43. Alexander


"Estoy en el punto donde ya no toco a la vida, pero tengo en mí todos los apetitos y la titilación insistente del ser. Sólo tengo una ocupación: rehacerme."

Antonin Artaud


"Estoy buscando la libertad,
buscando la libertad,
y encontrarla, se llevó todo lo que tengo."

Freedom - Anthony Hamilton, Elayna Boynton



Aquellas palabras en ese idioma estúpido y ajeno le dispararon un sinfín de emociones.

"Si. Fui. Yo."

A pesar de que el griego de Milo se le hacía algo borrascoso y empantanado, (lo que supuso tendría que ver con su voz grave pero divertida y veloz) pudo entender lo importante del relato. Su hermano le había mentido y Shaka también... y aquella realidad le había golpeado como una bofetada certera.

Camus intentó atajar su reacción, pero no lo logró. Claro que su hermana estaba increíblemente molesta, pero tenía sus razones. Después de todo, él había obviado aquella conversación y...

<<—Shaka, no quiero volver a verte cerca de mi hermana ¿me has oído? No quiero. No te acerques a ella. Déjale en paz. No estoy de acuerdo con lo que sea que tengáis. Quiero que lo dejes. ¿Eres mi compañero y me respetas no? Pues déjalo. No me interesa lo que tengas que decir. Solo vas a lastimarla. Vas a morirte, chico, estamos en guerra. Tú morirás, y probablemente yo también. Bueno, quizás alguien se la cargue solo para quitarme lo único que me queda en este mundo. Así que... pues te inventas algo. "No me gustas", "Me gustan los hombres", "Los franceses me caen fatal" no lo sé, lo que tú quieras. Rómpele el corazón levemente, lo suficiente para que crea que eres un imbécil y que luego no sufra cuando algún hijo de puta te pille desprevenido y te mate.>>

¿Aquello había sucedido? , en el caso de su cuñado, el del pubis blondo, la mano certera de Macaria le había pillado desprevenido y le había asesinado sin más. Bim Bam Bum, muerto. ¿Había tenido razón? Sí, porque el indio era un soldado y había muerto asesinado en batalla, no como aquel idiota de Antoine que era un inútil mentiroso que solo se había metido en la cama de medio Paris antes de romperle el corazón a su hermana, o Emmanuel, o su novio número 15 antes de decretar que salía con estúpidos sin remedio.

El francés lo presintió como los perros que sienten aquella tormenta que azotará la ciudad, y lo supo porque le conocía, después de todo, a pesar de haber pasado años separados y luego reencontrarse algunas veces furtiva y esporádicamente, si había un ser en el mundo al que pudiera leer casi como a cualquiera de sus libros, era su hermana menor (a excepción de Milo, quien le resultaba un misterio).

Lo había hecho por ella, desde el principio. Sabía que sufriría y había tenido razón, porque finalmente sucedió lo que supo desde un comienzo que sucedería, y la vio, romperse en mil fragmentos de llantos guturales franceses y espasmódicos. ¿Eso lo convertía en un hijo de puta? Quizás sí, quizás no, porque a pesar de haberlo hecho por su bien, se lo había ocultado.

Él, su hermano, su familia.

Y le había mentido.

—Escúchame, debes comprenderme, lo hice por ti. —atinó a decir en un francés tan cerrado y avergonzado que prefería que nadie más que ellos pudiera comprender la situación. —Ahora todo está bien, ¿no? Es tu pareja o lo que... sea. No volveré a meterme, Marianne.

Su hermana le dedicó una mirada feroz.

—¿Por mi? ¿Mentirme? ¿Eso también ha sido por mí?

—También me mentiste cuando todo comenzó. —se defendió con sus ojos gélidos. —Y te lo advertí.

—Iba a decírtelo, a pesar de todo. —replicó ella, molesta. —Me has visto llorar por él cuando orquestaste todo y aún así no me dijiste la verdad. Eres un idiota egoísta y no te importó como me sentí porque preferías que me sintiera una estúpida abandonada y no que desconfiara de ti. Preferías que dude de mi misma. ¡Eso es cruel! Tú, de todos, ¡me mentiste! Y Shaka también, para cuidarte el culo a ti. Pues... ¡vete a la mierda! ¿Sabes qué? ¡Y llévatelo contigo!

Quiso correr. Necesitaba... no, ansiaba con avidez; correr. Salir corriendo de allí y aquel mundo loco y lleno de mentiras y muertos. A pesar de su cansancio, su corazón se había convertido en una bomba adrenalínica fuera de control. Shaka no lograba comprender lo que sucedía, y se mantuvo tan al margen como pudo, al igual que Milo, quien pensaba que la había cagado y bien.

—Marianne, es injusto, solo intentaba protegerte. —sentenció, pero su hermana no solo no se calmó como esperaba, sino que redobló la apuesta levantando la voz.

—¡Puedo hacerlo sola! ¡Toda la vida lo hice sola! No estabas allí para mí, porque no podías ¡y sin embargo aquí estoy! Deja de tratarme como si fuera una niña porque no lo soy. ¿Es que no lo ves? Sobreviví a la vida, a los duelos y a los desengaños amorosos muy bien, porque aquí estoy y me siento bien, no como tú. Tú te has convertido en una máquina evasora de afecto porque le temes, ¿de verdad crees que yo soy la que debe ser cuidada y sobreprotegida? Porque no lo necesito. Tengo un trabajo, tengo una vida, y si debo comenzar de cero, ¡pues lo hago y a la mierda! Lo hice bien, ¿no? Tropecé y siempre me levanté, a diferencia de ti que solo huyes a esconderte del amor y de la emoción, lamentándote de lo duro que fue todo. ¡Amputar tus putas emociones no es cuidar! ¡Es destruir! Y si es tu elección pues enhorabuena pero no es la mía y sin embargo te cagaste en eso y digitaste mi relación a mis espaldas. Podía esperar algo así de cualquier ser humano en este mundo, pero no de ti, Camus.

Shaka intentó dar sin éxito, con algún tipo de respuesta. Indicaciones, él necesitaba indicaciones porque ahora la joven estaba increíblemente molesta nuevamente y gritando en un francés alborotado y gangoso, pero no parecía feliz ni la Marianne que le había mostrado que el amor podía ser bonito y dulce cinco minutos antes. Miró a Milo, como quien pide auxilio en un examen para el que no estudió. El griego negó con la cabeza.

"No te acerques demasiado, no parece bueno y esta gente usa guillotinas, lo llevan en el ADN." le dejó saber, con su energía.

La literalidad del indio no lo ayudó. No entendía a qué se refería con lo de las guillotinas, pero decidió permanecer callado.

Marianne bufó, mientras su hermano intentaba reponerse del guantazo. Giró sobre sus pies esta vez, para observar a su novio, aquello no había acabado, no. Intentó acercarse al idioma lo más posible para que pudiera entenderla.

—Eres un mentiroso. Creí que eras diferente pero... eres igual a todos.

El rubio pestañeó repetidas veces.

—No lo soy. No te mentiría, Marianne. —aseveró con honestidad. Vale, que solo había ocultado información, pero no había mentido... o bueno, quizás sí. Le había dicho que no la quería y que no le gustaba. Quizás sí... había mentido. —Lo siento.

Marianne trabó la mandíbula en su sitio, con desesperación. Aquel estúpido idioma era un infierno. Prefería cagarse en los muertos de todos en francés, pero nadie más que su hermano le comprendería.

—No. Yo solo quería un pene a tu lado ¡y no esto! ¡No se suponía que me mentirías! Me hacías bien y me sentía completa, no necesitaba nada más. ¡Solo necesitaba un pene! ¡Eso era todo!

Milo observó todo tan absorto que tuvo que reprimir con muchísimo esfuerzo una carcajada nerviosa, llevándose una mano a la boca mientras escudriñaba todo con sus ojos azules. Shaka se volvió momentáneamente pequeño, ahogado en una vergüenza tonta, pero le costaba seguir el hilo de aquella conversación y no tenía idea qué se suponía que debía contestar, porque no entendía bien a qué se refería. ¿Se suponía que era solo sexo o qué? No se imaginó que todo aquello era un error de traducción.

Camus sintió la misma punzada de surrealismo, y abrió sus cuencas, enormes. Ella, luego de aquel exabrupto, volvió a girar sobre sus pies. Volvía a ansiar correr, con todas sus fuerzas. Se alejó en dirección a la puerta en busca de aire fresco y algo de claridad, porque de todos los sitios en el mundo en los que quería estar, aquel se convirtió en el último.

—Marianne, ¿a dónde crees que vas? Debes comer algo e intentar dormir. —atinó a sugerir su hermano, nuevamente en griego. Era egoísta, sí, pero sabía que su hermana no tendría las herramientas para herirlo con la misma certeza en aquella lengua neutral.

—Quiero salir. ¿También vas a controlar a dónde voy y por qué? No tengo cinco años, Camus.

—No los tienes pero estás cansada, deberías comer algo y dormir. Ha sido un día largo, por favor. Yo te oculté algo y tú también, estamos a mano. ¿Podemos dejarlo así y frenar este escándalo?

Ta gueule!* Yo no lo hice, jamás. Solo no te dije que escalé el monte Géminis delante de tus amigos cuando me... presionaste delante de ellos. —intentó luchar con su nueva lengua e intentó recordar el insulto que otrora le había enseñado su amiga japonesa. —¡Vete a tomar un culo, Camus!

Salió tan rápido como pudo y cerró la puerta detrás, dejándolos a todos completamente absortos en sus respectivas mentes. Milo volvió a luchar con su carcajada interna, pero Saga fue quien habló, asomándose ligeramente.

—¿Y ahora qué hice? —preguntó curioso, observando la puerta, pero nadie le contestó.

—Debería ir a buscarla. —murmuró Shaka, pero Camus lo detuvo.

—No, déjala. No quieres conocer a Marianne-colère. Dale un momento, sus cabreos solo necesitan un respiro y prefiere hacerlo sola. —replicó.

Milo aún contenía una risita torpe y nerviosa cuando el gemelo se acercó a la puerta.

—¿Quieres un consejo, francés? Cuando la cagas, lo enfrentas. A veces solo necesitamos ser escuchados. —murmuró antes de salir. 


***

Ta gueule!: Significa "tu hocico" pero es utilizado para callar a alguien de forma despectiva, imperativa y brusca. Un equivalente en francés a algo más fuerte que "cierra el pico".



El olor a tabaco y la bola exhalada de humo le pegaron directamente en la cara cuando se asomó y se encontró a la joven Dubois, sentada en el portal, hecha un ovillo de frustraciones varias.

—Hey, Ratatouille. —le saludó, disipando el humo con su mano antes de acercarse.

La joven sonrió ligeramente. Le agradaba ver a aquel hombre vivo, aunque no dejaba de resultarle perturbador.

—¿Te han enviado a buscarme? —preguntó agria, jugando con su cigarrillo.

—No. —replicó honestamente, sentándose junto a ella. —No llevo bien las órdenes de todas formas, así que no suelen dármelas.

La francesa asintió. Deseaba decirle que se alegraba que estuviera bien, pero no lo consiguió así que solo le obsequió una sonrisa a medias.

—¿Quieres hablar o prefieres dejarlo estar? —preguntó él observando el cielo.

—Camus me ha mentido y... Shaka también. Dice que lo hizo para cuidarme pero... me duele.

Saga también le devolvió un gesto de afirmación, encontrándose con aquella luna griega que había tomado un tamaño enorme, iluminándolo todo.

—A veces hacemos cosas estúpidas para proteger a quienes amamos y eso no siempre sale bien.

—Tu hermano... ¿él está bien?

El gemelo sonrió, ampliamente.

—Sí, está bien. Quería agradecerte y despedirme correctamente. ¿Sabes? Creo que después de todo, tenías razón. Logré ser un violín. Gracias, Ratatouille.

Ouais. A veces, el miedo no deja escuchar tu música interior. ¿La has oído? ¿Es bonita? —preguntó ella, inhalando otra bocanada de humo.

El gemelo caviló por un instante algo eterno, con la mirada perdida en la inmensidad del cielo, recordando aquel juicio y aquel abrazo a Kanon en el inframundo... y sobre todo, aquella redención en las palabras y la ayuda de sus antiguos compañeros que se habían sacrificado por él.

—Sí. Lo es... es bonita. Ahora sí creo que hasta la peor madera puede ser un buen violín en las manos indicadas y hacer música en una orquesta que sepa lo que hace. Gracias por el consejo. Si me permites uno, creo que deberías hablar con Camus. No sé de qué va el lío pero... estoy seguro de que jamás quiso lastimarte. A veces... los hermanos desesperados tomamos medidas desesperadas pero... entiendo que también tienes derecho a cabrearte.

Recordó los enojos de su propio gemelo, de niño, escondido en aquella cabaña y suspiró.

—No puede elegir con quien salgo. No funciona así. —murmuró ella decepcionada y triste. —¿Tú lo sabías? ¿Que Camus le dijo a Shaka que lo deje? Y Shaka lo hizo. Me dejó y me mintió. No fue justo.

Saga negó.

—No, a mi no me dicen mucho, chica... pero si te hace sentir menos sola, su novio acaba de decirme que no puedo invitar a su hermana a beber un café, así que supongo que Shaka solo hizo lo que creyó que estaba bien.

—Pero... ¿qué clase de tontería es esa? ¿Desde cuándo ellos deciden esas cosas? —se indignó ella, frunciendo el entrecejo. —Soy una mujer adulta y hasta donde sé, todos lo somos. ¿Milo no quiere que invites a Lía a beber un café? ¿Por qué?

—Digamos que soy el hombre que nadie querría saliendo con su hermana. —contestó honestamente. Creía comprender al escorpión después de todo.

—Pues que Milo se tome un culo.

Saga carcajeó.

—Creo que solo quiere protegerla, como Camus.

Marianne negó enfáticamente, aún llevaba un cabreo épico y se sentía fastidiada.

—No. Proteger es cuidar, no controlar. Tú puedes cuidar a quien amas y eso es darle libertad. No existe amor sin libertad, ni de hermanos ni de novios ni de nada. El amor es libertad. Libertad y honestidad porque la verdad te hace libre.

—Creo lo mismo pero... supongo que Shaka quiso respetar a su compañero y——

Ella lo interrumpió, ofuscada.

—¿Respetar a su compañero? Somos personas, Saga, elegimos. Esa tontería de "respetar a tu compañero" es machista y tonto, ¿qué vendrá luego? ¿Casarnos con alguien que consideren correcto para nosotras? ¿Eso no terminó hace años?

El gemelo meditó aquello por un instante y asintió.

—Tienes razón, Ratatouille. No ha sido justo. Camus no tenía derecho a tomar esa decisión... y supongo que Shaka tampoco es el más espabilado para contradecirlo.

—¿Sabes qué? —agregó, aún ofuscada, apagando el cigarrillo en la planta de su calzado. —Lía es simpática y buena, siempre fue amable conmigo. Deberías invitarle un café. Da igual lo que quiera Milo, él no decide, ella es mayor y puede beber mil cafés con quien quiera. ¡Putain! ¡Que ellos no deciden por nosotras!

—No quiero tener un problema con un antiguo colega si puedo ahorrármelo, Marianne. —replicó él. Entendía el punto y sabía que era injusto pero también sabía la historia con la que cargaba y el fundamento de los rencores del escorpión.

—No. El problema es solo suyo y puede ir a un psicólogo a que lo arregle. Tú irás a beber tu café y que él se tome un culo, voilá.

Aquello volvió a causarle gracia y volvió a reír.

—No te han enseñado a insultar, ¿verdad, Ratatouille? —quiso saber él, curioso.

—No. Marin me ha dicho "mándalos a tomar un culo" pero Shaka nunca me enseñó insultos, solo mucha gramática y reglas tontas.

—Ya veo. Quizás Shaina pueda ayudarte con eso. —asintió, sonriendo. No sería él quien se burle de una extranjera intentando aprender un idioma, pero aquellos errores simpáticos le resultaban divertidos. —¿Sabes qué? En agradecimiento por tus consejos, te enseñaré algo importante y breve... pero recuerda que esto es vulgar e informal, nada de decirlo en el hospital, ¿va? Y si alguien pregunta, nunca tuvimos esta conversación.

Ella asintió, observándolo curiosa.

—Si alguien te cabrea, pues le mandas a la mierda. "Vete a la mierda" Si alguien te dice que hagas algo que no quieres, respondes "lo hará tu puta madre", así suelo responder yo. "Tonto" te quedará algo pequeño. Si estás muy enfadada puedes decir "imbécil, estúpido, idiota" y agregas "de mierda" si necesitas más énfasis. Por ejemplo, "que te den, imbécil de mierda" suena muy acorde a un enfado considerable.

"Que te den, imbécil de mierda". "Vete a la mierda, estúpido"  Ya. Lo tengo. Gracias Saga. —sonrió. —¿Y qué puedo decirle a mi hermano?

—Creo que todo lo que has aprendido va bien, yo en tu lugar diría algo en las líneas de "Digítale la vida a tu putísima madre y la próxima vez que te metas, te arrancaré los riñones y me los comeré en tu puta cara" pero olvida esa frase porque puede ser algo fuerte para ti y di algo más en la frecuencia de "Vete a la mierda, Camus".

Aquello le había resultado tan gracioso como gráfico y soltó una risa algo torpe y aspirada, asintiendo.

—Nada de comer riñones, lo tengo. Entonces, ¿crees que tengo razón?

—La tienes, Ratatouille. Tu punto es válido. De todas formas, creo que entiendo de dónde salen los miedos de Camus porque yo mismo he sido un hermano bastante inútil, pero es tu vida y si tienes que cometer errores, lo harás tú y ya.

Ella asintió.

Donc... ¿invitarás a Lía a un café?

Saga meditó aquello un instante.

—Supongo que sí, si no me cae un castigo demasiado severo por hacerme asesinar y casi cagarla en el Inframundo. ¿Crees que acepte?

—Lo que creo es que mañana termina su turno a las seis, por la tarde y Ergina es un restaurante bonito. Creo que puedo decirle que pase por allí o acompañarle. Y si Milo dice algo pues le diré "Digítale la vida a tu madre y me comeré tus riñones."

La carcajada de Saga resonó con fuerza, seguida de la tos que le arrastró pronto cegado por otra bola de humo que el viento se encargó de echarle en la cara.

—Creo que aún debes practicar tus insultos, Ratatouille. 




Shaka no se atrevió a hablar, y Milo tampoco quería dar ese paso. La cara desfigurada de Camus era un motivo más que válido para que ninguno abriera la boca; sea lo que sea que la chica hubiera disparado en francés antes de volver al griego, había sido suficiente para hacerle trastabillar con él mismo y dejarle perturbado. Volvió a la olla en silencio intentando dar con algún plato o algo que se le asemeje en las alacenas casi vacías de su nuevo hogar.

Fue, finalmente, su novio quien habló.

—¿Estás bien, Cam? —indagó, algo curioso. El francés se limitó a asentir.

Shaka quiso preguntar también, quería saber en qué clase de problemas se encontraba y cómo se suponía que debía zafarse de ellos, pero su boca no se movió.

—Lo siento, Camus. —prosiguió Milo, sin más. Después de todo, aquel lío había comenzado cuando él decidió echarle en cara aquello... de no ser por su bocaza, nada habría sucedido.

El galo asintió nuevamente.

—No es tu culpa, Milo, yo fui quien le mintió y ya está.

—Yo hablé de más. De verdad lo siento y es que... —volvió a recordar el lío y no pudo domar ni controlar su risa nerviosa que salió a modo de una pequeña catarata de carcajadas que intentó reprimir, sin éxito. —Lo siento, es que no puedo dejar de pensar en el pene de Shaka.

Camus lo observó, haciendo danzar sus ojos algo fastidioso.

—Por momentos pareces un niño de cinco años, Milo.

—Es que la palabra pene... Cam, no puedes negarme que aquello fue gracioso, de verdad. —volvió a reír. —Lo siento Shaka, pero creo que o eres un pésimo maestro de griego o solo te quiere para——

—No se lo digas, lo tomará literalmente... —quiso advertir el galo.

—¿Para qué? —preguntó el rubio confundido.

—Que solo te quiere para acostarse contigo, o eso dijo.

—Venga, seguimos para bingo. —suspiró el francés. —¿Podemos dejar de hablar de penes ya? ¿Específicamente del de mi cuñado? Porque de verdad prefiero obviar cualquier tipo de información.

Milo sonrió.

—¿Prefieres hablar del mío y como me lo pones tú? Porque de pensar en tu cu——

Camus lo detuvo rápidamente ante la atenta mirada de Shaka que abría sus ojos traslúcidos enormes.

—¡No, Milo! Eso podemos hablarlo después, solos. Ahora mismo no hablaremos de ningún pene, tú debes comer algo. Aún tenemos los platos del desayuno, ¿no?

El indio asintió, buscándolos rápidamente, sin dejar de pensar en aquella frase. ¿Y si todo era un error?

—No estoy segura de querer saber a qué te refieres, Camus... pero... —murmuró aquella voz suave y reconocible, a coro con sus pasos llenos de eco que se adentraban en aquella sala vacía. —¿Crees que podamos hablar un momento?

Giró su cabeza, en una coreografía perfecta junto a Milo y Shaka para observarla, boquiabierto.

—Claro que sí, Saori.



—Oh, no, por favor. Adoro el relato. Prosigue. Ibas a contarnos por qué expulsarte sería un error.

—Maestro Shion.

—Sí, así me llaman. —sonrió. —¿Decías, Shaina?

La joven intentó volver sobre sus oraciones y deseo, profundamente, que no haya escuchado el momento en el que hablaba de él mismo o su alumno colgados del cipote del noviete de turno.

—Yo creo que... —por un instante creyó que no sabría hablar, que toda su elocuencia firme se había desvanecido otra vez, ante aquel hombre eternamente alto. Los demás se alejaron para darle algo de privacidad y murmurar ya cosas inentendibles. —Creo que... echarme del Santuario sería un error porque...

Las palabras no cooperaban. Nada de lo que quería decir salía por aquella boca y su lengua se había paralizado como ella. Se sentía una cobarde.

—Continúa. —la invitó el con un gesto.

—Creo que soy buena en lo que hago, maestro. —sentenció con dificultad.

Shion asintió.

—Creo lo mismo, estamos de acuerdo en ese punto. —contestó, acomodándose las mangas de la túnica que caían por sus brazos de una forma algo irregular. —¿Crees que por eso todas las reglas que has roto en el camino no tienen ningún tipo de sanción? Hacer cosas a espaldas de Dohko... del Santuario, de tu maestro... ponerte en riesgo, poner en riesgo a un compañero. —suspiró e hizo una pausa. —No eres una niña, Shaina, creo que el último que entrené fue hace muchos años y era Mu. También creo recordar que él no me causó tantos problemas como tú.

Lo miró a los ojos avergonzada.

—Lo siento.

—Sé que lo sientes, y sé también que volverías a hacerlo. ¿Entonces? ¿Ahora qué?

Ella trabó la mandíbula, exhalando profundamente. Se armó de valor, de todas formas, ya lo había perdido todo en el peor de los casos así que creyó que ser honesta era su única salida. Se lo debía.

—Eso es lo que yo quiero saber. Ahora qué. Lo he dado todo por nuestra Diosa, cada litro de sudor, cada grito de agonía, cada herida supurante, cada esguince. Todo ha sido por y para el Santuario que cuido y nuestra Diosa. Siento que si me expulsaran por intentar ayudar sería injusto y que jamás podrán encontrar un santo con más deseo de pelear que yo. Dediqué mi vida entera a ese sitio, a darlo todo en cualquier misión asignada, a cada batalla. Incluso enfrenté a Poseidón, al Dios, sola y con más cojones que cualquiera de los santos dorados, la orden de élite, que se escondían en sus templos. ¿Es que mi sacrificio no vale nada, maestro? Haber sufrido lo insufrible, ¿todo fue en vano? Porque creo que si solo lo dejo y vivo aquí en esta isla perdida en la comuna hippie de mi amiga trabajando de camarera... me marchitaré y moriré. No quiero hijos, no quiero pareja, solo quiero ser una santa y quiero ser la mejor Aries de la historia, maestro Shion... y si por elaborar con mis compañeros un plan maestro que sacó del inframundo al tío más buscado por los olímpicos se deshacen de mí, pues mucho me temo que es un terrible error y la primera casa tendrá un guardián de mierda.

La voz de Shion la dejó terminar, con un silencio profundo y atento. Fue unos segundos después que se hizo escuchar, con su sonoridad particular.

—¿Sabes? Estoy de acuerdo contigo, Shaina. Sé quién eres y es un orgullo para mí ser tu maestro. ¿Puedo confesarte algo?

La italiana asintió con énfasis, curiosa.

—Los primeros días, mucho tiempo atrás, cuando me asignaron a Mu como alumno... yo lloré cada noche durante un mes. Cada noche, cuando él dormía, yo lloraba en silencio en mi recámara.

—Oh... —exhaló ella, aún más curiosa, con atención. El antiguo patriarca prosiguió.

—Cuando tienes más de 100 años de vida aquello suele resultarte algo lejano pero yo también fui un niño a quien entrenaron y luego un santo de bronce, y luego un santo de oro... y finalmente, sin ningún tipo de experiencia previa, dirigí un Santuario completamente arrasado y vacío. Cuando me senté en aquella silla, tenía 18 años y debía duelar por mis compañeros, mi maestro, mis amigos... Dohko. Dohko había marchado a China por órdenes de Atena y yo... con la misma dedicación que tú, hice lo que pude y me senté allí por muchos años...

—Hasta Mu.

Shion asintió.

—Hasta que llegó Mu. Jamás había criado un niño y no tenía idea cómo hacerlo. Sé que también te tocó con Cassios y sabes lo que eso se siente, puedes hacerte a la idea. ¿Sabes? El primer mes fue difícil porque me di cuenta de que Mu no quería ser un santo... Mu solo era... Mu.

—Creo que no comprendo... —se animó a decir.

—Mu hacía lo que yo le indicaba para convertirse en caballero pero él estaba más interesado en jugar con sus amigos y perseguir al niño toro por allí. Siempre fue amable y jamás rehuyó una orden, pero era un chiquillo que yo no deseaba entrenar... ¿por qué forzar a un crío a entrenar, por más capacidades que tenga, de esa forma? Sabía que era lo que debía hacer, claro, porque así lo indicaba el destino... pero... no era lo que sentía en mi corazón, Shaina. ¿Por qué? Porque Mu solo quería su cuento de buenas noches y cocinar Khapse para compartir con su amigo, era un crío. Me dolía, me dolía tanto como creo que a él le dolió Kiki.

—Sigo sin comprender. —musitó la italiana.

—Luego morí, eso también estaba en mi destino, y lo acepté. Puse en aviso a Mu y el resto creo que conoces la historia. Mu ha sido mi alumno, y le crié como a un hijo. Y luego, tiempo después, llegaste tú, una nueva alumna.

—Imagino que no cumplo sus expectativas. —suspiró.

Shion negó, con una ligera sonrisa.

—Lo haces porque... eres una adulta que cree en lo que hace y te gusta entrenar, a diferencia de Mu, evidentemente. Tú no quieres que el entrenamiento termine y yo debo enviarte a tu cabaña porque siempre quieres hacer más y más y más. Sé que te apasiona, puedo verlo, no soy estúpido ni ciego, y sobre todo, creo que eres una santa increíble. Con esto no quiero decir que Mu no lo haya sido, quiero decir que tú deseas ser entrenada y me has devuelto el deseo de entrenar. A pesar de que tienes una boca algo grande y diferimos en la cantidad de palabrotas que sueltas por segundo, cantidad que me parece excesiva si me lo preguntas, eres una alumna increíble, Shaina de Aries.

De Aries.

Bueno, quizás aún el hilo de esperanza del que colgaba su corazón destrozado seguía dando pelea.

—¿De Aries? Eso significa.. ——.

—Me he tomado la libertad de hablar con nuestra Diosa y el castigo que te sea impuesto, lo tomaré yo. Hasta donde Saori sabe, tú has obrado bajo mi supervisión.

—¡No me jodas! —masculló asombrada, abriendo sus ojos verdes, cristalinos y enormes.

—La boca, Shaina. —negó él con una sonrisa.

—Lo siento... es que... creí que... ——

—¿Qué te dejaría abandonada a tu suerte? No. Creo como tú, que eres una santa formidable y yo un viejo que ya no tiene nada mejor que tú que brindar a este sitio.

Los ojos alegres de ella se contrajeron en un gesto de sorpresa ligeramente triste.

—No, ¿eso significa que...? No, maestro Shion... no puedo permitirlo. ¿Dejará de ser mi maestro? —preguntó, sin querer saber la respuesta.

—No lo sé, aún deben decidirlo. De todas formas, es lo justo. Por ti y por Saga. Que Saga sea Saga, es mi culpa, y no puedo obviar esa realidad sin entonar el mea culpa.

La italiana asintió, con solemnidad. La idea de que Shion deje de ser su maestro le molestaba muchísimo y pensó rápidamente que se cargaría a quien sea porque eso no cambie.

—Pues me opondré. No quiero que me entrene nadie más.

El antiguo patriarca esbozó una sonrisa divertida.

—Creí que había sido un pésimo Aries que jamás cuidó su templo y me pasé la vida colgado del cipote de mi novio de turno. —rió, cruzándose casualmente de brazos. —¿Lista para volver al Santuario, Shaina de Aries? ¿o quieres despedirte de tus amigos primero?



No había sillas, ni comodidades. Milo yacía en el suelo sobre lo que parecía ropa extendida y por lo que pudo ver Saori, estaba herido, supuso que producto del ataque de las keres. Se acercó lentamente al grupo de jóvenes.

—Shion me ha puesto al tanto de algunas situaciones personales pero me gustaría escucharlo de vuestra boca. —comentó, al pasar. También se sentía cansada, pero quería oír a su élite dorada y sus versiones. Después de todo, santos extremadamente leales habían desertado y quería escuchar lo que tenían para decir... y quizás despedirse.

El escorpión, asombrado, fue el primero en hablar.

—Lo siento. Yo... No sé muy bien qué decir y... —intentó sentarse, a pesar del dolor, para luego, sin éxito, atinar a arrodillarse frente a ella. Si tenía que hablar con su Diosa, quería hacerlo como era debido. Un gesto rápido de Saori lo detuvo.

—Está bien, Milo. —sonrió ella. Se acercó a él, esta vez para apoyar una suave mano en su pecho. Aquella semi-caricia le provocó una calma inmediata, pero a diferencia de la de Aioria, esta era completamente regenerativa. Pudo sentir su energía vibrar a coro con aquel calor que le hacía sentir, a diferencia de cualquier medicación, sano y en conexión con una fuente inagotable de vitalidad. Su boca se abrió en un gesto de sorpresa. Jamás lo había experimentado en carne propia y aquello era novedoso, la observó, con ojos muy abiertos, sin querer que aquel momento acabe.

—¿Mejor así? —preguntó ella con una sonrisa amplia, amable. Sus rasgos eran tan hermosos como piadosos y sus ojos reflejaban, en ese instante, la completa divinidad.

Milo estiró su brazo otrora masacrado y giró su torso... no había rastro de dolor.

—Mi señora, yo... sí... mejor así. Gracias. —murmuró avergonzado. Sabía que tendría que despedirse a continuación y jamás creyó que viviría para presenciar un momento así. Por un instante eterno dudó. Creyó que no sería capaz. Observó a Camus, un silencioso y atento Camus... el hombre que amaba. Aquello zanjó la cuestión. —No he tenido tiempo para... devolver la armadura aún pero... voy a renunciar a mis funciones como caballero de la orden. No me siento capaz de volver a Escorpio, creo que mi era ha terminado ya.

La Diosa asintió.

—Comprendo, Milo. —musitó. —Intuyo que tú también, ¿Camus?

El francés aún no se atrevía a devolverle la mirada. Asintió. Comenzó a hablar suave, segundos después.

—Creo que todo este tiempo el Santuario tuvo al mejor santo de Acuario de la historia, y no he sido yo. Ha sido mi alumno, Hyoga, a quien crié pesimamente en condiciones discutibles y con esa suerte extraña que tienen algunos progenitores horribles con hijos maravillosos, él ha aprendido muchas cosas que yo aún no logro comprender. —confesó, como si Atena fuera el receptor de toda su frustración histórica. Sus ojos se nublaron ligeramente antes de proseguir. —Yo hice lo que pude y lo hice mal. No hay día que no me arrepienta de haber mancillado el corazón de aquel niño con mi propia historia y creo que lo único que puedo hacer por él es dar un paso al costado e intentar reconstruirme. No hay día que no recuerde las cosas que le dije. No hay día que no me sienta un ser humano horrible que algún día fue un niño que solo deseaba jugar con su hermana y su madre y cuando... la vida se ensañó conmigo creo que me ensañé con ella y con todo aquello que se acercaba a mí.

Milo observó el descargo en silencio, sintiendo aquellas palabras como propias. Los ojos de la Diosa lo miraron atentos y comprensivos.

—¿Se lo has dicho alguna vez, Camus? —preguntó, con su voz amable.

—No. Creo que es mejor así. No creo ser tan valiente ni capaz de mirarle a los ojos. —replicó, otra vez confesándose a corazón abierto, mientras sentía un millón de dagas atravesándose al compás del deshielo que desarmaba los restos de su gélida coraza.

La Diosa asintió, sujetando su mano en un gesto casi maternal.

—Quizás debas decírselo tú mismo en la toma de posesión. Si Hyoga heredará tu armadura, creo que lo mejor es que la entregues tú personalmente. También creo que será un digno Acuario pero jamás diría que su predecesor lo crió pesimamente ni que fue un santo indigno. Gracias por tus servicios, Camus. Gracias por estos años de lealtad... y si me permites un consejo, esta vez como Saori y no como la Diosa a la que servías: errar es humano... perdónate aquellos errores que no estaban a tu alcance y habla con él. Sé que él piensa diferente a ti.

El francés asintió, algo avergonzado.

—Asistiré, claro, es más que un honor para mí entregarle Acuario.

Saori volvió a sonreír, casi cómplice, sin perder su dulzura. A pesar de la diferencia de estatura, ella parecía enorme y él, diminuto.

—Te notificaremos pronto con la fecha exacta de la ceremonia. Sé con certeza, que le encantará verte.

—Muchas gracias. —exhaló, conmovido. Aquello era el fin de una era, tan definida, que por un instante creyó que la angustia le apresaría y se echaría a llorar. Solo sabía ser Camus de Acuario. ¿Quién era Camus Dubois? ¿Quién se suponía que debía ser ahora que ya no tenía órdenes que cumplir? ¿Quién era aquel hombre francés, desempleado, de 26 años, que utilizaba su esbelto cuerpo para vivir una vida de la que no tenía puta idea? ¿Se suponía que así funcionaba?

La joven buscó al rubio que observaba todo atentamente con la mirada.

—Shaka, Shion me ha hablado de la carta que has dejado para Shun. También estás invitado a la toma de posesión. ¿Es esta tu decisión final?

¿Lo era?

La cabeza del indio dio una voltereta brusca y drástica. ¿Lo era?

Allí estaba nuevamente, su Diosa. La única mujer a quien él le había rendido pleitesía ciega, con quien se había plantado frente al Rey del Inframundo y por quien había decidido morir una y otra vez en su nombre. No sentía vergüenza, se sentía ajeno. Shaka de Virgo, uno de los santos más poderosos de toda la orden había dado paso a un joven delgado y torpe detrás, vestido con ropas que le resultaban incómodas y extrañas. Asintió.

—Yo, como Camus, creo que Shun lo hará mucho mejor que yo. Todo lo que siento está escrito en puño y letra, en aquella carta pero... quiero... intentar esto. La vida.

La vida.

Sí, la vida.

La joven volvió a observarlo en silencio y a la vez, sin mediar más palabras, logró comprenderlo todo.

—La vida. —repitió Saori en un susurro, con una sonrisa. —¿Eres feliz, Shaka?

El indio dudó, recordando el episodio de los gritos y el enojo de la francesa. No sabía exactamente en qué estado se encontraba su relación, pero por un instante...

—No. En este preciso momento no soy feliz... y eso me hace feliz.

Milo asintió, comprendiendo aquella frase en el fondo de su alma. Sabía a lo que su amigo se refería, porque de eso se trataba exactamente la vida. Alegrías y tristezas intercaladas e intermitentes, llenas de trazos de amor y desamor, frustraciones y satisfacciones, tejidas por vínculos humanos, abrazos, besos y discusiones; pero ahí estaba: la vida. Por primera vez, su amigo robótico, meditativo y lejano se había humanizado y a pesar de aquella tristeza aún algo confusa, era feliz porque estaba vivo. Saori sonrió ampliamente antes de estirar sus brazos cortos y rodearlo en un abrazo profundo.

—Gracias por estos años, gracias por haber cuidado la sexta casa, gracias por haber sido un guardián tan noble. —se soltó de aquel abrazo alto y furtivo y tomó sus manos. —Deseo profundamente que seas feliz. ¿Dónde está la niña que lloraba?

Camus negó con algo de vergüenza, antes de que el indio lograra articular palabra y mencionar que no lo sabía.

—Aún estamos adaptándonos. No ha tenido un buen día, se ha ido a tomar el aire.

Saori se acercó al francés, para abrazarlo también antes de acariciar su rostro de una forma tan maternal, que por un instante se sintió aquel pequeño que escalaba las rodillas de su madre.

—Siento no poder devolverte todo aquello que perdiste en mi nombre, Camus... pero creo que hay alguien que sé que lo intentará y lo logrará pronto. —sonrió, observando a Milo, quien miraba al francés desde su silencio lejano, con el mismo amor que le había observado cuando se descubrió enamorándose de él tiempo atrás. El griego asintió, comprendiéndolo y le devolvió la sonrisa.

—Si deseas cortar lazos definitivamente con el Santuario, lo comprenderé... pero si alguna vez necesitas mi asistencia, no dudes jamás en pedirla. Eso va para ti también Milo, y para ti, Shaka. Y por cierto...

Esta vez tomó las manos del francés y el griego, con sus dedos cortos, pálidos y suaves, la sonrisa seguía como una acuarela hermosa, amplia y generosa.

—Hacéis una pareja preciosa. —comentó, ocultando una risita simpática, como quien descubre un secreto.

El griego rió, asintiendo.

—Siempre lo supe yo, pero es bueno saber que los Dioses piensan lo mismo...

Un ligero gesto divertido cruzó la cara del francés, que a su vez, observó a Milo con dulzura.

—Lo intentamos.

La Diosa asintió, feliz.

—Debo despedirme ahora, caballeros. Os agradezco nuevamente y pido disculpas por... el dolor que haya podido provocaros. Espero este no sea el final, quizás, algún día, como Saori, pueda venir de visita. Me gusta el té, no muy especiado, y dulce. Todos aquí saben cómo contactarme. De todas formas, vendré a conocer a Alexander y os veré pronto en la toma de posesión.

—¿Alexander? —preguntó Milo, frunciendo el entrecejo.

Saori sonrió.

—Alexander, sí. El niño que esperan Marin y Aioria. Se llamará Alexander. —comentó en otro susurro cómplice y sabio, esta vez, observando al griego fijamente. —"El protector de la humanidad." —Hizo una pausa ante la mirada perpleja y azul del ahora, antiguo escorpión. Con otra sonrisa, prosiguió, tan etérea como certera: 

—Cuando tu historia duele... a veces... solo debes reescribirla. De eso se trata esto, Milo: de descubrir cómo.





   

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