41. Llorar abrazando un caballo - Parte 2


"Yo perdido todo me veo vivir."

Paul Éluard




Milos, Grecia


El grito de Marin alertó (y alteró) a todos los presentes. Shaka yacía en el suelo aún, inerte, respirando lentamente.

–¡Lo han logrado! ¡Ya vienen! ¡Hay que sacarlos de aquí!


Milos, Grecia


Milo no podía levantarse por sus propios medios y no pudo reaccionar, pero Aioria, quien preparaba un té para Shion en aquella cocina vacía y novedosa, buscó sus ojos inmediatamente, al escuchar aquellas palabras certeras.

–Lo hicieron. –sonrió. –De verdad lo hicieron. Puedo sentirlo, Milo. Kanon ha vuelto. 



Inframundo, Isla de los Bienaventurados


–Cobarde. No voy a dormir con un cobarde. –murmuró ella, la Diosa de la muerte alejándose de la mano pálida que intentaba acariciar su hombro. Thanatos la observó. No solo no había podido hacer justicia sino que además, su amada, a quien había intentado proteger, le despreciaba.

–Lo hice por ti. –replicó él, frunciendo el entrecejo, con un coro de pestañas que cantaban sin parar sobre sus ojos grises carentes de pupilas.

–No te pedí que lo hicieras. –resopló Macaria, acomodando su pelo, que parecía hecho de hebras de la noche más oscura, que brillaba, azabache. Se volteó, desafiante.

–Puedo dejar ir a cualquiera, menos a ti. Lo siento. Quizás no lo comprendas, pero... no voy a comprar la vida de un insecto si debo pagarla con tu ausencia.



Milos, Grecia

Cuando Saori se materializó en aquella habitación que había quedado ya diminuta para la cantidad de gente que la habitaba, Shion abrió sus ojos tan amplios, que parecían abarcar todo su rostro enmudecido. Shaina, a su vez, deseo morirse mil veces para no tener que presenciar todo aquello.

–Mi... Señora... –murmuró la italiana, arrodillándose, preguntándose si su historia como santa había llegado a su fin antes de comenzar.

–Saori... yo... –susurró su amiga japonesa, pálida, a coro.

–Es una casa bonita. –advirtió Atena, observándolo todo. Especialmente el rincón donde el Águila había colocado ropa, prolijamente doblada sobre una caja. –¿Aquí vives ahora, Marin? –preguntó sin más.

Mentirle a la que había sido la Diosa a la que le juró lealtad le parecía injusto, inaceptable e inútil, después de todo, había desertado. Asintió, llena de vergüenza, sin observarla. Camus también evitó su mirada y de buena gana hubiese huido de aquella incómoda situación.

–Ya veo. –asintió Saori con un gesto. El cuerpo de Shaka y los dos cadáveres congelados, permanecían inertes como piezas de un museo. Se acercó con cautela y apoyando ligeramente sus manos, le llevó tan solo algunos segundos disolver los ataúdes, de forma casual. –¿Cuánto tiempo llevas embarazada?

Los ojos castaños de la japonesa se sacudieron ligeramente. Estaba segura de no habérselo dicho, pero supuso que ella podría saber cosas que a los humanos se les escapaban.

–Cuatro meses... creo. –asintió. –Lo siento... yo siento haber...

Saori la detuvo con un gesto.

–Está bien, tranquila, no tienes que explicármelo. Tu hijo será un gran hombre, lo sé, tiene una madre increíble y un padre extremadamente noble. Entonces, ¿lo has dejado?

Marin asintió nuevamente, y de pronto, se sintió diminuta y avergonzada enfundada en sus pantalones de huevos fritos y su felicidad amenazaba por evaporarse. Se sentía una desertora, por primera vez, como si su realidad le hubiera golpeado de frente. Ya no era la santa de plata respetada en el Santuario, era una futura madre primeriza aterrada con un novio pescador que vivía en una comunidad hippie internacional donde ni siquiera tendría una cama para descansar esa noche.

Shaina se acercó con cautela a Aioros, quien yacía aún inerte. Ya no estaba preso pero no se movía. Aquello no podía ser bueno.

–Mi Señora... Aioros y Saga... ellos están...

Los ojos de la Diosa recorrieron la habitación y a sus presentes.

–Estarán bien. –contestó, asintiendo. Se acercó con cautela –De todas formas, deseo hablar acerca de lo sucedido. Me gustaría regresar al Santuario cuanto antes y mi "escolta" y mi "mensajero" deberían darme algunas explicaciones. Todos aquí han obrado sin mi consentimiento y esto podría haber resultado mal. Esto no es un juego y podría haberle costado la vida a muchos.

–Lo siento, de verdad, solo queríamos ayudar... –replicó Shaina, sabiéndose ya perdida. Se preguntó si su amiga le haría sitio en la habitación. –Yo, entiendo que esto me costará la armadura dorada y... lo acepto.

Saori la observó en silencio. Le dolía profundamente tener que tomar decisiones drásticas pero la realidad era que no podían obrar solos, un error de Saga hubiera resultado en un desenlace fatal y eso había estado demasiado cerca. Causar otra guerra santa gratuitamente era su límite.

Marianne se asomó lentamente. Se veía cansada y triste. Sus ojos, usualmente alegres, se veían opacos, a pesar del brillo del llanto.

–¿Shaka está bien?

Camus intentó alejarla, acercándose a ella para susurrar algo en francés que nadie logró comprender, pero su hermana protestó.

–No, no voy a irme, es mi casa, quiero saber si está bien.

Los ojos de Saori la observaron atentos, en silencio. La francesa quiso espiar, ignorando a su hermano que intentaba llevársela de allí. Volvió a murmurar algo en francés. Shaina, que hablaba italiano, logró pescar algunas palabras similares, pero se sentía demasiado apesadumbrada para reaccionar y ayudar a la joven.

–¡No me importa Atena y la estúpida... cosmo-énergie! Quiero que Shaka despierte, quiero que no haya... ¡muertos en mi casa! ¡No tenemos camas pero tenemos dos cadáveres en la habitación!

ShakÁ.

Una lágrima.

Saori sonrió.

–Shaka despertará pronto. –asintió la Diosa, antes de agacharse lentamente para acelerar con su energía la recuperación de Aioros y Saga y evitar que sus cuerpos congelados siguieran padeciendo el castigo de la hipotermia.

–Mimi, por favor. –le pidió Camus, en un ruego casi afónico. El cansancio se había acumulado en su cuerpo como un ansiolítico y lo último que necesitaba en ese momento era la presencia de Marianne-colère.

–Mimi, por favor. Estoy cansada de "Mimi, por favor". Llevo aquí tiempo callándome porque "Mimi, por favor" es todo lo que puedes decirme. Quiero una vida normal, una manzana ha sido mi única comida del día y creí que volvería a un hogar, no a un... a un... –luchó con su propio agotamiento y con aquel idioma que le resultaba horrendo, para encontrar la palabra de la cual se había cansado: cementerio. Rompió a llorar nuevamente, nerviosa. Le daba igual la Diosa y las palabras de su hermano, solo necesitaba algo de paz y su nueva casa se había convertido en un experimento extraño en donde la gente moría y era congelada pero ella no podía decir absolutamente nada al respecto.

¿Cómo podía explicarles a ellos, que normalizaban aquellas atrocidades, cómo se sentía ella? Su vida transcurrió lejos, en otro país, donde hablaban su idioma y donde tenía amigos, trabajo y familia. A pesar de saber que su hermano tenía obligaciones extrañas que cumplir, había sufrido tanto en tan poco tiempo que sentía un remolino emocional ascendiendo oscilante desde su interior. Shaka había vuelto la noche anterior y allí estaba otra vez, ¿muerto?... al igual que el gemelo alto. Todo era confuso para ella, confuso y doloroso.

Saori volvió a observarla en silencio, pero su rostro carecía de expresión. En algún punto, se encontraba tan confundida como la francesa y necesitaba explicaciones. A su vez, Saga y Aioros pestañearon casi al unísono, y el color de su piel volvía a sus cuerpos lentamente. Los párpados normalmente cerrados del antiguo santo de Virgo, latieron con fuerza, pero llevó inconscientemente una mano a su frente para proteger sus ojos sensibles de la luz como quien despierta obligado de una siesta.

Camus volvió a intentarlo, antes de que su hermana metiera la pata. Murmuró algo en su oído y besó su mejilla, con dulzura. Esbozó algo parecido a una sonrisa a modo de consuelo, que emanó de sus labios como una mueca torpe, pero esto logró su cometido y la pequeña Mimi abandonó la sala, aunque no estaba de acuerdo y se lo haría saber luego.

–Shion. ¿Podemos hablar a solas? –preguntó finalmente Saori a su consejero, quien tragó en seco, nervioso.





"¿Kanon?"

"¡Saga!"

"¿Estás bien?"

"Lo estoy, huelo fatal pero lo estoy. ¿Has vuelto ya?"

Los párpados de Saga se cerraron con fuerza y una sonrisa tan amplia como le permitió su boca, se dibujó en su rostro. Una pequeña lágrima aterrizó sobre el suelo, después de delinear las ligeras líneas de expresión de su ojo izquierdo. Lo había logrado, allí estaban, ambos, en aquel plano: juntos... bueno, no aún, pero ambos vivían. Por primera vez en muchos años, la vida parecía distinta.

"He vuelto. Estoy en Milos... ¿celebramos luego?"

"Sí... ah... y ¿Saga...?"

"¿Sí?"

"...Gracias."


Atenas, Grecia


"Que eres Adrián... el hermano de Lena."

Aquellas palabras simples dispararon en Adrián tantas emociones que intentó esconderlas todas: una a una. Su rostro, usualmente oculto bajo su melena negra, intentó huir aún más, buscando algo en sus cajones tan casualmente como pudo.

–No sé de qué habla, señor. –murmuró.

–Lo sabes. Tu hermana vive en Rodorio... y tiene la mitad de aquel pañuelo que tienes allí.

Estaba tan nervioso que creyó que se descompensaría, al ritmo de un corazón que latía tan acelerado como arrítmico, como el de un jilguero asustado. Nadie podía saber de la existencia de su hermana, mucho menos un Santo de la Orden. ¿De dónde había sacado aquella información? Intentó negar con la cabeza, pero sus ojos, grises y desesperados, le jugaron una mala pasada y en aquella desesperación agónica, le confirmó a Kanon sus sospechas.

–No, no tengo hermanos, señor. Ahora si me disculpa––

–Yo fui quien la ayudó a escapar.


<<Escapar.

Recordaba el día del escape de su hermana como si no hubieran pasado 23 años ya, como si aquella pesadilla horrible y recurrente en donde todo lo que podía fallar fallaba, no le persiguiera con cierto halo de culpa. Aquella mañana de invierno griega, donde el sol aún no se animaba a salir de un escondite lleno de nubes oscuras (y amenazaba con llover, como en el corazón de aquel hermano mayor que debía despedir a su pequeña compañera) caminaron juntos hasta el sitio planeado. Todo estaba planeado, todo. La carta, su pequeño bolso con algunos restos de comida, su juguete preferido.

El sitio del adiós eran dos columnas partidas, agrietadas y viejas, que no resistieron el paso del tiempo. Desde allí, Lena tendría que seguir sola y rápido, antes de que los guardias dieran con ella y avisaran de su traición. Se detuvo junto a ella, intentando ocultar su tristeza.

–Estarás bien. ¿Recuerdas el camino?

La pequeña asintió con la cabeza, había intentado estudiar el camino y aunque sus nervios no ayudaban, creía ser capaz de correr hacia aquel pueblo. Recordaba la orden "Corre sin mirar atrás." Intento que su voz, herida, sonara tan valiente como sus 9 años le permitieron.

–Sí.

El abrazo de la niña le arrastró a un sitio oscuro y por un momento, creyó que no sería capaz de soltarla... pero tampoco podía renunciar a su sueño y ella tampoco viviría feliz allí; como hermano mayor debía velar por ella y lo mejor era obsequiarle una vida lejos de aquel castigo divino.

–¿Volveré a verte? -preguntó ella, que comenzaba a llorar. Sus ojos pequeños y cubiertos por una cortina de lágrimas cristalinas, le imploraron una certeza.

–Sí, lo prometo. -aseveró él, quien luchaba a muerte con su propia voz. Tomó el pañuelo, aquel obsequio de Ismena que otrora había sido motivo de alegría y lo desgarró rápidamente, partiéndolo en dos. -Tú tendrás tu parte y yo tendré la mía. Cuando los pañuelos se junten, significará que volveremos a vernos. Tan pronto sea caballero, te visitaré. Es una promesa, Lena.

Algunos ruidos lejanos rompieron el encanto de la despedida. Los ojos grises de Adrián la miraron suplicantes.

–Deberías correr. Vete. Corre y no mires atrás.

La niña quiso protestar pero comprendía el peligro, como cualquier ser vivo preparado anatómicamente para sobrevivir. Su cuerpo diminuto, se preparó para aquella huida, acelerando su corazón, que bombardeaba su pecho en forma desesperada.

–Nos veremos otra vez. Te quiero.

La bomba adrenalínica disparó señales urgentes a sus cortas piernas, que salieron disparadas sin pensar, y como la niña obediente que era, sabía muy bien que no debía mirar atrás. Volvería a verlo, o encontraría la forma de contactarle.

Aquel "te quiero" apresurado, fueron las últimas dos palabras que escuchó de su hermana en algún tiempo, que a ambos les resultó eterno.

Fue minutos más tarde cuando vio el conflicto a lo lejos. Los guardias apresando a su hermana, y un extremadamente joven Aioros defendiéndola: escena que quedó grabada en su retina (y en su corazón). La pequeña, como lo había prometido, aprovechó aquel nuevo descuido para volver a escapar. Sus piernas, cortas y veloces, la alejaron para siempre de allí.

Supo, tiempo después, que alguien (el chico sin nombre), la había ayudado a completar aquella huida desesperada y de pronto, aquel recuerdo tuvo sentido. Kanon era el aquel niño.>>


–Eras el chico que ayudó a Lena. –comentó por lo bajo, como si de un secreto oscuro se tratara.

El gemelo asintió.

–Sí. Llegó a mi cabaña por casualidad.

–¿Por qué no la delataste? –quiso saber el mensajero.

Los ojos verdes de aquel Géminis lo observaron con cierta intensidad.

–Porque yo también sé lo que se siente ser una sombra. Sé que mi reputación no me ayuda, pero no fui un hijo de puta toda la vida.

Adrián hizo un ligero gesto, de comprensión. Sabía muchas cosas del Santuario y lo que había comenzado como una leyenda urbana (los gemelos idénticos) se había convertido en una realidad latente cuando finalmente, Kanon se alió con el bando de la Diosa.

–Gracias. –le dijo, de corazón. No tenía especial estima por su hermano pero ahora mismo sentía solo profundo agradecimiento por el gemelo menor.

–¿Llevas tiempo sin verla? –preguntó, luego de una pausa, que pareció eterna. Quizás, en ese tiempo, la pequeña aventurera había crecido para convertirse en su actual novia y el mensajero aún no estaba enterado, porque pintas de saber su estado civil, no tenía.

–Sí. Algunos años. Hice algunos viajes al pueblo antes de convertirme en el mensajero personal de Dohko, pero... como sabe, la responsabilidad ahora es mayor y ya no puedo abandonar mi puesto. Sé que está bien, eso es todo lo que importa.

–Ya veo. –asintió. Se debatió internamente si decirle a su nuevo cuñado que él no solo frecuentaba a su hermana sino que tenía pensado casarse con ella. Se preguntó si sería su responsabilidad o no, después de todo, era Lena quien debía hablar de sus vínculos amorosos y no él. Decidió callar. –Si algún día lo deseas... puedo enviarte a visitarla fugazmente. Los viajes rápidos se me dan bien.

El mensajero sintió una oleada de calma repentina, aquella idea era tentadora y le tomaría la palabra. Volvió a agradecerle con un gesto.

–Gracias, señor. –sonrió. –Eso me gustaría mucho.

Kanon le devolvió la sonrisa. "Deberías llamarme cuñado y no señor, pero va bien por ahora, chico" pensó con cierta picardía divertida. Se preguntó que opinaría Lena de aquel encuentro extraño en donde su hermano le había ayudado a ponerse en pie con su mortaja putrefacta y rio internamente. Supuso que a ella también le gustaría aquel encuentro.

–¿Puedo hacerle una pregunta, señor? –indagó con una vergüenza arrolladora.

El gemelo asintió, no demasiado seguro de querer contestar si aquello era relacionado a su hermana.

–Claro, dime.

–Hay santos... desaparecidos. Muertos, creo. Shion los buscaba y... he intentado dar con ellos pero... no he podido. Aioros, Shaina...

No quería mencionar que solo había buscado al centauro antes de darse cuenta de que su energía no se encontraba en este plano, quería pasar tan desapercibido como le fuera posible.

–Aioros murió, junto a mi hermano. ––

El rostro del mensajero se desfiguró en un gesto de absoluto terror... terror y una tristeza que parecía gritar desde sus ojos grises, abiertos y enormes. ¿Por qué reaccionaba así? O su hermano o Aioros significaban mucho, muchísimo para él... era demasiado observador y aquel gesto podía ser reconocido en cualquier idioma y país: porque tenía exactamente las mismas expresiones que su hermana.

–Dioses, ¿estás... tirándote a Saga? –preguntó con una mueca que se ubicaba en la esquina del horror y el asombro. Hombre, que a ver: aquello estaba muy bien y si le hacía feliz se alegraría por su hermano, pero bien guardado se lo tenía. Podrían salir los cuatro juntos, ¿a que era el destino justo después de todo?

Adrián volvió a espantarse, frunciendo el entrecejo en otro nuevo paisaje de la sorpresa.

–No, señor, yo no...––

–Entonces es Shaina... no, Shaina no es... ¿Aioros?

Intentó que su cabeza girara en una negación absoluta y radical, pero aquello no sucedió. Le dolía demasiado su muerte como para además ocultar lo que sentía (o había sentido) por él... aunque aquella realidad en donde había muerto junto a Saga, le dolía más que nada. Su estómago hizo una torsión desesperada y de pronto, entre los recuerdos de su hermana y los de su amado, quiso echarse a llorar como un crío. Cerró sus ojos y asintió.

–Ah, ya veo. –replicó Kanon, esta vez con certeza. Bueno, no tendrían cita doble, pero supuso que el centauro era un buen partido para su cuñado. –Pues Aioros está bien, solo hizo un pequeño viaje al Inframundo, pero debería estar despertando en estos momentos. Está en Milos, supongo que volverá pronto. Ah, y descuida... guardaré tu secreto.  



Milos, Grecia

A pesar del clima de tensión de la habitación donde la Diosa y el antiguo Patriarca hablaban, todo era motivo de celebración en la nueva casa de Milos. Se escuchaban carcajadas aisladas y algún vitoreo divertido. La italiana, por su parte, se había alejado con la japonesa, al pequeño patio, para darle unas caladas al cigarrillo robado que su mejor amigo Angelo le había pedido a la francesa con un guiño de ojo y la promesa de que le compraría una cajetilla luego.

–¿Crees que... pueda vivir aquí? ¿Yo también? –preguntó avergonzada. A pesar de la liberación de no llevar máscara, después de haber pasado su vida oculta tras un trozo de metal, por momentos la extrañaba. Sus ojos verdes y gigantes dudaron, intentando no mostrarse demasiado vulnerable.

–¿Eso es lo que quieres? –replicó Marin, observándola con curiosidad. Sabía que su amiga era feliz en el Santuario, porque si había alguien en el mundo que disfrutara los entrenamientos tiránicos y el honor de defender aquel sitio, era ella.

Shaina negó.

–No... pero no soy estúpida y sé que la he cagado. Me lo he ganado. Supongo que valió la pena y volvería a hacerlo pero... he roto varias reglas en el camino, chica. Sabes cómo funciona; irán tras mi culo como sabuesos y no de la forma que me gusta. Supongo que buscarme la vida fuera no está del todo mal... además, el grifito me necesita y podría estar cerca de ti, también me necesitas.

La japonesa sonrió. Le apenaba profundamente el dolor de su amiga, quien intentaba enmascarar todo restándole importancia... pero ella sabía muy bien que Shaina sufría segundo a segundo hasta que le comunicaran su destino.

–Aún no sabes qué decidirá Dohko. Probablemente solo sea un castigo leve. –intentó calmarla sin éxito.

Death Mask pronto se unió a la conversación, haciendo un gesto con la mano y protestando en italiano para exigir una calada del cigarrillo que hábilmente él había conseguido.

–Llorar no es tu estilo, cariño. –aseveró inhalando profundamente un poco de humo. –¿Por qué esa cara? He hecho cosas peores y aún visto Cáncer. Además, hicimos el trabajo sucio de la jefa, debería servir de algo.

–Tú eres un caballero dorado. Yo soy una santa que aún no tiene armadura...

–Sí la tienes, y tiene unos cuernos enormes, como los que te dejó tu ex. Con solo pisar Aries eres mejor que Mu que se lo pasaba pipa tirándose repetidamente al bovino en Jamir haciendo absolutamente nada. Si ese tibetano alguna vez cuidó el primer Templo, se me escapa... y al Patriarca se la sudaba.

–Porque el Patriarca se lo pasa mucho mejor con el maestro de ese Aries, que es como su padre. No tendrá pelotas para decir que Mu no hacía más que jugar a teletransportarse al segundo templo. –replicó Shaina con media sonrisa.

Marin rio, alejándose ligeramente del humo y permitiéndose disfrutar del paisaje que le obsequiaba la altura de aquel patio.

–Podemos decir que a Mu solo le bastaba un cuerno para disfrutar de Tauro, el que no pudo cortar Seiya –agregó Angelo con una mueca divertida. –Pero lo que se dice cuidar Aries, podemos debatirlo.

–Hombre, no seas así, Mu solo se cuidaba el culo y está bien, supongo. –agregó la japonesa escondiendo una risita.

–El culo tampoco sé, porque Alde... hombre, eso no puede ser ni medio normal. Yo creo que si hay un culo que peligró en el Santuario, fue el del borrego.

La carcajada de Shaina resonó acompañada de un insulto cariñoso en italiano. El león se asomó en búsqueda de su novia y se unió pronto al grupo, sujetándola cariñosamente por detrás.

–¿Qué me perdí? –preguntó Aioria, feliz. Su hermano había vuelto en una pieza y todo aquel rugir de los templos rompiéndose bajo aquellos ataques era tan solo un recuerdo horrible listo para ser enterrado.

–Pues hablábamos del culo de Mu. ¿te unes? –comentó el italiano con una exhalación cargada de humo antes de pasarle el cigarrillo a su amiga.

–No estoy seguro de querer hablar del culo de mi antiguo colega. ¿Podríamos cambiar de tópico?

–Claro. ¿Quieres hablar de algún otro culo en particular? –replicó Angelo, con picardía. Agradecía profundamente aquella conversación tonta y que sus fosas nasales, por primera vez en un buen tiempo, no olieran a aquel aroma particular: el de la muerte.

Sonrió.  



Shaka se había preparado física y mentalmente de formas tan exigentes como estrictas, durante 20 años de su vida. Soportó entrenamientos arduos y enfrentamientos agotadores, afrontó la muerte repetidas veces e incluso a un Dios mayor: al mismísimo Rey del Inframundo. Cara a cara, uno pa uno, cielo. Creía ser capaz de soportar cualquier golpe, incluso había recibido una exclamación de Atena en cuerpo y alma, antes de desintegrarse vivo... y allí estaba, preparado para cualquier batalla...

...menos para aquella.

Pasó su vida rodeado de personas estoicas, tan estoicas como él. Personas que callaban sus emociones o las ocultaban... rodeado de silencio, un silencio sepulcral.

La había buscado y dio con ella en la otra habitación vacía, pero sus sollozos suaves y certeros, le apuñalaron tan sorpresivamente que no supo cómo reaccionar. El mundo emocional era nuevo para él, el llanto era nuevo para él, aquel mundo donde él era un desempleado con novia, también.

Se acercó con cautela, y deseó que por arte de magia, la francesa del corazón rítmico (y ahora roto) dejara de llorar. Algo dentro suyo se arrugó, no entendía por qué, pero también se sentía triste, sin motivo alguno.

–¿Marianne? –preguntó, inquieto. Se acercó con cautela a la joven que parecía infinitamente cansada, sentada y perdida, abrazando sus rodillas en aquella habitación vacía que de pronto se le antojó helada.

Estaba demasiado aturdida para contestar, y demasiado angustiada para articular algo similar al griego ya, su cabeza giraba y el mundo de su hermano y de su novio le parecía un sitio terriblemente hostil en el cual jamás lograría pertenecer. Siempre sería silenciada, siempre aquella falta de respuestas.

El indio dudó. No solía verle llorar, usualmente era una joven de temperamento alegre y vivaz... pero allí estaba, como aquella vez que no quiso jugar con ella y la tristeza le ganó la batalla, dejándola abrumada y presa de las lágrimas y un sollozo suave, casi imperceptible, pero lo suficientemente alto para que su oído lo captara. Se sentó junto a ella, preguntándose si debía buscar a Camus. Quizás quería estar sola. Intentó pensar qué desearía él: estar solo. Sí, quizás eso la tranquilizaría.

–¿Estás bien? –preguntó, sintiéndose un idiota. Claro que no estaba bien, estaba llorando, pero no tenía puta idea como se suponía que él transforme aquella tristeza en otra emoción más amable.

La chica negó. Balbuceó algo en francés-inglés-griego que él intentó unir sin éxito. A pesar de ser el inglés el idioma que ambos tenían en común (y con el que él supo pronto cómo comunicarse con ella para poder enseñarle) aquel acento francés invasivo teñía todo de erres extrañas y haches mudas que carecían de lógica.

–Lo siento, eso fue estúpido. Estás llorando y... Marianne yo no tengo idea qué hacer. –suspiró, bordeando la desesperación. Se sentía un farsante: la chica se daría cuenta pronto que era un imbécil asocial y le dejaría. Repasó mentalmente las cosas que le harían dejar de llorar, pero creyó que jugar a aquel juego impronunciable no ayudaría y un abrazo tampoco serviría. Quería correr en búsqueda de Camus y notificarle que su hermana se había roto y no paraba de llorar.

–Creí que habías... muerto. –murmuró con dificultad. –No quiero perderte otra vez. Tú... me haces... sentir... ¿Cómo dices...?–buscó la palabra "felicidad" pero en aquel aturdimiento no la encontró en griego. –Happiness.*

Finalmente sí dio con ella en inglés, en su inglés francófono de formas algo extrañas donde las haches carecían de sonido y la tonada adquiría rasgos algo... difíciles. Carente de aquella H aspirada similar a una J, Shaka escuchó sorprendido, intentando decodificar aquel mensaje.

Bueno, lo que confundió al indio fue que de "Happiness" a "A penis" había solo una letra mal pronunciada de diferencia.

–¿Un pene? –preguntó él, curioso.

–¿Así se dice? ¿Happiness? –volvió a pronunciar mal, por segunda vez consecutiva.

–Pues... sí. –contestó él, algo perdido. Al ver que aquella parte verbal comenzaba a ser insuficiente, la rodeó con un brazo, que le permitió a la joven refugiarse momentáneamente allí. –No voy a irme, Marianne. No quiero irme porque... por primera vez en la vida... –se detuvo, con una exhalación pesada. –Lo siento, no soy muy bueno con las palabras.

La joven dejó de llorar para observarlo curiosa.

–Siempre di consejos desde lo que yo creía que estaba bien y ahora... siento cosas que jamás sentí y eso me desconcierta pero... No quiero irme y no lo haré porque tú haces que mis días tengan sentido. No entendí la película de la rata y creo que era increíblemente antihigiénico pero... tu risa valía la pena. Tienes una risa y una alegría de la que yo carezco y... puedo vivirlo a través de ti porque me contagias... y sobre todo no quiero irme porque soy feliz ahora mismo; solo porque sé que esta noche, volveré a dormirme escuchando tu corazón. Hoy... fue un día difícil, lo sé... y lo siento.

–Creí que lo habías dejado. –murmuró, calmándose lentamente, aferrándose a su costilla izquierda con un brazo desesperado.

–Y lo hice. No más misiones... yo solo quiero vivir ahora mismo para... conocer este mundo nuevo contigo. Solo espero que me tengas... algo de paciencia. Quizás no soy el más romántico o el más... –buscó también con dificultad las palabras que intentaba acomodar, pero aquella demostración estaba tan lejos de su conocimiento empírico que temía cagarla a cada vocal. –...El más expresivo. No lo soy y probablemente nunca lo seré, pero puedo intentarlo si eso es lo que tú quieres.

Marianne sonrió, para dar con sus ojos cristalinos y negar.

–Solo quiero que seas tú, porque me gustas tú. No quiero que cambies porque te amo a ti, Shaka, así.

El indio suspiró, relajándose. Una leve sonrisa se levantó de la comisura de sus labios. Eso también era nuevo y le tranquilizaba.

–¿Quieres hablar de lo que sucedió? ¿Quieres... una galette? Puedo conseguir una para ti.

Ella rio suave, enjugándose la última lágrima.

–Solo ha sido un día... difícil y... por momentos me gustaría volver a... Francia. Creo que te gustaría. Es bonito, especialmente el pueblo donde nací. No tenemos dinero y no creo que podamos ir pronto pero... quizás... algún día podamos... vacaciones juntos. Tú y yo.

La observó y se contagió de una ligera alegría en aquella sonrisa que solía besarlo con dulzura. Cogió su mano, acomodándose en el suelo junto a ella y dejó un beso suave en su frente.

–¿Viajar a Peróuges te haría feliz? ¿Te gustaría que fuera contigo?

–Oui. –susurró, dentro de otro beso. –Algún día quisiera mostrarte el lugar donde viví. Donde vivió mi madre... donde fuimos felices.

–¿Quieres ir ahora mismo? –preguntó curioso.

–Pero no tenemos dinero. –respondió sorprendida.

Los párpados de Shaka
(ShakÁ)
volvieron a cerrarse y ella pudo sentir que su cuerpo comenzaba a irradiar un calor leve antes de sumergirse en un espiral algo lisérgico que parecía similar a un mal viaje de alguna droga alucinógena. Cuando terminó el mareo, reconoció pronto el empedrado, los ladrillos... aquellos carteles. Abrió los ojos enormes.

–¡Shaka! ¿Estamos...? ¿Estamos en Francia? –preguntó incrédula. Si su novio podía hacer aquellos viajes divertidos como Saga, ella no lo sabía.

El indio negó.

–Estamos en tus recuerdos, esto es una ilusión. No puedo llevarte allí físicamente pero... puedes mostrarme lo que desees y aquí estaré para compartirlo contigo.

Una sonrisa enorme iluminó el rostro fascinado de la joven, que por un instante eterno y hermoso, cerró sus ojos y respiró aquel aroma perfumado de la mantequilla y el azúcar que peinaba el aire. Sabía exactamente donde estaba. Cogió su mano, temblando ligeramente presa de la emoción y lo besó, tan largo y profundo que tuvo que detenerse a respirar.

–Te amo, Shaka. –murmuró mirándolo a los ojos. –Gracias.  



Saga aún estaba empapado. Si bien Saori se había encargado de descongelar sus cuerpos y acelerar aquel proceso, su ropa estaba completamente mojada. Se alejaron caminando de la habitación, buscarían algo de ropa limpia, una ducha y a vivir. Aioros se burló de él.

–¿Qué dice Nietzsche ahora, eh? –preguntó divertido, golpeando con un codo su brazo derecho como un cachorro que jugaba. Saga giró y se detuvo bruscamente, para mirarlo tan serio que por un instante, la sonrisa del centauro se desintegró, dando paso a un gesto de sorpresa y preocupación. –¿Qué pasa? ¿Dije algo malo?

El gemelo no contestó. Se limitó a mirarlo fijamente.

–¿Saga? Hombre, me preocupas... ¿Todo va bien?

Por un instante el guardián de Sagitario esperó lo peor. Que enloqueciera y le matara, que enloqueciera y se matara, que enloqueciera y simplemente quedara mudo para siempre. Nada de eso sucedió. Saga cerró sus ojos y se aferró a él en un abrazo tan fuerte, que creyó que le rompería el cuello antes de echarse a llorar.

Aioros sostuvo el abrazo con firmeza, escuchando aquel desahogo que parecía el drenaje de una herida infectada, la purga antes de la cura. Jamás le había escuchado así y jamás en un millón de años, lo hubiera esperado.

–Todo va bien, Saga. Lo hicimos.

Sintió su cabeza asentir y su larga melena danzó al ritmo de aquella afirmación.

–Lo sé. Gracias. No hubiera podido hacerlo sin ti y... –se alejó ligeramente de aquel abrazo espontáneo para secar sus ojos, que no parecían tristes, sino vivos. –No tengo palabras. Yo... no sé que decir. Solo puedo agradecer. Mi hermano ha vuelto y sin ti yo no hubiera podido lograrlo. Te debo una muy grande.

El centauro sonrió.

–Pues si me debes una muy grande... ¿por qué no me honras en esta vida viviendo un poco? Creo que te toca ser feliz, Saga. Haz que todo valga la pena.

El gemelo asintió con ligera confianza.

–Lo haré. Creo que he aprendido mucho en este viaje. Y mírame... después de todo, yo también tuve mi crisis rompiendo a llorar en el cuello de un caballo. –sonrió el santo de Géminis antes de salir a la sala donde sus antiguos compañeros le esperaban para festejar, volviendo a los vítores, las carcajadas generales y algunas palmadas que aterrizaban sobre su espalda.

Milo lo observó con una ligera sonrisa, desde el suelo.

–Veo que has vuelto. Lo has logrado, enhorabuena.

–Gracias, escorpión. –asintió Saga, serio. –Esperaré que la jefa termine su reunión y me marcharé. Siento el alboroto, por cierto.

Lía observaba todo tan confundida y aterrada que le costó reaccionar. Aquel sitio lleno de gente bulliciosa (y muerta y revivida) estaba lejos de su plan de semana. Observó al griego altísimo y se sintió aún más pequeña... si en teoría aquel hombre había estado muerto horas antes, no lo parecía. De hecho, se le veía completamente diferente. Feliz. Quizás, aquel relato completamente loco de su hermano era cierto, pero temía perder la cabeza rápidamente.

–Ah, pero si es la enfermera Karagounis. ¿Recuerdas aquel café que te prometí? –sonrió él, amplio. –Pues... quizás pueda pasar por ti mañana si te va bien.

El rostro de Lía se desdibujó en un gesto de sorpresa...

...pero el de Milo no. No era sorpresa.

Milo tragó en seco y sus ojos, azul zafiro, destellaron infinitamente antes de escudriñarlo y echarle una mirada mortífera, que podría haberle apuñalado in situ.



–Sobre mi putísimo cadáver, Géminis. –aseveró. 



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