañana será otro día y lo verás más claro. Buenas noches.

Volvió a su posición inicial pero la voz del indio no cesó.

—¿Crees que Milo pueda aconsejarme mejor que tú? Porque tus consejos son bastante malos.

Los ojos verdes de Aioria volvieron a abrirse esta vez para danzar sobre sus cuencas.

—¿Chico, quieres mostrarme tu nabo erecto y que te diga si se ve normal? Porque no comprendo qué tipo de consejo quieres. Y si es sexual, no se lo pidas a Milo, créeme. No quieres pedírselo a él.

—¿Por qué no? Parece tener más experiencia sexual que tú y que yo, quiero decir, todos querían acostarse con Milo, ¿no? Incluso tú lo hacías. Solo digo que si ella quiere eso pues quiero hacerlo bien y no sé cómo se hace eso correctamente... la única persona con la que hablé al respecto es Mu, y Mu jamás ha salido con una mujer.

El antiguo guardián de la quinta casa se estiró para luego sentarse y buscar en las maletas algo más abrigado que aquel sweater peludo. Estaba visto que su amigo no le dejaría dormir.

—Shaka... a ver cómo te digo esto, hijo. No hay indicaciones, no hay recetas, no hay un "correctamente" en el sexo.

—Debe haberlo y quizás tú no lo conoces porque evidentemente todo tiene una forma, Aioria. Puedes hacer bien o mal tu trabajo, todo tiene una forma correcta y otra incorrecta.

El león bufó.

—Madre del amor hermoso, me cago en mi vida, de verdad. La única forma incorrecta de tener relaciones sexuales es metiendo el rabo en una tostadora: eso, hijo mío, es incorrecto. Si puedes encontrar un orificio, llevas tu erección ahí y el resto es más fácil créeme. Tostadoras no, coños sí. ¿Vale? Ahora quiero dormir. —contestó con fastidio, algo irritado. Ansiaba descansar y no tener una charla de abejitas y flores con un tío de 26 años que además, le acusaba indirectamente de ser un pésimo amante.

Shaka asintió pero por unos segundos breves, cuando se perdió en sus pensamientos e inseguridades, sus ojos abiertos y traslúcidos, reflejaron una tristeza tan demoledora que terminaron por derrumbar el fastidio del griego.

—He visto a sus... otros amantes. En alguno de sus sueños. Yo quiero ser... alguien más que sepa lo que hace y no... yo mismo que no sé bien cuándo se lo pasa bien o si estoy lastimándola. Si ella quiere eso al menos quiero hacerlo bien y ser... mejor que los demás.

Aioria asintió, con un suspiro plomizo. 

—Lo siento, Shaka... solo estoy un poco irritable por la falta de sueño, no quise sonar... cruel. —suspiró. —No quieres preguntarle a Milo porque los encuentros sexuales de Milo son generalmente con gente extraña, personas que ve una noche y luego olvida... y suelen ser breves y autosatisfactorios. Tienes razón, quizás yo no me acosté con tantas personas como él pero creo que la ecuación es simple: el sexo debe disfrutarse y no ser unilateral.

—¿Unilateral? —quiso saber, curioso.

—Unilateral, sí. Intentaré explicarme de una forma en la que puedas comprenderme. Hay personas que disfrutan lo propio y nada más. No quieres ser ese amante, créeme. En una cama hay dos personas, puede haber más pero no voy a confundirte hoy, estoy demasiado cansado para explayarme en ese territorio. Entonces, hay dos personas que buscan lo mismo, el placer, ¿sí? Compartido. Porque si no, te revientas a pajas y ya está. Entonces en tu caso, quieres satisfacer a una chica, que tiene una biología diferente a la tuya porque fisiológicamente es algo distinto, como habrás visto ya.

—Una vez dijiste que cinco minutos estaba bien. No sé cuánto debe durar. No sé cómo se supone que yo debo saber esas cosas si nunca las aprendí antes.

—Cada persona es distinta a otra, Shaka, y la única forma de saberlo, es aprendiendo junto a esa persona. No puedo darte la respuesta yo porque yo sé lo que le gusta a Marin, que quizás no sea lo mismo que le gusta a Marianne, porque cada persona es un mundo y sexualmente no hay un patrón. Tendrás que descubrirlo tú y sé que eres un hombre de indicaciones, así que te daré una. Hay días que no tendrá ganas de acostarse contigo, hay días que querrá echarte tantos polvos que se te va a quedar en carne viva y probablemente haya días que solo quiera algo rápido y breve. Y también te pasará a ti. La diferencia es que nosotros vemos una teta y nos empalmamos más fácilmente y el cuerpo femenino es diferente. Hay hormonas y líos que no quieres saber, al menos no esta noche. Ella te guiará, no creo que esté en silencio todo el rato y tú ahí mete y saca, ¿no? Gemirá, más suave, mas fuerte, no lo sé... pues esas son tus indicaciones. Escuchar eso con atención, observarla, pronto sabrás qué le gusta mucho y qué no le gusta nada, y créeme, no será Milo quien lo sepa, serás tú. Es normal que al comienzo de una relación haya un periodo de adaptación en el cual descubres qué le gusta y cómo, solo debes prestar atención. Y por lo que más quieras, no solo saques tu pene como una espada y se lo metas, no funciona así, tendrás que hacer cosas previamente. No todos los días serán un magreo intenso, pero... acostarse con alguien es algo primal e intuitivo y por primera vez en tu vida, tendrás que conectar con eso y no con una regla matemática y lógica... porque no funciona así.

Shaka asintió.

—Algo así mencionó. Es un buen consejo, creo. Entonces ¿no debe durar horas?

Aioria volvió a bostezar y a suspirar a continuación.

—No, Shaka, de preferencia buscas calidad y no cantidad, pero como te he dicho, no tengo esa respuesta yo, solo la tiene tu pareja sexual. A la mujer le cuesta algo más llegar así que si ves que vas a correrte antes, intenta retrasarlo. Piensas en algo que te distraiga o buscas satisfacerla de otra forma. No hay recetas, de verdad. Intenta prestar atención y con eso, ya verás que todo va mejor. Habla con ella, pregúntale. Yo se lo he preguntado a Marin, no está mal preguntar, está mal suponer. Está mal no escuchar a la otra persona... ¿me sigues?

El indio asintió, algo más tranquilo.

—Creo que lo ha disfrutado, cuando nos acostamos... pero yo no sé distinguir entre su placer o su dolor y temo lastimarla. Tú mismo me has dicho que puedo lastimarla y no quiero hacerlo.

El griego meditó aquello un momento, intentando recordar en qué momento lo había mencionado y tomando nota mental de la memoria acojonante del rubio que era muy superior a la suya propia. Por un instante, sintió pena por él.

—Pues si grita como Ikki cuando le estabas retorciendo vivo en la sexta casa, detente, ya te digo que es dolor. Si gime, jadea, te habla y su lenguaje corporal no te indica lo contrario, se lo está pasando bien. Si te da miedo lastimarla podrías pactar una palabra que lo detenga todo, ¿sabes? En plan, alguna fácil, como "rojo". Puedes decirle que si le duele, la diga, de esa forma, sabrás que todo va bien. No creo que la lastimes, Shaka, de hecho, creo que se lo pasó muy bien, aún recuerdo los arañazos en tu espalda.

—¿Y si intentaba defenderse?

—Los arañazos estarían en tu rostro o en tu pecho, no tu espalda. Hubiera intentado detenerte o hacértelo saber. Hombre, tú sí sabes distinguir a alguien que intenta defenderse, recuerda los entrenamientos. ¿No puedes reconocerlo? Creo que solo estás inseguro y está bien, pero podrías reconocer fácilmente a alguien que está intentando defenderse o está sintiendo dolor, porque has reventado mucha gente. Solo es miedo y puedo entenderlo, pero habla con ella y pídele consejo. Te dirá lo que piensa realmente y lo que le gusta, yo solo puedo especular.

—¿Marin lo hace? Quiero decir, arañarte.

—No, no es de las que arañan, por eso te digo, chico, es algo muy personal. Sé que Shaina sí lo es porque he visto la espalda de Milo y créeme, eso era una masacre.

—¿Y eso significa que Milo es mejor que yo? —quiso saber, curioso, aunque sabía la respuesta.

—No, eso significa que Shaina es mejor que todos y que no se llevó la yugular del cuello de Milo en la boca de recuerdo por milagro. ¿Más tranquilo ahora, Shaka?



Milo se acomodó sobre la cama improvisada hecha de ropa, por primera vez en muchísimo tiempo, para apoyarse sobre uno de sus brazos sin sentir un dolor atroz. Camus aún lavaba en silencio, perdido en algún pensamiento lejano que al griego le frustró desconocer. Por un instante, le hubiera gustado conocerle tanto como podía conocer a Aioria... pero a pesar de ser su amigo, Camus huía mentalmente a sitios que a él le eran vedados. Una punzada de inseguridad apareció como una ligera llovizna molesta.

—Cam, déjalo. Podemos lavar mañana. Puedo lavar mañana... ha sido un día largo, deberías descansar.

—Ya casi termino. —se limitó a contestar el galo automáticamente, volviendo a las ollas sucias.

—¿Sabes? Nada me duele... y... me gustaría darme una ducha... si quieres acompañarme...

El francés no contestó, preso del agotamiento y la frustración. Solo quería un poco de paz y no lograba dar con ella, como si fuese el Santo Grial y su búsqueda fuese en vano. El griego suspiró, levantándose para estrenar aquel cuerpo sin dolor y buscar su maleta, donde daría con algo de ropa limpia. Quizás se había anticipado y ciego por la ilusión, creyó que aquella relación dispar funcionaría... pero Camus volvía a ser Camus el Imperturbable y él seguía jugando a correr frente a él como un deporte cruel.

—Tengo los huevos por los tobillos, hombre. —masculló, cabreándose lentamente. Le dolía ser ignorado, y más aún, por el hombre que decía amarlo.

—¿Disculpa? —preguntó el galo, como arrebatado de un sueño.

—Que te hablo y no contestas. Ya ni siquiera el estúpido mhm de los cojones. Nada, cero patatero. ¿Qué? ¿Ahora que estoy bien solo volverás a ignorarme porque no estoy en coma en alguna cama o qué?

El rostro del francés se desdibujó en una mueca triste y abatida, como si aquellas palabras le hubieran atravesado al medio, filosas. Estaba cansado, como todos allí. El griego intentó retractarse.

—Lo siento, eso quizás sonó algo fuerte. Solo... quería que me contestes. ¿Esto es por el lío de Mimi? Porque... te adora, Cam, solo está molesta... todo volverá pronto a la normalidad y——

—¿Qué normalidad exactamente, Milo? —disparó, gélido. Sus ojos tristes habían mutado rápidamente hasta convertirse en dos zafiros helados que le buscaron fijamente.

—Pues... supongo que... la nueva normalidad. —contestó inseguro.

—La nueva normalidad. —rio Camus, sardónicamente, lo que provocó en Milo el comienzo de un incendio que no lograría apagar a tiempo.

—Esto terminará mal, ya lo veo. —negó el griego, suspirando. —¿Sabes? Estoy cansado de tu tono irónico cuando buscas evadir lo que te jode. ¡Venga, escúpelo ya! ¡Deja de tragarte todo como si no te afectara! Es que vas a explotar un día y nos matarás a todos, ¡o a ti mismo! No es sano, hombre, no es sano, ¡habla conmigo, me cago en todo!

—Estás haciendo un escándalo y todos duermen. —contestó, volviendo a su voz atónica peligrosa.

—¡Todos me pueden comer los huevos! Y tú también, ¡de hecho, deberías! Y sin embargo estás ahí con cara de nada lavando unas ollas que no se irán de aquí esta noche, ¡evadiéndolo todo! ¡No puedo entenderte si no me hablas! ¿Es por Hyoga? ¿Marianne? ¿La vida en el Santuario? ¡Ya dime de una puta vez qué es, mierda, porque no puedo verlo! Há-bla-me-Ca-mus. —exclamó, desesperado. A diferencia del francés, las pasiones solían arrebatarle y sumergirle en torbellinos emocionales intensos. Algo implosionó dentro del antiguo aguador, como un derrumbe que corroe las entrañas de un edificio enorme y viejo.

—¡Déjame tranquilo, Milo! ¡Si no hablo es porque no quiero hacerlo! ¿Por qué no puedes simplemente respetarme? Si no te gusta como soy, allí tienes la puerta... es tan fácil como terminarlo ahora mismo. Ahora, Milo, podemos terminar esto ahora mismo. Soy esto, ¿vale? Hablo cuando lo siento y cuando no, me callo la puta boca. —replicó enfadado, desafiándole como un deportista extremo de altísimo riesgo.

El griego retrocedió, estacando su mandíbula con fiereza. Le aterraba perderle, pero... ¿cómo perder algo que jamás había tenido realmente? Porque así era Camus, la entrega a medias, el gato huidizo que deja que lo acaricies tres veces para arañarte a la cuarta.

—No. —negó el griego, con énfasis. —Si tú eres demasiado cobarde para amarme, tendrás que dejarme tú por tus santos cojones. —se acercó a él, para mirarlo de frente, con sus ojos azules más vivos que nunca. —Dímelo tú. Déjame tú. ¿Quieres terminar conmigo? Pues me dejas. A la cara. Mírame y déjame. Di que no me amas, di que quieres que me vaya... porque ahora sí puedo hacerlo, Camus Dubois. Puedo hacerlo porque puedo caminar, puedo buscarme la vida. Podría incluso volver al Santuario, pedir asilo, volver a Escorpio. Mi maleta está hecha. Venga, va. —le desafió él, fulminándolo con la mirada, a centímetros de su rostro. —Di las palabras y luego hazte cargo de tu decisión... porque te encanta empujar a otros a un abismo donde no les queda más remedio que destruirte o expulsarte, para luego lamentarte de que la vida es una mierda y reafirmar que te duele y que no vale la pena amar ni vivir. Dilo, Camus, estoy esperando. ¿Seguirás escondiéndote como un cobarde detrás de esa estúpida frase cliché "soy esto" o te harás cargo de una puta vez?

Supo, por su rostro desencajado, que el francés estaba desnudo, vulnerable y lastimado, con ambos tobillos rotos, parado junto a un abismo. ¿Era cruel? Sí, lo era. El recuerdo de Némesis y su puta naturaleza le sacudieron el estómago, pero no se detuvo. Sus ojos azules y rasgados brillaban bajo sus cejas, feroces.

—Dilo tú. Esta vez, no seré yo quien reafirme tu idea de que ser abandonado es mejor que ser amado. —prosiguió, casi ciego de emociones. —Mírame como lo estás haciendo ahora y expúlsame de tu vida, como a Hyoga, como a Marianne la sentimental. Haz tu numerito favorito "Camus el hijo de puta" para que te deteste y me marche con el corazón roto, para que tus corazas de mierda renazcan, venga, hazlo, estoy esperando.

Retrocedió dos pasos, aturdido. Escuchaba aún el crujir de los hielos siberianos que intentaban detener aquella reacción en cadena radioactiva, previo a la explosión, protegiendo su corazón.

—Ve——

Balbuceó, dubitativo.

—Dilo. —lo forzó el griego, otra vez.

Camus cerró los ojos, con fuerza, sintiendo el latir de su maxilar inferior.

—Vete de aquí, Milo. —masculló finalmente.

El antiguo guardián del octavo templo rio agrio, negando. Allí estaba, el Camus del mhm, el maestro de Hyoga, el hombre del temple de acero. Cam, el francés dulce y paciente que le leía en el hospital, se había marchado de allí dejando solo su envase detrás.

—¡Y así, señoras y señores, es como Monsieur Dubois, lo hace de nuevo! Enhorabuena, cari. Lo has logrado. ¿No se siente genial la honestidad, amor mío? A que te sientes mejor ahora.

El griego volvió a guardar la ropa en su maleta, aquella que había preparado apresurado antes de realizar aquel fatídico viaje a Milos, Grecia, donde perdió la vida, sin saber que el destino le llevaba sin saberlo, al sitio donde había nacido. Conteniendo en partes iguales la ira que sentía y la tristeza que aún buscaba lugar en su corazón, sacudido por una taquicardia feroz, dejó de mirarlo. 

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